domingo, noviembre 28, 2010

Espíritu navideño y puertas cerradas

Ya ha volado otro fin de semana... En los dos últimos meses he abandonado el estado vegetativo en que me encontraba, socialmente hablando, y procuro aprovechar el tiempo todo lo posible. Así pues, los días son de los niños y las noches, de los mayores.

El casquillo de mi cocina se ha roto, asi que ahora no puedo ni cambiar la bombilla... Estoy haciendo un curso intensivo de bricolaje de la mano de Inés para ser capaz de hacer tan magna obra por mí misma. Tengo candidatos dispuestos a hacer esos trabajos de "hombres" pero me he prometido a mí misma que no meteré a ninguno más en mi casa con mis niños dentro. No es que sea algo que haya hecho mucho que digamos pero, en los dos casos en que lo hice, fue un craso error.

Por un lado, porque dejan de verme como una mujer y pasan a verme como la maruja en potencia en que me convertiré si se enamoran (no les cabe en la cabeza que una pueda vivir perfectamente en su casa sin un tipo al que lavarle los calzoncillos y que una relación de cada uno en su casa y Dios en la de todos es fantástica para mí) y se arrogan posibles responsabilidades de paternidad que nadie les ha pedido, ni las necesitamos, ni creo que pudiesen desempeñar adecuadamente.

Por el otro, los niños son demasiado inteligentes como para no darse cuenta de qué pie cojean los adultos (la intuición aún funciona de modo puro en su interior) y temen por el daño que el desconocido de turno me hará, además de culparse de su más que previsible desaparición. Y no se han equivocado hasta ahora.

Así pues, opto por la canguro y la Ninfa picantona por las noches y por la madre moderna y antimaruja que soy de día. Es una buena combinación, los encuentros masculinos sólo fuera de casita (aunque sean puramente amistosos, salvo Luis, todos los demás tienen las puertas cerradas) con la única excepción de que estén los críos de vacaciones y yo tenga ganas de darme un homenaje.

Por lo demás, un finde completito. Conozco gente a diario, pongo a mi autoestima en el lugar que le corresponde (que es bastante alto), disfruto de nuevas sensaciones y desconecto del día a día, con todo el componente curativo que eso tiene para mi salud mental.

Mientras, intento recuperar el espíritu navideño por mis peques, así que me fui con ellos a ver adornos de navidad y nos hemos traído un Papá Noel gris, precioso, montado en un trineo. No nos hemos atrevido a nada más... Creo que debería poner guirnaldas en el salón, es un poco hortera pero sólo con el árbol ya llevamos mucho tiempo.

Como a muchos, estas fiestas siempre me producen un poco de tristeza. Tengo la fea costumbre de hacer balances y mirar todas las cosas malas que han pasado, lo que no tengo, lo que perdí o lo que no he logrado conseguir. Quisiera cambiar mi política de desagradecimiento y pensar que este año sí lo terminaré en plenitud, al lado de las personas que me llenan y, muy especialmente, acompañada por mí misma, con paz interior y sintiéndome plena con mi yo más profundo, ése que me ha limitado hasta ahora pero que ha decidido ya dejar de hacerlo.

No tengo regalos para mí en Navidad desde tiempos inmemoriales y, lo reconozco, eso me hace sentirme poca cosa. Cuando inicio una relación con alguien no puedo evitar imaginar esos días en que recibiré un hermoso paquete de regalo: mi cumpleaños, Navidad... como pasa en las familias completas... Pero no llego emparejada nunca a esas fechas. Lo de menos es lo que hay dentro, es la ilusión de ser tan especial como para que alguien pierda algo de tiempo y dinero en arrancarte una sonrisa. De todos modos, estoy acostumbrada, tampoco es importante.

Sigo avanzando en mi autoconocimiento y en abrir mi vida y mi corazón a personas y afectos nuevos. He de evitar que la armadura me posea de nuevo, al menos, sólo lo justo para evitar daños pero no impidiéndome sentir. Creo que lo estoy logrando.

