Tengo ardor de estómago. Creo que es nervioso. De haber perdido mi empleo lo más positivo ha sido la casi desaparición de mis episodios de ansiedad pero el saber que me siguen y me juzgan aún en mi espacio, creado por y para mi solaz y desahogo, más que inquietarme, me desconcierta.
No comprendo que, cuando uno no quiere saber de alguien, esté pendiente de lo que escribe esa persona. Si la razón es buscar nuevos motivos para rechazarme, ya no hacen falta. Si no puedes evitar tratar de saber quién soy y qué siento, habría que hacer un ejercicio interior para descubrir lo que quieres. Ya estoy fuera de tu vida, lo has logrado. Ya soy menos que nadie. ¿Te extraña o te enfada que no tenga buena opinión de ti? ¿Y por qué, si nunca te importó nada de lo que yo sintiese o pensase? ¿Qué te trae? ¿La curiosidad, el despecho... el enganche?
En más de una ocasión y a más gente les he dicho lo mismo: me aparto, sigo mi camino pero nadie va a taparme la boca en mi propia casa. Me desahogaré y diré lo que pienso y si esto sirve para llenarse de razones para no sentirse culpable o hacer aún más daño... tendré que asumirlo, aunque me consta que no es justo.
En cualquier caso, curiosamente, hace apenas dos meses alguien me dijo que me esperaba un giro vital muy grande y para bien. Algunas cosas se están recolocando y otras, aunque me cueste mucho llevarlas, empiezan a cobrar sentido. A pesar de que para ello se me haya partido literalmente el alma, espero que me aporten a medio plazo y crezca con ellas.
Yo merezco un amor de verdad, un trabajo de verdad, una vida de verdad y me llegará. Ya he pagado mucho como para que no me toque y estoy orgullosa de cómo he sabido amar cuando lo he hecho, aún cuando no me correspondieron. Siento lástima del otro porque no sabe querer, no a mí, a nadie, y eso a la larga crea un vacío que no se puede llenar con nada.
Ahora he recuperado mi coraza: estoy tranquila, no quiero enamorarme ni estoy predispuesta, no cierro las puertas a conocer a nadie, claro, pero recuperar la confianza en los hombres será complicado. Siempre he pecado de confiada, lo he repetido muchas veces y no voy a convertirme en una mujer celosa ahora, lo que está claro es que no me voy a dar así como así y que prefiero que se me gane paso a paso o ni siquiera eso. Quiero estar tranquila y que no me hagan más daño, he pagado un precio altísimo por darme una segunda oportunidad.
Si mis posos de dolor sirven como argumento para no cumplir con el pacto de ayuda, que Dios me ampare, pero creo que tengo derecho a sentirme y a expresarme como me dé la gana en mi casa. No hay ninguna razón para que la visites. Si no puedes evitarlo... empieza a preguntarte por qué. A mí la tuya no me interesa, ni tus amoríos, ni tus proyectos ni nada de lo que un día me dijiste que estabas compartiendo conmigo... mientras éramos multitud.
Ya no me hace daño pensarte pero sí me enfurece. Ha sido demasiado cruel de principio a fin, lamento que no te des cuenta y no te puedas poner en el lugar de los demás. Tampoco lo espero pero, ya que vienes a verme, aprovecha para mirar más allá de las letras y sacar algo en limpio para no hacer tanto daño a nadie más, para ser más humano y para imaginar (por fortuna para ti jamás lo has vivido) lo que es para una persona sola y con dos criaturas como las tuyas, quedarse sin nada, aún cuando lo que tuviese fuese muy poco, en todos los sentidos.
Puedes opinar si quieres, o decir irónicamente en facebook que te gusta lo que escribo, yo pretendo pasar página pero mientras estemos en la calle -los tres- no podré dejar de sentirme mal cada vez que te piense ni desear haber cerrado la puerta a tiempo.
No vengas a hacerte mala sangre, no vale la pena. Mi rencor pasará y vendrá la indiferencia, mi sentimiento favorito. Tú ya la sientes -creo- así que podrás entenderlo perfectamente.
Mientras, sigo siendo demoledoramente humana. Qué le vamos a hacer.
sábado, febrero 26, 2011
jueves, febrero 24, 2011
En la calle
No hay nada que me deprima más y en lo que tenga mayor experiencia que en buscar trabajo. Es agotador y demoledor para la autoestima.
