Me dice uno de mis lectores favoritos que se ha vuelto a enganchar a la visita mañanera de la Ninfa y le preocupa sufrir el "mono" de mi desaparición. No hay cuidado, querido, he vuelto por mis fueros y, ocupaciones extras aparte, no tengo intención de volver a descuidarte ni a ti ni a mi blog. De hecho, estoy empezando a tomarme en serio la tarea de escribir y empiezo a hacerlo fuera de aquí, con un poquito más de ambición.
Qué fastidioso es noviembre. No sé si a vosotros os pasa lo mismo, a mí me parece un mes triste por defecto. O yo me pongo triste por defecto, como en abril, pero tampoco diría que mi situación anímica es triste en este momento, más bien al contrario. Sin embargo, no me gusta este mes, estoy deseando que acabe.
Puede que mi subconsciente esté mandando señales por otros noviembres grabados a fuego. En noviembre perdí mi empleo de diez años por no tirarme al subdirector, en noviembre tuve una de las peores depresiones de mi vida el pasado año, en noviembre murió uno de mis hermanos y pasé interminables horas en el hospital velando a otro antes de fallecer también... en noviembre llueve mucho y la ciudad se sume en la oscuridad, noviembre es la previa a diciembre, mes por el que profeso una relación de amor-odio, como todos sabéis.
En cualquier caso, sí estoy ilusionada con diciembre. Haré una escapada -este año no hubo vacaciones, ni escapadas ni nada de nada- en el puente de la Constitución y llenaré de aire fresco mis pulmones. El siguiente fin de semana iré a buscar a mi nueva mascota, Dharma, una gata muy especial que esperamos los niños y yo con auténtica desesperación e ilusión. Creo que la que peor lo lleva soy yo pero disimulo con los críos...
Hace tiempo que contemplaba tener un miembro de cuatro patas en la familia pero el gasto que supone mantenerlo y el trabajo añadido de un perro -unido a mis dos cachorros humanos, que son modélicos, pero cachorros al fin- me echaban para atrás. Esto no significa que no adore a los animales, siempre me han gustado mucho. Mucho más que la mayoría de las personas, de hecho. Y no es una gata cualquiera. Es una Bosque de Noruega, por si no os suena, uno de esos hermosos y grandes gatos-lince... tiernos y salvajes... ¡Como yo!
Resumiendo, tras sentir cómo los humanos vienen y van aunque te prometan la luna, hace tiempo que sentía la necesidad de enfocar mis atenciones hacia un animalito suave y bello que, como ya me habréis oído decir, no huya despavorido cuando lo acaricio, y se quede a mi lado a las duras y a las maduras.
Dharma no es una gata cualquiera. Es un símbolo de mis ganas de catalizar energías negativas (no sé si sabéis que los animales son grandísimos terapéutas y conductores de tensión y vibraciones negativas, devolviendo a cambio bienestar y afecto). Me horroriza sentir incomodidad o rabia por lo que sea, me repito mucho, pero es la verdad. Quiero y necesito cambiar rencor por amor, es mi mejor medicina para los golpes de la vida.
He aprendido mucho esta última temporada. He aprendido a controlar y poner orden en mis emociones, a conocer mi poder frente a la adversidad, a disfrutar y agradecer lo que tengo y no darle vueltas a lo que no, a hacer crecer mi autoestima en lugar de permitir que los daños externos la lastimen, a ver que incluso en el fango puede volver a florecer la ilusión y que existen personas que nos devuelven la fe en el ser humano y en nosotros mismos.
He aprendido que muchas cosas no salen bien no porque yo no lo valga, quizá más bien porque, de forma inconsciente (a pesar de mis aires de mujer ultrasegura e inasequible al desaliento) yo creía que no las merecía. Buscaba la felicidad fuera de mí. Ahora me concentro y trabajo (en serio, es un verdadero esfuerzo pero creo que merecerá la pena) en conocerme interiormente, en descubrir, más allá de lo racional, quién soy, qué quiero y cómo hacerlo llegar.
