miércoles, agosto 24, 2011

El derecho al pataleo

Hoy han rechazado mi candidatura número... ¿mil? para una empresa de comunicación. Poseo una extensa experiencia, una probada profesionalidad, un indudable y muy inusual talento tanto para comunicar como para escribir. Tengo oficio, años y años de oficio en prensa, radio, comunicación corporativa y hasta ventas. Y todo eso no vale para nada.

Y no vale para nada por varios motivos: en primer lugar, porque mi perfil es demasiado "senior". Cuando empecé en el periodismo, el problema era que tenía poca experiencia, ahora es demasiada. Para hacerme un hueco en la profesión trabajaba hasta 15 horas diarias, hacía mi trabajo y el de los demás, dirigía mi propia sección de Nacional e Internacional, escribía para un suplemento dominical y también lo coordinaba, hacía de criada para mis compañeros que se tomaban la vida con muuucha tranquilidad y tenían sus puestos estables, luchaba con uñas y dientes por demostrar que, además de ser mujer e inexperta, era una luchadora y me sobraba talento. Me costó casi la salud pero los convencí. Mi compañeros me llamaban "la máquina".

Estuve en Madrid, me reinventé, aprendí nuevas tecnologías, nuevos trabajos, organicé eventos, trabajé como relaciones públicas, en comunicación corporativa, aprendí, aprendí, crecí. Y llegó la crisis.

Ahora buscan niñas muy jóvenes a las que contratar como becarias, que sepan poco y a las que poder pagar 800 euros. De poco vale que yo, con dos hijos y divorciada, esté dispuesta a trabajar on line también por esa miseria a pesar de mi deslumbrante currícullum. Al parecer, nadie quiere un comunity manager que sepa escribir más de tres frases seguidas. En el mundo de Twitter o facebook cualquiera puede escribir pero saber hacerlo casi está mal visto. Y soy una firme defensora de la democratización de la comunicación pero no de que eso signifique que la profesionalidad juegue en contra.

La gente me dice que escriba un libro como si eso fuese la panacea que mañana me convertirá en millonaria como a la autora de Harry Potter. Pero es que yo, como cinco millones de personas de este país, necesito dinero y trabajo aquí y ahora. Y lo único que yo hago bien de verdad es escribir. Ciertamente, escribo bien demasiadas palabras, muchas más de las que caben en un tweet, pero eso también puedo hacerlo, poseo una gran capacidad de síntesis. Y una necesidad aún mayor de ser valorada por mi talento y mi experiencia.

Estoy cabreada y triste por ser una profesional y tener años de experiencia.

Es lo que se llama el derecho al pataleo. Lo único que me queda.

Demasiado largo, claro.






miércoles, agosto 03, 2011

Espíritu de gourmet

Si al final tengo siempre que aclararlo todo. Me ha escrito una amiga muy amiga preocupada, ella, como siempre, por mí y por mi imagen. Pocos saben que cuando escribo, escribo, no trato de contar mi vida, no pretendo ser autobiográfica, aunque muchas veces lo sea pero no es el propósito de este blog. Pero, en fin, para los que, al parecer, se sienten aludidos una y otra vez y para los que creen que yo intento enviar dardos envenenados a diestro y siniestro, vaya por delante este post:

Mi texto anterior es de Ninfa, mi personaje, mi otro yo, una parte importante de mí, mitad real, mitad etérea, mitad personaje, mitad impulso, mitad mujer, mitad fantasía. Mi ente liberador, que me da alas, que me salva de mí misma cuando las cosas se ponen feas y tiene vida propia a veces. Una vida propia que no tiene por qué tener lugar en el mundo que todos conocen. Puede ser en el real, en el onírico o en la más pura fantasía. Que tenga la cualidad de hacer que todo lo que hace y dice cobre visos de realidad es sólo un don: le llaman literatura.

En el post en que Ninfa se hace pecadora y sale la Diana que hay en ella no hay despecho como dice mi amiga. No está dirigido a mi último fracaso aunque sea cuarentón y algo fofo, ni al anterior, que no es cuarentón pero no tiene los abdominales planos. I., mi amiga dice que estarán ellos muy contentos porque yo estoy despechada. No, reina, no.

Lo que recordó la amazona es que a ella siempre le han gustado los hombres guapos y jóvenes y tiene la suerte de que los atrae como moscas. Que si ha salido alguna vez con hombres de más edad no es porque le hayan atraído físicamente a primera vista sino porque, en busca de la estabilidad y siguiendo consejos de sus amigas, probó a salir con otro tipo de hombre, bajando el listón: mayor, que se suponía que podría buscar una relación, que sabría lo que querría aunque su atractivo fuese menor.