Entre que lo único que se ofrece son puestos de comercial (profesión que detesto, no sirvo para convencer a nadie de que se compre algo que no tiene interés en adquirir)que en estos tiempos son lo peor porque la gente hace de todo menos gastar, que me aburre profundamente ver las peticiones descabelladas para luego ofrecer dos duros de sueldo y que me siento como una auténtica incompetente tras mi última experiencia amoroso-laboral, simplemente tengo ganas de desconectar de todo y no pensar que, una vez más, estoy en la calle.
Tengo que reconocer que ni siquiera lo tengo asumido. Aún me despierto con esa demoledora sensación de tristeza por no acudir al despacho, por no sentirme amparada por una nómina, aunque fuese pequeña. Es durísimo despertar cada mañana pensando que es mejor seguir durmiendo porque allá fuera no te necesita nadie.
Quiero reciclarme pero no sé en qué, creo que lo he dicho ya, pero no sirvo para las ciencias, por desgracia. Pienso en tomar clases de inglés pero eso realmente sirve en Madrid (en esta microciudad no tiene utilidad), al igual que un máster de márketing pero todo eso cuesta dinero y lo que tengo que hacer es contener el gasto -aún más- y, una vez más, sería estupendo en la capital pero no puedo seguir dando vueltas por el mundo y Madrid es muy caro y no ha escapado de la crisis, bien lo sé yo.
El haber perdido, aún más, la fe en el género humano tampoco ayuda. La persona que dice me ayudará a encontrar algo me ha mentido desde el día en que le conocí. De ser mi caballero andante, quien parecía encontrar solución y positividad a todos mis problemas, quien me sacó del último patinazo en el fango para hacerme creer que me esperaba el cielo pasó a ser mi verdugo emocional, laboral y personal. Y todo ello mintiendo magistralmente mientras yo no hacía otra cosa que admirarle y casi adorarle por todo lo que creía que me estaba dando.
Con eso y con todo, nunca creí que llevaría hasta las últimas consecuencias, en el fondo y la forma, mi caída a los infiernos. Me cuesta aún pensar que no le martiriza la conciencia... Como si no supiese que carece de escrúpulos. Y todo ello me hace aún más patética porque he tragado lo intragable por mantener mi puesto de trabajo y no ha servido de nada. Y sigo tragando y teniendo miedo por si acaso incumple su parte del trato, como tantas otras veces.
No queda amor, ni siquiera simpatía o respeto. No queda nada, creo que ya estamos a la par, probablemente eso es lo que le sucedía a él hace meses pero yo nunca le hubiese vendido, con o sin cuernos. Pero claro, yo soy bastante pardilla, o me lo hago, por supervivencia. Sólo sé que estoy cansada, que me siento sin fuerzas y que lo más productivo que hago es machacarme en el gimnasio (menos mal que me apunté antes de todo este nuevo desastre) y tratar de mantener el tipo. Eso y explorar los malditos e infructuosos portales de empleo.
Qué coñazo.
Entre que lo único que se ofrece son puestos de comercial (profesión que detesto, no sirvo para convencer a nadie de que se compre algo que no tiene interés en adquirir)que en estos tiempos son lo peor porque la gente hace de todo menos gastar, que me aburre profundamente ver las peticiones descabelladas para luego ofrecer dos duros de sueldo y que me siento como una auténtica incompetente tras mi última experiencia amoroso-laboral, simplemente tengo ganas de desconectar de todo y no pensar que, una vez más, estoy en la calle.
Tengo que reconocer que ni siquiera lo tengo asumido. Aún me despierto con esa demoledora sensación de tristeza por no acudir al despacho, por no sentirme amparada por una nómina, aunque fuese pequeña. Es durísimo despertar cada mañana pensando que es mejor seguir durmiendo porque allá fuera no te necesita nadie.
Quiero reciclarme pero no sé en qué, creo que lo he dicho ya, pero no sirvo para las ciencias, por desgracia. Pienso en tomar clases de inglés pero eso realmente sirve en Madrid (en esta microciudad no tiene utilidad), al igual que un máster de márketing pero todo eso cuesta dinero y lo que tengo que hacer es contener el gasto -aún más- y, una vez más, sería estupendo en la capital pero no puedo seguir dando vueltas por el mundo y Madrid es muy caro y no ha escapado de la crisis, bien lo sé yo.
El haber perdido, aún más, la fe en el género humano tampoco ayuda. La persona que dice me ayudará a encontrar algo me ha mentido desde el día en que le conocí. De ser mi caballero andante, quien parecía encontrar solución y positividad a todos mis problemas, quien me sacó del último patinazo en el fango para hacerme creer que me esperaba el cielo pasó a ser mi verdugo emocional, laboral y personal. Y todo ello mintiendo magistralmente mientras yo no hacía otra cosa que admirarle y casi adorarle por todo lo que creía que me estaba dando.
