Siempre he rehuido a los vecinos. Por mi condición de gallega, otrora tímida (sí, sí, aunque no os lo creáis) y los problemas que suele haber donde la confianza da asco (imaginaos en un edificio…) he procurado ser educada _o sea, decir hola y adiós con una sonrisa y fin_ y mantener la distancia adecuada para evitar roces innecesarios.
Sin embargo, estoy en etapa de socialización general. Mía, de los niños y de todo lo que se menea. Así que el pasado sábado me apunté a la clase de fiesta a la que nunca acudiría en otro momento de mi vida: despedida de piscina de todos los papás con niños que pueblan mi urbanización. El motivo era, obviamente, favorecer las relaciones de mis pequeños roedores con el mundillo infantil de la susodicha urbanización.
Así que me aparecí con mi tortilla recién hecha en medio de una fiesta de parejas deseosas de romper la rutina, comida para parar un tren y maridos reunidos alrededor del cubo de las cervezas. Un par de vecinas simpáticas me dieron conversación y, después, entre la visita de un amigo y los problemas existenciales de mi hija con no poder saltar a la comba, me dio la hora de irme.
Al día siguiente me reuní con el corro de marujas al que ya medio pertenezco y me pareció que un par de ellas me evitaban. Como a mí me traen al pairo este tipo de cosas me concentré en mis hijos y mi vecino del séptimo, que estaba de Rodríguez. Está un poco loco pero resulta muy entretenido.
En estas me comenta que si no he percibido el “movimiento de pavos reales”. No entendí, claro. “Que sí, mujer, que no has visto que el grupito de los cuatro maridos cambiaron a una posición visible para ti cuando te sentaste”. Ni idea. Cuando estoy en modo Maruja no soy capaz de pensar siquiera en que los hombres me vean como una mujer. Y menos los padres de los amigos de mis niños. ¡Qué depravación!
La cosa es que A. asegura que había mal rollito en la pareja a la que, casualmente, pertenecía la individua que me había torcido la cara mientras una acompañante suya me ignoraba. Me cuenta A. que voy a causar más de una buena bronca. Al parecer, mi condición de separada única del edificio me convierte en una suerte de personaje a la que se le presupone gran disposición para lo que sea y, de cara a algunas de ellas, un zorrón de cuidado del que hay que estar al tanto.
Me he reído un rato largo. No sé si bajar en chándal (que no tengo pero es por depurar mi estilo Mari-batitadeboatiné) o pintarme como una puerta para bajar al jardín. La chica mala que hay en mí tiene ganas de romper el mito de la mujer sola “porque nadie la quiere” y la buena, piensa en que no me vayan a marginar a los niños toda esta panda de malpensados.
En el fondo, me ha gustado que la manada me reconozca como un elemento diferente. Ya se sabe: no importa que hablen bien o mal de uno, lo que importa es que hablen.
Y a saber qué estarán diciendo…
jueves, septiembre 27, 2007
lunes, septiembre 24, 2007
No son gigantes
Señores, mi Gobierno me está convirtiendo en racista. Sí, el Gobierno, no los inmigrantes ni la sociedad ni el color de la piel ni que haya muchos o pocos extranjeros en el país. Un Gobierno demagogo es el que me hace empezar a mirar con resquemor a la gente de color diferente, de acento diferente, de origen diferente.
Yo soy gallega. Procedo de un pueblo emigrante y pobre por naturaleza y herencia. No olvido que también nosotros tuvimos que salir, con una mano delante y otra detrás, a buscar en el extranjero las oportunidades que nuestra tierra, en aquel momento, no podía ofrecernos. Soy agradecida. Sé que la Galicia moderna de hoy ha crecido gracias al dinero enviado por nuestros denostados emigrantes que sufrieron la soledad, la discriminación, la necesidad para tener algo en su querida “terriña”.
Siempre he defendido las fronteras abiertas, el dar trabajo a quien ocupa puestos que ya nadie aquí quiere cubrir. Apoyo ser acogedor, no mirar a nadie bien o mal por el color de su piel. Me gusta subirme al metro y ver que Madrid se convierte en una ciudad multiétnica y políglota. Me agrada pensar que, allende los mares, algún niño vive mejor gracias al dinero que sus padres le envían dejándose las pestañas o las uñas o lo que sea, trabajando.
Pero una cosa es ser acogedor, agradecido y solidario y otra es ser gilipollas. Y el Gobierno de este país y de la Comunidad de Madrid es absolutamente gilipollas. La política demagógica a favor del inmigrante está generando rechazo social _a mí me está pasando_ hacia el inmigrante y no por ellos en sí sino por la actitud quijotesca de amparo gubernamental y discriminación positiva que se está haciendo en su favor.
Y yo estoy harta. Cada vez somos más los que estamos hartos.
Estoy harta de que, siendo una madre separada, con dos hijos, que ha de mantener un piso, dos niños, una asistenta y vida digna para los cuatro, no tenga derecho a ninguna ayuda. Que, como SÓLO soy española y SÓLO tengo dos hijos, tenga que dejarme _literalmente_ más 1200 euros de una sola vez en uniformes y libros para dos niños de 5 y 7 años (no hablo de matrículas, ni comedor ni ampliaciones de horarios…). Me pone enferma pagar a tocateja en presencia de una encantadora _y no va con segundas_ mujer de color, como se dice ahora (de color negro pero eso es lo de menos), que está vistiendo a cuatro niños entre 6 y 14 años de arriba abajo con el uniforme del colegio, todos los libros, la matrícula del colegio y hasta la donación que yo OBLIGATORIAMENTE tengo que hacer a la Fundación del colegio concertado de mis hijos, cubierta por el Gobierno.
