Me ha tocado un jamón. ¡Sí, sí, como suena, un jamón! Parece una manera estúpida de comenzar un post pero es que nunca en mi vida me había tocado NADA. No veas la ilusión que me ha hecho. Vamos, subidón de adrenalina y autoestima frente a mi proverbial mala pata. Como unas castañuelas, señores.
Ya de niña estaba acomplejadísima porque nunca me tocaba ni un mal cromo. No estoy exagerando. Es horrible el grado de frustración que produce ser tan ceniza. Así que cuando en la oficina hicieron papelitos para sortear dos jamones que sobraron de Navidad, me fui al asunto con mucho cachondeo y sin la menor esperanza. Y, entonces, ¡zas! ¡Bingo!
Y es que debo estar en racha _con mi habitual cautela, eso sí_ porque esta noche me voy de preestreno. ¿A que suena muy glamouroso? Pues es cierto. Me ha invitado un lector de esta cordura para locos y no he podido resistir la tentación.
No. No creo que haya famosos, es una cosa informal y la película es norteamericana. Pero tengo curiosidad por disfrutar de algo así. Me gusta el cine, hace mucho que no voy a ver más que películas para niños y, encima, será una experiencia nueva llena de gente del mundo de la radio. ¡Ya veis, para ser una provinciana de tres al cuarto, estoy aprovechando bien el tiempo! (Da un poco de miedo, tengo la sensación de que no duraré mucho por aquí…).
Y es que en el trabajo me podía ir mejor, la verdad. Los comienzos nunca han sido fáciles pero he de confesar que mi nuevo jefe y mi nuevo puesto son complicados de conjuntar. Es la primera vez en mi vida que creo no convencer en mi trabajo y he trabajado en muchas cosas. Pero siempre dependía de mí, exclusivamente, hacerme con el empleo. Ahora hay más factores y estoy bastante mosqueada.
De todos modos, no quiero adelantar acontecimientos. Apenas he acabado de llegar y si he de irme será porque ése era mi destino. Engordaré el CV y habré conocido otro mundo.
Para consolarme, Madrid le va fatal a mi cutis. No sé si es la sequedad ambiental, la polución o lo que sea pero mi habitualmente inmaculada piel tiene granitos. A lo mejor es mi segunda adolescencia pero en la primera tampoco los tuve. Qué rabia, oye.
No sé si os habréis percatado de que soy una mujer muy coqueta, que no es lo mismo que vanidosa. Coqueta de que me gusta ir bien arreglada _aunque no vaya impecable como me gustaría casi nunca_, porque me gusta gustar, porque me gusta cuidarme, porque me gusta la ropita y porque me encanta gustarme. Y la piel es lo que más me identifica. O sea, que si me tengo que ir, será porque mi piel no se ha adaptado al clima.
Vamos, que no se consuela quien no quiere. Esta tarde me preestreno en Madrid cine la nuit y os dejo con el cosquilleo. Veremos lo que sale.
Seguro, seguro, Kenneth Brannagh (en la pantalla).
jueves, marzo 29, 2007
miércoles, marzo 28, 2007
De vez en cuando la vida...
Hay días _o semanas_ que es mejor no levantarse de la cama. Entre el mal rollo laboral de estos días (no tengo ganas de regodearme en esas cosas, así que no hablaré de ellas) y la noticia de esta mañana, tengo el cuerpo y la mente doloridas.
Ayer falleció un compañero de trabajo de mis años periodísticos. Sólo 37 años, deja un niño de dos años y medio y a su mujer. Estuvimos diez años trabajando muy cerca, apenas a un metro de distancia.
He conocido a varias de sus novias, me he reído miles de veces por lo “quedón” que era con cuanta mujer entraba, sus kilitos de más eran parte del cachondeo general. Una buena persona, la verdad, jamás tuve un roce con él ni recuerdo que nadie más lo tuviese tampoco.
Estas cosas me resultan estremecedoras. No puedo pensar en él en pasado ni, al mismo tiempo, imaginarle dentro de una caja en plena juventud. Hace un mes visitó la redacción y le encontraron animado y mejorado. Pero no se le gana la batalla a un cáncer de huesos y menos cuando eres tan joven. Es así de paradójico.
La noticia de su desaparición ha caído como un jarro de agua fría incluso en esta oficina de Madrid, incluso para mí que hace más de tres años que no le veo. Me cuesta mucho asumir que alguien joven se esfuma así, que se le parte la vida en dos así, a él y a su pareja.
Porque yo siempre pienso que, una vez acabado todo, es peor para los que se quedan. Nos quedamos aquí, rodeados de recuerdos, “chupando un palo en una calabaza”, como diría Serrat, sin saber por qué de pronto la vida te da de bofetadas. Perdidos, intentando buscar sentido al dolor, a la muerte, a la vida, a algo. Y condenados a seguir con el alma rota
Cuando ves estas cosas te preguntas qué haces aquí y, al mismo tiempo, te preguntas por qué no haces mucho más. Te sientes afortunado y atemorizado a la vez, porque ninguno está libre de caer. Y el temor a dejar escapar cualquier oportunidad se incrementa. Porque estamos de paso y ese paso a veces puede ser corto y estéril.
En cualquier caso, soy fatalista, creo en el destino, creo que nuestro espacio vital está marcado. Y si así es, Andy ha dejado de sufrir ya, como otros que he conocido que también nos han dejado en plena juventud. Y espero y deseo que lo de la nueva vida sea cierto porque la que conocemos deja bastante que desear.
Prefiero quedarme con el recuerdo de mi compañero siempre riendo, con sus kilitos de los que tanto presumía y su ojo clínico para observar a cuanta fémina se cruzaba en la puerta.
Donde estés, que te vaya bonito, Andy
Ayer falleció un compañero de trabajo de mis años periodísticos. Sólo 37 años, deja un niño de dos años y medio y a su mujer. Estuvimos diez años trabajando muy cerca, apenas a un metro de distancia.
He conocido a varias de sus novias, me he reído miles de veces por lo “quedón” que era con cuanta mujer entraba, sus kilitos de más eran parte del cachondeo general. Una buena persona, la verdad, jamás tuve un roce con él ni recuerdo que nadie más lo tuviese tampoco.
Estas cosas me resultan estremecedoras. No puedo pensar en él en pasado ni, al mismo tiempo, imaginarle dentro de una caja en plena juventud. Hace un mes visitó la redacción y le encontraron animado y mejorado. Pero no se le gana la batalla a un cáncer de huesos y menos cuando eres tan joven. Es así de paradójico.
La noticia de su desaparición ha caído como un jarro de agua fría incluso en esta oficina de Madrid, incluso para mí que hace más de tres años que no le veo. Me cuesta mucho asumir que alguien joven se esfuma así, que se le parte la vida en dos así, a él y a su pareja.
Porque yo siempre pienso que, una vez acabado todo, es peor para los que se quedan. Nos quedamos aquí, rodeados de recuerdos, “chupando un palo en una calabaza”, como diría Serrat, sin saber por qué de pronto la vida te da de bofetadas. Perdidos, intentando buscar sentido al dolor, a la muerte, a la vida, a algo. Y condenados a seguir con el alma rota
Cuando ves estas cosas te preguntas qué haces aquí y, al mismo tiempo, te preguntas por qué no haces mucho más. Te sientes afortunado y atemorizado a la vez, porque ninguno está libre de caer. Y el temor a dejar escapar cualquier oportunidad se incrementa. Porque estamos de paso y ese paso a veces puede ser corto y estéril.
En cualquier caso, soy fatalista, creo en el destino, creo que nuestro espacio vital está marcado. Y si así es, Andy ha dejado de sufrir ya, como otros que he conocido que también nos han dejado en plena juventud. Y espero y deseo que lo de la nueva vida sea cierto porque la que conocemos deja bastante que desear.
Prefiero quedarme con el recuerdo de mi compañero siempre riendo, con sus kilitos de los que tanto presumía y su ojo clínico para observar a cuanta fémina se cruzaba en la puerta.
Donde estés, que te vaya bonito, Andy
jueves, marzo 22, 2007
Aviones y brujas volanderas
Renovarse o morir. Ésa es una de esas frases que dicen todo y nada dependiendo de quién y cómo las diga. Lo mío va siempre de renovación _es como una fijación_ a veces por necesidad y otras por gusto. De hecho, cuando me veo obligada a cambiar cosas viejas por nuevas procuro que me resulte un salto adelante aún cuando me duelan las costillas.
A lo largo de mi vida he ido renovando constantemente para poder sobrevivir y porque dudo que pudiese evitarlo. Los cambios me atraen. Ese “je ne sais quoi” que tiene la aventura, el no saber qué va a pasar, el vértigo de arriesgarse, me atrae como un imán con frecuencia.
He cambiado muchas veces de casa, de colegio, de ciudad, de amigos, de novios, de amantes, de coche, de hábitos, de costumbres, de paisajes. Cambiar de casa siempre me encantó, desde niña. Ahora me gusta menos, básicamente porque tengo que hacer la mudanza sola y eso es horrible. Pero despertarme en un entorno nuevo, abrir la ventana y no ver lo mismo de siempre… me gusta mucho. Conozco gente a la que le ocurre justo lo contrario: dejar una casa es un drama personal. No les envidio porque en este corto periplo vital cambiar es parte del camino y, ya puestos, tratemos de sufrir lo menos posible.
Estoy emocionalmente tranquila. Algunas veces llegan pequeñas bocanadas de aire fresco de ultramar que acarician el corazón y me recuerdan que las cosas bellas existen… aunque por supuesto, no son para mí. Pero existen y las he conocido y paladeado. Menos de lo que me gustaría, a qué negarlo, pero es para alegrarse, después de todo.
En otras ocasiones, alguien regala un poco de dulzura y te traspasa una pizca de su ilusión… aunque también sepas que no va a ser. Pero la ilusión es gratis y hay que llenarse los bolsillos de ella.
