Tengo una sensación de malestar desde días atrás. Es difícil de definir. Me acompaña un desagradable hueco en el estómago, los sentimientos a flor de piel y una vieja conocida: la tristeza.
Procuro no ser/estar triste. De hecho, creo que soy alegre y razonablemente positiva. Sin embargo, sigue doliéndome la pobreza de espíritu del ser humano. Normalmente, a estas alturas del partido, miro con lupa a las personas a las que me muestro tal y como soy a niveles más profundos y más allá del aspecto de chica ácida, graciosa y con mucho carácter. Soy muy empática, a pesar de todo. Rara vez me equivoco cuando descubro a alguien con quien me comunico más allá de las palabras.
Esto me ha pasado recientemente. Por un lado, estoy más cerca de alguien de mi familia a quien conocía poco pero con quien siempre empaticé mucho. Ahora tengo la fortuna de contar con ella en mi vida y es como un tesorito que tenía por ahí esperándome. Tan parecidas en algunas cosas que asusta. Con una actitud vital que, en ciertos aspectos, envidio mucho. Pero con ese algo indefinible que te hace creer firmemente que esa persona es importante y que va a permanecer en tu vida. Es muy difícil encontrar seres que aporten algo, que pongan luz en nuestra existencia. Cuando uno de ellos se cruza no se le puede perder de vista (¡No sea que te quedes a oscuras!) porque son escasos, demasiado bellos y diferentes para tener la oportunidad de encontrarte otro que se le acerque siquiera. Una hermosa sorpresa.
El otro lado de la balanza es el error. Ya os he hablado de mi armadura, de la vuestra, de la de todos. Yo procuro no ser esclava de la mía. Pero me temo que la experiencia me dice que no me la quite nunca más. Si no sientes, no padeces.
La ternura es algo que aprecio mucho. Que me llega muy dentro. No he tenido mucha que digamos, supongo que es por eso. A mi manera, y sin que nadie se entere demasiado, yo soy tierna. Pero me consta hasta qué punto me convierto en vulnerable cuando me muestro. A veces, muy a veces, la ofrezco a raudales, sin miedo, a alguna persona que, en las circunstancias que sean, pasa las puertas y la necesita. Lo normal es que esté reservada sólo a seres muy cercanos, aquellos a los que amo y a las que no temo. Que sé que no me harán daño porque me quieren y confío en ellas. Puedo permitirme el lujo de ser accesible _y por lo tanto débil_ a su lado porque no corro peligro.
Recientemente, regalé ternura a alguien que la necesitaba pero tal vez no la merecía. No me arrepiento, la sigue necesitando, pero hay personajes que no aprenden nunca. Me duele y agravia que me usen. Y para alguien tan cuidadoso como yo, en este aspecto, permitir que alguien lo haga es un error sólo achacable a mí. Por eso estoy tan enfadada conmigo misma.
Me siento utilizada. No, la expresión es "usada", que suena peor. Cuando ofrezco atención, ternura y un poco de cariño a quien pasa un mal momento no espero recompensa. Pero tampoco que me arrojen a la basura sin miramientos. Me cuesta mucho acostumbrarme al egoísmo, a la mala educación, a la inconsciencia. Y mira que abunda.
Estoy triste porque sigue existiendo "gente" (que no personas) que viven mirando a su ombligo, que te dan la espalda cuando no te necesitan. Que cambian radicalmente cuando se sienten seguros, cómodos o _tal vez sea esto_ inseguros. No lo sé. Para mí son incomprensibles. Que alguien me ofrezca su hombro cuando lo necesito es un gesto inolvidable. Cuando me otorga su atención y su apoyo, un tesoro incalculable. Cuando me regala su compañía a cambio de arrancarme una sonrisa o unas palabras de desahogo, un detalle para conservar en mi cajita de recuerdos valiosos.
Pero no todo el mundo es así. Yo siempre lo he sabido. Pero me quité la armadura un rato para suavizar el dolor de otro. Y cuando su dolor (o lo que fuese) se mitigó, me aparcó como ser humano sin miramientos.
Y eso es lo que no ME perdono.
lunes, julio 31, 2006
jueves, julio 27, 2006
Temores
Acabo de charlar con una amiga de ultramar. Regresó recientemente de un encuentro sorpresa con su novio al que conocía sólo por internet. La verdad es que yo no creo en estas cosas. Me refiero a crear relaciones reales a semejante distancia y a comprometerse sin verse. Seguro que yo no lo haría. Pero no puedo evitar envidiarlos cuando me cuentan, tan emocionados, cómo han vivido su luna de miel.
A lo mejor es cuestión de edad. Ellos están en la veintena, una edad hermosa, llena de fe y de sentimientos a flor de piel. Los de mi quinta ya estamos tan resabiados que da asco. Pero, insisto, me dan envidia. Se equivoquen o no, viven su momento con intensidad, con pasión, sin temor. Sobre todo sin temor.
El temor en las relaciones es algo que preside las mías. No sé si porque veo a los hombres tan absolutamente caguetas a la hora de sentir que, por si las moscas, ya me ocupo yo de no implicarme. Así tengo mi lucha a muerte. ¿Me implico? ¿No me implico? ¿Sufrir? ¿No sufrir? Y con esto estoy haciendo lo que más critico: convertirme en un hombre.
En cuanto el individuo en cuestión me empieza a gustar más de la cuenta ya me invade el pánico. A la mínima señal de desidia por parte del otro, mi impulso es salir corriendo. O sea, igualita que un tío. Una parte de mí quiere apostar y la otra, la más experta, dice que las posibilidades son escasas y repite: ¡Huye!
Digo que busco un valiente y me estoy convirtiendo en una cobarde. Una cobarde pragmática, eso sí. Procuro por todos los medios buscar un sustituto que borre el anterior sentimiento. Un clavo saca otro clavo. Y como parto de que, en cualquier caso, todo será un fraude, siguen defraudándome.
Estoy perdiendo la capacidad de disfrutar el momento y punto. O a lo mejor es que ya no me apetece disfrutar el momento sino también el antes y el después. Aborrezco la sensación que me dejan las relaciones en que falta sentimiento. Antes no me pasaba. Pero supongo que ya he tenido suficiente. Sin embargo, ante la posibilidad de sentir y no ser correspondida, me decanto por no sentir. Así no se sufre. Puede que se disfrute menos pero reconozco haber perdido la fe en encontrar una respuesta valiente y sin medida. Que es lo que me hace falta.
Y pasa el tiempo. Si, como espero, vuelvo al trabajo no habrá sitio para tonterías. O sea, para hombres. Así que, como le decía a mi compa, ya me veo como una jefilla solterona que trabajaba en mi anterior periódico. Corte profesora, vestida de Adolfo Domínguez (tan masculino para las mujeres...), pensando que está divina de la muerte porque se gasta pasta en ropa de señora de marca. Y más sola que la una. Ésta vive para trabajar. Tampoco tiene más opciones. Yo quiero trabajar, es lo que más me importa, pero quiero seguir teniendo opciones. El caso es que sigo teniendo la sensación, cuando me implico "algo", de que estoy echando margaritas a los cerdos.
Y ahora no sé quién se equivoca, si ellos o yo. O todos.
Pero, en fin, Carol, que me dais una envidia que no puedo con ella. Os dure lo que os dure.
¡Cachis!
A lo mejor es cuestión de edad. Ellos están en la veintena, una edad hermosa, llena de fe y de sentimientos a flor de piel. Los de mi quinta ya estamos tan resabiados que da asco. Pero, insisto, me dan envidia. Se equivoquen o no, viven su momento con intensidad, con pasión, sin temor. Sobre todo sin temor.
El temor en las relaciones es algo que preside las mías. No sé si porque veo a los hombres tan absolutamente caguetas a la hora de sentir que, por si las moscas, ya me ocupo yo de no implicarme. Así tengo mi lucha a muerte. ¿Me implico? ¿No me implico? ¿Sufrir? ¿No sufrir? Y con esto estoy haciendo lo que más critico: convertirme en un hombre.
En cuanto el individuo en cuestión me empieza a gustar más de la cuenta ya me invade el pánico. A la mínima señal de desidia por parte del otro, mi impulso es salir corriendo. O sea, igualita que un tío. Una parte de mí quiere apostar y la otra, la más experta, dice que las posibilidades son escasas y repite: ¡Huye!
Digo que busco un valiente y me estoy convirtiendo en una cobarde. Una cobarde pragmática, eso sí. Procuro por todos los medios buscar un sustituto que borre el anterior sentimiento. Un clavo saca otro clavo. Y como parto de que, en cualquier caso, todo será un fraude, siguen defraudándome.
Estoy perdiendo la capacidad de disfrutar el momento y punto. O a lo mejor es que ya no me apetece disfrutar el momento sino también el antes y el después. Aborrezco la sensación que me dejan las relaciones en que falta sentimiento. Antes no me pasaba. Pero supongo que ya he tenido suficiente. Sin embargo, ante la posibilidad de sentir y no ser correspondida, me decanto por no sentir. Así no se sufre. Puede que se disfrute menos pero reconozco haber perdido la fe en encontrar una respuesta valiente y sin medida. Que es lo que me hace falta.
Y pasa el tiempo. Si, como espero, vuelvo al trabajo no habrá sitio para tonterías. O sea, para hombres. Así que, como le decía a mi compa, ya me veo como una jefilla solterona que trabajaba en mi anterior periódico. Corte profesora, vestida de Adolfo Domínguez (tan masculino para las mujeres...), pensando que está divina de la muerte porque se gasta pasta en ropa de señora de marca. Y más sola que la una. Ésta vive para trabajar. Tampoco tiene más opciones. Yo quiero trabajar, es lo que más me importa, pero quiero seguir teniendo opciones. El caso es que sigo teniendo la sensación, cuando me implico "algo", de que estoy echando margaritas a los cerdos.
Y ahora no sé quién se equivoca, si ellos o yo. O todos.
Pero, en fin, Carol, que me dais una envidia que no puedo con ella. Os dure lo que os dure.
¡Cachis!
miércoles, julio 26, 2006
Pesadillas
Me he pasado la noche sufriendo. Nada nuevo, soy la mujer de las pesadillas. Hace muchos años que me acosan pero muchas veces no las recuerdo.
Descubrí que eran mis compañeras hará 14 años. Mi ex pareja me decía por las mañanas: "Eres un alma atormentada". A mí me sorprendía mucho pero no sabía de qué me hablaba. Me levantaba deslomada, más cansada y dolorida que cuando me acostaba pero desconocía el motivo. Rara vez podía despertarme. Así que, en mi vida cotidiana, estaba fatigada, muy nerviosa y ansiosa sin conocer el motivo.
Ahora se escalan más o me entero menos. Pero a estas horas estoy presa de la ansiedad que unos rumanos me han provocado metidos en mi coche, la proverbial bronca que me monto con mi madre últimamente cada vez que me acuesto y la necesidad de explicar que ésta es "mi" cama (en casa de mi madre, cosa que no me gusta ni pizca, yo soy de las que no vuelve al nido si puede evitarlo).
Desde que tengo uso de razón, la violencia ha estado cerca de mí. Afortunadamente, ya no es así, me he apartado de ella como de la peste. Sin embargo, las heridas de la infancia y juventud no se borran así como así. Creo que nunca desaparecen. Ya raramente ocurre pero, hace unos años, gritaba con voz infantil llamando a "mamá", presa del pánico.
Solía pensar que la última etapa de mi vida era una pesadilla y que algún día despertaría también. Pero pasaba (o pasa...) el tiempo y no recupero la consciencia ni mi vida "normal". No acabo de encontrar la paz, que es todo y nada menos, a lo que aspiro. No conmigo misma, ésa la tengo. Pero con el mundo está más difícil.
En ocasiones, parece que seguir adelante es una carrera de obstáculos sin objeto. Claro que siempre aparece algo que nos motiva pero cuando corres durante mucho tiempo, como es mi caso, resulta agotador.
Hace unos días, alguien que me conoce hace muy poco hizo lo que acostumbra a hacer la mayoría de la gente con poca vista y mucha osadía: ponerme una etiqueta. No debería importarme, en realidad no me importa. Pero mi naturaleza rebelde está cansada de escuchar a personas _que nada saben de mí más que lo que me da la gana de proyectar_ que saben quién soy y, claro, nunca salgo muy bien parada.
La última tontería que me han dicho es que soy una gran actriz ¡Ja! Ésta es buena porque nadie había tenido tanta presunción nunca. Hasta se ofreció a enviarme un perfil psicológico. Mi compañero de piso y yo se lo pedimos con fruición, para poder reírnos a gusto, pero parece que no nos lo va a mandar...
Éste es de los que, sin saber absolutamente nada de ti y conociéndote de fiesta, te dice que te caló al segundo día. Probablemente porque hay cosas de ti que le hacen sentirse amenazado (a través de alguien que le importa...) y porque tiene poquita vista. Si algo me dice la experiencia, es que las personas tenemos muchas caras. No necesariamente falsas. Simplemente, en función de las personas y las circunstancias muestro la que considero oportuno... o me da la gana. Así que son poquitos aquellos que conocen mi parte más tierna (por mi propio bien) o mi papel de madre y no de chica divertida y ruidosa. No es una careta pero sólo es una de las caras de esta moneda poliédrica en que la vida nos va convirtiendo.
A veces creo que mi principal pesadilla es que la gente que no ve más allá de sus narices tenga la osadía de afirmar que me conoce. Que las personas que me interesan, no me vean. Que me juzguen sólo por las apariencias. Que me haya convertido en una experta en esconder el corazón para no salir malherida.
Y la peor de todas descubrir que, escondiendo mis sentimientos y mi esencia, estoy haciendo lo correcto.
Así funciona el carnaval de la vida.
Descubrí que eran mis compañeras hará 14 años. Mi ex pareja me decía por las mañanas: "Eres un alma atormentada". A mí me sorprendía mucho pero no sabía de qué me hablaba. Me levantaba deslomada, más cansada y dolorida que cuando me acostaba pero desconocía el motivo. Rara vez podía despertarme. Así que, en mi vida cotidiana, estaba fatigada, muy nerviosa y ansiosa sin conocer el motivo.
Ahora se escalan más o me entero menos. Pero a estas horas estoy presa de la ansiedad que unos rumanos me han provocado metidos en mi coche, la proverbial bronca que me monto con mi madre últimamente cada vez que me acuesto y la necesidad de explicar que ésta es "mi" cama (en casa de mi madre, cosa que no me gusta ni pizca, yo soy de las que no vuelve al nido si puede evitarlo).
Desde que tengo uso de razón, la violencia ha estado cerca de mí. Afortunadamente, ya no es así, me he apartado de ella como de la peste. Sin embargo, las heridas de la infancia y juventud no se borran así como así. Creo que nunca desaparecen. Ya raramente ocurre pero, hace unos años, gritaba con voz infantil llamando a "mamá", presa del pánico.
Solía pensar que la última etapa de mi vida era una pesadilla y que algún día despertaría también. Pero pasaba (o pasa...) el tiempo y no recupero la consciencia ni mi vida "normal". No acabo de encontrar la paz, que es todo y nada menos, a lo que aspiro. No conmigo misma, ésa la tengo. Pero con el mundo está más difícil.
En ocasiones, parece que seguir adelante es una carrera de obstáculos sin objeto. Claro que siempre aparece algo que nos motiva pero cuando corres durante mucho tiempo, como es mi caso, resulta agotador.
Hace unos días, alguien que me conoce hace muy poco hizo lo que acostumbra a hacer la mayoría de la gente con poca vista y mucha osadía: ponerme una etiqueta. No debería importarme, en realidad no me importa. Pero mi naturaleza rebelde está cansada de escuchar a personas _que nada saben de mí más que lo que me da la gana de proyectar_ que saben quién soy y, claro, nunca salgo muy bien parada.
La última tontería que me han dicho es que soy una gran actriz ¡Ja! Ésta es buena porque nadie había tenido tanta presunción nunca. Hasta se ofreció a enviarme un perfil psicológico. Mi compañero de piso y yo se lo pedimos con fruición, para poder reírnos a gusto, pero parece que no nos lo va a mandar...
