miércoles, febrero 21, 2007

La armada vencida

"Yo no mandé mis naves a luchar contra los elementos". La famosa frase de Felipe II es como un sonsonete que, periódicamente, me repito.

A veces, uno se ve envuelto en relaciones que no sabe cómo empiezan, ni siquiera si han empezado, relaciones por las que caminas solo y la otra parte apenas se tropieza contigo. A mí me ha pasado alguna vez.

Tengo mucho cuidado en dónde y cómo me meto en todos los ámbitos de mi vida. Pero no soy más que un ser humano. Así que, aún a sabiendas de que la experiencia me dicta lo contrario, de vez en cuando los sentimientos fluyen por cuenta propia.

Creo que todos hemos tenido esas extrañas aventuras que, de pronto, son otra cosa. Pero no se sabe qué cosa. Aventuras en las que, sin darte cuenta, empiezas a sentir cosas, a apreciar detalles, a encontrar elementos nuevos, a ver que hay una corriente común. Pero las armaduras son más poderosas que cualquier sentimiento naciente. Esta clase de sentimientos son como los recién nacidos, frágiles, vulnerables y necesitados de atenciones. Es sencillo dañarlos. La indiferencia es la mejor de las armas letales.

Te resistes, eres fuerte. Conoces todos los mecanismos para no dejarte arrastrar, para que no te afecte la ausencia de compromiso, de sentimientos compartidos. Hasta que te aburres de mentirte. Hay gente que nunca se aburre de hacerlo o no se da cuenta. Le llaman pensar diferente. Es probable que sea cierto pero es una gran pérdida para ellos mismos no permitirse romper sus propias normas y aceptar que hay personas que pueden llegar a ser importantes, a aportar cosas valiosas y que no tienen en sus vidas, sin que ello presuponga renunciar a nada.


Pero no puede ser. Cuando no se puede aspirar a ser otra cosa que un pasatiempo, un rato entretenido para cuando no hay ninguna otra cosa que hacer, una noche de placer de vez en cuando (sin gran necesidad de repetirla, siempre al final de todas las prioridades)hay que saber cerrar la puerta. Cuando puede explicarte con claridad todas las diferencias y no citar un sólo punto en común, te estás equivocando.

Hubo un momento en que creí que había un sentimiento compartido aunque negado, por ambas partes, he de admitirlo. Ahora ya sé que no. Una de las grandes diferencias reside en que cuando uno se implica, hace lo imposible por estar al lado de la persona que le importa. Sin embargo, cuando cualquier disculpa es buena para no ceder a la tentación de poder sentirse desnudo, aunque sea un flash de un segundo, hay que reconocer la derrota.

Las armaduras autoprotectoras evitan el sufrimiento pero también disfrutar de lo bello que es sentir la piel por dentro y por fuera. Hubiese querido hablar contigo pero, visto lo visto, no tendría sentido. Todo lo que dijese sonaría, dada tu actitud, simplente ridículo. Tú seguirás con la vida que has elegido y yo intentaré aprender a elegir mejor. Por eso, por mucho que yo sé que sientas, yo ya no enviaré más mis naves a luchar contra los elementos. Ya he movido pieza demasiadas veces. Te toca a ti, y no quieres. Merezco algo más que un café o una sobremesa para los ratos solitarios. Y sí, la canción era para ti. Te darás cuenta cuánta razón tengo, ¿verdad?

Me daré nuevas oportunidades con personas que tal vez quieran descubrirme y descubrirse. Y si no, me largaré a Madrid y conoceré a algún maromo que me lleve a la cama y me recuerde que soy una mujer atractiva.

Aunque a nadie le importe una mierda si soy inteligente, sensible y valiosa.

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