Tengo mi rincón algo abandonado. No por desidia. Afortunadamente, tengo trabajo y no lo llevo tan derechito como debería... Por otra parte, tengo cierta sequía de ideas.
Cuando escribes para trabajar, a la hora de hacerlo por diversión estás cansado y con poca vidilla. Entre estO y que apenas hago vida social _estoy regenerada casi de todo_ me duele la cabeza y me convierto una bloguera de tres al cuarto y aburrida perdida.
Hoy recordaba algunos de mis viajes. He sido una consumada viajera. Ahora no lo soy por motivos económicos pero nadie me quita lo bailao... Charlando con un compa de trabajo hacía alusión a mi devoción por el calor. Aquí está diluviando, claro. Me decía él que como gallega´_él es andaluz_ debería estar acostumbrada. Pues no.
No es lo mismo aguantarse que resignarse y yo no soporto la lluvia. Es un coñazo. No puedes pasear con niños grandes o pequeños, ir de copas se convierte en una lucha contra los elementos, mis rizos se escrespan con la puñetera humedad, voy dando paraguazos a diestro y siniestro porque ya me cansé de ser la única idiota que apartaba el aparatejo. Ahora, !Ay del que se me cruce con aviesas intenciones! Le cae un ballenazo nínfico de los que hacen época. Así que amo el sol, el calor, la luz.
Pero volviendo a mi conversación con mi amigo malagueño, me retrotraje a algunas de las anécdotas que me pasan en casi todos los viajes. Una de ellas es que, por mucho que me guste el calor, soy hipotensa, así que nadie me libra de un bajón de tensión espectacular por viajecito que me tumba un día, al menos.
En Egipto, nada más llegar, nos llevaron a las tres de la tarde en JULIO a visitar unas preciosas tumbas del Valle de los Reyes. Ahí me fui yo, feliz como una perdiz, a cincuenta y no se cuántos grados bajo el sol. Pues fue entrar en una de las susodichas tumbas y notar la piel y los sudores fríos. A mis pies, unos 200 escalones hacia abajo. Mi entonces marido, tiró para adelante y se olvidó de mí (¿sería una señal?) y yo me quedé agarrada como una garrapata a la barandilla.
Lejos de pensar en mi salud, mi cabeza giraba y decía: "!!!Dios, me voy a desmayar, caeré rodando por estas escaleras y daré la campanada el primer día. Por favor, no dejes que me caiga!!! Finalmente, bajé cómo pude y me encuentro que están hablando de unas bragas negras y blancas que significaban no sé qué. Entre el colocón del calor y que llegué tarde, no me enteraba de nada y repetía como ida: ¿Bragas? ¿Qué bragas? !!No veo naaa!! Y mi ex: "!Que te calles!".
Y es que irse donde hace mucho calor tiene sus riesgos. Sin ir más lejos, en la Plaza de España de Sevilla (a la que nos fuimos mis amigos y yo a las tres de la tarde de julio con un sol que rajaba las piedras) me pillé otra borrachera de grados centígrados. Literal. Me dio por decir chorradas exactamente como si estuviese borracha perdida. Hay que decir que mis amigos se mondaron y yo me cogí la moña más barata de la historia.
En Turquía, salí de marcha a una discoteca troglodita, me lo pasé de cine, no me emborraché y, al día siguiente... !Zas! Migraña que te crió. Por supuesto, no hubo un solo españolito que no creyese que vomitaba por la resaca. Me perdí no sé qué visita mientras poteaba y sufría. Eso sí, por la noche había fiesta en el hotel y... resucité. Juro que no lo hago a propósito. Es raza.
Y es que lo mío es el calorcito y el cachondeo. Imagino que para trabajar será un rollo pero para viajar... Vamos, lo que es a mí, por los fiordos noruegos no me van a pillar hasta que se produzca el segundo deshielo...
¡Palabra de ardilla bellotera!
viernes, noviembre 24, 2006
domingo, noviembre 19, 2006
De vuelta del infierno
Hoy he estado hablando con una dulce amiga de ultramar. Culta, joven, dulce y encantadora.
Mi niña me cuenta que está deprimida por motivos desconocidos. No tiene ánimo para hacer su trabajo, busca la soledad, los medicamentos la han hecho engordar, llora sin motivo aparente.
Ese infierno en vida se llama depresión. Hablando con ella recordé una terrible etapa de mi vida en que tuve que sobrevivir a una montaña de obstáculos confabuladas con una sola aparente causa: destruirme a mí y a todo lo que amaba.
Conozco bien esa dama negra.
Se hace dueña de ti casi sin darte cuenta. Pretendes poder con todo y no eres más que un ser humano con derecho a sufrir, caer y, como puedas, levantarte. Nuestra sociedad no está diseñada para darnos derecho a fallar. A no ser fuertes, insensibles al dolor. Tenemos que ser superhombres y supermujeres y todo signo de debilidad es una tara terrible.
Los deprimidos son grandes incomprendidos. No podemos animarles con nuestros razonabilísimos razonamientos. Los hechos empíricos no sirven, nuestra realidad no es la que está dentro de ellos. Les juzgamos, nos agotan, parecen caprichosos, autocompasivos.
Desde dentro es todo muy diferente. No quieres ni puedes ayudarte y, paradójicamente, tú eres el único que puede salvarte. Con ayuda, sí, pero la voluntad es la única que saca al enfermo del abismo. Y justamente de lo que priva una depresión es de ser dueño de la voluntad. Una pescadilla que se muerde la cola.
Cuando yo tuve mi depresión no tenía tiempo para pensar en mí. Tenía una niña de un año y un bebé de apenas meses. Al mes de nacer el niño, diagnosticaron un cáncer muy infiltrante a mi hermano mayor. El único al que consideraba y consideraré siempre mi hermano. Sufría mobbing desde hacía cinco años en mi trabajo por negarme a acostarme con el subdirector. Tuve que soportar durante todo ese tiempo cómo mi carrera y la de mi entonces marido eran frenadas, machacadas, menospreciadas. Al horrible sufrimiento de mi hermano hubo que unir que pertenezco a una familia (por llamarla de alguna manera) rota. La ausencia de amor y colaboración para con mi agonizante hermano me convirtieron en la mala de la pelicula.
Lo di todo por él, estoy orgullosa de haberlo hecho. Me enfrenté con todos y durante mucho tiempo no me hablaron. No me arrepiento de nada. Perdí mucho peso, me olvidaba de comer.
Cada mañana cuidaba de dos bebés pendiente de un teléfono que sonaba con frecuencia para anunciarme que mi hermano se moría. Pero resistió mucho tiempo. Quince meses. Comíamos y salía a trabajar hasta las 11 de la noche. El móvil gritaba cada dos por tres para informarme de una operación mutilante, una traqueotomía al borde de la muerte, un tratamiento infernal, un dolor imposible de describir a través del valor de mi hermano.
La farsa de mi matrimonio no ayudaba. Tuve todo el apoyo del mundo de mi ex marido. Siempre fue un tipo formidable hasta que perdió el rumbo. Pero no le amaba. No había ninguna clase de pasión. Y algún asomo de las futuras rarezas de mi ex marido en momentos y de formas muy delicadas.
Soy una mujer fuerte y vital. Pero no soy de piedra. Nadie lo es. Caí en una depresión que duró muchos meses. A pesar de ella, seguí atendiendo a mi hermano con mi mejor cara, mintiéndole cada vez que le veía, tratando de poner buena cara a dos pequeñitos que eran todo vida y belleza. Dejé de trabajar, al menos remuneradamente.
De mi tratamiento sólo recuerdo dos cosas que se han convertido en una filosofía de vida. Le pregunté una vez al psiquiatra si estaba muy loca y me contestó que no, que estaba muy cuerda y ése era mi problema. "Si estuvieses loca todo sería más fácil. Te daría una pastillita y listo. Lo malo es que tú sabes lo que te pasa y tienes motivos. Y, aunque todo el mundo tiene sus tropiezos, tu vida es una carrera de obstáculos". Y la recomendación que me hizo fue que buscase mi espacio. Ahí pensé que el loco era él. ¿Qué espacio? Si algo no tenía era tiempo casi para dormir.