Pensando en los cambios, recuerdo que, cuando estaba casada, me preguntaba en silencio si todo lo que la vida había de depararme era eso: levantarme con el mismo hombre al lado el resto de mi existencia, ir al mismo trabajo, sentir esa misma apatía. Afortunadamente, con golpes y todo, la respuesta era que no.
Hay días en los que, sin saber por qué, no puedes quitarte algo o alguien de la cabeza. Es una sinrazón, algo intangible, que se escapa a mi proverbial sentido común.
Hoy me gustaría poder cambiar la experiencia y ser más crédula. Soñar con cosas bellas que seguro van a ocurrir y ser menos estremecedoramente realista.
Hoy me gustaría poder cambiar de destino, elegir otro avión, otro aeropuerto y encontrarte de nuevo. Aún con la misma fugacidad.
Hoy, a sabiendas de que nunca será y sin haberte tenido jamás, te echo de menos.
A ti, mi Avión Plateado.
A lo largo de mi vida he ido renovando constantemente para poder sobrevivir y porque dudo que pudiese evitarlo. Los cambios me atraen. Ese “je ne sais quoi” que tiene la aventura, el no saber qué va a pasar, el vértigo de arriesgarse, me atrae como un imán con frecuencia.
He cambiado muchas veces de casa, de colegio, de ciudad, de amigos, de novios, de amantes, de coche, de hábitos, de costumbres, de paisajes. Cambiar de casa siempre me encantó, desde niña. Ahora me gusta menos, básicamente porque tengo que hacer la mudanza sola y eso es horrible. Pero despertarme en un entorno nuevo, abrir la ventana y no ver lo mismo de siempre… me gusta mucho. Conozco gente a la que le ocurre justo lo contrario: dejar una casa es un drama personal. No les envidio porque en este corto periplo vital cambiar es parte del camino y, ya puestos, tratemos de sufrir lo menos posible.
Estoy emocionalmente tranquila. Algunas veces llegan pequeñas bocanadas de aire fresco de ultramar que acarician el corazón y me recuerdan que las cosas bellas existen… aunque por supuesto, no son para mí. Pero existen y las he conocido y paladeado. Menos de lo que me gustaría, a qué negarlo, pero es para alegrarse, después de todo.
En otras ocasiones, alguien regala un poco de dulzura y te traspasa una pizca de su ilusión… aunque también sepas que no va a ser. Pero la ilusión es gratis y hay que llenarse los bolsillos de ella.
Pensando en los cambios, recuerdo que, cuando estaba casada, me preguntaba en silencio si todo lo que la vida había de depararme era eso: levantarme con el mismo hombre al lado el resto de mi existencia, ir al mismo trabajo, sentir esa misma apatía. Afortunadamente, con golpes y todo, la respuesta era que no.
Hay días en los que, sin saber por qué, no puedes quitarte algo o alguien de la cabeza. Es una sinrazón, algo intangible, que se escapa a mi proverbial sentido común.
Hoy me gustaría poder cambiar la experiencia y ser más crédula. Soñar con cosas bellas que seguro van a ocurrir y ser menos estremecedoramente realista.
Hoy me gustaría poder cambiar de destino, elegir otro avión, otro aeropuerto y encontrarte de nuevo. Aún con la misma fugacidad.
Hoy, a sabiendas de que nunca será y sin haberte tenido jamás, te echo de menos.
A ti, mi Avión Plateado.
miércoles, marzo 21, 2007
Pecado capital
Un dicho popular asegura que la envidia es el pecado capital de los españoles. Como buenos españoles, todos aseguramos que, concretamente, NOSOTROS no padecemos ese mal.
Viendo los años pasar una se hace o más amargada o más tolerante. En líneas generales, puedo presumir de ser más tolerante. En cualquier caso, también presumo de ser más sincera, sobre todo conmigo misma. Sin ir más lejos, en mi tertulia y buena comida de los martes _encuentro cultural norte-sur de lo más agradable e instructivo_, salió el asuntillo éste del pecadillo en cuestión.
Antes de que la vida me hiciese pasar la más larga travesía por el desierto que he recorrido hasta ahora, yo no era nada envidiosa. Pero NADA. De verdad. Me alegraba cuando a la gente le tocaba la lotería al personal en Navidad, si el mediocre de turno cobraba el doble que yo me indignaba un poquito pero me consolaba pensando en lo listísima que soy y si una titi tenía mejores trapos en su armario, siempre me quedaba el bienestar de saber que llevo la misma talla desde los quince años y no tengo que tirar la ropa. La moda es cíclica, siempre vuelve.
Pero ahora que soy mayorcita _a ver, que estoy hecha una chavalita pero con horas de vuelo_ y he pasado y me tocará pasar las mías ya no soy tan dulcemente inconsciente.
He reparado en que cada día soy más patriota, o sea, más envidiosa. Vamos, que hace años que me niego a ver a la gente celebrando que le ha tocado la lotería, por ejemplo. Cuando sale el abuelete con la vida solucionada diciendo que le va a poner un piso a tres nietos me pongo de muy mala leche. A ver por qué coño le toca a ése y no a mí, ¿¿¿Eh??? Yo tengo dos niños pequeñitos, un Gobierno que ni repara en las dificultades de la familia monoparental y todas las dificultades del mundo para conciliar vida laboral y pequeños roedores. Pues no, le toca al abuelo, con los “nietos-futuros-vagos” con pisito incluido, Me parece mal. No, mal, no. Fatal. Que no hay justicia en el mundo, leñe. Y no me engaño diciendo que es envidia sana. De sana, nada. La envidia es envidia y punto.
Lo mismo cuando veo a una niña pija con su cochazo, un buen partido y modelazos. O señora de pasta que, al cambio, viene a ser lo mismo. Antes pensaba: “Bueno, pero yo soy monilla, cualquier cosita me queda bien y ella es un lorito real”. Con el tiempo me he hecho más realista. Nadie me librará de convertirme en un lorito real salvo que tenga los dineros de la pija. Pero seré un loro sin dinero y sin poderme hacer un “arreglito” estético. Y aunque tenga un cuerpo muy aparente no podré enfundarlo en modelazos de corte perfecto que realzan hasta una pared. Duro pero realista.
Pues eso. Ahora que me paso la vida en Barajas o en Gran Vía, me aburro de ver gente muy afortunada. Y me toca la moral. Luego, cómo no, hago repaso de todo lo que tengo que es poco, a qué negarlo, pero ya he tenido menos. Y me autosatisfago como si hiciese falta la masturbación mental para conformarse.
Lo dicho, Soy envidiosa. Me da envidia la Princess María Leti (no me vengáis con el drama de la hermana, yo no he dicho que espere una vida perfecta y de dramas tengo para un culebrón), me da envidia la churri del jefe que se puede pasear por el mundo por el morro a todo trapo, me da envidia la que tiene pareja porque entran dos sueldos en casa y no se tiene que volver loca como yo haciendo números que nunca salen.
Me da envidia, con escándalo y marido horroroso, Norma Duval porque está muy buena y forrada. Me dan envidia todos los que viajan en bussiness class y las mujeres de los ejecutivos que se pasan la vida fuera y las tienen como marquesas. Y es envidia porque hasta me sienta mal. Me revuelve el estómago.
Se salvan mis amigos, que para ellos todo lo mejor es poco y los niños sobra ya decirlo. Pero hasta ahí.
Y muchas cosas que me dejo. No podréis negar que, además de envidiosa, soy sincera, Muchos dirán que no envidian a nadie pero eso es ser poco honesto con uno mismo.
Lo dicho.
Soy una envidiosa. ¿Y qué?
Viendo los años pasar una se hace o más amargada o más tolerante. En líneas generales, puedo presumir de ser más tolerante. En cualquier caso, también presumo de ser más sincera, sobre todo conmigo misma. Sin ir más lejos, en mi tertulia y buena comida de los martes _encuentro cultural norte-sur de lo más agradable e instructivo_, salió el asuntillo éste del pecadillo en cuestión.
Antes de que la vida me hiciese pasar la más larga travesía por el desierto que he recorrido hasta ahora, yo no era nada envidiosa. Pero NADA. De verdad. Me alegraba cuando a la gente le tocaba la lotería al personal en Navidad, si el mediocre de turno cobraba el doble que yo me indignaba un poquito pero me consolaba pensando en lo listísima que soy y si una titi tenía mejores trapos en su armario, siempre me quedaba el bienestar de saber que llevo la misma talla desde los quince años y no tengo que tirar la ropa. La moda es cíclica, siempre vuelve.
Pero ahora que soy mayorcita _a ver, que estoy hecha una chavalita pero con horas de vuelo_ y he pasado y me tocará pasar las mías ya no soy tan dulcemente inconsciente.
He reparado en que cada día soy más patriota, o sea, más envidiosa. Vamos, que hace años que me niego a ver a la gente celebrando que le ha tocado la lotería, por ejemplo. Cuando sale el abuelete con la vida solucionada diciendo que le va a poner un piso a tres nietos me pongo de muy mala leche. A ver por qué coño le toca a ése y no a mí, ¿¿¿Eh??? Yo tengo dos niños pequeñitos, un Gobierno que ni repara en las dificultades de la familia monoparental y todas las dificultades del mundo para conciliar vida laboral y pequeños roedores. Pues no, le toca al abuelo, con los “nietos-futuros-vagos” con pisito incluido, Me parece mal. No, mal, no. Fatal. Que no hay justicia en el mundo, leñe. Y no me engaño diciendo que es envidia sana. De sana, nada. La envidia es envidia y punto.
Lo mismo cuando veo a una niña pija con su cochazo, un buen partido y modelazos. O señora de pasta que, al cambio, viene a ser lo mismo. Antes pensaba: “Bueno, pero yo soy monilla, cualquier cosita me queda bien y ella es un lorito real”. Con el tiempo me he hecho más realista. Nadie me librará de convertirme en un lorito real salvo que tenga los dineros de la pija. Pero seré un loro sin dinero y sin poderme hacer un “arreglito” estético. Y aunque tenga un cuerpo muy aparente no podré enfundarlo en modelazos de corte perfecto que realzan hasta una pared. Duro pero realista.
