Hay que ver lo puñetero que es el cuerpo humano, al menos el mío. Soy una mujer aparentemente sana, al margen de mi migraña que es el doble castigo a cualquier mal emocional que me aqueje. Ayer mismo, el simple hecho de tener que rememorar por encima las circunstancias de mi despido, tan vergonzosas, tan tristes, tan inimaginables para mí y para mucha otra gente, acabó con mis pocas fuerzas.
Me fui al gimnasio con cierto estado de ansiedad que combatí corriendo y quemando adrenalina pero llevo dos semanas sintiéndome débil, decaída, con dificultad para hacer mis ejercicios. No sé si es astenia primaveral pero me cuesta mucho dormir de noche, vivir de día y llevar adelante al ritmo que tenía (que es bastante fuerte) en mi entrenamiento.
En fin, que antes de acabar la actividad tuve que ir al baño a vomitar y marcharme a casa porque me siento mal, decaída. Soy un vampiro de energía negativa, me lo han dicho mil veces y lo he percibido un millón más pero me preocupa, no por mí, las madres no nos preocupamos por nuestra salud porque sea nuestra: es de nuestros hijos. Si yo no estoy bien, mis hijos no lo estarán tampoco, por eso temo a la enfermedad.
Hace unos meses me vi expuesta, sin saberlo y por pura fe en el género humano -hace falta ser gilipollas- a sufrir enfermedades evitables, alguna de ellas muy peligrosa, debidas, exclusivamente, a la ausencia de escrúpulos y responsabilidad de un individuo que se quiere tanto, que no siente la menor preocupación por el daño que pueda generar a los demás. Es sorprendente, de hecho, la cantidad de personas que me han hecho saber su mala opinión de él desde que dejamos de tener contacto. Y eso que yo me guardo muy mucho de abrir la boca pero no hace falta, ya lo dicen elloos todo.
Bueno, a mí lo que me preocupa es que parece que mi salud no está muy allá y no sé a qué se debe, disgustos al margen. Necesito hacer ejercicio por mi cabeza y mi cuerpo no me deja, el caso es llevar la contraria...
Al menos brilla el sol. Este domingo nos acercamos al mar, una de las pocas ventajas de vivir por estos pagos, y mis hijos hasta se bañaron en nuestras gélidas aguas... Ni que decir tiene que yo no me acerqué ni a la arena húmeda pero es cierto qeu el mar es sanador: la luz, el aire limpio, con sabor a mar, el cielo azul, qeu tanto escasea por aquí en invierno. Es relajante. Yo voy en verano sólo por esa sensación: la arena blanca y suave, la sensación de salud, de aire fresco. El agua está tan fría que sólo me arrimo cuando estoy definitivamente al borde de la deshidratación.
Aquí estoy contando nada: que conducir a 110 es una pesadilla, tardamos una hora en un recorrrido a la playa que nos llevaba 40 minutos, todos ahí, pisando huevos, por si aparecen los chicos de verde a hacer caja. No hago más que ver preciosas sandalias que espero poder comprar en las rebajas, que es cuando empieza el verano por aquí... o incluso después.
Echo de menos contaros cosas emocionantes pero mis emociones fuertes, hasta ahora, solían tener tintes negativos y no quiero que esa dinámica continúe. Así que estoy a la espera de que la vida mejore y de que quien prometió ayudarme cumpla sus promesas. Puede que no lo haga, es más que probable, pero yo le voy a dar el beneficio de la duda... Él siempre es duda.
Procuro abrir nuevos nichos laborales pero, aunque alguno dice que tengo todo el tiempo del mundo para encontrar trabajo, el hecho es que eso mismo les pasa a cuatro millones y medio de españolitos. En fin, con o sin ayuda siempre hemos salido adelante, en la incertidumbre, que hará que viva menos años pero alargará la vida de mis hijos.
Bueno, me he comprado una cosa energética con jalea real y no sé qué más para ponerme buena, espero estudiar esta semana y cambiar el sueño (obviamente, por la hora a la que estoy escribiendo no voy por buen camino pero me obligaré) y disfrutar de mi pequeña gran familia: de Hugo, que está hecho un campeón mejorando día a día sus notas sin ayuda de nadie, de Noa, que siempre las ha sacado buenas por pura responsabilidad y de Dharma, que es la gata-despertadora de toda la familia, uno por uno, además de mi compañera que ha logrado, con su amor incondicional, que mi cama deje de estar vacía sin meter hombres (o sucedáneos) dentro.
Mi cama es ahora un altar: loa escrupulosos sabrán que mi gatufa duerme al lado y así no querrán meterse en ella, mis hijos no verán más cantamañanas de ida y vuelta en casa y mi vida sexual la reservo para la vida exterior y las fiestas de guardar... en casa de él.
Os admiro por leerme, el insomnio hace que escriba una chorrada tras otra pero, qué sé yo, no sé hacer otra cosa.
A ver si mañana me inspiro y me pongo profunda o cachonda...
Casi mejor lo último.
No hay comentarios:
Publicar un comentario