jueves, septiembre 28, 2006

Ninfas desnudas

Es un arma de doble filo. Este blog, sí, éste. Me produce una gran satisfacción personal soltar lastre y crear al mismo tiempo. También teneros ahí, mis interlocutores secretos. Lo malo es cuando no son tan secretos...

Alguien me dijo hace un par de meses si no temía que el hecho de que ciertas personas que me conocen (en mayor o menor medida) lo lean y esto acabe coartándome a la hora de expresarme. Le contesté que no. Por varios motivos: por lo general, poca gente que me conozca tiene la dirección, quien me conoce ya sabe quién soy y tampoco soy una persona con nada que esconder.

De todos modos, ahora no lo tengo tan claro. La gente que ha llegado aquí y ha tenido oportunidad de tratarme más o menos superficialmente puede hacerse una idea muy preconcebida de quién soy. Por eso le digo a algunos que no soy sólo el blog ni tampoco la persona con la que él habla. Soy complejidad, como todos. Hay parte esencial de mí en estos textos. Esto es un hecho innegable e irrenunciable para mí. Pero también soy periodista _mola más escritora pero ya me parece un poco excesivo_ y, por lo tanto, el uso que yo hago de este espacio no es, siempre y/o necesariamente, una recreación de mi vida y mi persona.

Con esto quiero decir que hay muchas pequeñas cosas que me dan pie a hacer una reflexión que no siempre es puramente personal. Hay cosas biográficas, hay otras noveladas, hay otras "retocadas". Así pues, esa primera persona que utilizo normalmente pretende, en ocasiones, reflejar el sentir de muchas otras personas. El sentir de la mujer treintañera y sola en la vida, el de las madres solteras, el de la inconformistas, el de las luchadoras, el de las sentimentales, el de las irónicas, el de las valientes, el de las cobardes... (Qué barbaridad, esto parece el anuncio de la coca-cola).

Hay quien opina que me "desnudo" demasiado. Hay algo de verdad en esta afirmación. Doy mucho de mí en estas líneas pero es un error pensar que Ninfa es así en su totalidad. Trabajo en primera persona porque es un recurso que me permite llegar mucho mejor al lector. Y transmito mis sentimientos porque a mí me gusta ser así. En el directo me cuido muy mucho de mostrarme, básicamente porque entraña peligro y, como he dicho en muchas ocasiones, no sólo no se valora como una virtud sino que es incluso contraproducente. No tengo nada que ocultar pero hay miles de cosas que me guardo. Comparto las que pienso que pueden servir a alguien más que a mí misma. Y algunas veces aprovecho para tener una pataleta (léase historietas con tu querido ex...).

Sin embargo, sí puede ocurrir que empiece a sentir la necesidad de medirme. Hay personas que no deben verme desnuda porque pueden ponerme una cruz. Demasiado tierna, demasiado agresiva, demasiado triste, demasiado alegre... No lo sé.

Sólo le temo al hecho de llegar a dejar de ser yo porque éste o aquélla puedan enterarse de lo que publico. Le temo sabiendo que la postura social más apropiada es nadar y guardar la ropa. Pero las ninfas no llevan ropa. Si acaso alguna flor en el pelo, guirnaldas que las adornen y un poquitín de polvo de estrellas para conservar la magia.

Y si una Ninfa deja de creer en la magia, su luz se apagará.

martes, septiembre 26, 2006

Corazón en mazmorra

He tenido un día romanticón. Romanticón conmigo misma, se entiende. Me encuentro inusitadamente bien de ánimo sin motivo aparente (¿Será que he retomado mi tratamiento y tenía síndrome de abstinencia?), he pasado el día al sol con los niños y he escuchado, a ratos, música en mi mp3 ( el mejor regalo que me pudo hacer mi ex no-novio).

Para la música de oreja (o sea, en los cascos) soy muy ñoña, teniendo en cuenta el sentir de la mayoría, supongo. Me gustan las baladitas, mejor en español para entenderlo todo muy bien. Y hay canciones que las vivo como el cantante. O más. Vamos, que se me cae la baba y alguna otra prenda más escuchándolas. Y añoro no vivir toda esa maravillosa pasión que se desprende de muchos temas.

No tengo muy claro si he estado enamorada alguna vez. Ilusionada, sí, claro pero nunca he vivido el amor y/o enamoramiento duranto el tiempo suficiente para asegurar que he estado enamorada con todas las consecuencias. Hay que tener en cuenta que una obsesiva de libro como yo le da muchas vueltas a las cosas _encima soy gallega_ y nunca estoy segura de sentir eso que todo el mundo pregona que siente con toda claridad. Cuando no lo siento, sí lo sé, ojo. Creo haber estado enamorada pero en estado de permanente desamor así que ya no sabes dónde termina el sentimiento y empieza el masoquismo.

Sin embargo, hay canciones que me llegan tan adentro... que no puedo evitar pensar en por qué no he encontrado yo alguien por quien sentir algo así y ser correspondida. Y lo peor. No puedo evitar pensar que ya no me va a ocurrir. Porque, además, ya no pongo lo más mínimo de mi parte para pillarme con nadie. No le veo el menor sentido. ¿Si todo el mundo pone premisas de no sentir cómo voy a hacer yo la estupidez de darme?

Y lo malo es la sensación de que tengo todo por dar y jamás me han dado la oportunidad de mostrarlo. Tengo el deseo de vaciarme por dentro, coger el corazón en la mano y regalarlo. Y que alguien lo acaricie, no lo estruje, lo encuentre bello, no patético, le dé savia para seguir latiendo y no lo abandone a su suerte. Y siento que nunca podré hacerlo. Que me defiendo muy bien y con motivos. Que es tanto lo que necesito soltar que desbordaría a cualquiera, máxime teniendo en cuenta que, hoy en día, los tíos se ahogan en un vaso de agua.

Me gusta observar a la gente en soledad. Miro parejas normales y corrientes. Mujeres gordas, feas, normales, flacas, simpáticas, antipáticas, de todos los colores, emparejadas. No puedo evitar pensar qué tienen ellas que yo no tengo para poder conquistar el corazón de su elegido. He conquistado muchos corazones _lo digo sin ningún afán de presunción_ pero nunca el de mi elegido. Nunca he conquistado al conquistador.

Escucho hermosas palabras de amor como las de "Para tu amor" de Juanes, o "Todo" de Pereza (mi canción insignia, el resumen de todo aquello con lo que yo sueño tener con alguien) y miles más. Me parece vivirlas. Por primera vez en mi vida, no puedo colocárselas a nadie. Cuando era una jovencita, me ilusionaba fácilmente, claro, como correspondía a mi edad. Ahora, escucho la canción y me sorprendo mirando a mi alrededor y pensando que no hay nadie por quien suspirar. No hay presente, el pasado no existe y no creo mucho en esta clase de futuro.

Una amiga me decía hoy que si unas afirmaciones que le había hecho una ex pareja eran ciertas, no podría creer nunca más en el amor. No podría enamorarse de nadie porque todo sería mentira. Yo ya lo vivo así hace tiempo. Desde que alguien me dijo que se iba y que me quería con toda su alma y, por mucho que insistí, se negó a admitir que no era así. Que sólo sus miedos, sus circunstancias le apartaban de mí. No pude creerle. Si yo amase a alguien y fuese correspondida, nadie podría apartarme de esa persona. Lo triste no es ya no ser amado sino no tener la libertad de amar.

Tan romántica que he sido y tan cínica que me he vuelto. Puro instinto de supervivencia. Siempre he deseado mostrarme tierna, mimosa, amorosa, vulnerable sin ningún pudor. Jamás he encontrado con quién poder hacerlo. Cada día me parece más imposible porque mis conchas son más grandes y necesarias. No es un acto de rencor. Es un acto de voluntad y resignación.