También he tenido que ver como la pareja gitana, cargada de oro y kilos de más “compraba” ropa a mansalva para sus tres churumbeles, libros, material y no se llevaron nada más porque no entraba en el papelito sin soltar un duro. Todos ellos irán, por supuesto becados al comedor. Y a mis hijos y a mí, en cuanto paguemos a principios de mes todos los gastos, no nos quedará ni para comer. Y no es una manera de hablar. Cuento con tirar de Visa a partir del día 3 y entrar en la escalada de la deuda permanente.
Y aquí es donde uno se vuelve racista, señores. Porque no se puede ir de progre con el dinero de los demás. Yo llevo toda mi vida cotizando y no tengo ayudas de ningún tipo. Ni siquiera cuando estaba en el paro las tenía por madre separada. Nada de nada.
No estaba en Madrid en la convocatoria de ayudas para los libros. Así que, obviamente, no pude solicitarla. Así que, obviamente, no tengo derecho a ellas. Más de lo mismo para los uniformes y lo del comedor está por ver, porque supongo que gano demasiado, según su punto de vista. No puedo tener economía sumergida porque para eso hace falta que alguien se quede en casa sin trabajar y rebajando la renta per cápita. He de pagar horario ampliado y asistenta porque no tengo nadie que me cubra las horas que no cubre la enseñanza.
Cuando fui a buscar el recurso para la plaza de mi hija la cola estaba conformada, exclusivamente, por inmigrantes, gitanos y yo. Los inmigrantes se quejaban agriamente, en voz alta, de que a ellos se les hacía esperar porque eran “la mierda”. Yo estaba allí esperando, ser española no me sirve de nada y, esa misma tarde, coincidí con la señora de los cuatro niños africanos que pudo vestir a sus hijos a mi salud y la de toda la Madre Patria cuando yo ya no sé de dónde sacarme las castañas.
Es injusto. Yo estoy a favor de la integración y estamos caminando a la segregación. Porque ahora, cuando veo una niña negrita con su uniforme y sus libros, ya no me alegro como antes de que ella tenga su oportunidad. Me encabrono porque mi hija tiene menos que ella, con su madre deslomándose y trabajando toda su vida en este hermoso y acogedor país.
Lo que digo es impopular pero dolorosamente cierto.
No son gigantes, señores gobernantes… Son inmigrantes. Y Sancho sigue siendo el pueblo y quien, al final, mantiene erguido al hidalgo para que tenga una muerte digna.
Estamos desintegrando en lugar de integrar. Estamos separando. Si quieren igualdad, trátennos a todos igual, que estamos muy quemados. Lamento decirlo, para poder regalar, primero tiene que sobrar.
Y aquí no sobra nada. Por lo menos a mí
Yo soy gallega. Procedo de un pueblo emigrante y pobre por naturaleza y herencia. No olvido que también nosotros tuvimos que salir, con una mano delante y otra detrás, a buscar en el extranjero las oportunidades que nuestra tierra, en aquel momento, no podía ofrecernos. Soy agradecida. Sé que la Galicia moderna de hoy ha crecido gracias al dinero enviado por nuestros denostados emigrantes que sufrieron la soledad, la discriminación, la necesidad para tener algo en su querida “terriña”.
Siempre he defendido las fronteras abiertas, el dar trabajo a quien ocupa puestos que ya nadie aquí quiere cubrir. Apoyo ser acogedor, no mirar a nadie bien o mal por el color de su piel. Me gusta subirme al metro y ver que Madrid se convierte en una ciudad multiétnica y políglota. Me agrada pensar que, allende los mares, algún niño vive mejor gracias al dinero que sus padres le envían dejándose las pestañas o las uñas o lo que sea, trabajando.
Pero una cosa es ser acogedor, agradecido y solidario y otra es ser gilipollas. Y el Gobierno de este país y de la Comunidad de Madrid es absolutamente gilipollas. La política demagógica a favor del inmigrante está generando rechazo social _a mí me está pasando_ hacia el inmigrante y no por ellos en sí sino por la actitud quijotesca de amparo gubernamental y discriminación positiva que se está haciendo en su favor.
Y yo estoy harta. Cada vez somos más los que estamos hartos.
Estoy harta de que, siendo una madre separada, con dos hijos, que ha de mantener un piso, dos niños, una asistenta y vida digna para los cuatro, no tenga derecho a ninguna ayuda. Que, como SÓLO soy española y SÓLO tengo dos hijos, tenga que dejarme _literalmente_ más 1200 euros de una sola vez en uniformes y libros para dos niños de 5 y 7 años (no hablo de matrículas, ni comedor ni ampliaciones de horarios…). Me pone enferma pagar a tocateja en presencia de una encantadora _y no va con segundas_ mujer de color, como se dice ahora (de color negro pero eso es lo de menos), que está vistiendo a cuatro niños entre 6 y 14 años de arriba abajo con el uniforme del colegio, todos los libros, la matrícula del colegio y hasta la donación que yo OBLIGATORIAMENTE tengo que hacer a la Fundación del colegio concertado de mis hijos, cubierta por el Gobierno.
También he tenido que ver como la pareja gitana, cargada de oro y kilos de más “compraba” ropa a mansalva para sus tres churumbeles, libros, material y no se llevaron nada más porque no entraba en el papelito sin soltar un duro. Todos ellos irán, por supuesto becados al comedor. Y a mis hijos y a mí, en cuanto paguemos a principios de mes todos los gastos, no nos quedará ni para comer. Y no es una manera de hablar. Cuento con tirar de Visa a partir del día 3 y entrar en la escalada de la deuda permanente.
Y aquí es donde uno se vuelve racista, señores. Porque no se puede ir de progre con el dinero de los demás. Yo llevo toda mi vida cotizando y no tengo ayudas de ningún tipo. Ni siquiera cuando estaba en el paro las tenía por madre separada. Nada de nada.
