Definitivamente, la experiencia es un grado. Se impone ahora crear un blog paralelo, muy a mi pesar, dado que _como señalé en un post anterior_ esta ventana ya está abierta a demasiada gente que me conoce y cuyas implicaciones les pueden incitar a sacar conclusiones erróneas.
Podría decir que no me importa lo que piense la mayoría de la gente, como así es, pero tampoco voy a negar que cuando mis reflexiones se convierten en arma arrojadiza y me hacen vulnerable, ya no soy tan impermeable.
Es complicado ser tu propia musa y que la gente te busque en tus textos sin equivocarse. Es estupendo cuando eres anónimo o el que te lee sabe separar tu vertiente literaria _con mis recursos, mis metáforas, mi omnipresente ironía, mi dosis de fatalismo_ de tu faceta personal.
Uno no es todo lo que se ve ni todo lo que escribe. He señalado en numerosas ocasiones que me valgo de la Ninfa para soltar lastre y pasar fronteras que en mi vida cotidiana ni siquiera se plantean. Es un recurso tan bueno y desintoxicante como para otros hacer ejercicio o acudir a la risoterapia. Para mí, dejar que las teclas decidan cuál ha de ser el tema y qué miserias quiero sacar fuera es una catarsis muy constructiva. Sé que para muchos es un recurso frío y una cobardía. Pero yo sé que no es así. A mí me hace feliz escribir y ninguna persona puede trasladarme la sensación liberadora que me produce transmitir mis pensamientos a la pantalla..
A pesar de lo que puedan pensar algunos _y aunque estas líneas tengan que ver con un problema generado por algunos posts de este blog, lo que escribo no está dirigido a una sola persona_ hay un punto de personaje en mis textos. Yo soy ese personaje porque me identifico con mucho de lo que cuento aunque no lo practique, aunque no sea mi vivencia personal en ese momento. Y porque creo en lo que escribo, independientemente de que sea real o ficticio.
Como he explicado ya, esto no es una biografía, no es el diario donde venir a leer lo que no me atrevo a decir en alto. Es mi espacio de libertad que ya no lo es tanto. Lamento ser una persona de carne y hueso, nunca he escondido mi imperfección. Pero me niego a que mis reflexiones personales, privadas, íntimas y no necesariamente acertadas, se vuelvan en mi contra. Yo no escribo para eso.
Escribo para ofrecer un poquito de mí en cada sílaba, para transmitir sensaciones en muchos casos universales que tengo la suerte de ser capaz de trasladar a las letras y, por ello, tomo el testigo de muchos que se idenfifican conmigo y carecen de este recurso.
Escribo porque es una necesidad que me llena, no por cobardía. Tengo muchos defectos pero si algo sé es que no soy una persona cobarde. No es un mérito mío serlo ni saberlo. La vida me ha puesto a prueba y sé de qué pie cojeo perfectamente. Pero no hay que buscarle tres pies al gato o a la Ninfa.
En fin, que apostaré por un blog paralelo en el que pueda ser un personaje anónimo y escribir anónimamente. Crearé un personaje que será libre de veras, que se inventará todas las transgresiones que quiera y que nadie pueda confundir con mi persona, porque es algo cansado estar permanentemente en banquillo de los acusados. Esto último ha pasado ya demasiadas veces para mi gusto y no quiero que nadie se sienta mal por lo que yo escribo. Salvo excepciones en que dedico el post a alguien, no mando mensajes con doble intención. Quien me conoce sabe que soy demasiado directa para caer en esto.
Yo escribo para mí y para quien quiera disfrutar de lo que escribo o incluso criticarlo. Pero no quiero que lo personalicéis más. No quiero que mi espacio de solaz se convierta en mi problema.
Este blog no desaparece, seguiré por aquí, claro pero creo que hay cosas que ya no procede contar o desgranar aquí. La red es inmensa, seguro que hay un nuevo lugar para mí y mi personaje imaginario. Quién sabe, a lo mejor, sin daros cuenta, me estáis leyendo en otra piel.
Quién sabe
viernes, diciembre 21, 2007
martes, diciembre 18, 2007
Un insoportable accidente
Estoy en esos días del año en que no me soporto. No “esos días” del mes _ no suele afectarme demasiado el movimiento hormonal de mi útero_ son “esos días” del año (lo cual no es óbice para que sean unos cuantos).
Yo soy una tía difícil hasta para mí misma. En ocasiones no me soporto y, quizás, ésa sea una de las razones por las que, después de todo, estoy bien sin comprometerme.
Cuando llevas unos años solo y has olvidado la creencia mecánica de esperar que la vida se adapte al hecho futurible de compartirla, te haces más raro. No es que yo no lo fuese ya, es que se me había olvidado lo insoportable que puedo ser si tengo que comportarme correctamente con alguien cuando echo chispas porque sí y todo, hasta el oxígeno, me molesta y me estorba.
Cuando estoy insorportable nada me relaja más que estar sola _lo cual ahora es más difícil como madre y currante a tiempo completo que soy_. Me relaja porque si me apetece atiborrarme con alguna porquería, no tengo ni que explicarlo. Porque me da por despotricar y rebatirlo absolutamente todo, así que, si no hay nadie que diga nada, ni me mortifico y ni mortifico.
La arpía que vive en mí se suelta de vez en cuando. Soy una tía muy simpática y locuaz cuando estoy de buen humor y muy incisiva y mordaz cuando estoy de mala leche. Por este motivo me gusta la soledad más de lo que estoy dispuesta a admitir. Como decía mi padre “no hay como estar solo, llevándose bien”, lo cual no es una tontería porque puedo llevarme francamente mal conmigo misma cuando estoy enfilada.
Me dicen que me relaje como si eso fuese un ejercicio voluntario y factible cuando tu vida y tu cabeza son un sindiós permanente. Y aunque no lo sea. Cuando estás quemado no te relajas y punto. ¿Por qué? Y yo qué sé. Si lo supiese sería feliz ininterrumpidamente y me convertiría en una geisha católica dulce y encantadora siempre y en todo lugar.
En cambio, soy una ninfa pecadora que se transforma en Bruja Avería cuando no tiene ganas de nada más que de rajar, descansar y estar sola.
No sé por qué motivo se tiende a pensar que lo del lobo estepario es cosa de hombres. Yo soy una loba esteparia. Me he habituado a sacarme las castañas del fuego sola o en compañía de mis amigos y no me imagino mi futuro como lo que en mi pasado pudo llegar a parecerme sosegado.
No me veo llegando a casita, con mi churri esperándome, haciendo la cena y manteniendo esa rutina que tan atractiva y serena me parecía años atrás. Cuando veo a una pareja tradicional con sus niños (o los de la otra pareja, vete tú a saber) no puedo evitar verles como la viva imagen de la rutina, el aburrimiento, la desidia.
No me imagino a mí misma manteniendo una relación ortodoxa donde haya que mantener la llama del deseo viva sin ganas _que es así, la costumbre hace que el sexo haya que practicarlo para no perder, y valga la redundancia, la práctica_. No recuerdo cómo era eso de pensar en estar toda la vida con el mismo hombre sin morir de aburrimiento o tener que acostarme con alguien para que “esté contento”. No siempre me apetece ser complaciente y no me gusta que esperen que lo sea.
