Siempre he rehuido a los vecinos. Por mi condición de gallega, otrora tímida (sí, sí, aunque no os lo creáis) y los problemas que suele haber donde la confianza da asco (imaginaos en un edificio…) he procurado ser educada _o sea, decir hola y adiós con una sonrisa y fin_ y mantener la distancia adecuada para evitar roces innecesarios.
Sin embargo, estoy en etapa de socialización general. Mía, de los niños y de todo lo que se menea. Así que el pasado sábado me apunté a la clase de fiesta a la que nunca acudiría en otro momento de mi vida: despedida de piscina de todos los papás con niños que pueblan mi urbanización. El motivo era, obviamente, favorecer las relaciones de mis pequeños roedores con el mundillo infantil de la susodicha urbanización.
Así que me aparecí con mi tortilla recién hecha en medio de una fiesta de parejas deseosas de romper la rutina, comida para parar un tren y maridos reunidos alrededor del cubo de las cervezas. Un par de vecinas simpáticas me dieron conversación y, después, entre la visita de un amigo y los problemas existenciales de mi hija con no poder saltar a la comba, me dio la hora de irme.
Al día siguiente me reuní con el corro de marujas al que ya medio pertenezco y me pareció que un par de ellas me evitaban. Como a mí me traen al pairo este tipo de cosas me concentré en mis hijos y mi vecino del séptimo, que estaba de Rodríguez. Está un poco loco pero resulta muy entretenido.
En estas me comenta que si no he percibido el “movimiento de pavos reales”. No entendí, claro. “Que sí, mujer, que no has visto que el grupito de los cuatro maridos cambiaron a una posición visible para ti cuando te sentaste”. Ni idea. Cuando estoy en modo Maruja no soy capaz de pensar siquiera en que los hombres me vean como una mujer. Y menos los padres de los amigos de mis niños. ¡Qué depravación!
La cosa es que A. asegura que había mal rollito en la pareja a la que, casualmente, pertenecía la individua que me había torcido la cara mientras una acompañante suya me ignoraba. Me cuenta A. que voy a causar más de una buena bronca. Al parecer, mi condición de separada única del edificio me convierte en una suerte de personaje a la que se le presupone gran disposición para lo que sea y, de cara a algunas de ellas, un zorrón de cuidado del que hay que estar al tanto.
Me he reído un rato largo. No sé si bajar en chándal (que no tengo pero es por depurar mi estilo Mari-batitadeboatiné) o pintarme como una puerta para bajar al jardín. La chica mala que hay en mí tiene ganas de romper el mito de la mujer sola “porque nadie la quiere” y la buena, piensa en que no me vayan a marginar a los niños toda esta panda de malpensados.
En el fondo, me ha gustado que la manada me reconozca como un elemento diferente. Ya se sabe: no importa que hablen bien o mal de uno, lo que importa es que hablen.
Y a saber qué estarán diciendo…
4 comentarios:
No me gustan las manadas humanas. Son crueles, egoistas y han perdido la capacidad de pensar libremente (a cambio reciben seguridad). Y mucho menos la fauna de urbanización. Cuando paseo por alguna de ellas me gusta "alarmarlos" dando cortésmente los buenos días a quien me cruzo. Su temor me alegra porque me hace saber que no me consideran uno de los suyos. Tu tampoco lo eres. No cambies.
Fdo: el pesao de los msgs.
Me encanta!! De quien tendrán q estar al tanto será de sus mariditos, pues, ¡menudos elementos! (ellos y ellas. Tú como si nada. Espero más cotilleos verticales.
Bks
Bueno, con lo que solemos cascar nosotras... es normal que tú des de hablar.
No creo que te termines convirtiendo en el zorrón del edificio porque teniendo a los peques por allí te portas en plan mari.
Pero que eso no signifique que no des guerra. Que tú vales mucho, nena :P
Besinos y a ver qué tal el finde. No rompas muchos corazones.
Esto puede ser un filón de cara a futuros posts...
Estaremos al tanto, Mata-Hari.
Besotes.
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