Pues eso. Ahora que me paso la vida en Barajas o en Gran Vía, me aburro de ver gente muy afortunada. Y me toca la moral. Luego, cómo no, hago repaso de todo lo que tengo que es poco, a qué negarlo, pero ya he tenido menos. Y me autosatisfago como si hiciese falta la masturbación mental para conformarse.
Lo dicho, Soy envidiosa. Me da envidia la Princess María Leti (no me vengáis con el drama de la hermana, yo no he dicho que espere una vida perfecta y de dramas tengo para un culebrón), me da envidia la churri del jefe que se puede pasear por el mundo por el morro a todo trapo, me da envidia la que tiene pareja porque entran dos sueldos en casa y no se tiene que volver loca como yo haciendo números que nunca salen.
Me da envidia, con escándalo y marido horroroso, Norma Duval porque está muy buena y forrada. Me dan envidia todos los que viajan en bussiness class y las mujeres de los ejecutivos que se pasan la vida fuera y las tienen como marquesas. Y es envidia porque hasta me sienta mal. Me revuelve el estómago.
Se salvan mis amigos, que para ellos todo lo mejor es poco y los niños sobra ya decirlo. Pero hasta ahí.
Y muchas cosas que me dejo. No podréis negar que, además de envidiosa, soy sincera, Muchos dirán que no envidian a nadie pero eso es ser poco honesto con uno mismo.
Lo dicho.
Soy una envidiosa. ¿Y qué?
lunes, marzo 19, 2007
Mariposas negras
Me encuentro comedidamente romántica. Digo comedidamente porque, con lo dura que está la calle, sentimentalismos, los justos.
Siento esa clase de desazón que creo que todos, en algún momento, sentimos en la boca del estómago y no sabemos a qué obedece.
Cuando a mí me ocurre, reviso el estado de mi estómago _vacío y hambriento en este momento_, el de mi cabeza y el de mi alma. Me gusta más hacer referencias al alma. Parece que restringimos el corazón al plano emocional hombre-mujer. El otro concepto es más amplio, más abstracto e impreciso, como yo misma.
Lo dicho, es como las mariposas en el estómago en sentido inverso. Cuando están aleteando, te sientes muy viva, muy ilusionada, aunque se viva desde la desconfianza. Mi desazón interna es de esas añejas, sin principio ni final. No tienen que ver con nada de lo que te ocurre. Más bien se refieren a lo que no está ocurriendo. A que sabes que existe un vacío y no tienes la menor idea de cómo llenarlo. Las mujeres _en general_ no tenemos ese mecanismo que los hombres _en general_ utilizan para abstraerse de esas sensaciones que están tan adentro y no sabemos canalizar ni identificar.
Los hombres se van de copas, ven fútbol, trabajan frenéticamente para no pensar. El vacío sigue ahí pero a ellos les agrada más no mirar mucho. Lo enquistan. Nosotras puede que miremos demasiado. O no.
De hecho, yo creo que la sensación de vacío viene de todas esas cosas que yo también procuro no mirar. Hay melancolías que se arrastran desde la infancia. No sabes en qué momento exacto te la rompieron pero sí es seguro que nunca volviste a ser la misma.
Se siguen cayendo números de mi agenda. Tras un año, me he armado de valor y he borrado mi número preferido. Con la limpieza han pasado al cubo de la basura algunos más que, bien no quiero volver a marcar, bien sé que no volverán a sonar. No sólo de hombres, ojo, que luego me tachan de sexista. Algunos regresan con el tiempo. Como mi ex no-novio, que me colma a sms o algún pájaro despistado que vuelve con el buen tiempo esperando retomar mi calor... Nadie sabe si recibirá calor o un jarro de agua fría. Ni siquiera yo misma. Me gusta ser imprevisible especialmente conmigo misma. Es lo más parecido que conozco a la libertad.
En líneas generales, estoy contenta. Me gusta el giro vital que estoy viviendo con la salvedad de la preocupación sobre cómo están los niños y cómo será todo cuando vengan. Sin embargo, miro dentro y sé que me falta algo. Lo peor no es que falte _al menos para mí_ sino no poder identificarlo.
Soy una mujer resolutiva. Si hay que ponerle remedio a algo, se le pone. Pero… ¿Qué ocurre cuando no sabes qué has de remediar?
¿Será verdad que no es posible estar en paz con uno mismo jamás? ¿O simplemente la primavera _qué epoca tan poco agradable para los cambios de humor_ me juega su mala pasada anual con la astenia propia de la estación?
¿Cuándo descubriré qué estoy buscando? O mejor aún…
¿Cuándo dejaré de buscar?
Siento esa clase de desazón que creo que todos, en algún momento, sentimos en la boca del estómago y no sabemos a qué obedece.
Cuando a mí me ocurre, reviso el estado de mi estómago _vacío y hambriento en este momento_, el de mi cabeza y el de mi alma. Me gusta más hacer referencias al alma. Parece que restringimos el corazón al plano emocional hombre-mujer. El otro concepto es más amplio, más abstracto e impreciso, como yo misma.
Lo dicho, es como las mariposas en el estómago en sentido inverso. Cuando están aleteando, te sientes muy viva, muy ilusionada, aunque se viva desde la desconfianza. Mi desazón interna es de esas añejas, sin principio ni final. No tienen que ver con nada de lo que te ocurre. Más bien se refieren a lo que no está ocurriendo. A que sabes que existe un vacío y no tienes la menor idea de cómo llenarlo. Las mujeres _en general_ no tenemos ese mecanismo que los hombres _en general_ utilizan para abstraerse de esas sensaciones que están tan adentro y no sabemos canalizar ni identificar.
Los hombres se van de copas, ven fútbol, trabajan frenéticamente para no pensar. El vacío sigue ahí pero a ellos les agrada más no mirar mucho. Lo enquistan. Nosotras puede que miremos demasiado. O no.
De hecho, yo creo que la sensación de vacío viene de todas esas cosas que yo también procuro no mirar. Hay melancolías que se arrastran desde la infancia. No sabes en qué momento exacto te la rompieron pero sí es seguro que nunca volviste a ser la misma.
Se siguen cayendo números de mi agenda. Tras un año, me he armado de valor y he borrado mi número preferido. Con la limpieza han pasado al cubo de la basura algunos más que, bien no quiero volver a marcar, bien sé que no volverán a sonar. No sólo de hombres, ojo, que luego me tachan de sexista. Algunos regresan con el tiempo. Como mi ex no-novio, que me colma a sms o algún pájaro despistado que vuelve con el buen tiempo esperando retomar mi calor... Nadie sabe si recibirá calor o un jarro de agua fría. Ni siquiera yo misma. Me gusta ser imprevisible especialmente conmigo misma. Es lo más parecido que conozco a la libertad.
En líneas generales, estoy contenta. Me gusta el giro vital que estoy viviendo con la salvedad de la preocupación sobre cómo están los niños y cómo será todo cuando vengan. Sin embargo, miro dentro y sé que me falta algo. Lo peor no es que falte _al menos para mí_ sino no poder identificarlo.
Soy una mujer resolutiva. Si hay que ponerle remedio a algo, se le pone. Pero… ¿Qué ocurre cuando no sabes qué has de remediar?
¿Será verdad que no es posible estar en paz con uno mismo jamás? ¿O simplemente la primavera _qué epoca tan poco agradable para los cambios de humor_ me juega su mala pasada anual con la astenia propia de la estación?
¿Cuándo descubriré qué estoy buscando? O mejor aún…
¿Cuándo dejaré de buscar?
viernes, marzo 16, 2007
Noches de Sol
Ya lo decía mi madre: “Noches alegres, mañanas tristes”. Hemos respetado escrupulosamente nuestra cita del jueves con la noche madrileña (bueno, con la tarde también hemos tenido un detalle puesto que las primeras cañas cayeron a las ocho…). Y, a pesar de mi lamentable aspecto a estas horas, estamos estupendas de la muerte mis compañeras zombies y yo.
Unimos al grupo al sureño antiestereotipos que se sumó en pro del “buen ambiente laboral”. Hay dos posibilidades: que lo haya pasado fantástico o que quedase hasta el último pelo de tanta mujer charlata y despellejadora. A la altura y hasta por encima, comos siempre, ya está fichado para que nos convirtamos en sus fans desatadas en su próximo concierto. No estoy muy segura de si le alegra o le va a dar mucha vergüenza (por lo ruidosas…) pero no le libra nadie. Es agradable conocer un andaluz que no está encendido con el flamenco y todo eso. Es que yo soy muy del norte para el tema musical. La diferencia cultural me puede.
Camiseta ajustadita, hombros al aire, un pantalón que me sobró toda la velada y los labios rojos, rojos, rojos. Un sistema tradicional (aún no he salido matadora de verdad porque voy directamente de la oficina pero, el primer sábado que me vista de mujer… ¡Tíembla Madrid!) pero que acostumbra a dar sus frutos.
Por lo demás, chicos guapos a patadas en la noche _¡de verdad, de verdad, muchos pero muchosss!_ divertidos y nada plastas. Aquí la cosa es diferente. Los chicos bailan, charlan, buscan buen rollito y, cuando te vas, te dan las gracias por haberles salvado la noche y lo simpatiquísima que eres tú y tus amigas. No es necesario (salvo excepciones, claro) quitárselos de encima a gorrazos y, algunos como un borrachín graciosísimo que nos encontramos, nos colmó de abrazos y buenos deseos. Una encantadora criatura de visita por la capital nos echaba 21 a todas (casualmente los que tenía él) y yo me sentía una chica muy mala, mala. ¡Vamos, como a mí me gusta!