No siento deseos de mostrar mi intimidad en público ni de ser de nadie, ni en público ni en privado. No puedo aunque quiera. Me aterra la idea de la oficialidad, la cotidianeidad y la costumbre. Me aterra convertirme en propiedad de nadie. Sería engañar al presunto propietario. Me siento libre e individual siempre y en todo lugar y cualquier pequeña atadura me hace revolverme como una gata salvaje. Ni siquiera soy dueña de mí todo el tiempo y tampoco quiero que esto cambie.
Por este motivo, no soy ave factible de atrapar, ni pareja a desear.
Como de costumbre, insisto, yo sólo soy un accidente.
Y, además, insoportable.
Yo soy una tía difícil hasta para mí misma. En ocasiones no me soporto y, quizás, ésa sea una de las razones por las que, después de todo, estoy bien sin comprometerme.
Cuando llevas unos años solo y has olvidado la creencia mecánica de esperar que la vida se adapte al hecho futurible de compartirla, te haces más raro. No es que yo no lo fuese ya, es que se me había olvidado lo insoportable que puedo ser si tengo que comportarme correctamente con alguien cuando echo chispas porque sí y todo, hasta el oxígeno, me molesta y me estorba.
Cuando estoy insorportable nada me relaja más que estar sola _lo cual ahora es más difícil como madre y currante a tiempo completo que soy_. Me relaja porque si me apetece atiborrarme con alguna porquería, no tengo ni que explicarlo. Porque me da por despotricar y rebatirlo absolutamente todo, así que, si no hay nadie que diga nada, ni me mortifico y ni mortifico.
La arpía que vive en mí se suelta de vez en cuando. Soy una tía muy simpática y locuaz cuando estoy de buen humor y muy incisiva y mordaz cuando estoy de mala leche. Por este motivo me gusta la soledad más de lo que estoy dispuesta a admitir. Como decía mi padre “no hay como estar solo, llevándose bien”, lo cual no es una tontería porque puedo llevarme francamente mal conmigo misma cuando estoy enfilada.
Me dicen que me relaje como si eso fuese un ejercicio voluntario y factible cuando tu vida y tu cabeza son un sindiós permanente. Y aunque no lo sea. Cuando estás quemado no te relajas y punto. ¿Por qué? Y yo qué sé. Si lo supiese sería feliz ininterrumpidamente y me convertiría en una geisha católica dulce y encantadora siempre y en todo lugar.
En cambio, soy una ninfa pecadora que se transforma en Bruja Avería cuando no tiene ganas de nada más que de rajar, descansar y estar sola.
No sé por qué motivo se tiende a pensar que lo del lobo estepario es cosa de hombres. Yo soy una loba esteparia. Me he habituado a sacarme las castañas del fuego sola o en compañía de mis amigos y no me imagino mi futuro como lo que en mi pasado pudo llegar a parecerme sosegado.
No me veo llegando a casita, con mi churri esperándome, haciendo la cena y manteniendo esa rutina que tan atractiva y serena me parecía años atrás. Cuando veo a una pareja tradicional con sus niños (o los de la otra pareja, vete tú a saber) no puedo evitar verles como la viva imagen de la rutina, el aburrimiento, la desidia.
No me imagino a mí misma manteniendo una relación ortodoxa donde haya que mantener la llama del deseo viva sin ganas _que es así, la costumbre hace que el sexo haya que practicarlo para no perder, y valga la redundancia, la práctica_. No recuerdo cómo era eso de pensar en estar toda la vida con el mismo hombre sin morir de aburrimiento o tener que acostarme con alguien para que “esté contento”. No siempre me apetece ser complaciente y no me gusta que esperen que lo sea.
No siento deseos de mostrar mi intimidad en público ni de ser de nadie, ni en público ni en privado. No puedo aunque quiera. Me aterra la idea de la oficialidad, la cotidianeidad y la costumbre. Me aterra convertirme en propiedad de nadie. Sería engañar al presunto propietario. Me siento libre e individual siempre y en todo lugar y cualquier pequeña atadura me hace revolverme como una gata salvaje. Ni siquiera soy dueña de mí todo el tiempo y tampoco quiero que esto cambie.
Por este motivo, no soy ave factible de atrapar, ni pareja a desear.
Como de costumbre, insisto, yo sólo soy un accidente.
Y, además, insoportable.
viernes, diciembre 14, 2007
El amor acaba
Un lector me ha pasado un texto muy interesante. Habla del mito del Rey del Bosque de Nemi. Cito textualmente:
“El mito dice que en el bosque de Nemi vive un rey, un rey cuyo orden sucesorio viene determinado no por descendencia ni elección de condes palatinos sino por el asesinato. Este rey vive en perpetua vigilia, en permanente riesgo: sabe, efectivamente, que cualquier día aparecerá alguien mas fuerte, o mas joven (o ambas condiciones juntas) que le matará y reclamará para sí el trono de rey del bosque".
"Éste era el propósito de mentarte esta leyenda. Se me ocurrió pensar que el amor no es muy diferente al mito porque en el amor uno vive en permantente riesgo, en perpetuo temor, eterna incertidumbre de que en cualquier momento aparezca el pretendiente al trono y nos despoje de ese trono que es nuestro amor, nuestra mujer (u hombre, no?). Jamás estamos seguros en nuestro trono. No hay juramento, ni documentos de propiedad de la oficina de catastro de Roma, ni fuerza física, ni culpas, ni venganzas que nos resten un ápice esa inseguridad eterna. Siempre pendientes que llegue el pretendiente, disfrazado de joven apuesto o quizás de olvido o quizás de encono. Porque que otra cosa que la muerte es esa sustitución brutal de un amor por otro?.”
En realidad, el texto de este lector es para transcribirlo tal cual pero esas cosas no se hacen sin permiso del autor. Yo suscribo sus palabras al cien por cien y vivo el amor (o más bien la recreación de su posible existencia) del mismo tortuoso modo. Como dice Vexiliario, no se puede pretender que el enamoramiento sea “un estado vitalicio y buscar la burguesa satisfacción de tener a alguien al lado para toda la vida, como quien tiene una casa o un perro”.
Esta última frase me parece particularmente brillante. La gente me mira extrañada cuando digo que no quiero una casa en propiedad que amarre mis pies a un suelo rodeado de paredes ni un amor/desamor que me asegure no ver la televisión en soledad. Yo comparto con este lector que vale la pena intentar vivir el amor aunque dure una hora o dos años porque, desde mi punto de vista, la vida se hace de momentos, de picos de felicidad, de belleza que hay que cazar al vuelo. Luego está la vida normal, la rutinaria. La seguridad.
Seguridad. Es una palabra que se antoja extraña y lejana a mis oídos. No he vuelto a sentirme segura ni una sola vez desde que perdí mi seguro trabajo, mi segura casa, mi segura familia. No hago planes ni siquiera a medio plazo porque no tengo la sensación de perdurar en nada. Y sólo me angustia por mis hijos porque ellos sí necesitan seguridad, rutina, estabilidad.