No estaba en Madrid en la convocatoria de ayudas para los libros. Así que, obviamente, no pude solicitarla. Así que, obviamente, no tengo derecho a ellas. Más de lo mismo para los uniformes y lo del comedor está por ver, porque supongo que gano demasiado, según su punto de vista. No puedo tener economía sumergida porque para eso hace falta que alguien se quede en casa sin trabajar y rebajando la renta per cápita. He de pagar horario ampliado y asistenta porque no tengo nadie que me cubra las horas que no cubre la enseñanza.
Cuando fui a buscar el recurso para la plaza de mi hija la cola estaba conformada, exclusivamente, por inmigrantes, gitanos y yo. Los inmigrantes se quejaban agriamente, en voz alta, de que a ellos se les hacía esperar porque eran “la mierda”. Yo estaba allí esperando, ser española no me sirve de nada y, esa misma tarde, coincidí con la señora de los cuatro niños africanos que pudo vestir a sus hijos a mi salud y la de toda la Madre Patria cuando yo ya no sé de dónde sacarme las castañas.
Es injusto. Yo estoy a favor de la integración y estamos caminando a la segregación. Porque ahora, cuando veo una niña negrita con su uniforme y sus libros, ya no me alegro como antes de que ella tenga su oportunidad. Me encabrono porque mi hija tiene menos que ella, con su madre deslomándose y trabajando toda su vida en este hermoso y acogedor país.
Lo que digo es impopular pero dolorosamente cierto.
No son gigantes, señores gobernantes… Son inmigrantes. Y Sancho sigue siendo el pueblo y quien, al final, mantiene erguido al hidalgo para que tenga una muerte digna.
Estamos desintegrando en lugar de integrar. Estamos separando. Si quieren igualdad, trátennos a todos igual, que estamos muy quemados. Lamento decirlo, para poder regalar, primero tiene que sobrar.
Y aquí no sobra nada. Por lo menos a mí
viernes, septiembre 21, 2007
Red de amigos
Hoy me he quitado un gran peso de encima. Mi niña irá al colegio que le corresponde con su hermano y, esto que parece tan sencillo y hasta pueril, es fruto de una verdadera batalla campal contra los muros funcionariales, la soledad y el desánimo.
He reflexionado estos días. Hay muchísimas personas _normalmente no internautas_ que critican este medio como vía de comunicación y conocimiento. Resulta que es “freak” o friky, como decimos ya todos, ligar por Internet, hacer amigos o tener relaciones del tipo que sean.
Particularmente, creo que friky se es por naturaleza y actitud. No tiene nada que ver con el medio que utilizas para interrelacionarte. Los que dicen que es horrible ligar en Internet dicen que lo suyo es hacerlo en las barras de los bares. ¿Y qué es lo que se encuentra allí? Polvos de una noche, charlas inconexas, mensajitos hasta que caes y el vacío. Ni siquiera se llega a la amistad y menos en una ciudad tan grande como Madrid que, como no te lo propongas, no vuelves a verte nunca más. Eso no es friky, cierto, es común, es la vulgaridad, es todo lo que se puede encontrar en la calle.
Te dicen que en las barras no se encuentra nada bueno. Cierto. ¿Puede alguien explicarme qué otro lugar hay para conocer hombres buenos, disponibles, valientes emocionales y que, además, te gusten? ¿En el trabajo? Los de mi quinta están todos pillados y, como todos sabemos, donde se come no se caga. ¿Por la calle? Eso sólo sucede en las películas. ¿En una fiesta glamourosa? Eso sólo le ocurre a Carrie Bradshow en Sexo en Nueva York.
Si quieres ampliar tu círculo de amigos, o tienes buen rollo en el trabajo o amigas solteras con ganas de fiesta (mis amigas de toda la vida están amarradísimas y nada fiesteras) o… No se me ocurre nada.
Y os diréis: ¿Qué tiene todo esto que ver con el inicio, el colegio, la batalla campal y la madre del cordero? Os lo explico.
En estos días que he pasado al borde de la desesperación, cruzando Madrid para nada, sin respuestas y con puertas de papeleros (Ay, perdón, funcionarios…) cerrándose en mis narices, he encontrado apoyo, solidaridad y ayuda real de personas que nada tienen que ganar con el bienestar de mi pequeña roedora ni el mío. Ni siquiera me conocen/conocían demasiado. He visto cómo a mi grito de auxilio han acudido, a través de la red, un diputado que no conocía de nada y me ha tratado como si fuese alguien (que lo soy aunque no lo parezca) y ha entendido la dimensión de un problema insignificante para la Administración pero gigantesco para mí. Un hombre bueno que no ha dudado en llamar a quien fuese para regalarme un favor que no pide para él. El mail del diputado también me lo dio otro hombre bueno que sabía de mis avatares. El tercer hombre bueno me ha escuchado y aguantado el monotema de mis preocupaciones, de mi sentido de la responsabilidad vulnerado por el muro de la burocracia y las charlas insustanciales sobre lo delgada que me he quedado en estos tres meses.
A todos les conocí en la red. Todos me brindaron su ayuda a través de la red. Todos ellos me han brindado más atención y ayuda que muchos de mis amigos. Tengo trabajo gracias a la red y ¿Quién sabe? A lo mejor, un día hasta soy capaz de encontrar el esquivo amor en la red o en dónde sea. Y si no, seguro que amistades sí.
En cualquier caso estoy aquí para compartir con todos vosotros y, muy especialmente con ellos, el final de una pesadilla que me ha costado varios kilos de mis carnes, estrés, caída del pelo a puñados, desazón, tristeza y sentimiento de fracaso al ver a mi hija triste pensando que no había un sitio para ella en esta inmensa ciudad.
Quiero daros las gracias queridos Antonio, David, Xai y señor diputado por haber estado ahí, por tanto apoyo y tanta comprensión. Y por haberme dado una razón más para creer que he elegido el camino correcto.
Espero seguir encontrándoos en la red o en donde sea.
