jueves, mayo 28, 2009

La hija de las piedras

La primera vez que la dejé tenía sólo cinco años. Me fui con ilusión, mi casa -tan antigua- era de planta baja y me parecía emocionante vivir en un piso con escaleras...

Me marché subida a un 1500 repleto de maletas y expectativas. Cambié mis piedras por una ciudad en crecimiento debido al retorno de los emigrantes, fea y lejos de mis amigos de la infancia. Nunca me gustó, nunca me adapté. Siempre ejercí de compostelana, los once años siguientes que residí allí.

Recuerdo a la perfección la sensación que me producía llegar en el coche por la parte estrecha de esa calle del casco histórico, donde está mi casa. Al final, se veía la puerta y, cuando llegaba, a la derecha,la fachada luminosa de la Catedral me recibía espléndida, majestuosa. Me observaba severa pero sonriente, como una madre que disimula sus sentimientos de ternura hacia su hija pródiga.

Bajaba corriendo del coche y me iba directamente a casa de mi "amiga", la única que consideraba como tal. L. es mi más antigua amistad de la infancia. Jugaba en su patio desde los dos años, no recuerdo ni cómo nos conocimos. Éramos inseparabales y nunca he olvidado la emoción que me embargaba al tocar a su timbre y ver cómo su familia me recibía con los brazos abiertos y le avisaba a voces de que había llegado Tata, así me llamaban en la infancia en mi familia y entorno santiagués.

Allí tuve mi primer novio, por supuesto, el líder de la pandilla, ése que te gusta de toda la vida. Los primeros tonteos, los primeros besos escondidos.

Curiosamente, cuando tocó regresar yo ya no quería. No es extraño, tenía 16 años, justo cuando comenzaba a hacer pandillas y ligar con chicos nuevos. Me costó reinsertarme. Mis amigas de siempre ya no eran iguales, ahora adolescentes, y llovía de modo incesante. El primer año fue infernal. Pero al segundo, empecé a disfrutar de nuevo de mis piedras con alma, de su fiesta eterna y de la juventud que preside sus calles día y noche. Los tiempos de Universidad fueron, sin duda, los mejores de mi vida.

Cuando volví a abandonarla ya no fue con mis padres. Ahora, la madre era yo, y la que tomaba las decisiones también. Me fui con ilusión, con un puesto de trabajo, un piso hermoso y muchas esperanzas. Mi ciudad de adopción era fascinante, una gran capital imperial, con todas las posibilidades al alcance de la mano... eso sí, con un bolsillo en condiciones.

Es acogedora mi Madrid. Fue amor a primera vista. Me hechizó la Gran Vía, mi Duque de Ramales, mi querida M. que, después de todo, no lo es tanto pero ocupó un lugar importantísimo en mi vida. Descrubrí a Criky, su apoyo incondicional, la bohemia de la Latina, el tapeo en Sol, los teatros, la Cibeles, las noches locas, sus edificios modernistas, el Madrid de los Austrias... Imposible para mí no amarla.

Y llegó la crisis y el sueño de un futuro, de una estabilidad, de un trabajo a la altura de mis posibilidades, se desvanecieron. El despertar fue muy doloroso. Dejé por el camino una oportunidad amorosa porque no podía ni quería irme de la ciudad que me devolvió mi lugar en el mundo y, de pronto, me lo volvió a quitar.

Una vida muy cara, el mejor colegio para mis hijos, el mejor piso, lo mejor que podía ofrecerles. Ya no puedo. Los números cantan. No puedo ni económica ni anímicamente. Estoy sola, agotada.

Ayer dos personas muy importantes me dijeron que había perdido la alegría que me caracterizaba. Que soy una sombra de esa Ninfa loca que les hacía reír hasta en las desgracias. Me recordaron que mi lugar está en casa y, fuera de toda lógica, creo que tienen razón.

No quiero seguir enviando mis naves a luchar contra los elementos. Infravivir es más barato en el norte y siempre tendré un hombro en el cual apoyarme. Dejo buenos amigos aquí pero ya no tengo el sitio que creía haberme hecho.

Considero, sinceramente, que una retirada a tiempo es, si no una victoria, una muestra también de valor. Es duro asumir el fracaso, la vuelta atrás, el no cubrir tus expectativas, el no lograr la soñada independencia. Pero más aún lo es empecinarse en algo que ya no tiene sentido y que me hace profundamente infeliz. No sé qué me deparará el futuro pero las piedras me reclaman, ya sueño con reunirme con ellas.

