Hace unos días un comentario de un lector me hizo pensar. Nada nuevo, una expresión que se utiliza mucho para hablar de relaciones. Hacía referencia a mi separación como un “fracaso” y señalaba que él había “fracasado dos veces” y, por este motivo, le resultaba difícil comprometerse.
Obviamente, cuando yo hablo de compromiso en ningún caso me refiero al matrimonio (¡Vade retro!), ni siquiera al tema del denostado noviazgo sino de cuestiones más emocionales que ya he expuesto en numerosas ocasiones. El asunto es que me produce un profundo rechazo esa manía de llamarle fracaso a los matrimonios o relaciones que se acaban. Para mí, terminar una relación no es sinónimo de la palabra de marras. Consideraría un fracaso vivir al lado de alguien a quien no quiero. Tomar la decisión de dejar atrás una relación acabada es una victoria, desde mi punto de vista. Y que la relación se extinga no es otra cosa que algo natural, a lo sumo, una experiencia pero no algo que necesariamente has hecho mal y que no has sabido salvar. Simplemente, las relaciones van y vienen, funcionan o no, se aprende con ellas.
Es como la expresión de “fulanito rehízo su vida” cuando se habla de que una persona separada se ha vuelto a casar y tener hijos así como llevar una vida tradicional. Aquí es cuando yo me pregunto: ¿Qué pasa? ¿Como yo no me he vuelto a casar ni tengo pareja estable, mi vida está “deshecha”? ¿Una persona que ha vivido en pareja y decide no hacerlo es porque está destrozada, nadie la quiere y tiene que tratar de emparejarse de nuevo para “rehacer” su vida?
Honestamente, suena prehistórico. Pero está en la sociedad. Mi ex marido se pasea con su nueva pareja, un bebé de seis meses y mis dos hijos y, a los ojos del mundo, ha “rehecho” su vida. Y en los lugares que frecuentaba en mis tiempos con él y que ahora frecuenta con ella, me miran con cierto grado de conmiseración. Por supuesto, a mí me da la risa (llevo mucho tiempo riéndome de todas estas chorradas) pero la cosa no deja de estar ahí. Mi ex y su churri están en el paro, se conocieron y procrearon de un día para otro y son más raros que un perro verde. Yo estoy muy contenta, tengo un buen trabajo, los amantes que me da la gana y aún sirvo para mirar. Sin embargo, no he rehecho mi vida.
¿En qué consiste la vida, pues? ¿Nacer, crecer, reproducirse y morir? Cuando pienso estas cosas me entra complejo de planta. Si eso es todo en la vida, me alegro de que la mía esté “deshecha” porque va a ser que yo prefiero divertirme, ser libre, elegir, no depender de nadie y no llevar una vida al uso porque la rutina, las relaciones tradicionales y el matrimonio me matan.
De hecho, cada vez que hablo con alguna persona casada en la actualidad, coincide conmigo en que, ahora, no se casarían ni borrachos. Y que no volverían a hacerlo si se separasen. Hoy mismo me encontré a mi ex novio de los veintipocos en el avión otra vez. Y de esas cosas hablábamos. Todas mis ex parejas supuestamente “felizmente” casadas, dicen que no se volverían a casar ni de coña. Curioso ¿No?
Es lo que tiene la vida “hecha”. Todo tan hecho que cansa. Al menos a mí. Ya puestos, prefiero pertenecer al grupo de las "deshechas" que al de las "rehechas". Básicamente, porque pienso que con meter la pata una vez es suficiente.
Y, porque la vida la hace cada uno como le da la gana y no como dicen las revistas del corazón, la vecina del quinto o los viandantes que se cruzan con las (¿Felices? Parejas).
lunes, abril 23, 2007
martes, abril 17, 2007
Pura cotidianeidad
Ésta es una de esas semanas _como parece ser este mes_ en que todo sale bien. He ido a arreglar un supuesto pufo que no era tal y me he llevado una alegría. Los catalanes me han puesto de mal humor porque, después de trasladarles mi nómina, parece que necesitan verla durante tres meses para dignarse darme una visa. Así que le he explicado al muchacho que si no me la dan, saco la nómina de ahí y todos contentos. Está bien claro ya porque son tan ricos éstos y tienen fama de agarrados ¿No? Si es que…
Espero con impaciencia el fin de semana. Este mes no he puesto los pies por mi tierra y ya empiezo a acusar un poco de morriña. Menos mal que en mayo me dejaré ver mucho y lloverá y maldeciré y volveré corriendo la mar de contenta. Así funcionamos los seres humanos.