Me dijo que saliese, que no fuese todos los días al hospital. Deambulaba por las calles triste, sintiéndome culpable por no estar al lado de la cama de Pablo y por no cuidar a mis hijos. No tenía ganas de salir. Lo hacía porque era mi obligación. Se lo dije así al médico. Me contestó que lo natural es que no tuviese ganas pero lo curativo era que, a pesar de ello, lo hacía. Le entendí.
Antes de que mi hermano muriese, dejé las pastillas, pedí el alta voluntaria, volví a trabajar. Cuando se fue no recaí. Durante tres semanas, no lloré. Luego me derrumbé en los brazos de una de mis íntimas ahora, mi peluquera simpática entonces. Y continué viviendo.
Hice del valor de mi hermano y de mi propia fortuna de vivir las puntas de lanza de la supervivencia. Mi matrimonio se ácabó, perdí el trabajo finalmente y conocí los infiernos del paro. Pero salir de una depresión te puede hacer más fuerte.
Me juré a mí misma que jamás volvería allí abajo. Por mí y por los que quiero. Mi vida no es fácil pero las partes buenas, son fascinantes. Soy una disfrutadora nata, siempre lo digo. No me gusta alardear pero lo considero una cualidad. Una copa de vino, unas horas de risas, un poco de música, ver a los niños divertirse, por qué no, el buen sexo, la playa, un modelito, un piropo. Todo hace mi vida más agradable y digna de ser vivida.
Porque no cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque soy querida y quiero. Porque tengo juventud y ganas de empezar de nuevo una y mil veces. Porque sé lo que es hundirse y salir afuera.
Me concedo siempre permiso para flaquear de vez en cuando. Cuando las cosas se ponen muy crudas _y hace mucho que lo están_ me doy una jornada o dos de autocompasión. Y nada más. Al día siguiente salgo con o sin ganas. Quedo con todo el mundo, vivo. Y esa fuerza ya no me la quita nadie porque lo que no te mata te hace más fuerte. A mí estuvo a punto de matarme por dentro (la peor de las muertes) pero he vuelto reforzada.
Soy más tolerante, soy más alegre, soy más libre. Se puede salir y se sale.
Por eso pienso en mi amiga _más de una_ presas de esa cárcel invisible. Y pido mucho amor para ellas, mucha paciencia, mucha comprensión y fuerza para volver a ser ellas.
Porque nadie merece estar muerto en vida.
Mi niña me cuenta que está deprimida por motivos desconocidos. No tiene ánimo para hacer su trabajo, busca la soledad, los medicamentos la han hecho engordar, llora sin motivo aparente.
Ese infierno en vida se llama depresión. Hablando con ella recordé una terrible etapa de mi vida en que tuve que sobrevivir a una montaña de obstáculos confabuladas con una sola aparente causa: destruirme a mí y a todo lo que amaba.
Conozco bien esa dama negra.
Se hace dueña de ti casi sin darte cuenta. Pretendes poder con todo y no eres más que un ser humano con derecho a sufrir, caer y, como puedas, levantarte. Nuestra sociedad no está diseñada para darnos derecho a fallar. A no ser fuertes, insensibles al dolor. Tenemos que ser superhombres y supermujeres y todo signo de debilidad es una tara terrible.
Los deprimidos son grandes incomprendidos. No podemos animarles con nuestros razonabilísimos razonamientos. Los hechos empíricos no sirven, nuestra realidad no es la que está dentro de ellos. Les juzgamos, nos agotan, parecen caprichosos, autocompasivos.
Desde dentro es todo muy diferente. No quieres ni puedes ayudarte y, paradójicamente, tú eres el único que puede salvarte. Con ayuda, sí, pero la voluntad es la única que saca al enfermo del abismo. Y justamente de lo que priva una depresión es de ser dueño de la voluntad. Una pescadilla que se muerde la cola.
Cuando yo tuve mi depresión no tenía tiempo para pensar en mí. Tenía una niña de un año y un bebé de apenas meses. Al mes de nacer el niño, diagnosticaron un cáncer muy infiltrante a mi hermano mayor. El único al que consideraba y consideraré siempre mi hermano. Sufría mobbing desde hacía cinco años en mi trabajo por negarme a acostarme con el subdirector. Tuve que soportar durante todo ese tiempo cómo mi carrera y la de mi entonces marido eran frenadas, machacadas, menospreciadas. Al horrible sufrimiento de mi hermano hubo que unir que pertenezco a una familia (por llamarla de alguna manera) rota. La ausencia de amor y colaboración para con mi agonizante hermano me convirtieron en la mala de la pelicula.
Lo di todo por él, estoy orgullosa de haberlo hecho. Me enfrenté con todos y durante mucho tiempo no me hablaron. No me arrepiento de nada. Perdí mucho peso, me olvidaba de comer.
Cada mañana cuidaba de dos bebés pendiente de un teléfono que sonaba con frecuencia para anunciarme que mi hermano se moría. Pero resistió mucho tiempo. Quince meses. Comíamos y salía a trabajar hasta las 11 de la noche. El móvil gritaba cada dos por tres para informarme de una operación mutilante, una traqueotomía al borde de la muerte, un tratamiento infernal, un dolor imposible de describir a través del valor de mi hermano.
La farsa de mi matrimonio no ayudaba. Tuve todo el apoyo del mundo de mi ex marido. Siempre fue un tipo formidable hasta que perdió el rumbo. Pero no le amaba. No había ninguna clase de pasión. Y algún asomo de las futuras rarezas de mi ex marido en momentos y de formas muy delicadas.
Soy una mujer fuerte y vital. Pero no soy de piedra. Nadie lo es. Caí en una depresión que duró muchos meses. A pesar de ella, seguí atendiendo a mi hermano con mi mejor cara, mintiéndole cada vez que le veía, tratando de poner buena cara a dos pequeñitos que eran todo vida y belleza. Dejé de trabajar, al menos remuneradamente.
De mi tratamiento sólo recuerdo dos cosas que se han convertido en una filosofía de vida. Le pregunté una vez al psiquiatra si estaba muy loca y me contestó que no, que estaba muy cuerda y ése era mi problema. "Si estuvieses loca todo sería más fácil. Te daría una pastillita y listo. Lo malo es que tú sabes lo que te pasa y tienes motivos. Y, aunque todo el mundo tiene sus tropiezos, tu vida es una carrera de obstáculos". Y la recomendación que me hizo fue que buscase mi espacio. Ahí pensé que el loco era él. ¿Qué espacio? Si algo no tenía era tiempo casi para dormir.
Me dijo que saliese, que no fuese todos los días al hospital. Deambulaba por las calles triste, sintiéndome culpable por no estar al lado de la cama de Pablo y por no cuidar a mis hijos. No tenía ganas de salir. Lo hacía porque era mi obligación. Se lo dije así al médico. Me contestó que lo natural es que no tuviese ganas pero lo curativo era que, a pesar de ello, lo hacía. Le entendí.
Antes de que mi hermano muriese, dejé las pastillas, pedí el alta voluntaria, volví a trabajar. Cuando se fue no recaí. Durante tres semanas, no lloré. Luego me derrumbé en los brazos de una de mis íntimas ahora, mi peluquera simpática entonces. Y continué viviendo.
Hice del valor de mi hermano y de mi propia fortuna de vivir las puntas de lanza de la supervivencia. Mi matrimonio se ácabó, perdí el trabajo finalmente y conocí los infiernos del paro. Pero salir de una depresión te puede hacer más fuerte.
Me juré a mí misma que jamás volvería allí abajo. Por mí y por los que quiero. Mi vida no es fácil pero las partes buenas, son fascinantes. Soy una disfrutadora nata, siempre lo digo. No me gusta alardear pero lo considero una cualidad. Una copa de vino, unas horas de risas, un poco de música, ver a los niños divertirse, por qué no, el buen sexo, la playa, un modelito, un piropo. Todo hace mi vida más agradable y digna de ser vivida.
Porque no cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque soy querida y quiero. Porque tengo juventud y ganas de empezar de nuevo una y mil veces. Porque sé lo que es hundirse y salir afuera.
