El lunes fue un día de despedida y reencuentros. Un pariente cercano mío falleció y, como suele ocurrir, se produce ese encuentro que tiene lugar cada cierto número de años en una familia tan grande y desperdigada como la nuestra.
Los funerales son momentos tristes y tiernos a la vez. Yo sólo acudo cuando el fallecido o su familia son importantes para mí. Todas las hijas del finado son estupendas personas, así como sus nietas. Gente que nunca faltó a ninguna de mis citas previas con la muerte, que siempre me tendió una mano, que estuvo y está ahí.
Por eso, a pesar de que su tristeza sea el motivo de nuestro encuentro, yo me siento feliz de poder estar, en el segundo o tercer plano que me corresponde, pero estar por si uno de mis humildes abrazos o besos puede ofrecer el más leve consuelo.
Hay que decir que los entierros son dignos también de todo un estudio sociológico. Por otro lado, estaban el grupo de los orkos (esto es, mis ex hermanos), con su verborrea incesante y esa sensación de ridículo que me produce tenerlos cerca. Menos mal que, como soy la antipática oficial, pues me mantengo al margen estupendamente.
Mi único ex hermano casado me contaba que se había gastado casi 400 euros en regalarle un móvil a su hijo de 16, sin preoucuparse ni de preguntar por mi situación económica o la de mis hijos. Por suerte, el discurso es muy otro y, como suele pasar, espero que todas sus palabras se las tengan que tragar por partida doble. Y ni siquiera se da cuenta, que es lo más alucinante de todo. Por el otro lado, los parásitos oficiales, gordos y rubicundos de alcohol y ociosidad. Yo creía que en la familia éramos delgados por naturaleza. Ahora va a resultar que, en realidad, somos gordos por vicio.
También vi a familiares que soy muy entrañables para mí. Mi favorita, la que hubiese deseado y quiero como a mi hermana mayor; a su hija, mi hermana pequeña igual de deseada. Una familia numerosísima unida y fuerte ante esa adversidad que le tocó vivir en abundancia. Aquella prima de la otra rama que no te traga desde siempre sin que sepas por qué (o sí, por su manifiesto complejo de inferiodad y ansiedad por su soltería cuasi irremediable) y los hijos de primos que ya son hombres y mujeres y te hacen sentir mayor.
Es ese extraño momento en que aprecias cuánto han envejecido algunos y, me imagino, ellos aprecian que a mí pueda pasarme lo mismo. Eso sí, todo el mundo decía que estaba guapa (qué cosas...), quizá porque soy de las primas más jóvenes.
Visité las lápidas de mis hermanos fallecidos. Nunca vuelvo al cementerio, no veo nada allí. Pero sí reconozco que, cuando las veo, renace la tristeza vieja y, al tiempo, ese sentido fatalista de que la vida hay que vivirla a bocados porque no es más que un paseo y se nos escapa entre los dedos. Sus nombres en las lápìdas me hacen imaginar la mía y presentir cuán cerca está _quede el tiempo que quede_ el momento en que yo también las ocupe.
Llovía. Siempre llueve mucho cuando entierro a mis parientes. Invariablemente hace ese desastroso tiempo. Como si las nubes y los llantos quisieran presidir la despedida.
Apenas conocía al finado directamente. Sé toda su vida por vía indirecta y sé que era todo un personaje. De cáracter muy difícil, culto, buen escritor y en terrible confrontación con mi madre desde que tengo uso de razón. Eran demasiado parecidos para llevarse bien.
Fui sola y volví acompañada de mi nueva hermana. No sé si está bien o mal, no se deja ablandar, es digna sucesora mía. Mi familia directa hizo bloque a un solo lado _nada nuevo bajo el sol, ni siquiera son conscientes de cuánto se lo agradezco_ y yo fui por libre, como a mí me gusta.
Hoy es otro día. Él ya no está aquí. No sé si su vida fue modélica o no. Sólo que sus hijos y nietos sí lo son. Un hombre muy afortunado. Luchó en la guerra y no le rozó una bala y vivió casi 90 años completamente lúcido. Organizando y mandando hasta el último suspiro.
Lo que se llama morir con las botas puestas, sí señor.
7 comentarios:
Sí sus hijos y sus nieros son grandes pewrsonas seguro que él lo fue y seguro que le gusta lo que has escrito sobre él aun sin conocerlo.
Besotes guapísima
sigue gustandome lo que escribes
No cabe duda de que los entierros y funerales te brindan la oportunidad de reafirmarte sobre lo que a veces son presentimientos, a veces secretos a voces, a veces la realidad más descarada, acerca de tus allegados en general, y de la familia en particular.
Lamentablemente, pude volver a comprobarlo hace un par de meses.
Y tras un viaje relámpago a Córdoba, volvimos mi madre y yo a Mallorca con las ideas todavía más claras sobre quién merece de verdad la pena, y a quién le pueden ir dando por donde amargan los pepinos.
A mi personalmente los entierros me producen verguenza ajena por el contraste entre los que sufren de verdad y los que van por cumplir y no sienten el mas minimo pudor de que se les note, pero asi es la vida...o mas bien la muerte.
Besitos from London y mucha fuerza que todo lo que esta por venir, al menos es nuevo ;-)
No me cabe duda que en los entierros se ve lo mejor de cada casa. A mí me pasa como con las bodas, aólo voy cuando siento el deseo y la necesidad de estar, como en este caso.
Gracias por tu fuerza, Sonia querida, allá voy, a lo que me echen que no me queda otra. Como tú, valiente!!
Besos a los dos
Bueno, bueno... ¡Qué descubrimiento de blog!
Pero ...¡cuanta chorrada!
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