He abierto un blog en www.mujerhoy.com . Más que un blog paralelo será un espacio donde podré sacar de nuevo a la luz viejos posts que, a mi modo de ver, son buenos o me gustan especialmente. Si resulta exitoso, es probable que más adelante sea un simple clon de éste. Pero opino que hay muchos textos que se fueron quedando en el olvido que otra gente puede disfrutar.
Continúo en racha. En la empresa se avecinan cambios que soy muy prometedores para mí y hasta tengo un posible contacto en una revista de prestigio internacional. No para trabajar, claro, ya tengo un trabajo pero ¿Quién sabe? Tal vez colaborar. En otro tiempo no creería en nada pero como estoy en temporada alta hay que aprovechar mi sobredosis de fe en la buena suerte…
He ido al concierto del Duque de Ramales y he disfrutado como los pitufos con toda una exhibición de talento artístico. He sentido envidia pero bastante sana porque tengo debilidad por el Duque. Afortunado noble señor, pardiez. Éxito laboral, emocional y todo un músico sin apenas molestarse en practicar. Cuando sea mayor quiero ser como él. Después, ya nuestros pies no estaban para las colas de las discotecas madrileñas así que, con gran dolor de corazón, vuelta al cubil.
Definitivamente, nos vamos a quedar con los jueves. No hay tanta variedad, a qué negarlo, pero es más cómodo y siempre aparece un lindo gatito que nos corteje os nos haga reír. Para una noche de copas tampoco hace falta mucho más. Y cuando aparece más…
A jugar!
Espero con impaciencia el fin de semana. Este mes no he puesto los pies por mi tierra y ya empiezo a acusar un poco de morriña. Menos mal que en mayo me dejaré ver mucho y lloverá y maldeciré y volveré corriendo la mar de contenta. Así funcionamos los seres humanos.
He abierto un blog en www.mujerhoy.com . Más que un blog paralelo será un espacio donde podré sacar de nuevo a la luz viejos posts que, a mi modo de ver, son buenos o me gustan especialmente. Si resulta exitoso, es probable que más adelante sea un simple clon de éste. Pero opino que hay muchos textos que se fueron quedando en el olvido que otra gente puede disfrutar.
Continúo en racha. En la empresa se avecinan cambios que soy muy prometedores para mí y hasta tengo un posible contacto en una revista de prestigio internacional. No para trabajar, claro, ya tengo un trabajo pero ¿Quién sabe? Tal vez colaborar. En otro tiempo no creería en nada pero como estoy en temporada alta hay que aprovechar mi sobredosis de fe en la buena suerte…
He ido al concierto del Duque de Ramales y he disfrutado como los pitufos con toda una exhibición de talento artístico. He sentido envidia pero bastante sana porque tengo debilidad por el Duque. Afortunado noble señor, pardiez. Éxito laboral, emocional y todo un músico sin apenas molestarse en practicar. Cuando sea mayor quiero ser como él. Después, ya nuestros pies no estaban para las colas de las discotecas madrileñas así que, con gran dolor de corazón, vuelta al cubil.
Definitivamente, nos vamos a quedar con los jueves. No hay tanta variedad, a qué negarlo, pero es más cómodo y siempre aparece un lindo gatito que nos corteje os nos haga reír. Para una noche de copas tampoco hace falta mucho más. Y cuando aparece más…
A jugar!
lunes, abril 16, 2007
El Metro de Babel
Yo soy una mujer muy curiosa. No sólo por mi manera de ser, que ya sé que a muchos se lo parece, sino porque siento una gran curiosidad por casi todo.
Desde que llegué a Madrid, uno de los sitios en que más me entretengo observando al género humano es el Metro. El Metro de la capital es una miscelánea de culturas, colores y olores. Una auténtica torre de Babel en permanente movimiento.
He ido haciendo mi propia composición visual por culturas, comportamientos, aspecto.
Por ejemplo, cuando una pareja joven cruza los pasillos del metro de la mano, como nosotros lo hacíamos a los dieciséis años, no es española. Son asiáticos, del este e incluso alemanes pero no españoles.