Por lo demás, este año tendré una compañera de excepción: mi gatita. Así, cuando los niños no estén, seremos dos en casa y nos haremos mimos la una a la otra. No es que no tenga mimos en otra parte pero... éstos serán de casa y vienen para quedarse.

Y son los únicos que ahora mismo me apetecen, aparte de los de mis pequeños roedores. Por lo tanto, mis deseos navideños son simples: tranquilidad, paz interior, trabajo, amor (el que tengo y el que esté por llegar), algún regalo sorpresa que me recuerde que hubo un tiempo -ya remoto- en que yo también viví esas fechas con ilusión y salud. Quién sabe, es posible que la vida aún me reserve emociones nuevas y felices de aquí hasta entonces. Unas fechas bien diferentes a mis last christmas...Así lo creo.

De las diversiones más terrenales ya me ocuparé yo.

miércoles, noviembre 24, 2010

Ésta soy yo

Me dice uno de mis lectores favoritos que se ha vuelto a enganchar a la visita mañanera de la Ninfa y le preocupa sufrir el "mono" de mi desaparición. No hay cuidado, querido, he vuelto por mis fueros y, ocupaciones extras aparte, no tengo intención de volver a descuidarte ni a ti ni a mi blog. De hecho, estoy empezando a tomarme en serio la tarea de escribir y empiezo a hacerlo fuera de aquí, con un poquito más de ambición.

Qué fastidioso es noviembre. No sé si a vosotros os pasa lo mismo, a mí me parece un mes triste por defecto. O yo me pongo triste por defecto, como en abril, pero tampoco diría que mi situación anímica es triste en este momento, más bien al contrario. Sin embargo, no me gusta este mes, estoy deseando que acabe.

Puede que mi subconsciente esté mandando señales por otros noviembres grabados a fuego. En noviembre perdí mi empleo de diez años por no tirarme al subdirector, en noviembre tuve una de las peores depresiones de mi vida el pasado año, en noviembre murió uno de mis hermanos y pasé interminables horas en el hospital velando a otro antes de fallecer también... en noviembre llueve mucho y la ciudad se sume en la oscuridad, noviembre es la previa a diciembre, mes por el que profeso una relación de amor-odio, como todos sabéis.

En cualquier caso, sí estoy ilusionada con diciembre. Haré una escapada -este año no hubo vacaciones, ni escapadas ni nada de nada- en el puente de la Constitución y llenaré de aire fresco mis pulmones. El siguiente fin de semana iré a buscar a mi nueva mascota, Dharma, una gata muy especial que esperamos los niños y yo con auténtica desesperación e ilusión. Creo que la que peor lo lleva soy yo pero disimulo con los críos...

Hace tiempo que contemplaba tener un miembro de cuatro patas en la familia pero el gasto que supone mantenerlo y el trabajo añadido de un perro -unido a mis dos cachorros humanos, que son modélicos, pero cachorros al fin- me echaban para atrás. Esto no significa que no adore a los animales, siempre me han gustado mucho. Mucho más que la mayoría de las personas, de hecho. Y no es una gata cualquiera. Es una Bosque de Noruega, por si no os suena, uno de esos hermosos y grandes gatos-lince... tiernos y salvajes... ¡Como yo!

Resumiendo, tras sentir cómo los humanos vienen y van aunque te prometan la luna, hace tiempo que sentía la necesidad de enfocar mis atenciones hacia un animalito suave y bello que, como ya me habréis oído decir, no huya despavorido cuando lo acaricio, y se quede a mi lado a las duras y a las maduras.

Dharma no es una gata cualquiera. Es un símbolo de mis ganas de catalizar energías negativas (no sé si sabéis que los animales son grandísimos terapéutas y conductores de tensión y vibraciones negativas, devolviendo a cambio bienestar y afecto). Me horroriza sentir incomodidad o rabia por lo que sea, me repito mucho, pero es la verdad. Quiero y necesito cambiar rencor por amor, es mi mejor medicina para los golpes de la vida.

