sábado, mayo 21, 2011

Crónicas de una mala enfermera

Esta mañana mi augusta madre me ha recibido de morros (ya tardaba). El motivo: que no me da la gana de salir corriendo a las nueve de la mañana para su casa, hora en que ha decidido que debo estar allí para que, en mi condición de mujer y única hija, me ocupe nada más levantarme de ella: léase ver si hace sus necesidades, hacer el trabajo sucio, cambiar pañales, camas, etc, mientras mi hermano ni recoge la mesa y tiene la casa hecha una pocilga.

Me ha cogido de mala leche porque hace días que no me encuentro bien, porque no me gusta que me llamen todos los días a las nueve y cuarto para ordenarme que acuda corriendo a "mis obligaciones" cuando podria estar en mi casa atendiendo mis hijos, arreglando papeleos, buscando curro, atendiendo mis obligaciones con el Concello de Negreira, haciendo la compra, limpiando mi casa y teniendo una vida, mientras ella vive con un hermano que no la atiende nada y al que llama "pobre chico" porque "trabaja".

Como tenía ganas de guerra y yo no hago más que recibir patadas de gentuza de la que no quiero saber nada (incluidas nuevas novias que luego recibirán las mismas acusaciones de malas mujeres que hoy se me dan a mí pero que, para más inri, no tienen clase y se ponen a opinar por teléfono -el colmo de la zafiedad... cada uno tiene lo que se merece, sin duda-). Cuando un tipo te cuenta que él siempre fue bueno y que todas sus ex son unas arpías, sal corriendo, el hijo de puta es él. No hay opción posible.

La buena de mi progenitora me ha puesto a parir porque tras dejarla aseadita y tal, apareció mi sobrino al que sólo hacía la friolera de siete años que no veía, cometí el error de quedar con mi prima a tomar un refresco de una hora con ella y mi desconocido sobrino y me fui porque estoy hasta el coño de que no me dé el sol y de no tener una vida. Así que esta mañana ya me recibíó en son de guerra y me preguntó que a qué coño me iba a tomar nada con nadie, que qué vida tengo que tener yo, que también la tiene que tener ella y que tal y cual. Así que me ha salido mi proverbial mala hostia cuando se me acaba mi proverbial, y perdonad que me repita, paciencia y le he dicho que no tengo el coño para ruidos.

Será que soy una mala hija pero soy una mala hija a la uqe mi madre le pide cuentas porque considera que mi vida no es importante, mientras mi hermano dedica las tardes a emborracharse en los bares y llega bien calzado a dormirla. No cambia pañales porque eso es cosa de mujeres y, encima, me chupo broncas. Y yo ya no tengo edad para que me eche la bronca ni el tato, que estoy muy cansada de pelearme con la vida y no recibir ni una gotita de agradecimiento.

Así que paso de complejos de culpabilidad. Hago lo que debo hacer y sí, vivo, lo poco que me dejan, trabajo, lo poco que me dejan, y salgo, lo poco que puedo. Y si mi madre se cabrea, qeu se cabree. Lleva 82 años cabreada con la vida.

No pienso seguir su ejemplo.

(Perdona mamá pero yo pienso seguir teniendo una vida hasta que muera, que espero qeu sea pronto, coño)

P.D. He puesto muchas veces la palabra coño pero no se me ocurre otra más apropiada... xD!

jueves, mayo 19, 2011

Días corrientes

Me paso el día completo pensando en escribir, recopilando temas, saliéndome del batiburrillo personal y encontrando, al final, un montón de razones para no hacer nada. Que si estoy muy liada con mi apretado horario de canguro de mi madre, de mis hijos, de mi casa, de mí misma, de mis pequeños trabajos sueltos, de mi mala salud de hierro... El caso es que no escribo y no comprendo por qué. Y eso que he vuelto a la política y escribiendo una crónica de un mitin central recordé lo buena que soy para mi decadente profesión... Una profesión que ha evolucionado pero para la que un máster me cuesta un dinero que no puedo invertir. En fin, ya buscaremos el modo de reinventarnos una vez más.

La gripe de marras me ha durado cinco semanas y he ido al neurólogo después de diez años. Me ha dado una nueva medicación maravillosa: me duele la cabeza más que nunca pero una de las pastillas quita el apetito y entre eso y la gripe interminable he perdido los tres kilos que se me habían metido entre los huesos y estoy divina de la muerte. Y lo que es mejor, no tengo ni pizca de apetito. Lo único malo es que no sé qué comer nunca porque no es que no tenga hambre entre horas, es que he perdido el paladar y comer se ha convertido en un trabajo... De cara a la operación biquini es la madre de todas las no-dietas (no tengo que hacer nada porque comer ya es un esfuerzo en sí mismo), tengo que pensar qué coño de cosas apetitosas y sanas comprar que me apetezca tragar porque como muy poquito. En fin, esbelta como he estado siempre, coñe, ya era hora. Eso sí, tengo que volver al médico, porque la cabeza me duele muchísimo, un rollazo.