Me tocará hoy dormir una buena siesta que tengo fiesta de cumpleaños de noche, juerga el sábado y nuevo cumple el domingo. Me da que no voy a descansar gran cosa, al menos físicamente, pero si no fuese por estos ratos…
Mi aspecto matutino es acorde con las tres horas de sueño tras baile y alcohol a más no poder. Me quedado dormida _¡maldito móvil del diablo!_ . Hemos filosofado sobre todo lo divino y lo humano y resulta que el conflicto hombre-mujer es básicamente el mismo, al menos en la península. Menos mal que ya tengo callo para jefes, adversidad e inmaduros emocionales y ya me resbala literalmente el asuntillo.
Por último, he padecido un sueño horroroso donde no llegaba a recoger a mis hijos al colegio y no encontraba la manera de darles todo el tiempo necesario. Las preocupaciones del día a día que se hacen dueñas del área lunar.
Ahora, a trabajar, desayunar y seguir caminando.
Hacia donde sea
Unimos al grupo al sureño antiestereotipos que se sumó en pro del “buen ambiente laboral”. Hay dos posibilidades: que lo haya pasado fantástico o que quedase hasta el último pelo de tanta mujer charlata y despellejadora. A la altura y hasta por encima, comos siempre, ya está fichado para que nos convirtamos en sus fans desatadas en su próximo concierto. No estoy muy segura de si le alegra o le va a dar mucha vergüenza (por lo ruidosas…) pero no le libra nadie. Es agradable conocer un andaluz que no está encendido con el flamenco y todo eso. Es que yo soy muy del norte para el tema musical. La diferencia cultural me puede.
Camiseta ajustadita, hombros al aire, un pantalón que me sobró toda la velada y los labios rojos, rojos, rojos. Un sistema tradicional (aún no he salido matadora de verdad porque voy directamente de la oficina pero, el primer sábado que me vista de mujer… ¡Tíembla Madrid!) pero que acostumbra a dar sus frutos.
Por lo demás, chicos guapos a patadas en la noche _¡de verdad, de verdad, muchos pero muchosss!_ divertidos y nada plastas. Aquí la cosa es diferente. Los chicos bailan, charlan, buscan buen rollito y, cuando te vas, te dan las gracias por haberles salvado la noche y lo simpatiquísima que eres tú y tus amigas. No es necesario (salvo excepciones, claro) quitárselos de encima a gorrazos y, algunos como un borrachín graciosísimo que nos encontramos, nos colmó de abrazos y buenos deseos. Una encantadora criatura de visita por la capital nos echaba 21 a todas (casualmente los que tenía él) y yo me sentía una chica muy mala, mala. ¡Vamos, como a mí me gusta!
Me tocará hoy dormir una buena siesta que tengo fiesta de cumpleaños de noche, juerga el sábado y nuevo cumple el domingo. Me da que no voy a descansar gran cosa, al menos físicamente, pero si no fuese por estos ratos…
Mi aspecto matutino es acorde con las tres horas de sueño tras baile y alcohol a más no poder. Me quedado dormida _¡maldito móvil del diablo!_ . Hemos filosofado sobre todo lo divino y lo humano y resulta que el conflicto hombre-mujer es básicamente el mismo, al menos en la península. Menos mal que ya tengo callo para jefes, adversidad e inmaduros emocionales y ya me resbala literalmente el asuntillo.
Por último, he padecido un sueño horroroso donde no llegaba a recoger a mis hijos al colegio y no encontraba la manera de darles todo el tiempo necesario. Las preocupaciones del día a día que se hacen dueñas del área lunar.
Ahora, a trabajar, desayunar y seguir caminando.
Hacia donde sea
miércoles, marzo 14, 2007
Noto que se abate ese espíritu que fui
Un día relajado, sí señor. He rebautizado a mi móvil con el nombre de mi jefe porque es, sin ninguna duda, el que más me llama en cualquier momento y lugar. Ahora, cuando suena ya no digo: “Pásame el móvil”. No, ahora es: “Pásame a P.” Y no fallo. Controladísimo.
He tenido tiempo de poner en marcha un proyecto que me han encargado pero que la hiperactividad de mi superior me impedía desarrollar. Hace una tarde hermosa y barajo la posibilidad de salir y pillar un trocito de sol. No está mal.
Alguien escucha a mi alrededor a Manolo García, en sus tiempos de El Último de la Fila. Yo soy una fan incondicional de él y su mensaje. Me retrotrae a años pasados, a recuerdos muy lejanos no sólo por la distancia temporal sino por la emocional.
He compartido los conciertos con mi mejor amigo con una ilusión desbordante. Recuerdo que diluviaba en las previas de una de sus actuaciones y me fui, bajo un temporal de cuidado, a llevarle huevos a Santa Clara para asegurarme de que no se suspendía. Arrolló hasta la hora de comer y, después… el Dios de la Lluvia nos respetó. Porque en Galicia no creemos en las meigas pero… haberlas, haylas.
Mi ex también es fan de Manolo García y compartimos muchos momentos de nuestra vida con su discografía. Hoy camino en solitario y, de vez en cuando, a mi alrededor suena esa voz y vuelvo a dar un salto al pasado más neblinoso.
Y de todas sus letras hago un amasijo de mi vida. Me fascina una muy antigua: Los ángeles no tienen hélices. Hay un momento en que señala: “A veces te busco y sólo quiero sexo. Y tú me dices que no somos felices…”.
Esa inquietante disyuntiva entre la pasión, el sexo, el amor _que tal vez nunca existió_ resume muchos de nuestros tradicionales prejuicios a la hora de sentir libremente. Aunque no queramos, le ponemos etiquetas. Es amor, es sexo, es pasión, no es… Nos empeñamos en darle forma de palabra a lo intangible, a ese calor infernal, a ese instinto que nos arrastra… Puede que para evitar que nos arrastre. Siempre pretendiendo ponerle diques al mar.
No encontramos a ese ser que nos vaya Como la cabeza al sombrero, seguimos sintiendo que lo único que tenemos, al final, es Arena en los bolsillos. Dejamos pasar hermosos Aviones plateados, vemos como cuando La pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana pero seguimos sin renunciar al Llanto de pasión y a soñar con la Insurrección.
Aún me pregunto Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité, pero ya no me importa que no estés.
Yo sólo espero que algún día alguien sienta que Canta por mí y que me vea como la bruja volandera de mirada negra que soy y a quien siente deseos de decirle: “Tú me sobrevuelas”.
Mientras, Noto que se abate ese espíritu que fui…
He tenido tiempo de poner en marcha un proyecto que me han encargado pero que la hiperactividad de mi superior me impedía desarrollar. Hace una tarde hermosa y barajo la posibilidad de salir y pillar un trocito de sol. No está mal.
Alguien escucha a mi alrededor a Manolo García, en sus tiempos de El Último de la Fila. Yo soy una fan incondicional de él y su mensaje. Me retrotrae a años pasados, a recuerdos muy lejanos no sólo por la distancia temporal sino por la emocional.
He compartido los conciertos con mi mejor amigo con una ilusión desbordante. Recuerdo que diluviaba en las previas de una de sus actuaciones y me fui, bajo un temporal de cuidado, a llevarle huevos a Santa Clara para asegurarme de que no se suspendía. Arrolló hasta la hora de comer y, después… el Dios de la Lluvia nos respetó. Porque en Galicia no creemos en las meigas pero… haberlas, haylas.
Mi ex también es fan de Manolo García y compartimos muchos momentos de nuestra vida con su discografía. Hoy camino en solitario y, de vez en cuando, a mi alrededor suena esa voz y vuelvo a dar un salto al pasado más neblinoso.
Y de todas sus letras hago un amasijo de mi vida. Me fascina una muy antigua: Los ángeles no tienen hélices. Hay un momento en que señala: “A veces te busco y sólo quiero sexo. Y tú me dices que no somos felices…”.
Esa inquietante disyuntiva entre la pasión, el sexo, el amor _que tal vez nunca existió_ resume muchos de nuestros tradicionales prejuicios a la hora de sentir libremente. Aunque no queramos, le ponemos etiquetas. Es amor, es sexo, es pasión, no es… Nos empeñamos en darle forma de palabra a lo intangible, a ese calor infernal, a ese instinto que nos arrastra… Puede que para evitar que nos arrastre. Siempre pretendiendo ponerle diques al mar.
No encontramos a ese ser que nos vaya Como la cabeza al sombrero, seguimos sintiendo que lo único que tenemos, al final, es Arena en los bolsillos. Dejamos pasar hermosos Aviones plateados, vemos como cuando La pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana pero seguimos sin renunciar al Llanto de pasión y a soñar con la Insurrección.
Aún me pregunto Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité, pero ya no me importa que no estés.
Yo sólo espero que algún día alguien sienta que Canta por mí y que me vea como la bruja volandera de mirada negra que soy y a quien siente deseos de decirle: “Tú me sobrevuelas”.
Mientras, Noto que se abate ese espíritu que fui…
Locuras de la vida laboral
Estoy deslomada. Felizmente deslomada, eso sí, porque tengo trabajo. Otra cosa es mi megaestresante jefe, que es buena gente pero está como una moto. Afortunadamente para mí, una buena compañera me alienta cuando ve que está más antipático porque a ella le tocó aguantarlo años y me dice que no deje que me afecte a mí. Y en eso estamos.
Esta vida nómada resulta fatigosa, hay que reconocerlo. Si no fuese por los buenos ratos con algunas personas de por aquí todo sería trabajo y más trabajo. Y eso que a mí me gusta trabajar pero saber llevar a mi jefe tiene truco. De momento, no me ha echado (fuera, porque bronca ya me ha zampado una…) y sigo al pie del cañón.
Es curioso cómo uno retoma la vida laboral. La semana pasada me desperté atacada de los nervios porque el reloj ponía que eran las nueve y cuarto y yo seguía en cama. No me duché, empecé a correr como una loca mientras miraba compulsivamente el reloj sin entender nada. Pensaba: “¡Qué horror, qué horror, llegaré muy tarde y, encima, tengo la sensación de no haber dormido nada!”. Y vuelta a mirar el reloj pero sin ser capaz de coordinar las ideas.