Éste es de los que, sin saber absolutamente nada de ti y conociéndote de fiesta, te dice que te caló al segundo día. Probablemente porque hay cosas de ti que le hacen sentirse amenazado (a través de alguien que le importa...) y porque tiene poquita vista. Si algo me dice la experiencia, es que las personas tenemos muchas caras. No necesariamente falsas. Simplemente, en función de las personas y las circunstancias muestro la que considero oportuno... o me da la gana. Así que son poquitos aquellos que conocen mi parte más tierna (por mi propio bien) o mi papel de madre y no de chica divertida y ruidosa. No es una careta pero sólo es una de las caras de esta moneda poliédrica en que la vida nos va convirtiendo.
A veces creo que mi principal pesadilla es que la gente que no ve más allá de sus narices tenga la osadía de afirmar que me conoce. Que las personas que me interesan, no me vean. Que me juzguen sólo por las apariencias. Que me haya convertido en una experta en esconder el corazón para no salir malherida.
Y la peor de todas descubrir que, escondiendo mis sentimientos y mi esencia, estoy haciendo lo correcto.
Así funciona el carnaval de la vida.
lunes, julio 24, 2006
Asignatura obligatoria
Nadie nos educa para enfrentarnos con la muerte. Siempre he tenido la sensación de que Occidente está a años luz de esas culturas como la asiática o la india en las que la muerte es sólo una parte más de la vida.
Nosotros lo vemos, lo sentimos y lo transmitimos como la peor de las desgracias. Curiosamente, no hay ninguna asignatura que nos prepare para la única prueba que, con toda seguridad, hemos de pasar tanto nosotros mismos como nuestros seres queridos. Así que, cuando llega, nos quedamos atónitos, sin capacidad de reacción. Hacemos lo que se espera de nosotros de forma casi mecánica. Nos rebelamos, lloramos, nos negamos a aceptarla, nos enfadamos... Y nos sentimos perdidos.
Yo envidio esas civilizaciones en que las que las personas se dirigen a la muerte con serenidad, como algo que tiene que ocurrir, como algo natural. Pero aquí nadie nos enseña. Aprendemos sobre la marcha, como si fuese la ley de la calle. Y claro, la lección no siempre se asimila correctamente.
La primera muerte de alguien cercano es, de entrada, la más traumática, aunque no necesariamente la más importante. A esto no te acostumbras nunca. No sabes qué sientes, ni cómo continuar luego. Deseamos entrar en un estadio de duelo casi forzoso porque es lo que hemos visto hacer durante miles de años. Intentar superarlo cuanto antes nos parece una falta de respeto hacia el ser que se nos fue. Así que nos pasamos en estado de shock todo el espectáculo del funeral, velorio y demás. Después, cuando todos se van, cuando se colocan las flores y decides qué haces con las cintas de las coronas, cuando finaliza la sordidez del entierro y recoges sus objetos personales, te quedas solo con tus recuerdos. Y con la ausencia.
Cada uno tiene su modo de vivir esa pérdida. Yo soy de las que piensa que el dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. A mí no me gusta olvidar a quien amo ni convertirlo en un tema tabú. Para mí, continuar la fiesta de la vida es una obligación debida a los que ya no pueden hacerlo. Nadie a quien yo quiera o que me quiera a mí podría desear otra cosa.
Guardo celosamente mis recuerdos pero no me regodeo en ellos. Procuro conservar lo bello y hacer de lo malo una página pasada. Me gusta hablar de los que se fueron con alegría, contar sus manías, tratar de entender sus errores. Me encanta pronunciar sus nombres sin temblores ni palabras prohibidas.
Cuando perdí a mi padre hice las vacaciones que tenía proyectadas. Cuando se fueron mis hermanos me hice mi propio espacio obligatorio para todos los que tenemos la suerte de seguir vivos, jóvenes y sanos. Todos ellos me enseñaron que cada oportunidad de sonreír es única. Que una copa de vino con buenos amigos es el cielo.
Que hacer el amor con amor es el paraíso. Que hacer felices a mis niños, el nirvana.
Y mi homenaje para ellos es seguir viva, muy viva. Disfrutar de todo lo que la vida me ofrece _que sea lo que sea, hasta lo más nímio, es mucho_ porque tengo esa fortuna y, donde quiera que estén, seguro que me aconsejarían que lo hiciese. No dedico al dolor más que su lugar justo. Su momento justo y necesario. Y luego continúo. Sin olvidar, sin rebelarme, aprendiendo siempre. Con nostalgia pero sin resquemor.
Y espero y deseo que, el día que yo me vaya, mis hijos y todos los que me hayan querido hagan lo mismo por mí. Que se rían, que disfruten, que me conviertan en un recuerdo amable y alegre. Porque mis muertos y yo no somos cuerpos vacíos. Somos almas en libertad. Hemos venido a crecer y lo hacemos. No somos la cáscara que abandonamos. Somos ese guiño que un día nos hicimos en el pasado, esas pequeñas manías que hemos dejado en herencia, ese trozo de vida que sigue flotando porque yo creo firmemente que, como dicen los científicos, la energía no se destruye, se transforma.
Así que yo he decidido transformar todas esas pruebas en energía vital. Que ese dolor se convierta en fuerza, que esa pérdida sea el mejor recordatorio del amor. Que quienes se fueron me recuerden, una y otra vez, que tengo la obligación de seguir adelante porque tengo el privilegio de estar viva.
Y así, a través de mí, ellos viven también. O eso me gusta pensar.
Nosotros lo vemos, lo sentimos y lo transmitimos como la peor de las desgracias. Curiosamente, no hay ninguna asignatura que nos prepare para la única prueba que, con toda seguridad, hemos de pasar tanto nosotros mismos como nuestros seres queridos. Así que, cuando llega, nos quedamos atónitos, sin capacidad de reacción. Hacemos lo que se espera de nosotros de forma casi mecánica. Nos rebelamos, lloramos, nos negamos a aceptarla, nos enfadamos... Y nos sentimos perdidos.
Yo envidio esas civilizaciones en que las que las personas se dirigen a la muerte con serenidad, como algo que tiene que ocurrir, como algo natural. Pero aquí nadie nos enseña. Aprendemos sobre la marcha, como si fuese la ley de la calle. Y claro, la lección no siempre se asimila correctamente.
La primera muerte de alguien cercano es, de entrada, la más traumática, aunque no necesariamente la más importante. A esto no te acostumbras nunca. No sabes qué sientes, ni cómo continuar luego. Deseamos entrar en un estadio de duelo casi forzoso porque es lo que hemos visto hacer durante miles de años. Intentar superarlo cuanto antes nos parece una falta de respeto hacia el ser que se nos fue. Así que nos pasamos en estado de shock todo el espectáculo del funeral, velorio y demás. Después, cuando todos se van, cuando se colocan las flores y decides qué haces con las cintas de las coronas, cuando finaliza la sordidez del entierro y recoges sus objetos personales, te quedas solo con tus recuerdos. Y con la ausencia.
Cada uno tiene su modo de vivir esa pérdida. Yo soy de las que piensa que el dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. A mí no me gusta olvidar a quien amo ni convertirlo en un tema tabú. Para mí, continuar la fiesta de la vida es una obligación debida a los que ya no pueden hacerlo. Nadie a quien yo quiera o que me quiera a mí podría desear otra cosa.
Guardo celosamente mis recuerdos pero no me regodeo en ellos. Procuro conservar lo bello y hacer de lo malo una página pasada. Me gusta hablar de los que se fueron con alegría, contar sus manías, tratar de entender sus errores. Me encanta pronunciar sus nombres sin temblores ni palabras prohibidas.
Cuando perdí a mi padre hice las vacaciones que tenía proyectadas. Cuando se fueron mis hermanos me hice mi propio espacio obligatorio para todos los que tenemos la suerte de seguir vivos, jóvenes y sanos. Todos ellos me enseñaron que cada oportunidad de sonreír es única. Que una copa de vino con buenos amigos es el cielo.
Que hacer el amor con amor es el paraíso. Que hacer felices a mis niños, el nirvana.
Y mi homenaje para ellos es seguir viva, muy viva. Disfrutar de todo lo que la vida me ofrece _que sea lo que sea, hasta lo más nímio, es mucho_ porque tengo esa fortuna y, donde quiera que estén, seguro que me aconsejarían que lo hiciese. No dedico al dolor más que su lugar justo. Su momento justo y necesario. Y luego continúo. Sin olvidar, sin rebelarme, aprendiendo siempre. Con nostalgia pero sin resquemor.
Y espero y deseo que, el día que yo me vaya, mis hijos y todos los que me hayan querido hagan lo mismo por mí. Que se rían, que disfruten, que me conviertan en un recuerdo amable y alegre. Porque mis muertos y yo no somos cuerpos vacíos. Somos almas en libertad. Hemos venido a crecer y lo hacemos. No somos la cáscara que abandonamos. Somos ese guiño que un día nos hicimos en el pasado, esas pequeñas manías que hemos dejado en herencia, ese trozo de vida que sigue flotando porque yo creo firmemente que, como dicen los científicos, la energía no se destruye, se transforma.
Así que yo he decidido transformar todas esas pruebas en energía vital. Que ese dolor se convierta en fuerza, que esa pérdida sea el mejor recordatorio del amor. Que quienes se fueron me recuerden, una y otra vez, que tengo la obligación de seguir adelante porque tengo el privilegio de estar viva.
Y así, a través de mí, ellos viven también. O eso me gusta pensar.
domingo, julio 23, 2006
Tigresas y rayas
Me ha sorprendido mucho la reacción de mi blog en algunas personas. Yo pretendía huir de la sensiblería y el aspecto más sentimental de mi personalidad. Realmente se me da mejor escribir estas cosas que expresarlas en público. De hecho, tengo una imagen de chulita que no puedo con ella... Aunque sólo para los conocidos.
A poquito que se me trate ya se ve dónde tengo el punto flaco. Soy una sentimental, que me reblandezco más que una galleta en leche por una muestra de cariño (no indiscriminada, ojo). No puedo soportar que me abracen cuando pasa algo grave porque me deshago. Vamos, que estoy resistiendo como una jabata no sé cuánto, haciendo de tripas corazón y un abrazo de oso me destroza la armadura y me puedo poner a moquear como una loca. ¡Con la subsiguiente vergüenza que eso produce en los que tenemos una imagen que mantener!
Tuve una época de mi vida en que no podía ver el telediario. ¿Por qué? Porque me resulta imposible pasar de casi nada. Así que si hay asesinatos, terrorismo, políticos corruptos y todo eso tan bonito que sale en la caja tonta o me pongo que echo chispas o me disgusto muchísimo. Cuando hay noticias agradables y conmovedoras también, claro. No soy una morbosa. Al menos, no en este terreno.
Siempre recordaré cómo me puse a llorar como una loca cuando liberaron al funcionario de prisiones secuestrado por ETA, Ortega Lara. Lloraba de pura alegría porque siempre tuve claro que le iban a dejar morir. Porque no valía dinero y el coste político no se podía pagar. Así que cuando me enteré que lo habían encontrado no cabía en mí de gozo. Era el primer día de mis vacaciones. Me fui a Egipto y cuando volví me encontré con todo el drama de Miguel Ángel Blanco ya terminado. Me sentí hasta mal conmigo misma por no haber estado aquí para echarme a la calle, para rezar por él, para acompañar en el dolor de su muerte que era la muerte de la libertad de todas las personas de bien.
Otra de las cosas que más me emocionan son las familias unidas. No fue mi caso, yo provengo de un entorno muy complejo y tampoco cumplí el sueño de que me saliera bien mi proyecto de vida de papi, mami y sus increíbles hijos. Ahora estamos la increíble mami, el INCREÍBLE e iluminado papi y, eso sí, mis increíbles niños. Qué se le va a hacer. Al menos no oyen bronca en casa y su entorno es estable. Al menos el que yo les proporciono. Del otro lado prefiero no opinar.
Algo que me conmueve muchísimo son las personas que son capaces de verme. No son muchas pero quien me ve, lo hace de manera diáfana, mejor que yo misma. Y me cuentan cosas de mí que yo desconocía ¡Algunas hasta son buenas! Así que cuando me castigo con mi autocrítica (he mejorado mucho pero siempre he sido muy exigente conmigo misma) tengo alguna voz amiga y con criterio que me devuelve a la tierra para lo bueno y para lo malo.
También pienso con frecuencia en mi padre. No quiero hablar aún de él (ya sabéis demasiadas cositas de mí). Le conocí muy tarde. Me refiero a su interior, a sus posibilidades como ser humano y como progenitor. Siempre estuvo en su nube, con sus crucigramas, abstraído de nosotros, su fuente de gastos. La juventud y las informaciones sesgadas me pusieron en su contra muchos años. Luego pasa la vida, pasa, pasa y te enseña nuevos prismas a través de los cuales mirar. Con los años juzgas menos, estudias más, observas más, analizas demasiado (ésa soy yo...). He descubierto muchos parecidos entre nosotros dos que no suponía siquiera. Lástima que él no haya podido. O tal vez sí y no tengo oportunidad de saberlo.
Me rompe todos los esquemas el que alguien pueda llegar a un mensaje hacia ninguna parte como era mi felicitación a mi hermano Jaime. Se me saltaron las lágrimas cuando todos le felicitásteis también. No fui una gran hermana, no lo soy ahora tampoco. Era la primera vez que le ponía palabras a su marcha y a su vida. Por primera vez recordé con detalle cosas que se habían borrado por los malos momentos. Y le volví a ver tan joven, tan lleno de vida como debería haberse mantenido siempre. Me alegro de haber podido transmitir eso. Yo escribo del tirón, sin hacer croquis, sin corregir, sin cambiar párrafos. Sale a borbotones, como todas las heridas abiertas. Pero no me desangro ya. Crezco, me depuro y me alivio.
Soy tan extraña e impredecible como la vida misma. Debe ser por eso que todos me dicen que soy camaleónica. No es eso. Soy una superviviente. Y cada vez me adapto más al medio. Pero no cambio de color. Las tigresas no podemos borrar nuestras rayas.
Pero sí limar las uñas. Lo intento cada día. Pero dejo un poquito de punta ¿eh? Tengo una reputación que mantener... Después de todo, me chifla ser una chica mala.
O parecerlo
A poquito que se me trate ya se ve dónde tengo el punto flaco. Soy una sentimental, que me reblandezco más que una galleta en leche por una muestra de cariño (no indiscriminada, ojo). No puedo soportar que me abracen cuando pasa algo grave porque me deshago. Vamos, que estoy resistiendo como una jabata no sé cuánto, haciendo de tripas corazón y un abrazo de oso me destroza la armadura y me puedo poner a moquear como una loca. ¡Con la subsiguiente vergüenza que eso produce en los que tenemos una imagen que mantener!
Tuve una época de mi vida en que no podía ver el telediario. ¿Por qué? Porque me resulta imposible pasar de casi nada. Así que si hay asesinatos, terrorismo, políticos corruptos y todo eso tan bonito que sale en la caja tonta o me pongo que echo chispas o me disgusto muchísimo. Cuando hay noticias agradables y conmovedoras también, claro. No soy una morbosa. Al menos, no en este terreno.
Siempre recordaré cómo me puse a llorar como una loca cuando liberaron al funcionario de prisiones secuestrado por ETA, Ortega Lara. Lloraba de pura alegría porque siempre tuve claro que le iban a dejar morir. Porque no valía dinero y el coste político no se podía pagar. Así que cuando me enteré que lo habían encontrado no cabía en mí de gozo. Era el primer día de mis vacaciones. Me fui a Egipto y cuando volví me encontré con todo el drama de Miguel Ángel Blanco ya terminado. Me sentí hasta mal conmigo misma por no haber estado aquí para echarme a la calle, para rezar por él, para acompañar en el dolor de su muerte que era la muerte de la libertad de todas las personas de bien.
Otra de las cosas que más me emocionan son las familias unidas. No fue mi caso, yo provengo de un entorno muy complejo y tampoco cumplí el sueño de que me saliera bien mi proyecto de vida de papi, mami y sus increíbles hijos. Ahora estamos la increíble mami, el INCREÍBLE e iluminado papi y, eso sí, mis increíbles niños. Qué se le va a hacer. Al menos no oyen bronca en casa y su entorno es estable. Al menos el que yo les proporciono. Del otro lado prefiero no opinar.