Solamente los extranjeros llevan niños en el tren subterráneo, supongo que por circunstancias laborales. Hoy me he sentido muy mal con mi raza cuando he visto a una mujer, probablemente ecuatoriana, con el vagón atiborrado de gente y dos niños pequeñísimos en brazos, uno de ellos de meses. Yo no llegué a entrar _es que no se podía_ si no, le hubiese dicho a alguien que le cediese el asiento. El jueves pasado una mulata con un niño en un carrito entró a refugiarse en un bar de una repentina tromba de agua. El malnacido del barman le dijo que estaba estorbando en el pasillo. No sé en qué nos estamos convirtiendo pero no me gusta.
Vuelvo al Metro, paso mucho tiempo allí. Te encuentras chicos con rastas, otros con aspecto de skins, chicos guapos, gente silenciosa, periódicamente algún loco que convierte el asiento en un tambor mientras el resto permanecemos impávidos para no provocar más al elemento. La gente duerme, la gente lee, la gente escucha música. Estamos todos como ausentes, procuramos no mirarnos pero no es verdad. Algunos miramos con el ojo del escritor frustrado, del cotilla frustrado, del sociólogo frustrado, del aburrido frustrado.
Las niñas preparadas para ir de marcha uniformadas: mucha pintura, piercings, minifalda y leggins. El servicio de limpieza es especialmente variopinto: te encuentras desde el chaval modernito rubio, con coleta y perilla, a la señora sudamericana con un moño, pendientes y perfectamente maquillada, hombres de todos los colores y todos los países. Muy amables en general. Hace unos días venía de cenar fuera y tomar algo y corría tras el último tren, el de la 1.30. A todos pregunté y todos me ayudaron. Al final, un chico joven y yo volábamos muertos de la risa y haciendo apuestas mientras atravesábamos un túnel interminable para alcanzar, de milagro, el último tren de la noche. Lo cogimos. Estoy en racha.
Somos pocos los que hablamos. Eso sí, si alguien tiene charla, al más puro estilo de la zona, la mantiene alto y claro con lo cual, estamos todos la mar de entretenidos. Una niña joven contó con pelos y señales, con su argot pasotilla y callejero, cómo había abofeteado al de turno por liarse con su mejor amiga y lo contentos que estaban el colegui y ella mirando patitos y reconciliándose, al más puro estilo “tronca, qué te pasa? Tronco, te doy una hostia. Tronca, sabía que volverías a mis brazos. Tronco, qué creído eres…”.
Esto, claro está, si hablan en español. Porque impresiona la gran cantidad de lenguas que se escuchan en un sólo vagón. Cada viaje es una historia, podría hacer unas auténticas crónicas del Metro pero os cansaríais. Suerte tengo yo de que me entretengo con la observación hasta límites de tesis doctoral. Ya de estar todo el día subida al carro, mejor aprender algo.
Como tolerancia y recordar los tiempos en que también nosotros caminábamos de la mano.
Aunque haga mucho tiempo de eso....
Desde que llegué a Madrid, uno de los sitios en que más me entretengo observando al género humano es el Metro. El Metro de la capital es una miscelánea de culturas, colores y olores. Una auténtica torre de Babel en permanente movimiento.
He ido haciendo mi propia composición visual por culturas, comportamientos, aspecto.
Por ejemplo, cuando una pareja joven cruza los pasillos del metro de la mano, como nosotros lo hacíamos a los dieciséis años, no es española. Son asiáticos, del este e incluso alemanes pero no españoles.
Solamente los extranjeros llevan niños en el tren subterráneo, supongo que por circunstancias laborales. Hoy me he sentido muy mal con mi raza cuando he visto a una mujer, probablemente ecuatoriana, con el vagón atiborrado de gente y dos niños pequeñísimos en brazos, uno de ellos de meses. Yo no llegué a entrar _es que no se podía_ si no, le hubiese dicho a alguien que le cediese el asiento. El jueves pasado una mulata con un niño en un carrito entró a refugiarse en un bar de una repentina tromba de agua. El malnacido del barman le dijo que estaba estorbando en el pasillo. No sé en qué nos estamos convirtiendo pero no me gusta.