Así que sigo sintiendo las mariposas de otros en la música de otros, en los labios de otros, en los ojos de otros, en la vida de otros.

Y no hay caballero que me rescate de mi mazmorra.

domingo, septiembre 24, 2006

Haciendo méritos en el Valle de Lágrimas

Otro domingo malgastado. No hay nada que me frustre más que esperar ansiosamente el fin de semana para malgastarlo encerrada en casa. ¡Si hasta ha dejado de llover! ¡Ufff, qué larguísimo será este invierno...! Detesto las nubes, la lluvia, el frío. Vamos, que soy una auténtica muestra de adaptación humana al medio adverso...

Yo tengo el alma tropical. Adoro el calor, el sol, lo necesito para encontrarle sentido a esos días monótonos y sin emoción alguna tan frecuentes en la vida de todos. Abrigarme sólo me gusta en camita, si es acompañada mejor y no para dormir... Pero sigo en barbecho, así que ya estoy empezando a vestirme para irme a la cama, en lugar de al revés.

Lo mejor de todo es que tengo un colchón sideral, que te mueres de "chupi-caro" que es. 1.50 metros para ocupar treinta y cinco... No somos nada...

Me quedé recordándola (mi niña de las primaveras rotas) y pensando si debería continuar esa larga y, en tantas ocasiones, dolorosa historia.

Era una niña, a pesar de todo, muy extrovertida y charlatana. Los vecinos de su calle, casi todos gente mayor y sin hijos, acostumbraban a pedirle a su madre que la dejasen en sus casas. Les divertía mucho aquel pequeño pajarillo que hablaba perfectamente y por los codos desde muy chiquitita. Así que su papel de jilguero marisabidillo le valió muchas galletas y dulces caseros.

No se parecía a ninguno de sus hermanos. Ahora tampoco, ni física ni psíquicamente. Sí es cierto que todos tienen en común una característica manera de hablar, muy expresiva y vehemente. Fueron educados en la más estricta fe católica. Tan bien los educaron que ella soñaba muchas noches, con apenas seis o siete años, con morir esa noche para despertarse en ese fantástico cielo que en nada se parecía a aquella casa en que había que meter la cabeza bajo la almohada para poder dormir. Y se decepcionaba al despertar.

Su madre le inculcó una visión fatalista de la vida. El famoso valle de lágrimas en el que, cuanto más sufriese, más posibilidades tendría de irse al cielo. Así que, visto lo visto, ella apostaba por morirse pronto como los pastorcillos de Fátima para sufrir lo menos posible...

Tampoco todo era sufrir. En su pequeña callecita aún jugaban los niños en la calle. Hoy ya no se hace pero antes se criaban en la calle, jugando con los vecinos. Crecieron juntos, ella y esos vecinos (muchos hermanos entre sí). Jugaban al escondite, a las prendas, a polis y cacos. Era una experta en camelar a los varoncitos para que la liberasen cuando la pillaban. Y en mirar a los ojos a su amor platónico de toda la infancia. Él era huérfano de madre y un líder nato. Instigador de todas las correrías, gamberradas y motes para todos. De lengua rápida y creativa, inteligente y seductor. Con el tiempo fueron pareja. No funcionó, claro. Hoy son buenos amigos. Y él, casado con su siguiente y única pareja tras la ruptura con ella, conserva ese brillo antiguo en sus pupilas cada vez que se encuentran. Algunos sentimientos parecen ser para siempre. Aunque yo no creo en ese tipo de amor parece que ellos dos sí. Tal vez el corazón varado en la tierna niñez y adolescencia.

Siendo muy pequeña sus padres se trasladaron a vivir a otra ciudad. Nunca se adaptó, ama a su ciudad de un modo casi fanático. En todos los años que estuvo fuera jamás se sintió de aquel lugar. Y, una vez de regreso a Casa, nada quedó atrás. No hay nadie a quien visitar allá. Sólo una urbe gris llena de chismes y envidia.

Sus hermanos sí se adaptaron. Eran jóvenes. Allí se echaron sus primeras novias importantes, allí crearon su pandilla de catequistas. En esa época eran bastante sanos. Ni su propia madre sabe en qué momento se perdieron. Tal vez estaban perdidos desde hacía mucho. La niña vivía fascinada por el mundo adulto. Fascinada por los bailes, por las parejas, por la música, por la pandilla. Sorbía a traguitos los posos de café de su madre, esa mujer extraña, buena pero variable como buen referente de su signo. Cocinaba pitillo en boca, como en las películas, y un vasito de vino para parlotear. Era una mujer de su tiempo atrapada en un rol que detestó siempre: esposa y madre. No le gustaba la casa ni los niños ni vivir atrapada entre cuatro paredes.

Pero su Dios decidió concederle el cielo y, así, se convirtió de por vida en la criada de marido e hijos. Eso sí, logró no entrar en lo más tradicional, con lo cual la casa siempre estaba manga por hombro y jamás se interesó por ella. No era nada más que su jaula. Era la jaula de todos.

Y como todas las jaulas abandonadas se convirtió en una cárcel llena de podredumbre.

sábado, septiembre 23, 2006

Primaveras rotas

Es uno de esos días grises del otoño. La calle está mojada, no se ve un alma por la calle. Es uno de esos días para recordar cosas tristes. O simplemente para recordar.

No hablaré de mí hoy. Hace muchos años que quiero hablar de ella. Siempre pensé que no podría. Era demasiado dolor, demasiado tiempo de silencio, demasiada niñez rota. Las numerosas veces que me han dicho que debía dedicarme a escribir _algo que me halaga sobremanera pero no creo poseer el talento y la constancia suficiente para ello_ pensaba en ella.

Mi libro siempre era sobre su vida. Pero no sabía por dónde empezar. A lo mejor empieza aquí dirigido a todos mis ya amados y desconocidos lectores que han vuelto a hacerme creer que escribir sirve para algo más que para vomitar información.

Nació en una familia numerosa. Fue la última. Al menos en lugar de nacimiento. Solemos relacionar la familia numerosa con una infancia divertida, feliz, llena de ruido, algunas necesidades pero mucha unión. No era el caso. Sí es verdad que fue divertida en algunos momentos y había muchísimo ruido pero la unidad no era el punto de referencia. Mucho menos el amor. El amor es un sentimiento que hay que tener dentro del corazón, independientemente de que alguien te lo dé, para poder compartirlo. Las personas que nacen en el seno de hogares rotos siempre tendrán una parte de su alma rota. Al menos, hasta que aprendan a repararla. Pero las cicatrices permanecen siempre. No tienen por qué doler pero su superficie rugosa mantiene vivos los recuerdos de lo que hace daño y son parte del equipaje. Los afortunados que se sobreponen tendrán una maleta llena de etiquetas sobre "lo que no se debe hacer". Algo así como el cacareado "Nunca Máis" de éstas, mis adoradas-odiadas, tierras brumosas.

Siempre escuchó que era una niña muy inteligente. Más que probablemente el único piropo que recibió dentro de la casa. "Espabilada" era exactamente la palabra. Así que, después de todo, como la mayor parte de lo que se inculca en la más tierna infancia, esa valoración de sí misma nunca la perdió. Hubiese sido bonito que le hubiesen dicho que era hermosa, por dentro y por fuera, el sentimiento que regalan los padres en estos casos es tan auténtico que no importa si no se ajusta a los cánones sociales. Nunca escuchó eso tan bonito que sale en las películas americanas: "Te quiero", se dicen los yankees de padres a hijos casi sin venir a cuento. Esa costumbre no es española. Al menos, no entonces. Al menos, no en aquella casa.

Lo malo es que ella nunca pensó que la quisiesen demasiado. Ni siquiera de modo implícito. Tenía muchos hermanos. No guarda grandes sentimientos por ellos. Por alguno sí, precisamente por eso le perdió. Es así de cruel el mundo real. Tiene la fea costumbre de arrebatar aquello que uno más aprecia.