Hoy, más que nunca, me siento como lo que soy:

La hija de las piedras.


lunes, mayo 25, 2009

Accidentes vitales

Acabo de ver el final (siempre pillo esta película empezada. He acabado por completarla a trozos...) de Sobreviviré, creo que se llama. La protagoniza Enma Suárez, un personaje al que la vida le da de patadas a base de bien, que se caracteriza por ser valiente y algo triste.

En los últimos minutos, ella hace un monólogo en el que cuenta cómo fueron las cosas finalmente y hace una valoración de cómo hubiese sido su vida si no la hubiesen despedido, si su novio no se hubiese matado en un accidente, si no hubiese tenido un hijo póstumo y no se hubiese visto obligada a salir adelante de la forma más complicada. En su reflexión, señala: "Mi vida no hubiese sido ni mejor ni peor. Simplemente, no hubiese sido mi vida".

Creo que eso es un poco lo que nos pasa a todos. Elucubrar sobre lo que podría haber sido y no fue suele ser una pérdida de tiempo y un modo estéril de machacarnos. Somos hijos de nuestras circunstancias, aciagas, a veces, óptimas, otras. Yo nunca he echado de menos la prensa, es un mundo infernal. Sí el sueldo fijo a final de mes, claro, la estabilidad que creía tener cuando tomé la decisión de traer dos criaturas al mundo.

Recuerdo con qué mimo empapelamos la habitación de mi primogénita, qué preciosos vestidos de Prenatal llevaba, todas las cositas que tenía a raudales, igual que su hermanito poco después. Todo eso ha pasado a la historia y, si bien, no les falta de nada por el momento, todo es mucho más difícil y muy diferente de lo que había imaginado.

Mis accidentes fueron parecidos a los de Enma y la vida pareció revolverse contra mí. Sin embargo, he de decir que me redescubrí como mujer (como muy mujer), que fortalecí mi proverbial independencia y que puse y pongo a prueba mi capacidad de resistencia cada día. Como millones de personas.

También me he divertido mucho, aún lo hago. Me reinvento con tanta frecuencia que, si no fuese porque ya no soy ninguna niña, alguna vez tendría dudas sobre quién soy. No voy a negar que echo de menos alguna cosas, que me frustra no alcanzar otras que puedo rozar con la punta de los dedos y luego... se escurren.

Nunca pensé en criar dos niños sola. De hecho, mi ex estaba convencido de que sería incapaz porque siempre he sido de las que opina que tener hijos en soledad es duro y triste. Y es verdad, principalmente en los primeros años. Mantener tranquilos, felices y alimentados a una niña de tres añitos y un niño de dos no es tarea fácil.

Vivía en un tercero sin ascensor y, en los meses en que mi ex se esfumó con mi coche, no podía salir del pueblo dormitorio en el que teníamos la casa los niños y yo. Bajar al parque era una pesadilla; soy una mujer frágil, no podía llevarlos en brazos a los dos y subir tres plantas para dos pequeñitos es difícil. Descubres que no tenías que haberte comprado ese endemoniado piso, plagado de barreras arquitectónicas, en un poblacho mal comunicado del que no puedes moverte porque papaíto está paseando por Mallorca mientras los trámites de separación siguen su curso.

Viendo a Enma y su carita triste, me recuerdo a mí misma, sola en el parque, mirando a mis muñecos sin tener la menor idea de qué sería de nuestras vidas. Aún hoy es así, vivimos en la permanente improvisación pero la diferencia es que ya estoy acostumbrada y ellos no son tan dependientes.

Sólo espero que el final de mi película no sea tan devastadoramente solitario como el de ella. No quisiera que mi balance fuese esa cara de niña triste aunque, al igual que ella, otra vida, sencillamente... no sería mi vida.

En cualquier caso, quiero apostar por un futuro mejor, por el positivismo arrollador de este tema. Claro que tiene que ser mejor mañana...

¿Por qué no?

(Por desgracia ha sido imposible captar en youtube el vídeclip, que da un buen rollo...)

jueves, mayo 21, 2009

Entre dos aguas

Estoy de vuelta de entre las piedras plagadas de historia que me vieron nacer. Qué cosa tan complicada la emigración. Sigo con el corazón "partío", pensando en volver y sin saber si podré. Temiendo irme y que luego llegue el arrepentimiento. Es tanto lo que tienen de mí estas dos ciudades...

Siempre que regreso a Santiago es como si nunca me hubiese ido. Comí ayer con un estupendo amigo que hacía dos años que no veía y el tiempo no había pasado. Tuve ocasión de reencontrarme con alguien que decía que me amó. No vi ya amor en sus ojos, creo que esta vez ha encontrado al verdadero, pero sigue allí el amigo incondicional. Un hombre bueno este Viento. Visité a los de siempre, no me dio tiempo de ver también a los mismos de siempre.