Me concedo siempre permiso para flaquear de vez en cuando. Cuando las cosas se ponen muy crudas _y hace mucho que lo están_ me doy una jornada o dos de autocompasión. Y nada más. Al día siguiente salgo con o sin ganas. Quedo con todo el mundo, vivo. Y esa fuerza ya no me la quita nadie porque lo que no te mata te hace más fuerte. A mí estuvo a punto de matarme por dentro (la peor de las muertes) pero he vuelto reforzada.
Soy más tolerante, soy más alegre, soy más libre. Se puede salir y se sale.
Por eso pienso en mi amiga _más de una_ presas de esa cárcel invisible. Y pido mucho amor para ellas, mucha paciencia, mucha comprensión y fuerza para volver a ser ellas.
Porque nadie merece estar muerto en vida.
jueves, noviembre 16, 2006
Pon un Príncipe en tu vida
Hay un topic en Orkut que se llama "Y si fuera". Y alguien me recordó mi clásica tendencia a ser políticamente incorrecta.
Una de mis posturas más criticadas es mi manifiesta admiración (bueno, no, envidia, seamos sinceros) por nuestra querida/odiada Princess María Leti. O sea, la Princesa de Asturias, Doña Leticia Ortiz (como las magdalenas).
Yo la envidio abiertamente. La gente dice que no le cae bien, que una princesa no debe tener pasado, que es engreída, que es prepotente, que es...
Lo que sí es seguro es que es lista pero que muy lista. El braguetazo del siglo: un príncipe _que está buenísimo, no como esos "mouchos" del norte de Europa_, alto, guapo, elegante y heredero te transforma de periodista _una profesión de mierda aunque a ella le fuera muy bien_ a princesa prometida en sólo ocho meses.
Yo me preguntaba: ¡Dios mío, si quería una periodista divorciada podía haber dado alguna señal! No me hubiese movido de los alrededores de Palacio hasta que me tropezase con él (a la altura de sus rodillas, cierto, pero el amor no conoce las distancias...). Por el pelo no habría problema, me lo teñiría de rubia, igual que ella. Y no estoy tan flaca, así que Peñafiel no podría estar todo el día crucificándome por anoréxica _que todo indica que lo es_.
No soy tan culta como ella probablemente pero a mí tampoco me han arreglado el currículum, han borrado de la faz de la tierra mi matrimonio previo ni me han dado un puesto a la vera de Urdaci para hacerme famosa ganando un kilo al mes. La chica es guapa o, al menos, lo era hasta que le dio por adelgazar hasta casi dar pena.
Pero a lo que íbamos. Yo le tengo mucha envidia. Envidia, envidia, no de esa que dicen que es sana _´¿Cómo coño puede ser sana la envidia?_. De la gorda.
Yo también quiero encontrar un tipo que me haga "desgraciada" (me troncho cuando todo el mundo se pone a decir que esa vida es triste...) con modelitos de la mejor marca, que me traten como la futura reina _ainnss_ en todas partes, comer estupendamente por el moco, que todo el mundo me haga la pelota, me reverencien, vacaciones cada dos por tres y no preocuparte más que de procrear... Sí, una vida durísima...
Pero, ojo, yo no la critico. La entiendo, la apoyo. Lo que me admira y me gustaría saber es cómo se las arregló para pescar a un príncipe con todo en contra en un tiempo récord. Debe ser estupenda en la cama (de buen rollito, no vaya a ser que la Casa Real me censure el blog...) porque cazar a un hombre que lo tiene todo y a todas en tan poco tiempo no es cosa fácil.
Debería escribir un manual de esos "Pon un Príncipe en tu vida". Porque después de los tropecientos sapos que he besado ya me tocaba pillar algo decente. Un conde (¡no lecquio, por Dios!) si no puede ser un príncipe. Ya que éste no está libre pues otro así guapo, rico, elegante, con trabajo fijo y vitalicio...
Y ya, ahora me pondréis verde, me llamaréis materialista y tal pero.... en silencio y sin que nadie os oiga...
¿Cuántas de vosotras le hubiéseis dicho que no?
Una de mis posturas más criticadas es mi manifiesta admiración (bueno, no, envidia, seamos sinceros) por nuestra querida/odiada Princess María Leti. O sea, la Princesa de Asturias, Doña Leticia Ortiz (como las magdalenas).
Yo la envidio abiertamente. La gente dice que no le cae bien, que una princesa no debe tener pasado, que es engreída, que es prepotente, que es...
Lo que sí es seguro es que es lista pero que muy lista. El braguetazo del siglo: un príncipe _que está buenísimo, no como esos "mouchos" del norte de Europa_, alto, guapo, elegante y heredero te transforma de periodista _una profesión de mierda aunque a ella le fuera muy bien_ a princesa prometida en sólo ocho meses.
Yo me preguntaba: ¡Dios mío, si quería una periodista divorciada podía haber dado alguna señal! No me hubiese movido de los alrededores de Palacio hasta que me tropezase con él (a la altura de sus rodillas, cierto, pero el amor no conoce las distancias...). Por el pelo no habría problema, me lo teñiría de rubia, igual que ella. Y no estoy tan flaca, así que Peñafiel no podría estar todo el día crucificándome por anoréxica _que todo indica que lo es_.
No soy tan culta como ella probablemente pero a mí tampoco me han arreglado el currículum, han borrado de la faz de la tierra mi matrimonio previo ni me han dado un puesto a la vera de Urdaci para hacerme famosa ganando un kilo al mes. La chica es guapa o, al menos, lo era hasta que le dio por adelgazar hasta casi dar pena.
Pero a lo que íbamos. Yo le tengo mucha envidia. Envidia, envidia, no de esa que dicen que es sana _´¿Cómo coño puede ser sana la envidia?_. De la gorda.
Yo también quiero encontrar un tipo que me haga "desgraciada" (me troncho cuando todo el mundo se pone a decir que esa vida es triste...) con modelitos de la mejor marca, que me traten como la futura reina _ainnss_ en todas partes, comer estupendamente por el moco, que todo el mundo me haga la pelota, me reverencien, vacaciones cada dos por tres y no preocuparte más que de procrear... Sí, una vida durísima...
Pero, ojo, yo no la critico. La entiendo, la apoyo. Lo que me admira y me gustaría saber es cómo se las arregló para pescar a un príncipe con todo en contra en un tiempo récord. Debe ser estupenda en la cama (de buen rollito, no vaya a ser que la Casa Real me censure el blog...) porque cazar a un hombre que lo tiene todo y a todas en tan poco tiempo no es cosa fácil.
Debería escribir un manual de esos "Pon un Príncipe en tu vida". Porque después de los tropecientos sapos que he besado ya me tocaba pillar algo decente. Un conde (¡no lecquio, por Dios!) si no puede ser un príncipe. Ya que éste no está libre pues otro así guapo, rico, elegante, con trabajo fijo y vitalicio...
Y ya, ahora me pondréis verde, me llamaréis materialista y tal pero.... en silencio y sin que nadie os oiga...
¿Cuántas de vosotras le hubiéseis dicho que no?
domingo, noviembre 12, 2006
Temibles mudanzas
Antes de nada, por si este post se queda a la mitad, que sepáis que tengo el portátil medio fastidiado e igual lo tengo que apagar de repente...
Bueno, estos días me da por pensar en las mudanzas. Lo más seguro es que ni me mueva de aquí pero, por si tengo que moverme, como buena obsesiva que soy, estoy todo el puñetero día dándole vueltas al tema.
Me he quedado fascinada con el nuevo salón, made in Ikea, de un amigo. La verdad, yo apuesto por los muebles baratos. Yo tengo mi casa completamente amueblada con muebles buenos y caros, en general, y me he dado cuenta hace tiempo que es una forma estúpida de tirar el dinero.
Si los muebles te han costado poco, cuando te aburras de ellos (que te aburrirás porque pasan de moda y a mí me gusta cambiarlo todo con frecuencia), pues los tiras o regalas y te compras otros. Si te han costado un ojo de la cara y tienes que mudarte, la mudanza te va a costar lo mismo que amueblar de nuevo o más. O sea, de locos...
Cuando pienso en mudanzas, automáticamente, recuerdo a mi pobre madre. Se mudó tropecientas mil veces a lo largo de su vida y le tocaba hacer absolutamente todo. Y éramos ocho personas en casa, seis de ellas hombres e inútiles y yo, que era una niña pequeña. Vamos, para tirarse de los pelos.