Algo que me conmueve muchísimo son las personas que son capaces de verme. No son muchas pero quien me ve, lo hace de manera diáfana, mejor que yo misma. Y me cuentan cosas de mí que yo desconocía ¡Algunas hasta son buenas! Así que cuando me castigo con mi autocrítica (he mejorado mucho pero siempre he sido muy exigente conmigo misma) tengo alguna voz amiga y con criterio que me devuelve a la tierra para lo bueno y para lo malo.
También pienso con frecuencia en mi padre. No quiero hablar aún de él (ya sabéis demasiadas cositas de mí). Le conocí muy tarde. Me refiero a su interior, a sus posibilidades como ser humano y como progenitor. Siempre estuvo en su nube, con sus crucigramas, abstraído de nosotros, su fuente de gastos. La juventud y las informaciones sesgadas me pusieron en su contra muchos años. Luego pasa la vida, pasa, pasa y te enseña nuevos prismas a través de los cuales mirar. Con los años juzgas menos, estudias más, observas más, analizas demasiado (ésa soy yo...). He descubierto muchos parecidos entre nosotros dos que no suponía siquiera. Lástima que él no haya podido. O tal vez sí y no tengo oportunidad de saberlo.
Me rompe todos los esquemas el que alguien pueda llegar a un mensaje hacia ninguna parte como era mi felicitación a mi hermano Jaime. Se me saltaron las lágrimas cuando todos le felicitásteis también. No fui una gran hermana, no lo soy ahora tampoco. Era la primera vez que le ponía palabras a su marcha y a su vida. Por primera vez recordé con detalle cosas que se habían borrado por los malos momentos. Y le volví a ver tan joven, tan lleno de vida como debería haberse mantenido siempre. Me alegro de haber podido transmitir eso. Yo escribo del tirón, sin hacer croquis, sin corregir, sin cambiar párrafos. Sale a borbotones, como todas las heridas abiertas. Pero no me desangro ya. Crezco, me depuro y me alivio.
Soy tan extraña e impredecible como la vida misma. Debe ser por eso que todos me dicen que soy camaleónica. No es eso. Soy una superviviente. Y cada vez me adapto más al medio. Pero no cambio de color. Las tigresas no podemos borrar nuestras rayas.
Pero sí limar las uñas. Lo intento cada día. Pero dejo un poquito de punta ¿eh? Tengo una reputación que mantener... Después de todo, me chifla ser una chica mala.
O parecerlo
viernes, julio 21, 2006
Vuelta al mercado
Esto de ser analista de mercados es muy duro. Sí, eso, como suena. Vamos, que me paso los ratos de tertulia estudiando cómo se mueve el "ganado" femenino y masculino a ver si aprendo algo o, por lo menos, llego a entenderlo.
Pasa que cuando eres treintañera y recuperas la libertad te encuentras como si hubieses estado hibernando en una cápsula lunar. ¡Pof! Te despiertas, sales a la calle y resulta que los rituales de cortejo y/o apareamiento han cambiado radicalmente desde que eras una tierna veinteñera que paseaba su palmito por las discotecas de la ciudad.
Como diría mi madre, eso eran otros tiempos. Cuando tenía 18 y 19 años la cosa estaba facilísima. Hacías una ruta de locales, te entraban catorce mil guapos y feos mozos, tonteabas con los majos y ponías cara de perro a los otros, luego disco y todo el flirteo y tal. Hay que decir que en mis 18 ya habían eliminado el lento de la nocturnidad. Sigo considerando que es un pecado.
Con lo apañado que era eso de agarrarte a un chico mono y dar vueltas y aprovechar para quedar y tal... ¿Y decirles que no? Venga a decir que no hasta que te daba la gana de elegir a una víctima... El prestigio de una se medía por el número de jóvenes galanes que te pedían un bailecito... Pues de todo eso ya me tuve que olvidar a los 18. Así es la vida.
Después, los pobres ya tenían que venir pegando gritos en plan ocurrente o invitarte a una copa para ver si se podía hacer algo. De todos modos, los felices 80 daban mucho de sí así que, lo dicho, tuve mi época dorada en que me conocía toda la discoteca y podía irme hasta sola de marcha que ya encontraría amiguetes por ahí.
Después de varios intentos fallidos, te echas novio formal, te casas, nuevo intento fallido y te separas. Y entonces, toca la vuelta al ruedo.
En primer lugar empiezan las dudas: veamos, fulanito me gusta para algo más que para irme a la cama. Parece que yo a él también. ¿Si me ataca qué hago? ¿Nos damos un besito y me hago la estrecha para que no me tome por un rollo de una noche? ¿Y si resulta que se cree que soy mema haciéndome la revirginizada con treintaytantos y dos críos?
En segundo término está la opción B. Vale, me acuesto con´él y se presupone que me va la marcha y que aquí no ha pasado nada. O mejor, simplemente que no ha pasado nada porque, para mí, que me vaya la marcha es una gran virtud y ellos pueden presuponer lo que les parezca. Las cosas como son.
La cuestión es la siguiente: con mi vuelta al mercado los códigos han cambiado de tal modo que los de mi quinta nos hemos convertido en la Generación X. O sea, que está pero que muy mal visto por ambos bandos reconocer que se puede querer algo más que un rollo. Si se te ocurre señalar que te gustaría enamorarte y/o tener novio estás perdida. De hecho, estás perdida incluso sin decir nada de esto. Es ponerse un poco tierna y ya están los muchachos con el escudo antimimos.
Yo suelo dividir los treintañeros varones en varios grupos todos ellos complejos y bastante nocivos para un corazón en buen estado. Por una parte están los "tañeros enganchados de su ex". De estos hay que huir como de la peste. Se pasan el tiempo mirando al pasado aunque hayan roto ellos (los peores, con sus complejos de culpa y demás chorradas). Su película se reduce al discurso de no poder iniciar una relación
así les gustes más que a un tonto un lápiz. Nada de compromiso, viven aterrados por no haber sido capaces de centrarse en una verdadera relación a una edad más que prudente.
Otra modalidad son los que usan el eufemismo de ser "amigos con derecho a roce". La mentira del millón. De amigos nada, lo que implica esta expresión es que el muchacho puede llamarte cuando no tiene nada mejor que hacer y echarte un polvo. En cuanto deniegues el derecho a la fricción de las narices desaparecen como por arte de magia. Y no le vayas a llamar tú mucho, que se agobia. Ojito.
Están también los separados/divorciados. Aquí ya entran más factores. Hay que ver si está enganchado de la ex, de sus hijos, de sus padres o de todos al tiempo. Si encuentras uno que esté dispuesto a hacer con su vida lo que le dé la gana, te ha tocado la lotería. Y ya sabemos todos que la lotería no toca así como así.
Finalmente está el disfraz general. Aquí todos buscamos rollito, ninguno queremos compromiso, todos somos superliberales y no sentimos nada que no sea "amistad" por el otro. Todos preocupados de no hacer ver que nos gusta el otro más de la cuenta. En primer lugar, porque el temeroso de compromiso saldrá corriendo sólo de pensarlo y volverá a pasear con un montón de titis que les traen al pairo pero, eso sí, siguen siendo machos en libertad...
Luego están los de las rebajas. Aquí ya me voy un poco más adelante. Los cuarentones. Los cuarentones liberados son como chiquillos de vuelta a la excursión de fin de curso. Esto es, salir como chavales, ligar como chavales, alternar como chavales. ¡Hasta vestir como chavales! Salen al ruedo y empiezan las rebajas, como he dicho antes.
¿En qué consisten? Fácil, se va al mercado y, al principio, aparecen las buenas oportunidades. Claro, lo mejor es más caro pero, estos pobres chicos se creen que es como a los 18 que tienes toda la vida por delante. Y va a ser que no. Entonces pasa el tiempo, las buenas oportunidades se cuentan con los dedos de una mano (los que las tienen) y ellos siguen esperando al final de temporada. Para cuando se deciden ya sólo quedan los saldos. Así que dejan pasar los caramelitos que nunca más se les acercarán y acaban cargando con una porquería de 3 eurillos, no porque les guste ni les sirva para nada sino porque se acabó el material y ellos ya no tendrán más tiempo para elegir. Eso sí, presumirán de lo apañados que son, que al menos se han podido hacer con algún chollo. Normalmente, el chollo lo acaban siendo ellos para algunas desaprensivas o chicas listas, según se mire.
O sea, que me falta por conocer un hombre normal, que quiera estar con una mujer que le guste, que no esté pensando en que le van a poner un anillo y que no se avergüence de sentir ni dé explicaciones a sus amiguitos. Siempre comparo la actitud actual con la que teníamos a los 16 añitos en el Instituto. Te gustaba fulanito, pues salíais juntos (un mes, dos, tres semanas, lo que fuera). Dejaba de gustarte fulanito y cortabas con él. A la semana ambos habíamos superado el drama y hasta se lo pasabas a alguna amiga o a la inversa. Y ya está. A disfrutar del gusanillo (como dice PJ) mientras dure.
¿Por qué ahora, en cuanto la cosa es algo más que puramente sexual, en vez de alegrarnos y disfrutarlo mientras dure empezamos a temer que nos echen el lazo? ¿De dónde procede esa presunción de que una va a querer un anillo o un compromiso más allá de estar con esa persona y pasarlo lo mejor posible? ¿Será la dichosa memoria genética? No lo sé.
Me temo que nos estamos haciendo cínicos. Que de tanto escondernos sólo vivimos relaciones a medio gas, no nos mostramos, no nos abrazamos tanto como quisiéramos, no nos acariciamos, no nos apoyamos. Y estamos solos.
Eso, sí, follamos como locos. Aunque se nos haya olvidado qué es hacer el amor.
Pasa que cuando eres treintañera y recuperas la libertad te encuentras como si hubieses estado hibernando en una cápsula lunar. ¡Pof! Te despiertas, sales a la calle y resulta que los rituales de cortejo y/o apareamiento han cambiado radicalmente desde que eras una tierna veinteñera que paseaba su palmito por las discotecas de la ciudad.
Como diría mi madre, eso eran otros tiempos. Cuando tenía 18 y 19 años la cosa estaba facilísima. Hacías una ruta de locales, te entraban catorce mil guapos y feos mozos, tonteabas con los majos y ponías cara de perro a los otros, luego disco y todo el flirteo y tal. Hay que decir que en mis 18 ya habían eliminado el lento de la nocturnidad. Sigo considerando que es un pecado.
Con lo apañado que era eso de agarrarte a un chico mono y dar vueltas y aprovechar para quedar y tal... ¿Y decirles que no? Venga a decir que no hasta que te daba la gana de elegir a una víctima... El prestigio de una se medía por el número de jóvenes galanes que te pedían un bailecito... Pues de todo eso ya me tuve que olvidar a los 18. Así es la vida.
Después, los pobres ya tenían que venir pegando gritos en plan ocurrente o invitarte a una copa para ver si se podía hacer algo. De todos modos, los felices 80 daban mucho de sí así que, lo dicho, tuve mi época dorada en que me conocía toda la discoteca y podía irme hasta sola de marcha que ya encontraría amiguetes por ahí.
Después de varios intentos fallidos, te echas novio formal, te casas, nuevo intento fallido y te separas. Y entonces, toca la vuelta al ruedo.
En primer lugar empiezan las dudas: veamos, fulanito me gusta para algo más que para irme a la cama. Parece que yo a él también. ¿Si me ataca qué hago? ¿Nos damos un besito y me hago la estrecha para que no me tome por un rollo de una noche? ¿Y si resulta que se cree que soy mema haciéndome la revirginizada con treintaytantos y dos críos?
En segundo término está la opción B. Vale, me acuesto con´él y se presupone que me va la marcha y que aquí no ha pasado nada. O mejor, simplemente que no ha pasado nada porque, para mí, que me vaya la marcha es una gran virtud y ellos pueden presuponer lo que les parezca. Las cosas como son.
La cuestión es la siguiente: con mi vuelta al mercado los códigos han cambiado de tal modo que los de mi quinta nos hemos convertido en la Generación X. O sea, que está pero que muy mal visto por ambos bandos reconocer que se puede querer algo más que un rollo. Si se te ocurre señalar que te gustaría enamorarte y/o tener novio estás perdida. De hecho, estás perdida incluso sin decir nada de esto. Es ponerse un poco tierna y ya están los muchachos con el escudo antimimos.
Yo suelo dividir los treintañeros varones en varios grupos todos ellos complejos y bastante nocivos para un corazón en buen estado. Por una parte están los "tañeros enganchados de su ex". De estos hay que huir como de la peste. Se pasan el tiempo mirando al pasado aunque hayan roto ellos (los peores, con sus complejos de culpa y demás chorradas). Su película se reduce al discurso de no poder iniciar una relación
así les gustes más que a un tonto un lápiz. Nada de compromiso, viven aterrados por no haber sido capaces de centrarse en una verdadera relación a una edad más que prudente.
Otra modalidad son los que usan el eufemismo de ser "amigos con derecho a roce". La mentira del millón. De amigos nada, lo que implica esta expresión es que el muchacho puede llamarte cuando no tiene nada mejor que hacer y echarte un polvo. En cuanto deniegues el derecho a la fricción de las narices desaparecen como por arte de magia. Y no le vayas a llamar tú mucho, que se agobia. Ojito.
Están también los separados/divorciados. Aquí ya entran más factores. Hay que ver si está enganchado de la ex, de sus hijos, de sus padres o de todos al tiempo. Si encuentras uno que esté dispuesto a hacer con su vida lo que le dé la gana, te ha tocado la lotería. Y ya sabemos todos que la lotería no toca así como así.
Finalmente está el disfraz general. Aquí todos buscamos rollito, ninguno queremos compromiso, todos somos superliberales y no sentimos nada que no sea "amistad" por el otro. Todos preocupados de no hacer ver que nos gusta el otro más de la cuenta. En primer lugar, porque el temeroso de compromiso saldrá corriendo sólo de pensarlo y volverá a pasear con un montón de titis que les traen al pairo pero, eso sí, siguen siendo machos en libertad...
Luego están los de las rebajas. Aquí ya me voy un poco más adelante. Los cuarentones. Los cuarentones liberados son como chiquillos de vuelta a la excursión de fin de curso. Esto es, salir como chavales, ligar como chavales, alternar como chavales. ¡Hasta vestir como chavales! Salen al ruedo y empiezan las rebajas, como he dicho antes.
¿En qué consisten? Fácil, se va al mercado y, al principio, aparecen las buenas oportunidades. Claro, lo mejor es más caro pero, estos pobres chicos se creen que es como a los 18 que tienes toda la vida por delante. Y va a ser que no. Entonces pasa el tiempo, las buenas oportunidades se cuentan con los dedos de una mano (los que las tienen) y ellos siguen esperando al final de temporada. Para cuando se deciden ya sólo quedan los saldos. Así que dejan pasar los caramelitos que nunca más se les acercarán y acaban cargando con una porquería de 3 eurillos, no porque les guste ni les sirva para nada sino porque se acabó el material y ellos ya no tendrán más tiempo para elegir. Eso sí, presumirán de lo apañados que son, que al menos se han podido hacer con algún chollo. Normalmente, el chollo lo acaban siendo ellos para algunas desaprensivas o chicas listas, según se mire.
O sea, que me falta por conocer un hombre normal, que quiera estar con una mujer que le guste, que no esté pensando en que le van a poner un anillo y que no se avergüence de sentir ni dé explicaciones a sus amiguitos. Siempre comparo la actitud actual con la que teníamos a los 16 añitos en el Instituto. Te gustaba fulanito, pues salíais juntos (un mes, dos, tres semanas, lo que fuera). Dejaba de gustarte fulanito y cortabas con él. A la semana ambos habíamos superado el drama y hasta se lo pasabas a alguna amiga o a la inversa. Y ya está. A disfrutar del gusanillo (como dice PJ) mientras dure.
¿Por qué ahora, en cuanto la cosa es algo más que puramente sexual, en vez de alegrarnos y disfrutarlo mientras dure empezamos a temer que nos echen el lazo? ¿De dónde procede esa presunción de que una va a querer un anillo o un compromiso más allá de estar con esa persona y pasarlo lo mejor posible? ¿Será la dichosa memoria genética? No lo sé.
