jueves, agosto 24, 2006

Era mi padre

He estado de playa marujil con una buena amiga y mejor persona. Hablamos de muchas cosas. Sólo hubo una de la que no pudo decir casi palabra y, sin embargo, no podría haber contado más. Comentábamos lo mucho que nos desagradan las Navidades por numerosas razones. Una de ellas era, para ella, que faltase su padre. Con su madre se lleva regulín pero de su progenitor habla maravillas con su silencio.

Para contarme cómo era su progenitor comenzó: "Él era...". Vaciló, sus labios temblaron, sus hermosos ojos azules se empañaron y terminó: "Bueno, era mi padre". No pudo continuar. Las lágrimas corrían por sus mejillas. La conversación no continuó. Pero todo el amor y la pena por su falta pude verla en ese chispazo.

Está separada, como yo, con un proceso mucho más traumático. Jamás la he visto flaquear, su voz temblar, derramar una lágrima. Ésta fue la única ocasión.

Y claro, en mi línea, me retrotrajo a mi pasado. Al lugar que ocupaba mi padre. Hace ya muchos años que se fue. Mi relación con él siempre fue extraña. O no.

Era uno de esos hombres de su generación. Me llevaba bastantes años. Cuarenta y dos, para ser exactos. Era ese señor que venía a comer, a dormir, a ver la tele. No charlaba demasiado con nosotros ni nosotros con él. No es que fuera callado, hablaba por los codos pero de sus cosas. Y ya se sabe, cuando eres joven no estás para la paliza paterna.

Siempre vivió en su mundo. Dentro de su matrimonio hecho trizas hace miles de años. Para mi desgracia, de él no recibí ninguna información y por parte de mi madre, recibí demasiada. El caso es que, cuando falleció de repente, yo apenas sabía quién era ni lo qué sentía por él.

Recuerdo que llamaron del hospital. Había ido en taxi y bajado por su propio pie. Se fue a urgencias porque le dolía el estómago y había vomitado por la noche. Fue allí simplemente porque se sentía bastante mal y para que abreviasen. Ninguno esperábamos que no volviese. Yo comía a punto de volver a trabajar. Llamaron de la clínica. Dijeron eso que dicen siempre, que fuese alguien de la familia que estaba muy mal.

Soy la menor de seis hermanos varones. Nadie quiso ir. Yo era una cría. Y salí caminando. Estaba cerca. Sin saber bien por qué, algo me impulsó a empezar a correr. Presentía que era más grave de lo que decían pero me resultaba inasumible pensar en la muerte. No era más que una chiquilla de veintiún años. Corrí y corrí creyendo que llegaría a tiempo, que le vería, que no moriría solo. Que todo se iba a solucionar.

El médico me comunicó que había fallecido. Entró a las nueve y yo llegué a las tres y cuarto. Mi padre estaba muerto. Me quedé sola con la asistente social que me ayudó a decidir a qué funeraria llamar, qué flores poner, qué esquela elegir. Me trajeron su ropa. Ver la ropa de tu padre en una bolsa de basura, con su reloj, sus zapatos... Luego la presión de saber que, si elegía una caja muy cara, me caería la bronca.

Salvo mi madre, que vino al principio y, como es lógico, la mandé para casa, nadie acudió al hospital hasta las seis o siete, en que aparecieron mis primas enfermeras nada más enterarse. De mis hermanos no supe nada hasta las nueve en la funeraria.

Como casi todo en mi familia, fue patético. Frivolidad, despreocupación, muchas cosas para olvidar. Luego fueron pasando los años. Empezaron a venir a mi mente recuerdos más amables. Esas curiosidades sin aparente importancia que son la salsa de la vida.

Le descubrí después de muerto. Tardé años. Según fui madurando le fui conociendo. Comencé a encontrar parecidos entre él y yo. Los dos lectores compulsivos, los dos incomprendidos, los dos coquetos, los dos toxos con deseos de mimos...

Era extremeño. Ahora me veo muchos coletazos de esa sangre tan diferente a la gallega. El ser tan demoledoramente directa, la casi ausencia de acento (mi padre no tenía ninguno de ninguna parte), el físico... Muchas cosas.

Ahora me acuerdo de su costumbre de quitarme las patatas del plato porque sabía que me ponia de los nervios. Se reía como un niño pequeño. Y cuando me explicaba que los árboles en invierno se quedaban sin hojas porque estaban dormidos. Sólo recuerdo ese paseo en mi infancia más tierna con mi padre. Les he contado lo mismo a mis niños. Le gustaba la comida muy salada y siempre decía que estaba sosa. Cuando decía que estaba "un pelín salada", los seis hijos en pleno nos negábamos ni a probar. Eso es que estaba intragable. Se deshacía por un beso que le dábamos muy pocas veces y con esfuerzo porque él no nos había enseñado con el ejemplo.
Gritaba mucho. Era cosa de familia. En su casa todo el mundo armaba un tremendo jaleo por cualquier cosa.

Era una fanático de los libros. Hijo de guardia civil con un sueldo pírrico, sacó su carrera de químico con becas de pobre y brillantes notas, estudiando en la biblioteca, sin tener un libro de su propiedad a lo largo de toda su vida estudiantil. Así luego se pasaba la vida comprando libros y manteniendo broncas con mi madre porque se compraba colecciones enteras y ni siquiera llegábamos a fin de mes.