Como fui la última a mí sólo me tocaron unas seis (nada comparado con lo que llevaba encima la pobre mujer que vivió en Brasil antes en varias ciudades y casas, también en Santiago, más de lo mismo). En mi línea, a mí me chiflaba cambiarme de casa. Nunca le he tenido mucho apego a las cosas. La novedad siempre me ha parecido fascinante en todas las esferas de mi vida. Así que embalaba con fruición tacitas, lámparas y, cuando el trabajo se hacía pesado, me largaba a jugar.
Entonces los traslados se hacían en el seat 1.500, los muebles se bajaban por las escaleras y todo el proceso duraba días y días. El coche de mi padre era como un pozo sin fondo. También teníamos el "futrique" (así bautizó mi progenitor al 850 de segunda mano de mis hermanos mayores), ahí con la baca, llena de cachibaches. La verdad es que hasta irse de vacaciones era demencial.
La peor de todas mis mudanzas (porque desde que me fui de la casa materna también he tenido unas cuantas) ha sido la última. La hice sola, con todo el mobiliario que tengo, que es una barbaridad. Cuando estaba hasta el culo y había organizado las habitaciones de mis hijos y la mía, un buen día miré la habitación sobrante _llena de cajas y Dios sabe qué..._ y me dije: "Ya estoy harta, se acabó". Cerré la puerta y prohibí a todas las visitas acercarse al cuarto prohibido. Durante un año no necesité o encontré nada de lo que allí había y la bauticé como "La Habitación del Pánico". Ni los niños osaban entrar.
Un buen día, vino mi compa a vivir conmigo. Así que no me quedó más tu tía que vaciarla. Terminé el trabajo sintiéndome triunfal. ¡Qué sensación tan efímera! Llegó mi compañero y la llenó con TODO lo que tenía en su apartamento. Y ahí sigue viviendo. Y yo sigo cerrando la puerta cada vez que me la encuentro abierta y, por supuesto, llamándola la Habitación del Pánico. Yo creo que da más miedo ahora porque está habitada.
En fin, tal vez tenga que mudarme de nuevo _o no_ y ya estamos en la disyuntiva: ¿pagar un dineral por el traslado de muebles o comprarlos nuevos al mismo precio? La verdad es que es difícil decidirse. Si se pudieran vender... Dicen que hay quien compra pero... si se puede amueblar nuevo por dos duros... ¿Quién me va a comprar mis estupendos muebles?
Osú, mudanzas, qué miedo...
Bueno, estos días me da por pensar en las mudanzas. Lo más seguro es que ni me mueva de aquí pero, por si tengo que moverme, como buena obsesiva que soy, estoy todo el puñetero día dándole vueltas al tema.
Me he quedado fascinada con el nuevo salón, made in Ikea, de un amigo. La verdad, yo apuesto por los muebles baratos. Yo tengo mi casa completamente amueblada con muebles buenos y caros, en general, y me he dado cuenta hace tiempo que es una forma estúpida de tirar el dinero.
Si los muebles te han costado poco, cuando te aburras de ellos (que te aburrirás porque pasan de moda y a mí me gusta cambiarlo todo con frecuencia), pues los tiras o regalas y te compras otros. Si te han costado un ojo de la cara y tienes que mudarte, la mudanza te va a costar lo mismo que amueblar de nuevo o más. O sea, de locos...
Cuando pienso en mudanzas, automáticamente, recuerdo a mi pobre madre. Se mudó tropecientas mil veces a lo largo de su vida y le tocaba hacer absolutamente todo. Y éramos ocho personas en casa, seis de ellas hombres e inútiles y yo, que era una niña pequeña. Vamos, para tirarse de los pelos.
Como fui la última a mí sólo me tocaron unas seis (nada comparado con lo que llevaba encima la pobre mujer que vivió en Brasil antes en varias ciudades y casas, también en Santiago, más de lo mismo). En mi línea, a mí me chiflaba cambiarme de casa. Nunca le he tenido mucho apego a las cosas. La novedad siempre me ha parecido fascinante en todas las esferas de mi vida. Así que embalaba con fruición tacitas, lámparas y, cuando el trabajo se hacía pesado, me largaba a jugar.
Entonces los traslados se hacían en el seat 1.500, los muebles se bajaban por las escaleras y todo el proceso duraba días y días. El coche de mi padre era como un pozo sin fondo. También teníamos el "futrique" (así bautizó mi progenitor al 850 de segunda mano de mis hermanos mayores), ahí con la baca, llena de cachibaches. La verdad es que hasta irse de vacaciones era demencial.
La peor de todas mis mudanzas (porque desde que me fui de la casa materna también he tenido unas cuantas) ha sido la última. La hice sola, con todo el mobiliario que tengo, que es una barbaridad. Cuando estaba hasta el culo y había organizado las habitaciones de mis hijos y la mía, un buen día miré la habitación sobrante _llena de cajas y Dios sabe qué..._ y me dije: "Ya estoy harta, se acabó". Cerré la puerta y prohibí a todas las visitas acercarse al cuarto prohibido. Durante un año no necesité o encontré nada de lo que allí había y la bauticé como "La Habitación del Pánico". Ni los niños osaban entrar.
Un buen día, vino mi compa a vivir conmigo. Así que no me quedó más tu tía que vaciarla. Terminé el trabajo sintiéndome triunfal. ¡Qué sensación tan efímera! Llegó mi compañero y la llenó con TODO lo que tenía en su apartamento. Y ahí sigue viviendo. Y yo sigo cerrando la puerta cada vez que me la encuentro abierta y, por supuesto, llamándola la Habitación del Pánico. Yo creo que da más miedo ahora porque está habitada.
En fin, tal vez tenga que mudarme de nuevo _o no_ y ya estamos en la disyuntiva: ¿pagar un dineral por el traslado de muebles o comprarlos nuevos al mismo precio? La verdad es que es difícil decidirse. Si se pudieran vender... Dicen que hay quien compra pero... si se puede amueblar nuevo por dos duros... ¿Quién me va a comprar mis estupendos muebles?
Osú, mudanzas, qué miedo...
jueves, noviembre 09, 2006
Futuros posibles
Pues me llamaron ayer. No, no han sido los back street boys (ya me gustaría comerme al peazo rubio cachondo...) sino los impresentables del periódico que me ofreció una cifra para llorar hace unas semanas. Hablé con el de la parte periodística _el de la oferta patética es otro_ todo cariñoso él. Se quedó pálido _sí, lo noté a través del teléfono_ cuando le dije que por cuatro euros yo no me movía de mi casa.
Resumiendo, me comió la oreja, me prometió el oro y el moro en el futuro, voy a dirigir el periódico, voy a tener un sueldo digno (en el futuro), bla,bla,bla...
Mi deseo primigenio es enviarlos a sodomizarse en grupo y con bates de béisbol pero el hombre quiere negociar con el otro payaso. Ya le he dicho que no trabajaré por menos de una cifra _que me sigue pareciendo una mierda_ y él anda está ahí, todo acelerado, a ver si me "recapta".
Estas cosas hacen que todo tu mundo se tambalee. Porque si les digo que no a partir de cierta cifra y lo Madrid no sale adelante... estaré peor de lo que ya estoy, si es que eso es posible, que lo es.
La verdad es que ya he entrado completamente en la dinámica de la otra empresa. Me gusta el trabajo, me gusta la posibilidad de darle un vuelco a mi vida. Contrariamente a mucha gente, a mí los cambios no me disgustan, siempre pienso que son para mejor. Tal vez me equivoque pero estoy completamente mentalizada y convencida de que mi futuro ya no está aquí. Y sé que vivir en otra parte con los niños será durísimo pero, por otro lado, una parte de mí quiere terminar con esa dependencia que sigo manteniendo con mi ex respecto a mis hijos.
Luego está la otra vertiente. Ya lo he dicho en otro post. Tengo amigos maravillosos y dejarlos atrás para alguien como yo no es ninguna tontería. Especialmente si te vas a vivir sola y sin amigos a la gran ciudad.
