miércoles, enero 19, 2011

Hoy va a ser un gran día

Lo he hecho. Al fin me he dejado de excusas, paranoias y argumentos disuasorios y me he plantado en el gimnasio para darme de alta. No he querido ni pensarlo ni mirar mucho rato la programación. Tarjeta, matrícula y atrapada. Es el único modo.

Hace la friolera de diez (¿u once?) años que dejé el ejercicio. De niña nunca fui deportista: nunca pude hacer el pino o el spagat, tenía un gran aprecio por mi integridad física y me traía al pairo que me suspendieran gimnasia con tal de no romperme la crisma. Además, sacaba sobresalientes en todo lo demás, así pues, sentía un manifiesto desprecio por esa asignatura.

Comencé ya mayorcita y recuerdo perfectamente el día que tomé esa decisión: estaba con mi entonces marido, estresadísima, deprimidísima y siendo consciente de que no podía hablar del trabajo sin llorar. Ese día me puse en la disyuntiva de ir al psiquiatra o al gimnasio. Elegí el deporte. Y me fue de lujo.

Yo soy una persona extrema en sus pasiones e indisciplinada hasta que me disciplino. Así pues, temía yo no acudir, porque nunca me había interesado el ejercicio y, para más inri, disfrutaba de una genética bastante privilegiada que me mantenía delgada comiendo lo que tenía a bien y con un aspecto mucho más juvenil del que corresponde a mi edad. Pero lo que buscaba era una ingesta galopante de esas maravillosas endorfinas que se segregan sudando la gota gorda y, especialmente, haciendo algo que para mí es francamente difícil: dejar de pensar durante unos minutos al día. Comencé y no falté ni un día a la semana, hora y media diaria, durante casi dos años. Luego llegaron los beneficios añadidos en los que ni había pensado pero cuando los notas empiezas a valorarlos: piernas y brazos bien torneados y dura como una piedra. Buenorra que me puse, vamos.

Al cabo de ese tiempo me quedé embarazada y, desde entonces, llevo diez años intentando regresar y encontrando millones de excusas para no hacerlo. Pero todos ese tiempo lo he pasado añorando la increíble sensación de bienestar que me producía salir del gimnasio recién duchada, colorada (es lo malo, me pongo coloradísima y me dura un montón....) y sintiéndome ágil por fuera y por dentro. Eso es lo que voy a recuperar ahora: a la ninfa que se quiere por dentro y por fuera y que encuentra el bienestar por sí misma, lo mismo que en su día el sustento o su identidad como mujer.

Como en el horario que yo puedo disponer no hay actividades me senté delante del monitor y le expliqué mis cuitas: "Verás, soy una persona que necesita horarios y obligaciones para hacer ejercicio. Las máquinas por libre me aburren profundamente, así que necesito tu ayuda". Diseñar un planning inicial de entrenamiento fue coser y cantar, me aseguré que el guapo mozo (a vé, una cosa no quita la otra, si encima conoces chicos monos...) se convirtiese en mi casi entrenador personal, coincidiendo en horarios y escasez de follón y listo. El lunes comenzaré a andar cojeando por la calle hasta que una semana o dos después se me quiten las agujetas. Y para Semana Santa calculo que estaré tan maciza que pensaré seriamente en salir desnuda a la calle para que alguien valore todo mi esfuerzo.

Lo dicho, en mi caso, esto es otra de mis ya reiteradas gestas heroicas. He pasado el día feliz como una perdiz, orgullosa de mí misma y vibrando alto. Últimamente, cada vez que tengo alguno de mis habituales pensamientos negativos que puedan fastidiarme el día o el café, tarareo la canción de Serrat y me convenzo de que, realmente, hoy puede ser un gran día.

Y funciona.

2 comentarios:

Chipsoni@ dijo...

Estupendo!!!

Fran dijo...

Yo también estoy en esas de a ver si me meneo porque, aunque me encuentre estupendo y siga sin aparentar los años que tengo, me da la sensación de que esto no será eterno y que hay que ir pensando en cuidarse.
En otro orden de cosas y por si te da ese arrebato que dices, voy a mirar algún viajecito para Semana Santa a Santiago. Prometo ser objetivo, caballero pero objetivo jeje
Un besín