miércoles, abril 30, 2008

Persiguiendo al sol

Me voy de puente, como todos vosotros, supongo. En Madrid es fiesta para todos, seguimos celebrando el haber echado a patadas a los gabachos de nuestros ibéricos territorios. Y, tras mil vueltas, vuelvo al hogar, con buenas perspectivas porque la tierra de uno es como la madre, no será la mejor pero es la tuya, única e insustituible.

El sol sigue luciendo en Madrid y parece que, más tímidamente, lo hará también en Galicia donde me esperan mis raíces y mis amigos. Unos días de desconexión para afrontar una nueva etapa. Continúo cerrando capítulos de esta larga novela que es la existencia. Siempre me sorprende ver cómo lo que parecía una pasión termina por ser sólo un sentimiento adormecido, lejano. Dice una canción de Pereza algo así como que “cuando empezamos creíamos que nunca podría acabar y ahora que se acabó no sabemos cómo pudo empezar”. Qué gran verdad.

Con el paso de los años, voy conociendo gente valiosa que no encaja conmigo por mucho que todos nos empeñemos, por mucho que queramos buscar puentes de encuentro. Hay quien persigue esa sensación de “estar en una nube” que a mí se me antoja adolescente (divertidísima, por supuesto, pero imposible de calificar como amor después de los 17 años). Hay quien quiere una nube y no un amor y no lo sabe. Hay quien ama al amor y se pierde a las personas.

Luego estamos los otros, a qué negarlo, que no vemos una nube ni en medio de una borrasca. Yo estoy en proceso de recuperar un poco de ilusión (porque la palabra candor no me pega mucho…) y de darme una oportunidad para perder y que no pase nada.

Persiguiendo al sol, opté por pasar el domingo en el Retiro con los pequeños roedores. El Retiro es una suerte de Babel rodeada de verdes prados y un precioso lago donde enormes e infectados peces se ponen las botas con las sobras de los visitantes. En un día de pleno verano, titiriteros, guiñoles, artistas de calle, vendedores de globos, cantantes callejeros y un sinfín de buscavidas hacen el agosto en cualquier buen fin de semana de abril.

Son de todos los colores y todas las naciones. Una de las artistas _con un espectáculo de momentos de diversión desigual, en directa relación entre lo que la muchacha sentía que transmitía y lo que nos llegaba a los mirones_ reclamaba del respetable un castizo “olé” que llegó tibio y apagado. Preguntó a voces si este público era el español. Y yo miré a mi alrededor. Ciertamente, el público no era ni mucho menos autóctono. No me atrevería a decir cuántos de allí eran de Madrid (uno o dos con suerte y en primera generación), menos todavía que los contadísimos españoles. Sudamericanos, europeos del este, centroeuropeos, asiáticos, indios… de todo pero los españoles estaban en clara y manifiesta minoría.

Supongo que es una buena señal. Señal de que nos hacemos más cosmopolitas y acogedores o de que fuera las cosas van aún peor que aquí. Yo misma soy emigrante en mi nueva ciudad, eso sí, esforzada en la integración como si fuese una causa vital.

Parece que alguno de mis queridísimos va a desembarcar en Madrid también en poco tiempo. Mi ángel de la guarda ha encontrado el amor y ha sido aquí. No tengo mucha fe en verle demasiado pero, en cualquier caso, saberle más cerca es siempre una buena noticia. Al contrario de otros casos que conozco, él, más aparentemente pragmático y menos enamorado del amor, ha echado el resto, los muebles y lo que haga falta para estar con la que podría ser la mujer de su vida. Aunque yo no creo en eso del “para toda la vida”, no quita que me encante creer que pueda ser verdad, sobre todo para los demás. Lo que está claro es que los que son como él tienen muchos más números para ganar en esta extraña lotería del amor o lo que coño sea que nos empuja a los brazos de otra persona.