Pero yo no. Yo espero pasiones que me arrastren y me ordenen qué senda seguir sin permitirme abrir la boca para replicar, alzar la mano para defenderme. Quiero que aten pies para que no pueda huir. Y quiero que esa pasión sea recíproca. La quiero yo que mido mis pasos contra mi voluntad porque no conozco más protección que la autodefensa a ultranza.
También sé que espero cosas que suenan a locura de veinte años desde la perspectiva de quien no tiene ya nada de loca ni se deja llevar. Pero eso no quita que igualmente esté deseando ser raptada y sometida a la pasión como una cautivadora sabina.
Ése es el problema de ser una paradoja permanente, que resultas incoherente a los ojos de los “adaptados” mientras te mantienes camaleónica para sobrevivir en este mundo de seres comunes y corrientes.
Hay quien dice que es verdad que el amor tiene final pero no se puede cambiar de amor como de bragas. No puede hacerse, en eso estoy de acuerdo, porque el amor surge raras veces a lo largo de toda una vida, pero no tengo dudas de que si yo _la de hoy, no la de ayer_ estuviese presa de la “estabilidad” y viese brillar el amor, cambiaría sin dudar porque los milagros se dan una o dos veces en la vida, si se dan.
No sé si esto es cambiar de amor como de bragas. Si así es, creo que me cambio de bragas, en el sentido literal, con demasiada frecuencia porque el AMOR no aparece cada mañana, como la lencería limpia.
Y es por esto que se acaba.
(Por cierto, a ver si me votáis de vez en cuando en el post del concurso de Atrápalo, jajaja! Graciaaas!: http://ninfasecreta.blogspot.com/2007/11/saltos-mortales-en-360-palabras.html)
“El mito dice que en el bosque de Nemi vive un rey, un rey cuyo orden sucesorio viene determinado no por descendencia ni elección de condes palatinos sino por el asesinato. Este rey vive en perpetua vigilia, en permanente riesgo: sabe, efectivamente, que cualquier día aparecerá alguien mas fuerte, o mas joven (o ambas condiciones juntas) que le matará y reclamará para sí el trono de rey del bosque".
"Éste era el propósito de mentarte esta leyenda. Se me ocurrió pensar que el amor no es muy diferente al mito porque en el amor uno vive en permantente riesgo, en perpetuo temor, eterna incertidumbre de que en cualquier momento aparezca el pretendiente al trono y nos despoje de ese trono que es nuestro amor, nuestra mujer (u hombre, no?). Jamás estamos seguros en nuestro trono. No hay juramento, ni documentos de propiedad de la oficina de catastro de Roma, ni fuerza física, ni culpas, ni venganzas que nos resten un ápice esa inseguridad eterna. Siempre pendientes que llegue el pretendiente, disfrazado de joven apuesto o quizás de olvido o quizás de encono. Porque que otra cosa que la muerte es esa sustitución brutal de un amor por otro?.”
En realidad, el texto de este lector es para transcribirlo tal cual pero esas cosas no se hacen sin permiso del autor. Yo suscribo sus palabras al cien por cien y vivo el amor (o más bien la recreación de su posible existencia) del mismo tortuoso modo. Como dice Vexiliario, no se puede pretender que el enamoramiento sea “un estado vitalicio y buscar la burguesa satisfacción de tener a alguien al lado para toda la vida, como quien tiene una casa o un perro”.
Esta última frase me parece particularmente brillante. La gente me mira extrañada cuando digo que no quiero una casa en propiedad que amarre mis pies a un suelo rodeado de paredes ni un amor/desamor que me asegure no ver la televisión en soledad. Yo comparto con este lector que vale la pena intentar vivir el amor aunque dure una hora o dos años porque, desde mi punto de vista, la vida se hace de momentos, de picos de felicidad, de belleza que hay que cazar al vuelo. Luego está la vida normal, la rutinaria. La seguridad.
Seguridad. Es una palabra que se antoja extraña y lejana a mis oídos. No he vuelto a sentirme segura ni una sola vez desde que perdí mi seguro trabajo, mi segura casa, mi segura familia. No hago planes ni siquiera a medio plazo porque no tengo la sensación de perdurar en nada. Y sólo me angustia por mis hijos porque ellos sí necesitan seguridad, rutina, estabilidad.
Pero yo no. Yo espero pasiones que me arrastren y me ordenen qué senda seguir sin permitirme abrir la boca para replicar, alzar la mano para defenderme. Quiero que aten pies para que no pueda huir. Y quiero que esa pasión sea recíproca. La quiero yo que mido mis pasos contra mi voluntad porque no conozco más protección que la autodefensa a ultranza.
También sé que espero cosas que suenan a locura de veinte años desde la perspectiva de quien no tiene ya nada de loca ni se deja llevar. Pero eso no quita que igualmente esté deseando ser raptada y sometida a la pasión como una cautivadora sabina.
Ése es el problema de ser una paradoja permanente, que resultas incoherente a los ojos de los “adaptados” mientras te mantienes camaleónica para sobrevivir en este mundo de seres comunes y corrientes.
Hay quien dice que es verdad que el amor tiene final pero no se puede cambiar de amor como de bragas. No puede hacerse, en eso estoy de acuerdo, porque el amor surge raras veces a lo largo de toda una vida, pero no tengo dudas de que si yo _la de hoy, no la de ayer_ estuviese presa de la “estabilidad” y viese brillar el amor, cambiaría sin dudar porque los milagros se dan una o dos veces en la vida, si se dan.
No sé si esto es cambiar de amor como de bragas. Si así es, creo que me cambio de bragas, en el sentido literal, con demasiada frecuencia porque el AMOR no aparece cada mañana, como la lencería limpia.
Y es por esto que se acaba.
(Por cierto, a ver si me votáis de vez en cuando en el post del concurso de Atrápalo, jajaja! Graciaaas!: http://ninfasecreta.blogspot.com/2007/11/saltos-mortales-en-360-palabras.html)
miércoles, diciembre 12, 2007
Gritar en el silencio
Hace ya un año, uno de esos hombres que “pasan” por mi vida con algún lugar algo más que puramente amistoso pero sin consecuencias me comentó que creía que me “desnudaba demasiado” en mi blog. Él lo descubrió por su cuenta _el blog, no si me desnudaba o no_ y hay que reconocer que el muchacho fue muy avispado.
Más tarde me preguntaron si el hecho de que hubiese personas que me conocían leyéndome no coartaba mi libertad a la hora de escribir. En aquella etapa aseguré que no. No, por cuanto mis vivencias íntimas no las cuento de forma directa y me guardo muchas cosas de mi vida personal.
Jamás menciono directamente a personas o hechos de mi vida sentimental. A lo sumo, hago algún guiño a quien me ocupa en ese momento _por amistad, por atracción, por cariño, por lo que sea_ del que sólo es consciente el o la citad@.
Sin embargo, ahora sí que empiezo a notar que ya no puedo soltarme la melena a nivel emocional, cuando me apetece desnudar el alma o lo que sea porque me encuentro subida a un escenario con demasiados antiguos compañeros de reparto en las butacas.
