Estos días vuelve a mi pensamiento, de modo recurrente, alguien de mi pasado reciente. No sé a qué se debe. No le he extrañado demasiado en este tiempo, más bien le he borrado con la facilidad que me caracteriza y que con tanto ahínco cultivo.
Tal vez sea la época del año. El comienzo del curso _en Santiago contabilizamos los años por cursos lectivos, no en vano está ciudad sigue el pulso universitario y turístico_ me trae recuerdos. Ésta no fue nuestra mejor etapa, más bien el principio del fin. Pero todavía quedan recuerdos memorables.
Le conocí cuando no estaba ni preparada ni deseosa de una relación. Esas cosas que empiezan a lo tonto y te vas liando. Siempre supe las diferencias insalvables que nos separaban. La diferencia de edad, la inmadurez de él, su dependencia del universo familiar, la ausencia de afinidades. Y, sin embargo, llegamos a sentir mucho uno por el otro.
No teníamos futuro. Se lo dije desde el primer día y nunca le gustó pero el tiempo me dio la razón. Creo que regresa a mi recuerdo porque, en ciertos momentos, sí añoro esas cositas lindas que vienen con una relación aunque sea no oficial como la nuestra.
Añoro lo mucho que me mimaba. Siempre diré que era cariñosísimo y estaba deseoso de recibir amor a raudales. Pero aquí estábamos los dos con muchas barreras y yo, además, con el sentido común que da la experiencia. Como soy una disfrutadora nata, le entusiasmaba malcriarme porque soy una persona que paladeo con mucho cuidado y pasión todas las cosas buenas de la vida, por pequeñas que sean. Así que él me las regalaba. Una de las veces en que llegaron los estertores de nuestra relación y rompimos-volvimos me decía que había salido a cenar con unos amigos y, al elegir el vino, lo había pasado fatal. El pobre no podía ni probar el jamón ibérico. Me los traía con mucha frecuencia, igual que un helado, unos percebes o una peli. Con la misma naturalidad todo. Me preparaba suculentas cenas y vivimos una pasión desmesurada, como todo lo que está destinado a terminar.
Ahora estamos cada uno por nuestro lado. La amistad no era posible. No compartíamos nada, ni amigos ni aficiones ni proyectos. Sin embargo, hubo un tiempo en que nos hicimos bastante felices. No le amé pero sí llegué a encariñarme mucho. Tal vez podía haber llegado a amarle si no supiese muy bien que, cuando faltan tantas cosas, ni la mayor química del mundo ni las frases más tiernas ni el cariño más hondo son suficientes para llegar uno al otro.
Me pregunto si es que empiezo a estar preparada para una relación. Más que nada por ese recuerdo recurrente. No conozco a nadie con quien quisiera o pudiera tenerla. Ni siquiera echo de menos una pareja en mis días _que no son lo mismo que las noches_. O tal vez sí y por ese motivo, sin venir a cuento, le recuerdo. No volvería con él, no le amo pero sí puedo amar esos maravillosos momentos en que, por primera vez en la vida, me sentía plena. Quizá sea eso. La sensación de plenitud es lo que extraño. Era momentánea y lo supe siempre pero... ¿Es posible que pueda ser verdad con la persona adecuada?
Soy un poco meiga, como buena gallega, y cuando recuerdo a alguien de modo insistente e involuntario es que me lo voy a encontrar en los próximos días. No me apetece, la verdad. No nos entendíamos y no me gusta finjir. Pero le reconoceré siempre el mérito de haberme hecho sentir más mujer que nadie, más deseable, más viva. Ojalá su recuerdo sea tan amable como el mío.
Está claro que el otoño me pone nostálgica. Paradójicamente, mi nostalgia es casi siempre de futuro. Siento nostalgia del tiempo en que creía que el amor era para toda la vida y llegaría, que lo solucionaba todo, que mi príncipe llegaría y seríamos felices para siempre.
Ahora, simplemente, sigo caminando. Paladeando, observando y creciendo.
Como buena nutria del universo que soy.
3 comentarios:
Estar en pareja es algo raro, cuando hace mucho tiempo que no la tienes echas en falta lo que te aportaba.
Se olvidan las broncas,los momentos en que te sientes sola o lo que es peor, mal acompañada, la monotonía, las explicaciones, las exigencias, la incompresión. Se menosprecia la libertad, la emoción de la 'caza', de un primer beso/polvo, la expontaneidad.
Sólo aprecias los cariñitos, los mimos, que te hagan sentir especial y hay momentos de gran debilildad, en que te malvendes por un arrumaco.
Mira a tu alrededor y a ver si ves a un tipo físicamente aceptable, educado, simpático, con sentido del humor, culto, extrovertido, dinánico, resolutivo, buena persona y que no esté creído. Si tienes narices de encontrarlo, estará rodeado de chicas babeando por él, a ver porque vamos a ser nosotras menos, que somos todo eso y más.
Espera a que llegue el adecuando, si es ÉL, todo será fácil, no habrá movidas, ni tiras y aflojas y si no llega: ¡¡¡¡ a vivirrrrrr!!!!
Un besote.
Tal vez sea como tú dices, Soni querida. No sé. A día de hoy me siento un poco ese tipo de mujer que todo el mundo desea y nadie ve. Y cuando me ven, están de paso. Cachis...
Ah, para todos: no suprimo comentarios. Únicamente aparecen suprimidos unos cuantos aquí porque el de Mattbor llegó repetido, okis??
Besos a todosss
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