Sí cuenta que, hasta cierta edad, la Navidad era un punto y aparte en aquella conflictiva familia. Robaban un hermoso árbol, grande porque allí todo se hacía a lo grande, compraban muchas botellas y cajas de cosas ricas, sacaban la caja de los adornos de toda la vida y la Nochebuena era una velada sin par. Su madre compraba para los pequeños una botella de vino "quinado" y sidra y ¡podían beber una copita! Sus hermanos sacaban las guitarras y, tras los villancicos de rigor, pasaban a las canciones de moda y, casi de inmediato, a las canciones verdes y provocadoras. Los tradicionales padres se reían escandalizados y divertidos y los niños coreaban, casi sin entender el sentido, todas las picantonas letras. Eran noches de quina y de rosas.

No duraron siempre. Se rompieron el día que los mayores decidieron hacer la fiesta en los bares, tan aficionados a ellos que eran, y lo poco que quedaba del famoso espíritu de la Navidad se murió entre brumas de humo y alcohol. Desde entonces, fueron solitarias, tristes, vacías de sentido. Como casi todo en aquella casa.

Nadie parecía notarlo en aquel tiempo tan lejano. Menos ella. Ella que no tenía ni voz, ni peso, ni voto para opinar sobre lo se estaba desmoronando. Lo poco que se tenía en pie. La violencia, de la mano de las tan bienamadas botellas, se hizo dueña de todo lo que la rodeaba. Eran unos hermanos que sólo tenían sangre en común y, quizá, ese instinto violento. Se peleaban como bestias. Se rompían botellas en la cabeza de unos y otros. Se pateaban como fieras salvajes. Se hacían daño en el cuerpo y rompían el aterrado corazón de la niña.

Tuvo que aprender a crecer en ese ambiente. A desaparecer cuando los gritos anunciaban la tormenta de golpes que ni siquiera su padre sabía acallar. Era tan impetuoso y temperamental como todos los demás. No fomentaba la paz, también pegaba, también gritaba, también provocaba. Algunos creen que el infierno castigará a los malos a su muerte. Otros creemos que el infierno está aquí y algunos, no sé si buenos pero al menos no tan malos, son castigados ahora. Los motivos son desconocidos así que, igual por comodidad, soñamos con que el cielo esté en otro lugar.

Se hizo difícil crecer. No hay que saltarse etapas, no hay que permitir que los más pequeños se vean obligados a saltarse ese derecho a la inmadurez, a la inconsciencia, a la magia. Por aquella casa la magia no se estilaba. No pasaba ni el ratoncito Pérez, ni los Reyes Magos ni nada parecido. La madre tenía la extraña creencia de que a los niños no hay que mentirles ni para bien. Y allí hacía falta algo de mentira, de benévola fantasía para evadirlos de una realidad tan inapropiada para cualquier ser humano.

Así pues, creció demasiado. No en estatura, conserva ese aspecto falsamente frágil. Creció tanto que creó la forzosa coraza que tienen los supervivientes. Una coraza llena de agujeros, llena de huellas de las balas que la atravesaron pero que sí la hizo resistente a los disparos, menos nocivas, de los agentes externos.

No me gustan los post interminables. Será una historia que continuará en función del deseo de quien la lea. La tristeza no es para todos los públicos. El otoño tampoco. A mí no me gusta. A ella tampoco.

Sin embargo, cada vez que ve caer las hojas, recuerda a los caídos pero sueña con las hojas verdes de la primavera.

Que siempre vuelven, pase lo que pase.

viernes, septiembre 22, 2006

Carnes y agenda bamboleantes

Cada día que pasa me convierto en una persona más profunda e interesante. Fruto de todo este crecimiento personal es mi desmesurada preocupación, en los últimos días, por mi sensación de estar fláccida y bamboleante. Hasta ahora la madre naturaleza me ha tratado bien, me he creído prácticamente intocable por el tiempo. Pero va a ser que no.

Me miro los brazos y no me gusto. Del vientre, ni hablemos. De hecho, una de las cosas más deprimentes que existen en los últimos tiempos es ver vídeos musicales. Toda esa pandilla de zorras megamacizas con vientres planos de 16 años de edad, piernas firmes y ni una sola doblez de piel en toda su anatomía están acabando con mi autoestima.

Debería estar tan prohibido como las anoréxicas en Cibeles. Porque, a qué negarlo, a mí las anoréxicas me hacen sentir cachondísima y sanísima. Pero todas esas "perras" del reggaetton... no.

De resultas, que voy a volver a gimnasio aunque sea lo último que haga. A ponerme durita, por lo menos, que estoy todavía en el mercado y sin can que me ladre o me engañe con aquello de "cariño, no has engordado, estás divina" (todas sabemos que eso es mentira pero ¿A quién coño le importa?). Además, me duele todo el cuerpo. No sé si es la tensión, si es la fibromialgia o mi autoestima que aúlla.

Eso por no hablar de la operación "vuelta al cole" o atraco a mano armada. No tengo ni la menor idea de cómo voy a empezar el mes pagando a todo el mundo cuando cobro a día 10, empezar a currar con ropa adecuada cuando llevo todo el año luciendo vaqueros y jersey (las salidas nocturnas son otro tema pero esos modelitos tampoco son adecuados...) y pagar el seguro del coche.

Lo sé, me estoy volviendo vulgar y poco interesante. Pero es que esto de vivir al filo es muy cansado. Y si, encima, te pones blandengue... ya me contaréis.

Mientras, el fin de semana se avecina aburrido. No tengo plan. Mi prima está fuera, mi furona de vacaciones (de todos modos no sale nada, es más pesada que matar un cerdo a besos) y ningún hombre atractivo me ha llamado para invitarme a pasear y lo que se tercie. Y es de todos sabido que yo no lo hago, que luego se crecen y se creen que todo el monte es orgasmo (por cierto, qué falta me hace uno, no me acuerdo del último...). La chica moderna que queda dentro de mí (sí, de carnes blandas pero moderna, ¿qué pasa?) se dice que lo que tengo que hacer es mandar un sms invitador. Pero llevo fatal que me rechacen o que los hombres se sientan demasiado seguros de mí. Lo del rechazo es puro ego _no hay nadie que me haga sentir nada especial esta temporada, si acaso, algún recuerdo imposible_ y que vayan de sobrados conmigo, es que no lo soporto.

Por otro lado, me pongo práctica y me digo: ¿Y qué más da? ¿Qué puedes perder? Manda el sms y él se lo pierde si no viene... Umm, me lo estoy planteando. Mal asunto. Eso es que tengo hambre. No engorda esta comida pero adelgaza la moral cuando no comes.

¿Dar el primer paso o no darlo? Ésa es la cuestión...

jueves, septiembre 21, 2006

Selección natural

Pues vaya "miedda" de ciclón... Desde luego, en Galicia tenemos el sambenito de todas las lluvias del mundo mundial y después... ni un mal árbol derribado...

Hay que fastidiarse. Han suspendido las clases de los niños, les he vendido que un vendaval fascinante nos iba a tener recluidos en casa y... nada, leches.

Aquí estaba yo, esperando al Hortensia, y no ha venido ni una mala ventisca. Mi "compa" de piso fantaseaba ayer con irse a ver las olas de nueve metros, mientras mi cáustico sentido del humor le ponía a parir por chalado. Recordábamos en la mesa unas imágenes en las que unos turistas se asomaron al malecón cubano a ver el oleaje y un tsunami chiquitín se los tragó. Por gilipollas, decía yo.

