jueves, noviembre 27, 2008

Sin nada bueno que contar

En estos momentos en que me encuentro en racha (por racha entiéndase riada de bofetadas a doble mejilla procedentes de todos los ámbitos habidos y por haber) acostumbro a dejar de escribir. Por varios motivos: el primero, que no me gusta dar la imagen de una mujer triste porque no lo soy, aún cuando en muchas ocasiones, esta maravillosa existencia me haga sentir así. El segundo, que convertir el blog en una narración de los desastres de una ninfa caída en desgracia me parece un horror.

Así pues, a pesar de que _y aunque parezca increíble_ siguen pasando cosas malas (muy malas) cada día, intentaré no hablar de ellas. Es un tema cansino y cansado. Lo malo es que, como comentó un día una lectora, yo soy mi propia musa, la ficción me atrae poco, aunque maquille algunas cosas.

¿Y qué os podría decir? Debería tomar una decisión muy difícil en un tiempo récord: me quedo o me voy de Madrid. Ya lo he repetido antes, no me quiero ir pero las cosas son cada vez más difíciles. Necesito un buen motivo para volver a Galicia o para quedarme en Madrid. Y no sé qué hacer. Es lo malo de tener que decidirlo todo solo. Soy la única responsable de todas mis decisiones pero afectan a mis niños y a mí, por supuesto.

En cualquier caso, volver no me parece una buena solución pero pedir en la Puerta del Sol, con esta ola polar, tampoco. Es curioso, hace un año por estas fechas, alguien hubiera dado cualquier cosa porque yo estuviese en Galicia y yo no podía, ni quería, ni debía pensar en irme. Ahora podría ser un motivo pero el momento ha pasado.

Aquí encuentro múltiples motivos para quedarnos. Nos encanta Madrid, estamos a gusto, tengo mi casa montada y, aunque echo de menos a mis amigos, aquí también tengo mi ambiente. En el fondo, sólo espero un milagro laboral de tres al cuarto para seguir tirando pero no aparece. De milagros emocionales ya ni hablo. Me toca una temporada de soledad. No tengo ganas de jugar al gato y al ratón y mis intereses están claros. No cierro la puerta, claro, nunca la cierro del todo pero quien me gustaría que llamase dudo que vaya a hacerlo y de saltos de cama estoy más que harta.

En realidad, no he venido a contar nada y a contarlo todo. Necesitaba y necesito escribir y, aunque no me faltan temas, me falta chispa. Llegados a este punto es cuando me planteo dejar el blog y no estropearlo escribiendo naderías pero… ya es parte de mí.

Lo que me fastidia es que podría hacer ácidas críticas de ZP, de la nueva churri de Felipe González, que se separa ahora de viejo para ir con la clásica pija rubia madrileña (las hacen en serie, yo no sé qué les ven), que Sin tetas no hay Paraíso se está acabando y con ella, la única serie que sé a qué hora ponen en la tele y consigue engancharme y olvidarme un rato de las cosas de todos los días. Por no hablar de dejar de ver al Duque (¡Válgame Dios…!) en tiempos de sequía sexual y emocional.

Lo bueno de que las cosas feas es que llegas a este estado en el que ahora me encuentro: catatónica. Mi desastre de ayer ni siquiera me hizo pestañear mucho, no he llorado ni nada. Me he secado. Ya que mi vida es bastante vegetal, si encima no me riegan y me tiran tierra encima pues… no llega el agua y no tienes nada que soltar.

Quiero ir a casa en el puente a que me comprendan un poco, a sentirme arropada y a que me ayuden a tomar decisiones porque entre todos, las cosas parecen un poco menos duras. Me hubiera gustado llevarme invitado/a para presumir de país y relajarme un poco pero no será así.

De todos modos, no sé ni cómo me atrevo a hacer planes a una semana vista. En una semana me puede pasar de todo y no precisamente bueno.

Pues sí, parezco un tía triste.

Será que lo estoy


(No encontré una canción adecuada pero acepto sugerencias...)

sábado, noviembre 22, 2008

No se ama a las Ninfas

Cómo me disgusta la confusión, el no saber, el andar perdida. Yo, que siempre intento tener y dejar claro lo que quiero y siento, no tengo la menor idea de qué sentimientos provoco en ti.

