Llevo un fin de semana apasionante: me duele una muela y creo que la infección se ha extendido al oído (ayer creía que era el oído porque además estoy medio sorda pero creo que es al revés, motivo por el cual me duelen la muela, el oído y la cabeza). No tengo antibióticos porque ahora es lo mismo que pedir cocaína en las farmacias y tendré que esperar a mañana para que mi farmacéutico de confianza sí me los venda y el dentista, me arruine...
Cambiando de tema, hace un par de días, revisando mi correo desde el año de maricastaña pude rememorar, paso a paso, una relación con una de las mejores personas con las que he conocido.
Es lo bueno de internet, cuando ya todos habíamos perdido el hábito de escribir cartas, el mail nos ha devuelto a la rutina de comunicarnos. Y fue hermoso reencontrarme con aquella mujer que fue muy amada por un hombre que sí valía la pena. No podía ser, él tenía serios problemas con la distancia y, en aquella etapa de mi vida, yo tenía serios problemas con el compromiso y sacar mi corazón encapsulado de su nevera.
Ahí estaban todas las fases: la ilusión inicial, las cartas a diario, los mensajes matinales y las llamadas nocturnas y diarias. Esas cartas y esa relación -bonita pero un poco tortuosa, sobre todo para él- me recordaron a esos hombres buenos que saben dar el corazón (tan escasos) y a lo bien que me iba cuando no le permitía al mío llevar las riendas de mis relaciones. Aunque bien es verdad que si lo hubiese dejado un poco más suelto, quizá habríamos salido mejor parados, al menos yo. Pero eso es el pasado.
Sin embargo, el Viento, como yo solía llamarle, es la demostración de que el cariño y la amistad reales pueden permanecer cuando una relación amorosa se termina. A día de hoy, él tiene una pareja y un niño con los que es muy feliz, una vida emocional plena y no por ello hemos dejado de llamarnos de vez en cuando, vernos cuando se puede y desearnos lo mejor. De corazón, además. Es cierto que hay una etapa de duelo en el que hay que poner distancia por el bien del que más sufre pero cuando el amor es de verdad, de algún modo se mantiene, en forma de cariño y amistad genuinas.
Son pocas las personas lo bastante maduras para saber estar cuando todo acaba pero el tiempo lo cura todo, si no han habido malos sentimientos ni mentiras. Él era un ferviente creyente en el amor más puro, un idealista romántico, le llamaba yo. Pero lo ha logrado. Y me alegro muchísimo por él.
Tiempo después yo viví ese flechazo a primera vista del que me hablaba A. y comprendí cuánto duele perderlo y lo inevitable que es caer rendido ante esa evidencia. No es que me haya pasado más veces pero es un hecho que al Valiente nunca le he olvidado ni le olvidaré del todo. Aunque, al final, sólo fuese un hombre corriente, emocionalmente hablando, y le pudiese más el entorno que el amor, o lo que sea que fuera que sintiese por mí.
Supongo que he querido transmitir la belleza y la nostalgia de aquellas frases, de aquel reconocimiento y hasta de aquellas discrepancias... Tal vez llegue el día en que alguien vuelva a escribir cartas sinceras y no me pille con el corazón congelado. O se tome la molestia de descongelarlo.
Mientras, aún tengo esas hermosas y nostálgicas cartas llenas de palabras de amor...
Aunque ya no tenga quince años.
2 comentarios:
Creo que alguna vez te he hablado de mi caja azul, donde guardo las cartas que recibí cuando todavía las escribíamos en papel y reconocíamos la letra de nuestros amigos.
Entre ellas están las que me escribió mi querido Rkincaid. Bueno, todas menos una... la que más me gustaba. Esa desapareció de mi caja muy poco antes de que saliera corriendo de mi vida anterior, y en su lugar apareció otra, llena de palabras vacías.
Tienes razón, querida Ninfa. Yo también tengo la suerte de atesorar las palabras de amor más bellas que me han escrito jamás. Seguramente esa caja azul sería lo único que salvaría en caso de incendio.
Muchos besos.
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