He reflexionado estos días. Hay muchísimas personas _normalmente no internautas_ que critican este medio como vía de comunicación y conocimiento. Resulta que es “freak” o friky, como decimos ya todos, ligar por Internet, hacer amigos o tener relaciones del tipo que sean.
Particularmente, creo que friky se es por naturaleza y actitud. No tiene nada que ver con el medio que utilizas para interrelacionarte. Los que dicen que es horrible ligar en Internet dicen que lo suyo es hacerlo en las barras de los bares. ¿Y qué es lo que se encuentra allí? Polvos de una noche, charlas inconexas, mensajitos hasta que caes y el vacío. Ni siquiera se llega a la amistad y menos en una ciudad tan grande como Madrid que, como no te lo propongas, no vuelves a verte nunca más. Eso no es friky, cierto, es común, es la vulgaridad, es todo lo que se puede encontrar en la calle.
Te dicen que en las barras no se encuentra nada bueno. Cierto. ¿Puede alguien explicarme qué otro lugar hay para conocer hombres buenos, disponibles, valientes emocionales y que, además, te gusten? ¿En el trabajo? Los de mi quinta están todos pillados y, como todos sabemos, donde se come no se caga. ¿Por la calle? Eso sólo sucede en las películas. ¿En una fiesta glamourosa? Eso sólo le ocurre a Carrie Bradshow en Sexo en Nueva York.
Si quieres ampliar tu círculo de amigos, o tienes buen rollo en el trabajo o amigas solteras con ganas de fiesta (mis amigas de toda la vida están amarradísimas y nada fiesteras) o… No se me ocurre nada.
Y os diréis: ¿Qué tiene todo esto que ver con el inicio, el colegio, la batalla campal y la madre del cordero? Os lo explico.
En estos días que he pasado al borde de la desesperación, cruzando Madrid para nada, sin respuestas y con puertas de papeleros (Ay, perdón, funcionarios…) cerrándose en mis narices, he encontrado apoyo, solidaridad y ayuda real de personas que nada tienen que ganar con el bienestar de mi pequeña roedora ni el mío. Ni siquiera me conocen/conocían demasiado. He visto cómo a mi grito de auxilio han acudido, a través de la red, un diputado que no conocía de nada y me ha tratado como si fuese alguien (que lo soy aunque no lo parezca) y ha entendido la dimensión de un problema insignificante para la Administración pero gigantesco para mí. Un hombre bueno que no ha dudado en llamar a quien fuese para regalarme un favor que no pide para él. El mail del diputado también me lo dio otro hombre bueno que sabía de mis avatares. El tercer hombre bueno me ha escuchado y aguantado el monotema de mis preocupaciones, de mi sentido de la responsabilidad vulnerado por el muro de la burocracia y las charlas insustanciales sobre lo delgada que me he quedado en estos tres meses.
A todos les conocí en la red. Todos me brindaron su ayuda a través de la red. Todos ellos me han brindado más atención y ayuda que muchos de mis amigos. Tengo trabajo gracias a la red y ¿Quién sabe? A lo mejor, un día hasta soy capaz de encontrar el esquivo amor en la red o en dónde sea. Y si no, seguro que amistades sí.
En cualquier caso estoy aquí para compartir con todos vosotros y, muy especialmente con ellos, el final de una pesadilla que me ha costado varios kilos de mis carnes, estrés, caída del pelo a puñados, desazón, tristeza y sentimiento de fracaso al ver a mi hija triste pensando que no había un sitio para ella en esta inmensa ciudad.
Quiero daros las gracias queridos Antonio, David, Xai y señor diputado por haber estado ahí, por tanto apoyo y tanta comprensión. Y por haberme dado una razón más para creer que he elegido el camino correcto.
Espero seguir encontrándoos en la red o en donde sea.
lunes, septiembre 17, 2007
Maldita burocracia
Aquí me hallo, al borde de la desesperación. Me he quedado calladita unos cuantos días para no aburrir con mis omnipresentes problemas marujiles pero es que, o abandono el blog u os cuento mis avatares…
Llevo toda la semana luchando contra el muro infranqueable de la burocracia más feroz. La comisión de escolarización de la zona que corresponde a mis hijos (que no cito aún porque no ha llegado todavía el momento de levantar la liebre y montar el follón mediático pertinente) ha tenido la genial idea de separarlos. Me han dado plaza en dos colegios distintos, en direcciones contrarias y, mientras uno es el “supercole megachupi” que te mueres (mi peque acudió hoy por primera vez) el otro es un clásico vallecano famoso por sus incidentes vandálicos, apedreamientos y otras hierbas (lugar que mi hija pisará por encima de mi cadáver). He recurrido, me he movido por donde se me ha ocurrido y más y mi hija sigue sin colegio y yo sigo absolutamente desesperada.
Me encuentro en un estado de ansiedad que roza la locura (es en mis hijos donde sí pueden hacerme daño pero también donde saco mi faceta de leona). No hago más que pensar en qué promesa puedo hacerle a Dios para que me escuche y coloque a mi niña en el lugar que corresponde y yo pueda, al fin, estar en paz. He pensado en dejar la coca-cola (sí, reíos pero sería un sacrifico del copón) pero, al tiempo, no tiene nada de valioso para el Todopoderoso, creo yo. Donaciones no tengo dinero para hacer, ya doy 10 eurazos al mes a ACNUR que no me sobran pero hay que pensar en los que están mucho peor. Voto de castidad, pues no tiene mérito porque estoy castísima de un tiempo a esta parte y, además, el Dios en el que yo creo quiere buena voluntad y no promesas estúpidas. Vamos, que no sé qué hacer.
En Galicia siempre conocería a alguien que, al menos, me pudiese indicar dónde ir a suplicar pero aquí es literalmente imposible. Supongo que quien no tenga hijos, se haya separado y los haya hecho pasar por tantos cambios no puede entenderlo pero para mí, separarlos, es la culminación de una pesadilla. Tengo ganas de suicidarme pero ya me han dicho que así agravaría el problema de los niños así que no seré egoísta y seguiré llamando a puertas cerradas aunque sea a patadas.
