jueves, noviembre 11, 2010

Levando anclas

Tras la tormenta llega la calma o eso dicen. En mi caso, lo habitual es que, tras la tormenta, vuelva la emoción. Probablemente mi naturaleza apasionada atraiga este tipo de montaña rusa que es mi vida pero, he de reconocerlo, cuando el vagón está en la parte alta es difícil resistirse a la tentación de arriesgarse y... ¡volar de nuevo!

Los que vivimos la vida a pleno pulmón tenemos esa doble vertiente: el sufrimiento es más profundo pero las emociones son también más intensas. Esa capacidad de disfrutar (casi desmesurada) hace que la otra cara de la moneda, el dolor, nos deje noqueados pero, a cambio, cuando decidimos levar anclas... sabemos hacerlo a la velocidad de la luz. No por superficialidad, por experiencia y supervivencia.

He cerrado un ciclo. Las cosas rara vez son como uno quiere y, más aún, como uno cree o ve. Pasado el duelo, evalúo el aprendizaje, vuelvo a abrir los ojos con la curiosidad que me caracteriza y me pongo a disposición de llenarlos de información y sensaciones nuevas.

Parte del proceso es abrirse al mundo. Me siento renovada, como si hubiese crecido varios centímetros, más viva. Preparada. Los últimos meses he estado presa en la crisálida, sintiéndome fea y encerrada como la oruga que, temporalmente, fui. Cuando estás envuelta en ese capullo sufres algo parecido al síndrome de Estocolmo: te enganchas al dolor, te sientes atrapada pero, al tiempo que te cortan las alas, crees que debes permanecer ahí, quieta, oprimida, esperando ese milagro que nunca llega. Hasta que, de nuevo, despiertas del mal sueño y descubres las dos preciosas extremidades que te devuelven a la vida.

Disfruto de caras y planes nuevos. Por fin encuentro con quien proyectar cosas sencillas como si fuesen enormes, vuelvo a reír con los amantes del absurdo devenir que es esta existencia. Se acabaron las noches de espera y las excusas. Se terminó el juego del gato y el ratón. Ahora siento y sé que estoy dónde debo, que no sobro, que soy especial, no porque nadie me lo diga sino porque lo siento, lo demuestro y me lo demuestran. Y no dependo de nadie para ser mejor pero es bueno estar cerca de quien te hace mejor.

Desde hoy, decido amarme tal y como soy y amar a quien me ame de ese mismo modo. A quien aprecie que lo que unos llaman "circunstancias adversas" son lo que me ha convertido en la mejor o peor persona que soy. Decido ser magnética, valiente e independiente. Decido ser valorada y cuidada. Decido sonreír a la vida y a quien me sonría. Y elegir el camino del bienestar.

Parafraseando a Diego Torres, sé que las ventanas se pueden abrir, cambiar el aire depende de mí, vale la pena una vez más. Sé que es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, aunque no es fácil empezar.

Sí, puede que tropiece de nuevo pero estoy convencida de que descubriré y me descubrirán. De que abrazaré y me abrazarán. Y de que mi futuro con nuevos colores es ya presente.

Porque me lo merezco.

(Esto es mucho más que una canción, no dejéis de escucharla)



Sé que hay en tus ojos con solo mirar
que estas cansado de andar y de andar
y caminar girando siempre en un lugar

Sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti
te ayudara vale la pena una vez más

Saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón

Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar
aunque ya ves que no es tan fácil empezar

Sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se irá
y así será la vida cambia y cambiará

Sentirás que el alma vuela
por cantar una vez más

Vale más poder brillar
Que solo buscar ver el sol

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