Me temo que nos estamos haciendo cínicos. Que de tanto escondernos sólo vivimos relaciones a medio gas, no nos mostramos, no nos abrazamos tanto como quisiéramos, no nos acariciamos, no nos apoyamos. Y estamos solos.
Eso, sí, follamos como locos. Aunque se nos haya olvidado qué es hacer el amor.
jueves, julio 20, 2006
Horteradas
Una de las grandes ventajas de ser políticamente incorrecta es que puedes llegar a alardear de tu puntito hortera. Lo tenemos todos (sí, tú que me lees, también).
A mí me divierte reconocer lo bajo que caí el día que, con tanto exceso de tiempo libre, me enganché a Gran Hermano 6 (creo). Cuando comenzó la primera edición yo me jactaba, y era sincera, de no haberme podido tragar ni un sólo programa completo y de no conocer a toda aquella pandilla de frikys. Recuerdo que mi jefe en aquellos tiempos me miró y me dijo: "¿Pero tú en qué mundo vives?". Yo le contesté: "En el real, donde deberiáis estar todos vosotros". En ese momento, la redacción en pleno estaba enloquecida porque un tal Nacho dejaba la casa. Creo que ese día y el de las Torres Gemelas fue el que más emocionado y conmocionado estuvo el personal. Penoso, lo sé.
Pasó el tiempo y mi vida cambió. El año pasado vivía sola y, a veces, también me sentía así. En fin, que cuando te aburres como un hongo, estás más sola que la una y haces de la caja tonta tu compañera de fatigas nocturnas acabas viendo lo que sea. Sí, eso, lo que sea. O sea, que caí en las redes de Nicky, Bea y otras hierbas. Así que me relajaba mucho viendo tanta ordinariez junta, tantos problemas de convivencia de tres al cuarto y observar que se podía ser muchísimo más patética que yo. Es muy relajante, la verdad.
Y no sólamente eso. Siempre me ha encantado Operación Triunfo (sí ¿Qué pasa?). Es más, las noches solitarias son tan frecuentes y la programación es tan mala que me paso el día quejándome de que no haya empezado ya. Necesito un chute audiovisual para tener un poco de emoción siguiendo algún programita. Es que, para más desastre, soy incapaz de controlar la programación. O sea, que no sé ni cuándo ponen algo que me pueda gustar. Y me rechifla provocar a los hombres cada vez que Bisbal sale en la tele.
Es matemático. Estás tomando algo con un amigo, sale Bisbal en la tele y empiezan a decir: "¡Qué hortera es ese tío, qué paleto, qué corto!". Indefectiblemente, miro la pantalla, me sonrío y contesto tranquilamente: "Pues yo me lo follaría". ¡Ja! No veas la de "argumentos" profundos que se ponen a esgrimir. Que si para las niñatas _a lo que yo respondo que puedo darle una larga lista de treintañeras que harían lo mismito que yo propongo_; que si es un paleto _mi respuesta: "Hablo de tirármelo, no de hablar con él de política"_; que si el pelo _"No te preocupes yo se lo corto. Y con colita está remono" y todo así.
Claro, si yo digo que la Roser ésa tiene cara de caballo soy una envidiosa porque, obviamente, tiene un cuerpo de muerte. Pero si un fenómeno de masas (reconozco que aderezado a los gustos de ultramar con los cuales discrepo) nos gusta a las nenas somos una pandilla de horteras. O sea, lo que nos gusta a muchos es una horterada. Si digo que me pone Pavarotti porque canta bien y tiene pasta, soy una enferma. Y Carmen Electra es de goma y todos las prefieren naturales y con el pecho caído. Pero eso sí, como salga alguna correteando por la playa con las boyas al viento, se terminó la conversación. Casi como si fueran al fútbol.
Y heme aquí, hermoso día de verano, contando las horas para que empiece OT y morirme de envidia viendo cómo alguna gente puede hacer realidad sus sueños aunque sea sólo una temporada. Y cabrearme viendo la peña que apoya a la negada ésa de Idaira que desafina hasta hablando. Y emocionarme cuando cantan mejor que algunos de los intérpretes originales. Y tomarme unas birras con mis amigos mientras ponemos a parir a éste o aquel de GH como si nos fuera la vida en ello. Y saber que el jueves tengo la noche asegurada diciendo chorradas.
Es que una es así. Muy espabilada para algunas cosas y una pedazo de hortera para otras. Y me gusta. No se puede ser perfecto ininterrumpidamente. ¿No?
Por cierto, ¿Alguien sabe cuando empieza Operación Triunfo, por Diooossss??
A mí me divierte reconocer lo bajo que caí el día que, con tanto exceso de tiempo libre, me enganché a Gran Hermano 6 (creo). Cuando comenzó la primera edición yo me jactaba, y era sincera, de no haberme podido tragar ni un sólo programa completo y de no conocer a toda aquella pandilla de frikys. Recuerdo que mi jefe en aquellos tiempos me miró y me dijo: "¿Pero tú en qué mundo vives?". Yo le contesté: "En el real, donde deberiáis estar todos vosotros". En ese momento, la redacción en pleno estaba enloquecida porque un tal Nacho dejaba la casa. Creo que ese día y el de las Torres Gemelas fue el que más emocionado y conmocionado estuvo el personal. Penoso, lo sé.
Pasó el tiempo y mi vida cambió. El año pasado vivía sola y, a veces, también me sentía así. En fin, que cuando te aburres como un hongo, estás más sola que la una y haces de la caja tonta tu compañera de fatigas nocturnas acabas viendo lo que sea. Sí, eso, lo que sea. O sea, que caí en las redes de Nicky, Bea y otras hierbas. Así que me relajaba mucho viendo tanta ordinariez junta, tantos problemas de convivencia de tres al cuarto y observar que se podía ser muchísimo más patética que yo. Es muy relajante, la verdad.
Y no sólamente eso. Siempre me ha encantado Operación Triunfo (sí ¿Qué pasa?). Es más, las noches solitarias son tan frecuentes y la programación es tan mala que me paso el día quejándome de que no haya empezado ya. Necesito un chute audiovisual para tener un poco de emoción siguiendo algún programita. Es que, para más desastre, soy incapaz de controlar la programación. O sea, que no sé ni cuándo ponen algo que me pueda gustar. Y me rechifla provocar a los hombres cada vez que Bisbal sale en la tele.
Es matemático. Estás tomando algo con un amigo, sale Bisbal en la tele y empiezan a decir: "¡Qué hortera es ese tío, qué paleto, qué corto!". Indefectiblemente, miro la pantalla, me sonrío y contesto tranquilamente: "Pues yo me lo follaría". ¡Ja! No veas la de "argumentos" profundos que se ponen a esgrimir. Que si para las niñatas _a lo que yo respondo que puedo darle una larga lista de treintañeras que harían lo mismito que yo propongo_; que si es un paleto _mi respuesta: "Hablo de tirármelo, no de hablar con él de política"_; que si el pelo _"No te preocupes yo se lo corto. Y con colita está remono" y todo así.
Claro, si yo digo que la Roser ésa tiene cara de caballo soy una envidiosa porque, obviamente, tiene un cuerpo de muerte. Pero si un fenómeno de masas (reconozco que aderezado a los gustos de ultramar con los cuales discrepo) nos gusta a las nenas somos una pandilla de horteras. O sea, lo que nos gusta a muchos es una horterada. Si digo que me pone Pavarotti porque canta bien y tiene pasta, soy una enferma. Y Carmen Electra es de goma y todos las prefieren naturales y con el pecho caído. Pero eso sí, como salga alguna correteando por la playa con las boyas al viento, se terminó la conversación. Casi como si fueran al fútbol.
Y heme aquí, hermoso día de verano, contando las horas para que empiece OT y morirme de envidia viendo cómo alguna gente puede hacer realidad sus sueños aunque sea sólo una temporada. Y cabrearme viendo la peña que apoya a la negada ésa de Idaira que desafina hasta hablando. Y emocionarme cuando cantan mejor que algunos de los intérpretes originales. Y tomarme unas birras con mis amigos mientras ponemos a parir a éste o aquel de GH como si nos fuera la vida en ello. Y saber que el jueves tengo la noche asegurada diciendo chorradas.
Es que una es así. Muy espabilada para algunas cosas y una pedazo de hortera para otras. Y me gusta. No se puede ser perfecto ininterrumpidamente. ¿No?
Por cierto, ¿Alguien sabe cuando empieza Operación Triunfo, por Diooossss??
lunes, julio 17, 2006
Feliz cumpleaños
Es el día del Carmen. He pasado una estupenda jornada en la playa con mis primos y unos amigos. Día de fiesta en toda la costa. Fiesta de mariñeiros. El cumpleaños de uno de mis hermanos. El segundo de los seis que fuimos. Ahora quedamos cuatro.
De niño era el crío más gamberro y espabilado de todos. Los cuatro mayores le seguían como perrillos, era el cerebro de todas las trastadas y, como chaval inteligente y vivaz que era, nunca el brazo ejecutor. Un diablillo en toda regla, carismático y seguido por mayoría absoluta.
Al igual que mis otros tres hermanos mayores, existía entre nosotros bastante diferencia de edad. Creo que hoy cumpliría 49, no estoy segura. Cuando era una niña, mi hermano pequeño y yo nos peleábamos por dormir en su cuarto. En realidad, todos querían dormir con él. Era muy divertido, contaba chistes toda la noche. Un niño grande.
Recuerdo las calurosas noches orensanas _yo contaba apenas cinco o seis años_ en que nos asomábamos a la ventana para que él ligase con su primera novia, una cría de 16 primaveras. A mí siempre me encantaron las novias de mis hermanos. No tengo hermanas y ellas me adoraban. Me llevaban a las cafeterías, me hacían regalos, me daban besos. Todo lo que en mi casa no se estilaba.
Recuerdo también cómo nos engañaba con los mosquitos esos de patas largas. Nos aterraban. Decía que nos iban a chupar la sangre y nosotros nos escondíamos bajo las sábanas en nuestra habitación triple. Pero no podíamos estar con él sin reír. Yo le admiraba. Se parecía a Nino Bravo pero, de chaval, era más guapo. No era un guaperas pero tenía lo que hoy llamaríamos "su puntito". Deportista, podía hacer mortales en medio de la calle y me llevaba sentada en la barra de la bici...
Hace miles de años de todo esto. Tuvo una novia, tres años. Luego ella le dejó. Y fue el principio del fin. Empezó a beber, a escondidas, aunque pienso que realmente su problema era más mental que meramente alcohólico. Mentía mucho, siempre estuvo acomplejado por ser más bajo que dos de sus hermanos (trauma totalmente injutificado: medía 1.76)
No conservaba ningún trabajo. El contado tiempo que lo buscó. Después, todo fue beber, divagar, salir a la calle, regresar escoltado por la Policía en medio de un delirium tremens...
Las relaciones se estropearon. Hizo de su vida y de la de los que le rodeábamos un infierno. Estaba borracho a primera hora del día, violento en el verbo, muy frágil para la violencia física que su afilada lengua le hizo padecer en más de una ocasión. Se autodestruyó. Estoy convencida de que fue una decisión. No se quería, se comparaba con todo el mundo, sus complejos le atormentaban, la educación religiosa recibida se convirtió en el caballo de batalla de su extremismo...
Un día enfermó. Quiero decir que se hizo más evidente su enfermedad. Le ingresaron. Estuvo tres semanas en el hospital. Conmigo era obediente _en estos casos, todos se comportan como si "la niña", como siempre me han llamado en casa, fuese su madre_. Cuando yo me iba, pedía alcohol a los demás.
Su cuadro de autodestrucción parecía, en su primer y único ingreso, la metástasis del alcoholismo. Todos los órganos vitales afectados. Nos dejó a la tercera semana, el día de Fin de Año, con 37 años. Sin saber qué le iba a pasar, como siempre.
Tuvimos que aprender a perdonarle por hacerlo todo tan difícil. Tuve que asumir que mi juventud no me permitió ayudarle. Y que el infierno de la tierra se había acabado, al menos para él. Siempre he deseado que tuviese una segunda oportunidad.
Y que, en algún lugar, vuelva a hacer reír a los niños, como sólo él sabía hacerlo.
Feliz cumpleaños, Jaime.
De niño era el crío más gamberro y espabilado de todos. Los cuatro mayores le seguían como perrillos, era el cerebro de todas las trastadas y, como chaval inteligente y vivaz que era, nunca el brazo ejecutor. Un diablillo en toda regla, carismático y seguido por mayoría absoluta.
Al igual que mis otros tres hermanos mayores, existía entre nosotros bastante diferencia de edad. Creo que hoy cumpliría 49, no estoy segura. Cuando era una niña, mi hermano pequeño y yo nos peleábamos por dormir en su cuarto. En realidad, todos querían dormir con él. Era muy divertido, contaba chistes toda la noche. Un niño grande.
Recuerdo las calurosas noches orensanas _yo contaba apenas cinco o seis años_ en que nos asomábamos a la ventana para que él ligase con su primera novia, una cría de 16 primaveras. A mí siempre me encantaron las novias de mis hermanos. No tengo hermanas y ellas me adoraban. Me llevaban a las cafeterías, me hacían regalos, me daban besos. Todo lo que en mi casa no se estilaba.
Recuerdo también cómo nos engañaba con los mosquitos esos de patas largas. Nos aterraban. Decía que nos iban a chupar la sangre y nosotros nos escondíamos bajo las sábanas en nuestra habitación triple. Pero no podíamos estar con él sin reír. Yo le admiraba. Se parecía a Nino Bravo pero, de chaval, era más guapo. No era un guaperas pero tenía lo que hoy llamaríamos "su puntito". Deportista, podía hacer mortales en medio de la calle y me llevaba sentada en la barra de la bici...
Hace miles de años de todo esto. Tuvo una novia, tres años. Luego ella le dejó. Y fue el principio del fin. Empezó a beber, a escondidas, aunque pienso que realmente su problema era más mental que meramente alcohólico. Mentía mucho, siempre estuvo acomplejado por ser más bajo que dos de sus hermanos (trauma totalmente injutificado: medía 1.76)
No conservaba ningún trabajo. El contado tiempo que lo buscó. Después, todo fue beber, divagar, salir a la calle, regresar escoltado por la Policía en medio de un delirium tremens...
Las relaciones se estropearon. Hizo de su vida y de la de los que le rodeábamos un infierno. Estaba borracho a primera hora del día, violento en el verbo, muy frágil para la violencia física que su afilada lengua le hizo padecer en más de una ocasión. Se autodestruyó. Estoy convencida de que fue una decisión. No se quería, se comparaba con todo el mundo, sus complejos le atormentaban, la educación religiosa recibida se convirtió en el caballo de batalla de su extremismo...
Un día enfermó. Quiero decir que se hizo más evidente su enfermedad. Le ingresaron. Estuvo tres semanas en el hospital. Conmigo era obediente _en estos casos, todos se comportan como si "la niña", como siempre me han llamado en casa, fuese su madre_. Cuando yo me iba, pedía alcohol a los demás.
Su cuadro de autodestrucción parecía, en su primer y único ingreso, la metástasis del alcoholismo. Todos los órganos vitales afectados. Nos dejó a la tercera semana, el día de Fin de Año, con 37 años. Sin saber qué le iba a pasar, como siempre.
Tuvimos que aprender a perdonarle por hacerlo todo tan difícil. Tuve que asumir que mi juventud no me permitió ayudarle. Y que el infierno de la tierra se había acabado, al menos para él. Siempre he deseado que tuviese una segunda oportunidad.
Y que, en algún lugar, vuelva a hacer reír a los niños, como sólo él sabía hacerlo.
Feliz cumpleaños, Jaime.
domingo, julio 16, 2006
Desilusiones
No me gusta nada desilusionarme. Y mira que lo hago con frecuencia. Pero sigue sin gustarme. Es esa estúpida costumbre mía de creer en los milagros. Aunque debo señalar que mi costumbre me mantiene viva y coleando y con más valor que muchos otros por ahí. Hoy me tocó una pizca de desilusión _casi esperada_ con una persona.