He aprendido mucho esta última temporada. He aprendido a controlar y poner orden en mis emociones, a conocer mi poder frente a la adversidad, a disfrutar y agradecer lo que tengo y no darle vueltas a lo que no, a hacer crecer mi autoestima en lugar de permitir que los daños externos la lastimen, a ver que incluso en el fango puede volver a florecer la ilusión y que existen personas que nos devuelven la fe en el ser humano y en nosotros mismos.

He aprendido que muchas cosas no salen bien no porque yo no lo valga, quizá más bien porque, de forma inconsciente (a pesar de mis aires de mujer ultrasegura e inasequible al desaliento) yo creía que no las merecía. Buscaba la felicidad fuera de mí. Ahora me concentro y trabajo (en serio, es un verdadero esfuerzo pero creo que merecerá la pena) en conocerme interiormente, en descubrir, más allá de lo racional, quién soy, qué quiero y cómo hacerlo llegar.

Ahora sé que el destino no está marcado para castigarme. El destino se forja, no es fácil, pero me niego a pensar que hemos venido a este lugar sólo para sufrir. Es mentira, tan mentira como que no merezco todo lo que deseo.

Me concentro en mis motivos para ser feliz, entendiendo por felicidad la serenidad y la tranquilidad, que son la base de una vida razonablemente estable. Tengo dos niños guapos y modélicos, con una educación exquisita sin perder la espontaneidad que se corresponde con su edad. Tengo trabajo, en unos tiempos en que es un auténtico privilegio. No gano mucho dinero pero estoy a gusto, me apaño algunos ingresos extras y estoy convencida de que el año que viene mi cuenta corriente y mi vertiente escritora florecerán.

No soy ninguna niña y sigo pasando la prueba de la obra y alguna más: aún me piropean por la calle, aún se giran a mirarme. No muchas mujeres de mi edad (y de veinte años menos) pueden decirlo. Ya que siempre digo que "la suerte de la fea, la guapa la desea", pues mira, hay que dejar de tirarse piedras por ser una mujer coqueta y resultona. Al menos, una mirada admirativa anima un poco la mañana.

Tengo una gran capacidad de recuperación, una enorme capacidad de amar que, si bien ha sido poco aprovechada hasta ahora, no falta quién quiera darse una oportunidad de sentir conmigo. No busco, pero no cerraré ninguna puerta a quien llame. Y llaman bastantes...

Tengo un piso de alquiler muy digno, dinero para pagarlo, algunos buenísimos amigos, sé estar sola -no soy emocionalmente dependiente de nadie-, mantengo una vida sexual activa y satisfactoria, una salud razonablemente buena (ahora no es mi mejor momento pero no es nada mortal, así que todo pasará). Tengo gracia, inteligencia y, por encima de todas las cosas, tengo corazón, un buen corazón.

Soy una buena persona, sin llegar a ñoña, (ya sé que diréis que no tengo abuela. Cierto, ni abuela ni parientes que corroboren mis palabras pero sí otras muchas personas que lo harían sin pestañear) y eso me ha pasado muchas facturas, realmente injustas en algunos casos. Aunque sentimental, no me dejo pisotear, al menos conscientemente. No me gustan los gritos, las malas maneras, los desplantes ni hacer daño gratuito a nadie. Incluso vengarme me resulta difícil y eso que, a veces, a más de uno le vendría bien un poco de su propia medicina. Sin embargo... perro ladrador poco mordedor.

Como veis... soy multimillonaria. Nada de qué quejarme y sí muchas ganas de recuperar la fe en las personas y en la vida.

He vuelto a creer en los milagros. Ya sé que puede que tarde o temprano vuelva a sufrir pero no será por no haber intentado gozar.

¡Y tengo que dejar de hablar de mí ya en los posts, lechesss!


domingo, noviembre 21, 2010

El secreto de vivir

Sigue sin aparecer mi GPS. ¿Os he contado alguna vez lo importante que es el GPS en mi vida? ¿No? Pues lo es, y mucho.

Mi GPS fue mi salvador y guía frente a mí inexistente sentido de la orientación durante mi accidentado periplo por la capital. Sigue (o seguía) siendo todo un aliciente a la hora de subirme al coche y salir pitando sin miramientos y a cualquier hora para emprender la aventura de conocer algo o alguien. Me da libertad y empuje para lanzarme a la carretera sola sin temor a no llegar... adonde sea. Vamos, que es muy importante mi GPS, leñe.