El problema es que cuando yo paso página, la paso y de qué manera. Ahora sólo miro adelante y estos tipos me parecen el pasado. Pero si el proyecto con la empresa de la capital no se concreta, pues no hay sitio para mí. Eso sí, si como todo apunta, la multinacional acepta, ya tengo puesto. Me lo han dicho ayer porque he preguntado. Antes de fin de mes lo sabré.
Por eso me perturba que estos vengan a ponerme en dudas. Hasta este momento todo estaba muy claro. Sé que mi ambición y ansias profesionales me llevan lejos. Lo que no sé es si el dinero llegará. Estoy aburrida del periodismo, el maltrato y la precariedad de esta profesión. Ya no me hace ilusión, han estrangulado mi vocación.
De pronto, descubro el universo de los creativos y todo lo de siempre ahora me parece dar marcha atrás. Así son las cosas. Siempre entre la espada y la pared.
Tal vez, por los niños, debería quedarme aunque sea con peor sueldo. Sin embargo, pienso que una madre frustrada y sin posibilidades de solvencia económica reales son peor para cualquier criatura.
En fin, el futuro lo sigue definiendo Madrid. Creo que les voy a dar largas a estos hasta el mes que viene. Si me ofrecen una mierda razonable (porque el mínimo que pedí ya han dicho que nones) tendré que tragar pero pondré condiciones de horario. Si Madrid me da la oportunidad, la tomaré. Habrá quién no lo entienda e incluso puede que me arrepienta pero el que no se arriesga no gana nunca. También es verdad que no pierde... Pero yo ya estoy perdida.
Mientras, continúo aquí, sentada en el andén, como siempre desde que empecé mi segunda vida.
Resumiendo, me comió la oreja, me prometió el oro y el moro en el futuro, voy a dirigir el periódico, voy a tener un sueldo digno (en el futuro), bla,bla,bla...
Mi deseo primigenio es enviarlos a sodomizarse en grupo y con bates de béisbol pero el hombre quiere negociar con el otro payaso. Ya le he dicho que no trabajaré por menos de una cifra _que me sigue pareciendo una mierda_ y él anda está ahí, todo acelerado, a ver si me "recapta".
Estas cosas hacen que todo tu mundo se tambalee. Porque si les digo que no a partir de cierta cifra y lo Madrid no sale adelante... estaré peor de lo que ya estoy, si es que eso es posible, que lo es.
La verdad es que ya he entrado completamente en la dinámica de la otra empresa. Me gusta el trabajo, me gusta la posibilidad de darle un vuelco a mi vida. Contrariamente a mucha gente, a mí los cambios no me disgustan, siempre pienso que son para mejor. Tal vez me equivoque pero estoy completamente mentalizada y convencida de que mi futuro ya no está aquí. Y sé que vivir en otra parte con los niños será durísimo pero, por otro lado, una parte de mí quiere terminar con esa dependencia que sigo manteniendo con mi ex respecto a mis hijos.
Luego está la otra vertiente. Ya lo he dicho en otro post. Tengo amigos maravillosos y dejarlos atrás para alguien como yo no es ninguna tontería. Especialmente si te vas a vivir sola y sin amigos a la gran ciudad.
El problema es que cuando yo paso página, la paso y de qué manera. Ahora sólo miro adelante y estos tipos me parecen el pasado. Pero si el proyecto con la empresa de la capital no se concreta, pues no hay sitio para mí. Eso sí, si como todo apunta, la multinacional acepta, ya tengo puesto. Me lo han dicho ayer porque he preguntado. Antes de fin de mes lo sabré.
Por eso me perturba que estos vengan a ponerme en dudas. Hasta este momento todo estaba muy claro. Sé que mi ambición y ansias profesionales me llevan lejos. Lo que no sé es si el dinero llegará. Estoy aburrida del periodismo, el maltrato y la precariedad de esta profesión. Ya no me hace ilusión, han estrangulado mi vocación.
De pronto, descubro el universo de los creativos y todo lo de siempre ahora me parece dar marcha atrás. Así son las cosas. Siempre entre la espada y la pared.
Tal vez, por los niños, debería quedarme aunque sea con peor sueldo. Sin embargo, pienso que una madre frustrada y sin posibilidades de solvencia económica reales son peor para cualquier criatura.
En fin, el futuro lo sigue definiendo Madrid. Creo que les voy a dar largas a estos hasta el mes que viene. Si me ofrecen una mierda razonable (porque el mínimo que pedí ya han dicho que nones) tendré que tragar pero pondré condiciones de horario. Si Madrid me da la oportunidad, la tomaré. Habrá quién no lo entienda e incluso puede que me arrepienta pero el que no se arriesga no gana nunca. También es verdad que no pierde... Pero yo ya estoy perdida.
Mientras, continúo aquí, sentada en el andén, como siempre desde que empecé mi segunda vida.
martes, noviembre 07, 2006
Mi vida contigo
Hoy te toca a ti. Estás omnipresente en casi todos mis textos pero, de algún modo, te mantienes y permaneces un poco al margen.
Te encontré en un sitio raro y con mala prensa. En un mal momento para poder jugar a "las casitas" afortunada o desafortunadamente, según se mire.
En un pis-pas te echaste novia friky, como me gusta llamar a todas tus churris. Ésta, más que friky, era bastante impresentable, al menos a mi entender.
A mí me hacías mucha gracia pero yo no soy de las que esperan a ningún hombre. Lo sabías y fuimos sinceros. Así que, como presagié, acabamos desencontrándonos permanentemente. Te lo dije: "Tú experimentas aquí, yo experimentaré allá y nunca veremos el momento para coincidir. Dejaremos pasar una oportunidad única, porque nos entendemos, nos gustamos y nuestro momento habrá pasado". Así fue.
Sin embargo, resultó mucho mejor lo que logramos después. Nos convertimos en dos extraños inseparables que caminan cada uno por su lado. Comparto contigo todas mis inquietudes, eres mi bálsamo, el sentido común, el toque tajante para cuando me pongo blanda o me derrumbo. Me das hasta permiso para derrumbarme y nadie lo hace con tanto criterio.
Tomamos una decisión arriesgada, incomprensible para la mayoría de la gente corriente. Nos salió bien. Supongo que el secreto está en que nos respetamos, nos queremos, dialogamos. Y en tu capacidad, que tanto envidio, para no enfadarte por nada. Contigo he aprendido a convivir con cosas que me disgustan sin sufrir demasiado. Y tú has aprendido a aguantarme cuando me quejo.
Aún te debo los plazos de la bici de la niña. No me he olvidado. Ni de eso, ni de que estás siempre como quien no está. Lo justo para no estorbarnos, lo necesario para apoyarnos. Te debo todos y cada uno de los buenos ratos que he pasado contigo y sin ti porque, sin tu ayuda, no tendría la vida que puedo tener ahora gracias a tu incondicional apoyo.
Eres más que un hermano y que un novio. Eres mi mejor amigo. Te cuento mis películas, compartimos nuestras rarezas, nos reímos el uno del otro. Nos damos caña sin enfadarnos. No tenemos nada que ver y, sin embargo, estamos fenomenal juntos. O sí lo tenemos pero venimos de mundos diferentes. Nuestras burbujas son diferentes. Sin embargo, cuando subimos en nuestras pompas, de vez en cuando, chocamos en el aire y te veo. Y me ves.
Me encanta ser malísima contigo y ver que no te afecta ni lo más mínimo. Es fantástico. Me gusta cómo me dices verdades irrebatibles o me sueltas una de las teorías freudianas que ya sabes que tanto me repatean. Me aterra tu "Habitación del Pánico" y a ti te rechifla aunque digas que te estás mentalizando para arreglarla... ¡¡De esto hace más de un año!!
Hasta me he ofrecido en convertirla en el más atractivo picadero al módico precio de que me prestes tu supertelevisión... pero no ha colado.
A veces, egoístamente y no desde el punto de vista material, pienso en el día en que te eches novia y, como conozco al animal, sé que desaparecerás del mapa si ella se empeña. Me gustaría gustarle para no perderte. Porque lo que tenemos no se repetería, de eso somos conscientes ambos.
Disfruto contándote hasta la última memez que me pasa a través del msn y todas mis pajas mentales segura de que no me juzgarás. Disfruto diciéndote burradas sabiendo que, a pesar de las apariencias, tú sabes que jamás osaría juzgarte.