Y no me duele tanto saber que no me quieres cerca de ti como no saberlo. Y no me duele tanto saber que podrías sentirme como saber que no quieres hacerlo. Y no duele tanto desearte como saber que ya no me deseas o, peor aún, que sí lo haces y, aún así, me apartas de tu lado.

Cómo lamento no tener armas de mujer para evitar que huyas cuando estás tan cerca. Cómo lamento no ser capaz de buscarte, de dejar caer unas adecuadas lágrimas, de recordarte cuán en casa te sientes en mis brazos para lograr que, por una vez, te dejes llevar adonde la sinrazón te quiere conducir: a mí.

Cómo lamento descubrir que te hago y me haces feliz y, por eso mismo, no te sirvo.
Cómo lamento que no esconder mi sonrisa, mi pasión, mi deseo, mi alegría de verte no te acerque a mí sino que te aleje.

Cómo me duele recordarte, pensar en todas esas pequeñas cosas que hicimos juntos y disfrutamos hasta de lo más nímio. Recordar cómo te estremecías en mis brazos, cómo te volvía loco mi mirada, cómo nos reíamos libres, cómo chapoteábamos en el agua, cómo nos acariciábamos hasta la extenuación y nunca teníamos bastante. Cómo hacíamos el amor de forma loca, en cualquier lugar, sin poder ni querer evitarlo. Cómo estaba dispuesta a que me tomases como quisieses porque el simple hecho de darte placer era mi placer. Cómo me sentía viva sólo con rozarte.

Y lamento que, segura de que nos hacíamos sentir únicos y mágicos, que podríamos ser cómplices como casi nadie puede, te acobardes. Que no me hables más que cuando tú quieres. Que me hagas sentir pequeña y desechada precisamente tú, el único al que quise hacer sentir como a un verdadero rey.

Hoy, plego velas, una vez más. Apago las luces de la magia, haco caer el telón de tan hermoso capítulo, recojo mis sueños, el cuerpo que ya no deseas y me encierro en la cueva del olvido.

Vuelve el silencio, la soledad, la desilusión, la incredulidad. Vuelve la vulgaridad, los días todos iguales y las noches desperdiciadas. Vuelve la tristeza de tener un corazón lleno que no puede ni debe mostrarse.

Quién tuviese armas de mujer, yo no las tengo. No sé perseguirte, no sé capturarte, no quiero que vengas a mí de otro modo que no sea en plena libertad.

Sólo soy una Ninfa y tengo armas de ninfa. Nuestras alas seducen, impresionan, atraen, pero los hombres no quieren pequeñas hadas en su vida. Quieren mujeres corrientes que les hagan sentirse seguros.

No se ama a las Ninfas, son seres de ficción.

Será por eso que te has ido antes de descubrirme.


viernes, noviembre 21, 2008

Todos somos capitanes....

Me he pasado por el blog de Fran y, cuando he querido insertar un comentario, me di cuenta que tenía para un post o, más aún, para un libro. Así que con su permiso retomaré la idea y me aplicaré el cuento.

Por otro lado, un amigo y sin embargo lector (y probablemente, el más guapo) me dijo hace unos días que mis escritos verdaderamente buenos eran los que realizaba cuando estaba literalmente “hecha polvo”. Si tiene razón, éste os va a encantar.

El bloguero amigo hablaba de las frases hechas y de lo que le repateaban. Desde que caí en desgracia (esto vendría a ser desde que… ¿nací?) a mí me las repiten sin cesar. Todo el mundo me da consejos, pone en cuestión mi responsabilidad sobre las vicisitudes varias de las que voy de oca en oca y tiro porque me toca, me dice cómo soy, lo que hago mal, lo que lucho y lo que no, lo buena que es mi vida y la suerte que tengo incluso cuando no la tengo.

Me invade hoy un profundo hastío de vivir. Me invade hace mucho pero siempre me he revuelto como una fiera contra él. Ya no tengo ganas ni de eso. No quiero tener esperanza en cosas que no ocurren, no quiero pensar en un futuro que no llega, no quiero que me digan que soy fantástica para luego dejarme pasar. Lo detesto.

Me voy a por todas las maravillosas frases que con más o menos cariño me repiten unos y otros. Frases que son sólo eso, palabras, repetidas de generación en generación que no por ello son más verdad.

No quiero que me digan NUNCA MÁS:

Tú eres una luchadora y saldrás adelante.