Pues no está, se ha ido, me lo han robado o no sé qué pasa. Nunca lo saco del coche y por más que busco y rebusco, nada, no aparece. Amiga como soy de ver señales por todas partes, me he parado a pensar. ¿Será el momento de aalir al mundo sin dirección, sin metas que me detengan, disfrutando del camino sin pensar adónde me lleva mi instinto? Tal vez...

Es tiempo de cambios y averías. A mi portátil le faltan tres teclas, tiene la batería viciada, la de enchufe se desconecta a cada rato y está más muerto que vivo. No sé cómo me las arreglaré cuando se descuarijingue del todo porque me hace falta para trabajar y no me sobra de nada.

Capítulo aparte merece la carrocería de mi coche: da más pena que mi cuenta corriente. Se ha convertido en la prueba visible de las cicatrices de los golpes de este... inopinado año. No soy mala conductora, algo fuguillas, eso sí. Me gusta correr, me cabreo como un camionero y no tengo que envidiarle nada a ningún madrileño a la hora de hacer piratadas... Sin embargo, sus marcas de guerra no se han producido por mi ineptitud al volante. Unas se deben a que soy una sobrada de cuidado (o sea, voy marcha atrás con prisa y sin mirar más de una vez...) y, principalmente, a las heridas del alma.

El pobre Scenic tiene más rascazos, abolladuras y demás ocasionadas este año que en toda su vida activa. ¿Motivo? Cada vez que tengo un disgusto, lo rozo o golpeo en el garaje. El porcentaje ha sido alto, me prometieron que me lo iban a arreglar (entre otras muchas promeses incumplidas), me ofrecieron comprarme otro ordenador y, en mi empeño de no ser ni parecer interesada lo rechacé, sabiendo que me hacía falta porque, aunque adoro los regalos, me parecía mucho más importante que apreciasen que me importaban mucho más los obsequios del corazón. Un error. No se valoró y todos los caprichos se destinaron a otras... causas.

En fin, actualmente, con el coche me pasa lo mismo que a esas chicas que engordan y ya no les sienta bien ninguno de aquellos bonitos vestidos de tallas más pequeñas. Se sienten feas, se compran prendas cada vez mayores hasta que llega el punto en que ya no sienten el deseo de arreglarse ni bajar de peso porque hace demasiado tiempo y tallaje que no pueden verse atractivas. Eso me pasa con mi pobre coche. Está machacado, tiene muchos kilómetros, yo no acostumbro a tener medios para ir reparando las rayaduras, abolladuras, cicatrices... y llega el momento en que siempre lo veo feo y viejo. Me da un poco de pena, es un fiel amigo y tiemblo al pensar en el día en que deje de andar. Eso sí que será una dramática pérdida de libertad y no sé de dónde saldrá la posibilidad de tener otro. Quizá por ello creo que le debo y me debo la oportunidad de que se le/me vea bien.

Quiero borrar las huellas de golpes. Las del coche y las mías. Yo estoy bien, me siento bien conmigo misma; ya no dependo de nadie para proyectar mi presente y mi futuro. He decidido ser y hacer feliz y sé qué puedo. No importa el cómo: es y será. Me basta con esa certeza. Así que, no sé de quémodo ni cuándo pero curaré a mi coche y, cuando fallezca, tendré uno grande y hermoso. Conozco hasta el color. Exactamente como ocurre con mi proyecto de vida, será brillante, claro y seguro.

Será mi reflejo. Y me he comprado el mejor espejo que se puede comprar sin dinero porque tengo...

El Secreto de Vivir.


jueves, noviembre 18, 2010

Pasado, presente y futuro

Dicen que donde hubo fuego siempre quedan brasas. No sé si esto es cierto en su totalidad pero es un hecho que hay experiencias, personas y momentos que marcan tu vida. Hay un antes y un después de ellas. A veces, te hacen daño y te cambian no siempre para bien, ése es uno de los motivos por los que rehúyo el odio y el rencor como la peste, independientemente de los motivos que puedan originarlos. No se construye nada en el dolor, en la rabia.

