El pasado lunes coincidí en el aeropuerto y el mismo avión con un ex novio de la más tierna juventud. Veintidós añitos teníamos cuando estuvimos juntos. Hace mucho, claro. Trabaja también en Madrid y va y viene todos los fines de semana, como yo. Me preguntó qué tal mi marido y, cuando maticé "ex marido", hizo el clásico comentario de rigor: "¿Y qué tal lo lleváis?" A lo que yo respondí: "¡Pues yo estoy encantá!". Se rió mucho y repitió mis palabras. Quien me conoce ya sabe que tengo un estilo peculiar de decir estas cosas, con un aire entre chulesco y andaluz adoptivo del norte. Pero no por eso son menos verdad.
Él está casado y, por una amiga común, supe en su día que a su mujer le habían detectado un tumor maligno durante el embarazo. Salió adelante _de momento_ porque, como señaló el propio M. (mi ex novio), estas cosas pueden reaparecer cualquier día, a lo que apostilló: "¡Hay que vivir!".
Y sí, hay que vivir. Me salió del alma lo de que estoy "encantá" (no me lo he pasado tan bien en mi vida como desde que me separé...) y me hizo pensar el reencontrarle. Uno se detiene a pensar cómo alguien que te gustó tanto _fue una relación corta pero muy apasionada, propia de la edad, y que terminó abruptamente_ puede dejarte tan sumamente indiferente, a nivel atracción.
Supongo que él tendría la misma sensación. Yo iba hecha un asco. Levantada a las cinco de la mañana, sin maquillaje, ojerosa y con una coleta. Y, aunque el tiempo me perdona la vida por ahora, puedo dar mucha mejor imagen, las cosas como son. Con el paso de los años, la mayoría de los hombres que he conocido se los cargan más bien en kilos y/o arrugas. Éste está un poco más gordo _tampoco mucho_ pero las facciones más embotadas. Era muy guapo. Moreno, alto, ojos verdes preciosos. Sin embargo, el embotamiento hace que se le vean menos los ojos y más la papada.
Lo que no puedo ver es nada de la luz y las mariposas que, durante mucho tiempo, me producía encontrármelo. Tal vez nos hemos hecho mayores en el mejor sentido de la palabra. Le vi centrado, un hombre. Siempre me pareció disperso en materia de mujeres y bastante golfo, la verdad. No creo que su santa se haya librado de unos buenos cuernos antes de la enfermedad pero puede ser que este susto le haya hecho sentar la cabeza.
Yo también estoy muy centrada. O sea, dispersa en materia de hombres pero a conciencia y con mucha diversión. Porque sí, señores, hay que vivir. Y a mí me motiva vivir intensamente. Me miro y me pregunto dónde están todos los años que he cumplido. Porque sigo encontrándome como una veinteañera, con ganas de fiesta, alegría de vivir y un puntito de dulce locura. La diferencia es que soy consciente de todo ello y cada paso que doy, aunque sea una simple aventura, está meditado y claro.
Procuro ser coherente conmigo misma y no arrepentirme de nada. Nunca lo hago, de hecho. No por la frase famosa sino porque no veo el menor beneficio en mortificarme por mis "errores" o como quiera que se les deba llamar. Cuando me divierto, la gozo. Cuando sufro, asumo mi parte de responsabilidad _que no de culpa_ o me autocompadezco un ratito hasta sentirme bien. Cuando lucho, lo hago a brazo partido y sin pararme en barras.
Sólo me falta no estar tan a la defensiva pero he de admitir que esa parte de evolución camina en sentido inverso. No soy muy diferente a nadie en este sentido. "No me fío", como dice la canción de Luis Miguel. No creo estar haciendo mal pero también soy consciente de que una parte de mí _que no por oculta es menos hermosa_ se pierde escondida a los ojos del exterior.
De todos modos, no podemos ser tan autoexigentes. No tengo por qué ser estupenda de la muerte en todo _no lo soy en casi nada pero me doy mucha coba a mí misma, que anima mucho_ ni mostrarme a cualquiera. A veces, siento pena de no estar a la vista en mi totalidad. Otras, las más, considero que hago lo correcto.
En cualquier caso, sigo aprendiendo, creciendo, esperando, observando.
Y, la mayor parte del tiempo, lo hago ¡"Encantá"!
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