martes, junio 12, 2012

¡Sueña!

Nos toca soñar. Nos toca soñar a todos porque no estamos preparados para esta realidad tan dura, tan extraña, tan macroeconómica que nos es tan ajena.

Yo llevaba muchos meses apartada de la información de toda clase, una suerte de autosalvación. Pero me pilló el ministro en casa tartamudeando mentiras sobre falsos regalos europeos y me enteré, lamentablemente. Y me informé, aún peor.

Dicen que la suerte es la que te toca, la que viene: la familia en la que has nacido, el entorno que te rodea en tu infancia por arbitrio. La buena suerte es otra cosa, es la que uno se forja con su trabajo, con su esfuerzo y, sobre todo, con su actitud. Eso que llaman actitud positiva.

En estos tiempos aciagos de desesperanza hemos de aprender a ser nuestros mejores amigos, a desearnos lo mejor, a estar dispuestos a convercernos y a convencer de que somos fuertes y de que somos un gran país, le pese a los secuestradores, a los gangsters y a los especuladores.

Que hemos de enfrentarnos con uñas y dientes a esa gentuza, tipo Reino Unido y otras hierbas que ríen de nuestra desgracia, a falta de nuestro sol y tras haber soportado sus infames borracheras por nuestro entreguismo a un turismo de mala calidad,  a dos duros, que no gasta en comer (porque no sabe), no se comporta ni aporta. Que podía veranear diez años en el mismo lugar y hasta montar un negocio y no aprender a decir ni gracias en cristiano. Y lo permitimos. A buena hora lo hubiesen hecho ellos.

Pues hemos de dejar de caer en el victimismo y en el miedo. Los que tenéis dinero, haced el favor de gastarlo, es el momento. Porque os saldrá barato y porque deberíais ser solidarios con vuestra inmensa suerte. Las Pymes deberían de pensar en cómo crecer de otro modo (las redes sociales son un horizonte inmenso al alcance de cualquiera) en lugar de subcontratarse a precio de saldo con estafadores.

Los que no tenemos nada más que talento, algo que, definitivamente, ya no se lleva, hemos de empecinarnos en soñar, en volver a creer en nosotros por encima de empresarios ciegos, multinacionales explotadoras y desgobiernos ignorantes y despreciables.

Y no es que yo crea en los pajaritos preñados, es que no nos queda otra. No nos queda más que soñar, que mirar a lo lejos, a un futuro hermoso donde seremos quién nos empeñemos en ser, como cuando éramos niños. Nuestros padres salieron de una guerra, de una posguerra, de la miseria, del hambre, crecieron y no se quejaron tanto porque no disfrutaron de todo lo que nosotros lo hemos hecho.

Yo quiero seguir disfrutando pero a lo mejor, he de aprender a hacerlo de otro modo. Cierto es que yo os llevo ventaja: mi crisis se remonta a los últimos ocho años y ya me he hundido dos o tres veces. Así que he aprendido a procurarme branquias de donde nadie sabe.

Y si la que escribe, con dos niños pequeños, más sola que la una y de letras, va resistiendo, qué no haréis todos los que venís sobradamente preparados. Es hora de soñar con el futuro pensando sólo en el presente. El presente es que aún estamos aquí, que muchos podemos ayudar a otros con casi nada y algunos, con mucho. Queda gente valiente, generosa, dispuesta a cambiar el mundo, aunque sea con pequeños gestos. Miremos hacia ellos, pongamos nuestro granito de arena y demos, al fin, la espalda a los que nos entregan al abismo. Funciona.

Y es que si no nos hacemos idealistas ahora, nada habrá merecido la pena.

Ni el estado de bienestar ni el de malestar ni el de la madre que lo parió.

Por todo ello, hazlo... ¡Sueña!


lunes, junio 11, 2012

He visto la Aurora Boreal

He visto la aurora boreal. He visto el sol de medianoche. He estado en un lugar remoto y maravilloso donde mis hijos y yo fuimos acogidos por una familia maravillosa, generosa y desinteresada que lo tenía todo y lo compartía más.

He disfrutado de un hermoso hogar cálido, de paredes de cristal donde la luz natural era escasa pero la espiritual permanecía omnipresente. Donde todas las personas compartían lo poco o mucho que tuviesen y todas las razas se mezclaban en un oasis lejano, muy cerca del lugar más alejado de este espacio del mundo que conozco, lleno de problemas, de rescates que suenan a secuestro, de crisis que retumban como fosas comunes de la vida que la gente de a pie hemos conocido.

Había una voz dulce que me susurraba: "No sabes lo que daría por poder hacer que te quedases". Era una mujer, el alma de la casa que sabía que yo no quería irme, era plenamente feliz en aquel entorno de serenidad, de calma, de bienestar.