Con eso y con todo, nunca creí que llevaría hasta las últimas consecuencias, en el fondo y la forma, mi caída a los infiernos. Me cuesta aún pensar que no le martiriza la conciencia... Como si no supiese que carece de escrúpulos. Y todo ello me hace aún más patética porque he tragado lo intragable por mantener mi puesto de trabajo y no ha servido de nada. Y sigo tragando y teniendo miedo por si acaso incumple su parte del trato, como tantas otras veces.
No queda amor, ni siquiera simpatía o respeto. No queda nada, creo que ya estamos a la par, probablemente eso es lo que le sucedía a él hace meses pero yo nunca le hubiese vendido, con o sin cuernos. Pero claro, yo soy bastante pardilla, o me lo hago, por supervivencia. Sólo sé que estoy cansada, que me siento sin fuerzas y que lo más productivo que hago es machacarme en el gimnasio (menos mal que me apunté antes de todo este nuevo desastre) y tratar de mantener el tipo. Eso y explorar los malditos e infructuosos portales de empleo.
Qué coñazo.
lunes, febrero 21, 2011
Vueltas de campana
Esto es lo que se vulgarmente se conoce como "hay que ver las vueltas que da la vida". Hace apenas una semana buscaba coche nuevo, ilusionadísima de tener algo cien por cien mío por una vez en mi vida y, sólo unos días después, volvía al que ya parece mi estado natural: el paro.
No voy a hacer un ejercicio de victimismo. Probablemente no mereciese mi puesto de trabajo aunque siempre estuve dispuesta a mejorar y sacrificar lo que fuese por conservarlo. Tal vez sólo fue un regalo puntual con fecha de caducidad a pesar de que me habían asegurado que era fija apenas en octubre. Quizás no hay manera de encontrar mi camino, siendo de letras, mujer, divorciada, con dos hijos a cargo y una pensión para ellos que da risa.
Si ni siquiera soy un bien a conservar por el hecho de, como dicen los que no saben amar, "soy un pack completo" inasumible, quién va a apreciar las limitadas capacidades de alguien que apenas nació para escribiente, que no escritora. Mi profesión está en declive y, para más inri, a mí no me gusta el periodismo. A mí me gustan los gabinetes de prensa o escribir un artículo de esos de una página que salen en revistas y suplementos diciendo lo que me da la gana, como ahora, pero cobrando y sin hablar tanto de mí, claro. Sin embargo, esos espacios están reservados a las plumas famosas, así que las teclas anónimas poco espacio van a encontrar ahí. Es una pena porque creo que tendría bastante éxito. Cuando me pongo a escribir en serio -no hay que olvidar que este blog sólo es el patio de mi casa, muy particular, claro - soy bastante buena. Pero sólo hablamos de utopías.
Como soy una sentimental me da lástima también que, acabado el amor, ahora sí por ambas partes, el mal rollo permanezca. He intentado buscar la normalidad en los comienzos pero es un hecho que hay personas que no pueden mantener una relación buena con alguien que deja de interesarles. Lo digo sin acritud, me produce mucha tristeza tener una mala opinión de alguien a quien quise muchísimo aunque ahora no le quiera ni un poquito. No por despecho sino por desencanto, por desilusión y, sobre todo, por como sus propias palabras indican "no me importa que tengas una buena impresión de mí". Tengo que agradecerle, sin embargo, ese desprecio porque tratarme mal es la mejor manera de lograr que se me congele el corazón.
A mí sí me importa conservar una buena impresión de ti. Ojalá lo logre y tú puedas mirarme como lo que soy: una mujer que pasó por tu vida, con poca incidencia para ti pero con mucha para mí. No volveré a mentarte pero, honestamente, no sé por qué visitas este lugar si no te importa mi opinión y te molesta ver que te aludo. A mí tu vida dejó de importarme hace tiempo (que no tu corazón, esto es más reciente) y todo lo que he sabido ha sido por accidente y de mala gana. No he ido a revolver a tu espacio personal a ver qué haces, qué piensas y cómo te diviertes. Ya sin eso dolía bastante.
Supongo que ahora toca detestarse, espero y deseo que sea una etapa aunque, afortunadamente, ya no me importa si no es así en el futuro. Me gustaría que los buenos recuerdos permaneciesen para ambos a la larga o que, al menos los malos dejen de tener peso. Pero mis deseos emocionales no tienen nada que ver ahora y, francamente, no son mi prioridad.