Mi casa me produce sentimientos encontrados. Aborrezco el clima. Lo aborrecía antes de irme y me temo que, como regrese, será aún más duro puesto que a mí me encanta el calor que ya es dueño del Foro en estas fechas. En Madrid conozco gente estupenda que añoraré si he de partir y allá hay gente que extraño pero sé que siempre estará. Es un poco de locos.

Hay un cierto punto de intuición que me dice, fuera de toda lógica (al menos de momento), que tengo que regresar, las piedras me reclaman. Sin embargo, el plano material parece encaminarse aquí, en Madrid. Así pues, tal vez, una vez más, tenga que darle la espalda al corazón en pro de la supervivencia de mis pequeños roedores. Así es la vida, todo indica que no parece quedar otra que seguir caminando en solitario, al menos por la capital.

Estoy acostumbrada ya a la improvisación así que no descarto nada. No sé si comprarme una tumbona para la terraza o un paraguas y ése es el más pequeño de mis males.

Curiosamente, empiezo a tranquilizarme, en la medida de lo posible. Le dejo a la fatalidad que decida por mí o a Dios o a quien sea que se ocupe de estas cosas.

Empieza el fin de semana. Así que a tomar el sol, que la belleza cuesta.

Y a mí me encanta pagarla...

martes, mayo 19, 2009

El halcón en llamas

Estos días el cuerpo dicta las normas. La razón se aparta, se doblega, se somete, rendida ante el poder de la materia.

Estos días el cuerpo es consciente de su poder siempre y en todo lugar. Se insinúa, descarado, travieso, a todo el que le mira. Y lo miran mucho. Estos días está empeñado en seducir, en reclamar atención y todos se giran a su paso. Estos días manda, supura, huele, suda y abruma hasta a su dueña.

Estos días se toma la revancha de los dias de abandono, de soledad, de deseo solitario y se hace fuerte, domina y ansía ser dominado. Estos días el cuerpo busca dueño, busca necesidad, busca rincones ocultos, lugares prohibidos, reclama que lo corrompan. Estos días el cuerpo vibra solo, ignora a su propietaria, sólo desea desear, desea que lo toquen, que lo acaricien, que lo maltraten. Desea ser el dueño de la razón de todo el que se le acerque.

Y no hay palabras para describir cómo tiembla incluso cuando nadie lo ve. Cómo su hambre la convierte a ella en su instrumento. Son senos que se estremecen con un roce, que disfrutan del dolor con un mordisco. Son nalgas que reclaman su castigo. Es boca hecha para dar goce y recibirlo, que muerde y besa. Es lengua que acaricia y paladea. Es manos suaves, manos que pellizcan, manos que abrazan, manos que arañan, manos que intentan rebelarse para ser doblegadas. El fuego lo consume y, paradoja permanente, busca otro fuego para que lo apague. Es un volcán, una víctima perfecta.

Estos días el cuerpo es de él. Es un pecador.

Como ella.

miércoles, mayo 13, 2009

Zapatillas mágicas

No es la primera vez que escribo sobre el Metro. En realidad, cada vez que viajo en él o hago transbordos, pienso que, tal vez, lo mío es la sociología en lugar del periodismo. Siento como mío el periodismo porque me permitía vivir de lo que creo sé hacer mejor -o, al menos, con más facilidad- pero me interesan más los comportamientos del género humano tanto en modo grupal como individual que andar a la caza de la noticia. Por eso yo nunca me aburro en la calle, en el metro o en los bares. Me dedico a observar los gestos, las posturas, las miradas. Las curiosas rutinas que hacen diferente cada día de nuestras vidas.

En el transporte público madrileño, uno de los episodios más repetitivos y cansinos es la entrada estelar de un fulano (que parece siempre el mismo porque todos repiten exactamente un único discurso) que dice, a voz en grito, que tiene el sida, familia e hijos y, por dignidad y no robar, viene al vagón a que le solucionemos la vida. Debe haber cientos en la capital. Obviamente, son ignorados pero algo sacarán, si no, no habría tantos. Digo yo.

Estoy en contra de fomentar la mendicidad en cualquiera de sus formas. Deben existir organismos sociales que ayuden a quien lo necesite y que favorezcan la integración laboral. Dar dinero a quien no hace nada sólo es colaborar en la ociosidad. Salvo casos muy puntuales, dejando a un lado que lo primero que me viene a la cabeza es que yo también estoy en la ruina, no doy dinero.