Yaa, soy cruel. Pero, veamos, su punto de selección natural tiene la cosa. Es como el caso _tristísimo_ de un padre gallego que se llevo a su hijo a la costa a mirar el oleaje un día cualquiera de mal tiempo (menos publicitado pero bastante peor que el de hoy). Una ráfaga de viento se los engulló. Yo tengo un sentido del humor muy negro pero recordad siempre que estas cosas sí me impresionan. Lo que pasa es que estaba comiendo con una buena amiga y dándole caña al pobre de mi compañero y le decía que le iba a pasar como al idiota éste. Selección natural. La madre naturaleza es sabia y se dice: "¿A ver, qué clase de padre con la cabeza como es debido se lleva al niño a ver la furia del mar en la Costa da Morte? Pues un pedazo de imbécil irresponsable. Los débiles caen... ¿Quieres ver el mar? Pos pa dentro, lo vas a ver hasta el final de los tiempos. Paspán. ". Ya sé, soy algo corrosiva pero si no fuese por estos ratos y los que pasamos en el baño...

Esto me recuerda aquel ya lejano Hortensia. Aquello sí que molaba. Oí zumbar el viento toda la noche como si la casa se fuese a ir abajo (cuando eres una adolescente, estas cosas te ponen mucho...). No tuve que ir a clase y luego me reuní con mis amigos a ver cómo mi calle de la zona antigua estaba cubierta por ramas de árbol de la Alameda, tejas y cadáveres de paraguas. Aprovechamos la coyuntura para tontear mi futurible primer novio de adolescente (un amigo de la infancia, un día le dedicaré un post a estas cosillas...), reírnos con la mala leche que nos caracteriza a los chavales (yo no he evolucionado mucho en esto, sigo siente terrible) y haciendo chistes porque, en estas ocasiones, siempre pasa a la historia alguna aguerrida anciana que tiene que ir a la compra _por sus cojones_ y se le cae una teja encima. Igual a uno no le mata un cacho de tejado pero si eres una abuelita temeraria acabas en el otro barrio de inmediato.

Bueno, que sepáis que, rompiendo tópicos, ya hace sol, el viento es una ridiculez y vamos a salir no sé a qué. Que mis hijos encerrados con tanta tensión ambiental se ponen insoportables y yo soy peor que ellos.

Mañana hablaré de mi nuevo contador. Los adelantos de la tecnología y mi futuro como escritora de tres al cuarto. Siento no haber contado ninguna intimidad, que ya sé que os gusta, cotillas.

Pero algo hay que dejar al misterio. Si no, perdería todo mi indudable encanto, ¿No?

martes, septiembre 19, 2006

Arroz sin leche

Entre las mujeres solteras y sin pareja el asunto de la maternidad en solitario se ha convertido en tema de conversación recurrente.

Casi todas mis amigas de treinta o algo más años sin hijos parecen ya rendidas a la evidencia de que formar una familia tradicional es un sueño casi imposible. Así, están/estamos de desilusionadas. Enseguida dicen que se inseminarán y serán madres en soledad.

No deja de ser triste. Tan triste como real. Pero el hecho de que la ausencia de compromiso, el valor para crear proyectos en común y la moda de ser tan independientes como inconscientes está haciendo que las prioridades, las ilusiones y la visión de futuro cambien radicalmente.

Personalmente, no soy partidaria de la maternidad en solitario. Las chicas que hacen este tipo de afirmaciones, por lo general, desconocen las dificultades de traer un niño al mundo. No quiero ni hablar ya de hacerlo sin pareja que piense en ellos contigo. Cierto que, como señalan ellas, no existen garantías de tener "un prea" _palabras textuales_ que se vaya a quedar el resto de tu vida a tu lado y el de los niños. Yo me separé con dos críos muy pequeñitos _apenas dos y tres años y medio_ y tuve que acostumbrarme a salir adelante y convivir con ellos sin apoyo. Y fue francamente duro para los tres.

Mi ex consideraba que éste era mi punto flaco. Siempre reconocí abiertamente que yo no me sentía capacitada para tener hijos sola. Así que cuando se largó con mi coche y me dejó colgada en el pueblo dormitorio donde vivía (a diez kilómetros de mi ciudad) esperaba el estrepitoso derrumbamiento de la frágil mamá que creía que era.

Sobrevivimos. Los primeros meses con más dificultad, aún había pañales que cambiar y pataletas que censurar, pero lo hicimos.

Supongo que para estas madres en ciernes, desilusionadas ya de vivir el alumbramiento como un acontecimiento conjunto y feliz, lo será mucho más aún. Es muy difícil conciliar la vida laboral con una familia monoparental. Es caro, es desagradecido y poco valorado socialmente. Y siempre tendrán que pelear con el hecho de que la figura paterna _nos guste o no_ es un elemento necesario en la vida de sus hijos. Algunas comemos mucha mierda para que esa figura imperfecta pero imprescindible siga ahí. Y están en lo cierto mis amigas cuando insisten en que tal vez desaparezca cualquier día y que, para eso, no cargan con un tipo que las condicione y les complique la vida con su "peque".

No sé. Sigo creyendo que tener un hijo sola tiene que producir una sensación de vacío. Porque falta esa otra parte que te apoya, que te mima, que está tan ilusionada _o casi_ como tú. Que las mujeres nos veamos obligadas a pensar seriamente en no compartir esa experiencia porque ya nadie se cruza en nuestras vidas con un mínimo de ilusión y valentía es penoso. Real pero penoso.

Está claro que algo en la sociedad está cambiando y para mal. Por supuesto que no estoy en contra de las mujeres que asumen ese riesgo y tienen a sus hijos con independencia de tener un hombre a su lado o no. Pero el hecho evidente es que no lo hacen porque no quisieran ofrecerle una familia al niño. Lo hacen porque no sueñan ya con poder crearla. Porque la imagen de la mujer que quiere tener hijos porque "se le pasa el arroz" está hasta mal vista.

Un amigo me comentaba que sus amigos separan a las mujeres en cuatro grupos: anillistas, no anillistas, cachondas y no cachondas. Obviamente, las "anillistas" son, a sus ojos, las que buscan pescar marido o cosa parecida y tener hijos porque les entran las prisas (cosa que ocurre también, a qué negarlo). Las no anillistas, las que tragan o prefieren relaciones sin ningún compromiso. Cachondas y no cachondas es más que evidente lo que son.

Luego estaban las conjunciones: el ideal es la no anillista cachonda. Se acepta, por necesidades del guión anillista cachonda ("porque con eso vas bandeando...") y se rechazan las no cachondas en cualquier caso.

Claro el espacio de las personas que pueden llegar a disfrutar la vida de pareja sin más ni se contempla. Al igual que muchas mujeres tampoco lo contemplan a la hora de ser madres.

La ciencia nos ha abierto nuevas puertas para la independencia y la maternidad de modo individual. Lo que no ha podido hacer es que los seres humanos arreglen sus diferencias para ser capaces de encontrar lo único que deberíamos buscar en este corto paseo que es la vida: la felicidad (unas gotitas, al menos), el amor, el compañerismo.

En el fondo soy una romántica. Muy en el fondo, claro, porque mi sentido de la realidad me pone en mi sitio. Pero me gustaría que todas estas chicas no viesen esa opción desde la manifiesta desilusión que tenemos ya de las relaciones de pareja. Me encantaría creer en el amor para toda la vida y las familias de peli americana (las que viven juntas, claro).

Sin embargo, al igual que ellas, tampoco creo ya en casi nada de eso. Y lo lamento.

Aunque yo no tenga que preocuparme de que se me pase el arroz.

domingo, septiembre 17, 2006

Supervivencia y pánico

Me embarga la pereza. Soy la mujer más perezosa que conozco, de verdad. En realidad, siempre digo que mi peor defecto es la impaciencia pero no, es la pereza.
A mí me pasma la gente que dice que no puede estar sin hacer nada. Yo tengo un máster en eso. Ahora tengo un montón de cosas por hacer y aquí estoy (bueno, que escriba aquí es un avance, ¿eh?). Debería descolgar el teléfono para hacer unas mil llamadas para la revista, hacer un currículum que me han pedido, leer el periódico después de comprarlo y... aquí ando, en camisón vegetando en mi sofá y estresándome sin hacer nada de nada.

