Señores, mi Gobierno me está convirtiendo en racista. Sí, el Gobierno, no los inmigrantes ni la sociedad ni el color de la piel ni que haya muchos o pocos extranjeros en el país. Un Gobierno demagogo es el que me hace empezar a mirar con resquemor a la gente de color diferente, de acento diferente, de origen diferente.
Yo soy gallega. Procedo de un pueblo emigrante y pobre por naturaleza y herencia. No olvido que también nosotros tuvimos que salir, con una mano delante y otra detrás, a buscar en el extranjero las oportunidades que nuestra tierra, en aquel momento, no podía ofrecernos. Soy agradecida. Sé que la Galicia moderna de hoy ha crecido gracias al dinero enviado por nuestros denostados emigrantes que sufrieron la soledad, la discriminación, la necesidad para tener algo en su querida “terriña”.
Siempre he defendido las fronteras abiertas, el dar trabajo a quien ocupa puestos que ya nadie aquí quiere cubrir. Apoyo ser acogedor, no mirar a nadie bien o mal por el color de su piel. Me gusta subirme al metro y ver que Madrid se convierte en una ciudad multiétnica y políglota. Me agrada pensar que, allende los mares, algún niño vive mejor gracias al dinero que sus padres le envían dejándose las pestañas o las uñas o lo que sea, trabajando.
Pero una cosa es ser acogedor, agradecido y solidario y otra es ser gilipollas. Y el Gobierno de este país y de la Comunidad de Madrid es absolutamente gilipollas. La política demagógica a favor del inmigrante está generando rechazo social _a mí me está pasando_ hacia el inmigrante y no por ellos en sí sino por la actitud quijotesca de amparo gubernamental y discriminación positiva que se está haciendo en su favor.
Y yo estoy harta. Cada vez somos más los que estamos hartos.
Estoy harta de que, siendo una madre separada, con dos hijos, que ha de mantener un piso, dos niños, una asistenta y vida digna para los cuatro, no tenga derecho a ninguna ayuda. Que, como SÓLO soy española y SÓLO tengo dos hijos, tenga que dejarme _literalmente_ más 1200 euros de una sola vez en uniformes y libros para dos niños de 5 y 7 años (no hablo de matrículas, ni comedor ni ampliaciones de horarios…). Me pone enferma pagar a tocateja en presencia de una encantadora _y no va con segundas_ mujer de color, como se dice ahora (de color negro pero eso es lo de menos), que está vistiendo a cuatro niños entre 6 y 14 años de arriba abajo con el uniforme del colegio, todos los libros, la matrícula del colegio y hasta la donación que yo OBLIGATORIAMENTE tengo que hacer a la Fundación del colegio concertado de mis hijos, cubierta por el Gobierno.
También he tenido que ver como la pareja gitana, cargada de oro y kilos de más “compraba” ropa a mansalva para sus tres churumbeles, libros, material y no se llevaron nada más porque no entraba en el papelito sin soltar un duro. Todos ellos irán, por supuesto becados al comedor. Y a mis hijos y a mí, en cuanto paguemos a principios de mes todos los gastos, no nos quedará ni para comer. Y no es una manera de hablar. Cuento con tirar de Visa a partir del día 3 y entrar en la escalada de la deuda permanente.
Y aquí es donde uno se vuelve racista, señores. Porque no se puede ir de progre con el dinero de los demás. Yo llevo toda mi vida cotizando y no tengo ayudas de ningún tipo. Ni siquiera cuando estaba en el paro las tenía por madre separada. Nada de nada.
No estaba en Madrid en la convocatoria de ayudas para los libros. Así que, obviamente, no pude solicitarla. Así que, obviamente, no tengo derecho a ellas. Más de lo mismo para los uniformes y lo del comedor está por ver, porque supongo que gano demasiado, según su punto de vista. No puedo tener economía sumergida porque para eso hace falta que alguien se quede en casa sin trabajar y rebajando la renta per cápita. He de pagar horario ampliado y asistenta porque no tengo nadie que me cubra las horas que no cubre la enseñanza.
Cuando fui a buscar el recurso para la plaza de mi hija la cola estaba conformada, exclusivamente, por inmigrantes, gitanos y yo. Los inmigrantes se quejaban agriamente, en voz alta, de que a ellos se les hacía esperar porque eran “la mierda”. Yo estaba allí esperando, ser española no me sirve de nada y, esa misma tarde, coincidí con la señora de los cuatro niños africanos que pudo vestir a sus hijos a mi salud y la de toda la Madre Patria cuando yo ya no sé de dónde sacarme las castañas.
Es injusto. Yo estoy a favor de la integración y estamos caminando a la segregación. Porque ahora, cuando veo una niña negrita con su uniforme y sus libros, ya no me alegro como antes de que ella tenga su oportunidad. Me encabrono porque mi hija tiene menos que ella, con su madre deslomándose y trabajando toda su vida en este hermoso y acogedor país.
Lo que digo es impopular pero dolorosamente cierto.
No son gigantes, señores gobernantes… Son inmigrantes. Y Sancho sigue siendo el pueblo y quien, al final, mantiene erguido al hidalgo para que tenga una muerte digna.
Estamos desintegrando en lugar de integrar. Estamos separando. Si quieren igualdad, trátennos a todos igual, que estamos muy quemados. Lamento decirlo, para poder regalar, primero tiene que sobrar.
Y aquí no sobra nada. Por lo menos a mí
5 comentarios:
Siempre he creído que la caridad empieza por casa, una pena lo que sucede, y mas pena aun que las donaciones sean obligatorias, amos que una da cuando desea, quiere y siente, me dejas sin palabras, me gustaría poder hacer mas que mostrarte mi solidaridad, pero en fin…un besote y mucha fuerza…
Qué alegría volver a encontrarte por estos pagos, Raúl! Con que me entiendas siendo extranjero y sientas mi mensaje ya haces mucho.
Un besazo
Habrá quien piense que por vivir con una brasileña (mulata) estoy vacunado contra el racismo, pero no es así. Y no estoy diciendo que lo sea, ojo.
Lo puedes decir más alto, pero no más claro.
Un besote.
No sabes de qué hablas, pava.
Publicar un comentario