Mi prioridad es, una vez más, salvar mi hogar, saber cómo darles estabilidad a mis hijos y no volver a los números rojos (otra vez), como ya estoy. Pienso en reinventarme pero no sé en qué. Incluso he pensado en emigrar, largarme con mis hijos al quinto pino y comenzar una nueva vida en una sociedad menos pacata y que me tiene tan aburrida como la que yo vivo. Pero claro, hoy en día.... ¿Adónde me voy? Nuestros padres podían emigrar pero ahora... lo que se pide en el extranjero son puestos de ciencias y, aunque aprendiese inglés, que me encantaría... ¿Qué podría hacer?
Y no tengo idea de en qué reciclarme, que estoy dispuestísima.
Ahora quemo adrenalina en el gym e intento resituarme y creerme lo que me está pasando. Quisiera estar convencida de que esta vez el paro no durará, que de verdad me ayudarán pero he pasado por esto demasiadas veces y estoy agotada. No sé si este subir y bajar profesional (de emocionarme, directamente, paso ) se detendrá algún día y si encontraré mi lugar, que me parece lo más difícil.
Nueva carambola y ganas de huir. Pero estoy encerrada entre este manto gris, esta lluvia interminable de agua y de fracaso. Me toca seguir luchando, no tengo opción. Así que oremus, atraigamos prosperidad, recuperemos la fe en el futuro y....
Que Dios provea, por Dios!
(Esta canción parece triste pero es un ejercicio de autocrítica y, su final, tiene un poso de esperanza. Con eso me quedo)
No voy a hacer un ejercicio de victimismo. Probablemente no mereciese mi puesto de trabajo aunque siempre estuve dispuesta a mejorar y sacrificar lo que fuese por conservarlo. Tal vez sólo fue un regalo puntual con fecha de caducidad a pesar de que me habían asegurado que era fija apenas en octubre. Quizás no hay manera de encontrar mi camino, siendo de letras, mujer, divorciada, con dos hijos a cargo y una pensión para ellos que da risa.
Si ni siquiera soy un bien a conservar por el hecho de, como dicen los que no saben amar, "soy un pack completo" inasumible, quién va a apreciar las limitadas capacidades de alguien que apenas nació para escribiente, que no escritora. Mi profesión está en declive y, para más inri, a mí no me gusta el periodismo. A mí me gustan los gabinetes de prensa o escribir un artículo de esos de una página que salen en revistas y suplementos diciendo lo que me da la gana, como ahora, pero cobrando y sin hablar tanto de mí, claro. Sin embargo, esos espacios están reservados a las plumas famosas, así que las teclas anónimas poco espacio van a encontrar ahí. Es una pena porque creo que tendría bastante éxito. Cuando me pongo a escribir en serio -no hay que olvidar que este blog sólo es el patio de mi casa, muy particular, claro - soy bastante buena. Pero sólo hablamos de utopías.
Como soy una sentimental me da lástima también que, acabado el amor, ahora sí por ambas partes, el mal rollo permanezca. He intentado buscar la normalidad en los comienzos pero es un hecho que hay personas que no pueden mantener una relación buena con alguien que deja de interesarles. Lo digo sin acritud, me produce mucha tristeza tener una mala opinión de alguien a quien quise muchísimo aunque ahora no le quiera ni un poquito. No por despecho sino por desencanto, por desilusión y, sobre todo, por como sus propias palabras indican "no me importa que tengas una buena impresión de mí". Tengo que agradecerle, sin embargo, ese desprecio porque tratarme mal es la mejor manera de lograr que se me congele el corazón.
A mí sí me importa conservar una buena impresión de ti. Ojalá lo logre y tú puedas mirarme como lo que soy: una mujer que pasó por tu vida, con poca incidencia para ti pero con mucha para mí. No volveré a mentarte pero, honestamente, no sé por qué visitas este lugar si no te importa mi opinión y te molesta ver que te aludo. A mí tu vida dejó de importarme hace tiempo (que no tu corazón, esto es más reciente) y todo lo que he sabido ha sido por accidente y de mala gana. No he ido a revolver a tu espacio personal a ver qué haces, qué piensas y cómo te diviertes. Ya sin eso dolía bastante.
Supongo que ahora toca detestarse, espero y deseo que sea una etapa aunque, afortunadamente, ya no me importa si no es así en el futuro. Me gustaría que los buenos recuerdos permaneciesen para ambos a la larga o que, al menos los malos dejen de tener peso. Pero mis deseos emocionales no tienen nada que ver ahora y, francamente, no son mi prioridad.