Vuelvo al Metro, paso mucho tiempo allí. Te encuentras chicos con rastas, otros con aspecto de skins, chicos guapos, gente silenciosa, periódicamente algún loco que convierte el asiento en un tambor mientras el resto permanecemos impávidos para no provocar más al elemento. La gente duerme, la gente lee, la gente escucha música. Estamos todos como ausentes, procuramos no mirarnos pero no es verdad. Algunos miramos con el ojo del escritor frustrado, del cotilla frustrado, del sociólogo frustrado, del aburrido frustrado.
Las niñas preparadas para ir de marcha uniformadas: mucha pintura, piercings, minifalda y leggins. El servicio de limpieza es especialmente variopinto: te encuentras desde el chaval modernito rubio, con coleta y perilla, a la señora sudamericana con un moño, pendientes y perfectamente maquillada, hombres de todos los colores y todos los países. Muy amables en general. Hace unos días venía de cenar fuera y tomar algo y corría tras el último tren, el de la 1.30. A todos pregunté y todos me ayudaron. Al final, un chico joven y yo volábamos muertos de la risa y haciendo apuestas mientras atravesábamos un túnel interminable para alcanzar, de milagro, el último tren de la noche. Lo cogimos. Estoy en racha.
Somos pocos los que hablamos. Eso sí, si alguien tiene charla, al más puro estilo de la zona, la mantiene alto y claro con lo cual, estamos todos la mar de entretenidos. Una niña joven contó con pelos y señales, con su argot pasotilla y callejero, cómo había abofeteado al de turno por liarse con su mejor amiga y lo contentos que estaban el colegui y ella mirando patitos y reconciliándose, al más puro estilo “tronca, qué te pasa? Tronco, te doy una hostia. Tronca, sabía que volverías a mis brazos. Tronco, qué creído eres…”.
Esto, claro está, si hablan en español. Porque impresiona la gran cantidad de lenguas que se escuchan en un sólo vagón. Cada viaje es una historia, podría hacer unas auténticas crónicas del Metro pero os cansaríais. Suerte tengo yo de que me entretengo con la observación hasta límites de tesis doctoral. Ya de estar todo el día subida al carro, mejor aprender algo.
Como tolerancia y recordar los tiempos en que también nosotros caminábamos de la mano.
Aunque haga mucho tiempo de eso....
martes, abril 10, 2007
La importancia del aire
Este texto no es mío pero, al igual que otro que conservo y que tampoco he hecho público porque no es a mí a quien corresponde esa decisión, me parece demasiado hermoso para que sólo yo tenga la fortuna de leerlo:
"El viento vino a visitarme, viajó hasta mi puerta, su voz delataba una
mezcla de debilidad, desesperación, su rostro estaba marchito, se adivinaba
furioso.
Me interrogó, quería saber donde estabas, estaba cansado de no verte,
castigó a su ejército de sueños; condenó a las campanas al silencio, por no
advertirlo de tu marcha; desgastó los sentidos de los dragones de piedra que
te vigilaban desde los tejados de Santiago.... boca, nariz, orejas y ojos ya
no les servirán para nada; despidió y desterró a las estrellas encargadas de
ti, porque no se dieron cuenta de tu marcha.
Lleva semanas viajando, arriba y abajo por las calles, plazas y avenidas,
subiendo y bajando escaleras, llamando a las puertas, preguntando a los
peregrinos, vigilando a tus amigos. -¿donde está Ninfa?- preguntó agotado, -
es mi sustento, me alimento de sus palabras, de sus sentimientos, de sus
encantos, cuando se pierden en el aire soy yo el que me alimento y los
aprovecho-.
No te preocupes Ninfa, guardaré tu secreto."
"El viento vino a visitarme, viajó hasta mi puerta, su voz delataba una
mezcla de debilidad, desesperación, su rostro estaba marchito, se adivinaba
furioso.
Me interrogó, quería saber donde estabas, estaba cansado de no verte,
castigó a su ejército de sueños; condenó a las campanas al silencio, por no
advertirlo de tu marcha; desgastó los sentidos de los dragones de piedra que
te vigilaban desde los tejados de Santiago.... boca, nariz, orejas y ojos ya
no les servirán para nada; despidió y desterró a las estrellas encargadas de
ti, porque no se dieron cuenta de tu marcha.
