Realmente, el modo en que actúa mi mente nunca deja de sorprenderme. Me encuentro, una vez más, después de dos años y medio, en tierra de nadie.
Cuando tuve que abandonar Galicia lo hice sin pena (aunque dejé atrás a alguien que me importaba mucho pero yo a él no tanto) por cuanto era mi única opción, el futuro se abría prometedor ante mí y emprendía una aventura a un mundo totalmente diferente al que conocía. No quiere esto decir que no sintiese tristeza de separarme de mis amigos pero sabía (como así ha sido) que no iba a perderles por ello. Simplemente, percibía, más allá de la pura lógica, que mi destino no estaba allí. Y tenía que ser fiel a mí misma y al propio azar, que no lo es tanto.
Ahora "sufro" el proceso inverso. Estoy enamorada de Madrid, nunca me cansaré de repetirlo, tengo buenos amigos aquí, una gran calidad de vida para mis hijos pero... todo eso que se me hacía un mundo abandonar... me da la sensación de que ya no es mi camino. Sigo buscando oportunidades aquí pero me siento en Santiago, noto que me llama, que requiere a su hija pródiga. Así, estoy más a la expectativa de que el milagro que necesito se produzca allá que aquí. Tengo más fe y posibilidades, fuera de la razón en sí misma. Lo noto en el estómago y mi estómago no se equivoca.
Tal vez sea el hecho de no encontrar nada adecuado a mis posibilidades, que -irremediablemente y muy a mi pesar, tal vez porque los hombres en Madrid sí me han parecido muy decepcionantes- mi corazón sigue perteneciendo a quien no debe en las húmedas tierras de las que provengo, que echo de menos a mi prima y a mis amigas, a sabiendas que luego echaré de menos la gran urbe y las buenas personas que he conocido aquí. Sé que, curiosamente, me sentiré más sola allá porque todo mi entorno está conformado por parejas estables, con hijos, con las que yo no pinto mucho. Echaré de menos el sol, tan renuente en Galicia, a mi duendecillo (que no me perderá nunca, en cualquier caso, y lo sabe). A M. que nunca está pero sí está, a mis vecinos que son los padrinos adoptivos delos niños... Pero ya no estoy aquí y no sé cómo solucionarlo, si es que debo hacerlo.
Tengo miedo a volver sin nada, no quiero eso. Pero si regreso como sería lo deseable -y no hablaré de ello que todo se gafa- creo que, contra todo pronóstico, mi lugar vuelve a estar allá. Es la galleguidad. Emigramos pero nuestro destino parece siempre enfocado a volver.
No descarto nada aún. Me quedan tres meses para encontrar algo que merezca la pena si no sale lo que tanto la merecería en Santiago. He empezado a asumir el cambio: (mi casa ya no me parece tanto mi casa, el desapego es, en mi caso, muestra inequívoca de cambios). Tengo la firme intuición de que cierro una etapa. O la pospongo. Lo mismo que vine y tal vez me vaya, mi vida ha dado suficientes carambolas para imaginarme retomando nuevos rumbos cuando las cosas decidan removerse en mi contra. O no. No lo sé.
Sólo sé que me siento fuera, desubicada, que algo me dice que habré de recoger. Sea, si tiene que ser. Y que sea para bien.
Que ya es hora.
3 comentarios:
Otra estación en el trayecto. Sólo eso.
Y cuando lo creas oportuno, vuelves al andén y coges el siguiente tren.
Hasta la victoria final.
Suerte y un beso.
Como tú dices, te deseo que sea para bien... los cambios nos abren puertas a nuevos proyectos y como poco, de todos ellos aprendemos.
Aunque tú, esto ya lo sabes...
Así que ánimo y "palante" con lo que finalmente decidas.
Un abrazo muy positivo para ti.
Pues que sea para bien. El lugar es lo de menos, ánimo en tus nuevos proyectos.
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