Hoy he estado hablando con una dulce amiga de ultramar. Culta, joven, dulce y encantadora.
Mi niña me cuenta que está deprimida por motivos desconocidos. No tiene ánimo para hacer su trabajo, busca la soledad, los medicamentos la han hecho engordar, llora sin motivo aparente.
Ese infierno en vida se llama depresión. Hablando con ella recordé una terrible etapa de mi vida en que tuve que sobrevivir a una montaña de obstáculos confabuladas con una sola aparente causa: destruirme a mí y a todo lo que amaba.
Conozco bien esa dama negra.
Se hace dueña de ti casi sin darte cuenta. Pretendes poder con todo y no eres más que un ser humano con derecho a sufrir, caer y, como puedas, levantarte. Nuestra sociedad no está diseñada para darnos derecho a fallar. A no ser fuertes, insensibles al dolor. Tenemos que ser superhombres y supermujeres y todo signo de debilidad es una tara terrible.
Los deprimidos son grandes incomprendidos. No podemos animarles con nuestros razonabilísimos razonamientos. Los hechos empíricos no sirven, nuestra realidad no es la que está dentro de ellos. Les juzgamos, nos agotan, parecen caprichosos, autocompasivos.
Desde dentro es todo muy diferente. No quieres ni puedes ayudarte y, paradójicamente, tú eres el único que puede salvarte. Con ayuda, sí, pero la voluntad es la única que saca al enfermo del abismo. Y justamente de lo que priva una depresión es de ser dueño de la voluntad. Una pescadilla que se muerde la cola.
Cuando yo tuve mi depresión no tenía tiempo para pensar en mí. Tenía una niña de un año y un bebé de apenas meses. Al mes de nacer el niño, diagnosticaron un cáncer muy infiltrante a mi hermano mayor. El único al que consideraba y consideraré siempre mi hermano. Sufría mobbing desde hacía cinco años en mi trabajo por negarme a acostarme con el subdirector. Tuve que soportar durante todo ese tiempo cómo mi carrera y la de mi entonces marido eran frenadas, machacadas, menospreciadas. Al horrible sufrimiento de mi hermano hubo que unir que pertenezco a una familia (por llamarla de alguna manera) rota. La ausencia de amor y colaboración para con mi agonizante hermano me convirtieron en la mala de la pelicula.
Lo di todo por él, estoy orgullosa de haberlo hecho. Me enfrenté con todos y durante mucho tiempo no me hablaron. No me arrepiento de nada. Perdí mucho peso, me olvidaba de comer.
Cada mañana cuidaba de dos bebés pendiente de un teléfono que sonaba con frecuencia para anunciarme que mi hermano se moría. Pero resistió mucho tiempo. Quince meses. Comíamos y salía a trabajar hasta las 11 de la noche. El móvil gritaba cada dos por tres para informarme de una operación mutilante, una traqueotomía al borde de la muerte, un tratamiento infernal, un dolor imposible de describir a través del valor de mi hermano.
La farsa de mi matrimonio no ayudaba. Tuve todo el apoyo del mundo de mi ex marido. Siempre fue un tipo formidable hasta que perdió el rumbo. Pero no le amaba. No había ninguna clase de pasión. Y algún asomo de las futuras rarezas de mi ex marido en momentos y de formas muy delicadas.
Soy una mujer fuerte y vital. Pero no soy de piedra. Nadie lo es. Caí en una depresión que duró muchos meses. A pesar de ella, seguí atendiendo a mi hermano con mi mejor cara, mintiéndole cada vez que le veía, tratando de poner buena cara a dos pequeñitos que eran todo vida y belleza. Dejé de trabajar, al menos remuneradamente.
De mi tratamiento sólo recuerdo dos cosas que se han convertido en una filosofía de vida. Le pregunté una vez al psiquiatra si estaba muy loca y me contestó que no, que estaba muy cuerda y ése era mi problema. "Si estuvieses loca todo sería más fácil. Te daría una pastillita y listo. Lo malo es que tú sabes lo que te pasa y tienes motivos. Y, aunque todo el mundo tiene sus tropiezos, tu vida es una carrera de obstáculos". Y la recomendación que me hizo fue que buscase mi espacio. Ahí pensé que el loco era él. ¿Qué espacio? Si algo no tenía era tiempo casi para dormir.