Mi prioridad es, una vez más, salvar mi hogar, saber cómo darles estabilidad a mis hijos y no volver a los números rojos (otra vez), como ya estoy. Pienso en reinventarme pero no sé en qué. Incluso he pensado en emigrar, largarme con mis hijos al quinto pino y comenzar una nueva vida en una sociedad menos pacata y que me tiene tan aburrida como la que yo vivo. Pero claro, hoy en día.... ¿Adónde me voy? Nuestros padres podían emigrar pero ahora... lo que se pide en el extranjero son puestos de ciencias y, aunque aprendiese inglés, que me encantaría... ¿Qué podría hacer?
Y no tengo idea de en qué reciclarme, que estoy dispuestísima.
Ahora quemo adrenalina en el gym e intento resituarme y creerme lo que me está pasando. Quisiera estar convencida de que esta vez el paro no durará, que de verdad me ayudarán pero he pasado por esto demasiadas veces y estoy agotada. No sé si este subir y bajar profesional (de emocionarme, directamente, paso ) se detendrá algún día y si encontraré mi lugar, que me parece lo más difícil.
Nueva carambola y ganas de huir. Pero estoy encerrada entre este manto gris, esta lluvia interminable de agua y de fracaso. Me toca seguir luchando, no tengo opción. Así que oremus, atraigamos prosperidad, recuperemos la fe en el futuro y....
Que Dios provea, por Dios!
(Esta canción parece triste pero es un ejercicio de autocrítica y, su final, tiene un poso de esperanza. Con eso me quedo)
miércoles, febrero 16, 2011
La caja del Capitán
Ciertas personas y, especialmente, algunas mujeres, somos como las matriuskas rusas. Me refiero a esas muñecas de madera que se van abriendo y dentro hay otra idéntica pero más pequeña y otra y otra más hasta llegar a la mínima expresión. La imagen de la matriuska es el equivalente a las capas de cebolla que envuelve el alma de las personas con una vida densa, profunda y, a veces, hasta escabrosa.
La diferencia entre una de estas legendarias muñecas y el vegetal en cuestión está, quizás, en que cuando abres cada muñeca sabes lo que vas a encontrar, siempre lo mismo, sólo que cada día que pasa, cuanto más profundizas, más insignificante se vuelve la figura siguiente. Son los mismos colores pero sin sorpresas, la cara está de la más pequeña está cada vez más desdibujada y, una vez abierta tres o cuatro veces, te aburre y la colocas en la estantería de tu suegra, en caso de tener la desgracia de cargar con una. A mí, sin embargo, siempre me han encantado.
Su capacidad para mantener su esencia, su aspecto, permanenece intacto. Por mucho que la abran en canal, sigue estando ahí, idéntica, sonriente, impertérrita. Para el resto del mundo, por lo general, sólo son (o somos) un regalo para una ocasión sin importancia, un pequeño juguete de aeropuerto, una repetición menos valiosa por cada apertura.
La cebolla, sin embargo, está viva -al menos hasta que la deshojas-, las capas no son exactas, te pican los ojos si lamachacas mucho y transmite su salud según te adentras en sus entrañas. El problema de las almas de cebolla es que tienen jugo de fuera adentro, se desangran sin poder evitarlo y hasta hacen daño sin querer por la presión y la picazón en los ojos del que se acerca, porque a la cebolla no se la mira. Está viva, es sabrosa, pero mientras la despedazas puede resultar irritante.
Yo estoy en una etapa bastante agnóstica pero sobre la energía telúrica y universal no tengo ninguna duda. He leído mucho, especialmente en el pasado, y ya pocas lecturas me conmueven, me entretienen y, menos aún, me transmiten. Sin embargo, hace casi un año, en una casa a la que me invitaron como el accidente que habitualmente soy, tuve el honor de ver, tocar, oír y leer unas cartas llenas de energía, de vida, de buen humor, de bondad, de humanidad. Las cartas que, estoy convencida, siguen conservando plenamente viva la energía de quien las escribió. Un hombre feliz y especial, el padre de quien yo consideraba entonces bella réplica de él. Es más, creo que es un inmaduro de libro pero, algún día, cuando decida reencontrarse y dejar de jugar a los conquistadores, volverá a leer esas cartas y aprenderá, una vez más, de dónde viene y adónde debe ir. Su maestro le ama y no dejará que siga perdido para siempre.