Sin embargo, hace dos días, tuve una visión diferente. En una de las paradas subió una criatura especial . Una hermosa y grácil figura ataviada de negro, alada y con su faz cubierta por una mariposa, silenciosa y mágica como una Ninfa, inició una hermosa danza clásica. Con sus raídas zapatillas negras, se irguió mágica en puntillas, utilizó la barra de sujección para deleitarnos con perfectas acrobacias, al tiempo que danzaba con gran belleza y perfecto equilibrio en un vagón bamboleante.

Su arte nos sacó del sopor habitual. Nadie la ignoraba, muchos apagamos los cascos y la observamos con admiración. La máscara cubría una carita enrojecida por la vergüenza y su esbelta figura era la viva imagen de la dignidad y el arte.

Cuando finalizó, muchos de nosotros no hicimos lo habitual: mirar hacia otro lado. Abrimos nuestros recesivos monederos y aportamos algo para que la ninfa-mariposa pudiese comprarse unas zapatillas nuevas, para premiar su labor, para agradecerle haber hecho entrar un rayo de luz en nuestras grises existencias y olvidar, por un momento, nuestras miserias cotidianas y admirar su talento, el valor de no rendirse y darle vida en donde sea. Incluso en el Metro. Incluso en nuestras abúlicas miradas.

La Ninfa negra y alada recompensó con un toque de varita mágica nuestras modestas donaciones y, sin un sonido, etérea y volátil, se fue como llegó.

Me guardé un deseo:

Zapatillas mágicas para la criatura alada de luces y sombras.

sábado, mayo 09, 2009

Abrazos de ensueño

Esta noche soñé con el Duque... Ummmmmm... ¡Qué sensación, señores! Dejando a un lado lo maravilloooso que es estar tan cerca de mi ídolo-hormona andante, lo más destacado es que yo haya tenido una fantasía onírica casi sexual. ¿Que por qué digo esto? Porque, a pesar de ser una mujer con muchas horas de vuelo, experiencia y cero tabúes, mi educación fue tan tradicional que ha conseguido que jamás haya tenido un sueño erótico. Casta y pura hasta durmiendo.

Así que me ha sorprendido doblemente este sueño tan agradable. Primero, porque lo mío son las pesadillas (desde mi más tierna infancia) y, segundo, porque me he permitido fantasear de modo subconsciente. Tengo una amiga que se ha tirado ya -y lo recuerda con todo lujo de detalles- a varios famosos que le gustan. Menuda suerte. Digo yo que eso es lo mismo que si fuera verdad porque como, total, no se va a repetir...

De todos modos mi milagro es pequeñito por cuanto, y como no podía ser de otro modo, cuando la cosa se ponía más emocionante, empezaba a entrar gente como si aquello fuese el camarote de los hermanos Marx. El recuerdo más vivo fue al final, momento en que íbamos paseando por la calle y me abrazó. Un abrazo tan cálido, envolvente, firme y tierno a la vez , que lo recuerdo con toda claridad, como si hubiese sido real. Creo que me dijo o le dije que era tan... "confortable". Luego mi madre llamó por teléfono y fin de la magia. Vaya por Dios.

Sin embargo, me quedó ese abrazo grabado. No porque fuera el Duque (bueno, un poquito sí) sino por la sensación. Creo que antes le expuse uno de mis miedos, le comenté que no sabía si quería que estuviese allí, si quería que le tocase. Y ésa fue su respuesta.

Me encanta abrazar y que me abracen, lo mismo que besar, pero lo hago poco. Cuando estoy con un hombre que me importa, el temor al rechazo me paraliza, así que si él no me abraza, yo tampoco lo hago, así me muera de ganas. Un pavor que arrastro desde niña, supongo.

Es tanto lo que se transmite con este modo de expresión, en silencio. La presión, la cercanía, la duración hablan tanto en sí mismas. Es como tocar a la gente. Disfruto mucho con el contacto de un hombre que me atrae de veras pero, ante la posibilidad de agobiarle, no le toco. Habrá quien diga que es inseguridad. Es más que probable, en ciertos casos es seguro, pero es que yo no he vuelto a tener ninguna relación que me aportase seguridad desde que rompí los lazos matrimoniales. Y soy poco dada a mostrar mi lado más tierno si la otra persona no lo hace también. Me puede el orgullo, el miedo a molestar, el que no guste. Porque esas cosas ocurren y yo no quiero que me pasen a mí. Es más, en contadas ocasiones, me he mostrado y siempre resultó un error.