Por otro lado, como siempre sin querer, he comenzado a socializar en el edificio. Mi pobre pequeñaja, ante la perspectiva de pasar su cumpleaños en soledad, tomó la iniciativa de ir de piso en piso preguntando si “hay niños aquí” (¡Por Dios, no me digáis que no es para comérsela!) y acabamos en el séptimo piso con unos vecinos majísimos y una terraza de 70 metros confraternizando a go-go. Creo que he tenido suerte, porque son gente abierta, maja y a mí me hace falta conocer adultos en mis horarios maternales. Fin de semana de piscina y vinito y, la verdad, que una buena adquisición mis nuevos amigos.
Por lo demás, chicos, tengo mil temas para blog pero estoy en blanco _más propio sería decir en negro_. Prometo volver a hablar mal de los hombres, de la caza y del Gobierno pero ahora mismo soy una Mari que quiere escolarizar a su niña y no lo consigue.
Qué asco de país.
Llevo toda la semana luchando contra el muro infranqueable de la burocracia más feroz. La comisión de escolarización de la zona que corresponde a mis hijos (que no cito aún porque no ha llegado todavía el momento de levantar la liebre y montar el follón mediático pertinente) ha tenido la genial idea de separarlos. Me han dado plaza en dos colegios distintos, en direcciones contrarias y, mientras uno es el “supercole megachupi” que te mueres (mi peque acudió hoy por primera vez) el otro es un clásico vallecano famoso por sus incidentes vandálicos, apedreamientos y otras hierbas (lugar que mi hija pisará por encima de mi cadáver). He recurrido, me he movido por donde se me ha ocurrido y más y mi hija sigue sin colegio y yo sigo absolutamente desesperada.
Me encuentro en un estado de ansiedad que roza la locura (es en mis hijos donde sí pueden hacerme daño pero también donde saco mi faceta de leona). No hago más que pensar en qué promesa puedo hacerle a Dios para que me escuche y coloque a mi niña en el lugar que corresponde y yo pueda, al fin, estar en paz. He pensado en dejar la coca-cola (sí, reíos pero sería un sacrifico del copón) pero, al tiempo, no tiene nada de valioso para el Todopoderoso, creo yo. Donaciones no tengo dinero para hacer, ya doy 10 eurazos al mes a ACNUR que no me sobran pero hay que pensar en los que están mucho peor. Voto de castidad, pues no tiene mérito porque estoy castísima de un tiempo a esta parte y, además, el Dios en el que yo creo quiere buena voluntad y no promesas estúpidas. Vamos, que no sé qué hacer.
En Galicia siempre conocería a alguien que, al menos, me pudiese indicar dónde ir a suplicar pero aquí es literalmente imposible. Supongo que quien no tenga hijos, se haya separado y los haya hecho pasar por tantos cambios no puede entenderlo pero para mí, separarlos, es la culminación de una pesadilla. Tengo ganas de suicidarme pero ya me han dicho que así agravaría el problema de los niños así que no seré egoísta y seguiré llamando a puertas cerradas aunque sea a patadas.
Por otro lado, como siempre sin querer, he comenzado a socializar en el edificio. Mi pobre pequeñaja, ante la perspectiva de pasar su cumpleaños en soledad, tomó la iniciativa de ir de piso en piso preguntando si “hay niños aquí” (¡Por Dios, no me digáis que no es para comérsela!) y acabamos en el séptimo piso con unos vecinos majísimos y una terraza de 70 metros confraternizando a go-go. Creo que he tenido suerte, porque son gente abierta, maja y a mí me hace falta conocer adultos en mis horarios maternales. Fin de semana de piscina y vinito y, la verdad, que una buena adquisición mis nuevos amigos.
Por lo demás, chicos, tengo mil temas para blog pero estoy en blanco _más propio sería decir en negro_. Prometo volver a hablar mal de los hombres, de la caza y del Gobierno pero ahora mismo soy una Mari que quiere escolarizar a su niña y no lo consigue.
Qué asco de país.
viernes, septiembre 07, 2007
Mi dream team
Sigo avanzando despacio pero segura. Hoy llamé a mi ex para intentar redactar un documento para reajustar el calendario de visitas _como me recomendó mi abogada_ y él simplemente dice que sólo los va a ver tres veces al año porque su “precariedad” no le permite ver a sus hijos.
Me he tenido que morder la lengua media docena de veces para no hacer comentarios sobre su cuarto vástago en camino y asumir que abandona a los peques. Quería facilitarle el tema de que los vea todos los puentes y todas las vacaciones pero no quiere mover el culo de allá para verlos. Le he ofrecido pagar la mitad del importe del desplazamiento por avión en puentes y cosas así, que duerman en casa cuando él venga a verlos y así sólo tenga que buscar sitio para él. Nada. Les ha abandonado.
Lo mejor de todo es que les venderá que su madre tiene la culpa de que no les vea. Me he cansado de repetirle que aquí hay trabajo a espuertas, que se mueva de ahí. Pero no, la churri no se mueve de Santiago y él que, después de todo, es el mantenido acepta _además me consta que no tiene ningún interés en trabajar y, en el fondo, yo creo que se alegra porque no pone lo más mínimo de su parte. Ya ha recreado la familia que destruyó: otras dos niñas, el mismo pueblo y, maravilla, sin trabajar.
Encima tengo que oír que la niña está mal que él la nota mal por el teléfono. Y que no tienen calidad de vida porque no me ven (¡Si llego sobre las 7.30 a casa!). Los niños están felices como perdices pero aquí cada cual ve lo que quiere ver. En fin, era de esperar.
