Me he dado, después de bastantes años sin acercarme siquiera, una vuelta por el fuego purificador. Santiago de Compostela es una de las ciudades de Galicia y, muy probablemente de España pero sin la publicidad de otros lugares, donde las cacharelas tienen más tradición. Y eso que con la movida de los permisos se han reducido mucho pero, con eso y con todo, ayer había autorizadas unas 227 fogatas en una ciudad de poco más de cien mil habitantes plagada, eso sí, de guiris, estudiantes, funcionarios y demás...
Era la primera vez que iba con mis niños. El peque como siempre dijo que no y luego no se lo pasó tan mal y mi hija se pasó el rato besándome y abrazándome por haberla sacado a tener una experiencia nueva. Santiago es una ciudad con mucha vida per se pero, en estas ocasiones, las calles se llenan y estaba todo el mundo, grandes y pequeños aunque, claro está, la juventud y el botellón autorizado presidía las calles.
Bueno, a lo nuestro, que no he saltado la cacharela, como siempre, porque el fuego me gusta verlo pero no salto sobre él para espantar el meigallo y me temo que debería arriesgarme a quemarme un poco para acabar con la racha de sinsabores o malosabores o putosabores...
Lo que está claro es que era un día para quemar muchas cosas pero como lo de ir de hogueras surgió un poco sobre la marcha, ni quemé asuntos que quisiera extinguir de mi vida, ni nada de nada. Y mira que este año era el de calcinar... y no sólo cosas. Tiraría al fuego recuerdos, tipejos con doble cara y ningún corazón, maleducadas desconocidas que se meten donde nadie las llama, malos momentos al por mayor, el paro, el mal de amores -ya superado pero dañino y, por lo tanto, indeseable siempre-, los engaños, los insultos, el paro, las pocas fuerzas para escribir, la soledad, la incertidumbre, la tristeza, la pérdida del respeto, la desconfianza, la cobardía ajena, la pérdida de fe en el género humano, la angustia por un futuro que no tal vez no exista... Tantas cosas...
Muchas de ellas están superadas pero queda la marca, la cicatriz de los daños que, sin estar ya presentes, te las miras y son un recuerdo omnipresente de que hay situaciones que te encantaría no haber vivido y personas que borrarías de tu registro.
Se me han quitado las ganas de escribir. Bueno, no exactamente, pienso en hacerlo constantemente pero una fuerza superior a mí, una desidia extraña me detiene. Es lo mismo que mi correo. Es puro spam, me deprime revisarlo. La Ninfa no tiene que le escriba y tampoco quien la inspire y mira que, al fin, ha llegado al punto en que no sólo no siento la necesidad de tener a un hombre a mi lado sino que lo considero hasta contraproducente. Salvo una excepción (que, como suele pasar, no está tampoco para fiestas, hasta en eso nos parecemos) los tipos en general me tiran para atrás. No sólo no aprecio la idea de depender emocionalmente de nadie sino que no me imagino sintiendo gran cosa. Es como el que tiene su corazón seco. A mí me ha costado años y, por fin, cuando he dejado de intentarlo, ha sucedido. Ya no creo que la felicidad vaya de la mano de un compañero, no echo de menos a nadie. Supongo que las dos últimas experiencias fueron unos fiascos de tal envergadura que, definitivamente, me he dado cuenta de que el amor es un cuento chino y que me encuentro más segura y tranquila sola.
Ahora lo único que me roba la paz es la incertidumbre laboral, como buena española, y la pérdida de inquietud intelectual porque eso sí estaba acostumbrada a compartirla y ya no tengo a nadie a quien le interesen esos temas. Me convierto en una ameba, mi intelecto apenas vive de rentas y mi legendaria chispa se apaga en esta ciudad donde casi no veo a nadie. Tengo que ponerle solución, sé cuál es pero para eso necesito fuerza interior, ilusión y estabilidad económica. Y no tengo ninguna de las tres cosas. Quizá la primera sí pero me falta un empujón, un toque de suerte, un sueldo cada mes, un poco de orden. Y un mail estimulante de vez en cuando. Unas letras que me hagan brillar los ojos.
"Porque escribo igual que sangro, porque sangro todo lo que escribo"...
Y es que la Ninfa no tiene quien le escriba...
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