Mi faceta más tierna no la han conocido los dos hombres que amé/amo. Con el primero, no me atreví nunca a expresarle mis sentimientos. Era muy joven y muy insegura, esta vez sí. Con el segundo... pues a él tampoco le sale su lado tierno conmigo. Dice que lo tiene pero lo nuestro es el tira y afloja o eso parece.

En líneas generales yo despierto más el lado salvaje. Porque lo soy y eso no me asusta mostrarlo, porque tiene mucho que ver con mi carácter indómito e independiente y porque no hay preocupación de que les agobie. Sexualmente hablando, ningún hombre se agobia con la faceta morbosa de una mujer...

Pues eso, este abrazo me recordó a otro inesperado y muy real de hace año y medio, reflejado en este blog. Añoro esos abrazos con frecuencia, lo mismo que añoro besar con frecuencia. Podría pasar horas y horas sólo besando y acariciando. Pero está complicado.

En fin, vamos avanzando, ya sueño con sex-symbols... A ver cuándo termino la faena.

Aunque sea dormida.


(Será por eso que siempre he empatizado con el lado sentimental del personaje de Jessica en lugar de la ñoña de Cata)

sábado, mayo 02, 2009

"Pornografía" del alma

Dice un lector, y sin embargo amigo, que una de las cosas que me diferencia es que utilizo muchas frases que le hacen pensar. Le contaba yo que me horrorizaba la idea de escribir mucho sobre sentimientos y que mi blog se parezca a uno de esos empalagosos que, con todos los respetos, me resulta imposible leer.

Según mi muy parcial lector, esos blogs buscan la exaltación del amor, de la dulzura pero cuando Ninfa habla de sentimientos no lo hace con la cabeza, ni siquiera con el corazón... sino con las tripas. Sorprendente cuánto se puede encontrar en un texto cuando se lee con criterio y la mente abierta.

Otra amiga me dijo hace unos días que mi post "Crónica de una pasión" es casi... pornográfico. Me llamó mucho la atención porque tuve especial cuidado en no caer ni en demasiado detalle ni en la grosería. Angelito Grillo me decía que, en parte, así es, pero él hacia referencia al modo en que desnudo mi alma y nada es más pornográfico que eso. Tiene razón. De pronto, he descubierto que me gusta la pornografía.

Yo no pretendo escribir como debo ni sobre lo que debo. Me reprimo mucho para que mi alma no quede radiografiada pero está claro que las señales están ahí. Por otro lado... ¿Qué es un escritor que no pone alma en sus escritos, que no le imprime el sello de sus tripas, que no se da la vuelta de dentro afuera para mostrar todo lo que la vida le ha dado y enseñado y transmitido? ¿De qué sirve entonces la comunicación si no nos hacemos crecer unos a otros aunque sea... jugándonosla?

Charlábamos sobre el corazón, sobre esos afectos que, supuestamente, uno debe olvidar. Yo estoy especialmente tranquila ahora. No quiero ni pretendo olvidar, independientemente de lo que me depare el futuro. A los amantes de los libros de autoayuda mis sensaciones les parecen adolescentes pero nunca han sido tan maduras. Algunos sí podemos sentir por siempre, al margen de lo que suceda.

El único y primer hombre que amado antes de ahora me enamoró hace 21 años. Hace tres lustros que no le veo y aún recuerdo encuentros fascinantes, frases a las que me agarraba como un clavo ardiendo, su respiración queda en mi pecho mientras me mantenía despierta para no dejar de ver su hermosa cara ni un segundo... Aún mi expresión se dulcifica, mis pupilas se dilatan, el vello se me eriza cuando le pienso... Como si el tiempo no hubiese pasado. Le llevo grabado a fuego. Por eso nadie va a explicarme a mí cuándo y cómo se me va a pasar. Yo sé todo lo que soy capaz de amar. O no, no llego a abarcar con mi pensamiento toda esa inmensidad.

Sí sé que, como dice el Duendecillo, mis ojos también se iluminan ahora, sonrío estúpidamente y mi mirada se pierde... cuando pienso en ÉL. Y como Pablo, mi primer gran amor, me teletransporta, me dulcifica, me hace mejor aunque no me atreva a mostrarme así en su presencia, temerosa de que tema, de que se aparte, de que se sienta amenazado. Como le dije a Á ngel, son tres años jugando a olvidar. Ya no estoy para más juegos, me conozco demasiado bien.

Tiene razón, esto es pornografía.

Por eso sólo deben leerlo los adultos.


(Para alguien que adora esta canción y esa Bikina que tanto se me parece... de cara a la galería)