En otras ocasiones, el tiempo pone las cosas en su sitio. La perspectiva te devuelve lo que te fue robado por error o falta de criterio. Puede ser la autoestima, el amor, la dignidad o tu sentimiento de ocupar un lugar adecuado y útil en el mundo. Ayer fue uno de esos días.

Yo pasé del cielo más claro y azul al infierno más oscuro y profundo de la depresión cuando perdí al amor de mi vida. Nunca pude entender lo que había pasado, por qué lo que ERA a todos los efectos una emoción única y compartida me fue arrancada. La vida continuó, seguí adelante, como siempre, sin querer ni poder mirar atrás, sin dar ni espacio a una leve señal que derrumbase el nuevo castillo de naipes que había creado para sobrevivir.

Cerradas ya las heridas, las de aquel amor y otras que este extraño devenir puso en mi camino, volví a crecer un poquito más. Tal vez mi alto nivel de tolerancia y sinceridad me hayan causado más mal que bien (por cuanto hay gente que lo usa en su propio provecho en lugar de valorarlo como el regalo que es) pero siempre han sido y serán los que me levanten y me devuelvan esa fe que es mi sostén y el de mis hijos. Entiendo que para muchas personas puedo parecer un pelín estúpida, confiada o ilusa. Yo también lo he pensado en alguna ocasión. Mi exceso de confianza en el ser humano me ha jugado muy malas pasadas, simplemente porque soy incapaz de imaginar que alguien a quien le ofrezco lo mejor de mí pueda hacerme daño o engañarme. Una tontería, lo sé.

A lo que íbamos. Por azar (¿Alguien cree realmente en el azar...?) o por destino abrí una puerta que me había negado siquiera a revisar. La puerta seguía abierta y entré. Casi cara a cara con ese pasado pude reformular y conocer detalles que me recordaron quién soy y quién, pese a quien pese, siempre seré.

No hay dolor ni remordimientos cuando lo has hecho lo mejor que podías y sabías. No hay pena ni asignaturas pendientes. Sólo paz y... dulces brasas. En esa puerta escuché algo que le dio mucho valor a tanto sufrimiento y autoflagelamiento sin sentido. Me dijeron la frase más bonita que un amor (presente, pasado, futuro...) puede regalar a alguien como yo. "Cuando una pareja se separa, no suele echar de menos al amigo que había en ella. El día que te perdí, no perdí sólo a la pareja. Perdí a la amiga más divertida e inteligente que he tenido nunca. Y es por eso que te echado muchísimo de menos".

Recordamos cómo nos reíamos, constantemente. Nos reíamos en la calle, en los restaurantes, en la cama, por cualquier cosa. La risa me ha salvado siempre de mis peores momentos, me resulto graciosa hasta cuando sufro (por patética pero es raro que no haga una humorada hasta cuando lloro) y la complicidad y el bienestar que lleva a una relación no tiene caducidad como la pasión o la emoción de los primeros tiempos. La risa es saludable y no provoca arrugas. La risa crea lazos que ni el tiempo ni el desamor pueden romper.

La distancia ha aclarado muchas cosas. Con el paso de los meses y los nuevos mazazos he aprendido que aún hay modos de hacer peor las cosas. Tras el dolor que en su día me hizo cerrar cualquier comunicación con ese pasado, me siento como lo que soy: una persona valiosa, honesta, buena compañera, mejor amiga y excelente amante. No hay vanidad en mis palabras, es reconocimiento, salud mental. Nadie puede quererte si tú mismo no lo haces y, algunas veces, me temo que lo olvido.

Aquello que ayer fue una ofensa y una llaga insondable es hoy un modo de valorarme de nuevo porque tengo a gala decir que ninguno de los hombres que me han importado puede decir de mí que le he decepcionado o no era lo que aparentaba. No pueden decir que les aburría o agobiaba. Que les mentía o fingía. No pueden decir nada más que que les amé. Si fue suficiente o no, depende de sus propios sentimientos y ambición emocional. Yo soy muy ambiciosa, realmente compadezco a aquéllos que no lo son en ese aspecto. Eso puede costarme acabar sola o dar con la verdadera horma de mi zapato. En cualquier caso, practico la coherencia y la sinceridad, no importa que no se aprecie, esa pobreza no es mía.

