miércoles, agosto 26, 2009

El Valiente

Lo había cumplido. Se quedó en silencio, replegada en sí misma, con sus pequeñas alas doradas envolviéndo su frágil silueta a modo de insignificante manto protector.

Ha pasado su propio vía crucis inmóvil en su jaula de oro, sin mirar atrás pero tampoco adelante, convencida ya de que nada podía ni debía sacarla de ahí. No sentía ni quería sentir, no valía la pena. Nadie valía esa pena.

Lista ya para guardar definitivamente su polvo de hadas en la caja de la magia desaprovechada, la interrumpió un ruido. Leve al principio, en la distancia, la sacó de su voluntario ostracismo el golpeteo en el cerrojo de su celda. No quería mirar, no era el momento, no era el lugar, no debía permitir que el polvo de hadas se levantase y se desperdigase de nuevo en el sueño equivocado.

Pero el insistente chirriar del cerrojo ganó la partida. Comenzó poco a poco y no pudo evitar acercarse. La curiosidad de la Ninfa, su gusto natural por las sorpresas, le impidió seguir durmiendo. Aún así, sólo escuchaba, no podía ver.

De pronto, los barrotes crujieron y el golpeteo inicial tomó la fuerza y la furia de un huracán. Nadie había osado nunca acercarse a su prisión, nadie había sabido cómo hacerlo. Se estremeció de inquietud y emoción.

Y entonces le vio, dando patadas a la puerta, no con rabia sino con firmeza, con la decisión del que SABE, del que QUIERE, del que LUCHA. La sorpresa la hizo dar un paso en falso... y entonces él también la descubrió. Levantó la vista y la bañó con sus ojos azules, con su fuerza interior, con su seguridad, con su certeza, con su capacidad de amar, de no arredrarse ante nada, de mirarla con deseo y con admiración pero, cosa ya increíble, sin temor.

Temblaba mi náyade de alegría y de miedo a un tiempo. Ella pensaba que no existía, lo había visto mil veces. Llevaba toda una vida esperándole y buscándole en caras equivocadas, en corazones secos, en almas mezquinas y cobardes. No podía apartar la vista de la inmensidad que había tras aquellas pupilas.

Él dijo algo y ella no escuchó, no entendió, sólo sintió. Le tendió la mano y, en ese mismo instante, los barrotes crujieron de nuevo con un ruido atronador. La mazmorra se vino abajo y ellos ni siquiera se dieron cuenta, sumergidos uno en el perfume del otro.

Se fundieron en un abrazo inmenso, desde siempre esperado, largo y cálido. Por fin, se materializó el sueño: era ÉL, el Valiente y no necesitaba ninguna fortaleza más que sus brazos.

Estaban en Casa. Y no había mazmorras, ni distancias ni dudas capaces de separarlos porque, después de toda una densa vida buscándose, se habían encontrado.

Y ahora están completos.

Bienvenido al paraíso, Valiente.


domingo, agosto 09, 2009

En tránsito... para variar

Cómo me cuesta ponerme al teclado últimamente. Si no hubiese amigas por ahí que me hostigan, tal vez ni me pasase por aquí y no por falta de ideas. Es una suerte de pereza, dolor de cabeza, calor y síndrome de mudanza que me atenazan.

Estoy en tránsito de mi mudanza a lo cutre. Cutre porque me estoy buscando la vida para llevar el camión nosotros, he encontrado un par de rumanos dispuestos a cargar por poco dinero en Madrid pero me falta el tema logístico en Santiago.

Por un lado, están los amigos de confianza que no pueden venir a ayudar porque, justamente en las mismas fechas que yo llego, ellos están fuera de merecidísimas vacaciones. Por el otro, los que se ofrecen y, cuando les envías un mail pidiéndoles una manita, te contestan que ese día lo tienen todo ocupado con sexo. Como suena. Será capullo.

Así que, como no conozco cuadrillas de extranjeros apañados en mi tierra, a ver cómo me lo monto para subir todos mis enseres a mi nuevo hogar.

Había pensado irme más tarde pero las necesidades de mi bondadoso conductor harán que adelante la salida. Mi intención era regresar después a Madrid un poco antes para la entrega del piso pero todo depende de si hay planes o me voy a pudrir aquí igual que allí pero sin casa. Eso por no hablar de organizar una casa entera en soledad. Una paliza.

Un efecto colateral muy curioso que se produce al mudarse es la lista de lamentos y rechinar de dientes de los supuestos galanes que me "conocieron" más o menos a lo largo de estos dos años y medio de aventura.

Ahora todo el mundo quiere verme, todos se mueren de pena y todos quieren "despedirse". Así que estoy en la tesitura de decidir si hago una lista negra con todos ellos y les doy el pertinente repaso antes de largarme (dejando así abierta una bonita agenda para mis más que frecuentes futuras visitas) o mandarlos a todos a la mierda. Supongo que lo primero es lo más práctico.

Tal vez no les dé la alegría pero no hay que cerrar puertas a la posibilidad de cubrir una necesidad fisiológica tan interesante y útil a la hora de evitar nuevos enganches emocionales que encuentro tan indeseables en este momento en el que, por fin, mi corazón parece estar de nuevo en libertad y gozando de buena salud.

También me ha pasado lo de siempre: conocer a alguien con quién (quizás) podría haber tenido algo especial justo cuando estoy a punto de levantar el vuelo. Obviamente, ni se plantea preguntar (además, Criky ya me ha explicado que mi problema con los hombres es que les hago pensar... así que, ahora, les dejo en su estado natural: catatónicos).

Mi agenda en Santiago está de lo más hueca. Tengo que ponerme al día porque, claro, dos años y medio fuera pasan factura: ha dado tiempo a cerrar capítulos errados y el único hombre que conozco que merece la pena tiene novia, cómo no.

Las amistades... siguen siendo muy buenas pero... todas con vidas antónimas a la mía. No tendré amigas libres para salir, que es lo que más me fastidia. Los hombres los encuentro con facilidad (para la chorboagenda, no para el amor, ya sabeis...) pero mis amigas solteras a la madrileña las echaré mucho de menos. También las tengo aquí casadas pero menos marujas que las gallegas. En fin, que tengo que reestructurarlo todo.

Pero estoy con ánimos. Para todo menos para hacer cajas, que me agobio sólo de pensarlo. Intentaré disfrutar mis últimos días en la capital aunque tenga que combinarlos con mis tareas de embalaje. Tengo un bronceado más que potente, estoy delgada y con la autoestima en su lugar.

Me espera una nueva vida, todo indica que un trabajo que, al menos, tiene que ver conmigo (para variar) y un piso precioso. Ahora toca lo de siempre: reinventarse.

Y de eso, yo sé un rato largo.