Yo le veo y me corroen la envidia y la alegría por él, a partes iguales. Y su fe, tranquila, sosegada y constante me salpica un poquito y me hace pensar que hasta puede ser que un amor (aunque no sea para toda la vida) puede tropezarse conmigo y con mi amor en algún momento de este extraño divagar que llamamos existencia.

Mientras tanto, el Pharmaton parece que hace su efecto y la “histenia” se va alejando al mismo tiempo que las lluvias. Le pongo ilusión y alegría de vivir al nuevo mes, al nuevo capítulo, a la nueva primavera.

Y todo lo demás, se me dará por añadidura.


jueves, abril 24, 2008

Flores que no se marchitan

Hoy me han hecho varios regalos. Me los ha hecho un lector, como no podía ser de otro modo (nadie me da más satisfacciones que vosotros, aparte de mis pequeños roedores). Me ha regalado algunas cosas que tienen un valor incalculable.

Ayer fue el día de Sant Jordi. Es costumbre en Catalunya regalar una flor a las damas y un libro a los caballeros (me disgusta que a nosotras no nos regalen el libro pero, en fin, las tradiciones antiguas es lo que tienen…). Él optó por regalar lectura a sus amigos/as pero en vez de un libro, ha querido compartir mi enlace y, por lo tanto, mis humildes letras con ellos. He de reconocer que mi ego se ha visto colmado por tan inesperado piropo y favor. Que alguien considere que lo que yo escribo puede ser un regalo para alguien es, sin duda, el mejor presente para mí.

Charlábamos y le comentaba que mi blog pasa momentos oscuros por cuanto mi particular “histenia” lo está convirtiendo en una réplica de los cuadros de la etapa más negra de la famosa Quinta del Sordo. Por eso, últimamente he reducido las actualizaciones. No me gusta transmitir un tono negativo. Tengo mis momentos, como todo el mundo, pero no creo que yo sea una mujer triste ni amargada. Y como me ha dado por ponerme tontita, mi blog parece una tragedia permanente. Pues no, ésa no soy yo. Y la Ninfa ni os cuento… Está escandalizada con lo que estoy haciendo con su espacio privado.

Pero hoy luce el sol en el Madrid de los Austrias, donde Ninfa y M. gustan de sentarse en un banco y tomar el contaminado y encantador aire de la capital. Y cuando sale Lorenzo, Ninfa revive, se anima, se dispersa, se despereza, libres sus alas de la lluvia que las retiene pegadas al suelo. El Madrid de los Austrias tiene un aroma del que es propietario en exclusiva un noble vasallo de la dama más escondida. Imposible no intuirle entre las sombras, los ruidos, el silencio…

Le daba vueltas Ninfa a dar pasos atrás en algún aspecto de su vida pero M. le dijo algo que la hizo sentir bien: “No lo hagas. Estás tranquila, estás “histénica”, pero eres una “histénica” graciosa, divertida, como es tu natural. Cuando estabas atrás eras otra, abatida, apagada, gris”. Y, después de meses, reparé en que tenía razón. En que estoy empezando a reírme de mí misma como en mis mejores tiempos, que vuelvo a provocar las risas en la cocina con todas las estupideces que digo y que tengo ganas de empezar a renacer por enésima vez.

Mi amable lector me regaló también una frase. Se la pedí prestada porque es muy gratificante. Dijo estar “enganchado al universo de la Ninfa”. Qué bonito. Le confié que pensaba que si mi vida sentimental fuese la mitad de exitosa que mi blog sería inmensamente feliz, partiendo siempre de que la felicidad es un rayo de luz para observar de vez en cuando, un soplo de aire con olor a mar que hay que aspirar profundamente para seguir caminando en nuestra inexorable cotidianeidad.

Este universo paralelo es, a día de hoy, uno de los mejores regalos que me ha dado la vida. Hago de mi don un goce personal y tengo la suerte de que otros lo comparten. De hecho, he reconocido _al fin_ que mi verdadera vocación está en las letras. Lo malo es que no creo que haya forma de hacer que me permitan vivir de ellas pero, al menos, el ciberespacio me da la satisfacción de sacar fuera demonios, de acercarme a gentes que están a miles de kilómetros de mí y de ser yo y Ninfa, dos personasn distintas y una sola mujer verdadera.