Tengo un amigo que pertenece al grupo de sufridores integrado por casi toda la humanidad. Nadie lo reconoce, claro, pero todos, en algún momento, caemos en la tentación de pensar que somos unas estupendas personas porque sufrimos mucho. A él le pasa esto. No sé hasta qué punto es consciente pero, sin duda, lo ejerce a conciencia y con tenacidad.
Es un hombre bueno, con matrimonio roto hace milenios, dos hijos adolescentes. Bella persona, con ganas de vivir, mucha necesidad de cariño y sin la menor idea de cómo organizar todos esos sentimientos. Se dispersa queriendo hacer todo y, por lo tanto, no haciendo nada.
Sueña con rehacer su vida pero sólo mira al pasado, ahí donde duele, ahí donde nos doblamos, ahí donde se cierran las puertas. Intenta buscar nuevas amistades, se apasiona por un gesto de ternura (tan manifiestamente ausente de su vida, tan necesitado de ella). Es un hombre de éxito, un empresario bien situado, faceta ésta que choca frontalmente con su actitud en su vida personal.
Ha sido chantajeado por su ex mujer durante largos años de su matrimonio. Sacrificó su necesidad de amor, de sexo y hasta sus bienes para conservar a sus hijos a su lado. Guardó silencio por ellos. Y un buen día, su entonces esposa decidió terminar con todo. Incluso con su nexo con su única razón de vivir. Grave error pero concienzudamente repetido por muchos.
Es un buen padre. Ama a sus vástagos entrañablemente, del mismo modo que podría amar y ser amado si se permitiese un soplo de aire fresco y de calor humano en su vida. Pero no es correspondido. No lo es porque ha sido cobarde, sigue siéndolo.
Sus hijos le juzgan porque ha decidido asumir el papel de "malo" para no dañarlos. Sin ver que el daño real se lo está causando de este modo. Su hija es casi adulta y el chaval adolescente. Ahora que es el malo no le está permitido salir y divertirse porque eso significa que es un sinvergüenza a ojos de su hija, hoy los papeles cambiados, hoy metida a madre (esa cosa ten fea que hacemos las mujeres con los progenitores cuando no sabemos nada de la vida). Le regaña, le angustia, le hace sentir culpable.
Pasó muchos meses apartado de ellos. Por no tener el valor suficiente para explicarles la verdad del final de su matrimonio. Y en lugar de sentarse, recuperar su rol de padre y sobre todo de hombre, y explicarles que, aunque les amará por encima de todo, les apoyará por encima de todo, ellos deben aprender a recordar que él es el padre y le deben respeto, sigue ejerciendo _y casi disfrutando_ su papel de perro apaleado. Algunas personas no saben qué hacer con su equipaje. No quieren aprender. No quieren evolucionar. Recoger lo que vale y tirar el resto. Ël miedo, los convencionalismos, la comodidad aunque sea en la soledad son más fáciles de llevar que tomar el toro por las astas.
Decidió recluirse de nuevo, ser un buen chico, seguir perdido. Sin recordar que los hijos no son nuestros. Están destinados a volar con ese egoísmo natural que es ley de vida. Ellos se irán. La chica con su novio a hacer lo que le venga en gana. El chaval con sus amigos. Con el tiempo formarán sus propias familias.
Él seguirá siendo el culpable de no se sabe qué (de no haber sido amado, de que el amor se rompiese como a tanta gente, de no haber tenido el valor de marcharse mucho antes, de todo lo que se le ocurra). Los años pasarán y se quedará solo. De hecho, lo está ya. Por no reconocer que la verdad es la que abre puertas y ventanas. Que el reafirmarse como persona le valdrá el respeto y la consideración de esos hijos desinformados que, tal vez un tiempo, tengan que masticar que la vida no es de color de rosa y que el responsable no es su padre. Los únicos responsables de ser unos desgraciados somos nosotros mismos. Y si le aman de verdad, le escucharán y, tarde o temprano, entenderán. Pero, como tantos, piensa que es más paternal sufrir, callar, mentir.
Hay una frase en un libro que dice: "¿Qué haríais si, ahora, Dios os dijese: Te ordeno que seas feliz por el resto de tu vida?". Pues eso es lo que nos ordena. Yo soy muy obediente.
¿Por qué no lo eres tú?
Tengo un amigo que pertenece al grupo de sufridores integrado por casi toda la humanidad. Nadie lo reconoce, claro, pero todos, en algún momento, caemos en la tentación de pensar que somos unas estupendas personas porque sufrimos mucho. A él le pasa esto. No sé hasta qué punto es consciente pero, sin duda, lo ejerce a conciencia y con tenacidad.
Es un hombre bueno, con matrimonio roto hace milenios, dos hijos adolescentes. Bella persona, con ganas de vivir, mucha necesidad de cariño y sin la menor idea de cómo organizar todos esos sentimientos. Se dispersa queriendo hacer todo y, por lo tanto, no haciendo nada.
Sueña con rehacer su vida pero sólo mira al pasado, ahí donde duele, ahí donde nos doblamos, ahí donde se cierran las puertas. Intenta buscar nuevas amistades, se apasiona por un gesto de ternura (tan manifiestamente ausente de su vida, tan necesitado de ella). Es un hombre de éxito, un empresario bien situado, faceta ésta que choca frontalmente con su actitud en su vida personal.
Ha sido chantajeado por su ex mujer durante largos años de su matrimonio. Sacrificó su necesidad de amor, de sexo y hasta sus bienes para conservar a sus hijos a su lado. Guardó silencio por ellos. Y un buen día, su entonces esposa decidió terminar con todo. Incluso con su nexo con su única razón de vivir. Grave error pero concienzudamente repetido por muchos.
Es un buen padre. Ama a sus vástagos entrañablemente, del mismo modo que podría amar y ser amado si se permitiese un soplo de aire fresco y de calor humano en su vida. Pero no es correspondido. No lo es porque ha sido cobarde, sigue siéndolo.
Sus hijos le juzgan porque ha decidido asumir el papel de "malo" para no dañarlos. Sin ver que el daño real se lo está causando de este modo. Su hija es casi adulta y el chaval adolescente. Ahora que es el malo no le está permitido salir y divertirse porque eso significa que es un sinvergüenza a ojos de su hija, hoy los papeles cambiados, hoy metida a madre (esa cosa ten fea que hacemos las mujeres con los progenitores cuando no sabemos nada de la vida). Le regaña, le angustia, le hace sentir culpable.
Pasó muchos meses apartado de ellos. Por no tener el valor suficiente para explicarles la verdad del final de su matrimonio. Y en lugar de sentarse, recuperar su rol de padre y sobre todo de hombre, y explicarles que, aunque les amará por encima de todo, les apoyará por encima de todo, ellos deben aprender a recordar que él es el padre y le deben respeto, sigue ejerciendo _y casi disfrutando_ su papel de perro apaleado. Algunas personas no saben qué hacer con su equipaje. No quieren aprender. No quieren evolucionar. Recoger lo que vale y tirar el resto. Ël miedo, los convencionalismos, la comodidad aunque sea en la soledad son más fáciles de llevar que tomar el toro por las astas.
Decidió recluirse de nuevo, ser un buen chico, seguir perdido. Sin recordar que los hijos no son nuestros. Están destinados a volar con ese egoísmo natural que es ley de vida. Ellos se irán. La chica con su novio a hacer lo que le venga en gana. El chaval con sus amigos. Con el tiempo formarán sus propias familias.
Él seguirá siendo el culpable de no se sabe qué (de no haber sido amado, de que el amor se rompiese como a tanta gente, de no haber tenido el valor de marcharse mucho antes, de todo lo que se le ocurra). Los años pasarán y se quedará solo. De hecho, lo está ya. Por no reconocer que la verdad es la que abre puertas y ventanas. Que el reafirmarse como persona le valdrá el respeto y la consideración de esos hijos desinformados que, tal vez un tiempo, tengan que masticar que la vida no es de color de rosa y que el responsable no es su padre. Los únicos responsables de ser unos desgraciados somos nosotros mismos. Y si le aman de verdad, le escucharán y, tarde o temprano, entenderán. Pero, como tantos, piensa que es más paternal sufrir, callar, mentir.
Hay una frase en un libro que dice: "¿Qué haríais si, ahora, Dios os dijese: Te ordeno que seas feliz por el resto de tu vida?". Pues eso es lo que nos ordena. Yo soy muy obediente.
¿Por qué no lo eres tú?
viernes, julio 14, 2006
De madres e hijas
Me pasé ayer por casa de mi madre para darle la primera verdadera buena noticia que le doy en mucho tiempo. Mi madre es una mujer peculiar. No peculiar como yo, es otro estilo. A sus 78 años goza de bastante buena salud, es delgadita y pequeña, nerviosa y cotorra (en esto sí que nos parecemos). Recibió una educación megatradicional, claro está. Toda una señorita de la sociedad compostelana (sin pasta, no empecemos, que le tocó la guerra y post) sobrina nada menos que de un canónigo de la catedral que hizo las veces de padre en la educación _aunque no religiosa, era un cura peculiar, es de mi familia..._ de ella y sus hermanos.
La educación castrante que le impartió mi abuela fue tan esmerada que la ablación no fue necesaria. Sin embargo, la dura vida que le ha tocado, lo malos que le hemos salido los hijos y los enormes cambios sociales han hecho de ella una mujer, en este momento, más de su tiempo que muchas marujas treintañeras.
Claro que la sigo escandalizando cuando le digo que no voy a misa (para ella, esto y ateísmo es la misma cosa). Me encanta abrumarla diciéndole que estoy en el mercado y explicándole que el sexo no sólo es asqueroso sino que es muy divertido. No me cree, se ríe, dice "qué asco" y todas esas cosas. Cuando le digo que tengo un pretendiente, automáticamente me pregunta si está casado _defecto horrible y pecaminoso_. Claro, se le olvida, y yo se lo recuerdo, que la casada soy yo a efectos de la Santa Madre Iglesia. Aun así, le choca que haya solteros disponibles. Ningunea mi capacidad de seducción. Cosas de madres.
Hace unos años nos peleábamos como gatas. El choque era brutal. Yo soy la menor, única hija y de carácter firme y decidido, que no es lo mismo que rebelde pero, a todos los efectos, con los mismos resultados. Sin embargo, por estas paradojas de la vida, pudo al fin sentirse identificada conmigo cuando caí en desgracia.
Sorprendente, ¿no? Digamos que la mayoría de las progenitoras quieren que sus hijas triunfen y mi madre, por supuesto, también. Pero mi espectacular caída la hizo sentirse cerca de mí, necesaria, útil. Recuerda _cada vez que la veo, por Dios, es agotador..._ los cuatro años en que estuvo abandonada a su suerte con cuatro hijos hace más de 40 años... Las vueltas que dio su vida y cómo se resolvió. La cuestión es que el verme, por primera vez en su vida, como una hija que necesita amparo, la humanizó. Dejó de juzgarme, de criticarme, de buscar bronca por chorradas. Y se transformó en esa "mamma" que te apoya incondicionalmente y que está un poco ya de vuelta de todo.
Ayer me contó que uno de mis supuestos hermanos _lo es por el RH negativo, por lo demás, para mí no existe_ había vuelto con su mujer. La cosa es que su santa, se "enamoró" como una colegiala de un profe de su Instituto (es docente también). Le dejó y todo eso. Como el calzonazos que siempre ha sido, ha vuelto por lo visto. Me enteré seis meses después, en la línea familiar.
No me alegro ni me disgusto. Creo que me conmueve más la prensa del corazón. Me parece patético pasarse 25 años juntos y ser el modelo estándar de matrimonio como el de nuestros padres. O sea, aburridos, silenciosos y conformes porque llevan tanto tiempo juntos que no se les ocurre nada más. Mi hermano es tal cual un hombre de hace dos generaciones. Yo soy el oponente total. Mi madre es la mezcla más extraña del planeta.
Creo que me ha descubierto en estos dos años y yo a ella. Yo la descubrí antes, el día que decidí dejar de intentar que se sintiese satisfecha de mí porque no era posible. No hace mucho me dijo que ella quería que yo fuese como ella y había asumido que eso no era posible. Ahora quiere a esa loca de hija que le ha tocado. Conste que ella no me ve como una loca, eso lo reservo para las amistades.
Y un día, después de 37 años repitiendo que hubiese preferido tener otro varón, le dijo a una vecina, en mi presencia, que hubiese querido tener más hijas. Y, por una vez, no la contradije. Es posible que hasta sea cierto.
Nos hemos hecho mayores y más jóvenes juntas. Ella seguirá yendo a misa y siendo una excéntrica a la que le encanta montar follones de vez en cuando. Yo seguiré haciendo lo que me venga en gana y provocándola para echarle un poco de sal a su vida, rodeada de parásitos como está, la pobre.
Yo he descubierto, dentro de toda esta locura, que mi madre SÍ que me quería. Aunque no sea como ella.
Y creo que, en el fondo, se alegra.
La educación castrante que le impartió mi abuela fue tan esmerada que la ablación no fue necesaria. Sin embargo, la dura vida que le ha tocado, lo malos que le hemos salido los hijos y los enormes cambios sociales han hecho de ella una mujer, en este momento, más de su tiempo que muchas marujas treintañeras.
Claro que la sigo escandalizando cuando le digo que no voy a misa (para ella, esto y ateísmo es la misma cosa). Me encanta abrumarla diciéndole que estoy en el mercado y explicándole que el sexo no sólo es asqueroso sino que es muy divertido. No me cree, se ríe, dice "qué asco" y todas esas cosas. Cuando le digo que tengo un pretendiente, automáticamente me pregunta si está casado _defecto horrible y pecaminoso_. Claro, se le olvida, y yo se lo recuerdo, que la casada soy yo a efectos de la Santa Madre Iglesia. Aun así, le choca que haya solteros disponibles. Ningunea mi capacidad de seducción. Cosas de madres.
Hace unos años nos peleábamos como gatas. El choque era brutal. Yo soy la menor, única hija y de carácter firme y decidido, que no es lo mismo que rebelde pero, a todos los efectos, con los mismos resultados. Sin embargo, por estas paradojas de la vida, pudo al fin sentirse identificada conmigo cuando caí en desgracia.
Sorprendente, ¿no? Digamos que la mayoría de las progenitoras quieren que sus hijas triunfen y mi madre, por supuesto, también. Pero mi espectacular caída la hizo sentirse cerca de mí, necesaria, útil. Recuerda _cada vez que la veo, por Dios, es agotador..._ los cuatro años en que estuvo abandonada a su suerte con cuatro hijos hace más de 40 años... Las vueltas que dio su vida y cómo se resolvió. La cuestión es que el verme, por primera vez en su vida, como una hija que necesita amparo, la humanizó. Dejó de juzgarme, de criticarme, de buscar bronca por chorradas. Y se transformó en esa "mamma" que te apoya incondicionalmente y que está un poco ya de vuelta de todo.
Ayer me contó que uno de mis supuestos hermanos _lo es por el RH negativo, por lo demás, para mí no existe_ había vuelto con su mujer. La cosa es que su santa, se "enamoró" como una colegiala de un profe de su Instituto (es docente también). Le dejó y todo eso. Como el calzonazos que siempre ha sido, ha vuelto por lo visto. Me enteré seis meses después, en la línea familiar.
No me alegro ni me disgusto. Creo que me conmueve más la prensa del corazón. Me parece patético pasarse 25 años juntos y ser el modelo estándar de matrimonio como el de nuestros padres. O sea, aburridos, silenciosos y conformes porque llevan tanto tiempo juntos que no se les ocurre nada más. Mi hermano es tal cual un hombre de hace dos generaciones. Yo soy el oponente total. Mi madre es la mezcla más extraña del planeta.
Creo que me ha descubierto en estos dos años y yo a ella. Yo la descubrí antes, el día que decidí dejar de intentar que se sintiese satisfecha de mí porque no era posible. No hace mucho me dijo que ella quería que yo fuese como ella y había asumido que eso no era posible. Ahora quiere a esa loca de hija que le ha tocado. Conste que ella no me ve como una loca, eso lo reservo para las amistades.
Y un día, después de 37 años repitiendo que hubiese preferido tener otro varón, le dijo a una vecina, en mi presencia, que hubiese querido tener más hijas. Y, por una vez, no la contradije. Es posible que hasta sea cierto.