Cuando empiezo a trabajar soy como una moto. Rindo mucho y soy eficaz. El tema es ponerme. Yo necesito presión. Si no tengo presión no tengo motivación, ímpetu. Vamos, que soy una vaga de la leche. Á mí me van las contrarrelojes, de corredora de fondo sería un fracaso.

Pronto empezaré a trabajar. Una parte de mí lo está deseando y la otra, la haragana que he creado en este tiempo de paro, como que está muy bien rascándola. A esto habría que añadir el pavor que me embarga.

Soy buena en mi trabajo. Lo conozco, tengo oficio, muchos años y tengo mucha capacidad de laburo. Pero, claro, tres años de inactividad siembran cierto desasosiego. Especialmente, viendo lo ilusionados que están conmigo. Que es fantástico, claro, pero... las expectativas altas son fáciles de rebajar.

Encima, voy a trabajar justamente en la única sección de un periódico en la que nunca he estado. Me angustio sólo de pensarlo. En realidad, no tengo problemas de aprendizaje ni con la responsabilidad. Supongo que el asunto está en tanto tiempo inactiva. Estoy deseando ver mi mesa, mi ordenador y, al mismo tiempo, me encuentro aterrada. Y no sé qué hacer con esta sensación.

La parte de mí de siempre dice: cuando estés en faena, todo pasará, serás buena, conoces el trabajo y es lo único que sabes hacer (bueno, alguna cosa más sabré pero que me dé de comer, sólo esta). La otra, la que me está haciendo crujir el estómago, teme defraudar, no dar la talla, no poder ofrecer ideas. Vamos, que me embarga el pánico.

Sin embargo, sí echo de menos el viejo estréss de la Redacción. El tener mucho que hacer para disfrutar mucho viendo a mis niños. El comer fuera (con tal de no cocinar, vendería mi alma al diablo...), el tener compañeros (y que sean buenos...). Volver a ser o sentirme autosuficiente. Volver a ser una profesional.

Tengo mucho miedo. Porque esta es una oportunidad que ya no esperaba. Porque parece un milagro que he conseguido yo y sólo yo. Sin ayudas, sin enchufes, sólo por mi valía cuando no yo misma creía ya en mí. Y pensar en hacerlo mal o perderla me asusta de un modo infernal.
Debería estar feliz. Supongo que lo estoy. Pero el pánico puede más.

Sin embargo, si de algo me autocalifico es de ser una auténtica superviviente. Así que, como siempre, sobreviviré.

Y algún día, Superviviré. Porque me lo merezco, porque yo lo valgo y porque ya va siendo hora.

¡He dicho!

martes, septiembre 12, 2006

Extravagancia controlada

Me encuentro mal. Físicamente hablando. Eso de la astenia otoñal y primaveral a mí siempre se me ha dado bien. Estoy de brazos caídos (lo que me dejan, claro).

Yo soy una drogadicta reconocida. Sin mi ibuprofeno 600 a go-go no soy nadie. Eso al margen de la medicación de la migraña. En realidad, Dios me ha colmado con un estómago a prueba de bomba al mismo tiempo que una mala salud de hierro. Así, aunque me paso media vida jodida, para compensar puedo preparar toda clase de cócteles pastilleros sin efectos adversos.

De hecho, tengo una amiga farmacóloga que dice que debería dedicarme a los estudios experimentales clínicos esos. Así, podrían poner: "Efectos secundarios: ninguno". Puedo mezclar cualquier suerte de porquería con alcohol porque ya estoy acostumbrada y no pasa nada. Y no me ando con chorradas. Si estoy tomando cerveza no hago la mariconada ésa de pedir un vasito de agua para luego seguir dándole. Un traguito más y solucionado.

También son coca-cola adicta reconocida. Es una de mis señas de identidad. Y además, soy una auténtica experta y purista en el tema. Pido siempre una coca-cola light de lata, fría sin hielo y que no me la sirvan. Habitualmente, el camarero se equivoca en alguna de las cosas cuando no en todas... Si cito el hielo, me lo traen y, si no, también. Luego vienen y se despachan a gusto con esa manía de echártela a lo bruto, cargándose todo el gas y dejándola intragable. Y para colmo, botellín. Vaaale, ya sé que tengo muchas manías con esto pero todo tiene su razón de ser.

Me gusta con mucho gas y más cantidad _de ahí lo de la lata y que no me sirvan_. La pido light con la lata de callos porque me gusta más, es menos dulce. Y no la pido al limón para que no me larguen del bar. Siempre pienso que me parezco a Sally, la de "Cuando Harry encontró a Sally". Ella cambiaba siempre todos los platos y le daba un mogollón de instrucciones al camarero. Yo hago algo parecido con mi coca y alguna otra chorrada más. Pero soy educadita, ¿Eh?

A mí me atrae tener mi puntito friky. Soy un pelín extravagante y me encanta. Hablo mucho, como una cotorra, provoco todo lo que puedo y procuro reírme mucho de mí misma. Tanto voy vestida normalita, como de gitana (ayer mismo parecía la criada gitana cuidando los dos payitos rubios, con una falda larga de colorines, coleta, morena perdía y eso... Lolita la Piconera), como de rompedora, como de señorita. A todo le doy por igual y no desentono de mi look momentáneo. Me encanta ir arregladísima pero, al mismo tiempo, salgo casi siempre con la cara lavada para no ser esclava de mi imagen. Al final, soy esclava igualmente de mi complejo de patito feo cuando voy de trapillo. Por no hablar de las gafas. No soporto que me vean con gafas. Pero el maldito oftalmólogo me ha dicho que las tengo que llevar unas horas al día y me ha fastidiado. Así que me hago la loca si veo algún conocido y me siento exactamente igual que Betty la Fea. Es horroroso.

Ese mismo extraño espíritu de contradicción que me hace rechazar los destinos turísticos masivos. Si todo el mundo quiere ir a Italia o a Praga, a mí se me quitan las ganas. Si el Código da Vinci de Marras está en boca de todos, pues yo no sé ni de qué va. Es mi puntillo rebelde. O petardo. No lo tengo demasiado claro.

O esa costumbre que tengo de radiar todo lo que veo en la tele. Soy el "surround" del telediario, las pelis y lo que haga falta. Es que ni me doy cuenta. Por suerte, toda las personas con las que he convivido se ríen de mi cáustica paranoia y lo llevan bien. Porque arreglo no tiene, eso lo sé yo.

Pues nada, me ha dado por contar alguna de mis manías. Supongo que cada uno tiene sus cosillas. Yo me voy soportando. Del resto no opino.

Ya se sabe, no hay como estar solo llevándose bien. Que tampoco es tan sencillo. Que conste.

sábado, septiembre 09, 2006

Falsos ángeles custodios

Ando algo perdida. Bueno, en realidad, yo no pero la cabeza avinagrada de otro me está complicando la existencia. No voy a entrar en detalles sobre la última paranoia de mi ex porque me aburre hasta a mí.

Lo que ocurre es que una no sabe si está haciendo las cosas bien ni bordándolas con hilo de oro. En los últimos tiempos he conocido a varios padres separados que son víctimas, y como mujer me avergüenza mucho que así sea, de una actitud absolutamente execrable por parte de las madres de sus hijos.

No entro en las versiones de buenos y malos. Considero que esa parte de la historia ha de estar al margen del tema de los hijos, su custodia, visitas y demás. Estos amigos tienen que luchar por cada rato para ver a sus pequeños y hasta recurrir a los juzgados para poder pasar un tiempo escasísimo con ellos.

Yo soy el caso opuesto. Es decir, dejo que mis hijos vean a su padre todo lo posible. Ésta es mi responsabilidad. Que ellos no paguen nuestros errores y que no les falte ninguno de sus progenitores por cuestiones puramente egoístas y personales. Sin embargo, en los últimos tiempos cada vez dudo más de estar haciendo lo correcto.