Hay quien me pregunta cómo me imagino mi vida sin ti. Pues no me la imagino. Eso es lo malo. Debería hacerlo pero no me apetece.
En realidad, me temo que me quedo muy corta. No puedo describir lo que significas para mí. No es posible ponerlo sobre el papel. Tal vez el día que te pierda me salga a borbotones.
Hoy sólo quería recordarte que te quiero.
Te encontré en un sitio raro y con mala prensa. En un mal momento para poder jugar a "las casitas" afortunada o desafortunadamente, según se mire.
En un pis-pas te echaste novia friky, como me gusta llamar a todas tus churris. Ésta, más que friky, era bastante impresentable, al menos a mi entender.
A mí me hacías mucha gracia pero yo no soy de las que esperan a ningún hombre. Lo sabías y fuimos sinceros. Así que, como presagié, acabamos desencontrándonos permanentemente. Te lo dije: "Tú experimentas aquí, yo experimentaré allá y nunca veremos el momento para coincidir. Dejaremos pasar una oportunidad única, porque nos entendemos, nos gustamos y nuestro momento habrá pasado". Así fue.
Sin embargo, resultó mucho mejor lo que logramos después. Nos convertimos en dos extraños inseparables que caminan cada uno por su lado. Comparto contigo todas mis inquietudes, eres mi bálsamo, el sentido común, el toque tajante para cuando me pongo blanda o me derrumbo. Me das hasta permiso para derrumbarme y nadie lo hace con tanto criterio.
Tomamos una decisión arriesgada, incomprensible para la mayoría de la gente corriente. Nos salió bien. Supongo que el secreto está en que nos respetamos, nos queremos, dialogamos. Y en tu capacidad, que tanto envidio, para no enfadarte por nada. Contigo he aprendido a convivir con cosas que me disgustan sin sufrir demasiado. Y tú has aprendido a aguantarme cuando me quejo.
Aún te debo los plazos de la bici de la niña. No me he olvidado. Ni de eso, ni de que estás siempre como quien no está. Lo justo para no estorbarnos, lo necesario para apoyarnos. Te debo todos y cada uno de los buenos ratos que he pasado contigo y sin ti porque, sin tu ayuda, no tendría la vida que puedo tener ahora gracias a tu incondicional apoyo.
Eres más que un hermano y que un novio. Eres mi mejor amigo. Te cuento mis películas, compartimos nuestras rarezas, nos reímos el uno del otro. Nos damos caña sin enfadarnos. No tenemos nada que ver y, sin embargo, estamos fenomenal juntos. O sí lo tenemos pero venimos de mundos diferentes. Nuestras burbujas son diferentes. Sin embargo, cuando subimos en nuestras pompas, de vez en cuando, chocamos en el aire y te veo. Y me ves.
Me encanta ser malísima contigo y ver que no te afecta ni lo más mínimo. Es fantástico. Me gusta cómo me dices verdades irrebatibles o me sueltas una de las teorías freudianas que ya sabes que tanto me repatean. Me aterra tu "Habitación del Pánico" y a ti te rechifla aunque digas que te estás mentalizando para arreglarla... ¡¡De esto hace más de un año!!
Hasta me he ofrecido en convertirla en el más atractivo picadero al módico precio de que me prestes tu supertelevisión... pero no ha colado.
A veces, egoístamente y no desde el punto de vista material, pienso en el día en que te eches novia y, como conozco al animal, sé que desaparecerás del mapa si ella se empeña. Me gustaría gustarle para no perderte. Porque lo que tenemos no se repetería, de eso somos conscientes ambos.
Disfruto contándote hasta la última memez que me pasa a través del msn y todas mis pajas mentales segura de que no me juzgarás. Disfruto diciéndote burradas sabiendo que, a pesar de las apariencias, tú sabes que jamás osaría juzgarte.
Hay quien me pregunta cómo me imagino mi vida sin ti. Pues no me la imagino. Eso es lo malo. Debería hacerlo pero no me apetece.
En realidad, me temo que me quedo muy corta. No puedo describir lo que significas para mí. No es posible ponerlo sobre el papel. Tal vez el día que te pierda me salga a borbotones.
Hoy sólo quería recordarte que te quiero.
lunes, noviembre 06, 2006
Cosmopolita de provincias
Al final no he hablado de la parte más frivolilla de mi paseo por Madrid, que también tiene su "aquél" (como decimos en Galicia).
En las grandes urbes siempre me entra complejo de paleta. Igual porque lo soy. Por eso voy por la calle con esa cara tan seria y estirada como si fuese una pija de Serrano. Me voy repitiendo para mis adentros "soy cosmopolita, lo soy, lo soy". Y al otro rato: "No se dan cuenta de que soy una provinciana, no se dan cuenta, no se dan cuenta...". En fin, que no me lo creo ni yo.
Probé la experiencia de ir con cara de culo en el metro como si lo hiciese todos los días cuando en mi ciudad voy en coche casi hasta para llegar al water. Me sorprendió la miscelánea en que se ha convertido la capital. He estado miles de veces de paso pero, eso mismo, sólo de paso. Mientras comía, o paseaba o iba en metro no podía dejar de observar que los autóctonos (eso sin contar que yo tampoco soy madrileña) éramos minoría.
Acabé preguntando a qué se dedicaba la gente que antes trabajaba en hostelería allá porque todos los que están ahora son sudamericanos. No porque me parezca mal pero, me dije, ¿tanto trabajo hay aquí que los otros ya no necesitan estar en hostelería? Nu sé.
Me gustó, como siempre, lo abiertos que son los madrileños. Un poco chulitos pero a mí eso me hace gracia. Como a ellos mi peazo acento de la tierra galaica. Los gallegos somos más tímidos, más cerrados. Los hombres aquí no te echan un piropo más que borrachos y a las tantas de la mañana. Sin embargo, en el trayecto al aeropuerto, al taxista (un chaval joven) le dio tiempo a tontear, darme su teléfono, su msn y no me dio nada más porque no me dejé...
Los tipos te miran por la calle, como si existieses (sí señores, en Galicia ni pestañean, no sólo conmigo, con quien sea). La gente te hace la rosca y te dice que eres muy joven (¡Ay, Dios, cómo me gusta eso...!).
Tuve ocasión de darme un paseo en un carruaje de gran cilindrada, descapotable y sólo para ricos. Eso sí, me monté en él como si me dedicase a viajar en esos cacharros todos los días. Ni una sola alusión al precioso tapizado en cuero color teja. Como ya sé que son una herramienta para ligar, yo siempre hago caso omiso de ellos. De hecho, mis últimos rollos más largos tenían ambos sus correspondientes mercedes y no por eso me parecían más guapos. Pero mola que tengan pasta, claro, que ya tengo una edad para buscarme indigentes.
También hubo quien me dijo algo así como "vosotros los millonarios". ¡Dios, es para partirse! Con lo pringada que estoy yo, da gloria seguir dando el pego. También me salieron unas impresionantes ampollas en los pies cuando el hotel estaba a cincuenta metros de la oficina... ¿Será la polución?
Comí con una amiga remaja que tenía muchas ganas de ver y que está cada día más esbelta y joven, la condenada, y me dio tiempo a hacer un poco el primo y perder la cartera. Lo sorprendente es que la recuperé en perfecto estado. Un milagrito. Yo le decía que era una señal. "¿De qué?", me dijo. "De que se me está quitando de encima el gafe...". Hay que tener fe.
Pero es mentira. Hoy mismo acabo de dejar caer mi móvil en la bañera con agua y creo que ha muerto. Era un regalo de mi compi y, encima, para el curro me hace mucha falta. Estoy esperando a que se seque con el corazón en la mano.
Y la tarjeta en la otra. Para aplazar los pagos.
Ay, Jesús, si naciste pa martillo del cielo te caen los clavos...
En las grandes urbes siempre me entra complejo de paleta. Igual porque lo soy. Por eso voy por la calle con esa cara tan seria y estirada como si fuese una pija de Serrano. Me voy repitiendo para mis adentros "soy cosmopolita, lo soy, lo soy". Y al otro rato: "No se dan cuenta de que soy una provinciana, no se dan cuenta, no se dan cuenta...". En fin, que no me lo creo ni yo.