Ahora, en mi evolución, tendremos que descubrir _juntos, vosotros y nosotras_ quién se lleva el gato al agua. El ser terrenal o el ser intangible, libre y lúdico que es la esencia de la Ninfa.

En cualquier caso… Un peligro.

lunes, abril 21, 2008

Maldita primavera

Me paso por aquí presa de los efluvios primaverales. Creo que ya os he contado lo rematadamente mal que llevo esto de la estación de las alergias, las flores y las dichosas lluvias. Para más inri, abril me saca de quicio.

Se puede decir que estoy histénica perdida. Sí habéis leído bien: histénica. Este palabro es un híbrido inventado por mí (si fuese una escritora famosa se llamaría “licencia literaria” pero como no soy nadie… pues eso, un palabro) entre asténica e histérica, porque ése es exactamente el desastroso efecto que causa en mí el cambio estacional de las narices. Asténica porque se me baja la moral sin motivo aparente, porque me cuesta Dios y ayuda hacer lo que sea, porque estoy cansada. Histérica porque esta astenia me pone de mal humor, estoy borde y tristona. Una maravilla, vamos.

Lo único bueno de esto es que también le pasa a todas las mujeres que conozco. Así que la “histenia” solidaria me recuerda que no estoy totalmente chalada y que es hasta normal que esté que trino porque sí. Ando mirando el calendario, día a día, esperando que este lluvioso, feo y frío abril se acabe y se cumpla el refrán del “marzo ventoso y abril lluvioso, hacen un mayo florido y hermoso”. Pues a ver si es verdad. Me muero por ir de terraceo, ponerme vestiditos monos y no ir disfrazada de monja invernal más tiempo.

El domingo conversaba con dos protagonistas de un post de hace ya casi un añito sobre el malestar que, supuestamente, nos produce abril a casi todas. No sabemos si será que viene el buen tiempo, que la sangre se altera y sigues, un año más, sin encontrar a nadie que te haga palpitar el corazón como Dios –o el demonio, mejor aún- manda. Tiene una ganas de reinventarse, de pasar páginas en blanco y llenarlas de colores. Pero el gris sigue mandando.

Se acerca el puente de mayo y sigo sin saber qué hacer con él. Todo indica que iré a mis brumosas tierras porque, ya que no hay avión ni tren ni maldito transporte público que me lleve, pasaré por el aro y me subiré al coche. Un amigo compartirá el viaje y el atasco conmigo y eso siempre lo hace más llevadero. Una parte de mí sabe que debo ir porque aquí cuatro días con todo el mundo fuera me convierten en una pseudo-psicópata presa del síndrome de diógenes. Lo malo es que la basura no la amontono por la casa, la amontono en mi estómago. Me siento delante del televisor y me forro de pistachos, de gominolas, de pipas, de cortezas de cerdo, de guarrerías varias… Y las como sin ganas, compulsivamente. Me levanto sólo para ducharme, irme a la cama y buscar más coca-cola. Apasionante, vamos.

Tengo un punto de personalidad compulsiva. Yo creo que es por eso que la capricornio cabal que vive en mí (que si dejo a mi lado piscis hacer lo que le dé la gana estamos perdidos…) no fuma _lo haría como una carretera, estoy segura_, no toma café _para cafeína, la coca-cola de mis amores_ y no hace alguna cosa más que hace todo el mundo que ahora no me acuerdo. Sí, ya sé que estáis pensando en el sexo, guarros… También sería compulsiva, si pudiese, pero ahora mismo no tengo a ninguno fijo para compulsar. Y me he hartado de aventuras con paralíticos emocionales.