Ya estoy vestida de arriba abajo, dispuesta casi a salir (me faltaba el abrigo) y, cuando me agacho a coger algo en el cajón, veo el reloj despertador que me prestó M. que pone: 3.30.¡ LAS TRES Y MEDIA DE LA MAÑANA! O sea, que yo no hacía más que mirar el reloj y lo que ocurría es que las manecillas estaban AL REVÉS. Vamos, que ponía las tres y cuarto y yo miraba las tres como si fuesen las nueve. No espero que lo entendáis. Estaba catatónica. ¿Eso se llama estrés o locura? ¿O cosas de Ninfa?
Heme aquí desvistiéndome para volver a la cama _esta parte fue bastante feliz, la verdad_ y tratando de no pensar en la situación en que me hubiese visto cuando saliese a la calle y viese que era de noche… Bueno, me libré.
Eso sí, sufro mucho preparando los viajes estupendos para mi jefe y su nueva novia. Padezco una envidia malsana. De verdad. Una cosa es que uno no pueda disfrutar de las bonanzas del dinero y otra es pasarse el día preparándoselas a los demás. Es espantoso, lo digo de verdad. Viajecitos, hoteles, lujos, ella acoplada a todos los viajes de negocios por la cara… Y yo aquí, sin tener la menor esperanza de tener una vida ni remotamente parecida. No somos nada.
No me voy a quejar. Lo mío es trabajar, echarme unas risas y hacer que mis niños tengan una vida mejor. Ya vendrán las liviandades _los lujos me temo que no_ y las preocupaciones.
Y alguna alegría para el cuerpo, que eso no se descarta nunca.
Esta vida nómada resulta fatigosa, hay que reconocerlo. Si no fuese por los buenos ratos con algunas personas de por aquí todo sería trabajo y más trabajo. Y eso que a mí me gusta trabajar pero saber llevar a mi jefe tiene truco. De momento, no me ha echado (fuera, porque bronca ya me ha zampado una…) y sigo al pie del cañón.
Es curioso cómo uno retoma la vida laboral. La semana pasada me desperté atacada de los nervios porque el reloj ponía que eran las nueve y cuarto y yo seguía en cama. No me duché, empecé a correr como una loca mientras miraba compulsivamente el reloj sin entender nada. Pensaba: “¡Qué horror, qué horror, llegaré muy tarde y, encima, tengo la sensación de no haber dormido nada!”. Y vuelta a mirar el reloj pero sin ser capaz de coordinar las ideas.
Ya estoy vestida de arriba abajo, dispuesta casi a salir (me faltaba el abrigo) y, cuando me agacho a coger algo en el cajón, veo el reloj despertador que me prestó M. que pone: 3.30.¡ LAS TRES Y MEDIA DE LA MAÑANA! O sea, que yo no hacía más que mirar el reloj y lo que ocurría es que las manecillas estaban AL REVÉS. Vamos, que ponía las tres y cuarto y yo miraba las tres como si fuesen las nueve. No espero que lo entendáis. Estaba catatónica. ¿Eso se llama estrés o locura? ¿O cosas de Ninfa?
Heme aquí desvistiéndome para volver a la cama _esta parte fue bastante feliz, la verdad_ y tratando de no pensar en la situación en que me hubiese visto cuando saliese a la calle y viese que era de noche… Bueno, me libré.
Eso sí, sufro mucho preparando los viajes estupendos para mi jefe y su nueva novia. Padezco una envidia malsana. De verdad. Una cosa es que uno no pueda disfrutar de las bonanzas del dinero y otra es pasarse el día preparándoselas a los demás. Es espantoso, lo digo de verdad. Viajecitos, hoteles, lujos, ella acoplada a todos los viajes de negocios por la cara… Y yo aquí, sin tener la menor esperanza de tener una vida ni remotamente parecida. No somos nada.
No me voy a quejar. Lo mío es trabajar, echarme unas risas y hacer que mis niños tengan una vida mejor. Ya vendrán las liviandades _los lujos me temo que no_ y las preocupaciones.
Y alguna alegría para el cuerpo, que eso no se descarta nunca.
sábado, marzo 10, 2007
¡Hay que vivir!
El pasado lunes coincidí en el aeropuerto y el mismo avión con un ex novio de la más tierna juventud. Veintidós añitos teníamos cuando estuvimos juntos. Hace mucho, claro. Trabaja también en Madrid y va y viene todos los fines de semana, como yo. Me preguntó qué tal mi marido y, cuando maticé "ex marido", hizo el clásico comentario de rigor: "¿Y qué tal lo lleváis?" A lo que yo respondí: "¡Pues yo estoy encantá!". Se rió mucho y repitió mis palabras. Quien me conoce ya sabe que tengo un estilo peculiar de decir estas cosas, con un aire entre chulesco y andaluz adoptivo del norte. Pero no por eso son menos verdad.
Él está casado y, por una amiga común, supe en su día que a su mujer le habían detectado un tumor maligno durante el embarazo. Salió adelante _de momento_ porque, como señaló el propio M. (mi ex novio), estas cosas pueden reaparecer cualquier día, a lo que apostilló: "¡Hay que vivir!".
Y sí, hay que vivir. Me salió del alma lo de que estoy "encantá" (no me lo he pasado tan bien en mi vida como desde que me separé...) y me hizo pensar el reencontrarle. Uno se detiene a pensar cómo alguien que te gustó tanto _fue una relación corta pero muy apasionada, propia de la edad, y que terminó abruptamente_ puede dejarte tan sumamente indiferente, a nivel atracción.
Supongo que él tendría la misma sensación. Yo iba hecha un asco. Levantada a las cinco de la mañana, sin maquillaje, ojerosa y con una coleta. Y, aunque el tiempo me perdona la vida por ahora, puedo dar mucha mejor imagen, las cosas como son. Con el paso de los años, la mayoría de los hombres que he conocido se los cargan más bien en kilos y/o arrugas. Éste está un poco más gordo _tampoco mucho_ pero las facciones más embotadas. Era muy guapo. Moreno, alto, ojos verdes preciosos. Sin embargo, el embotamiento hace que se le vean menos los ojos y más la papada.
Lo que no puedo ver es nada de la luz y las mariposas que, durante mucho tiempo, me producía encontrármelo. Tal vez nos hemos hecho mayores en el mejor sentido de la palabra. Le vi centrado, un hombre. Siempre me pareció disperso en materia de mujeres y bastante golfo, la verdad. No creo que su santa se haya librado de unos buenos cuernos antes de la enfermedad pero puede ser que este susto le haya hecho sentar la cabeza.
Yo también estoy muy centrada. O sea, dispersa en materia de hombres pero a conciencia y con mucha diversión. Porque sí, señores, hay que vivir. Y a mí me motiva vivir intensamente. Me miro y me pregunto dónde están todos los años que he cumplido. Porque sigo encontrándome como una veinteañera, con ganas de fiesta, alegría de vivir y un puntito de dulce locura. La diferencia es que soy consciente de todo ello y cada paso que doy, aunque sea una simple aventura, está meditado y claro.
Procuro ser coherente conmigo misma y no arrepentirme de nada. Nunca lo hago, de hecho. No por la frase famosa sino porque no veo el menor beneficio en mortificarme por mis "errores" o como quiera que se les deba llamar. Cuando me divierto, la gozo. Cuando sufro, asumo mi parte de responsabilidad _que no de culpa_ o me autocompadezco un ratito hasta sentirme bien. Cuando lucho, lo hago a brazo partido y sin pararme en barras.
Sólo me falta no estar tan a la defensiva pero he de admitir que esa parte de evolución camina en sentido inverso. No soy muy diferente a nadie en este sentido. "No me fío", como dice la canción de Luis Miguel. No creo estar haciendo mal pero también soy consciente de que una parte de mí _que no por oculta es menos hermosa_ se pierde escondida a los ojos del exterior.
De todos modos, no podemos ser tan autoexigentes. No tengo por qué ser estupenda de la muerte en todo _no lo soy en casi nada pero me doy mucha coba a mí misma, que anima mucho_ ni mostrarme a cualquiera. A veces, siento pena de no estar a la vista en mi totalidad. Otras, las más, considero que hago lo correcto.
En cualquier caso, sigo aprendiendo, creciendo, esperando, observando.
Y, la mayor parte del tiempo, lo hago ¡"Encantá"!
Él está casado y, por una amiga común, supe en su día que a su mujer le habían detectado un tumor maligno durante el embarazo. Salió adelante _de momento_ porque, como señaló el propio M. (mi ex novio), estas cosas pueden reaparecer cualquier día, a lo que apostilló: "¡Hay que vivir!".
Y sí, hay que vivir. Me salió del alma lo de que estoy "encantá" (no me lo he pasado tan bien en mi vida como desde que me separé...) y me hizo pensar el reencontrarle. Uno se detiene a pensar cómo alguien que te gustó tanto _fue una relación corta pero muy apasionada, propia de la edad, y que terminó abruptamente_ puede dejarte tan sumamente indiferente, a nivel atracción.
Supongo que él tendría la misma sensación. Yo iba hecha un asco. Levantada a las cinco de la mañana, sin maquillaje, ojerosa y con una coleta. Y, aunque el tiempo me perdona la vida por ahora, puedo dar mucha mejor imagen, las cosas como son. Con el paso de los años, la mayoría de los hombres que he conocido se los cargan más bien en kilos y/o arrugas. Éste está un poco más gordo _tampoco mucho_ pero las facciones más embotadas. Era muy guapo. Moreno, alto, ojos verdes preciosos. Sin embargo, el embotamiento hace que se le vean menos los ojos y más la papada.
Lo que no puedo ver es nada de la luz y las mariposas que, durante mucho tiempo, me producía encontrármelo. Tal vez nos hemos hecho mayores en el mejor sentido de la palabra. Le vi centrado, un hombre. Siempre me pareció disperso en materia de mujeres y bastante golfo, la verdad. No creo que su santa se haya librado de unos buenos cuernos antes de la enfermedad pero puede ser que este susto le haya hecho sentar la cabeza.