Yo tenía una caja muy antigua, a la cual tengo mucho aprecio. Es de comienzos de siglo, como pronto, madera de castaño tallada a mano, con las conchas de Santiago y dos iniciales: AC. Correspondían a una tía abuela mía que, por supuesto no conocí, y era la madrina de mi madre. Un día mi madre me la regaló y yo la restauré, dentro de mi proverbial torpeza y posibilidades, como pude. La rebarnicé y guardé desde muy joven alguna carta de amor, fotos de viajes y primeros amores, cosas mías. Siempre sentí que su destino era más alto.
Tras leer las cartas del señor capitán, que aún hoy me conmueven y maravillan, un año después, supe que tenía que darles su lugar y el espacio que merecían para que su energía se sintiese a gusto y se potenciase. Estaba preparada, con dos libros muy especiales para mí, para el cumpleaños del afortunado hijo. Pero mis regalos ya carecían de valor en ese momento, así que los guardé aún sabiendo que, lo que se elige para dar a alguien debe llegar a ese alguien, independientemente de las circunstancias. Por eso, con el mismo cariño y emoción con que lo guardé para ese amor, con todo el valor que para mí tenía ese regalo, se lo entregué a su hijo, aún cuando ese mismo día murió cualquier atisbo de del que sentí por él, algo que, por mi propio bien, agradezco. Pero para mí es el broche adecuado a un sentimiento que, por mi parte, fue puro y auténtico y, por tanto, precioso aún cuando no haya sido correspondido.
Espero que la caja no acabe en un rincón y sea, muy pronto, el nuevo hogar del capitán, a cuyas iniciales corresponde, no creo en el azar. Así sueño que toda esa positividad llega a mí también a través de la materia y que permanece intacta para cuando sus nietos tengan capacidad de comprenderla. Y, en un alarde de ambición, que su hijo vuelva a ella para verle, visitarle y olerle. Muy pocos tenemos tal fortuna.
Mi caja se cerró ya. No conservo ninguna. No hay energía, ni amor, ni fuerza. Ahora está donde debe.
Tal vez algún día alguien pueda mirarme sin que le piquen los ojos y se alegre de encontrarme, llena de colores e intacta tras abrir una y otra vez a la matriuska galega.
Aunque cada vez crea menos en el género humano.
.
La diferencia entre una de estas legendarias muñecas y el vegetal en cuestión está, quizás, en que cuando abres cada muñeca sabes lo que vas a encontrar, siempre lo mismo, sólo que cada día que pasa, cuanto más profundizas, más insignificante se vuelve la figura siguiente. Son los mismos colores pero sin sorpresas, la cara está de la más pequeña está cada vez más desdibujada y, una vez abierta tres o cuatro veces, te aburre y la colocas en la estantería de tu suegra, en caso de tener la desgracia de cargar con una. A mí, sin embargo, siempre me han encantado.
Su capacidad para mantener su esencia, su aspecto, permanenece intacto. Por mucho que la abran en canal, sigue estando ahí, idéntica, sonriente, impertérrita. Para el resto del mundo, por lo general, sólo son (o somos) un regalo para una ocasión sin importancia, un pequeño juguete de aeropuerto, una repetición menos valiosa por cada apertura.
La cebolla, sin embargo, está viva -al menos hasta que la deshojas-, las capas no son exactas, te pican los ojos si lamachacas mucho y transmite su salud según te adentras en sus entrañas. El problema de las almas de cebolla es que tienen jugo de fuera adentro, se desangran sin poder evitarlo y hasta hacen daño sin querer por la presión y la picazón en los ojos del que se acerca, porque a la cebolla no se la mira. Está viva, es sabrosa, pero mientras la despedazas puede resultar irritante.
Yo estoy en una etapa bastante agnóstica pero sobre la energía telúrica y universal no tengo ninguna duda. He leído mucho, especialmente en el pasado, y ya pocas lecturas me conmueven, me entretienen y, menos aún, me transmiten. Sin embargo, hace casi un año, en una casa a la que me invitaron como el accidente que habitualmente soy, tuve el honor de ver, tocar, oír y leer unas cartas llenas de energía, de vida, de buen humor, de bondad, de humanidad. Las cartas que, estoy convencida, siguen conservando plenamente viva la energía de quien las escribió. Un hombre feliz y especial, el padre de quien yo consideraba entonces bella réplica de él. Es más, creo que es un inmaduro de libro pero, algún día, cuando decida reencontrarse y dejar de jugar a los conquistadores, volverá a leer esas cartas y aprenderá, una vez más, de dónde viene y adónde debe ir. Su maestro le ama y no dejará que siga perdido para siempre.
