Me ha tocado mañana de juzgados.
Dejando a un lado la desazón que me produce perder toda la mañana de trabajo cruzando la ciudad (una horita de ida y otra de vuelta…) para ir a declarar, he visto en el entorno judicial material para quince blogs.
Me he dedicado a observar a las abogadas _se reconocen por las togas y el traje de chaqueta azul marino_. Mayoría ya, sin duda. Jóvenes, con coleta, maquilladitas y subidas a tacones imposibles en contraste con tan sobrio atuendo. Había muchas altísimas _pero requetealtas_ y los clientes tampoco dejaban lugar a dudas.
A mi lado se sentó una mujer de edad imprecisa. Imprecisa por la ropa, juvenil y que le sentaba bien, la verdad, por la cara (color marrón terracota, mezcla de solarium y chapapote, labios retocados con colágeno de ése que queda tan mal y, supongo, algún retoque más), el pelo rubio, rizado y todo eso, propio de la edad madura. Con eso de ponerse todas rubias para parecer más jóvenes, parecen mayores porque ya una se da cuenta de que, a partir de la cuarentena, parece obligatorio decolorarse la pelambrera
Se acompañaba de un hombre también de edad imprecisa. Gordo, pequeñito, de aspecto sencillo y mayor. Me pasé un buen rato intentando sopesar si era su hija (no, demasiado talludita), su mujer (entonces se había gastado una pasta en arreglarse hasta el culo, que lo tenía de lo más mono y con pantalones megafashion) o qué sé yo. Finalmente, por la conversación, deduje que debían estar casados. No pegaban ni con cola. Ella superpija y él su contraste rejuvenecedor. Se giró el hombre, cuando la dama se contoneaba por los pasillos de los juzgados de Plaza de Castilla, y me preguntó si había un lugar para “hacer los menesteres”. Creo que mi cara de “¿Ein?” habló por mí y apostilló: “De orinar y esas cosas”.
Yo había escuchado lo de ir al “excusado” (que me parece graciosísimo y de otra época), al baño, al aseo y al water. Pero lo de los menesteres me lo guardo para mi acervo-argot personal que me parece buenísimo. El hombrecillo debía tener sus buenos dineros para conservar a su lado a tan restaurada señora. Lástima que no invirtiese algo más en restaurarse él, le saldría más a cuenta. Soy malpensada, lo sé, pero piensa mal y acertarás…
En fin, declaré por videconferencia y me vi espantosa de la muerte. Siempre he dicho que las mujeres, llegada cierta edad, no deben salir a la calle sin pintar, lo mismo que también he afirmado que hay que evitar embadurnarse a todas horas antes de tiempo porque eso pasa factura. Pues yo me vi horrorosa. No tengo arrugas pero no me gusta mi gesto cuando estoy seria. Creo que tengo la boca torcida y que se me marcan las sombras faciales. Ya, me diréis que soy una histérica pero no. Que creo que ha llegado la hora de embadurnarse para ir a comprar el pan.
Lo curioso es que me cuesta. Desde que estoy en Madrid, no me doy ni un toque de colorete ni mi indispensable siempre barra de labios diaria. Desconozco el motivo. Al principio sí, me ponía hecha un pincel. Remona. Pero se me ha pasado. Yo creo que el hecho de que en la oficina todos estén casados o ya sean amigotes influye pero no debería ser así.
Siempre me he arreglado para mí misma. Soy una crítica feroz con todo y a quien menos perdono es a mí. Y sin embargo, creo que me falta el estímulo diario para desear gustar. No hay nadie a la vista a quien impresionar ni nadie que me impresione. Bien al contrario, sigo en la tesitura de pensar que los tipos cada vez me parecen más un error genético o la confirmación de que las mujeres hemos domesticado el animal equivocado.
He vuelto a chatear por puritito aburrimiento. Y nuevamente me he encontrado imbéciles integrales, tíos que serán majos hasta que se te ocurra tener “tema” con ellos o hasta que vean que no hay ninguna posibilidad, alguno que me preguntó si me había cepillado 50 o más tíos del portal en cuestión y demás. La coña es que cuando le dije que no se lo decía ni borracha y que tampoco pensaba acostarme con él en la vida, me mandó a la mierda. ¡Qué bonito es el amor!
Así, entre faltones y cobardes emocionales veo pasar la vida, los días y las noches. Unas noches cada vez más vacías incluso acompañada y unos días cada vez más individualistas por mi bienestar cerebral.
Yo no sé si es cierto que el Señor dijo eso de que “no es bueno que el hombre esté solo” pero, a ratos, cada vez más largos, creo que lo mejor para la mujer es estarlo.
Como diría Coti “Por el bien de los dos…”
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