Así que, galaicos, parece que este mayo va a haber Ninfa para aburrir por las tierras de penumbra _dos puentes, dos_. A ver si me cunde, soy buena y no caigo en ninguna tentación de esas tan nocivas para mi salud mental y tan estupendas para mi cuerpo.

En fin, qué os voy a decir, si yo acabo de llegar y aún me tengo que inventar...

viernes, abril 11, 2008

Armas de mujer

La Ninfa habla muchas veces por boca de otras mujeres, mujeres inteligentes, interesantes, fuertes, débiles, comunes y corrientes, irrepetibles todas ellas. Hoy ha venido a mi mente la experiencia personal de una de mis íntimas porque me toca aplicarme el cuento.

T. es una mujer valiente que, al igual que me ocurrió a mí en circunstancias diferentes, se ha echado todo y más encima del hombro a lo largo de casi toda su vida. Perdió a su futuro esposo días antes de su boda en un accidente y apenas un mes después falleció su idolatrada madre de una larga y dolorosa enfermedad. T. se derrumbó, con 20 años tuvo que ser internada en una clínica para obligarla a salir de su ostracismo emocional, de sus deseos de morir, de su etapa de brazos caídos. La sacaron y siguió tirando de todos como si ésa fuese su misión en la vida. De su hermana, de los secretos y sonados errores de su padre, de la necesidad en un país oprimido, del doloroso luto que guardó y el duelo que, otros veinte años después y según asegura si psicólogo, no superó.

Su psicólogo le dijo un día que ella no sabía utilizar sus “armas de mujer”. Ahí se revolvió. Es una mujer atractiva, inteligente, muy culta, ha sabido atraer a los hombres, conoce sus encantos y así se lo dijo. El profesional la corrigió: “¡Ah, pero eso son armas de hembra, no armas de mujer!”. T. se quedó muy sorprendida y le dijo que desconocía la diferencia.

La diferencia, según el psicólogo, reside en conocer cuáles son esas armas y saberlas usar. T. es el mismo estilo de mujer que yo: sentimental, necesitada de afecto y ternura pero tan orgullosa, tan preocupada de no desfallecer a lo largo de su vida que, salvo los que la conocemos en profundidad, el común de los mortales cree que estar simplemente ante algo que algunas _equivocadas como ella y yo_ creemos una virtud: una mujer resistente. Yo siempre diferencio entre fuerte y resistente. Fuerte es un calificativo que llevo encima casi como una losa.

Y es que ni T. ni yo sabemos usar nuestras armas de mujer. Cuando nos han roto el corazón, no hemos derramado una lágrima en presencia del protagonista de nuestro dolor. Desconocemos lo que es suplicar que alguien nos elija o permanezca a nuestro lado, no sabemos hacernos las víctimas, no conocemos las ventajas de dar la impresión de necesitar _aunque necesitemos desesperadamente_ a alguien.

Si recibimos una bofetada emocional, la encajamos sin pestañear, siempre seguras, nos retiramos elegantemente y ahí, cuando nadie nos ve, podemos derramar amargas y vergonzantes lágrimas de amor no correspondido, de caricias no recibidas, de ternura que no nos atrevemos a mostrar, tal es nuestro temor al rechazo. Podemos morir por dentro y todo el mundo seguirá repitiéndonos que somos fantásticas y admirables pero eso sí, se nos puede dejar ir sin sentirse culpable porque no montaremos un numerito, resultaremos encantadoramente comprensivas y daremos la vuelta sin dejar rastro.

Se tiende a pensar que las personas acostumbradas a sufrir no sufrimos, que la fuerza es igual a no sentir y a no necesitar. Nuestra fragilidad y ansia de protección la escondemos a ultranza en previsión de no resultar aún más dañadas. Por todo ello, olvidamos usar las armas de mujer.