Yo tenía una caja muy antigua, a la cual tengo mucho aprecio. Es de comienzos de siglo, como pronto, madera de castaño tallada a mano, con las conchas de Santiago y dos iniciales: AC. Correspondían a una tía abuela mía que, por supuesto no conocí, y era la madrina de mi madre. Un día mi madre me la regaló y yo la restauré, dentro de mi proverbial torpeza y posibilidades, como pude. La rebarnicé y guardé desde muy joven alguna carta de amor, fotos de viajes y primeros amores, cosas mías. Siempre sentí que su destino era más alto.
Tras leer las cartas del señor capitán, que aún hoy me conmueven y maravillan, un año después, supe que tenía que darles su lugar y el espacio que merecían para que su energía se sintiese a gusto y se potenciase. Estaba preparada, con dos libros muy especiales para mí, para el cumpleaños del afortunado hijo. Pero mis regalos ya carecían de valor en ese momento, así que los guardé aún sabiendo que, lo que se elige para dar a alguien debe llegar a ese alguien, independientemente de las circunstancias. Por eso, con el mismo cariño y emoción con que lo guardé para ese amor, con todo el valor que para mí tenía ese regalo, se lo entregué a su hijo, aún cuando ese mismo día murió cualquier atisbo de del que sentí por él, algo que, por mi propio bien, agradezco. Pero para mí es el broche adecuado a un sentimiento que, por mi parte, fue puro y auténtico y, por tanto, precioso aún cuando no haya sido correspondido.
Espero que la caja no acabe en un rincón y sea, muy pronto, el nuevo hogar del capitán, a cuyas iniciales corresponde, no creo en el azar. Así sueño que toda esa positividad llega a mí también a través de la materia y que permanece intacta para cuando sus nietos tengan capacidad de comprenderla. Y, en un alarde de ambición, que su hijo vuelva a ella para verle, visitarle y olerle. Muy pocos tenemos tal fortuna.
Mi caja se cerró ya. No conservo ninguna. No hay energía, ni amor, ni fuerza. Ahora está donde debe.
Tal vez algún día alguien pueda mirarme sin que le piquen los ojos y se alegre de encontrarme, llena de colores e intacta tras abrir una y otra vez a la matriuska galega.
Aunque cada vez crea menos en el género humano.
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lunes, febrero 14, 2011
Funambulismo existencial
Es curiosa la ironía de la vida. En cuanto empiezo a reconciliarme con ella, a dar gracias a todas horas por todo lo que tengo, a sentirme realmente afortunada... ella siempre se empecina en ponerme en el alambre.
Estoy ilusionada con nuevos proyectos, muy personales y solitarios (en el mejor sentido) todos ellos. He vuelto al gimnasio con renovadas fuerzas, dejándome allí toda la adrenalina y espero que algo de grasa. Me hace sentir bien, el cuerpo y el alma se hacen ágiles cuando caminan juntas y se preocupan al mismo tiempo de cosas tan importantes y tan estúpidas como sentirse a gusto dentro del cuerpo de uno. A mí, que soy una purista, me gusta bastante el mío. Obviamente, me gustaba mucho más a los veinte pero vestida doy el pego y desnuda, gracias a la miopía testosterónica de los hombres, estoy espléndida.
Lo mejor es sentir que ganas fondo en el sentido más amplio de la palabra. Al tiempo que me mato a correr en la cinta recito mantras que me recuerdan que soy luz, que todo estará bien, que lo aparentemente negativo me permitirá mejorar y acceder a mi yo más grande. No resulta fácil ver que las circunstancias se afean sin que sepas por qué pero, en cualquier caso, estoy aprendiendo a sentirme bien con mi conciencia y mi cerebro un poco más tranquilos.
Mi subconscientet tiene que aprender aún mucho para no atraer porquería, son años de condicionamiento negativo. Soy un perro de Paulov siempre preparado para que no le den de comer. Un perro un poco gilipollas.
No me da la gana de creer que todo el mundo es malo, que mis hijos no tendrán estabilidad sólo porque su madre no es perfecta ya que está dispuesta a fregar la oficina si hace falta con tal de que ellos tengan la vida que, sin ninguna duda, se merecen. Hoy era el día de los enamorados, creo. Lo bueno de los giros vitales es que, de pronto, las prioridades se ponen en su lugar y te dejas de paridas como enamoramientos y demás para recordar que lo único importante es vivir tranquilo, pagar las letras, poder llenar el carro de la compra y darse algún capricho de vez en cuando.
Supongo que el amor sigue dentro de mí (yo soy así de petarda) pero se diluye entre preocupaciones mucho más grandes, como no dar la talla o pensar que has defraudado o que ya ni como persona eres bien considerada por quien fue mucho más que un amigo, al menos para mí.