Me vi en una playa nocturna donde le mostré a mis hijos un sol de medianoche amarillo y rojo embelesante y una gran luna al mismo tiempo. Una visión irrepetible, mientras gente de todos los colores y culturas hacía un mercadillo solidario y no intercambiaba dinero, sólo cosas necesarias y calidez a raudales. No había mucha luz, sí naturaleza, grandes abetos, nieve y páramos, todo en diferentes planos. Yo pensaba que no querría vivir sin luz pero entreví los colores del cielo (verde, naranja, azul...), ese sueño irrealizable de ver la aurora boreal. Cierro mis ojos y puedo percibir la emoción, puedo regresar... No deseaba retornar.

Estoy convencida de que en aquel universo paralelo, al que, al parecer, para volver a donde quiera que procediese debía dar tres vueltas al mundo en avión, un avión cuyos billetes de vuelta no tenía dinero para pagar, sería inmensamente feliz, tal era la paz y la plenitud. Tan lejos de la miseria de los bancos ladrones, los gobiernos mentirosos. Un sueño donde volver a empezar lejos de todo y de todos. Un mundo nuevo lleno de colores preciosos. Ese mundo nuevo donde no podemos entrar pero que, estoy segura, debe existir.

Hubiera deseado no despertarme. Tengo serias dudas de qué parte de la vida es la auténtica y cuál es la onírica. La sensación de belleza, de saber lo que quería, de haber hallado mi entorno físico y personal perfecto era completamente real cuando me desperté. Descubrí lo que de verdad me hace feliz en mi mente inconsciente, ésa que es sabia y pasa tanto tiempo oculta por nuestra mediocre consciencia.

Y ha sido tan hermoso... Que quiero regresar al reino de los sueños para disfrutar de mis deseos más que de futuros reales.

He visto la aurora boreal. He visto el sol de medianoche...



viernes, junio 08, 2012

La culpa es vuestra

Le he dado muchas vueltas. He recibido comentarios de apoyo fuera y dentro de la red. Estoy más fuerte y he recordado que huir de las letras es, para mí, huir de mí misma. Así que, aunque soy poco dada a estos vaivenes blogueriles, creo estar dispuesta para volver con un espíritu más positivo, si puede ser ,a hablar de tontunas y, si no lo logro, a desnudarme como mil veces me han dicho que no debo hacer.

El mérito y la culpa son vuestros, queridos y animosos lectores. No me explico que hacíais todavía ahí. Espero que regreséis ahora.

No tengo ganas ni creo conveniente ponerme trascendental y aburrida. Aunque caigo en ello casi siempre. Como cinco millones de españistañoles, busco trabajo. La diferencia entre ellos y yo es que llevo ocho años en crisis y tengo práctica en esto de vivir angustiada, razón por la cual, he decidido desangustiarme. Esto no quiere decir que no me preocupe, simplemente, no me vale de nada y me roba la salud.

El síndrome de parado te convierte en un ser anodino (algún ex dirá que lo soy pero miente...). Hay momentos en que he pensado que sólo me faltaba la camiseta de tiras, panza, cerveza en mano y pelos en el pecho mientras me pudría viendo la televisión para ser la reencarnación del desempleado estándar entregado a su suerte. En mi caso, no he echado barrigón ni bebo, a mí me da por adelgazar. Puede que algo de más pero, como decía Wallis Simpson: "Querida, nunca se es demasiado rica ni se está demasiado delgada".

De momento, yo me dedico a quedarme en el chasis. Pero no descarto (esto es fantasía pura y dura pero a menudo me acusan de ser poco positiva) llegar tener dinero como para no preocuparme por él.

Para compensar, ya que opino que mis piernas están demasiado delgadas, subo escaleras. Pero de verdad: nueve plantas desde el garaje más una entreplanta, o sea, diez pisos, mínimo dos veces al día. Si salgo para alguna cosa más, otra vez. Veinte pisos diarios o cuarenta si llevo al niño a jugar a casa de alguien. No está mal para la flacidez. Quiero que mi legendario trasero no se venga abajo también y, si las piernas están algo más delgadas, por lo menos no estar fofa.

Realmente, habida cuenta que últimamente estoy algo monjil no sé para qué tanto cuidarse. Bueno, sí lo sé; mens sana in corpore sano. Como tenía y tengo la mens bastante ajetreada le doy un respiro con un subidón de oxígeno. Y a ver si en unos meses un bombeo de autoestima.

Como veis, intento volver a mi yo más frívolo. No os preocupéis que, cuando me dé el bajón, os volveré a encandilar con mis llantos rosalianos. Pero hoy no. Hoy he vuelto y he escrito un post como Dios manda: sobre todo y nada en concreto. Vacío como manda la blogosfera, según me han dicho.  Además, me niego a hablar del gobierno.

Ya me diréis que es lo que os pone más.

(Confieso que esta canción me parece demasiado positiva pero tengo que reeducar mi cerebro...)