Está claro que esto de escribir es tanto un hábito como un trabajo. En cuanto pierdes un poco el ritmo, cada vez da más pereza retomarlo y eso que yo siempre pienso, como digo muchas veces, en "modo blog", es decir, imagino cómo escribiría tal o cual situación o pensamiento. En cualquier caso, no abandono, aquí estoy de nuevo.
Hemos cambiado ya de año y yo he pasado el momento agridulce de cumplir... uno más. Éste cambié el chip y opté por celebrarlo puesto que, después de todo, tengo muchas cosas que agradecer a la vida, además de seguir dando guerra. Opté por una fiesta en casa (la prohibición de fumar en los locales volvió más hogareños a los golfos de mis amigos que se apiñaban en la cocina como adolescentes hasta que me mosqueé y los eché a todos fuera...). Estuvo bien, no faltaron los incombustibles y algunas caras nuevas de esas que alegran la vida. Para variar, fui la única que no se emborrachó (son muuuchas horas de vuelo), aparte de Dharma, mi gata, que, con su carácter perruno y chismoso -tiene que estar siempre donde está el mondongo en vez de evaporarse como hacen la mayoría de los felinos al ver extraños y no durmió hasta las tantas al igual que yo- hizo las delicias de mis invitados.
Por lo demás, me sentí bien y arropada. Fue uno de esos días en los que me levanté dispuesta a no dejar que nadie me lo aguara y, ciertamente, lo conseguí. Ahora toca seguir descontando hacia atrás, claro, que el numerito cada vez suena peor. Mi prima vuelve a ser la embarazada más guapa que he conocido -no es peloteo, es la pura realidad-, comí con Fabián e Inés, mi amiga del alma que me soporta mucho más a las duras que a las maduras, y terminé el día en nueva y agradable compañía.
La vida me ha dado garrotazos, cómo no, pero estoy tratando de romper la inercia de los palos mirando hacia otro lado con ojos nuevos. Este año que se nos viene encima pido trabajo y dinerito, que falta hace, amor verdadero y no sucedáneos (todos los años pido lo mismo pero algún día tendrá que llegar) y estabilidad para mí y los pequeños roedores.
El padre de mis hijos parece decidido regresar a estas nubladas tierras, lo cual sería especialmente bueno para los peques, cada vez más distanciados por las largas ausencias y que se van haciendo mayores sin una figura masculina presente en sus vidas.
Vuelve -y ésta sí que es la noticia del año- mi Ángel de la Guarda. No estará aquí todo el tiempo pero siempre es agradable tenerle cerca, habida cuenta de que casi nadie me conoce ni aconseja tan bien cómo él. Tiene la cualidad, al igual que Inés y mi querida prima, de no juzgarme nunca, hasta cuando me flagelo porque he hecho una tontería. Él sabe como nadie, lo necesario que es para mí que los ciclos queden cerrados sin fisuras, y esa necesidad algo obsesiva de encontrarle una razón a todo lo que sucede, cuando tantas veces no hay ninguna razonable y valga la redundancia. Ha pasado y ya está, no siempre tengo la culpa ni puedo resolverlo.
Quería yo ponerme poco filosófica y reiterativa con este nuevo "curso escolar" pero lo mío es darle a la manivela. Estoy buscando luz en lugares inexplorados para mí pero que podrían ser la solución de muchas cosas y me he vuelto más cocoon que nunca. Entiendo que toda la energía positiva (o la mayor parte) de mi vida está en mi casa, con mis pequeños roedores, que me quieren como soy y porque así soy, porque aún están llenos de pureza, frente a tantas mentiras y mal tiempo en el exterior.
Con todo, tengo la certeza de que van a cambiar muchas cosas y para bien. Tengo la actitud y la aptitud. Obviamente, de vez en cuando practico una de mis legendarias caídas en picado pero, bueno, siempre me levanto. He recuperado la fe, no sé en qué, pero lo he hecho y me siento más fuerte. Las heridas del alma se curarán en algún momento. No voy a negar que he vivido decepciones y transformaciones ajenas que me han dejado perpleja pero, lo dicho, no hace falta entenderlo todo. Me conformo con asumirlo y aparcar el dolor que, aunque educativo, me pilla algo cansada ya, la verdad.
Pues nada, que ya tengo más edad, especialmente para lo bueno -aunque deteste seguir sumando...-, que sé que no tengo más elección que levantarme aunque bese el suelo cada dos por tres y que los que tenemos vidas densas hemos nacido para ser interesantes y acabar agotados. No estoy feliz como una perdiz pero tampoco infeliz, así que, con todo lo que llevo encima, me doy por satisfecha. Y todo este rodaje me da un peso específico que me permite ponerme el mundo por montera, independientemente de que no exista un hombre capaz de apreciarlo.
Después de todo... "¡Soy una chica con suerte y estoy divina de la muerte!"
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