No voy a derrumbarme, no voy a creer que no tengo futuro. Tengo miedo, lo reconozco, y de alguien de quien nunca he sido capaz más que sentir amor o, eso es también verdad, dolor ciego pero natural, al fin.
Necesito un coche nuevo, el mío es apenas una chatarra. Me ilusiona tener algo así mío sólo. Elegir el que me dé la gana (bueno, el que pueda...), probarlo y hacer preguntas en los talleres como los tíos, probarlo y vivir la sensación de llevar un coche que, seguramente, jamás tendré... pero, ¡qué coño, lo he conducido!
Así que sigo empeñada en pensar que todo irá bien, porque me lo merezco, porque estoy protegida por mi propia luz y la de todos los que me aman, que el equilibrio volverá y, con o sin amor, soy una mujer completa. Tal vez no estar en mi espacio natural dé la impresión de que no soy esa mujer inteligente que un día alguien vio en mí, quizás porque mi necesidad de trabajar en cosas diferentes para las que he nacido me hacen pequeña a los ojos del mundo. Pero ya casi no me acuerdo de eso. Yo sólo veo los de mis hijos...
Y son enormes.
Estoy ilusionada con nuevos proyectos, muy personales y solitarios (en el mejor sentido) todos ellos. He vuelto al gimnasio con renovadas fuerzas, dejándome allí toda la adrenalina y espero que algo de grasa. Me hace sentir bien, el cuerpo y el alma se hacen ágiles cuando caminan juntas y se preocupan al mismo tiempo de cosas tan importantes y tan estúpidas como sentirse a gusto dentro del cuerpo de uno. A mí, que soy una purista, me gusta bastante el mío. Obviamente, me gustaba mucho más a los veinte pero vestida doy el pego y desnuda, gracias a la miopía testosterónica de los hombres, estoy espléndida.
Lo mejor es sentir que ganas fondo en el sentido más amplio de la palabra. Al tiempo que me mato a correr en la cinta recito mantras que me recuerdan que soy luz, que todo estará bien, que lo aparentemente negativo me permitirá mejorar y acceder a mi yo más grande. No resulta fácil ver que las circunstancias se afean sin que sepas por qué pero, en cualquier caso, estoy aprendiendo a sentirme bien con mi conciencia y mi cerebro un poco más tranquilos.
Mi subconscientet tiene que aprender aún mucho para no atraer porquería, son años de condicionamiento negativo. Soy un perro de Paulov siempre preparado para que no le den de comer. Un perro un poco gilipollas.
No me da la gana de creer que todo el mundo es malo, que mis hijos no tendrán estabilidad sólo porque su madre no es perfecta ya que está dispuesta a fregar la oficina si hace falta con tal de que ellos tengan la vida que, sin ninguna duda, se merecen. Hoy era el día de los enamorados, creo. Lo bueno de los giros vitales es que, de pronto, las prioridades se ponen en su lugar y te dejas de paridas como enamoramientos y demás para recordar que lo único importante es vivir tranquilo, pagar las letras, poder llenar el carro de la compra y darse algún capricho de vez en cuando.
Supongo que el amor sigue dentro de mí (yo soy así de petarda) pero se diluye entre preocupaciones mucho más grandes, como no dar la talla o pensar que has defraudado o que ya ni como persona eres bien considerada por quien fue mucho más que un amigo, al menos para mí.
No voy a derrumbarme, no voy a creer que no tengo futuro. Tengo miedo, lo reconozco, y de alguien de quien nunca he sido capaz más que sentir amor o, eso es también verdad, dolor ciego pero natural, al fin.
Necesito un coche nuevo, el mío es apenas una chatarra. Me ilusiona tener algo así mío sólo. Elegir el que me dé la gana (bueno, el que pueda...), probarlo y hacer preguntas en los talleres como los tíos, probarlo y vivir la sensación de llevar un coche que, seguramente, jamás tendré... pero, ¡qué coño, lo he conducido!
Así que sigo empeñada en pensar que todo irá bien, porque me lo merezco, porque estoy protegida por mi propia luz y la de todos los que me aman, que el equilibrio volverá y, con o sin amor, soy una mujer completa. Tal vez no estar en mi espacio natural dé la impresión de que no soy esa mujer inteligente que un día alguien vio en mí, quizás porque mi necesidad de trabajar en cosas diferentes para las que he nacido me hacen pequeña a los ojos del mundo. Pero ya casi no me acuerdo de eso. Yo sólo veo los de mis hijos...
Y son enormes.
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