Y por eso, los hombres se sienten los amos del mundo con una mujer con la que ser paternalistas, una pobre chica a la que consolar porque morirá si la abandonan, una tierna niña que tengan que cuidar. Porque Ninfa y T. no necesitan amor, se cuidan solas y hasta pueden cuidar a los demás. Las ven grandes y la mayoría de los hombres se sienten pequeños ante las grandes mujeres. Y un hombre quiere que le repitan que es el mejor aunque sepa que no es verdad. No quiere que le digan que, sin ser el mejor, es Él, el Único, el Elegido y que, sin ser Dios, estamos dispuestas a quererle como si lo fuese.

Las mujeres fuertes o resistentes no lloran, no piden y no reciben. Por eso tienen lo que se merecen:

Nada.

Eso sí, haremos ver que no nos importa... nada.

martes, abril 08, 2008

Stand by

Se avecinan cambios. Estoy en un tris de comenzar a compartir piso. Se supone que es una buena noticia pero no puedo evitar cierto miedo escénico a que las cosas salgan mal. Viene una mujer, con sus costumbres, sus manías, su modo de vida con la que puedes encajar de lujo o de pena. Ahí reside el peligro.

Espero que comience mi buena racha y salga bien este experimento. Por de pronto, internet saldrá a mitad de precio, el piso más barato y las facturas un pelín menos. En realidad, por lo general, a mí me gusta convivir. Estos días está en casa un miembro de mi familia (esos amigos que conforman mi familia real y no la de sangre) y lamentaré que se vaya.

Había olvidado lo que era sentirse acompañada de adultos en casa. No me disgusta vivir sola, lo he hecho en varias ocasiones y tiene sus ventajas pero, definitivamente, yo soy un animal social. La vida me resulta más fácil en compañía. Mi amigo me hace un cafecito dulce que yo nunca ne prepararía y yo alucino de encontrarme alguien que hace algo por mí, para variar.

En estas ocasiones sí envidio a las parejas. T. está felizmente casado con una gran amiga también, claro. Tienen dos pequeñecas preciosas y han pasado innumerables dificultades. Llevan media vida juntos y ahí están. Así, cuando llega la noche y me pongo a echarles la bronca a mis hijos porque no han hecho los deberes, porque se les olvida todo, porque me cuentan mentirijillas y me desquicio, pienso en que las cosas serían más sencillas si se pudiese descargar algo de responsabilidad en otro, aunque fuese un ratito. No me gusta nada ejercer de mala de la película constantemente pero, a veces, es necesario y otras, inevitable. Soy asquerosamente humana.

La vida continúa, fluye, sin mucha emoción pero sin mucho lío que, para quien conozca mi trayectoria, no es moco de pavo. Estoy abriéndome a conocer gente diferente, que me aporte algo y que me acepte tal cual soy. Ahora mismo ya casi me presento así: “Hola, soy Ninfa y no estoy disponible para el sexo fácil. Gracias”. A alguno le resulta chocante, a otro ya le sirve para irse por donde ha venido y también los hay que no se amilanan ante nada (ésos son los que me gustan a mí).

Una sabia amiga me dijo no hace mucho que, cuando llegó a encontrarse en la misma actitud vital que yo en este momento _consistente en no tener aventuras que me hastían con tipos que, en otras circunstancias, no podría ni soñar con rozar mi piel_ había tomado una decisión: no dejarse “tocar por ningún tío que no me hiciese sentir como una princesa, así me tuviese que matar a pajas”. Muy gráfico pero una verdad como un templo.

Ahí estoy yo ahora. Si me quieren pasear, rondar, ilusionar… adelante. Si quieren “aquí te pillo, aquí te mato”, tengo la amabilidad de ahorrarnos a ambos una pérdida de tiempo. Mi apuesta es conocer a alguien que quiera conocerme. Y si no quiere, que le den. Puede que continúe sin encontrar nadie que merezca la pena pero, desde luego, no hay peligro de que me equivoque demasiado.