Estoy harta de luchar, no creo que tener que pasarse la vida haciéndolo tenga nada de estupendo. No soy una luchadora, no me gusta pelear, sólo lo hago por necesidad y no disfruto ni encuentro la más mínima compensación en partirme los brazos para infravivir. Yo sólo quiero vivir tranquila. Y nunca lo he logrado.

Eres encantadora, bella, inteligente, lo tienes todo para encontrar a un hombre que te merezca.

Si soy encantadora, los espanto porque están demasiado a gusto. Si soy distante, se quejan de que no me entrego (¿Para qué, para cagarla?). Si lo tuviera todo para tener una relación emocional mínimamente real no llevaría cuatro años y medio conociendo mamarrachos inseguros ni me cruzaría con un cobarde tras otro.

No voy a desaparecer. No me asustas.

Éstos son los peores. Desaparecen sin falta y no tienen huevos nunca para decirlo. Motivos variados. He desistido ya de entender a los hombres. He desistido de querer a los hombres. Sólo quiero a mi hijo. El resto son basura. Me da igual que sea políticamente incorrecto. Me remito a la estadística.

Eres y tienes que ser fuerte.

Ser fuerte no me hace inmune al dolor. Y no sé qué se supone que es ser fuerte. ¿Que la vida te zapatee y no te mueras porque no es algo que puedas decidir tú? ¿Que tienes que apretar los dientes, sonreír y quitarle importancia al hecho de que todo va mal? Pues prefiero ser débil y que alguien me sujete de vez en cuando.

Eres muy negativa.

Me encantaría ver a muchos de los burgueses que me dicen esto, cuya única penalidad en la vida es que se aburren con su santa (pues que le echen huevos y la dejen) pasar por el infierno del paro una y otra vez, quedarse solos con dos niños de dos y tres años, buscar milagros debajo de las piedras, intentar y conseguir muchas veces seguir sonriendo cuando la vida se carcajea de ti, ver su cuenta en números rojos a primero de mes, ver llegar cada año la Navidad con la angustia de no saber cómo sacarás a tus hijos el mes siguiente, estar y sentirse solos, sin nadie que te haga una caricia al llegar a casa y te convenza de que, después de todo, hay un hombro dispuesto a permitirte descansar… de la vida y de ti misma.

Lo mejor está por llegar. Lo bueno de tocar fondo es que ya todo es para arriba, no puedes ir a peor.

Por supuesto que se puede ir a peor. Y lo mejor muchas veces no llega nunca. Yo llevo desde los cinco años esperando a que llegue.

No pierdas la esperanza.

¿Esperanza? ¿Qué es eso? ¿Se come?

Ya tienes a tus hijos, no necesitas nada más.

Necesito una vida para ellos y otra para mí. Soy su madre y una mujer. Quiero disfrutar de las cosas, no sólo padecerlas.

Eres muy valiente.

No quiero ser valiente. Quiero ser afortunada. No quiero ni necesito admiración. Necesito trabajo y amor. Debo estar loca por pretender tanto de esta vida de mierda.

Todo se va a arreglar y tú puedes con todo.

No, nada se arregla. Y no puedo con todo. Estoy agotada, quiero tirar la toalla y que me dejen en paz.

Se me quedan muchas en el tintero. Me duele el corazón, me duele el cuerpo, me siento profunda y añejamente triste. No quiero lástima, quiero sentirme como me dé la gana porque tengo claro que esto no mejora ni va a hacerlo.

Y esto es lo que hay, señores.

Nada.

(Tal vez sólo Carlos Goñi me entienda en este momento... No dejéis de escuchar con atención tan brillante letra)

jueves, noviembre 20, 2008

Mi tío David

Yo siempre le sentido de mi sangre y estoy convencida de que él a mí también aunque soy su sobrina política. Mi tío David ha sido para mí, de una forma que nada tiene que ver con el roce, los lazos familiares, los formalismos sociales, mi único tío varón y, por ende, aquel al que más quiero.

Tiene unos ojos azules casi transparentes, fríos como el hielo si no miras un poco más adentro. Un hombre de los de antes, que se hizo a sí mismo, uno de los mayores de una familia de quince hermanos y no tuvo oportunidad de estudiar una carrera, que era uno de sus mayores anhelos. A pesar de todo esto, es un hombre preparado y muy inteligente. Ha trabajado toda su vida _y toda quiere decir, toda, hasta sus 90 años_ ha sabido, pasito a pasito, ser bastante más que solvente, darle una carrera a todos sus hijos e, incluso, tener algún espacio para pensar en mi madre cuando ha pasado una de las numerosísimas vicisitudes que han conformado su vida. Como veis, he salido a ella.