Probé la experiencia de ir con cara de culo en el metro como si lo hiciese todos los días cuando en mi ciudad voy en coche casi hasta para llegar al water. Me sorprendió la miscelánea en que se ha convertido la capital. He estado miles de veces de paso pero, eso mismo, sólo de paso. Mientras comía, o paseaba o iba en metro no podía dejar de observar que los autóctonos (eso sin contar que yo tampoco soy madrileña) éramos minoría.
Acabé preguntando a qué se dedicaba la gente que antes trabajaba en hostelería allá porque todos los que están ahora son sudamericanos. No porque me parezca mal pero, me dije, ¿tanto trabajo hay aquí que los otros ya no necesitan estar en hostelería? Nu sé.
Me gustó, como siempre, lo abiertos que son los madrileños. Un poco chulitos pero a mí eso me hace gracia. Como a ellos mi peazo acento de la tierra galaica. Los gallegos somos más tímidos, más cerrados. Los hombres aquí no te echan un piropo más que borrachos y a las tantas de la mañana. Sin embargo, en el trayecto al aeropuerto, al taxista (un chaval joven) le dio tiempo a tontear, darme su teléfono, su msn y no me dio nada más porque no me dejé...
Los tipos te miran por la calle, como si existieses (sí señores, en Galicia ni pestañean, no sólo conmigo, con quien sea). La gente te hace la rosca y te dice que eres muy joven (¡Ay, Dios, cómo me gusta eso...!).
Tuve ocasión de darme un paseo en un carruaje de gran cilindrada, descapotable y sólo para ricos. Eso sí, me monté en él como si me dedicase a viajar en esos cacharros todos los días. Ni una sola alusión al precioso tapizado en cuero color teja. Como ya sé que son una herramienta para ligar, yo siempre hago caso omiso de ellos. De hecho, mis últimos rollos más largos tenían ambos sus correspondientes mercedes y no por eso me parecían más guapos. Pero mola que tengan pasta, claro, que ya tengo una edad para buscarme indigentes.
También hubo quien me dijo algo así como "vosotros los millonarios". ¡Dios, es para partirse! Con lo pringada que estoy yo, da gloria seguir dando el pego. También me salieron unas impresionantes ampollas en los pies cuando el hotel estaba a cincuenta metros de la oficina... ¿Será la polución?
Comí con una amiga remaja que tenía muchas ganas de ver y que está cada día más esbelta y joven, la condenada, y me dio tiempo a hacer un poco el primo y perder la cartera. Lo sorprendente es que la recuperé en perfecto estado. Un milagrito. Yo le decía que era una señal. "¿De qué?", me dijo. "De que se me está quitando de encima el gafe...". Hay que tener fe.
Pero es mentira. Hoy mismo acabo de dejar caer mi móvil en la bañera con agua y creo que ha muerto. Era un regalo de mi compi y, encima, para el curro me hace mucha falta. Estoy esperando a que se seque con el corazón en la mano.
Y la tarjeta en la otra. Para aplazar los pagos.
Ay, Jesús, si naciste pa martillo del cielo te caen los clavos...
Celos provocados
Los adultos podemos ser la peor de las basuras. Mi niña tiene el corazón roto y no está en mis manos recomponerlo.
Ha llorado amargamente, con sus seis recientes añitos, porque en casa de su padre "todo el mundo le hace muchísimo más caso a H (su hermano) que a mí". Se cela del peque y con razón.
Desde que al chiflado de su padre le ha dado por decir que la niña "ha elegido" (¡jesús! Parece un jurado...) todo se le va en ir con el niño solo a todas partes y excluirla a ella sin miramientos.
Es una niña extremadamente sensible, perfeccionista, muy inteligente, demasiado madura para su frágil cuerpecito, reservada exactamente igual que su progenitor. Al menor signo de rechazo, guarda silencio, se aparta, se aguan sus enormes ojos negros...
Dice que papi no le hace caso. Y sé que, tristemente, es verdad. Del mismo modo que sé que, por mucho que le diga, seguirá haciendo lo que le salga de su puñetera punta de la p...
El niño es un seductor charlatán, gracioso, todavía bebote, mucho más infantil porque es varón y es más pequeño. Capta mucha atención porque se pasa el día haciendo el chorra. Es ocurrente, divertido y cabezota. Yo adoro a los dos por igual. Como es lo natural. No tienen nada que ver, con totalmente diferentes. Pero siempre se han querido muchísimo. Ahora ella se resiente, rivaliza y se apaga cuando él brilla con su juvenil locura. Y no es culpa de ella.
Me parte el corazón verla así y más aún no saber qué hacer para solucionarlo. Porque tendría que lobotomizar al padre y no va a poder ser. Sigue haciendo planes paralelos en solitario con el niño y mi negativa de ayer ha supuesto el fin del supuesto buen rollito.
Encima, si tuviese que mudarme, tendría que dejárselos al menos un par de meses...¿ Y cómo se quedará esta pobre niña que se siente desplazada con un tipo que está fatal y no escucha nada que no sea su propio eco?
No entiendo por qué se pierde de este modo la perspectiva. Lo peor es que no sé qué hacer. Tengo que solucionarlo y no sé cómo sacarle algo a mi ex que no le salga del corazón. Si mis circunstancias estuviesen claras, es decir que siguiese aquí, los vería menos. No le haría pasar a la niña por el suplicio de ser la segunda de a bordo más de dos días por semana y ya veríamos... Pero no los separaré. Irán juntos y vendrán juntos. Más o menos tiempo. Siempre he fomentado la relación con el padre mientras fuese positiva. Si empieza a ser negativa, las cosas cambiarán.
Pero si he de irme... Un tiempo al menos tendré que dejarla y sufrirá mucho. Qué complicada hacemos la vida los humanos. La pobre criatura está loca por mi compa de piso porque es una figura masculina que no la discrimina. Entonces es otra niña. Extrovertida, graciosa, desenfadada y alegre. Pero no con papi o con cualquier niño que le haga sentirse poco importante. Por desgracia, ahora es muy fácil hacerla sentirse así.
Y como siempre, seguimos entre la espada y la pared. Tendré que hablar con él , no servirá de nada y seguiremos mareando la perdiz.
Ay, Dios mío, no ahogarás pero apretar, sí que aprietas...
Ha llorado amargamente, con sus seis recientes añitos, porque en casa de su padre "todo el mundo le hace muchísimo más caso a H (su hermano) que a mí". Se cela del peque y con razón.
Desde que al chiflado de su padre le ha dado por decir que la niña "ha elegido" (¡jesús! Parece un jurado...) todo se le va en ir con el niño solo a todas partes y excluirla a ella sin miramientos.
Es una niña extremadamente sensible, perfeccionista, muy inteligente, demasiado madura para su frágil cuerpecito, reservada exactamente igual que su progenitor. Al menor signo de rechazo, guarda silencio, se aparta, se aguan sus enormes ojos negros...
Dice que papi no le hace caso. Y sé que, tristemente, es verdad. Del mismo modo que sé que, por mucho que le diga, seguirá haciendo lo que le salga de su puñetera punta de la p...
El niño es un seductor charlatán, gracioso, todavía bebote, mucho más infantil porque es varón y es más pequeño. Capta mucha atención porque se pasa el día haciendo el chorra. Es ocurrente, divertido y cabezota. Yo adoro a los dos por igual. Como es lo natural. No tienen nada que ver, con totalmente diferentes. Pero siempre se han querido muchísimo. Ahora ella se resiente, rivaliza y se apaga cuando él brilla con su juvenil locura. Y no es culpa de ella.
Me parte el corazón verla así y más aún no saber qué hacer para solucionarlo. Porque tendría que lobotomizar al padre y no va a poder ser. Sigue haciendo planes paralelos en solitario con el niño y mi negativa de ayer ha supuesto el fin del supuesto buen rollito.
Encima, si tuviese que mudarme, tendría que dejárselos al menos un par de meses...¿ Y cómo se quedará esta pobre niña que se siente desplazada con un tipo que está fatal y no escucha nada que no sea su propio eco?