No puedo disfrutar del efecto catárquico que cierto grado de metáforas podían ofrecerme porque temo herir a alguna persona que me lea o ahuyentarla o ponerla sobre aviso. Porque soy un ser dual, libre y ajeno a muchas de las leyes de los hombres pero vivo en una sociedad que nunca podría entender demasiados sentimientos o actos que, de tan honestos que son, algunos tildarían de irreverentes.
Si me salto las normas, hay demasiadas personas que me conocen y leen que estarían dispuestas a juzgarme o se sentirían ofendidas. Los juicios no me importan pero las conclusiones erróneas sí.
Ahora mismo me gustaría gritar que no creo en el bien o el mal de los cristianos, no creo en la insidiosa moral judeo-cristiana, no creo en el amor para siempre, no creo en las cadenas propias ni ajenas. No creo en ningún dique, en ningún lago artificial de estabilidad, de cosas bien hechas, del buen sentido. No creo en nada que sirva para retener, para frenar, para cerrar.
Me gustaría gritar que hay seres que viven presos de lo que en otros tiempos fueron lazos de seda y su actual tacto férreo ya no les permite rozar el terciopelo de otros brazos libres, generosos, que no sujetan, que no piden, que no amarran. Sólo acarician, sólo sienten y transmiten. Me gustaría gritar que tengo sentimientos que el mundo tilda de pecados mientras a mí me abrasa su belleza. Quisiera decir a voces que puedo sentir muchas cosas diferentes por personas diferentes y no tengo el menor deseo de elegir. Que no entiendo por qué he de hacerlo. Y que no voy a hacerlo.
Me gustaría poner en mi ventana un espejo que nadie pudiese evitar mirar, ni aún empeñado en encerrarse dentro de lo políticamente correcto, y reflejarles desnudos de todo vestigio de obligación, de cariños viejos, de pasiones controladas, de permisos, de remordimientos. Desearía mostrarles el camino y aletear alrededor de sus ojos con mis pequeñas alas de diosa menor, nacida para vivir naturalmente en medio de los ríos, de la vida, del aire, de la luz, del amor.
Desearía que alguien me comprendiese, me sonriese y asintiese. Que se sintiera libre como yo lo soy, a pesar de que hasta mi blog está comenzando a ser moderado por una prudencia que me parece ridícula.
Lo malo es que toda esta reflexión no hace más que descubrirme mi debilidad, mi temor a que me confundan o me descarten por ser tal cual, sin adornos, sin vergüenza, sin compromisos, sin condiciones.
Así, yo me convierto en uno de esos a quienes rechazo porque permito que los espectadores escriban el guión, aunque sólo sea el de esta insignificante bitácora.
Tal vez me esté volviendo cobarde. O prudente.
Desconozco la diferencia
Más tarde me preguntaron si el hecho de que hubiese personas que me conocían leyéndome no coartaba mi libertad a la hora de escribir. En aquella etapa aseguré que no. No, por cuanto mis vivencias íntimas no las cuento de forma directa y me guardo muchas cosas de mi vida personal.
Jamás menciono directamente a personas o hechos de mi vida sentimental. A lo sumo, hago algún guiño a quien me ocupa en ese momento _por amistad, por atracción, por cariño, por lo que sea_ del que sólo es consciente el o la citad@.
Sin embargo, ahora sí que empiezo a notar que ya no puedo soltarme la melena a nivel emocional, cuando me apetece desnudar el alma o lo que sea porque me encuentro subida a un escenario con demasiados antiguos compañeros de reparto en las butacas.
No puedo disfrutar del efecto catárquico que cierto grado de metáforas podían ofrecerme porque temo herir a alguna persona que me lea o ahuyentarla o ponerla sobre aviso. Porque soy un ser dual, libre y ajeno a muchas de las leyes de los hombres pero vivo en una sociedad que nunca podría entender demasiados sentimientos o actos que, de tan honestos que son, algunos tildarían de irreverentes.
Si me salto las normas, hay demasiadas personas que me conocen y leen que estarían dispuestas a juzgarme o se sentirían ofendidas. Los juicios no me importan pero las conclusiones erróneas sí.
Ahora mismo me gustaría gritar que no creo en el bien o el mal de los cristianos, no creo en la insidiosa moral judeo-cristiana, no creo en el amor para siempre, no creo en las cadenas propias ni ajenas. No creo en ningún dique, en ningún lago artificial de estabilidad, de cosas bien hechas, del buen sentido. No creo en nada que sirva para retener, para frenar, para cerrar.
Me gustaría gritar que hay seres que viven presos de lo que en otros tiempos fueron lazos de seda y su actual tacto férreo ya no les permite rozar el terciopelo de otros brazos libres, generosos, que no sujetan, que no piden, que no amarran. Sólo acarician, sólo sienten y transmiten. Me gustaría gritar que tengo sentimientos que el mundo tilda de pecados mientras a mí me abrasa su belleza. Quisiera decir a voces que puedo sentir muchas cosas diferentes por personas diferentes y no tengo el menor deseo de elegir. Que no entiendo por qué he de hacerlo. Y que no voy a hacerlo.
Me gustaría poner en mi ventana un espejo que nadie pudiese evitar mirar, ni aún empeñado en encerrarse dentro de lo políticamente correcto, y reflejarles desnudos de todo vestigio de obligación, de cariños viejos, de pasiones controladas, de permisos, de remordimientos. Desearía mostrarles el camino y aletear alrededor de sus ojos con mis pequeñas alas de diosa menor, nacida para vivir naturalmente en medio de los ríos, de la vida, del aire, de la luz, del amor.
Desearía que alguien me comprendiese, me sonriese y asintiese. Que se sintiera libre como yo lo soy, a pesar de que hasta mi blog está comenzando a ser moderado por una prudencia que me parece ridícula.
Lo malo es que toda esta reflexión no hace más que descubrirme mi debilidad, mi temor a que me confundan o me descarten por ser tal cual, sin adornos, sin vergüenza, sin compromisos, sin condiciones.
Así, yo me convierto en uno de esos a quienes rechazo porque permito que los espectadores escriban el guión, aunque sólo sea el de esta insignificante bitácora.
Tal vez me esté volviendo cobarde. O prudente.
Desconozco la diferencia
martes, diciembre 11, 2007
¡Que llega la Navidad...!
Ahí vienen las Navidades, ya no puedo seguir negándome a admitirlo. Ahí vienen con sus desatinos habituales y descontrol de planes de siempre.
Tras darle muchas vueltas, compré el vuelo de vuelta el día 1 con la intención de estar una semanita por mis húmedas tierras natales. Iba a pasarla en casa de una amiga pero todo parece indicar que se pasará, la pobre, todas las fiestas en el hospital con su pequeño. Nada grave pero duro para una madre en cualquier caso, más aún si es primeriza y el niño un bebé.