Es esposo de la hermana de mi madre. Siempre he envidiado a la gente que tiene hermanas. Las hermanas se pelean, se critican pero son un sostén incalculable cuando las cosas se ponen feas. Para mi madre siempre han estado feas y mi tía, que también lleva toda su existencia cuidando de un marido exigente y de cuatro hijos, en tiempos muy difíciles, partiendo de la nada para ser el castillo de coraje que hoy es, a pesar de los pesares aún puede solidarizarse con su compleja vida y hasta con la mía. Yo sólo tengo hermanos, la clase de hermanos que es como quien no tiene nada. O peor aún.

Mi tío David habla poco y escucha mucho, hace las cosas despacio, sin prisa y sin pausa, es terco, de carácter difícil y, según me cuentan, autoritario. Un hombre de su tiempo. Pero MI tío tiene una peculiar manera de ser tierno conmigo, supongo que de la misma peculiar manera en que yo lo soy, casi a escondidas. A mí nunca me costó acercarme a él, a pesar de que nos vemos poco. Pero le sentía conmigo. Mi tío nunca tuvo que decirme que me quería porque siempre me lo dijeron sus ojos transparentes y cada vez que me llamaba “Princesa”. Es el único hombre que me ha llamado así y me ha hecho creer que, de verdad, durante esos momentos en que nos acompañábamos, lo era.

Aprendió solfeo y a tocar el órgano con más de 65 años él solo. Autodidacta y tenaz, practicaba y practicaba hasta la extenuación. Estuve en su casa en aquella etapa porque mi tía _preocupada, cómo no, de mis extremadamente invalidantes jaquecas_ me llevó a Vigo para que me viera un buen neurólogo, me compró ropa y hasta obtuvo el beneplácito de él, acostumbrado desde siempre a llevar un férreo control sobre la economía familiar.

Quise que fuera mi padrino de boda. Mi padre había muerto y ninguno de mis hermanos le llegaba a la suela de los zapatos. Además, también había sido el padrino de mi madre. Es lo que más se parecía a un padre que yo conocía una vez perdido el mío. Recuerdo que en la berlina que nos trasladaba a la catedral me dijo que su papel era el más desagradecido porque llevaba una preciosa ninfa pero debería apartarse enseguida de ella. Y cuando llegó la hora de dar la paz, mi tío me besó una mano, como el caballero que siempre fue conmigo.

Mi tío David es una roca que superó con éxito operaciones de hernia discal y enfermedades a una edad en que cualquier otro se hubiese quedado postrado para siempre.

Este verano fui a visitarle. Es muy mayor, temía que se fuese y yo no me hubiese despedido de él. El parkinson le dificultaba hablar y le costaba mucho andar pero me contó muchas cosas sobre los árboles de su maravillosa finca en el campo, qué había plantado, qué no y dimos un largo paseo por La Granja. Se esforzaba en contarme cosas aunque fuese agotador para él. Paseamos entre esa bella vegetación y árboles maravillosos que cubrían el enorme terreno de la Casa Grande (algo parecido a un pazo en Galicia) que recibió por herencia de mi tía y le apasionaba cuidar.

Le di un beso en la frente, como a mí me ha gustado besarle sólo a él. Cuando me despedí, mi tía y él me recordaron que llevase un día a mis niños, que no conocían. Mi madre _cómo no_ dijo: “Si estamos vivos”. Y él aseguró: “Claro que estaremos vivos”.

Mi tío David ha muerto hoy y no puedo acompañarle en su último viaje porque estoy lejos y sin recursos. No puedo abrazar a mi tía y transmitirle cuánta tristeza me produce saber que jamás volveré a verle, lo que temo que ahora se encuentre sola y que ni siquiera puedo estrechar sus manos y recordarle que, en la distancia, estoy con él y con ella, ahora que su vida va a cambiar tanto.

No puedo llorarle más que en mi soledad y ni siquiera soy capaz de transmitir cuánto ha significado en mi vida y cuánto me duele que haya salido de ella. Así, mientras las lágrimas corren por mis mejillas y no sé cómo controlar esta sensación de vacío, de pensar que otro de los míos ha partido y, como siempre, no estuve a su lado, hago lo único que sé hacer para desahogarme y rendirle mi pobre homenaje: escribir.