Esta temporada, mis amigas libres de toda la vida, resabiadas de toda la vida como yo, están felices como perdices en un profundo y afortunado estado de enamoramiento/estupidez transitoria. Y me voy dando cuenta de que me gusta lo que tienen, lo que desprenden, cómo se sienten. Aunque tenga un final, están viviendo con toda intensidad. No sé si eso me pasará a mí, primero tendría que conocer a alguien que me haga sentir como la princesita que reclamaba mi querida S., pero reconozco que estaría bien. Muy bien.

Ahora me encuentro en “stand by”, sin pretender ser nada más que yo misma:
defectuosa y fascinante.

Como cualquier mujer.


miércoles, abril 02, 2008

¿Por qué no yo...?

Llevo unos cuantos días dándole vueltas a esto. Retomaré unos de nuestros (vuestros y míos) temas favoritos: el homo estrañus y sus rarezas.

Hace unas semanas me reencontré con alguien a quien tengo un especial cariño. Hacía mucho que no nos veíamos y más todavía que no hablábamos con tiempo. Mi vida ha cambiado muchísimo a lo largo de este año y, claro está, los que quedaron atrás también han seguido caminando y viviendo.

Charlamos de todo lo divino y lo humano y, como es lógico, también entramos en el plano emocional. Te cuentas tus batallas, con quién has estado, si te comprometiste, si salió bien o mal, por qué, qué fue de su vida desde que tú te has ido…

Me quedé dándole vueltas a muchas cosas. He conocido a unos cuantos hombres a lo largo de mi vida. Ni muchos ni pocos, los suficientes para tener cierto criterio (el mío, claro). Y siempre me sorprenden ciertas cosas. Mi amigo cuando yo me marché de Santiago tenía _o decía tener_ meridianamente claro que no quería compromisos de ningún tipo, que su trabajo era su vida, que todo a lo que aspiraba en compañía de una mujer eran encuentros casuales. Casi le daba lo mismo comer que acostarse con la partenaire de turno.

Sin embargo, según me contó, muy poco después se comprometíó, incluyó en su vida y la de sus hijos a una chica y apostó por esa relación aunque finalmente no cuajó. Claro, visto así, todo lo anteriormente dicho suena a discurso manido para poder tirarse a la que se deje sin que pida nada a cambio. El motivo pudiera o debiera ser que la susodicha no le gusta lo suficiente o no le gusta un carajo _un carallo, como decimos en Galicia_ o que no hay química o que, de repente, hay mujeres que llegan y, de un plumazo, con un par de polvos logran lo que otras no hemos conseguido en meses de complicidad, de risas, de feeling, de ausencia de presión.

Ésta es una conducta que se reitera con una frecuencia preocupante, toda vez que, en alguna ocasión, también me ha tocado ser la “desechada” o no elegida. Lo curioso es que, en esos casos, a mí me han cubierto de piropos, me han dicho que era la mejor, la más guapa, la más sexy, la más inteligente… pero no me eligieron. Al menos, no de ese modo.

Así que me siento a pensar qué es lo que están buscando algunos hombres. Si eres la mejor… entonces, ¿qué pasa? ¿Qué las preferís cojas emocionales, un poco tontas, un poco menos sexys, un poco menos… peligrosas?

Dice mi ángel de la guarda que esos hombres eligen mujeres que no les “piden”. Y le replico que yo nunca pido y creo que de ello puede dar fe más de un hombre que ha pasado por mi vida. Pero mi ángel dice que hay mujeres más adaptables, con las que un hombre sabe que no pierde el control, las riendas y están más cómodos. Que sus emociones estarán asentadas y no huele a peligro.

Yo sólo sé que, en alguna ocasión, me ha dado una punzada en el corazón _ése que nunca mostré porque no creía ser correspondida_ cuando alguien que te ha importado te muestra lo poco que tú significaste. Que el escaso tiempo que tú ocupaste no tiene valor y que no eres la elegida. Que lo que a ti se te negó _quizá por no reclamarlo_ fue regalado a borbotones a otra. Y le encuentras sentido si sabes que no eras nadie, que fue sólo sexo, que fueron un par de encuentros. Pero cuando sabes que _dijésemos lo que dijésemos, cada cual con su armadura del demonio_ sí eras alguien, sí te sintieron, sí te apreciaron... te preguntas… ¿Qué es lo que me falta? ¿Por qué no yo?