Me encuentro con un padre que sólo paga una pensión pírrica (tema asumido por mí hace mucho) que no colabora en los estudios y necesidades de sus hijos salvo, eso sí, en verlos todo lo posible, algo que encuentro positivo para los niños y que, por lo tanto, fomento.

Nuestra relación era civilizada. Siempre hemos mantenido una actitud educada y formal de cara a los niños. Alguna vez chocamos pero suele pasar pronto, básicamente porque yo no entro en muchas provocaciones. Sin embargo, últimamente se dedica a echarme en cara que no debería darme la totalidad de la pensión (no voy a decir la cantidad porque da ganas de llorar) y se niega a colaborar en gastos tipo vuelta al cole y demás porque, según dice, "hacemos custodia compartida".

Me encantaría saber qué entienden ciertos padres y muchísimas madres, ojo, sobre qué responsabilidades conlleva la custodia. Pasear a los niños cuando le viene bien, no es hacerse cargo de la custodia. Comprarles juguetes para quedar bien, en lugar de libros, no es ser buen custodio. Pasar tiempo con ellos en lugar de preocuparse de consensuar su formación no es una custodia compartida. Cuando no se COMPARTE,, todo lo dicho anteriormente se cae solo. Y me pongo a pensar si me estoy equivocando. Si dejarle tener a sus niños todo lo que quiere para que luego nos vean discutir porque tiene más que decir es peor que aplicar la ley. Si fomentar que le visiten, aún cuando sé que se les enseñan cosas con las que no estoy de acuerdo, es un error.

El mes que viene nacerá su hermanastra y parece que la madre empieza a apretar la cuerda, como estaba visto. Me preocupa muy mucho que la llegada de su propio bebé suponga, como ya está empezando a ocurrir, que ella siente prioridades en las que, no hace falta ser muy lista, mis hijos no estarán.

No sé cuál es la verdad. Sé que no puedo ni quiero ni debo privarles de su padre. Aún cuando se dedique a decirles cosas como que no tiene dinero y que no van a tener para comer. O que hay mucha gente que no le quiere. Y no hay manera de comunicarse, de retomar la buena educación. Estoy cansada.

¿Cómo se hace para que alguien que está perdiendo la razón la recupere?

¿Y hasta dónde hay que agacharse para que a una no se le vea el culo?

martes, septiembre 05, 2006

Magia cotidiana

Una de mis mejores amigas está embarazada. Qué digo amiga, mi hermana. Era la que me faltaba _en edad de procrear y emparejada_ por llegar al ruedo maternal. Como siempre, la llegada de un bebé a la familia es algo hermoso y deseable. Antes no me gustaban los bebés. Desde que tuve hijos empezaron a atraerme más, al revés de lo que le suele acontecer a la gente que es muy niñera antes de tener niños propios. Los más apáticos descubrimos el mundo infantil de la mano del amor filial y los más entusiastas descubren los inconvenientes de tener esos preciosos juguetitos en casa.

También mi ex está a punto de ser padre otra vez. Para los libros de sus hijos no hay un duro pero creo que el ajuar de la pequeña en vistas es completísimo. Así es la vida. Tal vez los hijos de este hombre tienen la suerte de tener unas madres que se ocuparán de que tengan lo que necesitan porque papaíto sirve más para ir al parque que para ocuparse de las responsabilidades contundentes.

En fin, lo que está claro es que la vida de una pareja se transforma radicalmente cuando un diminuto ser lloriqueante hace entrada en escena. Adiós a las noches largas y completitas, adiós al tiempo libre, adiós al "dolce far niente". De pronto, el coche se queda pequeño, salir a la calle sin ir cargada de equipaje y carritos que no pueden acceder a miles de lugares es una experiencia religiosa. Llegan los gases, miles de pañales, miles de mudas, miles de inseguridades de novatos.

También llega el instinto natural de protección. A las mujeres nos pasa en el momento mismo en que sabemos que estamos embarazadas. Los hombres es otra cosa. Saben que para tal fecha les mandan por Seur un niño y, hasta entonces, no saben ni de qué va la fiesta. El amor de madre se hace ya con el roce, con el día a día, con los detalles y crece año a año.

De todos modos, yo no soy de las que hace exaltación de la figura de madre-coraje. Considero que cada faceta en la vida de una mujer puede y debe estar bien diferenciada. Como lo hacen los hombres. Sólo que a ellos les sale naturalmente y nosotras somos tan lelas que nos sentimos culpables por no mezclarlo todo. Yo soy mujer, soy madre, soy amiga, soy profesional. Todas esas cosas son aspectos diferentes de mí. Parte indivisible pero, paradójicamente, bien colocada cada cual en su compartimento estanco.

No me siento culpable de divertirme cuando no estoy con mis hijos y me siento muy bien cuando estoy con ellos. Sigo teniendo necesidades de mujer independiente aún sabiendo que mi existencia está, al menos en parte, mediatizada por la existencia de los niños. Los amo de forma inconsciente, como a la vida, sin pensarlo, sintiendo sólamente. Necesito mi espacio de dama solitaria también. Me he acostumbrado a hacer muchas cosas sola que antes ni se me ocurriría y me siento bien con ello. No dependo de nadie para organizarme el día o para buscarme quehaceres o quenohaceres.

La evolución vital nos enseña que somos más adaptables al medio de lo que nunca creímos. Que somos capaces de casi todo lo que queremos porque hace más el que quiere que el que puede. Que se sobrevive a todo menos a la muerte. Que crecemos como esos chiquitines con ellos, a través de ellos y a pesar de ellos. Que somos un engranaje más de la rueda de la vida. Y que, si la miramos con los ojos transparentes de los niños, podemos disfrutarla un poquito más cada momento, cada segundo, cada parpadeo.

Que también nosotros seguimos naciendo y muriendo cada día. Y, por ello, cada día es único e irreemplazable. No podemos dejar la vida para después. Después no existe. Después es nada.

Por eso, la ninfa paladea cada segundo, cada sabor, cada olor como si estuviera en su paraíso de diosa menor.

Y con eso, cada pequeña cosa hermosa, acaba convertida en magia.

lunes, septiembre 04, 2006

Destellos de pasiones pasadas

Estos días vuelve a mi pensamiento, de modo recurrente, alguien de mi pasado reciente. No sé a qué se debe. No le he extrañado demasiado en este tiempo, más bien le he borrado con la facilidad que me caracteriza y que con tanto ahínco cultivo.

Tal vez sea la época del año. El comienzo del curso _en Santiago contabilizamos los años por cursos lectivos, no en vano está ciudad sigue el pulso universitario y turístico_ me trae recuerdos. Ésta no fue nuestra mejor etapa, más bien el principio del fin. Pero todavía quedan recuerdos memorables.

Le conocí cuando no estaba ni preparada ni deseosa de una relación. Esas cosas que empiezan a lo tonto y te vas liando. Siempre supe las diferencias insalvables que nos separaban. La diferencia de edad, la inmadurez de él, su dependencia del universo familiar, la ausencia de afinidades. Y, sin embargo, llegamos a sentir mucho uno por el otro.

No teníamos futuro. Se lo dije desde el primer día y nunca le gustó pero el tiempo me dio la razón. Creo que regresa a mi recuerdo porque, en ciertos momentos, sí añoro esas cositas lindas que vienen con una relación aunque sea no oficial como la nuestra.

