sábado, diciembre 31, 2005

De superwoman a agua de borrajas


Cuando una está en el paro se acostumbra a vivir bajo sospecha.
Sí, sí, como lo leen, sospechosa permanente.
Sospechosa de morosa, perdonando el pareado, sospechosa de conductas interesadas con las amistades, la familia y, si me apuran, hasta el clero. Nada hay como caer bien al fondo para observar cómo disfruta el personal haciendo leña del árbol caído. Si el árbol en cuestión es, además, periodista, mujer, separada y con niños, el chismorreo y los hachazos están servidos.

Y es que, si bien no en vano vivimos en el país de la envidia, la cobardía y la codicia podrían ser los siguientes pecados capitales. Envidia, si encima de caer en desgracia por el tan cacareado como desconocido mobbing has tenido la osadía de haber disfrutado de la vida previa ni que supieses que en el primer tercio de la misma todo iba a acabar patas arriba. No te lo perdonará nadie. Una y otra vez se repite la coletilla respecto de la disipación de la que has hecho gala por no imaginar que, de la noche a la mañana, ibas a terminar en la calle por capricho sexual y empresarial. Si es que nos lo merecemos, sí señor, por estrechas, escrupulosas y poco disciplinadas.

Cobardía, la que se ve en los ojos del personal (cuanto más acaudalado mejor) junto al manifiesto temor de que digas las palabras fatídicas: “Oye, podrías hacerme un favor…”. De poco vale que vayas a pedirle prestado el molde para las tartas de manzana, ya estás arreglándolo rapidito aclarando: “nada de dinero, ¿eh?” . Da gusto observar cuán veloz desaparece la tensión en la frente y surge el gesto de alivio y el inevitable suspiro. Si hasta se siente una bien consigo misma por no haberle hecho la faena a la presunta pobre víctima. Es que hay que ponerse en su lugar, oigan. Imagínese usted tener una hermana, sin ir más lejos, que va y se queda en la calle. Menudo marrón. Por eso hay que dejar clarito que uno, con dos sueldos, hijo único y una vida tan austera que da ganas de llorar, “no tiene un duro”. Pues claro que sí, y eso que la que ha vivido por encima de sus posibilidades, que ha viajado, tenido casa propia y toda suerte de despropósitos, es la parada. Pero ellos no tienen un céntimo de euro. Paradojas de la vida.

Codicia, cuando descubres que aquellos presuntos íntimos, que tanto partido sacaron de tu situación en los medios para hacer propaganda de sus boyantes negocios, no te frecuentan cuando no sólo no eres útil sino que incluso te has convertido en un estorbo. Tantos años escuchando aquello de “tenemos que montar un negocio juntos” y ahora, que te sonaría a música celestial, no oyes ni eso ni ninguna otra cosa, más que nada porque no cogen el teléfono. No pasa nada, ya lo decía Manolo García, “Tanto tienes tanto vales, no se puede remediar, y si eres de los que no tienen, a galeras a remar”-


Pero la sospecha continúa incluso en tus nuevas relaciones, amistosas, amorosas o del tipo que sean. Por muy bien que te lleves, por mucho que gustes, por muy encantadora que resultes, al primer traspiés, la duda se hace fuerte: “Estás con la gente porque la necesitas”. Todo esto tanto si la necesitas como si no. Porque eso también gusta mucho. Sí, eso, lo de ser una necesitada. Poco importa lo que te haga falta y si te hace falta. Este tipo de cuestiones las resuelve el mundo restante de modo unilateral.
Recuerdo a una ex compañera de trabajo que me contaba, años ha, la actitud de la gente en una ciudad española que yo iba a visitar y en la que ella residió largo tiempo. Subrayaba que todos eran extremadamente sociables y al cuarto de hora te invitaban a comer en su casa “pero ni se te ocurra presentarte”, apuntilló. Entonces te convertías en un gorrón. Eso mismo es el síndrome de parado/a. Oirás mil veces aquello de “lo que necesites” pero ¡Ay de ti, si lo pides! No sólo no verás un euro o una mano tendida sino que acabarás en el ranking de los jetas del reino que intentan aprovecharse de la bondad del prójimo.

Les parecerá resentimiento. Algo hay, para qué mentir. También una, por muy parada y paria de la sociedad que sea, tiene su derecho al pataleo. Y no porque no me hayan prestado dinero, que aún no lo he pedido pero como esto siga así será más fácil hacerlo en las puertas de la catedral de Santiago de Compostela, sino por haber perdido mi identidad de mujer independiente, culta, trabajadora, inteligente y autosuficiente en aras de un revés laboral. De superwoman a agua de borrajas. No somos nada.

Pues sí, que me tenéis harta todos, qué queréis que os diga. Que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. ¡Y por cierto! No me he muerto aún. Hagan un poder y dejen de echarme tierra encima. Graciaaaasss.