Y no encuentro respuesta.

Tal vez esté aquí:


martes, abril 01, 2008

Monotemático intimismo

Estoy tratando de huir del intimismo que siempre ha regido este blog. Leer lo que otro cuenta de sí mismo de forma permanente tiene que resultar agotador. Hay quien dice que he encontrado una musa en mí misma y, aunque admito que suena demoledoramente atractiva la idea, lo que una acaba por hacer es volverse monotemática.

Así que espero a que ocurran cosas curiosas que contaros o cosas vulgares que pueda contar de forma curiosa pero me falla la inspiración. Podría hablar de la crisis, de lo caro que está todo, de las reformas del PP pero… tengo la impresión de que ni vosotros ni yo estamos aquí por nuestro común interés en este tipo de asuntos.

Ésa sería una buena pregunta. ¿Por qué estamos aquí? En mi caso ha quedado claro hace tiempo, lo he expuesto en numerosas ocasiones. La razón primigenia era simplemente dar rienda suelta a esa necesidad de comunicar que tenemos los que amamos las letras. De comunicar y de que nos comuniquen.

En cuanto a vosotros, imagino que cada cual tiene sus propios motivos. Hay muchas mujeres que me dicen que se ven reflejadas en mí, que piensan como yo, que se miran en mis textos como en un espejo. Realmente, creo que no es así. Todos somos únicos e irrepetibles (en mi caso, afortunadamente para la sociedad…). Ocurre que, a veces con disfraz de Ninfa y otras con un desnudo integral, hablo de preocupaciones y emociones universales. Lo que nos mueve y nos preocupa a todos no es tan distinto, en realidad.

Hablo mal de los hombres como nos gusta hacerlo a las chicas porque es un desahogo estupendo. Mis opiniones no son tan radicales ni tan generales pero tampoco digo cosas que en mayor o menor medida no piense. Hablo de mis sentimientos porque en voz alta se me da fatal transmitirlos y porque son pocas las personas a las que puedo mostrarles sin pudor quien soy en vivo y en directo.

Hablo de mi corazón cerrado porque soy una de tantas personas presa de sus propias armas defensivas y todos los corazones, cerrados o no, que nos encontramos por aquí lo hacemos porque aquello que nos conmueve es muy parecido. Hablo del día a día porque, después de todo, lo que me preocupa a mí y a todos nosotros es ir sobreviviendo a esos días corrientes y dolientes que nos ocupan la existencia.

También me escondo muchas veces en mi disfraz porque sé que me leen personas que han tenido _de una manera o de otra_ un contacto personal conmigo. De alguno (obviamente hombre) me escondo porque he sentido más por él de lo que me interesa que sepa (ante la duda de ser correspondida mi actitud es siempre poner distancia); también algún recuerdo de otras personas me provoca de vez en cuando una sonrisa nostálgica o una mueca de franco desprecio; en la gran mayoría, indiferencia sin más.

Son ojos que me miran en silencio pero los percibo ahí, clavados en la espalda. Hay quien me ha mirado en persona y no ha podido verme hasta que ha leído estos textos. Hay quien se busca en mis líneas y se equivoca. Hay quien está en cada una de mis letras y jamás lo sabrá. Y los más sonoros son los nombres que silencio.

Esto es, en fin, una excusa para juntar letras, para comunicarme, para que sigáis ahí, haciendo mi vida un poco más alegre a través de los comentarios que se quejan de lo ácida o lo ñoña que puedo llegar a ser.
Como véis, tendremos que esperar a que otra energúmena me tire de los pelos para no caer en el intimismo. Ciertamente, me estoy volviendo monotemática.

Mis más sinceras disculpas.