Se acerca el puente y, con él, un encuentro que hasta ahora, por temido, por no confundir lo que creía que podía perder (sin saber que no tenía nada), se ha ido posponiendo hasta el momento adecuado.

En mi presente hay ilusión, hay emoción y hay sentimientos. En dos semanas le pondré una nueva cara al pasado y, con el perdón y la paz interior, crearé mi verdadero futuro. Cruzaré esa peligrosa línea entre lo que pudo ser y no fue y, tal vez, empezar por una buena amistad. Me miraré en ese espejo y, recordaré, pase lo que pase que ésa soy yo: la mejor amiga, la amante, la compañera...

La Ninfa

lunes, noviembre 15, 2010

Heroísmo casero y ley seca

Hoy he tenido una de esas jornadas heroicas que me caracterizan. La bombilla de la cocina está fundida y puesto que, por dos o tres centímetros de nada, no llego ni con banqueta, he vuelto a desafiar a los elementos.

Empecé con buen ánimo. Bueno, para ser sinceros sentía cierto pavor en puntillas sobre aquel raquítico asiento y nada, que no alcanzaba. Para más inri, los casquillos de las bombillas de mi casa son de tan mala calidad que no hay forma de sacar la vieja ni a tiros.

Dispuesta a no dejarme abatir por la adversidad insistí e insistí mientras recordaba el episodio del año pasado, cuando el martillo se me cayó directamente en la cabeza. Pues fue acabar de pensarlo y ¡zas!, la bombilla se rompe en mil añicos apretujada por mis manazas. Ahora ya no podré sacarla del fucking casquillo y necesitaré que alguien venga a cambiarlo (recordad que éste es uno de los pocos momentos en que echo de menos un hombre en casa). Me temo que la cocina seguirá sumida en la oscuridad hasta que algún alma caritativa, manitas y de más de 1.65 centímetros se pase por mi casa dispuesta a ayudar.

Dentro de la etapa lúdica que estoy emprendiendo se encuentra el deseo (utópico) de ir al gimnasio. No pierdo la esperanza pero, mientras tanto, he oteado qué máquina sería la adecuada para tonificar y practicar el superficial y sanísimo culto al cuerpo.

La cinta es ejercicio aeróbico, no me vale para tonificar las carnes bamboleantes, la máquina vibradora ésa dicen que es la pera pero, al parecer, es incompatible con el DiU. Yo llevo uno que, aunque no me libra de tomar medidas adicionales de seguridad tal y como está el patio, es el padre de todos los DiUs y ya sé lo mal que se pasa si se descoloca. He intentado hablar con el médico pero, na, no estaba. Me da la sensación de que los espíritus protectores de la celulitis se alían contra mí.

¿Qué hacer, pues? ¡Ir de compras! ¿Problema? No money. ¿Ventaja? Eterna talla 36, puedo entrar en tiendas baratillas tipo Bershka y tal, donde hay trapos por poco dinero. No es que pueda elegir gran cosa pero, en fin, una está acostumbrada a tirar con poco y la que tuvo retuvo.

Creo que debería hablar del Papa (que pasó enfrente de mi casa pero me pilló durmiendo y no pude salir a saludar), o de la crisis o del mosqueo que me pillé el sábado cuando pretendía comprar algo de alcohol en el Opencor a las diez y media de la noche y me pilló la prohibición ridícula de la ley seca a partir de las diez. Por esa regla de tres, podrían vender coca hasta esa hora y prohibir colocarse desde entonces... Obviamente, los niñatos van más temprano a buscar material para el botellón y santas pascuas... Vaya soluciones más chorras. ¡¡Incluso se negaron a venderme una shandy!! ¿Pero adónde vamos a ir a parar?

Al final sólo he escrito tonterías pero tengo el día ligero -no los cascos, enfermos-y me sienta bien desvariar de vez en cuando.