He escrito todo este post en presente porque Mi Tío David vive en mi corazón y porque no quiero dejarle ir aún. Quiero llorarle en presente porque me parecía indestructible, inmortal. Mañana tendré que dejarle partir y asumir que no le veré nunca más. Pero hoy, hoy, todo mi corazón y mis lágrimas son para él.

Un tierno beso en la frente de tu “princesa”, mi galán caballero.

martes, noviembre 11, 2008

Me desean...

Ésta es mi hora de asueto de un día extenuante, prolegómeno de otro mucho más extenuante todavía. He tenido que viajar. Yo oigo mucha música, lo hago constantemente y a la menor oportunidad. Me gusta conducir cantando a grito pelado, como otros lo harían en la ducha, porque jamás lo hago en público, me disgusta mi voz.

El caso es que, mientras conducía, sonaba una canción de Luis Miguel, que me encanta como baladista. Es un tema que, en sí mismo, no me gustaba especialmente, suelo preferir las letras más sentimentales. Soy rematadamente cursi para los temas melódicos.

Sin embargo, hoy esa canción me hizo pensar. Cuando yo estaba casada, padecí con gran dolor la durísima sensación de ser muy amada pero no deseada. Suena extraño, no voy a entrar ahora en detalles, pero ésa fue la principal rémora de mi matrimonio y la causa definitiva de su fracaso.

Sufría enormemente cuando recibía preciosos y sugerentes vestidos, exquisita ropa interior y perfumes destinados a seducir a quien me los regalaba que era, precisamente, quien no podía o no sabía desearme. Así durante muchos años, añoré desesperadamente ser y sentirme deseada. Me querían con delirio pero no percibía el deseo. Una suerte de locura incomprensible que me hacía sentir mermada como mujer, en el aspecto más físico de la palabra.

Cuando me separé, pude al fin redescubrir mi sexualidad y sensualidad. Y la paradoja del ser humano le dio la vuelta a la tortilla. Ahora me siento permanentemente deseada y, por supuesto, me encanta pero, siendo como soy una mujer rotundamente carnal, es mucho más fácil resultar y ser consciente de ser deseada que ser y sentirse amada.

Mi facilidad para vivir el sexo y la sensualidad sin temores añejos, para hablar de él con naturalidad, para desprender sensaciones me están haciendo prisionera de una imagen que no se ajusta del todo a la realidad.

Sé que sí, que me desean, como yo quería. Pero ya no me quieren, como yo deseaba. Y todo parece indicar que no se me ve más allá de mi cuerpo cuando mi cuerpo hace acto de presencia. Sólo espero que alguien me vuelva a repetir, en la intimidad, que lo más sensual de mí es mi cerebro. Curiosamente, lo dijo alguien que pudo amarme, porque podía sentirme, y decidió sólo desearme. Es más seguro.

Me siento casi exclusivamente deseada. Es tan fácil para mí hablar de deseo y transmitirlo a mi objeto del mismo que así todos podemos disimular los sentimientos, acallarlos, negarlos... Un estupendo disfraz que no es tal porque ese espíritu de la Ninfa es parte de mi esencia pero distrae, minimiza, reduce el peso del alma. Un alma de mujer también, firmemente unida a su cuerpo, pero incapaz de dividirse.

Entre tanto deseo, tanta frivolidad y tantas mariposas que se mueren con la luz del día, la Ninfa teme que su aura se pierda y luz de su magia se apague, como la de Campanilla, porque nadie crea en ella. Como dice el galán mexicano, "Si supiesen que eres mucho más que fuego, mucho más te desearían...".

Y, entretanto, como canta Luis Miguel... Me desean, claro que sí que me desean..


jueves, noviembre 06, 2008

Hotel, dulce hotel

Cómo me gustan los grandes hoteles. En realidad, me gustan todos en general pero esa aureola de grandeza de un gran hotel me deja fascinada siempre.

Creo haber aclarado ya que lo mío no es el mochileo ni el camping ni otro tipo de hierbas viajeras. Yo adoro los hoteles y todo el ritual que les acompaña. Adoro las camas king size (tan poco habituales aún en España, ¡qué cruz, señores, qué cruz…), los grandes baños con ducha independiente, los jacuzzis, las sábanas recién puestas y planchadas, el kit de bienvenida, el minibar lleno de tonterías carísimas… qué sé yo, me encantan los hoteles.