Cuando conocí a C., por ejemplo, físicamente no me dijo nada. No me gustan los hombres que visten de señores, con el pelo blanco, que no hacen deporte y que usan gafas. No me gustan los señores. No me gustó nada más verle. Me pareció un señor agradable que, con el trato, puesto que era culto y parecía amable, podría llegar a gustarme. O no. Simplemente, había decidido darle oportunidades a hombres mayores para ver si conocía a alguien maduro aunque no me gustase tanto físicamente, aunque hubiese que sacrificar la atracción y el morbo en pro de una relación estable.

La primera vez que tuvimos relaciones, no ardía de deseo; se trataba de probar a ver si me encontraba a gusto aunque las feromonas no me estuviesen matando y el sexo no fuese tan fantástico como con un hombre joven, dispuesto a experimentar, sin vicios y costumbres de hombre casado.

Y así fue. Poco a poco. Pero es un hecho que, si no hubiese deseado una relación estable que creía no podía tener con alguien más joven, si no hubiese seguido consejos "bien intencionados" de "búscate uno mayor", jamás hubiese salido con ese hombre.

Visto que, por el hecho de tener más edad, no sólo no son más maduros sino que más bien todo lo contrario, no veo ningún motivo para no volver a disfrutar de la pasión plena con hombres bellos que no doblan la ropa antes de hacerte el amor y te llevan en volandas a la cama. Visto que sigo siendo una mujer atractiva, que puede tener al hombre que quiera, pues elijo tener al hombre que quiero, aunque sólo lo quiera para pasar un buen rato.

Pero no, no hay despecho, no tengo nada por lo que estar despechada. Yo no amo a ningún ex, no les envidio sus miserables vidas. Si vienen a leer aquí, los que no están muy bien son ellos. Hace siglos que rompí con el último, si he llegado a odiarle ha sido por su ruindad en temas materiales y por haberme tratado mal gratuitamente. Pero no tengo nada que recordar o desear de él ni de nadie del pasado. Cualquier hombre que haya estado conmigo sabe que puedo tener a quien quiera. Al menos, en la cama. El amor es otro cantar pero ni lo estoy buscando ni estamos hablando de eso.

Y para los que dicen que pensaban que Ninfa era más que eso... ¿Aún vivimos en el mundo en el que una mujer libre disfrute es algo feo y sucio? ¿Aún pensamos que una mujer pasional elija no dormir sola es de...

Putas...?

Regalos para la Ninfa cazadora

Salió tarde. La fiesta más monumental de año. Llevaba años rehuyéndola, ya las multitudes no le hacen la misma gracia. Pero ese día las alas mandaban y la sacaron en volandas a pesar del terrible atasco, la pereza, los miles y miles de personas deambulando en busca de diversión en el Día Grande de la ciudad.

Se perdió entre ellos sin expectativas, sin buscar nada. Sólo dejar de golpearse las alas contra las paredes, aletear fuera un poco,desplegarse en su esplendor, sin pudores, como antaño.

La llevaron a un local conocido, amable por su música, por las grandes noches compartidas con amigas, con amantes, con amores... Entró sin ver, derecha a la barra, tenía sed. Una copa, un sorbo y media vuelta. Y ya no pudo ver nada más. La larga melena negra de mataora, los labios rojos, su legendaria mirada pícara y ardiente y la llegada de Diana tomaron el mando al descubrir aquella deslumbrante y perfecta sonrisa, adornada por unas facciones perfectas y unos ojos verdes brillantes como esmeraldas.

La amazona visualizó las cualidades de su presa perfecta: máximo 30 años, cuerpo perfectamente modelado por el deporte, bellísimo, educado y elegante. Una pieza irresistible. Un hombre en plenitud que tampoco podía apartar la vista de la Ninfa. La suerte estaba echada.

"No sigas mirándome así, ¿No ves que se me cae la baba?", espetó la Ninfa pecadora, aprovechando que un sorbo de la copa se escurría por su barbilla. Y la noche se acabó. O empezó. Pocos pueden decir que no cuando ella toma las riendas y se muestra en todo su esplendor.

Una noche y una mañana perfecta para una criatura de la naturaleza que ha recordado que, como buena náyade, no tiene necesidad alguna de permitir que su cuerpo sea ensuciado por hombres ya decadentes, algo fofos, creyendo que va a hallar madurez donde sólo hay inseguridad y egocentrismo.

Probablemente esos mismos defectos estén en hombres más jóvenes pero... son más bellos, sus cuerpos son perfectos, sus abdominales planos, su capacidad sexual acorde con las necesidades de una hembra en plenitud, son dulces, elegantes, saben apreciar a una mujer de verdad, son atentos, imaginativos y pueden repetir...

¿Para qué conformarse con los cuarentones? Esos, las Ninfas los dejan para las que buscan solucionarse la vida con hombres grises, como mujeres del montón, que tengan la casita recogida para recibir regalitos y les hagan sentirse seguros, con su aspecto gris, su sexo gris y sus abdominales... blandos.

Como su cerebro.