Nos hemos hecho mayores y más jóvenes juntas. Ella seguirá yendo a misa y siendo una excéntrica a la que le encanta montar follones de vez en cuando. Yo seguiré haciendo lo que me venga en gana y provocándola para echarle un poco de sal a su vida, rodeada de parásitos como está, la pobre.
Yo he descubierto, dentro de toda esta locura, que mi madre SÍ que me quería. Aunque no sea como ella.
Y creo que, en el fondo, se alegra.
jueves, julio 13, 2006
Milagros
A mí siempre me ha gustado creer en los milagros. Lejos de la imaginería religiosa y más cerca, quizás, de la superstición. Pero es que a mí me gusta creer en cosas bonitas. Es más, si no creyese en que hay fascinantes sorpresas inexplicables que endulzarán mi vida, estaría convencida de que, en verdad, esto es el infierno.
Pues he empezado mi tanda de milagros. Debería haber un nombre para los milagros inversos... Curioso, no se me ocurre nada. Porque los desastres inexplicables, encadenados e interminables también tienen algo de misterioso.
Yo he comido de ese repugnante misterio en los últimos cuatro años de mi vida. Exactamente, desde que diagnosticaron un cáncer a mi hermano mayor. Voy a escribir su nombre porque me encanta pronunciarlo y repetirlo: PABLO. Lejos de causarme tristeza _bueno, una poquita sí, a qué negarlo_ pensar en él y en su nombre me recuerda la lección más dura que me ha tocado aprender. No me refiero a enfrentarme con la muerte (antes había perdido ya dos parientes directos)ni con el dolor físico. Me tocó descubrir cuánto se puede querer a alguien y cuánto se puede sufrir por su sufrimiento. Y ser capaz de relativizarlo porque, por mucho que uno pueda padecer, nada es comparable con lo que ellos padecen.
Aún me esperaban muchas pruebas de gran envergadura. Pero, a pesar de todo lo que vino después, su fortaleza, su dolor, su valentía, su ansia de vivir me mostraron con una dolorosa claridad dónde está lo que importa y de lo que somos capaces por ello.
No voy a hacer un periplo por mis pasadas desgracias porque _me da miedo hasta atreverme a escribirlo_ ya son pasadas. La porquería, mejor no menealla.
El caso es que, cuando crees que tienes una vida hecha, te das cuenta que el destino puede terminar con todo de un manotazo. Y resulta que tenías otras muchas vidas que vivir y ni siquiera lo imaginabas. Los universos paralelos de Bach.
Yo he vivido muchas "vidas" distintas en estos´cuatro años. Algunas para olvidar, otras para recordar y no volver a caer, muchas para guardar como el más precioso de los regalos. Supongo que más que vidas son diferentes Ninfas redescubriéndose según se torcían más o menos las circunstancias.
Y ahora, de pronto, un milagro. O dos, en realidad. O EL MILAGRO. Me pregunto si la Providencia (divina o lo que sea) me va a devolver realmente mi lugar en el mundo. O si me va a llevar a ese otro que tengo que descubrir. No lo sé.
Lo único que me importa es que las personas que quiero continúan a mi lado, las que no me quieren se han ido (gracias a Dios), las que vendrán tendrán que hacerse un sitio de lujo en mi guarida familiar y mi vida, laboral, personal y todas las que me esperan serán productivas y, por favor, un poquito más estables.
Estoy saliendo de la oscuridad. Y la luz me deslubra pero no me ciega.
Pues he empezado mi tanda de milagros. Debería haber un nombre para los milagros inversos... Curioso, no se me ocurre nada. Porque los desastres inexplicables, encadenados e interminables también tienen algo de misterioso.
Yo he comido de ese repugnante misterio en los últimos cuatro años de mi vida. Exactamente, desde que diagnosticaron un cáncer a mi hermano mayor. Voy a escribir su nombre porque me encanta pronunciarlo y repetirlo: PABLO. Lejos de causarme tristeza _bueno, una poquita sí, a qué negarlo_ pensar en él y en su nombre me recuerda la lección más dura que me ha tocado aprender. No me refiero a enfrentarme con la muerte (antes había perdido ya dos parientes directos)ni con el dolor físico. Me tocó descubrir cuánto se puede querer a alguien y cuánto se puede sufrir por su sufrimiento. Y ser capaz de relativizarlo porque, por mucho que uno pueda padecer, nada es comparable con lo que ellos padecen.
Aún me esperaban muchas pruebas de gran envergadura. Pero, a pesar de todo lo que vino después, su fortaleza, su dolor, su valentía, su ansia de vivir me mostraron con una dolorosa claridad dónde está lo que importa y de lo que somos capaces por ello.
No voy a hacer un periplo por mis pasadas desgracias porque _me da miedo hasta atreverme a escribirlo_ ya son pasadas. La porquería, mejor no menealla.
El caso es que, cuando crees que tienes una vida hecha, te das cuenta que el destino puede terminar con todo de un manotazo. Y resulta que tenías otras muchas vidas que vivir y ni siquiera lo imaginabas. Los universos paralelos de Bach.
Yo he vivido muchas "vidas" distintas en estos´cuatro años. Algunas para olvidar, otras para recordar y no volver a caer, muchas para guardar como el más precioso de los regalos. Supongo que más que vidas son diferentes Ninfas redescubriéndose según se torcían más o menos las circunstancias.
Y ahora, de pronto, un milagro. O dos, en realidad. O EL MILAGRO. Me pregunto si la Providencia (divina o lo que sea) me va a devolver realmente mi lugar en el mundo. O si me va a llevar a ese otro que tengo que descubrir. No lo sé.
Lo único que me importa es que las personas que quiero continúan a mi lado, las que no me quieren se han ido (gracias a Dios), las que vendrán tendrán que hacerse un sitio de lujo en mi guarida familiar y mi vida, laboral, personal y todas las que me esperan serán productivas y, por favor, un poquito más estables.
Estoy saliendo de la oscuridad. Y la luz me deslubra pero no me ciega.
miércoles, julio 12, 2006
"Folla por mí"
Me he despedido esta tarde de mi amigo/compañero de fatigas. Sin entrar en detalles, está pasando un buen momento en lo que a resultados de su atractivo físico y personal se refiere. Cuando sale a cualquier cosa, acostumbro a decirle, con la desvergüenza que me caracteriza, "folla por mí" (cosa que no siempre hace pero porque no le da gana, que conste).
La broma del "folla por mí" parece que se va convirtiendo en realidad. Hace una temporadita que digo, de modo intermitente, que me voy a formalizar. El problema es que no tengo demasiado claro ya qué es eso del formalizar a día de hoy. ¿Dejar de enrollarse con hombres cuando te apetece? ¿Abandonar el coqueteo inocente o no...? ¿Buscarse una relación estable si es que la palabra estabilidad y relación pueden ir juntas en algún caso?
La verdad es que no lo sé. Veo a mis amigos con sus familias tradicionales y, a ratos me dan envidia.
Todo el resto del tiempo, la envidia se la doy yo a ellos, a qué negarlo.
Siempre me ha corroído la duda sobre cómo se puede estar muchos años con alguien sin acabar rematadamente aburrido y mirarle, con suerte, como a un hermano. Una parte del decorado que, desde luego, no te eriza el vello desde varias vidas antes.
Y entonces ¿Cuál es la opción? ¿Apostar por un hombre cuando ni siquiera sabes _Y Dios te libre de preguntarlo u olvídate hasta del sexo ocasional_ si a él le apetece algo más que frecuentarte con la comodidad que caracteriza toda esta movida del "no compromiso"?. Movida que, por otra parte, algunas veces me encanta. Las cosas como son.
El otro tema es pensar en que tengas que volver a elegir uno y solo uno. Solía tener pesadillas con esto cuando estaba casada. Soñaba que me daban un inocente besito y, cuando empezaba a disfrutarlo, ¡zas! recordaba que estaba casada. ¡Osúu, qué duro era despertar! No me permitía ni un mínimo sueño erótico de buena y casta esposa que era.
Ahora me despierto sola casi siempre y eso me encanta. He intentado usar toda la cama pero sigo en mi esquinita como una tonta. ¿Será que estoy dejando sitio para que la rellenen? ¡Espero que no! A ver, dormir con alguien puede ser muy agradable pero no siempre. Dormir después del sexo puede ser una lata. Después de hacer el amor, no, claro pero eso ya está más difícil en los tiempos que corren.
Total, que me pierdo. Dicen que el carácter obsesivo se resiste a elegir. Yo soy obsesiva un rato largo. Y elegir lo hago bien y con frecuencia pero tras millones de cansinas y, en muchos casos, estúpidas deliberaciones.
Así que termino como empecé. Sin saber si elegir y si tengo dónde. Peor aún, sin saber si quiero descubrirlo.
Entre tanto, hay miles de personas que "follan por mí". Asï es la vida.
La broma del "folla por mí" parece que se va convirtiendo en realidad. Hace una temporadita que digo, de modo intermitente, que me voy a formalizar. El problema es que no tengo demasiado claro ya qué es eso del formalizar a día de hoy. ¿Dejar de enrollarse con hombres cuando te apetece? ¿Abandonar el coqueteo inocente o no...? ¿Buscarse una relación estable si es que la palabra estabilidad y relación pueden ir juntas en algún caso?
La verdad es que no lo sé. Veo a mis amigos con sus familias tradicionales y, a ratos me dan envidia.
Todo el resto del tiempo, la envidia se la doy yo a ellos, a qué negarlo.
Siempre me ha corroído la duda sobre cómo se puede estar muchos años con alguien sin acabar rematadamente aburrido y mirarle, con suerte, como a un hermano. Una parte del decorado que, desde luego, no te eriza el vello desde varias vidas antes.
Y entonces ¿Cuál es la opción? ¿Apostar por un hombre cuando ni siquiera sabes _Y Dios te libre de preguntarlo u olvídate hasta del sexo ocasional_ si a él le apetece algo más que frecuentarte con la comodidad que caracteriza toda esta movida del "no compromiso"?. Movida que, por otra parte, algunas veces me encanta. Las cosas como son.
El otro tema es pensar en que tengas que volver a elegir uno y solo uno. Solía tener pesadillas con esto cuando estaba casada. Soñaba que me daban un inocente besito y, cuando empezaba a disfrutarlo, ¡zas! recordaba que estaba casada. ¡Osúu, qué duro era despertar! No me permitía ni un mínimo sueño erótico de buena y casta esposa que era.
Ahora me despierto sola casi siempre y eso me encanta. He intentado usar toda la cama pero sigo en mi esquinita como una tonta. ¿Será que estoy dejando sitio para que la rellenen? ¡Espero que no! A ver, dormir con alguien puede ser muy agradable pero no siempre. Dormir después del sexo puede ser una lata. Después de hacer el amor, no, claro pero eso ya está más difícil en los tiempos que corren.
Total, que me pierdo. Dicen que el carácter obsesivo se resiste a elegir. Yo soy obsesiva un rato largo. Y elegir lo hago bien y con frecuencia pero tras millones de cansinas y, en muchos casos, estúpidas deliberaciones.
Así que termino como empecé. Sin saber si elegir y si tengo dónde. Peor aún, sin saber si quiero descubrirlo.
Entre tanto, hay miles de personas que "follan por mí". Asï es la vida.
martes, julio 11, 2006
Estos calores...
Estoy de vuelta con más deseos de escribir que cosas que contar. Bueno, cosas que contar sí que tengo (¿os he dicho ya que mi vida es un culebrón?) pero tampoco es cuestión. Vamos, que hay que mantener el decoro, digo yo.
Como hay mucho cotilla, decir que el policía de mi tirón de pelos sin justicia (¡jejejee! Está superado pero es para mis detractores...) me ha mandado un sms. Así que, la ninfa se ha puesto a maldecir su mala pata y a hacerse la loca. Llamadita perdida (¡aarjjjj!).
Esperé todo el día. Y la noche. Al día siguiente le mandé un sms inocuo en plan: "Estoy en la playa, me dejé el móvil, vaya por Dios". Respuesta: "Hola GUAPÍSIMA. Gracias por el sms, no dejes que el solito te queme. Un beso guapa".
Ya estamos. Como se puede apreciar, muy profesional todo. A veces me pregunto si llevo el cartelito de "Disponible para cualquier atontado con ganas" en la frente. Osú. Y la pregunta del millón: ¿cómo me deshago yo de éste ahora sin mal rollo? (como dice mi madre: un amigo ata no inferno...). ¿Me invento un novio? ¿Me hago la loca? ¿Me hago la estrecha? ¿¿¿Me hago lesbiana???
Mientras, como hace calor y los tíos ven mucha carne al aire libre, recibo llamadas de unos y otros para quedar. Y no sé por qué, casi nunca logro que me vean como una amiga de vinos, que es con diferencia lo que mejor se me da con los hombres. Pues no. Si yo estuviese buscancdo carne, pasaría más hambre que la perra, con perdón, del hortelano. Encima, como tengo cara de "intención" (magistral definición de un amigo mío cuando yo tenía sólo 22 tiernos años...) pues va a ser que no cuela la pose de buena chica. Que lo soy. Al menos en el fondo, leche.
Eso sí, ya soy una pecadora en toda regla a los ojos de mi santa madre. Hago top less en tanguita como cualquier guarra ahora que ya no lo hace ni Dios. Es que yo de pequeña era muy estrecha. Así que me tapaba toa hasta este año que me ha dado por el moreno casi integral y por ser una desvergonzada, faceta ésta que me solaza grandemente.
El otro día me fui con mis hijos, una amiga y su bebé a la playa. Me dejé la parte superior porque lo de pasear con las lolas al viento cada vez que me requiere un pequeñeco no me va mucho. Pero mi tanga me lo dejé, que me priva el culo moreno.
Pues resulta que llega el momento de lavar los cacharros llenos de arena de los peques. Me voy con toda la porquería para la orilla y me pongo a lavar allí las cosas. Cuando regreso me encuentro a mi amiga, muerta de risa, contándome que, mientras mi niña preguntaba donde estaba mami, mi niño, de cuatro atractivos y escandalosos años, se puso a gritar: "Allí, está allíiiiii". Y la niña: "No, no está". Y él: "Que síiiii, ¿no ves el culo de mamá allaaaaaá?". Y ella: "¿Dónde, dónde?" y mi vástago: "Alláaaa, mujeeer, mira su culooo, el culoo de mamíii".
Esto alto y claro para deleite de los hombres de la zona que se partían y mi amiga que colaboraba activamente en el cachondeo. Porque, claro, agachada como estaba, efectivamente, me convertí en un culo oscilante y maternal.
En fin. He decidido no llevar tanga con los niños a la playa. Es más seguro enseñar las tetas.
Como hay mucho cotilla, decir que el policía de mi tirón de pelos sin justicia (¡jejejee! Está superado pero es para mis detractores...) me ha mandado un sms. Así que, la ninfa se ha puesto a maldecir su mala pata y a hacerse la loca. Llamadita perdida (¡aarjjjj!).
Esperé todo el día. Y la noche. Al día siguiente le mandé un sms inocuo en plan: "Estoy en la playa, me dejé el móvil, vaya por Dios". Respuesta: "Hola GUAPÍSIMA. Gracias por el sms, no dejes que el solito te queme. Un beso guapa".
Ya estamos. Como se puede apreciar, muy profesional todo. A veces me pregunto si llevo el cartelito de "Disponible para cualquier atontado con ganas" en la frente. Osú. Y la pregunta del millón: ¿cómo me deshago yo de éste ahora sin mal rollo? (como dice mi madre: un amigo ata no inferno...). ¿Me invento un novio? ¿Me hago la loca? ¿Me hago la estrecha? ¿¿¿Me hago lesbiana???
Mientras, como hace calor y los tíos ven mucha carne al aire libre, recibo llamadas de unos y otros para quedar. Y no sé por qué, casi nunca logro que me vean como una amiga de vinos, que es con diferencia lo que mejor se me da con los hombres. Pues no. Si yo estuviese buscancdo carne, pasaría más hambre que la perra, con perdón, del hortelano. Encima, como tengo cara de "intención" (magistral definición de un amigo mío cuando yo tenía sólo 22 tiernos años...) pues va a ser que no cuela la pose de buena chica. Que lo soy. Al menos en el fondo, leche.