En el colmo del egoísmo me he puesto a barajar posibilidades. Perderé días de vacaciones del año que viene y voy sin coche, lo cual me resta movilidad y posibilidades de hacer cositas y ver a unos y otros. Estoy pensando seriamente en volver en tren los días del medio (que es un gasto de la leche pero, para no hacer nada en Santiago, al menos conservo vacaciones…). Será un sindiós, como es mi habitual y me fastidia lo suyo pero a ver qué cosa se os ocurre que haga. (esto es una petición de sugerencias en toda regla).
Lástima no tener pasta para un viajecito, sola o acompañada, al otro lado del mundo o al otro lado del pueblo. Me vendrían de lujo unas jornadas somnogrómicas (de sueño, la comida no es tan importante para el cutis), unos tintitos de lujete y tal. Ir sin coche es un acierto para mis costillas y las de los pequeños roedores pero me resta independencia a tutiplén porque mi amiga, para más inri, vive a diez kilómetros de Santiago, en el poblacho que me vio crecer como maruja y esposa.
Así que ya me veo de paseo con la actual pareja de mi nunca bien ponderado ex maridín, a punto de reventar (ella, que sale de cuentas el día 28), su nena y mis dos angelitos. Bueno, no hay problema porque la muchacha está tan bien cuidadada y apalancada que no sale de casa más que para ir al ginecólogo (supongo).
Nunca la he visto más por la calle, mis niños dicen que no sale porque “es alérgica”. ¿A qué será alérgica? ¿Al trabajo, como papaíto?¿Al ejercicio? ¿A hacer la compra y pasear el carrito? (Pasada la euforia inicial de mamá presumiendo de rorro, siempre le veo a él cochecito en ristre, haciendo la compra, paseando a los niños y ejerciendo de chacho…). Porque si el problema de alergia es tan real que no puede salir de casa, mejor estaban aquí en Madrid, digo yo.
Bueno, a lo mío. Que no sé qué coño hacer. Mi otra amiga a la que le puedo pedir por el moco que me acoja vive también en el puñetero campo (está muy de moda en Galicia pero, con ese clima, a mí que me den tejas).
Mientras, se avecina la cena de empresa. No podré ponerme atractiva como debería para la ocasión porque salimos directamente de la oficina y han tenido la genial idea de ponerla un miércoles, así que el día después será glorioso para las cuatro que nos animemos a ir de fiesta porque el resto, según mis referencias, se va corriendo en los postres a su casita.
Así que nada de modelito ni antes ni después. Me veo pintándome como una puerta por la tarde, llevando top guarri en el bolso para salir luego de copas y comportándome lo mejor que pueda _eso he dicho, lo que pueda_ hasta que los jefes se diluyan y nos podamos despendolar a gusto.
Aquí es cuando algún Torquemada aprovecha para llamarme pendón y demás (qué más quisiera yo… ¡Si está la cosa fatal!) y yo aprovecho para provocar un poquitín más.
Tengo mi faceta de femme fatalle totalmente abandonada. Poca vida nocturna y poco putear al género masculino, que sería lo suyo. Reconozco que me he cansado de los tipejos que se esfuman con la luz del sol, que mi complejo de mantis religiosa incluye matarlos pero no que me maten y que me apetece que me quieran, me acaricien y me malcríen un poquillo.
¿Algún voluntario…?
Tras darle muchas vueltas, compré el vuelo de vuelta el día 1 con la intención de estar una semanita por mis húmedas tierras natales. Iba a pasarla en casa de una amiga pero todo parece indicar que se pasará, la pobre, todas las fiestas en el hospital con su pequeño. Nada grave pero duro para una madre en cualquier caso, más aún si es primeriza y el niño un bebé.
En el colmo del egoísmo me he puesto a barajar posibilidades. Perderé días de vacaciones del año que viene y voy sin coche, lo cual me resta movilidad y posibilidades de hacer cositas y ver a unos y otros. Estoy pensando seriamente en volver en tren los días del medio (que es un gasto de la leche pero, para no hacer nada en Santiago, al menos conservo vacaciones…). Será un sindiós, como es mi habitual y me fastidia lo suyo pero a ver qué cosa se os ocurre que haga. (esto es una petición de sugerencias en toda regla).
Lástima no tener pasta para un viajecito, sola o acompañada, al otro lado del mundo o al otro lado del pueblo. Me vendrían de lujo unas jornadas somnogrómicas (de sueño, la comida no es tan importante para el cutis), unos tintitos de lujete y tal. Ir sin coche es un acierto para mis costillas y las de los pequeños roedores pero me resta independencia a tutiplén porque mi amiga, para más inri, vive a diez kilómetros de Santiago, en el poblacho que me vio crecer como maruja y esposa.
Así que ya me veo de paseo con la actual pareja de mi nunca bien ponderado ex maridín, a punto de reventar (ella, que sale de cuentas el día 28), su nena y mis dos angelitos. Bueno, no hay problema porque la muchacha está tan bien cuidadada y apalancada que no sale de casa más que para ir al ginecólogo (supongo).
Nunca la he visto más por la calle, mis niños dicen que no sale porque “es alérgica”. ¿A qué será alérgica? ¿Al trabajo, como papaíto?¿Al ejercicio? ¿A hacer la compra y pasear el carrito? (Pasada la euforia inicial de mamá presumiendo de rorro, siempre le veo a él cochecito en ristre, haciendo la compra, paseando a los niños y ejerciendo de chacho…). Porque si el problema de alergia es tan real que no puede salir de casa, mejor estaban aquí en Madrid, digo yo.
Bueno, a lo mío. Que no sé qué coño hacer. Mi otra amiga a la que le puedo pedir por el moco que me acoja vive también en el puñetero campo (está muy de moda en Galicia pero, con ese clima, a mí que me den tejas).
Mientras, se avecina la cena de empresa. No podré ponerme atractiva como debería para la ocasión porque salimos directamente de la oficina y han tenido la genial idea de ponerla un miércoles, así que el día después será glorioso para las cuatro que nos animemos a ir de fiesta porque el resto, según mis referencias, se va corriendo en los postres a su casita.
Así que nada de modelito ni antes ni después. Me veo pintándome como una puerta por la tarde, llevando top guarri en el bolso para salir luego de copas y comportándome lo mejor que pueda _eso he dicho, lo que pueda_ hasta que los jefes se diluyan y nos podamos despendolar a gusto.
Aquí es cuando algún Torquemada aprovecha para llamarme pendón y demás (qué más quisiera yo… ¡Si está la cosa fatal!) y yo aprovecho para provocar un poquitín más.
Tengo mi faceta de femme fatalle totalmente abandonada. Poca vida nocturna y poco putear al género masculino, que sería lo suyo. Reconozco que me he cansado de los tipejos que se esfuman con la luz del sol, que mi complejo de mantis religiosa incluye matarlos pero no que me maten y que me apetece que me quieran, me acaricien y me malcríen un poquillo.
¿Algún voluntario…?
lunes, diciembre 10, 2007
Sol y persianas venecianas
Lo más parecido a unas vacaciones que me he podido permitir este año ha sido mi puentecito en Málaga.
Nos hemos escapado dos amigas y yo con un destino: el sol.