No entiendo por qué se pierde de este modo la perspectiva. Lo peor es que no sé qué hacer. Tengo que solucionarlo y no sé cómo sacarle algo a mi ex que no le salga del corazón. Si mis circunstancias estuviesen claras, es decir que siguiese aquí, los vería menos. No le haría pasar a la niña por el suplicio de ser la segunda de a bordo más de dos días por semana y ya veríamos... Pero no los separaré. Irán juntos y vendrán juntos. Más o menos tiempo. Siempre he fomentado la relación con el padre mientras fuese positiva. Si empieza a ser negativa, las cosas cambiarán.
Pero si he de irme... Un tiempo al menos tendré que dejarla y sufrirá mucho. Qué complicada hacemos la vida los humanos. La pobre criatura está loca por mi compa de piso porque es una figura masculina que no la discrimina. Entonces es otra niña. Extrovertida, graciosa, desenfadada y alegre. Pero no con papi o con cualquier niño que le haga sentirse poco importante. Por desgracia, ahora es muy fácil hacerla sentirse así.
Y como siempre, seguimos entre la espada y la pared. Tendré que hablar con él , no servirá de nada y seguiremos mareando la perdiz.
Ay, Dios mío, no ahogarás pero apretar, sí que aprietas...
sábado, noviembre 04, 2006
Corazón partío
He vuelto. Para tomarme un respirito porque la semana próxima será dura y la pasada ha sido muy intensa.
He tenido la ¿fortuna? de participar, por un breve espacio de tiempo, de esa clase de mundo laboral que llevas toda una vida esperando y que nunca pensaste ni rozar. Volví a mi viejo y añorado ritmo de trabajo, a estar ocupada sólo con cosas de veras importantes, al margen, claro está, de los hijos. Los interrogantes vienen porque tengo la sensación de haberme quedado con la miel en los labios. Nadie ama lo que no conoce. Pero, cuando descubres que puedes tener un lugar en el ámbito profesional más fascinante, olvidarlo es imposible. Es como enseñarle a un ciego la luz.
He aspirado unos sorbos de vida cosmopolita. Alguna amiga me compadece, le espantan las grandes ciudades. A mí me gustan aunque debo reconocer que vivir en ellas es otra cosa. Aún así, me doy cuenta que las oportunidades y la clase de vida activa que va con mi carácter están allí. No sé qué será de mi futuro, si me mudaré o todo continuará su rumbo a ninguna parte.
Estas cosas hacen que uno siga con su corazón partío. Aquí está mi vida, mis queridísimos amigos (o sea, mi familia, insisto), mi prima (que si me voy, me la acabo llevando como que me llamo Ninfa), mi casa, el padre de los niños. Allá está el futuro, el trabajo. En medio de todo, mis hijos y yo.
Empezar de nuevo es fácil si uno quiere pero cuando está solo. Las circunstancias hacen difícil para mí tener movilidad por los pequeños y por ellos, precisamente, he de moverme. La eterna paradoja.
Me siento capaz de comerme el mundo a bocados y no quiero seguir con el bozal. Si salgo de esta burbuja, los tiempos es avecinan duros. Si no salgo, mucho más duros aún. No tengo miedo por mí, sólo temo que sufran ellos. Emigrar con niños pequeños asusta. Asusta por ellos, por hacerles cambiar todo su entorno y tener que buscar quien los cuide en un lugar extraño. A mí el miedo nunca me paralizado, bien al contrario, pero no por ello soy menos consciente de los peligros.
Le he visto la faz al futuro. A un futuro que puede ser espléndido, si llega. Pero no será fácil para los tres. Una parte de mí quiere emprender la gran aventura. La otra piensa en los peques. Es lo que tiene ser madre. Tú eres la que menos cuenta. Y así me gusta que sea pero la responsabilidad pesa.
También he comido aeropuerto hasta aburrirme. La larga espera y retraso me dio tiempo para encontrarme dos veces con la impresentable de Aída, de Gran Hermano (oigan, tal cual en la tele, qué ser más desagradable...), ir de tiendas tres veces y recordar a alguien especial que me crucé un día y me confesó, con vergüenza, que a él también le encantan los aeropuertos. Recordé su frase, dedicada a una estrella fugaz que conoció: "puedes pasar con ella horas y horas en la sala de un aeropuerto y no aburrirte, ojalá la huelga no acabe, contigo hasta la comida del avión es sabrosa". También me hubiese gustado a mí tener un compañero de esa categoría. No por necesidad, en realidad estoy en una fase más individualista que nunca, pero no por ello deja de ser bonito compartir. Ahora paso las horas sola en los aeropuertos y en el avión ya no dan ni cacahuetes. Así es la vida.
En fin, en cualquier caso, me siento afortunada de haber disfrutado de un plano profesional que desconocía, recordar que sigo teniendo muchos dones y pensar que hay esperanza.
Ojalá no me equivoque.
He tenido la ¿fortuna? de participar, por un breve espacio de tiempo, de esa clase de mundo laboral que llevas toda una vida esperando y que nunca pensaste ni rozar. Volví a mi viejo y añorado ritmo de trabajo, a estar ocupada sólo con cosas de veras importantes, al margen, claro está, de los hijos. Los interrogantes vienen porque tengo la sensación de haberme quedado con la miel en los labios. Nadie ama lo que no conoce. Pero, cuando descubres que puedes tener un lugar en el ámbito profesional más fascinante, olvidarlo es imposible. Es como enseñarle a un ciego la luz.
He aspirado unos sorbos de vida cosmopolita. Alguna amiga me compadece, le espantan las grandes ciudades. A mí me gustan aunque debo reconocer que vivir en ellas es otra cosa. Aún así, me doy cuenta que las oportunidades y la clase de vida activa que va con mi carácter están allí. No sé qué será de mi futuro, si me mudaré o todo continuará su rumbo a ninguna parte.
Estas cosas hacen que uno siga con su corazón partío. Aquí está mi vida, mis queridísimos amigos (o sea, mi familia, insisto), mi prima (que si me voy, me la acabo llevando como que me llamo Ninfa), mi casa, el padre de los niños. Allá está el futuro, el trabajo. En medio de todo, mis hijos y yo.
Empezar de nuevo es fácil si uno quiere pero cuando está solo. Las circunstancias hacen difícil para mí tener movilidad por los pequeños y por ellos, precisamente, he de moverme. La eterna paradoja.
Me siento capaz de comerme el mundo a bocados y no quiero seguir con el bozal. Si salgo de esta burbuja, los tiempos es avecinan duros. Si no salgo, mucho más duros aún. No tengo miedo por mí, sólo temo que sufran ellos. Emigrar con niños pequeños asusta. Asusta por ellos, por hacerles cambiar todo su entorno y tener que buscar quien los cuide en un lugar extraño. A mí el miedo nunca me paralizado, bien al contrario, pero no por ello soy menos consciente de los peligros.
Le he visto la faz al futuro. A un futuro que puede ser espléndido, si llega. Pero no será fácil para los tres. Una parte de mí quiere emprender la gran aventura. La otra piensa en los peques. Es lo que tiene ser madre. Tú eres la que menos cuenta. Y así me gusta que sea pero la responsabilidad pesa.
También he comido aeropuerto hasta aburrirme. La larga espera y retraso me dio tiempo para encontrarme dos veces con la impresentable de Aída, de Gran Hermano (oigan, tal cual en la tele, qué ser más desagradable...), ir de tiendas tres veces y recordar a alguien especial que me crucé un día y me confesó, con vergüenza, que a él también le encantan los aeropuertos. Recordé su frase, dedicada a una estrella fugaz que conoció: "puedes pasar con ella horas y horas en la sala de un aeropuerto y no aburrirte, ojalá la huelga no acabe, contigo hasta la comida del avión es sabrosa". También me hubiese gustado a mí tener un compañero de esa categoría. No por necesidad, en realidad estoy en una fase más individualista que nunca, pero no por ello deja de ser bonito compartir. Ahora paso las horas sola en los aeropuertos y en el avión ya no dan ni cacahuetes. Así es la vida.
En fin, en cualquier caso, me siento afortunada de haber disfrutado de un plano profesional que desconocía, recordar que sigo teniendo muchos dones y pensar que hay esperanza.
Ojalá no me equivoque.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)