En fin, prometo que mañana escribiré sobre alguna falacia con algo de miga. Mientras tanto, se aceptan voluntarios para solucionar el problema de la oscuridad en mi cocina, ahora nos iluminamos con la campana pero... ¿¿Que será de nosotros como, al igual que todas en esta puñetera casa, se funda??

Está bien... ya me callo.

sábado, noviembre 13, 2010

"Public relations"

Ya lo decía mi abuela: noches alegres, mañanas tristes. Es lo que tiene la nocturnidad alevosa de las juergas, que te levantas con la boca pegada y dos problemillas llamados, dolor de cabeza y sed desesperada, más conocidos como resaca.¡Pero bueno, vale la pena!

Mi situación de pluriempleada incluye, en ocasiones, el hacer de relaciones públicas en eventos que organizan las administraciones para las que trabajo. Sin duda alguna, es lo que mejor se me da. Me gusta organizar a la gente y mangonearla con mucha educación. Además, conoces personas diferentes y, a veces, cuando das con personajes animados, la noche se alarga...

Hubo suerte, así que nos corrimos la juerga del millón (sin que yo desembolsase un duro, cuestión importante porque, como es costumbre, no tengo).Con mi reincorporación al mercado, tras meses de casta exclusividad sin saber que estaba haciendo el primo, parece que llevo un cartel en la frente que pone "Disponible" en fluorescente. No sé si es cuestión de actitud pero es estupendo para el ego, así que me dejo querer y halagar, eso no hace daño a nadie.

Por lo demás, estoy haciendo cambios y remodelando mi casa interior. Uno de ellos es tomar clases de salsa. Me chifla bailar y, aunque no me gusra el postureo de los que lo convierten en una herramienta de vanidad, no he podido resistir la tentación cuando me invitaron.

Estos lugares dan también para un estudio sociológico, centrándonos en el animal investigación habitual de este blog: el hombre.

En materia de baile, al menos en mi caso, no me preocupa nada el aspecto del oponente; lo que me interesa es que lo haga bien y me sepa llevar. Es por esto que acabas teniendo "contacto" con tipos que, en otras circunstancias, no hubieses valorado para nada más, siendo honesta y superficial.

Y hay cierta variedad: unos son gorditos y poco agraciados pero le ponen mucho interés al asunto: cuentan los pasos, cuando te dan vueltas va la cosa un poco forzada (las mollas quitan espacio...) pero ellos siguen cuenta que cuenta, gira que gira cuando corresponde -nada de improvisar, no sea que se líe la cosa- mientras una intenta no tocar mucho la camisa sudorosa del avezado partenaire. Son tenaces, no te sueltan así como así aunque te equivoques y acabas hablando con quien sea de el sexo de los ángeles para que te dejen en paz, aunque te mueras de ganas de bailar.

Los hay talluditos que se miran al espejo para ver qué tal ha quedado la posturita e intentan tontear en la medida que la música lo permite. Van a clase para ligar y, aunque alguno podría ser físicamente aceptable, mi psicólogo me ha prohibido terminantemente enredarme con cuarentones: ya se sabe, están en postadolescencia y se creen que el modo picaflor los convierte en conquistadores. Habida cuenta de que no voy detrás de la cartera de nadie, he decidido que vuelvo a mirar sólo a los tíos buenos por debajo de la década maldita: te garantizan calidad y cantidad en el sexo, van al gimnasio, no te venden motos ni falta que hace y más de uno tiene un cuerpo de escándalo.

También hay de éstos en clase. Los macizos altos como a mí me gustan suelen ser patosos, la estatura y el buen bailar no suelen ir de la mano pero aquí compensa obviar ese detalle. El ritual es un poco accidentado: yo hago el papel de botijo, mientras el pobre muchacho se tiene que doblar por la mitad para dar una vuelta. En este caso, aunque mi prioridad es el baile, me "sacrifico" y cambio la danza por el tonteo, que es más... estimulante.