Cada vez que voy a Málaga me pregunto por qué hay elegidos que nacen en el sur y desgraciados que nacemos en el norte. Yo soy un ser de sol. Una ninfa que es feliz bajo la caricia del astro rey, cubierta de luz aunque la oscuridad me fascine para la diversión, la introspección y el sexo (ya sabéis lo que opino, hacer el amor son palabras mayores y ocurre con tan pocas personas…).
Y es que poder comer en una terraza viendo el mar a 23 grados de temperatura en diciembre me parece un regalo de dioses. Las noches sin apenas frío y la luz, la luz que se desborda y lo inunda todo. Hay que decir que, en este caso, lo inundaba tanto que no había ser humano que pudiese dormir después de las ocho en que amanecía en todo su esplendor y el precioso estudio que nos habían prestado parecía un plató de televisión.
Lo probamos todo. Mantas alrededor de la cabeza, la almohada, maldiciones en arameo y alguna en gallego también. Al final, aceptación y elevación del tálamo compartido, en este caso con M. (que es una mujer y, aunque muy atractiva, incomprensiblemente no estamos todavía lo bastante desilusionadas del género masculino como para hacer otra cosa que intentar dormir), agotadas, con profundas ojeras a desayunar en la megaterraza al sol que tiene el chico en casa. .
Decía nuestro anfitrión que levantarse con energía con el solecito es una maravilla. Está felizmente casado, claro, y no trasnocha. Pero aquí las churris somos jóvenes (o lo parecemos) y bellas y necesitamos relacionarnos. De noche. Con alcohol, música, maromos y esas cosas.
De resultas: noches alegres y mañanas tristes. Media de sueño: cuatro horas. Pero ha valido la pena. Sobre todo teniendo en cuenta que el bendito del propietario del estudio (al que prometemos regalarle unas preciosas persianas venecianas si nos vuelve a invitar, cosa que dudamos) se ha comido una buena bronca con su esposa, que estaba de puente y se mantenía ignorante de que los colegas de empresa que venía a visitarte eran tres nenas.
Por el bien de todos hemos insistido en que se lo contase porque mi melena negra y rizada es muy escandalosa. Se me cae el pelo por todas partes así que imaginaos que no le dice nada y se encuentra tantas pistas del paso de una fémina melenuda por allí. Finalmente la ha puesto al día de que éramos tres chicas y se ha liado pero ha sido mejor así, habida cuenta de que una de ellas se ha dejado la toalla rosita de flores, la muy capulla.
Y es que es lo que yo le decía: “Quillo, por Dios, dile que somos tres mujeres, que tu madre puede jurar que has dormido los cuatro días en su casa y que te divorcies por nada, es tontería. Para eso, ten un lío con alguna de nosotras, hombre de Dios, que pasar por ser infiel sin serlo es de gilipollas”.
Así que confesó y parece que la muchacha tiene su carácter. La verdad es que yo no sé cómo me lo habría tomado. Igual enterarme a posteriori sería lo que más me cabrease pero no sabría decirlo. Igual al ver a las titis y constatar que estaban de buen ver, me hubiese mosqueado un poquillo. O un mucho. No sé. Es que no soy celosa, se me escapan esas sensaciones…
El retorno ha sido largo y cansado. Encima, mis compañeras de viaje no se fiaban un pelo de mí (que soy la que conduce) porque estaba sin dormir, habíamos hecho una interesante ingesta de alcohol la víspera _que conste que yo no me emborraché_ y el agotamiento pesaba lo suyo. Tres Burns y tema solucionado. ¡Viva la industria energética!
Nos dio tiempo de ligar hasta desde el coche. El atasco de despeñaperros duró como hora y cuarto (20 malditos kilómetros…). En medio de una niebla de justicia y a cinco por hora, optamos por bailar al ritmo de Shakira, buscar atractivos conductores en los coches aledaños y recibí una sonora ovación de tres chicos que viajaban en el coche de al lado cuando decidí quitarme el jersey _porque tenía calor_ al ritmo sensual de la música. Nos invitaron a tomar café en una gasolinera pero íbamos mal de tiempo. De todos modos, estuvo bien. Un rato de retorno a la adolescencia puede resultar muy relajante.
Y ya estamos de vuelta a la cruda realidad. Dejamos a nuestro anfitrión al sol (dice que el tiempo ha empeorado desde que nos fuimos. ¿Habrá alguna relación?), con mucha penita que para eso es un querido amigo y la vida continúa. No sigue igual pero continúa.
Y ya estoy pensando en dónde y cómo escaparme de nuevo.
¿Alguna sugerencia?
Nos hemos escapado dos amigas y yo con un destino: el sol.
Cada vez que voy a Málaga me pregunto por qué hay elegidos que nacen en el sur y desgraciados que nacemos en el norte. Yo soy un ser de sol. Una ninfa que es feliz bajo la caricia del astro rey, cubierta de luz aunque la oscuridad me fascine para la diversión, la introspección y el sexo (ya sabéis lo que opino, hacer el amor son palabras mayores y ocurre con tan pocas personas…).
Y es que poder comer en una terraza viendo el mar a 23 grados de temperatura en diciembre me parece un regalo de dioses. Las noches sin apenas frío y la luz, la luz que se desborda y lo inunda todo. Hay que decir que, en este caso, lo inundaba tanto que no había ser humano que pudiese dormir después de las ocho en que amanecía en todo su esplendor y el precioso estudio que nos habían prestado parecía un plató de televisión.
Lo probamos todo. Mantas alrededor de la cabeza, la almohada, maldiciones en arameo y alguna en gallego también. Al final, aceptación y elevación del tálamo compartido, en este caso con M. (que es una mujer y, aunque muy atractiva, incomprensiblemente no estamos todavía lo bastante desilusionadas del género masculino como para hacer otra cosa que intentar dormir), agotadas, con profundas ojeras a desayunar en la megaterraza al sol que tiene el chico en casa. .
Decía nuestro anfitrión que levantarse con energía con el solecito es una maravilla. Está felizmente casado, claro, y no trasnocha. Pero aquí las churris somos jóvenes (o lo parecemos) y bellas y necesitamos relacionarnos. De noche. Con alcohol, música, maromos y esas cosas.
De resultas: noches alegres y mañanas tristes. Media de sueño: cuatro horas. Pero ha valido la pena. Sobre todo teniendo en cuenta que el bendito del propietario del estudio (al que prometemos regalarle unas preciosas persianas venecianas si nos vuelve a invitar, cosa que dudamos) se ha comido una buena bronca con su esposa, que estaba de puente y se mantenía ignorante de que los colegas de empresa que venía a visitarte eran tres nenas.
Por el bien de todos hemos insistido en que se lo contase porque mi melena negra y rizada es muy escandalosa. Se me cae el pelo por todas partes así que imaginaos que no le dice nada y se encuentra tantas pistas del paso de una fémina melenuda por allí. Finalmente la ha puesto al día de que éramos tres chicas y se ha liado pero ha sido mejor así, habida cuenta de que una de ellas se ha dejado la toalla rosita de flores, la muy capulla.
Y es que es lo que yo le decía: “Quillo, por Dios, dile que somos tres mujeres, que tu madre puede jurar que has dormido los cuatro días en su casa y que te divorcies por nada, es tontería. Para eso, ten un lío con alguna de nosotras, hombre de Dios, que pasar por ser infiel sin serlo es de gilipollas”.