Lleva semanas viajando, arriba y abajo por las calles, plazas y avenidas,
subiendo y bajando escaleras, llamando a las puertas, preguntando a los
peregrinos, vigilando a tus amigos. -¿donde está Ninfa?- preguntó agotado, -
es mi sustento, me alimento de sus palabras, de sus sentimientos, de sus
encantos, cuando se pierden en el aire soy yo el que me alimento y los
aprovecho-.
No te preocupes Ninfa, guardaré tu secreto."
miércoles, abril 04, 2007
Modelos de supervivencia
"Disfrutemos de lo que tenemos aunque no sea siempre lo que queremos”. Esta sabia frase no es mía, es de una amiga, pero me parece tan brillante que creo que me da para un post entero y parte de otro.
La frase se puede extrapolar a absolutamente todo en nuestras vidas pero, claro está, en este contexto tenía nexo directo con las relaciones interpersonales. Hablábamos de ese muchachote con el que te lías que no te importa demasiado, no es el chico de tus sueños ni nada de eso pero… nos sirve para un apaño. Sí, chicos, a nosotras también nos pasa.
Lo que “quieres” suele o debe ser más ambicioso para todos. Sin embargo, la experiencia nos vuelve, si no conformistas, al menos mucho más realistas. Así que te arrojas a los brazos hoy de uno y mañana de otro sin poder evitar cierta sensación de vacío en más de una ocasión.
En una de mis pequeñas ágoras femeninas, tres mujeres analizábamos en qué medida nos afectaba ese hueco de nada que queda en el estómago y, sobre todo, si por mucho que ellos digan, no sufren los hombres también del mismo mal. Ya sabemos que está disfrazado por siglos de cultura machista en la que el Macho Alfa tiene como honor pasarse el día esparciendo sus millones de polvitos mágicos. Con este precedente, queda feo hasta decir que pueden estar hastiados de sexo sin amor o sin chispa o sin ilusión.
Éramos tres mujeres bien diferentes: la escéptica, hiperrealista y pragmática, la romántica frustrada por años de vacío y anclaje emocional a una relación pasada y la más joven, vital, también romántica, pero impregnada ya de ese punto de practicidad tan necesario para sobrevivir en la jungla sentimental.
La hiperrealista pragmática sabe que las posibilidades de encontrar una relación romántica no pasan del treinta por ciento y esto siendo optimista. Así que, visto el mercado, se disfruta mientras de lo que se tiene y no se añora lo que se quiere. ¿Cómo? No pensando demasiado en ello y dejando las aspiraciones emocionales a la misma altura de la catadura moral de lo que se encuentra por ahí, que deja bastante que desear.
Ya no se parte de conocer a alguien y pensar en llegar a “algo” (¿A qué diablos le llamamos “algo” hoy en día?). Una hiperrealista tiene mucho cuidado de no encariñarse hasta el punto de tender a la exclusividad. En el momento en que cae en la tentación de ser exclusiva la opción es clara: salir huyendo porque desear estar sólo con un hombre genera una más que peligrosa predisposición a regalar algo que el otro no merece, aprecia o desea. La otra es buscarse otro clavo que evite centrar el deseo y los pensamientos siempre en el mismo. Ambas funcionan bien y son válidas para la pragmática. Índice de sufrimiento… escaso. Un par de días recordando alguna cosa bonita y … ¡Que pase el siguiente!
La romántica frustrada está destinada a pasarlo muy mal hasta que algún mamarracho la haga despertar con alguna frase fuera de lugar o la ausencia total de caballerosidad que estamos padeciendo en los últimos tiempos. Anclarse en el recuerdo es muy dañino y doloroso por cuanto el tiempo miente, disfraza, adorna y sublima el pasado. Se difuminan los defectos, los malos ratos, el hastío. Y ponemos en un pedestal una relación que, aunque fuese hermosa en su día, se murió. Y a los muertos hay que enterrarlos. El día que ella entierra al “muerto”, da su primer paso hacia mejores puertos a los que arribar.
La vitalista romántica evolucionada hacia el pragmatismo bebe de todas las fuentes: de la desilusión, de la esperanza, de la necesidad de ternura, de la capacidad de disfrutar de la libertad. En ellas se pierde a ratos, aún no sabe por dónde camina. Ése es el don de la juventud: aún se deja ir sin estar demasiado angustiada por saber adónde. Ansía amar (como todas aunque cada cual se defiende de modo diferente) pero sabe que ni es fácil sentir y mucho menos encontrar. Es la chica que disfruta lo que tiene a pesar de que no sea siempre lo que quiere. La pragmática también pero con menos expectativas. La romántica aún sufre, sin embargo renacerá. Esperemos que se acerque más a la creadora de la frase. Es la que tiene más puntos para ser feliz.