Ayer viví una experiencia religiosa aquí, desde el lado oscuro de la crisis. Tenía una entrevista laboral en el Westin Palace de Madrid. Obviamente, nunca había entrado allí y, aunque he visto muchos hoteles de lujo en mi vida, a éste se le nota la categoría y el (imagino) desorbitado precio.
Se me había olvidado aquel tiempo en que los botones me abrían la puerta y me saludaban, pisaba ricas y gigantescas alfombras iluminadas por lámparas que serían ostentosas en cualquier otro lugar. El Palace es ostentoso, claro, pero la majestuosidad y un poco de ostentación son buenas compañeras siempre que no se caiga en la horterada.

Cuando entro en estos lugares, siempre pienso que yo me he equivocado de vida y dimensión. Que lo mío era vivir en medio de esas maravillas, yo que disfruto como una niña con cada detalle y que valoro lo bueno con delectación casi hereje. Observo a la gente que desayuna cerca del salón en el que estamos. Pienso que yo tendría que ser aquella señora elegante que nunca en su vida tendrá que preocuparse del maldito dinero y me sorprendo cotilleando cómo una musulmana, tapada hasta las orejas, desayuna a dos carrillos en un local tan europeo como chocante con su aspecto.

Es una pena no haber nacido Isabel Preysler o Mar Flores o Nuria nosequé (la del Fefé). Porque está claro a estas alturas que no me haré rica nunca (ni siquiera pudiente) aunque me chifle el lujo, la belleza y el buen vivir. Como dice un amigo mío, la culpa es mía, que les pongo pegas a todos aunque no es rigurosamente cierto. Yo querría ser la Preysler y ser capaz de enamorarme del señor ése que me va a solucionar la vida. Pero, claro, si yo ni siquiera conozco ese tipo de señores. Y ni siquiera me gustan los señores.

Mi entrevistador no era un hombre mayor. Dijo tener dos niños, como yo, de cinco y cuatro años y mi cerebro de mujer pudo visualizar, mientras atendía a la posible oferta de trabajo, la estupenda vida de su señora esposa, como una marquesa en su fenomenal chalet o acompañando a su esposo a sus “terribles” viajes de trabajo en los que mataría el tiempo de compras… Cuando supo que tenía dos hijos para mí sola me dijo _curioso en un hombre_ “debe ser duro criar dos niños sola”. “Muy duro”, respondí, mientras miraba alguna de esas lámparas que solucionarían la vida de los tres para los restos.

En fin, espero que mi próxima vida me compense las estrecheces de la presente y eso que siempre me las arreglo para vivir bastante bien. Pero debe ser fantástico no sufrir pensando en el futuro de los hijos ni en el tuyo propio, salir a desestresarse por Ortega y Gasset y Serrano, de tienda en tienda, o disfrutando de mi maravillosa habitación (ya puestos a pedir, una suite) mientras la visa platino se desgasta sin despeinarme. Además, soñar es lo único que se puede hacer gratis.

Ainsss, quiero reencarnarme en animal de lujo...



miércoles, noviembre 05, 2008

Como en casa

Hoy es uno de esos días en que lo que procede hablar de Obama, de la economía mundial, de la crisis, del paro, de mis opiniones sobre la política de apoyo a los hipotecados (¿Qué pasa con los que no tenemos ni para una hipoteca? ¿No tenemos derecho a la vida?) etc, etc, etc. De cientos de temas que tengo en cartera y me interesan pero… hace frío y el cielo está gris.

Cuando hace frío y el cielo es gris me vuelvo gatuna. ¿He dicho ya que quiero reencarnarme en gatita persa de casa de pro? Seguramente sí pero, por si alguien no conoce mis argumentos, los repito. Me gustaría renacer como gata persa (podría ser gato pero no quiero renunciar a mi feminidad) blanca _quiero ser blanca de ojos verdes enormes_ . Ahora mismo estaría en la misma posición en la que me encuentro pero más feliz. Ocuparía el mejor lugar del sofá, con mi mantita repija sólo para mí, y lo llenaría todo de pelos blancos y largos (en lugar de negros, como ahora) que mi amito atusaría y cepillaría encantado.

