A veces, una ha de tomar decisiones que se ajustan poco o nada a la razón y a lo políticamente correcto. Decisiones incomprensibles vistas desde fuera y muy especialmente si no se me conoce en profundidad. Sin embargo, a sabiendas de que me cargaré de penas si no remonto luego, creo haber hecho lo correcto.
Un post de mi querida Crika me ayudó a llevar adelante una iniciativa amparada sólo por mis más básicos valores humanos, mi tradicional tendencia a no gustar de lo que hago mal y hacer mal lo que no me gusta y una inefable, inexplicable y clarísima intuición previa incluso a darse la situación.
He dicho adiós a una oportunidad que para mí no era tal. No lo era porque no había perspectiva, porque estaba fuera de mi elemento y porque trabajar en un ambiente adverso es, por encima de todo, lo que más rechazo me produce a nivel laboral. Puede sonar cobarde y hasta puede que lo haya sido pero yo he reunido mucho valor para decir no. Es algo que se aprende con la edad y no es tarea sencilla.
Me han dicho que mi problema es de actitud y no de aptitud. Y es verdad. El sentirme a disgusto con mis jefes o en mi ambiente de trabajo reduce mi motivación. Tener un jefe que me hace sentir hostigada, llegar a una empresa donde no hay organización alguna, se te ordenan labores que nadie hace ni sabe cómo hacer y te abroncan por no hacerlas es algo que choca con mi natural espíritu crítico y rebelde. Me bloquea, es algo irracional pero no falla. Es como si parte de mí se haya marchado antes aún de haberme ido físicamente.
Como buena capricornio, soy una cabrita terca y tenaz para el trabajo. Pero en todos los trabajos en los que he estado hasta ahora había alguien dispuesto a pasarte el testigo. Si no existe ese alguien (o no se lo permiten, lo cual me parece más surrealista todavía) que te ayude y conozca la empresa, la organización y las labores estén departamentadas, a la cabra lo que le da es por volver al monte.
Pero, sobre todo, lo indispensable para mí es contar con apoyo en la empresa. Al menos las primeras semanas. Aunque yo entrase mañana en un periódico, nadie tendría que enseñarme a redactar pero seguro, seguro, sí tendrían que explicarme cómo se organizan las secciones, con qué herramientas trabajan y me darían un período para conocer la línea editorial.
Me dicen que hago las cosas mal porque no presto atención y no tengo espíritu crítico. Sí lo tengo, por eso me retiro, porque no soy la adecuada. No lo soy porque no es el tipo de trabajo para el que valgo, porque mi carácter me impide someterme a las críticas injustas y los mensajes contradictorios. Y a los jefes que viven obsesionados por el refuerzo negativo casi sin darse cuenta.
Yo no quiero acabar así. No quiero ser una persona que disfruta sermoneando una y otra vez a los que le rodean. Que olvida la importancia de generar un ambiente humano en el trabajo y que no conoce los enormes beneficios de que la gente trabaje contenta y no sintiéndose una cucaracha o permitiendo que la traten como tal, Y no quiero acabar pensando que soy genial y que todos los demás que no han llegado donde yo, son estúpidos. Hay jefes que, aún sin tener mal corazón,se han olvidado de su vertiente más humana, que la tienen, seguro, pero su ausencia de la autocrítica que proclaman para los demás no les deja ver que su vida es triste, que su permanente tensión es triste, su imagen es triste. Curiosamente, no he conocido una sola persona en Madrid que haya triunfado económicamente antes de los cuarenta que sea feliz o sepa organizar su vida emocional. Y pierden toda visión de la humildad.
No quiero ser desagradecida. Doy gracias por la oportunidad tanto por lo aprendido (a nivel moral) y por el gesto de generosidad. Mi gesto recíproco es no ser una carga y, en caso de ser escuchada, recordarle a quien pueda entenderlo que vivir permanentemente agitado, enfadado, temblando y criticando no puede compensar.
No hay dinero en el mundo que compense eso.
Y que Dios me ayude si me equivoco...