Estoy en un tris de entrar en mi nuevo hogar, porque éste sí que lo vivo como tal. Colgaré todos los cuadros y no viviré como de paso. Y, en cuanto mis peques tengan colegio, empezaré realmente mi nueva vida.
Estoy cansada pero, creo que por primera vez en mi vida, estoy orgullosa de mí misma. Tengo ampollas en los pies de cruzar Madrid de punta a punta buscando piso, haciendo trámites de los que no tenía ni la menor información, escolarizando a mis hijos, arreglando mi casa. Me he presentado con la Policía en la empresa de mudanzas para que me devolviesen los malditos muebles (cosa que tuvieron que hacer a la hora que me dio la gana a mí pese a que me habían echado y negado la hoja de reclamaciones. Ahora me han roto el cuadro más caro que tengo y la volveremos a tener…), he soportado que me hayan intentado chulear propios y extraños por mi aparente condición de mujer frágil.
Lo que más me ha sorprendido es todo lo que he sido capaz de hacer sola. No he sido muy consciente, es una vorágine de necesidades que cubro a todo meter, pero cuando empiezo a ver resultados me doy cuenta de que he logrado cosas que ni en sueños creí enfrentar nunca. Y todo ha sido por mi esfuerzo. De hecho, conseguir lo que sea siempre es fruto de un esfuerzo, si me apuras, desmesurado.
Por eso estoy orgullosa. Porque en tres años de infierno mis hijos jamás han sido conscientes de las dificultades y posibles carencias. Porque puedo mantenerlos por mí misma, sin hombres, sin regalos. Porque he salido adelante. Porque lo he logrado, como dice la canción de Bebe.
La siguiente apuesta es lograr colaboraciones pagadas para incrementar mis ingresos (nada es suficiente con dos niños, una interna, un piso y yo misma, que soy lo de menos). Me encuentro cansada pero con sensación de que hallaré la calma muy pronto.
Quiero daros las gracias a todos los que en todo este tiempo me habéis dado ánimos, habéis creído en mí más que yo y lograsteis que me sintiese útil y válida a través de mis letras. Ha sido un refuerzo enorme el saber que, en alguna parte, había personas que querían lo mejor para mí y me enviaban todo su calor.
Hemos sido y somos un equipo. Y aunque jamás llegue a publicar como escritora_porque como periodista he publicado ya mucho pero es otra cosa_, ya siento que tengo un don y me lo habéis otorgado vosotros con vuestra lectura, críticas, apoyo y fidelidad.
Y a todos los que lleguéis nuevos, entrad, poneos cómodos y regresad.
Me he tenido que morder la lengua media docena de veces para no hacer comentarios sobre su cuarto vástago en camino y asumir que abandona a los peques. Quería facilitarle el tema de que los vea todos los puentes y todas las vacaciones pero no quiere mover el culo de allá para verlos. Le he ofrecido pagar la mitad del importe del desplazamiento por avión en puentes y cosas así, que duerman en casa cuando él venga a verlos y así sólo tenga que buscar sitio para él. Nada. Les ha abandonado.
Lo mejor de todo es que les venderá que su madre tiene la culpa de que no les vea. Me he cansado de repetirle que aquí hay trabajo a espuertas, que se mueva de ahí. Pero no, la churri no se mueve de Santiago y él que, después de todo, es el mantenido acepta _además me consta que no tiene ningún interés en trabajar y, en el fondo, yo creo que se alegra porque no pone lo más mínimo de su parte. Ya ha recreado la familia que destruyó: otras dos niñas, el mismo pueblo y, maravilla, sin trabajar.
Encima tengo que oír que la niña está mal que él la nota mal por el teléfono. Y que no tienen calidad de vida porque no me ven (¡Si llego sobre las 7.30 a casa!). Los niños están felices como perdices pero aquí cada cual ve lo que quiere ver. En fin, era de esperar.
Estoy en un tris de entrar en mi nuevo hogar, porque éste sí que lo vivo como tal. Colgaré todos los cuadros y no viviré como de paso. Y, en cuanto mis peques tengan colegio, empezaré realmente mi nueva vida.
Estoy cansada pero, creo que por primera vez en mi vida, estoy orgullosa de mí misma. Tengo ampollas en los pies de cruzar Madrid de punta a punta buscando piso, haciendo trámites de los que no tenía ni la menor información, escolarizando a mis hijos, arreglando mi casa. Me he presentado con la Policía en la empresa de mudanzas para que me devolviesen los malditos muebles (cosa que tuvieron que hacer a la hora que me dio la gana a mí pese a que me habían echado y negado la hoja de reclamaciones. Ahora me han roto el cuadro más caro que tengo y la volveremos a tener…), he soportado que me hayan intentado chulear propios y extraños por mi aparente condición de mujer frágil.
Lo que más me ha sorprendido es todo lo que he sido capaz de hacer sola. No he sido muy consciente, es una vorágine de necesidades que cubro a todo meter, pero cuando empiezo a ver resultados me doy cuenta de que he logrado cosas que ni en sueños creí enfrentar nunca. Y todo ha sido por mi esfuerzo. De hecho, conseguir lo que sea siempre es fruto de un esfuerzo, si me apuras, desmesurado.
Por eso estoy orgullosa. Porque en tres años de infierno mis hijos jamás han sido conscientes de las dificultades y posibles carencias. Porque puedo mantenerlos por mí misma, sin hombres, sin regalos. Porque he salido adelante. Porque lo he logrado, como dice la canción de Bebe.
La siguiente apuesta es lograr colaboraciones pagadas para incrementar mis ingresos (nada es suficiente con dos niños, una interna, un piso y yo misma, que soy lo de menos). Me encuentro cansada pero con sensación de que hallaré la calma muy pronto.
Quiero daros las gracias a todos los que en todo este tiempo me habéis dado ánimos, habéis creído en mí más que yo y lograsteis que me sintiese útil y válida a través de mis letras. Ha sido un refuerzo enorme el saber que, en alguna parte, había personas que querían lo mejor para mí y me enviaban todo su calor.