Añoro lo mucho que me mimaba. Siempre diré que era cariñosísimo y estaba deseoso de recibir amor a raudales. Pero aquí estábamos los dos con muchas barreras y yo, además, con el sentido común que da la experiencia. Como soy una disfrutadora nata, le entusiasmaba malcriarme porque soy una persona que paladeo con mucho cuidado y pasión todas las cosas buenas de la vida, por pequeñas que sean. Así que él me las regalaba. Una de las veces en que llegaron los estertores de nuestra relación y rompimos-volvimos me decía que había salido a cenar con unos amigos y, al elegir el vino, lo había pasado fatal. El pobre no podía ni probar el jamón ibérico. Me los traía con mucha frecuencia, igual que un helado, unos percebes o una peli. Con la misma naturalidad todo. Me preparaba suculentas cenas y vivimos una pasión desmesurada, como todo lo que está destinado a terminar.

Ahora estamos cada uno por nuestro lado. La amistad no era posible. No compartíamos nada, ni amigos ni aficiones ni proyectos. Sin embargo, hubo un tiempo en que nos hicimos bastante felices. No le amé pero sí llegué a encariñarme mucho. Tal vez podía haber llegado a amarle si no supiese muy bien que, cuando faltan tantas cosas, ni la mayor química del mundo ni las frases más tiernas ni el cariño más hondo son suficientes para llegar uno al otro.

Me pregunto si es que empiezo a estar preparada para una relación. Más que nada por ese recuerdo recurrente. No conozco a nadie con quien quisiera o pudiera tenerla. Ni siquiera echo de menos una pareja en mis días _que no son lo mismo que las noches_. O tal vez sí y por ese motivo, sin venir a cuento, le recuerdo. No volvería con él, no le amo pero sí puedo amar esos maravillosos momentos en que, por primera vez en la vida, me sentía plena. Quizá sea eso. La sensación de plenitud es lo que extraño. Era momentánea y lo supe siempre pero... ¿Es posible que pueda ser verdad con la persona adecuada?

Soy un poco meiga, como buena gallega, y cuando recuerdo a alguien de modo insistente e involuntario es que me lo voy a encontrar en los próximos días. No me apetece, la verdad. No nos entendíamos y no me gusta finjir. Pero le reconoceré siempre el mérito de haberme hecho sentir más mujer que nadie, más deseable, más viva. Ojalá su recuerdo sea tan amable como el mío.

Está claro que el otoño me pone nostálgica. Paradójicamente, mi nostalgia es casi siempre de futuro. Siento nostalgia del tiempo en que creía que el amor era para toda la vida y llegaría, que lo solucionaba todo, que mi príncipe llegaría y seríamos felices para siempre.

Ahora, simplemente, sigo caminando. Paladeando, observando y creciendo.

Como buena nutria del universo que soy.

sábado, septiembre 02, 2006

Aquellos maravillosos años

Hoy me toca enclaustramiento obligado. No puedo salir, no hay nadie disponible. Para un fin de semana completo que tengo en todo el mes... En fin, qué le vamos a hacer. Además, salir de marcha está especialmente entretenido últimamente. Con la moda de volver a los ochenta es como si el tiempo se hubiese parado y la misma música espera en cada local.

Los ochenta fueron años memorables para mí. Sobre todo, el curso de mis 21 años. Tenía una pandilla espectacular. Eran todos chicos, con la excepción de "M" que era la novia de mi mejor amigo en el grupo. Ella tenía que irse casi todos los fines de semana así que las grandes juergas nos las corríamos los demás en su ausencia.

Recuerdo que, como no teníamos un duro, nos pasábamos toda la semana ahorrando para hacer un fondo común y poder beber el sábado noche. A cafés andaban los pobres todo el tiempo. Nos reuníamos en el pub de mi familia que era algo parecido a Friends: un lugar donde todos nos conocíamos y no hacía falta quedar. Cuando teníamos tiempo o ganas de reunirnos, allí aparecíamos. De hecho, para ligar era estupendo. Cualquier chico que quisiese encontrarse conmigo sabía perfectamente donde ir con toda naturalidad. Hacíamos fiestas de barra libre hasta caer de culo, veíamos las pelis de vídeo al mogollón y desbarrando mientras yo cenaba mi superbocata y parodiábamos todo lo que se nos ocurría.

Era una pandilla sanísima. En aquellos años, yo era bastante fiel a mi tradicional educación. Había dejado de ser virgen, eso sí, pero no tenía aventuras. Ni siquiera me daba un besito en plan rollo. Vamos, que era tan decente que daba asco. Así que me había convertido en una especie de mascota en medio de todos aquellos chicos remajos y divertidos.

La verdad es que fue un tiempo en que la amistad presidía mi vida. Cuando las cosas se ponían feas en mi conflictiva casa, mis amigos se quedaban conmigo hasta las mil contando chistes y haciendo ver que no pasaba nada. Si estaba triste, allí estaba "P" para echarme encima de su hombro, literalmente, y hacerme reír como una niña. "P" es alguien muy especial para mí. Siempre le quise muchísimo y ese afecto no se ha reducido con los años. Ahora está casado, no nos vemos demasiado pero, al teléfono, somos los loquillos de entonces.

Es carismático, divertido e incluso atractivo. La verdad es que siempre tenía novia, con lo cual tampoco nunca se dio la circunstancia de variar nuestra relación. No quería cambiar yo esa complicidad por un ligue que acabaría mal, como suele pasar. Recuerdo que tenía y tiene la capacidad de iluminar cualquier lugar en el que está. Por mal que estuviese, en cuanto él cruzaba la puerta, yo ya me sentía tranquila y feliz. Verdaderamente, nunca he tenido un amigo como él en el ámbito masculino.

Había noches en que hacíamos fiestas al aire libre en el jardín de uno de la pandilla, el más joven. El chiste oficial era su afición a declarárseme cada vez que se emborrachaba y a la que le tocaba el marrón era a mí. A eso de las dos de la mañana, ya calentitos todos, voceaba alguno: "Señores, en breves instantes J.M. se va a declarar a Ninfa". Pobrecillo, al día siguiente nunca podía mirarme a la cara.
La última vez, borrachos los dos, este chico le dijo a mi amigo que "ssse ifaa a declarar a Ninfa". Él le respondió: "Mushashoo, como te declares hoy también, si no te pega essha una hoztia por gilipollasss, te la pego ssho".

Fue un curso en que nos podíamos pasar 24 horas seguidas por toda la ciudad en un marathón fotográfico, amanecer en la alameda columpiándonos y cantando, bailando hasta quedar agotados, riendo hasta que nos dolía la cara, jugando al rugby con un paquete de tabaco en el pub... Son momentos irrepetibles, tan sencillos y amables en el recuerdo que da mucha lástima verlos alejarse.

Luego, la vida nos fue dispersando. Conservo contacto con dos o tres pero, especialmente y como no podía ser de otro modo, con "P". Lleva tres años felizmente casado, con una chica estupenda que me aceptó sin resquemores y hace ese tiempo hicimos una reunión de esas melancólicas. Fue bonito. Recordamos cosas muy divertidas y nos sentimos los mismos. Supongo que hemos cambiado en muchos aspectos. Pero el grupo de chavales extrovertidos, sanos, juerguistas y malos estudiantes sigue dentro de nosotros. Esa parte nos pertenece y nunca morirá.

Al menos dentro de mí. Siempre he sido una persona afortunada con los amigos y he tenido una juventud fantástica. La sigo teniendo, todo hay que decirlo, pero ¿Quién no extraña esa edad en que tu única preocupación era no suspender demasiado, reunir dinero para salir de copas y pasar el mayor tiempo posible con tus colegas?

Yo la extraño. Es lo malo de hacerse adulto. Ahora hemos evolucionado mucho. He mejorado enormemente en mi visión de la vida y la tolerancia que me ofrezco a mí misma. Soy más libre, soy más fuerte pero nunca olvidaré aquellos maravillosos años.

Va por vosotros, mis chicos.

viernes, septiembre 01, 2006

Ecos de la perla del Caribe

Se acaba el verano. Mira que a mí me gusta el sol y el calor. Por mis tierras soy un poco rara porque los gallegos, con ese estilo paradójico que les caracteriza, se quejan de la falta de sol todo el año pero luego dicen que les gusta la lluvia. A mí no. A mí me repatean los días grises.