Eso sí, ya soy una pecadora en toda regla a los ojos de mi santa madre. Hago top less en tanguita como cualquier guarra ahora que ya no lo hace ni Dios. Es que yo de pequeña era muy estrecha. Así que me tapaba toa hasta este año que me ha dado por el moreno casi integral y por ser una desvergonzada, faceta ésta que me solaza grandemente.
El otro día me fui con mis hijos, una amiga y su bebé a la playa. Me dejé la parte superior porque lo de pasear con las lolas al viento cada vez que me requiere un pequeñeco no me va mucho. Pero mi tanga me lo dejé, que me priva el culo moreno.
Pues resulta que llega el momento de lavar los cacharros llenos de arena de los peques. Me voy con toda la porquería para la orilla y me pongo a lavar allí las cosas. Cuando regreso me encuentro a mi amiga, muerta de risa, contándome que, mientras mi niña preguntaba donde estaba mami, mi niño, de cuatro atractivos y escandalosos años, se puso a gritar: "Allí, está allíiiiii". Y la niña: "No, no está". Y él: "Que síiiii, ¿no ves el culo de mamá allaaaaaá?". Y ella: "¿Dónde, dónde?" y mi vástago: "Alláaaa, mujeeer, mira su culooo, el culoo de mamíii".
Esto alto y claro para deleite de los hombres de la zona que se partían y mi amiga que colaboraba activamente en el cachondeo. Porque, claro, agachada como estaba, efectivamente, me convertí en un culo oscilante y maternal.
En fin. He decidido no llevar tanga con los niños a la playa. Es más seguro enseñar las tetas.
viernes, julio 07, 2006
Gracias, muchas gracias
Ayer alguien me dio las gracias sólo por decirle que tenía ganas de verle. Una respuesta, concisa, clara y sorprendente: "Gracias, muchas gracias". Nada más.
Me sorprendió pero lo entendí enseguida. Me pareció que esa respuesta procedía de una soledad vieja, una necesidad desbordante de cariño que se vuelve agradecimiento con la simple tranmisión de una empatía.
En los últimos tiempos varias personas _únicas, magníficas, inteligentes y absolutamente populares_ me han dado las gracias por el mero hecho de haber compartido con ellas un sentimiento (suyo o mío, qué más da). Será que vivimos en un mundo donde mostrar nuestro lado débil _para mí, el más tierno, auténtico y hermoso_ se ha convertido en algo que no sólo no debemos hacer sino que, cuando tenemos la osadía de romper las barreras, hemos de agradecer que alguien nos guarde el secreto.
El secreto de nuestra armadura resquebrajada por un amor incumplido, una nostalgia, un soplo de ternura que hace mucho que nos falta. La armadura nos proteje o eso creemos. Yo protejo también mi secreto con fruición. Soy cañera, ruidosa, para quien no me conoce agresivamente extrovertida, con las ideas tan claras como políticamente incorrectas.
Y cuando me encuentro una de esas almas libres y poderosas, frágiles y fuertes que me ofrecen el privilegio de conocerlas entre los hierros poderosos de la coraza, siento deseos de llorar cada vez que, encima de hacerme el regalo de su confianza, me dan las gracias. Estamos acostumbrados _yo la primera_ a no ser queridos. Yo lo estoy, al menos. Y, a pesar de que soy una de las personas más afortunadas de la tierra (jamás me cansaré de repetirlo) porque tengo la mejor familia elegida del mundo _que para eso una tiene experiencia y elige con criterio_ aún no me acostumbro a que me amen como soy.
Son muchos años de descalificaciones, de niñez abolida, de juventud en lucha permanente, de años de adulta superviviente. Son muchas muertes sobre mi corazón. Muchas palabras no dichas a tiempo. Mucho amor que quedó por dar y que ya ni se me ocurre cómo mostrar. Muchos desengaños, mucha amargura.
Sin embargo, toda esta oscuridad pasada (porque la oscuridad no es lo que nos pasa sino cómo lo vivimos) no enturbia la deslumbrante luz de poder seguir creyendo en algunas escogidas personas. No enturbia la fragancia de ser quién de arrancar una sonrisa a quien amo. De que quien amo me la arranque por el mero hecho de existir.
Bien al contrario, la oscuridad, cuando abres los ojos, te deja ver de manera tan diáfana que vale la pena un tiempo de noches negras. Por eso, yo también os doy las gracias. A mi familia elegida, a mis chicas favoritas (deberíais saber quiénes sois), a quien tiene el valor de desnudarse para mí o a causa de mí. Gracias a todos vosotros por permitirme ser yo misma, por permitiros serlo, por ser de verdad.
Gracias, muchas gracias.
Me sorprendió pero lo entendí enseguida. Me pareció que esa respuesta procedía de una soledad vieja, una necesidad desbordante de cariño que se vuelve agradecimiento con la simple tranmisión de una empatía.
En los últimos tiempos varias personas _únicas, magníficas, inteligentes y absolutamente populares_ me han dado las gracias por el mero hecho de haber compartido con ellas un sentimiento (suyo o mío, qué más da). Será que vivimos en un mundo donde mostrar nuestro lado débil _para mí, el más tierno, auténtico y hermoso_ se ha convertido en algo que no sólo no debemos hacer sino que, cuando tenemos la osadía de romper las barreras, hemos de agradecer que alguien nos guarde el secreto.
El secreto de nuestra armadura resquebrajada por un amor incumplido, una nostalgia, un soplo de ternura que hace mucho que nos falta. La armadura nos proteje o eso creemos. Yo protejo también mi secreto con fruición. Soy cañera, ruidosa, para quien no me conoce agresivamente extrovertida, con las ideas tan claras como políticamente incorrectas.
Y cuando me encuentro una de esas almas libres y poderosas, frágiles y fuertes que me ofrecen el privilegio de conocerlas entre los hierros poderosos de la coraza, siento deseos de llorar cada vez que, encima de hacerme el regalo de su confianza, me dan las gracias. Estamos acostumbrados _yo la primera_ a no ser queridos. Yo lo estoy, al menos. Y, a pesar de que soy una de las personas más afortunadas de la tierra (jamás me cansaré de repetirlo) porque tengo la mejor familia elegida del mundo _que para eso una tiene experiencia y elige con criterio_ aún no me acostumbro a que me amen como soy.
Son muchos años de descalificaciones, de niñez abolida, de juventud en lucha permanente, de años de adulta superviviente. Son muchas muertes sobre mi corazón. Muchas palabras no dichas a tiempo. Mucho amor que quedó por dar y que ya ni se me ocurre cómo mostrar. Muchos desengaños, mucha amargura.
Sin embargo, toda esta oscuridad pasada (porque la oscuridad no es lo que nos pasa sino cómo lo vivimos) no enturbia la deslumbrante luz de poder seguir creyendo en algunas escogidas personas. No enturbia la fragancia de ser quién de arrancar una sonrisa a quien amo. De que quien amo me la arranque por el mero hecho de existir.
Bien al contrario, la oscuridad, cuando abres los ojos, te deja ver de manera tan diáfana que vale la pena un tiempo de noches negras. Por eso, yo también os doy las gracias. A mi familia elegida, a mis chicas favoritas (deberíais saber quiénes sois), a quien tiene el valor de desnudarse para mí o a causa de mí. Gracias a todos vosotros por permitirme ser yo misma, por permitiros serlo, por ser de verdad.
Gracias, muchas gracias.
miércoles, julio 05, 2006
¿Vía de expresión o foro de polémica?
Acabo de charlar con un amigo que dice que me lee y que tendrá que hacer un comentario porque me dan "muy poca caña". Precisamente, venía de leer un comentario de una persona que, básicamente, se dedica a matizar todo lo que digo "aunque me fastidie que me lleven la contraria".
No sé. La verdad, cuando comencé a escribir, lo hice para canalizar una necesidad de expresión. En ningún momento me planteé que fuese un foro de debate en el que comenzar un "tira y afloja".
Mi amigo me preguntaba si lo veía como canal de expresión sólo de ida. Pues igual sí, sin censura, pero sí. Debo estar aburrida de polemizar todo el día (por este motivo dejé el orkut, por la tendencia generalizada a juzgar todo lo que digo).
Como le decía a él, evidentemente, cada uno puede pensar y decir lo que le dé la gana. Por eso mismo, es mi blog y pongo lo que me apetece. No lo pongo para que nadie me juzgue a través de él, salvo en el estilo. Esto no quiere decir que no me gusten las críticas. Las aprecio mucho cuando son argumentadas con algo más que una visión personal. Porque la mía es tan valiosa como la de los demás y yo no vengo aquí a cuestionar la de nadie.
Vamos, que el que quiera bajar su rollo, debería hacer como yo. Montarse su propio blog. Yo no busco aprobación pero tampoco polémica. La polémica me resulta fatigosa, sobre todo cuando es gratuita y se convierte en una tónica. Esa historia de criticar o matizar todo lo que dices como si la cuestión fuese opinar lo mismo o entrar en discrepancias.
Me gusta más que la gente repare en mi estilo en cómo cuento las cosas y si están de acuerdo o no, pues bien, pero no entrar en la dinámica de polemizar por polemizar. Puede ser que sea muy novata en esto del blog y ésta sea la tónica.
Tal vez sea una friky, pero yo escribo por placer, por diversión, por amor a las letras. Así que se admiten sugerencias por si la que está equivocada soy yo. Que es posible.
Y no me fastidia que me lleven la contraria. Salvo cuando es porque sí.
No sé. La verdad, cuando comencé a escribir, lo hice para canalizar una necesidad de expresión. En ningún momento me planteé que fuese un foro de debate en el que comenzar un "tira y afloja".
Mi amigo me preguntaba si lo veía como canal de expresión sólo de ida. Pues igual sí, sin censura, pero sí. Debo estar aburrida de polemizar todo el día (por este motivo dejé el orkut, por la tendencia generalizada a juzgar todo lo que digo).
Como le decía a él, evidentemente, cada uno puede pensar y decir lo que le dé la gana. Por eso mismo, es mi blog y pongo lo que me apetece. No lo pongo para que nadie me juzgue a través de él, salvo en el estilo. Esto no quiere decir que no me gusten las críticas. Las aprecio mucho cuando son argumentadas con algo más que una visión personal. Porque la mía es tan valiosa como la de los demás y yo no vengo aquí a cuestionar la de nadie.
Vamos, que el que quiera bajar su rollo, debería hacer como yo. Montarse su propio blog. Yo no busco aprobación pero tampoco polémica. La polémica me resulta fatigosa, sobre todo cuando es gratuita y se convierte en una tónica. Esa historia de criticar o matizar todo lo que dices como si la cuestión fuese opinar lo mismo o entrar en discrepancias.
Me gusta más que la gente repare en mi estilo en cómo cuento las cosas y si están de acuerdo o no, pues bien, pero no entrar en la dinámica de polemizar por polemizar. Puede ser que sea muy novata en esto del blog y ésta sea la tónica.
Tal vez sea una friky, pero yo escribo por placer, por diversión, por amor a las letras. Así que se admiten sugerencias por si la que está equivocada soy yo. Que es posible.
Y no me fastidia que me lleven la contraria. Salvo cuando es porque sí.
martes, julio 04, 2006
Da miedo
Pues ha salido absuelta por falta de pruebas. Hay que joderse (palabra perfectamente castellana). La fiscal tenía hambre, era mujer y amargada, así que, aunque la individua se puso en evidencia todo lo que quiso y habló de su madre muerta y de que todo el mundo estaba "contra" mí, pues nada. A casa.
Hombre, me fastidia la victoria moral pero, al menos, sé que el día en cuestión y los siguientes, se los amargué como correspondía. Estaba con su nuera que cogió el teléfono para explicarle a no sé quién que estaba con su suegra "en el médico"...
En fin, todo esto no tiene la menor importancia. Pero sí que me hizo pensar en la impotencia que, en tantísimos casos, deben sentir los damnificados
cada vez que nuestra inoperante justicia deja en libertad a personas encausadas por motivos verdaderamente graves. Da miedo.
Da miedo pensar en esos jueces que sueltan a los quince años de condena (con suerte) a violadores que se convierten en vecinos de los padres de criaturas asesinadas y vejadas por esas basuras andantes.
Da miedo pensar en ser víctima del terrorismo de forma directa o indirecta y ver cómo esos despojos etarras se ríen durante todo el proceso y se les permite hablar entre ellos (al menos podrían obligarlos a cerrar la boca y a mantener respeto. Y si no, al zulo, malditos).
Da miedo saber que, si algún día, una persona vulgar y corriente como tú o como yo, puede acabar con sus huesos en la cárcel por dar un mal paso en defensa propia mientras por tu ciudad se pasean delincuentes habituales que entran y salen y cobran el paro...
No sé. Recuerdo que de jovencita, quería ser fiscal para hacer justicia. Pero ya veo que ni los fiscales se resisten al horario. Eran las dos en punto. La justicia cierra para comer, cierra por vacaciones y cierra por inoperancia.
Da miedo.
Hombre, me fastidia la victoria moral pero, al menos, sé que el día en cuestión y los siguientes, se los amargué como correspondía. Estaba con su nuera que cogió el teléfono para explicarle a no sé quién que estaba con su suegra "en el médico"...
En fin, todo esto no tiene la menor importancia. Pero sí que me hizo pensar en la impotencia que, en tantísimos casos, deben sentir los damnificados
cada vez que nuestra inoperante justicia deja en libertad a personas encausadas por motivos verdaderamente graves. Da miedo.
Da miedo pensar en esos jueces que sueltan a los quince años de condena (con suerte) a violadores que se convierten en vecinos de los padres de criaturas asesinadas y vejadas por esas basuras andantes.
Da miedo pensar en ser víctima del terrorismo de forma directa o indirecta y ver cómo esos despojos etarras se ríen durante todo el proceso y se les permite hablar entre ellos (al menos podrían obligarlos a cerrar la boca y a mantener respeto. Y si no, al zulo, malditos).
Da miedo saber que, si algún día, una persona vulgar y corriente como tú o como yo, puede acabar con sus huesos en la cárcel por dar un mal paso en defensa propia mientras por tu ciudad se pasean delincuentes habituales que entran y salen y cobran el paro...
No sé. Recuerdo que de jovencita, quería ser fiscal para hacer justicia. Pero ya veo que ni los fiscales se resisten al horario. Eran las dos en punto. La justicia cierra para comer, cierra por vacaciones y cierra por inoperancia.
Da miedo.
Ninfa en la Comisaría (Primera parte)
Está claro que los chiflados compulsivos somos de extremos. Me tiro casi tres años sin escribir una línea casi como una resistente y ahora tengo ganas de estar todo el día dale que te pego.
Me había prometido a mí misma no hablar de mí. Vamos, retomar mi estilo periodístico, aunque sea personalizado pero no entrando en una tendencia autobiográfica. Pero, chicos, ¡Es que me pasa de todo, todo y todo! He pasado la tarde en Comisaría. No, no, que nadie piense que, como siempre, me había metido en otro de mis líos. Es que llevo la palabra provocación escrita en la frente, está clarísimo.
Resumiendo, una lercha repartidora, tras una discusión por la ubicación de su puñetera camioneta que no me dejaba salir del aparcamiento, se me ha abalanzado y me ha pegado un tirón de pelos por la ventanilla de mi coche. Si te estás riendo, que sepas que te dedicaré un montón de maldiciones gitanas, brujerías gallegas y demás malos pensamientos pa los restos. ¡Que no tiene gracia, leñe!
Lo que no se esperaba la tía zorra es que mi menda, que es más chula que la leche, iba a llamar a la Policía para denunciarla. Debo añadir que me amenazó a posteriori y de todo.