Hemos sido y somos un equipo. Y aunque jamás llegue a publicar como escritora_porque como periodista he publicado ya mucho pero es otra cosa_, ya siento que tengo un don y me lo habéis otorgado vosotros con vuestra lectura, críticas, apoyo y fidelidad.
Y a todos los que lleguéis nuevos, entrad, poneos cómodos y regresad.
lunes, septiembre 03, 2007
Lo duro que es reinventar una vida...
Había jurado que no hablaría de la mudanza. Lo prometí. Pero es que esto ya pasa de castaño oscuro y como sé, por experiencia, que os hace gracia mi manera de contar mis desgracias cotidianas ahí va un relato pormenorizado de por qué la mayoría de los gallegos _avezados emigrantes_ aborrecen cambiar de casa:
Cada vez que me mudo es una pesadilla. Para todo el mundo, lo sé, pero ¿Cuánta gente conocéis a la que le dejen la recogida del mobiliario por la mitad, que incumplan el plazo en tres semanas y se hagan los locos hasta decir basta? A mí, a quién si no…
En estos momentos es cuando me fastidia profundamente no ser un hombre. Es más que evidente que, en cuanto se dan cuenta de que estás sola, el puteo está servido. En todos los servicios pero aquí, ni te cuento. Además de la fase taladro, que no sé cómo voy a decorar mi fashion hogar de pladur sin una mano voluntariosa que en lugar de tocar mi trasero se animase con una broca.
Sigo con la mudanza. Llega el rumano de turno que me pregunta dónde pone la lavadora y cuando miro las conexiones, en mi manifiestísima ignorancia, no sé si la cosa está lista o no y se me ocurre preguntarle si tengo que llamar al fontanero. Me responde con un elocuente: “¡Señora, por favor! Por 50 euros cualquiera se lo hace”, Yo todavía no estoy hecha a esto de buscar inmigrantes pluriempleados en negro, a la orden del día por los madriles, y soy una pardilla. El rumano me dice que la conectan ellos y que si se estropea, pagan ellos… Lo conectó, claro. Sólo había que enchufar la manguera de la lavadora al grifo ése y el tío estaba esperando propina.
Yo antes, de buena, rozaba la gilipollez suma y se me debe de notar el ramalazo. Pero me estoy espabilando, así que, vista la inexistente dificultad y que el mozo de la mudanza tendría que haber hecho eso de motu propio, decidí hacerme la loca y que le pagase su pudibunda madre.
A todo esto, mandaron un minicamioncito y, claro, mi mogollón de muebles no les cabía. Así que me la hacen en dos partes. Y después de jurar por todo y más que esta semana los tenía, sigo sin la mitad de mis pertenencias.
Resumiendo, creo que tendré que pillar la mitad de la mañana para ponerles la hoja de reclamaciones prometida y, aunque cuando me encabrono impongo respeto, estoy segura de que si fuese un tío y soltase unos cuantos improperios, tendría mis muebles de una puñetera vez.
Luego me sale el comercial _no los trago, son todos unos “falabarato” (versión gallega de charlatán)_ diciéndome que el tipo de mudanza ése de “grupaje” es así y tengo que tragar. Le explico al ínclito que es la primera vez que oigo tal término, que yo no he aceptado ningún servicio que dijese que podían servirme cuando les saliese de las narices y que no me justifique lo injustificable.
Encima, tengo una sola semana para colocar a mis niños en un colegio decente, algo que aquí se resume en, como mínimo, centro concertado. Y parece que está crudo. Ains….
Estoy volviendo a conocer gente por internet y alguna cosilla valiosa parece que encontré, al menos como cómplices de charlas internáuticas. Visto que en la vida normal es una auténtica mierda el tipo de relaciones a las que se lleva, prefiero hablar con alguien a quien, al menos, le entretenga mi charla y me aporte un poquillo de calor y buen rollo.
La otra pesadilla es lo del servicio doméstico. Una boliviana primero y una hondureña, después. Creo que voy a huir de las hispanas. Es triste pero es así.
La primera es una buena persona sin espíritu, que no juega con los niños y no los saca de casa si puede evitarlo. Limpia un par de cosas y tengo que decirle todas las tareas que ha de hacer a diario. Las tres cuartas partes, las ignora.
Me busco otra. Una hondureña joven, recién aterrizada, más conveniente para los niños. La dejo en mi nueva casa con una serie de consignas. Vuelvo siete horas después y sólo había pasado la aspiradora en la terraza porque se la conecté antes de irme y no tenía ni la más puñetera idea de cómo agarrarla. Le digo que lleve al trastero las cosas que separamos, que friegue la terraza y limpie el suelo de la cocina que da asco. Nada de nada. Increíble pero cierto.
Tendré que quedarme a la boliviana mientras busco otra cosa de una nacionalidad que nada tenga que ver con las anteriores. Está claro que ese ritmo del sur no sirve para una vida tan movidita como la mía.
Así que aquí estoy. Sin poder cambiar de casa, sin poder comprar los muebles que me faltan porque los niños se agobian y he de reconocer que me siento sola eligiéndolos.
Para estas cosas sí que hace falta compañía. Femenina o masculina pero una pequeña visión que despeje dudas. Pero no tengo aquí esa clase de amigas/os así que cada día estoy más confusa y sobrepasada por las cajas y el demonio.
Pues eso, que no me siento en casa, que estoy cansada, agobiada y pasmada de lo mal que trabaja esta gente. Las empresas de mudanzas gallegas me parecen unas fuera de serie ahora… Y me consta que no lo son.
Ay, qué faltita de compañía adulta, de mimos, de una copa de vino compartida, de una charla consistente.
Tendré que seguir en mi dichoso proceso de supervivencia. A ver cuándo me sitúo, me relajo y descanso algo, que estoy deslomada.