Por último, nos queda el profesor de baile. Puede ser más feo que picio que todas se pegan por él. Es normal, es el mejor bailarín y eso, además de ser mucho más satisfactorio a la hora de mover las caderas -en el buen sentido-, le concede un plus de atractivo. Otra cosa es que liguen con él pero, sin lugar a dudas, es el amo del gallinero en los ambientes danzantes.

Pues nada, nunca he sido mala moviendo el trasero pero es innegable que la sensualidad de la salsa me hace sentir más... hembra. Puede sonar machista pero es todo lo contrario. Aquí, la ama del gallinero soy yo.

Y ya no recordaba lo mucho que me gusta...


jueves, noviembre 11, 2010

Levando anclas

Tras la tormenta llega la calma o eso dicen. En mi caso, lo habitual es que, tras la tormenta, vuelva la emoción. Probablemente mi naturaleza apasionada atraiga este tipo de montaña rusa que es mi vida pero, he de reconocerlo, cuando el vagón está en la parte alta es difícil resistirse a la tentación de arriesgarse y... ¡volar de nuevo!

Los que vivimos la vida a pleno pulmón tenemos esa doble vertiente: el sufrimiento es más profundo pero las emociones son también más intensas. Esa capacidad de disfrutar (casi desmesurada) hace que la otra cara de la moneda, el dolor, nos deje noqueados pero, a cambio, cuando decidimos levar anclas... sabemos hacerlo a la velocidad de la luz. No por superficialidad, por experiencia y supervivencia.

He cerrado un ciclo. Las cosas rara vez son como uno quiere y, más aún, como uno cree o ve. Pasado el duelo, evalúo el aprendizaje, vuelvo a abrir los ojos con la curiosidad que me caracteriza y me pongo a disposición de llenarlos de información y sensaciones nuevas.

Parte del proceso es abrirse al mundo. Me siento renovada, como si hubiese crecido varios centímetros, más viva. Preparada. Los últimos meses he estado presa en la crisálida, sintiéndome fea y encerrada como la oruga que, temporalmente, fui. Cuando estás envuelta en ese capullo sufres algo parecido al síndrome de Estocolmo: te enganchas al dolor, te sientes atrapada pero, al tiempo que te cortan las alas, crees que debes permanecer ahí, quieta, oprimida, esperando ese milagro que nunca llega. Hasta que, de nuevo, despiertas del mal sueño y descubres las dos preciosas extremidades que te devuelven a la vida.

Disfruto de caras y planes nuevos. Por fin encuentro con quien proyectar cosas sencillas como si fuesen enormes, vuelvo a reír con los amantes del absurdo devenir que es esta existencia. Se acabaron las noches de espera y las excusas. Se terminó el juego del gato y el ratón. Ahora siento y sé que estoy dónde debo, que no sobro, que soy especial, no porque nadie me lo diga sino porque lo siento, lo demuestro y me lo demuestran. Y no dependo de nadie para ser mejor pero es bueno estar cerca de quien te hace mejor.

Desde hoy, decido amarme tal y como soy y amar a quien me ame de ese mismo modo. A quien aprecie que lo que unos llaman "circunstancias adversas" son lo que me ha convertido en la mejor o peor persona que soy. Decido ser magnética, valiente e independiente. Decido ser valorada y cuidada. Decido sonreír a la vida y a quien me sonría. Y elegir el camino del bienestar.

Parafraseando a Diego Torres, sé que las ventanas se pueden abrir, cambiar el aire depende de mí, vale la pena una vez más. Sé que es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, aunque no es fácil empezar.

Sí, puede que tropiece de nuevo pero estoy convencida de que descubriré y me descubrirán. De que abrazaré y me abrazarán. Y de que mi futuro con nuevos colores es ya presente.

Porque me lo merezco.

(Esto es mucho más que una canción, no dejéis de escucharla)



Sé que hay en tus ojos con solo mirar
que estas cansado de andar y de andar
y caminar girando siempre en un lugar

Sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti
te ayudara vale la pena una vez más

Saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón

Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar
aunque ya ves que no es tan fácil empezar

Sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se irá
y así será la vida cambia y cambiará

Sentirás que el alma vuela
por cantar una vez más

Vale más poder brillar
Que solo buscar ver el sol