Me dijo que saliese, que no fuese todos los días al hospital. Deambulaba por las calles triste, sintiéndome culpable por no estar al lado de la cama de Pablo y por no cuidar a mis hijos. No tenía ganas de salir. Lo hacía porque era mi obligación. Se lo dije así al médico. Me contestó que lo natural es que no tuviese ganas pero lo curativo era que, a pesar de ello, lo hacía. Le entendí.
Antes de que mi hermano muriese, dejé las pastillas, pedí el alta voluntaria, volví a trabajar. Cuando se fue no recaí. Durante tres semanas, no lloré. Luego me derrumbé en los brazos de una de mis íntimas ahora, mi peluquera simpática entonces. Y continué viviendo.
Hice del valor de mi hermano y de mi propia fortuna de vivir las puntas de lanza de la supervivencia. Mi matrimonio se ácabó, perdí el trabajo finalmente y conocí los infiernos del paro. Pero salir de una depresión te puede hacer más fuerte.
Me juré a mí misma que jamás volvería allí abajo. Por mí y por los que quiero. Mi vida no es fácil pero las partes buenas, son fascinantes. Soy una disfrutadora nata, siempre lo digo. No me gusta alardear pero lo considero una cualidad. Una copa de vino, unas horas de risas, un poco de música, ver a los niños divertirse, por qué no, el buen sexo, la playa, un modelito, un piropo. Todo hace mi vida más agradable y digna de ser vivida.
Porque no cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque soy querida y quiero. Porque tengo juventud y ganas de empezar de nuevo una y mil veces. Porque sé lo que es hundirse y salir afuera.
Me concedo siempre permiso para flaquear de vez en cuando. Cuando las cosas se ponen muy crudas _y hace mucho que lo están_ me doy una jornada o dos de autocompasión. Y nada más. Al día siguiente salgo con o sin ganas. Quedo con todo el mundo, vivo. Y esa fuerza ya no me la quita nadie porque lo que no te mata te hace más fuerte. A mí estuvo a punto de matarme por dentro (la peor de las muertes) pero he vuelto reforzada.
Soy más tolerante, soy más alegre, soy más libre. Se puede salir y se sale.
Por eso pienso en mi amiga _más de una_ presas de esa cárcel invisible. Y pido mucho amor para ellas, mucha paciencia, mucha comprensión y fuerza para volver a ser ellas.
Porque nadie merece estar muerto en vida.
8 comentarios:
Has plasmado en estás líneas unos pensamientos, vivencias y consejos muy bonitos. Ojalá que tu amiga de ultramar lo detecte, lo combata y lo supere como tú lo hiciste!
Un bico
Claro que ellos también se deprimen. Lo que ocurre es que mi reflexión final es para tres chicas que quiero mucho y están en esa situación.
Pues sí, tienes toda la razón. Es uno mismo quien tiene que ayudarse a salir. Los demás nunca entienden qué te pasa...
Conste que yo depresión depresión...pues no he tenido. Las dos veces que más cerca he estado, he tenido dos médicos que se han negado a mandarme nada y me dijeron que tenía que salir y animarme. Y eso hice...
En fin, sigo aquí, mostrando mi mejor sonrisa siempre, porque creo que esa es la mejor arma contra una depresión. Eso y una buena tableta de chocolate. ^_^
Besotessssssss
Lo único que se me ocurre decir es enhorabuena... por todo!!
En algún sitio leí que una enfermedad grave, la muerte de alguien cercano, la pérdida de un trabajo y un divorcio pueden provocar depresión. A ti se te juntó casi todo, ¿cómo no te ibas a sentir mal?
Pero saliste de ello y ahora eres más fuerte. ¡Enhorabuena!
Besos
Desde luego, con ese panorama, lo mínimo que te podía pasar era sufrir una depresión.
Como han dicho antes, enhorabuena por tan sabios consejos.
He tenido ocasión hace muy poco de "sufrir" una grave depresión de mi mejor amigo, y es realmente agotador. Hasta que empieza a renontar, es duro, muy duro.
Aunque peor lo ha pasado él, claro.
Depresión es el muerte del alma sólo Jesús puede hacerla nueva...no la envidia y las ofensa, tampoco los malos sentimientos o los vicio...
Salir cuesta, estar allí más, por que a veces no se sabe cómo ni por qué. Pero una vez que se sale se aprecian más las cosas, los pequeños detalles, como digo yo, que a veces son más importantes que los grandes males. Si los juntas... son mayores. Se ve el mundo con otros ojos durante, pero tb después.
besoss
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