viernes, marzo 25, 2011

La Censura

Está claro que, demócratas o no, anónimos o no, sinceros o no, absolutamente nadie, ni siquiera alguien tan insignificante como yo, escapa a la censura.

Mi blog tiene un pequeño problema: todos los que me han conocido, tratado, amado y/u odiado se ven reflejados en mis letras tarde o temprano. No es la primera ni la última vez que me pasa: cada cierto tiempo alguien me escribe para ponerme verde porque se siente maltratado, aludido o directamente citado en mi texto. No importa que yo jamás dé nombres, que muchas veces lo que cuento (y lo he reiterado ya en varias ocasiones a lo largo y ancho de esta bitácora) no sea cien por cien verídico ni autobiográfico, que hay opiniones generalistas (sí, a mazo y a propósito), que esto no es una carta abierta a novios, ex novios, amantes, amigas, ex amigas, jefes y personajillos varios, con mensajes entre lineas para enviar señales, hacerme notar o dañar a alguien.

También he repetido hasta la saciedad que este es MI blog, no el espejo de la culpabilidad o la grandiosidad de nadie. No está destinado a que nadie venga a encontrarse en él. Si lo hace en positivo, estupendo, pero si es en negativo, que cada palo arríe con su vela porque yo voy servida en lo que a mí se refiere. Por ello, porque es MI espacio, en el que deposito MIS letras, MI alma o MI imaginación, no me gusta ni pizca que nadie venga a decirme qué puedo o debo plasmar en él, especialmente cuando, como persona que soy que lo he perdido todo varias veces en su vida y se ha recuperado, si algo debía, lo he pagado ya con creces.

Cuando tenía más lectoras que lectores (ahora, por lo general, se animan más a comentar los hombres) muchísimas de ellas me decían: "Yo soy como tú, Ninfa, yo siento igual que tú". Me sentía halagada aún cuando sabía que no era verdad. Es, simplemente, que tomo sentimientos universales y, según mi estado de ánimo, los reflejo. Claro que hablo de cosas que me pasan, de sentimientos que vivo o padezco, de vivencias que me han forjado, de opiniones totalmente subjetivas que eso es exactamente lo que pretenden ser.

Como digo, también he vivido esta situación en su aspecto menos amable: la rabia de aquellos que me acusan de atentar contra su dignidad por sentirse mentados y no les gusta lo que leen. No es mi intención convertir mi blog en un vertedero de rencores, mentiras o bilis varias. Es cierto que es catárquico pero su vocación es mucho más empática que biográfica o vengativa.

Así que, descansad tranquilos los que os sintáis aludidos porque no hablo directamente de nadie que me importe de verdad, que si os veis u os encontráis, siempre seréis sólo vosotros porque, o bien lo escribo de modo que esté claro sólo para mí o, con mucha más frecuencia, os estáis equivocando. Descansad porque, paradójicamente, prácticamente ningún amigo personal lee mis desvaríos blogueros y el resto del mundo, no os conoce. Es más, muchas veces, yo tampoco.

Cuando quiero enviar un mensaje lo hago directamente y con dedicatoria. Aún así, insisto, me dejo alcanzar por la censura, básicamente para que me dejéis en paz a mí y no a la inversa. Es más, el único motivo es que yo tampoco tengo ganas de que algunos de vosotros os busquéis en mí (aunque os parezca imposible cuando alguien deja de importarme, no le dedico ni siquiera mala leche) porque si quisiera hablar de alguien lo tendría tan fácil como crear otro blog (cosa que hice en su día para evitar a ciertas personas que no me dejaban expresarme en libertad) rajando lo que tuviese a bien y, mal que os pese, cuando paso página, lo hago con todas las consecuencias y me niego a regodearme en mezquindades. Eso sí, yo puedo hacer ficción pero ni miento ni difamo.

Y con esta declaración de principios y finales, reitero: esto no es una carta abierta, es mi CASA, nadie está obligado a entrar ni mucho menos a leer. Si algo me caracteriza es mi honestidad, guste o no guste lo que opino, no voy a dejar de ser yo misma. Ni en la red, ni en la vida real. Ni como Ninfa, ni como ser humano.

No estoy aquí para dañaros pero nadie me ha puesto ni me pondrá jamás una mordaza. Si opto por obviar un tema que a alguien moleste lo hago, simple y llanamente, porque considero que es lo correcto. No porque me sienta presionada u obligada moralmente.

Y con esto cierro este dichoso capítulo. Hacedlo vosotros también.


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