Por lo demás, a la espera de que mi madre pueda retomar su vida normal para hacer lo mismo, contando los días para volver al Madrid de mis entretelas (¡Dios mío, cómo lo añoro!) y, por supuesto, buscando trabajo aunque me falta la fe y ése es mi mayor pecado. Salgo poco, la noche compostelana me aburre, no porque sea aburrida sino porque mis amigos están retirados y porque, qúizás, yo sí estoy aburrida de la noche y lo que me encuentro por ahí. Me divierto más con mi gente de Madrid, estamos más en la misma onda, a veces pienso que mi destino nunca ha dejado de estar allá y que, sin saber cómo ni cuándo, acabaré de vuelta. Es sólo un pensamiento sin ningún razonamiento. Pero esos suelen ser los mejores.

Me dejo acariciar por el sol de vez en cuando en la playa aunque mis pequeños roedores se aburren rápido de ella. He de confesar que yo también. A mí me gusta más que nada el resultado y el tumbing. Nuestras aguas son frías así que ni las huelo salvo que haga un calor endiablado pero ciertamente relaja el aire, ese color azul del mar y el cielo, la arena fina y blanca, esa sensación de libertad tras el largo encierro invernal. Para los gallegos es casi una obligación echarse a la calle, agotados como estamos de ver la vida tras los cristales.

Echo de menos un poco de emoción en mi vida al mismo tiempo que la rehúyo. Me agrada la tranquilidad de no sufrir por nada ni nadie, ni esperar a nada ni a nadie. No quiere decir que me haya metido a monja pero sí que me he retirado de pardilla. Tengo el corazón a buen recaudo y mi parte más crédula cerrada con candado. A pesar de las apariencias y de que por las buenas soy una auténtica Watie Katie, cuando toca defenderme soy un peligroso adversario y me hace sonreír que se rasguen las vestiduras los que un día me maltrataron cuando no me tiembla el pulso a la hora de reclamar lo que me corresponde. Les extraña que parezca  buena con los buenos y les dé lo que se merecen a los que son crueles. Para ellos es maldad, para mí, justicia. Yo no voy de buena persona por la vida. Voy de ser humano, imperfecto, sí, a mucha honra.

Hace mucho que no escribo, quiero retomar la costumbre diaria y salir del plano personal. A ver si lo logro. Ayudaría el hacer algo más que esta vida tan monótona que tengo ahora mismo pero nunca se sabe cómo y cuándo puede cambiar. Y si no, prometo sentarme en un banco y ponerme a criticar.

Se me da de lujo

miércoles, mayo 11, 2011

Madres de abuelos, hijos y nietos

"Tienes suerte de tener una hija", Éste es el modo de mi madre de reconocer, después de muchos años repitiendo que ella siempre ha querido tener hombres y sólo hombres, que siente que la que tiene suerte de tener una hija es ella. No porque su hija (yo misma) sea modélica, especial o brillante. Mi único mérito es ser la única mujer descendiente directa de su estirpe y a las féminas nos viene asignado, desde la cuna el papel de cuidadoras de niños y ancianos, hijos y padres, por igual, tarde o temprano.

Mi madre, que es ya octogenaria aunque disfruta -o disfrutaba- de buena salud, se ha caído y se ha roto. La  pelvis para ser más exactos. Las personas mayores son frágiles y se rompen con facilidad y no se recomponen con la misma facilidad que los infantes. Así que, de un día para otro, las hijas-madres eternas volvemos al correquetepillo del cambio de pañales, las cuñas, las inyecciones, las discusiones infantiles sobre "para qué me voy a lavar en cama si ya estoy limpia de la semana pasada", de dar la comida en la boca a salir pitando a recoger a los, éstos sí, hijos-hijos al colegio, para hacerles la comida, que estudien, que no estén solos, que coman, que se duchen (estos son tan independientes que "se olvidan") y no sabes -una vez más- en qué lugar se ha quedado tu vida, sí, ésa, la de mujer (¿Mujer...? Bueno, ésa).

Y yo, que no he tenido vocación de heroína nunca, que he admirado y admiro con devoción a mis amigas que se han pasado años cambiando a sus pobres y ancianos madres y padres pañales llenos de heces y vergüenza, preparando comidas que se quedan en el plato, obviando la fortuna de los hombres que, sólo por haber nacido varones, pueden mirar a otro lado y dedicarse a cualquier otro menester, bien lejos, me siento ruín y egoísta aunque llevo mejor de lo que esperaba mi nuevo rol de mamá de niña grande.

Admiro a todas las generaciones de mujeres que han tenido que apencar durante años, sin ningún reconocimiento por parte de familias, sociedad, instituciones, hombres ni nada de nada con su rol de cuidadoras, un trabajo duro, valiente y generoso. Como sólo pueden hacerlo las madres.

Por eso yo no me alegro de tener una hija. No me alegro de que tenga que tocarle ser la obligada esclava de mis miserias. De lo que sí me alegro es de tener el hijo y la hija que tengo pero, lamentablemente, seguramente mi hijo y yo también sentiremos pudor cuando yo sea un juguete roto.

Ojalá no dure yo tanto tiempo....