Yo también estoy muy centrada. O sea, dispersa en materia de hombres pero a conciencia y con mucha diversión. Porque sí, señores, hay que vivir. Y a mí me motiva vivir intensamente. Me miro y me pregunto dónde están todos los años que he cumplido. Porque sigo encontrándome como una veinteañera, con ganas de fiesta, alegría de vivir y un puntito de dulce locura. La diferencia es que soy consciente de todo ello y cada paso que doy, aunque sea una simple aventura, está meditado y claro.
Procuro ser coherente conmigo misma y no arrepentirme de nada. Nunca lo hago, de hecho. No por la frase famosa sino porque no veo el menor beneficio en mortificarme por mis "errores" o como quiera que se les deba llamar. Cuando me divierto, la gozo. Cuando sufro, asumo mi parte de responsabilidad _que no de culpa_ o me autocompadezco un ratito hasta sentirme bien. Cuando lucho, lo hago a brazo partido y sin pararme en barras.
Sólo me falta no estar tan a la defensiva pero he de admitir que esa parte de evolución camina en sentido inverso. No soy muy diferente a nadie en este sentido. "No me fío", como dice la canción de Luis Miguel. No creo estar haciendo mal pero también soy consciente de que una parte de mí _que no por oculta es menos hermosa_ se pierde escondida a los ojos del exterior.
De todos modos, no podemos ser tan autoexigentes. No tengo por qué ser estupenda de la muerte en todo _no lo soy en casi nada pero me doy mucha coba a mí misma, que anima mucho_ ni mostrarme a cualquiera. A veces, siento pena de no estar a la vista en mi totalidad. Otras, las más, considero que hago lo correcto.
En cualquier caso, sigo aprendiendo, creciendo, esperando, observando.
Y, la mayor parte del tiempo, lo hago ¡"Encantá"!
viernes, marzo 09, 2007
Tiburones y coyotes
La ilusión se alimenta _la mayoría de las veces_ de las cosas más pequeñas. Tuve la fortuna de disfrutar de ella con la visita de un querido amigo de mi tierra en el centro de Madrid.
Es curioso, encontrarte a tu gente en un ambiente al que no pertenecen y en el que no los ubico, produce un especial regocijo. La tarde-noche era agradable. Me gusta pasear por el centro de Madrid iluminado, lleno de gente, en buena compañía. Ahora estoy en Santiago _esto es un poco de locos, cambio de escenario continuamente, menos mal que soy camaleónica_ aguardando el momento de prodigarme un poco en nuestra noche medieval, hacer un poco más felices a mis niños y a mí misma rodeada de lo que quiero y me quieren.
He de reconocer que es fatigoso también. Ahora mismo, en Madrid puedo hacer vida de soltera, trabajar sin preocuparme por la hora de llegada, salir con las chicas de la oficina y paladear algo de la vertiente más dulce del Foro. Los fines de semana, agitados pero entretenidos. Descanso poco o nada, la verdad. Sin embargo, cuando los niños vengan a Madrid todo será más difícil. En cualquier caso, aplico mi habitual filosofía de vivir el momento. Disfruto del actual y ya me las arreglaré para que el siguiente paso sea lo más gratificante posible.
Hace unos días alguien diferente (por especial, por inteligente, por buena gente) me comentaba _hablando de relaciones, cómo no_ que mi visión de las mismas era como la vida del tiburón. Yo opino que las relaciones hombre-mujer (ya sabemos que queda feo decir novios, parejas, blablabla...) no pueden permanecer en "stand by" nunca mucho tiempo. Llega un momento en que, si se estancan han de dar un paso adelante o atrás. Es decir, o ganan y evolucionan o mueren. Yo nunca me quedo esperando mucho tiempo a ver qué pasa. No tengo paciencia para eso.
Me cuenta mi galán de la zona de los Austrias que los tiburones han de estar en permanente movimiento toda su vida. Jamás se paran. Cuando lo hacen es para morir. Eso es exactamente como yo veo la relaciones sentimentales. En realidad, todo lo veo así. No permanezco sentada en el andén de ninguna estación el tiempo suficiente para encariñarme con ningún tren de mentira. No me gusta detenerme para no hacer nada productivo. Y creo que las relaciones que no crecen no son más que episodios sin importancia.
Me cuenta también que debemos ser como el Coyote del Correcaminos. Siempre intentando cazarle aunque sea una utopía, sin desfallecer. Es una gran verdad. En eso consiste la vida. En seguir sin detenerse por nada ni por nadie, porque se nos escurre entre los dedos y es un regalo demasiado valioso para perder el más mínimo segundo en causas perdidas. Seguimos corriendo con destino a ninguna parte pero disfrutando todo el tiempo de la adrenalina de la carrera, del riesgo, de la emoción, hasta de los tropiezos.
Y en eso estamos todos. ¡Bip-bip!
Es curioso, encontrarte a tu gente en un ambiente al que no pertenecen y en el que no los ubico, produce un especial regocijo. La tarde-noche era agradable. Me gusta pasear por el centro de Madrid iluminado, lleno de gente, en buena compañía. Ahora estoy en Santiago _esto es un poco de locos, cambio de escenario continuamente, menos mal que soy camaleónica_ aguardando el momento de prodigarme un poco en nuestra noche medieval, hacer un poco más felices a mis niños y a mí misma rodeada de lo que quiero y me quieren.
He de reconocer que es fatigoso también. Ahora mismo, en Madrid puedo hacer vida de soltera, trabajar sin preocuparme por la hora de llegada, salir con las chicas de la oficina y paladear algo de la vertiente más dulce del Foro. Los fines de semana, agitados pero entretenidos. Descanso poco o nada, la verdad. Sin embargo, cuando los niños vengan a Madrid todo será más difícil. En cualquier caso, aplico mi habitual filosofía de vivir el momento. Disfruto del actual y ya me las arreglaré para que el siguiente paso sea lo más gratificante posible.
Hace unos días alguien diferente (por especial, por inteligente, por buena gente) me comentaba _hablando de relaciones, cómo no_ que mi visión de las mismas era como la vida del tiburón. Yo opino que las relaciones hombre-mujer (ya sabemos que queda feo decir novios, parejas, blablabla...) no pueden permanecer en "stand by" nunca mucho tiempo. Llega un momento en que, si se estancan han de dar un paso adelante o atrás. Es decir, o ganan y evolucionan o mueren. Yo nunca me quedo esperando mucho tiempo a ver qué pasa. No tengo paciencia para eso.
Me cuenta mi galán de la zona de los Austrias que los tiburones han de estar en permanente movimiento toda su vida. Jamás se paran. Cuando lo hacen es para morir. Eso es exactamente como yo veo la relaciones sentimentales. En realidad, todo lo veo así. No permanezco sentada en el andén de ninguna estación el tiempo suficiente para encariñarme con ningún tren de mentira. No me gusta detenerme para no hacer nada productivo. Y creo que las relaciones que no crecen no son más que episodios sin importancia.
Me cuenta también que debemos ser como el Coyote del Correcaminos. Siempre intentando cazarle aunque sea una utopía, sin desfallecer. Es una gran verdad. En eso consiste la vida. En seguir sin detenerse por nada ni por nadie, porque se nos escurre entre los dedos y es un regalo demasiado valioso para perder el más mínimo segundo en causas perdidas. Seguimos corriendo con destino a ninguna parte pero disfrutando todo el tiempo de la adrenalina de la carrera, del riesgo, de la emoción, hasta de los tropiezos.
Y en eso estamos todos. ¡Bip-bip!
miércoles, marzo 07, 2007
¿Ave fénix?
Pues ya soy una esclava del capitalismo en toda regla. No tengo ni tiempo, durante la jornada laboral, ni fuerzas, al llegar a casa, para escribir. Así que me he tomado un ratillo post-comida en la cocinita del currito para dejar que algunos pensamientos circulen por mis dedos hasta las teclas.
Sigo reorganizando mi vida a efectos de vivienda, de ver a mi gente, de conocer a los nuevos actores de mi escenario. Continúo, como siempre, estudiando al género humano, esa especie tan peculiar, vulgar y apasionante a un tiempo. Tal vez debería haber sido socióloga. Le sacaría partido a esta curiosidad por estudiar a los animalitos sociales.
Vivo un poco a contrarreloj pero eso tampoco ha sido un gran problema para mí, en general. Me equivoco en el metro de vez en cuando _no hay que perder las buenas costumbres_, tengo una cita fascinante alternando con los mismímos Austrias una vez por semana y a diario fijo mi vista en esta amalgama de personas de todos los colores que conforman el nuevo Madrid. Sigo en mi empeño de disfrutar de todo porque las cosas malas vienen solas. Y se va logrando.
A caballo entre Galicia _de donde tengo la sensación de no haber salido cada vez que vuelo_ y un Madrid en el que, básicamente, trabajo pero en el que me encuentro cómoda. Soy muy urbanita. Para mí sería mucho más duro vivir en un pueblo pequeño o una semiciudad aún más pequeña que Santiago. Si ha de haber cambios, que sea a lo grande.
Y, a veces, me hago las grandes preguntas: ¿Será verdad que aquí se está solo aunque rodeado de gente pase el tiempo que pase? ¿Conoceré a alguien especial? ¿Resistiré el tirón y lograré afirmarme en este lugar? ¿Tendrán mis pequeños roedores aquí un lugar donde crecer a todos los efectos?
Hace mucho tiempo que no hago planes mucho más allá de una semana. En ninguna esfera. Ni emocional, ni laboral, ni de ocio. Vivo al día. Lo aprendí con muchas cosas pero, especialmente, con la muerte de mi hermano. Le recordaba ayer y me recordaba a mí misma en otras etapas _mucho más duras que la actual_. Parece que he sobrevivido.