Así que confesó y parece que la muchacha tiene su carácter. La verdad es que yo no sé cómo me lo habría tomado. Igual enterarme a posteriori sería lo que más me cabrease pero no sabría decirlo. Igual al ver a las titis y constatar que estaban de buen ver, me hubiese mosqueado un poquillo. O un mucho. No sé. Es que no soy celosa, se me escapan esas sensaciones…
El retorno ha sido largo y cansado. Encima, mis compañeras de viaje no se fiaban un pelo de mí (que soy la que conduce) porque estaba sin dormir, habíamos hecho una interesante ingesta de alcohol la víspera _que conste que yo no me emborraché_ y el agotamiento pesaba lo suyo. Tres Burns y tema solucionado. ¡Viva la industria energética!
Nos dio tiempo de ligar hasta desde el coche. El atasco de despeñaperros duró como hora y cuarto (20 malditos kilómetros…). En medio de una niebla de justicia y a cinco por hora, optamos por bailar al ritmo de Shakira, buscar atractivos conductores en los coches aledaños y recibí una sonora ovación de tres chicos que viajaban en el coche de al lado cuando decidí quitarme el jersey _porque tenía calor_ al ritmo sensual de la música. Nos invitaron a tomar café en una gasolinera pero íbamos mal de tiempo. De todos modos, estuvo bien. Un rato de retorno a la adolescencia puede resultar muy relajante.
Y ya estamos de vuelta a la cruda realidad. Dejamos a nuestro anfitrión al sol (dice que el tiempo ha empeorado desde que nos fuimos. ¿Habrá alguna relación?), con mucha penita que para eso es un querido amigo y la vida continúa. No sigue igual pero continúa.
Y ya estoy pensando en dónde y cómo escaparme de nuevo.
¿Alguna sugerencia?
martes, diciembre 04, 2007
Nunca es triste la verdad...
A pesar de conocer ya esta canción, nunca la había escuchado con detenimiento hasta que me la pasó al mp3 la sin par malagueña que pronto visitaré. Estoy hablando de Sinceramente Tuyo.
No vamos a tratar aquí el indiscutible talento y sensibilidad de Serrat como compositor porque sería hasta ridículo. Pero esta canción es de las que lo dicen todo y todos deberíamos aplicarnos el cuento de vez en cuando. Un chico muy diferente a lo que he conocido antes _pero no tanto como para que yo no pueda reconocerle_ muestra su corazón roto en su blog, escribiendo mucho mejor sin disfraces, como todos. Cuando le conocí, le dije que escuchase este tema y lo transmitiese a quien correspondiese. Creo que es a él mismo a quien más dentro llegará.
Porque es verdad que acabamos disfrazándonos todos. Por un motivo o por el otro pero todos. Especialmente a la hora de amar o ser amados, que no es lo mismo aunque lo parezca.
A mi me fascina cada letra de esta maravilla con música porque soy una persona compleja para tomarme, para amarme, para entregarme. Creo que todo el mundo lo es pero yo soy consciente de que no es fácil llegar a mí. No lo es ni para mí misma.
Por eso, cuando la escucho, me redescubro en mi permanente imperfección, en esa faceta de mi persona alejada de la encantadora de serpientes que, en algunos aspectos, soy.
Cuando soy o estoy antipática, cuando no me quiero o no quiero a nadie, cuando la vida me viene grande o me estrangula, cuando tropiezo con mis muros _cada vez menos invisibles_ que me impiden entregarme a pesar de estar deseándolo. Al menos en teoría.
Y es que es difícil encontrar quien te tome entera, tal y como eres, sin equivocaciones. Porque el enamoramiento pasa y, con él, la estupidez transitoria. La pasion es efímera también y las costumbres toman su lugar. Y ahí es cuando uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto.
Y llevas puestas tus preocupaciones, tus cambios de humor, tus manías de años viviendo sin un hombre ensuciando el baño ni tirando calcetines a los pies de tu impoluta cama.
Te encuentras de lujo siendo la reina del mando (con permiso de los pequeños roedores), sin hablar porque no tienes ganas y con cara de asco porque a nadie le preocupa la cara que tengas en ese rato. Tu cama es tuya y sólo tuya y no la dejas hecha un lío como cuando entra el elemento roncador. No, cuando yo me levanto, sólo deshago mi esquinita izquierda, como un sobre. No suena el despertador de otro hasta que le bufas para que se levante de una puñetera vez, ni te da calor, ni suda tus sábanas.
Como Shakira, he de confesar que no sé preparar café, tampoco me baño algunos domingos si puedo evitar quitarme el pijama. Creo que también fui alguna vez infiel y conmigo nada es fácil. Así mismo dediqué "Inevitable" en el pasado a un amigo especial.
Pero tengo perfectamente claro que no se puede ir por ahí permanentemente camuflado. “Ni para estar junto a ti _como dice el autor_ ni para ir a ningún lado”.
Y aunque lo que digo suene pesimista no es así.
Porque nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
(Dedicada, como se decía en otros tiempos, "A quien pueda interesar"):
Otro día os regalo Inevitable de Shakira...
No vamos a tratar aquí el indiscutible talento y sensibilidad de Serrat como compositor porque sería hasta ridículo. Pero esta canción es de las que lo dicen todo y todos deberíamos aplicarnos el cuento de vez en cuando. Un chico muy diferente a lo que he conocido antes _pero no tanto como para que yo no pueda reconocerle_ muestra su corazón roto en su blog, escribiendo mucho mejor sin disfraces, como todos. Cuando le conocí, le dije que escuchase este tema y lo transmitiese a quien correspondiese. Creo que es a él mismo a quien más dentro llegará.
Porque es verdad que acabamos disfrazándonos todos. Por un motivo o por el otro pero todos. Especialmente a la hora de amar o ser amados, que no es lo mismo aunque lo parezca.
A mi me fascina cada letra de esta maravilla con música porque soy una persona compleja para tomarme, para amarme, para entregarme. Creo que todo el mundo lo es pero yo soy consciente de que no es fácil llegar a mí. No lo es ni para mí misma.
Por eso, cuando la escucho, me redescubro en mi permanente imperfección, en esa faceta de mi persona alejada de la encantadora de serpientes que, en algunos aspectos, soy.
Cuando soy o estoy antipática, cuando no me quiero o no quiero a nadie, cuando la vida me viene grande o me estrangula, cuando tropiezo con mis muros _cada vez menos invisibles_ que me impiden entregarme a pesar de estar deseándolo. Al menos en teoría.
Y es que es difícil encontrar quien te tome entera, tal y como eres, sin equivocaciones. Porque el enamoramiento pasa y, con él, la estupidez transitoria. La pasion es efímera también y las costumbres toman su lugar. Y ahí es cuando uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto.
Y llevas puestas tus preocupaciones, tus cambios de humor, tus manías de años viviendo sin un hombre ensuciando el baño ni tirando calcetines a los pies de tu impoluta cama.