Le fascinaba la playa. Cuando éramos pequeños, nos levantaba cantando "Quinto levanta, tira de la manta..." para que nos preparásemos por la mañana. Se ponía nuestros microgorros a pesar de que mi madre le decía que estaba ridículo. Y me cantaba aquello de "coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa calienta el sol".

Siempre presumía de guapo, con gracia y cachondeíto. La verdad es que de joven se parecía a Errol Flynn y no es pasión de hija. No tengo grandes recuerdos dirigidos hacia mi persona. Al menos, no estupendos. Me asaltan en la cotidianeidad. De pronto me sale contar que mi padre hacía esto o aquello y que soy medio extremeña. En realidad, soy gallega hasta la médula pero la sangre y algunos rasgos genéticos me han salido más de allí.

El tiempo me ha enseñado a valorar la necesidad de la figura paterna. Fue muy imperfecto, como yo, como todos. No era un papá de cuento. No me llamaba princesa ni me malcriaba. Pero, así es la vida, le recordé y le soñé durante muchos años después.

Uno de mis sueños recurrentes era que aparecía y me explicaba que no se había muerto pero que yo no podía contárselo a nadie. Le reñía por haberme tenido tanto tiempo creyendo en su defunción. Lloraba y me enfadaba por ser cruel y desaparecer así, sin pensar en nuestro dolor y cargándome con la responsabilidad de guardar su secreto.

A pesar de todas sus cosas, nuestro desconocimiento, con los años le he sentido más cerca de él cada vez. Al contrario de lo habitual, su recuerdo no es más remoto. Es más vivo. Pienso: "tendría que haber visto esto o aquello". Pero se marchó joven, como tantos en nuestra otrora superpoblada casa.

No era un modelo, no era perfecto, no era espectacular. Pero, parafraseando a mi amiga, ERA MI PADRE.

¿Qué más podría decir?

12 comentarios:

Raúl Alberto dijo...

La pones difícil…extraño demasiado al mió, tengo solo un problemita con eso, y es que el aun vive por ahí, pero hace rato que no hablamos, creo que iré a darle un telefonazo, un bico…

Anónimo dijo...

Afortunadamente yo todavía disfruto de mi padre, sobre todo ahora que vivo lejos de él. Antes, cuando le tenía cerca, cuando vivía en su casa, sólo discutíamos y chocábamos en multitud de cosas. Con el tiempo, y con algunos comentarios de mis seres queridos de "cómo te pareces a tu padre" me estoy acercando (o volviendo?) más a él. Sólo nos vemos cada 6 meses y ya no discutimos, no gritamos...sólo disfruto de mi padre, con sus defectos, con sus virtudes. A veces las distancias acercan!

Anónimo dijo...

Perdona Ninfa, el de arriba soy yo.

Bicos,

Santibichos

ninfasecreta dijo...

Pues ya sabes, Raúl, coge el teléfono porque la vida es corta y cada beso que no se da, cada palabra que no se dice, se pierde para siempre.

Otro biquiño

Anónimo dijo...

Sorprendente,...

Sin conocer a tu padre, casi sin conocerte a ti, sin ningún paralelismo de tu vida con la mía (mi padre es y está)... Pues incluso así, consigues hacerme sentir tus palabras. No sé como lo haces, pero definitivamente me atrapas en ese mundo simple pero con millones de matices en el que vives.

Kisses.

ninfasecreta dijo...

Te hago sentir mis palabras en tu universo paralelo?
Te atrapo en algún aeropuerto lejano o me estoy confundiendo?

Anónimo dijo...

No, no te confundes :)

ninfasecreta dijo...

Vaya, qué bonito regalo... Atrapado espero que continúes y que mis naderías sigan haciéndote sentir.

Mil kisses more

Anónimo dijo...

Váya que día he tenido hoy!, amanecí en esos días que la pereza te aplaca, y una jaqueca terrible que no me deja siquiera pensar, ... la verdad, hoy fue uno de esos días que todo te dá igual, ...en fin,...sin haber conseguido ningún remedio eficaz para esta bomba que tengo en mi cabeza (ni siquiera, el tirarme a descansar) recorde el machete de tu blog, y aquí llegué... la verdad fui leyendo muchos de los que me había perdido (incluyendo los comentarios)... no pude evitar detenerme a postear, es increíble, pero es así.... muchas de las cosas uno las recuerda con el tiempo!, lo que uno no entendía muestran su claridad, lo que uno no se explicaba tiene su lógica,.... pues yo tambien siento así con el mío... y el sentimiento se hace más intenso!

... besotes bombona...
...desde la tierra del sol naciente.

Anónimo dijo...

...y he vuelto a ser una magdalena...

ninfasecreta dijo...

Pues no quiero que seas magdalena más que para liberar todo lo uqe te hace daño, mi niña.

Como ves, todos nos hemos perdido cuando nuestros padres se fueron sin avisar... Pero el tiempo pone todo en su lugar, nuestras emociones y nuestros afectos.

Y aprendemos a entender.

Pepe Castro dijo...

Gracias por tu comentario en la entrada de mi blog.
He acudido raudo a leer este post tuyo y, como bien dices, la historia es diferente, pero sí que me siento identificado, y mucho.
Enhorabuena de nuevo.
Un besote.