Lo mejor es cuando llegó la pasma. El policía me toma declaración y la otra se pone a chillar. El poli (extremadamente atento y educado porque me porté como la dama que soy cuando me da la real gana) se gira y le dice que de alzar la voz nada. La lercha que se resiste y dice que soy una mentirosa y que me cagué en su madre (Esto no es exacto, la llamé hija de perra, que no es igual ¡Jajajaja!) pero que ella no me hizo nada de nada. Se pone a subir la voz, el poli que se pica, la tía empieza a tirarse más tierra encima (¡Dioosss, cómo disfruté!), se pone chula, el poli que se encabrona y la manda identificarse. El marido de la palurda que le dice que se largan. El policía que allí no se va ni Dios. Ella coge la agenda de su camioneta y dice que ella también va a llamar a la Comisaría porque "yo también conozco gente allí".
Os podréis imaginar cómo se puso el agente de la autoridad ¡Jajajaja! Uno: cuestiona su objetividad en las diligencias, le amenaza en plan "tú eres un pringado y voy a llamar a mis influencias", miente y grita. Dos: ofrece resistencia y no respeta las consignas de guardar silencio y no gritar. Espectáculo servido. Servidora se quedó allí de oyente la mar de entretenida.
El drama se desata cuando el policía le dice que se van a Comisaría y que se tiene que subir al coche. La vieja se resiste. El poli la mete pa dentro. Ella sale llorando porque ella, que es tan buena persona, no puede ir en un coche de Policía.
Llora y se pone suplicante: "¡Dios mío, ¿por qué nos trata así? ¿Por qué nos habla de esta manera?". Lo que hay que oír. Se dirige a mí y me dice: "Tú bien sabes lo que hiciste". Sólo una vez contesté: "No puedes pegarme". Fin del cuento.
El agente me dice que si quiero poner denuncia que vaya yendo a la comisaría. Allá me voy.
Me vuelve a tomar declaración _con la trifulca callejera no hubo manera_ y, superenrollado, susurra: "Tú no la has llamado hija de perra, ni una palabra sobre eso". Cuando le comento que, entre amenazas, me tomaron el número de la matrícula (aspecto éste que me preocupa sobremanera porque soy madre y sola en la vida...), añade: "Te dijeron que te iban a destrozar el coche...". Y yo, mirándole a los ojos: "Sí, bwana". Algo me dice que mi legendario atractivo para los agentes de la autoridad está en marcha, ¡jajajaja!
Cuando se termina la declaración con el instructor, me acompaña, me da su número de teléfono "por si me sirve de algo" y le digo que le debo una. Se sonríe y me dice que el número de poco más que para un café me servirá. Así que, con mi más seductora sonrisa, le aseguro que le llamaré para tomarnos ese café y... ¡adieu!
Al menos, veo que mi atractivo no me sirve sólamente para perder el trabajo y para que los hombres me vean como un puñetero objeto sexual. Si algún día necesito un protector, ya sé dónde tengo que llamar...
Por cierto, espero que los guardia civiles se me den igual de bien con la mierda ésta de los puntos, ¡jejejeje! Para otras cosas, ya sé de uno que se me da muy, muy bien.
Osú, qué vida de locos. Tengo el juicio el martes. Os mantendré informados.
Me había prometido a mí misma no hablar de mí. Vamos, retomar mi estilo periodístico, aunque sea personalizado pero no entrando en una tendencia autobiográfica. Pero, chicos, ¡Es que me pasa de todo, todo y todo! He pasado la tarde en Comisaría. No, no, que nadie piense que, como siempre, me había metido en otro de mis líos. Es que llevo la palabra provocación escrita en la frente, está clarísimo.
Resumiendo, una lercha repartidora, tras una discusión por la ubicación de su puñetera camioneta que no me dejaba salir del aparcamiento, se me ha abalanzado y me ha pegado un tirón de pelos por la ventanilla de mi coche. Si te estás riendo, que sepas que te dedicaré un montón de maldiciones gitanas, brujerías gallegas y demás malos pensamientos pa los restos. ¡Que no tiene gracia, leñe!
Lo que no se esperaba la tía zorra es que mi menda, que es más chula que la leche, iba a llamar a la Policía para denunciarla. Debo añadir que me amenazó a posteriori y de todo.
Lo mejor es cuando llegó la pasma. El policía me toma declaración y la otra se pone a chillar. El poli (extremadamente atento y educado porque me porté como la dama que soy cuando me da la real gana) se gira y le dice que de alzar la voz nada. La lercha que se resiste y dice que soy una mentirosa y que me cagué en su madre (Esto no es exacto, la llamé hija de perra, que no es igual ¡Jajajaja!) pero que ella no me hizo nada de nada. Se pone a subir la voz, el poli que se pica, la tía empieza a tirarse más tierra encima (¡Dioosss, cómo disfruté!), se pone chula, el poli que se encabrona y la manda identificarse. El marido de la palurda que le dice que se largan. El policía que allí no se va ni Dios. Ella coge la agenda de su camioneta y dice que ella también va a llamar a la Comisaría porque "yo también conozco gente allí".
Os podréis imaginar cómo se puso el agente de la autoridad ¡Jajajaja! Uno: cuestiona su objetividad en las diligencias, le amenaza en plan "tú eres un pringado y voy a llamar a mis influencias", miente y grita. Dos: ofrece resistencia y no respeta las consignas de guardar silencio y no gritar. Espectáculo servido. Servidora se quedó allí de oyente la mar de entretenida.
El drama se desata cuando el policía le dice que se van a Comisaría y que se tiene que subir al coche. La vieja se resiste. El poli la mete pa dentro. Ella sale llorando porque ella, que es tan buena persona, no puede ir en un coche de Policía.
Llora y se pone suplicante: "¡Dios mío, ¿por qué nos trata así? ¿Por qué nos habla de esta manera?". Lo que hay que oír. Se dirige a mí y me dice: "Tú bien sabes lo que hiciste". Sólo una vez contesté: "No puedes pegarme". Fin del cuento.
El agente me dice que si quiero poner denuncia que vaya yendo a la comisaría. Allá me voy.
Me vuelve a tomar declaración _con la trifulca callejera no hubo manera_ y, superenrollado, susurra: "Tú no la has llamado hija de perra, ni una palabra sobre eso". Cuando le comento que, entre amenazas, me tomaron el número de la matrícula (aspecto éste que me preocupa sobremanera porque soy madre y sola en la vida...), añade: "Te dijeron que te iban a destrozar el coche...". Y yo, mirándole a los ojos: "Sí, bwana". Algo me dice que mi legendario atractivo para los agentes de la autoridad está en marcha, ¡jajajaja!
Cuando se termina la declaración con el instructor, me acompaña, me da su número de teléfono "por si me sirve de algo" y le digo que le debo una. Se sonríe y me dice que el número de poco más que para un café me servirá. Así que, con mi más seductora sonrisa, le aseguro que le llamaré para tomarnos ese café y... ¡adieu!
Al menos, veo que mi atractivo no me sirve sólamente para perder el trabajo y para que los hombres me vean como un puñetero objeto sexual. Si algún día necesito un protector, ya sé dónde tengo que llamar...
Por cierto, espero que los guardia civiles se me den igual de bien con la mierda ésta de los puntos, ¡jejejeje! Para otras cosas, ya sé de uno que se me da muy, muy bien.
Osú, qué vida de locos. Tengo el juicio el martes. Os mantendré informados.
lunes, julio 03, 2006
Estereotipos y realidades
Hace unos días mantuve una conversación en la que la pareja de mi amiga hizo alusión a la serie Sexo en Nueva York. Ya sé queda poco elevado pero soy fan de esta serie. Hay mil frases en ella que me hacen pensar o me hacen sentirme identificada.
Siempre he querido ser Samantha: el lado masculino: la depredadora que sólo busca sexo, ha triunfado laboralmente y no precisa vínculos emocionales. Desgraciadamente para mí, me parezco a Carrie hasta en la profesión (bueno, me gustaría tener un míster Big como ella pero...).
Son cuatro mujeres en las que marcan cuatro estereotipos de actitudes. No pretenden ser personajes reales, al menos en cuanto al concepto de la sexualidad.
En fin, el tema es que Charlotte es el tipo de mujer más a la antigua usanza. De carácter más bien ñoño, buscando marido todo el tiempo, mojigata en algunos aspectos y con vocación de mujer casada que deja su empleo para ser ama de casa y madre.
Charlábamos sobre estos personajes y el hombre dijo que, en este momento de su vida, (unos cuarenta y tantos), después de haber preferido mujeres como Samantha, fuertes e independientes, o Miranda, más trabajadora que sexual, ahora sabía que el tipo de mujer que él necesitaba era Charlotte.
Esa mujercita dulce, que le reciba al llegar a casa, le pregunte qué tal le ha ido a su cariñín y con un carácter dócil. Claro, la ninfa pecadora saltaba como una chinche en el asiento trasero. "¿Qué, qué, quéee?".
Lo más triste de todo esto es que, en realidad, probablemente sea de los pocos hombres lo bastante honestos para admitir que consideran que, para casita y con la pata quebrada, una mujercita de toda la vida es lo mejor. Porque no son minoría.
La atracción fatal de la mujer independiente y sin complejos no es para todos los públicos. Es el efecto polilla, se acercan enloquecidos a esa luz sabiendo que se quemarán y, por lo tanto, nunca pasarán de la superficie de la lámpara.
Sin embargo, está mal visto aspirar a ser sólo ama de casa. Y está mal visto no ser una superwoman que atienda con premura también sus deberes maritales y marujiles.
Me preguntó otra de las personas qué característica marcada buscaría yo en un hombre. Contesté lo que siempre: un valiente. Un hombre que no tenga miedo a sentir. Que no tenga miedo a vivir. Y no sirve la respuesta generalizada. TODOS dicen que pertenecen a este grupo. Pero los números cantan. El pavor al compromiso _especialmente con una mujer que se comporta como un igual_ es, tarde o temprano, la muerte anunciada de cualquier relación.
Mi parte de Carrie _liberal pero, en el fondo, romanticona y esperando que aparezca el milagro del amor, aunque sea por un rato_ sufre pensando que no es factible ser independiente y peligrosa y encontrar otro ser de la misma calaña que no se sienta aterrado. Mi parte de Samantha desprecia esa necesidad y procura divertirse.
Y la ninfa sigue perdida.
Siempre he querido ser Samantha: el lado masculino: la depredadora que sólo busca sexo, ha triunfado laboralmente y no precisa vínculos emocionales. Desgraciadamente para mí, me parezco a Carrie hasta en la profesión (bueno, me gustaría tener un míster Big como ella pero...).
Son cuatro mujeres en las que marcan cuatro estereotipos de actitudes. No pretenden ser personajes reales, al menos en cuanto al concepto de la sexualidad.
En fin, el tema es que Charlotte es el tipo de mujer más a la antigua usanza. De carácter más bien ñoño, buscando marido todo el tiempo, mojigata en algunos aspectos y con vocación de mujer casada que deja su empleo para ser ama de casa y madre.
Charlábamos sobre estos personajes y el hombre dijo que, en este momento de su vida, (unos cuarenta y tantos), después de haber preferido mujeres como Samantha, fuertes e independientes, o Miranda, más trabajadora que sexual, ahora sabía que el tipo de mujer que él necesitaba era Charlotte.
Esa mujercita dulce, que le reciba al llegar a casa, le pregunte qué tal le ha ido a su cariñín y con un carácter dócil. Claro, la ninfa pecadora saltaba como una chinche en el asiento trasero. "¿Qué, qué, quéee?".
Lo más triste de todo esto es que, en realidad, probablemente sea de los pocos hombres lo bastante honestos para admitir que consideran que, para casita y con la pata quebrada, una mujercita de toda la vida es lo mejor. Porque no son minoría.
La atracción fatal de la mujer independiente y sin complejos no es para todos los públicos. Es el efecto polilla, se acercan enloquecidos a esa luz sabiendo que se quemarán y, por lo tanto, nunca pasarán de la superficie de la lámpara.
Sin embargo, está mal visto aspirar a ser sólo ama de casa. Y está mal visto no ser una superwoman que atienda con premura también sus deberes maritales y marujiles.
Me preguntó otra de las personas qué característica marcada buscaría yo en un hombre. Contesté lo que siempre: un valiente. Un hombre que no tenga miedo a sentir. Que no tenga miedo a vivir. Y no sirve la respuesta generalizada. TODOS dicen que pertenecen a este grupo. Pero los números cantan. El pavor al compromiso _especialmente con una mujer que se comporta como un igual_ es, tarde o temprano, la muerte anunciada de cualquier relación.
Mi parte de Carrie _liberal pero, en el fondo, romanticona y esperando que aparezca el milagro del amor, aunque sea por un rato_ sufre pensando que no es factible ser independiente y peligrosa y encontrar otro ser de la misma calaña que no se sienta aterrado. Mi parte de Samantha desprecia esa necesidad y procura divertirse.
Y la ninfa sigue perdida.
domingo, julio 02, 2006
La búsqueda ha terminado
He leído el blog de mi paranoica favorita y me he puesto a reflexionar. La dulce Belén se busca y no se encuentra. Quizás, porque ella y yo _tan diferentes, tan parecidas_ hemos sido educadas en la obligación de saber siempre qué dirección tomar, en la obligación de conocer cada milímetro de nuestro complejo cerebro y parecer firmes, fuertes, inasequibles al desaliento.
Nos hemos pasado la vida buscándonos. Mi ventaja sobre Belén es sólo el tiempo. Son años de ventaja: años de desgracias, de alegrías, de desengaños, de maravillosas sorpresas, de terribles pérdidas, de corazones partíos y recompuestos. Son años de vida.
Yo me encontré cuando dejé de buscarme. Cuando dejé de intentar ser lo que mi madre quería que fuese, entre otras cosas, porque por mucho que me esforzase, eso no es posible. Nuestras naturalezas, una ninfa que no supo que lo era hasta el momento de romper con todos los convencionalismos sociales, frente a una santa, a la que le tocó vivir su propio infierno, es una apuesta muy difícil.
Me encontré en el infortunio. Cuando vi marchar a los que parecían amigos. Cuando vi quedarse a mis hermanos del corazón aunque no lo sean de sangre. Cuando descubrí que era tan afortunada como desgraciada. Y, por encima de todas las cosas, cuando dejé de buscar lo que se suponía que tenía que haber.
Me encontré en los ojos de mis hijos, en el uso inexcusable de mi libertad _sin límites, sin pecados, sin adornos_, en la fuerza para ser más vital que nunca cuando podría/debería ser una amargada.
Me encontré en mis textos. En no ponerme a prueba, en no exigirme más que ser una buena persona, en gustarme y en querer tanto a mi gente que su bien es mi bien. En estar orgullosa de mí hasta cuando hago tonterías (por atreverme a seguir haciéndolas). En ser yo misma. Sin buscar más. No me busco y por eso me encuentro. No tengo que ir a buscarme a ningún lugar. Estoy aquí. ¿Puedes verme?
Nos hemos pasado la vida buscándonos. Mi ventaja sobre Belén es sólo el tiempo. Son años de ventaja: años de desgracias, de alegrías, de desengaños, de maravillosas sorpresas, de terribles pérdidas, de corazones partíos y recompuestos. Son años de vida.
Yo me encontré cuando dejé de buscarme. Cuando dejé de intentar ser lo que mi madre quería que fuese, entre otras cosas, porque por mucho que me esforzase, eso no es posible. Nuestras naturalezas, una ninfa que no supo que lo era hasta el momento de romper con todos los convencionalismos sociales, frente a una santa, a la que le tocó vivir su propio infierno, es una apuesta muy difícil.
Me encontré en el infortunio. Cuando vi marchar a los que parecían amigos. Cuando vi quedarse a mis hermanos del corazón aunque no lo sean de sangre. Cuando descubrí que era tan afortunada como desgraciada. Y, por encima de todas las cosas, cuando dejé de buscar lo que se suponía que tenía que haber.
Me encontré en los ojos de mis hijos, en el uso inexcusable de mi libertad _sin límites, sin pecados, sin adornos_, en la fuerza para ser más vital que nunca cuando podría/debería ser una amargada.
Me encontré en mis textos. En no ponerme a prueba, en no exigirme más que ser una buena persona, en gustarme y en querer tanto a mi gente que su bien es mi bien. En estar orgullosa de mí hasta cuando hago tonterías (por atreverme a seguir haciéndolas). En ser yo misma. Sin buscar más. No me busco y por eso me encuentro. No tengo que ir a buscarme a ningún lugar. Estoy aquí. ¿Puedes verme?
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