Te encuentras de lujo siendo la reina del mando (con permiso de los pequeños roedores), sin hablar porque no tienes ganas y con cara de asco porque a nadie le preocupa la cara que tengas en ese rato. Tu cama es tuya y sólo tuya y no la dejas hecha un lío como cuando entra el elemento roncador. No, cuando yo me levanto, sólo deshago mi esquinita izquierda, como un sobre. No suena el despertador de otro hasta que le bufas para que se levante de una puñetera vez, ni te da calor, ni suda tus sábanas.
Como Shakira, he de confesar que no sé preparar café, tampoco me baño algunos domingos si puedo evitar quitarme el pijama. Creo que también fui alguna vez infiel y conmigo nada es fácil. Así mismo dediqué "Inevitable" en el pasado a un amigo especial.
Pero tengo perfectamente claro que no se puede ir por ahí permanentemente camuflado. “Ni para estar junto a ti _como dice el autor_ ni para ir a ningún lado”.
Y aunque lo que digo suene pesimista no es así.
Porque nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
(Dedicada, como se decía en otros tiempos, "A quien pueda interesar"):
Otro día os regalo Inevitable de Shakira...
lunes, diciembre 03, 2007
Factoría de gusanos
Ya os lo decía yo. Sí, sí, hace unos cuantos post. Es el espíritu navideño que hace que reaparezcan propios y extraños. Algunos encanta saber de ellos por cariño genuino, otros por resarcirse el ego y, muchos, directamente, ni te encanta saber de ellos ni te importan un bledo.
Hace unos días recibí una llamada inesperada. Inesperada principalmente porque el interfecto puede pasarse perfectamente un año sin dar señales de vida y, de pronto, suena el teléfono y te saluda como si te hubiese visto ayer. Esto se puede hacer con los amigos del alma, no con los accidentes físico-emocionales que es lo que venía a ser el susodicho para mí y, especialmente, yo para él.
No viene mucho a cuento contar en qué había consistido la historia en el pasado, especialmente porque, como sabéis, nunca cuento este tipo de cosas aquí. La cosa es que nos habíamos gustado mucho, él se tuvo que ir a vivir muy lejos y no se planteó tener una relación a distancia. Fin del cuento.
Yo conservé ese aire romántico que se le da a las cosas que no pueden ser por motivos externos a los deseos de ambos. Así que le veía como aquella historia tan bella que pudo ser y no fue.
Al cabo de año y medio reapareció y allí me fui corriendo tratando de creer en los milagros. De hecho fastidié una cita mucho más prometedora. Después me olvidó otros seis meses (yo también a él, me hizo un gran favor mostrándose como era en esta segunda edición del culebrón: ya no era aquel guapísimo “amore” abortado. Era un gilipollas como todos).
Pues hace unos días volvió a sonar mi teléfono. Le reconocí por el tono de “holaaa”, como si tal cosa. Me olvidé de poner en práctica la vertiente calientapollas que algunos tanto merecen y que tan bien se me da. Así que mostré un natural tono frío acorde con las sensaciones que me salieron del alma.
Quería quedar ese mismo día. Le dije que no. Me preguntó si al día siguiente y, en tono gélido, accedí. Ni que decir tiene que no llamó, yo tampoco a él y casi me alegré.
La verdad es que es patético lo bien que se las arreglan los hombres para quedar como gusanos. Yo podría montar una factoría de seda con tanto bicho alargado de esos que he conocido en mi vida. Gusanos cobardes emocionales con miles de hilos con los que se convierten en los capullos integrales que son.
Creo que la elegancia y la buena educación deberían ser asignaturas obligatorias en el colegio. La verdad es que este fulano a mí me trae al pairo y atribuyo el buen criterio de no llamarme a los retazos de lucidez que pueda tener en su cerebro. Es que yo cuando me pongo distante, soy infranqueable. De hecho, en muchos casos lo soy hasta para mí misma.
No siento ninguna emoción ni positiva ni negativa por este tipo de individuos. Siento que se pierdan la vida, los sentimientos y la amistad en nombre de una actitud egoísta y cobarde.
A día de hoy, espero mis nuevas apariciones de Navidad. He de confesar que algunas me alegrarán, si se dan.
No todo han de ser sorpresas desagradables, digo yo.
P.d:¡Aaaahh! ¡Por favor, votadme de vez en cuando en el post de las 360 palabrasss!
Hace unos días recibí una llamada inesperada. Inesperada principalmente porque el interfecto puede pasarse perfectamente un año sin dar señales de vida y, de pronto, suena el teléfono y te saluda como si te hubiese visto ayer. Esto se puede hacer con los amigos del alma, no con los accidentes físico-emocionales que es lo que venía a ser el susodicho para mí y, especialmente, yo para él.
No viene mucho a cuento contar en qué había consistido la historia en el pasado, especialmente porque, como sabéis, nunca cuento este tipo de cosas aquí. La cosa es que nos habíamos gustado mucho, él se tuvo que ir a vivir muy lejos y no se planteó tener una relación a distancia. Fin del cuento.
Yo conservé ese aire romántico que se le da a las cosas que no pueden ser por motivos externos a los deseos de ambos. Así que le veía como aquella historia tan bella que pudo ser y no fue.
Al cabo de año y medio reapareció y allí me fui corriendo tratando de creer en los milagros. De hecho fastidié una cita mucho más prometedora. Después me olvidó otros seis meses (yo también a él, me hizo un gran favor mostrándose como era en esta segunda edición del culebrón: ya no era aquel guapísimo “amore” abortado. Era un gilipollas como todos).
Pues hace unos días volvió a sonar mi teléfono. Le reconocí por el tono de “holaaa”, como si tal cosa. Me olvidé de poner en práctica la vertiente calientapollas que algunos tanto merecen y que tan bien se me da. Así que mostré un natural tono frío acorde con las sensaciones que me salieron del alma.
Quería quedar ese mismo día. Le dije que no. Me preguntó si al día siguiente y, en tono gélido, accedí. Ni que decir tiene que no llamó, yo tampoco a él y casi me alegré.
La verdad es que es patético lo bien que se las arreglan los hombres para quedar como gusanos. Yo podría montar una factoría de seda con tanto bicho alargado de esos que he conocido en mi vida. Gusanos cobardes emocionales con miles de hilos con los que se convierten en los capullos integrales que son.
Creo que la elegancia y la buena educación deberían ser asignaturas obligatorias en el colegio. La verdad es que este fulano a mí me trae al pairo y atribuyo el buen criterio de no llamarme a los retazos de lucidez que pueda tener en su cerebro. Es que yo cuando me pongo distante, soy infranqueable. De hecho, en muchos casos lo soy hasta para mí misma.
No siento ninguna emoción ni positiva ni negativa por este tipo de individuos. Siento que se pierdan la vida, los sentimientos y la amistad en nombre de una actitud egoísta y cobarde.
A día de hoy, espero mis nuevas apariciones de Navidad. He de confesar que algunas me alegrarán, si se dan.
No todo han de ser sorpresas desagradables, digo yo.
P.d:¡Aaaahh! ¡Por favor, votadme de vez en cuando en el post de las 360 palabrasss!
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