jueves, marzo 22, 2007

Aviones y brujas volanderas

Renovarse o morir. Ésa es una de esas frases que dicen todo y nada dependiendo de quién y cómo las diga. Lo mío va siempre de renovación _es como una fijación_ a veces por necesidad y otras por gusto. De hecho, cuando me veo obligada a cambiar cosas viejas por nuevas procuro que me resulte un salto adelante aún cuando me duelan las costillas.

A lo largo de mi vida he ido renovando constantemente para poder sobrevivir y porque dudo que pudiese evitarlo. Los cambios me atraen. Ese “je ne sais quoi” que tiene la aventura, el no saber qué va a pasar, el vértigo de arriesgarse, me atrae como un imán con frecuencia.

He cambiado muchas veces de casa, de colegio, de ciudad, de amigos, de novios, de amantes, de coche, de hábitos, de costumbres, de paisajes. Cambiar de casa siempre me encantó, desde niña. Ahora me gusta menos, básicamente porque tengo que hacer la mudanza sola y eso es horrible. Pero despertarme en un entorno nuevo, abrir la ventana y no ver lo mismo de siempre… me gusta mucho. Conozco gente a la que le ocurre justo lo contrario: dejar una casa es un drama personal. No les envidio porque en este corto periplo vital cambiar es parte del camino y, ya puestos, tratemos de sufrir lo menos posible.

Estoy emocionalmente tranquila. Algunas veces llegan pequeñas bocanadas de aire fresco de ultramar que acarician el corazón y me recuerdan que las cosas bellas existen… aunque por supuesto, no son para mí. Pero existen y las he conocido y paladeado. Menos de lo que me gustaría, a qué negarlo, pero es para alegrarse, después de todo.

En otras ocasiones, alguien regala un poco de dulzura y te traspasa una pizca de su ilusión… aunque también sepas que no va a ser. Pero la ilusión es gratis y hay que llenarse los bolsillos de ella.

Pensando en los cambios, recuerdo que, cuando estaba casada, me preguntaba en silencio si todo lo que la vida había de depararme era eso: levantarme con el mismo hombre al lado el resto de mi existencia, ir al mismo trabajo, sentir esa misma apatía. Afortunadamente, con golpes y todo, la respuesta era que no.

Hay días en los que, sin saber por qué, no puedes quitarte algo o alguien de la cabeza. Es una sinrazón, algo intangible, que se escapa a mi proverbial sentido común.

Hoy me gustaría poder cambiar la experiencia y ser más crédula. Soñar con cosas bellas que seguro van a ocurrir y ser menos estremecedoramente realista.

Hoy me gustaría poder cambiar de destino, elegir otro avión, otro aeropuerto y encontrarte de nuevo. Aún con la misma fugacidad.

Hoy, a sabiendas de que nunca será y sin haberte tenido jamás, te echo de menos.

A ti, mi Avión Plateado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que esta vez has invocado a la ilusión, y con ello tu escritura es más de niña, mucho más relajada y feliz.

La ilusión es gratis, y debe de estar relacionada con la imaginación y con el futuro. Debe de consistir un poco en proyectar imágenes de autoestima y de felicidad, por lo que en cierta manera puede que contenga algo onánico. Es gratis, pero no hay demasiados que consigan ofrecerla bien. Bendito el que lo consiga contigo.

Ciertamente es muy difícil que recuerdes a un tipo fugaz y bastante huidizo, te mandaré hoy una foto por si aún tu memoria te responde. Como te gustan bastante más los jovencitos que los maduritos con comeduras y disfuncionalidades varias, no hay más tu tía que proyectar en esa foto la ilusión de la eterna juventud.

Y como siempre, Muy bien Ninfa!

José del Rincón dijo...

Estimada Ninfa: hace algunos días te dejé un mensaje en el bloc de notas de Orkut: una personalidad tan arrolladora pasa difícilmente desapercibida. Precisamente es esa personalidad la que hace que esos pocos días se me estén haciendo largos sin una respuesta tuya.
Un cordial saludo y enhorabuena por tu cuaderno de bitácora.

Anónimo dijo...

Ummmmmm....

Ahora me "confundes" un poco. ¿Quien es el Avión Plateado al que te refieres? Sea quien sea, es muy bonito lo que dices. Lo cierto es que hoy en día ya no llega con conocer a alguien que valga la pena; también hay que conocer a ese alguien en el lugar y en el momento adecuado. Y después renunciar a miles de cosas.

Dicen que la sociedad ha evolucionado, pero yo creo que a los romanos de Pompeya no les pasaban estas cosas. Cierto es que no tenían anestesia ni DVD, pero tampoco echaban de menos eso. Mientras hubiera uvas debajo de la parra ya no había de que preocuparse.

En fin...mi vuelo ya casi sale. ¿Sabes? Incluso ahora que se ha convertido en rutina, sigo disfrutanto de los aeropuertos, especialmente si es viaje de negocios (¿el vuelo se retrasa? pues pefecto, que esperen).

Si algún día paso por Madrid y tengo un poco de tiempo, te invito a un café.

Besos desde Dallas.

ninfasecreta dijo...

No te confundes tanto como crees. Sí, no vale con conocerse, es necesario que se produzcan muchos milagros juntos y, por eso, nos hacemos realistas y nos conformamos.

Yo aún sigo esperando encontrarme en aquel aeropuerto donde uno piensa: "ojalá el avión no salga nunca. Contigo hasta el café es sabroso en el aeropuerto"...

Y ojalá me invites a ese café, querido avión plateado...

Besos desde el Foro