Empecé a viajar relativamente joven. Siempre, desde niña, había soñado con ello. Así que, a la primera oportunidad que tuve, me largué a Cuba cuando aún no estaba de moda. Me fui sola porque estaba más que harta de ir donde querían y/o podían las demás. Por tanto, con 23 añitos y todos mis cuartos encima, me lié la manta a la cabeza, me apunté a un tour supuestamente destinado sólo a jóvenes y me dije: "Pues ya conocerás a gente enrollada y te lo pasarás de muerte".

En aquella etapa de mi vida hacía mucho que soñaba con ir a Cuba. Como era jovencita pensaba en ir de luna de miel en un futuro y esas chorradas. A los 23 ya había decidido que lo de casarse no iba a ser, así que no quise perder la oportunidad de conocer la isla de mis sueños.

Total, que con lo tímida que era entonces para conocer gente _de entrada, luego siempre me he soltado con facilidad_ me subí al avión y, tras un larguísimo viaje con escala en ¡Canadá! aterricé en "la Cuba de Fidel".

La primera impresión ya fue muy impactante. El aeropuerto no era el actual. Era un aeropuerto escaso y cutrillo. Iba despeinada, con el pelo largo y hecho una pena del viajecito. Cuando me tocó pasar ante el policía que revisaba los pasaportes, él discutía agriamente con un compañero sin mirarme. De pronto, se giró para tomar mi documento, cambió de expresión y dijo: "¡Qué linda!". Me puse colorada, no supe qué decir y me dio la bienvenida al país con todos los honores, sin mirar el pasaporte y alucinando con que viniera sola. Bueno, la entrada no podía ser más triunfal, habida cuenta de que yo nunca me consideré nada del otro jueves. Proporcionadita y mona pero ya está. Así que más que halagada estaba avergonzada. Pero encantada, ojo, que una es mujer desde que nació.

Segunda impresión: No había carros para las maletas. Muerta del corte y sin muchas fuerzas para cargar mi equipaje, me dirigí a un señor de cierta edad para preguntarle dónde podía conseguir uno de esos exóticos vehículos. No me olvidaré de su respuesta porque resultó todo un símbolo del espíritu cubano. "Mira, mijita, si no hay un carro yo te lo invento porque tú eres la muñequita más linda que ha pisado este aeropuerto". Osú, luego los españoles se extrañan de que nos gusten los caribeños. Pero si hasta para un rollo te tratan como si fueses el amor de su vida... !Las 24 horas que dure!

Salió un carro de no se sabe dónde y acto seguido todos los guiris hispánicos _talluditos ellos_ me preguntaron cómo lo había conseguido. Contesté la verdad pero es que había pocos carros...

La salida del aeropuerto fue impresionante. Nunca olvidaré esa humedad que corta el ambiente, ese calor, los coches antiguos, los carteles antiestadounidenses y las proclamas revolucionarias. Como si todo hubiese ocurrido el día anterior. Me sentí transportada a otro planeta. Ya hace muchos años que esa Cuba exótica no lo es tanto. Ahora hay coches de alquiler modernos, tiendas para turistas en las que hay de todo en las que, ahora al menos, pueden comprar los cubanos y un mercado negro para guiris acaparado por oportunistas y prostitutas que ofrecen una imagen completamente sesgada de la gente del país.

Podría dedicar muchas líneas a este apartado porque Cuba es una isla bellísima, con personas buenas, humildes y trabajadoras. Pero ésas no son las que conocen los turistas cámara en mano y bermudas. Para ellos están las prostitutas en las puertas de los hoteles (no las juzgo, cada uno sale adelante como puede y allí no es fácil)para esa pandilla de impresentables que dicen que las caribeñas son más calientes... Si pagaran en España la pasta que se gastan para ir allá, aquí se pasearían con macizas de alto estánding... En fin.


Mi llegada no pudo ser más surrealista. Me subo al autobús de jóvenes promesas de Unijoven y la media de edad no rebajaba los 45. Aún no había llegado al hotel y ya estaba deprimida. Sola, rodeada de personajes que podían ser mis padres y a miles de kilómetros de casa por primera vez. Subí al habitación de mi hotel. Era un hermoso lugar que hoy ha perdido todo su encanto. Por entonces se llamaba Habana Libre. Lleno de cafeterías ancladas en el pasado, con sus actuaciones en directo, alfombras que olían a viejo y a rancio abolengo, escalinatas años 50... Fascinante. Mi habitación estaba en la planta 22. Mientras ascendía pensaba en cómo sobrevivir a quince días con Unijoven Serie ORO. Tenía ganas de llorar. Era una cría, sola en el otro lado del mundo con un grupo de solterones y solteronas y alguna que otra pareja de recién casados (esos son los peores, no han salido de casa en la vida, no volverán a hacerlo y se juntan con las otras parejitas para hablar del convite sin el menor interés por conocer nada... endogamia pura y mejor para todos).

Crucé la imponente habitación con !Tres camas! y pensé en el desperdicio que era semejante pedazo de suite para no compartirla... Así es la vida. Decidí asomarme a la terraza. Enorme, hermosa. Era de noche. Incluso de noche o, mejor dicho precisamente de noche, La Habana se muestra en todo su esplendor. Mi hotel estaba frente al malecón, la inmensidad de la vieja colonia perdida se extendía ante mis noveles ojos. Me quedé fascinada. Con esa determinación que no sé de dónde he sacado desde niña me prometí a mí misma que yo iba a disfrutar de aquella maravilla aunque fuese lo último que hiciese en mi vida.

Llevaba 48 horas en pie y 24 de viaje. Bajé a una de las cafeterías del hotel. No tardé nada en encontrar tres jóvenes galanes dispuestos a invitarme a tomar algo. No salí del hotel, claro, aunque Cuba es un lugar seguro en aquel momento yo no tenía la menor idea, ni las tablas, ni la edad. Al día siguiente me arrimé a la única pareja joven que había en el grupo, majísimos, viajados, no casados, claro. Al año siguiente viajamos juntos a Turquía. Grandes amigos.

Lo demás es historia. Disfruté muchísimo. Pasé por cubana en casi todas partes. Me paraba la policía en la puerta del hotel pero, en contrapartida, me colaba en los cabarets sólo para cubanos pagando en pesos _invitada, por supuesto, a mí no me chulean en ningún lugar del mundo_, conocí personas fantásticas, también verdaderos buitres, aprendí mucho y disfruté de un país hermosísimo.

Años después volví, en circunstancias bien distintas. Conocí en esta ocasión a dos parejas que hoy forman parte de mi familia. Están aquí, a mi misma calle. No fue fácil para ellos llegar y mantenerse. Sigue sin serlo. Pero trabajan, tienen dignidad, formación, capacidad y afán de superación. Y me mantienen unida a ese lugar que me enamoró.

Después viajé a muchos otros lugares del mundo. Lugares que se quedaron también un trocito de mi corazón. Tal vez siga hablando de ellos. De momento, continúo como siempre, improvisando.

Y echando de menos un invento español ya extinto: el piropo. En Cuba, simplemente al pasear, el ego te sube catorce pueblos con cumplidos llenos de gracia y simpatía. Ni siquiera es para pararte, es parte de una cultura que les dejamos y se ha perdido.
Luego vuelves a España, a la cruda realidad, y si alguno pestañea a la luz del día al verte, puedes darte con un canto en los dientes.

En cuanto a los lugares, la luz, el mar, las ciudades de la perla del caribe, las conservo grabadas a fuego en lo que queda de mí de aquella aguerrida chiquilla de 23 años.

Mucha ilusión de vivir y la capacidad de apreciar todo lo bueno que nos ofrece la vida. Por pequeño que sea.