Es más, mi amo no se sentirá amenazado y se alegrará de que exista sólo porque existo. Una gata que se precie es apática y vanidosa pero a mi amo no le importará, él me encuentra encantadora, suave y una permanente invitación a las caricias.

Dentro de mi mantita, ronronearía de satisfacción mientras me dejo acariciar indolente. Al fin y al cabo, soy un hermoso felino de mirada de cristal: por definición he nacido para ser admirada, amada y cuidada. No tengo más misión en la vida que la estirarme y adaptar mi cuerpo al cuerpo contra el que me rozo con suavidad, alargar mis patas y contonearme para que mi amo no pueda quitarme las manos de encima.

Cuando me reencarne en hermosa gata blanca de pelo largo, me apoyaré sobre el pecho de mi amo, pasaré mi pelo suave sobre su cuerpo y él me recibirá encantado. No me temerá, no me echará de su lado. Y yo no tendré miedo de ser rechazada ni sentiré necesidad alguna de salir de casa.

Porque mi casa estará entre sus brazos.


domingo, noviembre 02, 2008

¡Ole la creatividad!

De vuelta. Me he dado permiso para practicar mi deporte favorito y me he dedicado a la tarea todo el fin de semana. O sea, me lo he pasado de muerte con mi gente, con mis cosas, incluso conmigo misma.

He pasado dos semanas infernales. Dos semanas en las que he tomado decisiones que sólo adelantaron acontecimientos y he salido fortalecida y no debilitada de un mal trago.

Es curioso, cuando alguien que conoce (o cree conocer) mis circunstancias y quiere atacarme suele aludir siempre a ellas para hacerme sentir mal. Me dicen que así de bien están ellos y así me trata la vida a mí. Entonces es cuando más valoro mi vida y la de los míos.

Sí señores, ésta mi vida: tengo dos niños objetivamente hermosos, más aún por dentro que por fuera, inteligentes, sanos, alegres, razonablemente felices. Llego a una casa que no está vacía aunque no estén porque yo estoy llena. Llena de ellos, del amor de mis amigos _un amor del que pocas personas pueden presumir tanto y con tanta seguridad_, de la satisfacción de buscar la felicidad en los míos y en la de saberme capaz de proporcionársela cuando me necesitan e incluso cuando no.

Conservo intacto mi sentido del humor (cáustico, sí, pero… ¡Sentido del humor!). No me siento ni estoy sola pero sé andar y vivir sin manos que me sujeten. Me encantaría compartir mi vida a medio plazo con alguien a quien poder dar todo eso que tengo pendiente y llegar a recibir todo aquello otro que la vida aún me debe pero, si esto no ocurriese, llevo mucho tiempo aprendiendo a convivir conmigo misma y a aceptarme.

Para aquellos para los que el triunfo se traduce en dinero, soy una fracasada. Yo he caído en esa tentación puntualmente. Sin embargo, cuando veo personas que se embolsan millones en una mañana y todo su afán es maltratar psicológicamente a los demás porque no tienen nadie con quien compartir su supuesta suerte, soy especialmente consciente de su pobreza. Hay quien piensa que, como no soy una superdotada que lo mismo cose, que salta al trampolín, que hace facturas o escribe parrafadas sin sentido, no soy “válida”.

Mi fortuna consiste en que sé para qué valgo y para qué no. Y, al margen de todo ello, no voy haciendo desgraciada a la gente sólo porque mi vida personal esté más o menos llena, que siempre lo ha estado.

Así pues, tras dos semanas en que trabajé en el lugar equivocado, con el jefe equivocado y con el trato equivocado, vuelvo con renovadas fuerzas a quererme mucho, a ver todo lo que tengo y a seguir haciendo lo que mejor sé: improvisar.

Mi pésame a los solitarios con caserones de tres plantas y a quienes detestan casi todas la personas que tienen que relacionarse con ellos.

Sí, así de mal me va a mí: tengo el bolsillo vacío y el corazón lleno. Estoy llena de vida, de salud y de juventud. Llena de afectos y de cariño. Y, sobre todo, llena de valor, incluso para hacer lo impensable para no permitir que pisoteen mi dignidad.

Demasiada Ninfa como para consentir que me pase un vulgar humano (o casi) por encima. ¿Qué no valgo para las tareas mecánicas? Pues me alegro.

¡Ole la creatividad!