Dejo las charletas sensuales, la guerra de sexos y la polémica malévola para otro día en que no sea la supermaruja de mudanza. Sólo me falta la batita de boatiné, unos rulos y la redecilla. Y listo.
Pero sigo en la resistencia. En cuanto pueda, inaguro la terraza a golpe de cervezas, buen vino y mejor compañía,
¡Y si, además, me cuelgan los cuadros… Genial!
Cada vez que me mudo es una pesadilla. Para todo el mundo, lo sé, pero ¿Cuánta gente conocéis a la que le dejen la recogida del mobiliario por la mitad, que incumplan el plazo en tres semanas y se hagan los locos hasta decir basta? A mí, a quién si no…
En estos momentos es cuando me fastidia profundamente no ser un hombre. Es más que evidente que, en cuanto se dan cuenta de que estás sola, el puteo está servido. En todos los servicios pero aquí, ni te cuento. Además de la fase taladro, que no sé cómo voy a decorar mi fashion hogar de pladur sin una mano voluntariosa que en lugar de tocar mi trasero se animase con una broca.
Sigo con la mudanza. Llega el rumano de turno que me pregunta dónde pone la lavadora y cuando miro las conexiones, en mi manifiestísima ignorancia, no sé si la cosa está lista o no y se me ocurre preguntarle si tengo que llamar al fontanero. Me responde con un elocuente: “¡Señora, por favor! Por 50 euros cualquiera se lo hace”, Yo todavía no estoy hecha a esto de buscar inmigrantes pluriempleados en negro, a la orden del día por los madriles, y soy una pardilla. El rumano me dice que la conectan ellos y que si se estropea, pagan ellos… Lo conectó, claro. Sólo había que enchufar la manguera de la lavadora al grifo ése y el tío estaba esperando propina.
Yo antes, de buena, rozaba la gilipollez suma y se me debe de notar el ramalazo. Pero me estoy espabilando, así que, vista la inexistente dificultad y que el mozo de la mudanza tendría que haber hecho eso de motu propio, decidí hacerme la loca y que le pagase su pudibunda madre.
A todo esto, mandaron un minicamioncito y, claro, mi mogollón de muebles no les cabía. Así que me la hacen en dos partes. Y después de jurar por todo y más que esta semana los tenía, sigo sin la mitad de mis pertenencias.
Resumiendo, creo que tendré que pillar la mitad de la mañana para ponerles la hoja de reclamaciones prometida y, aunque cuando me encabrono impongo respeto, estoy segura de que si fuese un tío y soltase unos cuantos improperios, tendría mis muebles de una puñetera vez.
Luego me sale el comercial _no los trago, son todos unos “falabarato” (versión gallega de charlatán)_ diciéndome que el tipo de mudanza ése de “grupaje” es así y tengo que tragar. Le explico al ínclito que es la primera vez que oigo tal término, que yo no he aceptado ningún servicio que dijese que podían servirme cuando les saliese de las narices y que no me justifique lo injustificable.
Encima, tengo una sola semana para colocar a mis niños en un colegio decente, algo que aquí se resume en, como mínimo, centro concertado. Y parece que está crudo. Ains….
Estoy volviendo a conocer gente por internet y alguna cosilla valiosa parece que encontré, al menos como cómplices de charlas internáuticas. Visto que en la vida normal es una auténtica mierda el tipo de relaciones a las que se lleva, prefiero hablar con alguien a quien, al menos, le entretenga mi charla y me aporte un poquillo de calor y buen rollo.
La otra pesadilla es lo del servicio doméstico. Una boliviana primero y una hondureña, después. Creo que voy a huir de las hispanas. Es triste pero es así.
La primera es una buena persona sin espíritu, que no juega con los niños y no los saca de casa si puede evitarlo. Limpia un par de cosas y tengo que decirle todas las tareas que ha de hacer a diario. Las tres cuartas partes, las ignora.
Me busco otra. Una hondureña joven, recién aterrizada, más conveniente para los niños. La dejo en mi nueva casa con una serie de consignas. Vuelvo siete horas después y sólo había pasado la aspiradora en la terraza porque se la conecté antes de irme y no tenía ni la más puñetera idea de cómo agarrarla. Le digo que lleve al trastero las cosas que separamos, que friegue la terraza y limpie el suelo de la cocina que da asco. Nada de nada. Increíble pero cierto.
Tendré que quedarme a la boliviana mientras busco otra cosa de una nacionalidad que nada tenga que ver con las anteriores. Está claro que ese ritmo del sur no sirve para una vida tan movidita como la mía.
Así que aquí estoy. Sin poder cambiar de casa, sin poder comprar los muebles que me faltan porque los niños se agobian y he de reconocer que me siento sola eligiéndolos.
Para estas cosas sí que hace falta compañía. Femenina o masculina pero una pequeña visión que despeje dudas. Pero no tengo aquí esa clase de amigas/os así que cada día estoy más confusa y sobrepasada por las cajas y el demonio.
Pues eso, que no me siento en casa, que estoy cansada, agobiada y pasmada de lo mal que trabaja esta gente. Las empresas de mudanzas gallegas me parecen unas fuera de serie ahora… Y me consta que no lo son.
Ay, qué faltita de compañía adulta, de mimos, de una copa de vino compartida, de una charla consistente.
Tendré que seguir en mi dichoso proceso de supervivencia. A ver cuándo me sitúo, me relajo y descanso algo, que estoy deslomada.
Dejo las charletas sensuales, la guerra de sexos y la polémica malévola para otro día en que no sea la supermaruja de mudanza. Sólo me falta la batita de boatiné, unos rulos y la redecilla. Y listo.
Pero sigo en la resistencia. En cuanto pueda, inaguro la terraza a golpe de cervezas, buen vino y mejor compañía,
¡Y si, además, me cuelgan los cuadros… Genial!
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