He tirado del carro sin derrumbarme demasiado, no me he convertido en una amargada, cada día soy más vital. No tengo arrugas en el alma ni en la piel. Soy una versión mejorada de mis 20 años.
Hasta hace un tiempo, aunque extrovertida, cuando conocía a la gente era muy vergonzosa para iniciar una conversación, una relación o lo que fuese. Ayer, precisamente, conversaba con mi joya de la zona palaciega y él me preguntaba qué había hecho que eliminase esa barrera. Nunca me había detenido a pensarlo.
La adversidad puede hacerte crecer, especialmente, cuando no hay elección. Me sacudí los complejos _ahora me llaman sobrada pero no importa porque voy sobrada_, no suelto la ironía para absolutamente nada y atajo cualquier tipo de timidez como si fuese una valla a saltar. Y, con cada salto, me siento más arriba.
No tengo ni idea de cómo será mi vida a medio plazo y no soy ninguna niña. No me preocupa que los años pasen y continuar sola. De hecho, creo que ya no me lo imagino de otra manera. Con mis aventuras, más o menos largas, pero sin sentir la necesidad de compartir una casa con ningún hombre. Y es bueno.
He de reconocer que las pocas veces que echo de menos a un hombre es de noche. De día es que ni me planteo que me haga falta absolutamente para nada. No es así con los amigos. Sin ellos y mis niños todo esto no tendría el menor sentido. Si los primeros me hubiesen faltado a lo largo de estos últimos cuatro años hubiese desfallecido, seguro. De los niños, huelga decir nada. La naturaleza es muy sabia. Nos hace resistir lo que sea con tal de preservar el bien de nuestra prole por encima de lo que sea.
A veces me asusta este giro vital. Me he pasado tanto tiempo al fondo, me he acostumbrado a que las cosas saliesen tan mal que, de pronto, temo despertarme. Porque llega un momento en que realmente crees que no saldrás del hoyo. Y no puedo evitar pensar en todas esas personas que, tal vez, nunca puedan hacerlo. No es que yo esté a salvo (ni mucho menos) pero está claro que mi complejo de ave fénix me ha abastecido de una resistencia o fuerza _porque he de admitir que había perdido la fe_ que me ha mantenido a flote, por decirlo de alguna manera.
Así que ahora que, de momento (síii, gallega, desconfiada, escaldada), me toca celebrar que el cuento ése del santo Job igual resulta que era cierto. Y yo, que he sido la impaciencia personificada he hecho de la capacidad de esperar mi bandera. Y las cosas cambiaron cuando correspondía pero el temor a que vuelvan a caerse está omnipresente.
En cualquier caso, la incertidumbre de vivir no se pierde nunca.
En ciertas cosas, afortunadamente.
Sigo reorganizando mi vida a efectos de vivienda, de ver a mi gente, de conocer a los nuevos actores de mi escenario. Continúo, como siempre, estudiando al género humano, esa especie tan peculiar, vulgar y apasionante a un tiempo. Tal vez debería haber sido socióloga. Le sacaría partido a esta curiosidad por estudiar a los animalitos sociales.
Vivo un poco a contrarreloj pero eso tampoco ha sido un gran problema para mí, en general. Me equivoco en el metro de vez en cuando _no hay que perder las buenas costumbres_, tengo una cita fascinante alternando con los mismímos Austrias una vez por semana y a diario fijo mi vista en esta amalgama de personas de todos los colores que conforman el nuevo Madrid. Sigo en mi empeño de disfrutar de todo porque las cosas malas vienen solas. Y se va logrando.
A caballo entre Galicia _de donde tengo la sensación de no haber salido cada vez que vuelo_ y un Madrid en el que, básicamente, trabajo pero en el que me encuentro cómoda. Soy muy urbanita. Para mí sería mucho más duro vivir en un pueblo pequeño o una semiciudad aún más pequeña que Santiago. Si ha de haber cambios, que sea a lo grande.
Y, a veces, me hago las grandes preguntas: ¿Será verdad que aquí se está solo aunque rodeado de gente pase el tiempo que pase? ¿Conoceré a alguien especial? ¿Resistiré el tirón y lograré afirmarme en este lugar? ¿Tendrán mis pequeños roedores aquí un lugar donde crecer a todos los efectos?
Hace mucho tiempo que no hago planes mucho más allá de una semana. En ninguna esfera. Ni emocional, ni laboral, ni de ocio. Vivo al día. Lo aprendí con muchas cosas pero, especialmente, con la muerte de mi hermano. Le recordaba ayer y me recordaba a mí misma en otras etapas _mucho más duras que la actual_. Parece que he sobrevivido.
He tirado del carro sin derrumbarme demasiado, no me he convertido en una amargada, cada día soy más vital. No tengo arrugas en el alma ni en la piel. Soy una versión mejorada de mis 20 años.
Hasta hace un tiempo, aunque extrovertida, cuando conocía a la gente era muy vergonzosa para iniciar una conversación, una relación o lo que fuese. Ayer, precisamente, conversaba con mi joya de la zona palaciega y él me preguntaba qué había hecho que eliminase esa barrera. Nunca me había detenido a pensarlo.
La adversidad puede hacerte crecer, especialmente, cuando no hay elección. Me sacudí los complejos _ahora me llaman sobrada pero no importa porque voy sobrada_, no suelto la ironía para absolutamente nada y atajo cualquier tipo de timidez como si fuese una valla a saltar. Y, con cada salto, me siento más arriba.
No tengo ni idea de cómo será mi vida a medio plazo y no soy ninguna niña. No me preocupa que los años pasen y continuar sola. De hecho, creo que ya no me lo imagino de otra manera. Con mis aventuras, más o menos largas, pero sin sentir la necesidad de compartir una casa con ningún hombre. Y es bueno.
He de reconocer que las pocas veces que echo de menos a un hombre es de noche. De día es que ni me planteo que me haga falta absolutamente para nada. No es así con los amigos. Sin ellos y mis niños todo esto no tendría el menor sentido. Si los primeros me hubiesen faltado a lo largo de estos últimos cuatro años hubiese desfallecido, seguro. De los niños, huelga decir nada. La naturaleza es muy sabia. Nos hace resistir lo que sea con tal de preservar el bien de nuestra prole por encima de lo que sea.
A veces me asusta este giro vital. Me he pasado tanto tiempo al fondo, me he acostumbrado a que las cosas saliesen tan mal que, de pronto, temo despertarme. Porque llega un momento en que realmente crees que no saldrás del hoyo. Y no puedo evitar pensar en todas esas personas que, tal vez, nunca puedan hacerlo. No es que yo esté a salvo (ni mucho menos) pero está claro que mi complejo de ave fénix me ha abastecido de una resistencia o fuerza _porque he de admitir que había perdido la fe_ que me ha mantenido a flote, por decirlo de alguna manera.
Así que ahora que, de momento (síii, gallega, desconfiada, escaldada), me toca celebrar que el cuento ése del santo Job igual resulta que era cierto. Y yo, que he sido la impaciencia personificada he hecho de la capacidad de esperar mi bandera. Y las cosas cambiaron cuando correspondía pero el temor a que vuelvan a caerse está omnipresente.
En cualquier caso, la incertidumbre de vivir no se pierde nunca.
En ciertas cosas, afortunadamente.
domingo, marzo 04, 2007
Retorno a la veintena
Qué contraste climático. Estoy de fin de semana fugaz y a toda vela en Compostela y el tiempo da ganas de llorar. Menos mal que estoy con mis pequeños roedores, a los que encuentro muy bien a pesar del cambio y eso reconforta mucho.
Son días curiosos. Mi ex no-novio sigue reaparecido en mi vida, me manda sms para quedar y no sé muy bien qué quiere. ¿Será que lleva un año viendo la porquería de mercado que, a su vez, también padecen los hombres y ha descubierto que soy la joya del Nilo? No sería el primer atontado que se arrepiente de haberme dejado pasar... También puede ser su película emocional de ser el amigo íntimo de las ex pero por eso mismo nos distanciamos en su día, por intentar saber más de lo que yo quería contar. No comento mi vida íntima con mis ex amantes y su síndrome de estar metido en mi vida no lo podía soportar.
Ahora me debato entre el morbo por saber qué diablos le pica y la pereza que me da revolver en el pasado. Hay que reconocer que es el mejor amante que he tenido _y que, desgraciadamente, probablemente tendré. A años luz de cualquier otro... ¡Ñam!_ pero, probablemente por eso, no tengo muchas ganas de verle. Es difícil que me diese la locura de tener relaciones con él de nuevo _cuando algo se termina, se termina, y no sirvo para ser la amiguita del polvo de cuando nos vemos_ y contarle mi vida en fascículos no me atrae mucho.
De todos modos, como soy tan chismosa y morbosa, si sigue insistiendo (me tiene alucinada) quedaré con él a ver qué le pasa.
Al hilo de mi ex no-novio veinteañero (29 para ser exactos) me viene a la mente mis últimas teorías sobre el tema de los machacantes/amiguitos o como se le quiera llamar. Después de una profunda reflexión, he determinado que retomo el ámbito veinteañero. Tras cotejar opiniones con algunas chicas en mi situación, hemos llegado a la conclusión de que son los mejores para nuestra salud física y mental.
No hay futuro con ellos, como con ningún otro, pero la calidad de sus servicios es manifiestamente mayor. Son mejores en la cama (muuucho mejores: más resistentes, más entregados, voluntariosos y sexualmente más activos), fuera de ella son más atentos, más cariñosos y se comen menos la cabeza. Están contigo la mar de contentos, te tratan como una reina y, aunque se acabe como todas las historias, siempre compensa.
Así que estoy en un tris de darle paso a un fichaje que es un cielete, y.. ¡A disfrutar de la juventud!
Eso sí,sin perder comba, que aquí no estamos para perder el tiempo.
He dicho.