Suponiendo que la felicidad y el amor existan
La frase se puede extrapolar a absolutamente todo en nuestras vidas pero, claro está, en este contexto tenía nexo directo con las relaciones interpersonales. Hablábamos de ese muchachote con el que te lías que no te importa demasiado, no es el chico de tus sueños ni nada de eso pero… nos sirve para un apaño. Sí, chicos, a nosotras también nos pasa.
Lo que “quieres” suele o debe ser más ambicioso para todos. Sin embargo, la experiencia nos vuelve, si no conformistas, al menos mucho más realistas. Así que te arrojas a los brazos hoy de uno y mañana de otro sin poder evitar cierta sensación de vacío en más de una ocasión.
En una de mis pequeñas ágoras femeninas, tres mujeres analizábamos en qué medida nos afectaba ese hueco de nada que queda en el estómago y, sobre todo, si por mucho que ellos digan, no sufren los hombres también del mismo mal. Ya sabemos que está disfrazado por siglos de cultura machista en la que el Macho Alfa tiene como honor pasarse el día esparciendo sus millones de polvitos mágicos. Con este precedente, queda feo hasta decir que pueden estar hastiados de sexo sin amor o sin chispa o sin ilusión.
Éramos tres mujeres bien diferentes: la escéptica, hiperrealista y pragmática, la romántica frustrada por años de vacío y anclaje emocional a una relación pasada y la más joven, vital, también romántica, pero impregnada ya de ese punto de practicidad tan necesario para sobrevivir en la jungla sentimental.
La hiperrealista pragmática sabe que las posibilidades de encontrar una relación romántica no pasan del treinta por ciento y esto siendo optimista. Así que, visto el mercado, se disfruta mientras de lo que se tiene y no se añora lo que se quiere. ¿Cómo? No pensando demasiado en ello y dejando las aspiraciones emocionales a la misma altura de la catadura moral de lo que se encuentra por ahí, que deja bastante que desear.
Ya no se parte de conocer a alguien y pensar en llegar a “algo” (¿A qué diablos le llamamos “algo” hoy en día?). Una hiperrealista tiene mucho cuidado de no encariñarse hasta el punto de tender a la exclusividad. En el momento en que cae en la tentación de ser exclusiva la opción es clara: salir huyendo porque desear estar sólo con un hombre genera una más que peligrosa predisposición a regalar algo que el otro no merece, aprecia o desea. La otra es buscarse otro clavo que evite centrar el deseo y los pensamientos siempre en el mismo. Ambas funcionan bien y son válidas para la pragmática. Índice de sufrimiento… escaso. Un par de días recordando alguna cosa bonita y … ¡Que pase el siguiente!
La romántica frustrada está destinada a pasarlo muy mal hasta que algún mamarracho la haga despertar con alguna frase fuera de lugar o la ausencia total de caballerosidad que estamos padeciendo en los últimos tiempos. Anclarse en el recuerdo es muy dañino y doloroso por cuanto el tiempo miente, disfraza, adorna y sublima el pasado. Se difuminan los defectos, los malos ratos, el hastío. Y ponemos en un pedestal una relación que, aunque fuese hermosa en su día, se murió. Y a los muertos hay que enterrarlos. El día que ella entierra al “muerto”, da su primer paso hacia mejores puertos a los que arribar.
La vitalista romántica evolucionada hacia el pragmatismo bebe de todas las fuentes: de la desilusión, de la esperanza, de la necesidad de ternura, de la capacidad de disfrutar de la libertad. En ellas se pierde a ratos, aún no sabe por dónde camina. Ése es el don de la juventud: aún se deja ir sin estar demasiado angustiada por saber adónde. Ansía amar (como todas aunque cada cual se defiende de modo diferente) pero sabe que ni es fácil sentir y mucho menos encontrar. Es la chica que disfruta lo que tiene a pesar de que no sea siempre lo que quiere. La pragmática también pero con menos expectativas. La romántica aún sufre, sin embargo renacerá. Esperemos que se acerque más a la creadora de la frase. Es la que tiene más puntos para ser feliz.
