Llevo unos días apartada del mundo de las letras. En parte, porque tengo la sensación de no tener nada que contar y, lo que podría ser interesante leer, no quiero exponerlo al universo de la red. Sin embargo, las ganas de escribir (esa extraña sensación de que algo falta, algo se muere en tus dedos, algo se malgasta cuando no lo compartes) me pueden y vuelvo, como no podía ser de otro modo.
No estoy en un momento glorioso emocionalmente pero, como eso ya es costumbre, me apetece compartir otras cosas. He tenido visita de mi hermana y su novio y hemos disfrutado de las tradicionales cañitas de La Latina, de la terracita y de nuestro habitual ritmo de vacile con el que ambas nos retroalimentamos.
La llegada tuvo, cómo no, su punto surrealista, obviamente aportado por mí. Llegaron de madrugada y yo había ido a cenar fuera. Pensé que, como buenos forasteros, se perderían al llegar (que es como tiene que ser) y me avisarían cuando estuviesen cerca. Pero no. Así que, mientras tomaba un vinito tranquilamente en buena compañía (tremendo pedazo de compañía…), me llaman que ya están casi en mi casa. Salgo disparada y les digo que esperen en la gran y solitaria avenida paralela a mi calle donde les saldré al encuentro en coche.
Allá voy, rauda y veloz por la m-45, llego a calle en cuestión y veo, parado y con las luces puestas (aunque ya no estoy muy segura…) un coche. Un solo coche. Así que, no corta ni perezosa, les hago luces, me paro delante, les hago señas de que me sigan… Y nada. Un poco extrañada, llamo a M. para que se dé cuenta de que soy yo y que me sigan con su coche… Y nada.
De pronto, el coche de atrás pasa delante de mí, despacio, mientras sus viajeros me miran con cara de… ¿culpabilidad? Por supuesto, no eran mis amigos, así que me disculpé y se marcharon.
Unos segundos después mi cerebro empezaba a articular una teoría al tiempo que me sentía mezquina por tener la clara sensación de acertar. ¿Qué leches hacía a las cuatro de la madrugada un coche aparcado en una avenida en la que no hay NADA? Me pongo a pensar en el aspecto de la pareja. Ella era una rubia entrada en años y escasa de dientes y él… el clásico cliente de parada en avenidas de madrugada…
Imposible describir las burlas de las que fui objeto por parte de mis queridos amigos (que estaban más adelante, fuera del coche haciendo señas). Que si me había cargado la mamada del pobre hombre, que si le había fundido el negocio a la pobre mujer, que si pensarían que era la Policía u otra pilingui dispuesta a unirse a la fiesta… Lo malo es que tenían razón, los condenados.
Yo no sé cómo me las apaño para meterme en estas situaciones tan raras, la verdad. En fin, queda para el anecdotario de la náyade despistada e inoportuna. Está claro que les di un buen susto. O un subidón.
Vete tú a a saber…
(Este texto está recuperado de mi otro blog. Es reciente y me gustaría compatirlo aquí también. Gracias por vuestra paciencia a los que lo habéis leído)
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