Son días curiosos. Mi ex no-novio sigue reaparecido en mi vida, me manda sms para quedar y no sé muy bien qué quiere. ¿Será que lleva un año viendo la porquería de mercado que, a su vez, también padecen los hombres y ha descubierto que soy la joya del Nilo? No sería el primer atontado que se arrepiente de haberme dejado pasar... También puede ser su película emocional de ser el amigo íntimo de las ex pero por eso mismo nos distanciamos en su día, por intentar saber más de lo que yo quería contar. No comento mi vida íntima con mis ex amantes y su síndrome de estar metido en mi vida no lo podía soportar.
Ahora me debato entre el morbo por saber qué diablos le pica y la pereza que me da revolver en el pasado. Hay que reconocer que es el mejor amante que he tenido _y que, desgraciadamente, probablemente tendré. A años luz de cualquier otro... ¡Ñam!_ pero, probablemente por eso, no tengo muchas ganas de verle. Es difícil que me diese la locura de tener relaciones con él de nuevo _cuando algo se termina, se termina, y no sirvo para ser la amiguita del polvo de cuando nos vemos_ y contarle mi vida en fascículos no me atrae mucho.
De todos modos, como soy tan chismosa y morbosa, si sigue insistiendo (me tiene alucinada) quedaré con él a ver qué le pasa.
Al hilo de mi ex no-novio veinteañero (29 para ser exactos) me viene a la mente mis últimas teorías sobre el tema de los machacantes/amiguitos o como se le quiera llamar. Después de una profunda reflexión, he determinado que retomo el ámbito veinteañero. Tras cotejar opiniones con algunas chicas en mi situación, hemos llegado a la conclusión de que son los mejores para nuestra salud física y mental.
No hay futuro con ellos, como con ningún otro, pero la calidad de sus servicios es manifiestamente mayor. Son mejores en la cama (muuucho mejores: más resistentes, más entregados, voluntariosos y sexualmente más activos), fuera de ella son más atentos, más cariñosos y se comen menos la cabeza. Están contigo la mar de contentos, te tratan como una reina y, aunque se acabe como todas las historias, siempre compensa.
Así que estoy en un tris de darle paso a un fichaje que es un cielete, y.. ¡A disfrutar de la juventud!
Eso sí,sin perder comba, que aquí no estamos para perder el tiempo.
He dicho.
sábado, marzo 03, 2007
Crónica de una ninfa emigrante
He sobrepasado la primera semana y aún no me han despedido. Así que habrá que hacer un balance positivo, creo yo. Ha habido de todo pero, sinceramente, me he encontrado muy bien. He visto a mis amigos de siempre, los de siempre de mi ángel de la guarda ejercieron de lo mismo nada más poner los pies en la capital _¡Qué afortunada soy, señores!_ y me he mudado a un piso monísimo con piscina y todo propiedad de mi nueva compañera de piso que es, asimismo, compañera de trabajo.
Hemos hecho unas migas estupendas, coincidimos en la visión del monotema (o sea, lo mal que está el mercado), las dos libres de ataduras masculinas, nos gusta la fiesta a ambas más que a un tonto un lápiz y tengo la sensación de que hay una química muy prometedora.
He comprado YO SOLITA mi bono de transportes para todo el mes sin hacer el ridículo _que sí, que soy muy patosa_, sólo me he equivocado una vez en el metro (eso sí, con una amiga esperándome colgadísima y yo haciendo el bobo debajo de la tierra), he empezado a conocer un poquillo el ambiente de la oficina y, poco a poco, intento cogerle el pulso a esta nueva etapa.
Para empezar con buen pie, me fui a comer con M. _con quien comparto el piso en Madrid_ y nos pasamos más tiempo riéndonos y rajando que hablando del alquiler y cosas más cotidianas. El segundo día, cita con un joven conocido-desconocido del que tenía muchísimas ganas de disfrutar en vivo y en directo. Fantástica comida, un encanto total y absoluto. Un tímido tan malote como yo pero haciendo menos bulla. Así que hemos fijado un almuerzo semanal juntitos para no perder el buen hilo. Estas pequeñas joyitas las intuyo muy rápido. Soy un águila para los brillantes escondidos bajo el disfraz de chico silencioso.
Como soy la nueva y desconocida he de convertirme en una persona abierta (¡Más!) así que el jueves opté por promover una salida de cañas, marcha y lo que fuese. Íbamos a ser dos y, al final, acabamos cinco guapas mozas de fiesta por Huertas. Directamente de la oficina a las cuatro y media de la mañana con los pies destrozados y de vuelta a casa en el “búho”. No vamos a hablar de las caras que teníamos tres horas después, cuando nos levantamos para currar. Ha sido tan duro que ya hemos instituido el jueves como día de marcha oficial de la oficina para que se sume quien quiera.
La noche fue total. Me la pasé entera viendo macizos (¡¡Qué barbaridad, en Santiago vas a un pub o un bar y hay que estar toda la noche oteando para ver algo normalillo y esto era un no parar!!). Empezamos de cañitas, tapeo, copas y ya rapidito teníamos los correspondientes “macizan boys” entregados a nuestra marcha. La verdad es que la mayoría del resto de las nenas del local ni se movían y entre M., que es un monstruíto de la salsa y la rumbita, y la ninfa pecadora, que baila salsa y lo que le echen todo lo despendolada que le parece, era difícil no vernos.
Vamos, que la semana ha sido movidita y muy atractiva para alguien tan inquieto como yo. Como buena provinciana que soy, me encantan los edificios modernistas de Gran Vía, las grandes avenidas, las tiendas (eso ya me iba mucho aquí pero es que trabajo en la zona del pecado), conocer gente nueva y que no me conozca nadie.
De momento, el tema del transporte lo llevo bien. Aquí el personal me agobió tanto previamente con el asunto que, la verdad, pasarme media hora _que es lo que me lleva desde mi nueva casa_ en tránsito al trabajo no me parece para tanto. Se me ha quitado la paranoia de que llevo escrito en la frente que soy de fuera porque TODO EL MUNDO ES DE FUERA, así que he estado encantada. Igual dentro de unos meses estoy echando pestes y todo eso pero, por ahora, procuro disfrutar todo lo posible, como siempre, ya sabéis que soy una nutria del universo.
Ya veis que esto se ha convertido en la crónica de la emigración nínfica. No os preocupéis, volveré sobre mis tesis acerca del sexo enemigo y mi nueva postura en el asunto (¡Sí, hay cambios!).
Lo dicho, continúo en tránsito. Sólo falta descubrir…
¿Hacia dónde?
Hemos hecho unas migas estupendas, coincidimos en la visión del monotema (o sea, lo mal que está el mercado), las dos libres de ataduras masculinas, nos gusta la fiesta a ambas más que a un tonto un lápiz y tengo la sensación de que hay una química muy prometedora.
He comprado YO SOLITA mi bono de transportes para todo el mes sin hacer el ridículo _que sí, que soy muy patosa_, sólo me he equivocado una vez en el metro (eso sí, con una amiga esperándome colgadísima y yo haciendo el bobo debajo de la tierra), he empezado a conocer un poquillo el ambiente de la oficina y, poco a poco, intento cogerle el pulso a esta nueva etapa.
Para empezar con buen pie, me fui a comer con M. _con quien comparto el piso en Madrid_ y nos pasamos más tiempo riéndonos y rajando que hablando del alquiler y cosas más cotidianas. El segundo día, cita con un joven conocido-desconocido del que tenía muchísimas ganas de disfrutar en vivo y en directo. Fantástica comida, un encanto total y absoluto. Un tímido tan malote como yo pero haciendo menos bulla. Así que hemos fijado un almuerzo semanal juntitos para no perder el buen hilo. Estas pequeñas joyitas las intuyo muy rápido. Soy un águila para los brillantes escondidos bajo el disfraz de chico silencioso.
Como soy la nueva y desconocida he de convertirme en una persona abierta (¡Más!) así que el jueves opté por promover una salida de cañas, marcha y lo que fuese. Íbamos a ser dos y, al final, acabamos cinco guapas mozas de fiesta por Huertas. Directamente de la oficina a las cuatro y media de la mañana con los pies destrozados y de vuelta a casa en el “búho”. No vamos a hablar de las caras que teníamos tres horas después, cuando nos levantamos para currar. Ha sido tan duro que ya hemos instituido el jueves como día de marcha oficial de la oficina para que se sume quien quiera.
La noche fue total. Me la pasé entera viendo macizos (¡¡Qué barbaridad, en Santiago vas a un pub o un bar y hay que estar toda la noche oteando para ver algo normalillo y esto era un no parar!!). Empezamos de cañitas, tapeo, copas y ya rapidito teníamos los correspondientes “macizan boys” entregados a nuestra marcha. La verdad es que la mayoría del resto de las nenas del local ni se movían y entre M., que es un monstruíto de la salsa y la rumbita, y la ninfa pecadora, que baila salsa y lo que le echen todo lo despendolada que le parece, era difícil no vernos.
Vamos, que la semana ha sido movidita y muy atractiva para alguien tan inquieto como yo. Como buena provinciana que soy, me encantan los edificios modernistas de Gran Vía, las grandes avenidas, las tiendas (eso ya me iba mucho aquí pero es que trabajo en la zona del pecado), conocer gente nueva y que no me conozca nadie.
De momento, el tema del transporte lo llevo bien. Aquí el personal me agobió tanto previamente con el asunto que, la verdad, pasarme media hora _que es lo que me lleva desde mi nueva casa_ en tránsito al trabajo no me parece para tanto. Se me ha quitado la paranoia de que llevo escrito en la frente que soy de fuera porque TODO EL MUNDO ES DE FUERA, así que he estado encantada. Igual dentro de unos meses estoy echando pestes y todo eso pero, por ahora, procuro disfrutar todo lo posible, como siempre, ya sabéis que soy una nutria del universo.
Ya veis que esto se ha convertido en la crónica de la emigración nínfica. No os preocupéis, volveré sobre mis tesis acerca del sexo enemigo y mi nueva postura en el asunto (¡Sí, hay cambios!).
Lo dicho, continúo en tránsito. Sólo falta descubrir…
¿Hacia dónde?
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