Suponiendo que la felicidad y el amor existan
lunes, abril 02, 2007
Ninfas poliédricas
Qué difícil es escapar a los estereotipos! En ocasiones, tengo la sensación de haber creado un personaje ajeno a mí en este blog. En otros momentos, nunca creo ser más yo que cuando escribo y con lo que escribo. En todo caso, nadie está conformado solamente de lo que se ve desde fuera o precisamente de lo que no se ve.
La Ninfa se antoja a ojos de extraños _según el gusto del consumidor_ como una mujer resentida, prepotente, locuaz, descarada, optimista, pesimista, alegre, melancólica, valiente, cobarde, fuerte, vulnerable… Todas esas son Ninfa y no todas la simple mujer que se pone frente al teclado.
Quien me conoce _y cuando empleo la palabra conocer no me refiero a “distinguir”_ me avista poliédrica, previsiblemente imprevisible, charlatana, risueña, fatalista, sensual, tierna, falsamente distante a veces, implacablemente lejana cuando es necesario pero siempre, siempre auténtica.
Ocurre que las facetas de la Ninfa se muestran de modo diferente según la persona y la ocasión. Hay personas y momentos en los que soy vital, fresca y descarada, otros instantes en los que aparezco prudente y formal. Sensual de noche (o al mediodía, o por la mañana o cuando tengo ocasión y partenaire adecuado), trabajadora de día, adulta todo el tiempo, formal o traviesa. Indiscutiblemente inusual.
Cabe el error de pensar que se puede llegar a todas sus esferas. No se corresponde con la realidad. Nunca nadie ha logrado llegar tan dentro. La Ninfa (¡Qué horror, parezco Aída Nízar!), de la que hablo en tercera persona porque sé en cuán medida se ha convertido en un personaje de semificción, no es para todos los gustos, ni todos los tactos, ni todos los oídos. Hay quien ve en su silencio _apenas un par de amigos_, quien ve en su risa, quien lee en su llanto silencioso.
A ratos me descubro en ella y muchos otros ella me descubre a mí. Somos producto y subproducto de la misma materia.
Puede decepcionar quien escribe o ser tal cual fue imaginada. Puede parecerse o ser diametralmente opuesta. Porque, como escribió alguien que sí podía presumir de hacerlo:
“Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color con que se mira”.
La Ninfa se antoja a ojos de extraños _según el gusto del consumidor_ como una mujer resentida, prepotente, locuaz, descarada, optimista, pesimista, alegre, melancólica, valiente, cobarde, fuerte, vulnerable… Todas esas son Ninfa y no todas la simple mujer que se pone frente al teclado.
Quien me conoce _y cuando empleo la palabra conocer no me refiero a “distinguir”_ me avista poliédrica, previsiblemente imprevisible, charlatana, risueña, fatalista, sensual, tierna, falsamente distante a veces, implacablemente lejana cuando es necesario pero siempre, siempre auténtica.
Ocurre que las facetas de la Ninfa se muestran de modo diferente según la persona y la ocasión. Hay personas y momentos en los que soy vital, fresca y descarada, otros instantes en los que aparezco prudente y formal. Sensual de noche (o al mediodía, o por la mañana o cuando tengo ocasión y partenaire adecuado), trabajadora de día, adulta todo el tiempo, formal o traviesa. Indiscutiblemente inusual.
Cabe el error de pensar que se puede llegar a todas sus esferas. No se corresponde con la realidad. Nunca nadie ha logrado llegar tan dentro. La Ninfa (¡Qué horror, parezco Aída Nízar!), de la que hablo en tercera persona porque sé en cuán medida se ha convertido en un personaje de semificción, no es para todos los gustos, ni todos los tactos, ni todos los oídos. Hay quien ve en su silencio _apenas un par de amigos_, quien ve en su risa, quien lee en su llanto silencioso.
A ratos me descubro en ella y muchos otros ella me descubre a mí. Somos producto y subproducto de la misma materia.
Puede decepcionar quien escribe o ser tal cual fue imaginada. Puede parecerse o ser diametralmente opuesta. Porque, como escribió alguien que sí podía presumir de hacerlo:
“Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color con que se mira”.
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