Ahora sé que el destino no está marcado para castigarme. El destino se forja, no es fácil, pero me niego a pensar que hemos venido a este lugar sólo para sufrir. Es mentira, tan mentira como que no merezco todo lo que deseo.
Me concentro en mis motivos para ser feliz, entendiendo por felicidad la serenidad y la tranquilidad, que son la base de una vida razonablemente estable. Tengo dos niños guapos y modélicos, con una educación exquisita sin perder la espontaneidad que se corresponde con su edad. Tengo trabajo, en unos tiempos en que es un auténtico privilegio. No gano mucho dinero pero estoy a gusto, me apaño algunos ingresos extras y estoy convencida de que el año que viene mi cuenta corriente y mi vertiente escritora florecerán.
No soy ninguna niña y sigo pasando la prueba de la obra y alguna más: aún me piropean por la calle, aún se giran a mirarme. No muchas mujeres de mi edad (y de veinte años menos) pueden decirlo. Ya que siempre digo que "la suerte de la fea, la guapa la desea", pues mira, hay que dejar de tirarse piedras por ser una mujer coqueta y resultona. Al menos, una mirada admirativa anima un poco la mañana.
Tengo una gran capacidad de recuperación, una enorme capacidad de amar que, si bien ha sido poco aprovechada hasta ahora, no falta quién quiera darse una oportunidad de sentir conmigo. No busco, pero no cerraré ninguna puerta a quien llame. Y llaman bastantes...
Tengo un piso de alquiler muy digno, dinero para pagarlo, algunos buenísimos amigos, sé estar sola -no soy emocionalmente dependiente de nadie-, mantengo una vida sexual activa y satisfactoria, una salud razonablemente buena (ahora no es mi mejor momento pero no es nada mortal, así que todo pasará). Tengo gracia, inteligencia y, por encima de todas las cosas, tengo corazón, un buen corazón.
Soy una buena persona, sin llegar a ñoña, (ya sé que diréis que no tengo abuela. Cierto, ni abuela ni parientes que corroboren mis palabras pero sí otras muchas personas que lo harían sin pestañear) y eso me ha pasado muchas facturas, realmente injustas en algunos casos. Aunque sentimental, no me dejo pisotear, al menos conscientemente. No me gustan los gritos, las malas maneras, los desplantes ni hacer daño gratuito a nadie. Incluso vengarme me resulta difícil y eso que, a veces, a más de uno le vendría bien un poco de su propia medicina. Sin embargo... perro ladrador poco mordedor.
Como veis... soy multimillonaria. Nada de qué quejarme y sí muchas ganas de recuperar la fe en las personas y en la vida.
He vuelto a creer en los milagros. Ya sé que puede que tarde o temprano vuelva a sufrir pero no será por no haber intentado gozar.
¡Y tengo que dejar de hablar de mí ya en los posts, lechesss!
6 comentarios:
Gracias por la canción! No la conocía.
Un abrazo
Tú habla de lo que te de la reverenda gana y sobre todo, habla de ti si es asi de positivamente.
Si señora!
No hay como empezar la mañana con unas letras como éstas. :)
Un abrazo fuerte.
Graciassss a todassss!!
Más besoss
Por lo que pueda valer, corroboro sin ser pariente ni abuela, que es cierto todo lo que dice de ella, incluso las cosas malas, y soy el primero en alegrarme que éstas últimas estén cambiando. Me quedo sobre todo con "me niego a pensar que hemos venido a este lugar sólo para sufrir. Es mentira, tan mentira como que no merezco todo lo que deseo."
Merece más, aunque sea por compensar lo que lleva acumulado de menos.
Aunque ya no compartamos piso, me he llevado a los tres conmigo. Y ¡pronto! tendré un pie en Santiago, al menos uno ;)
Queridísimo Luissi:
Tú eres de esas personas que hacen que no pierda la esperanza nunca, porque eres uno de los poquísimos que ni con distancia, ni pareja me has abandonado nunca. En nuestros corazones, sigues en casa. Los niños te siguen extrañando, de verdad.
Gracias por pensar que merezco un futuro, aunque sea por acumulación. Sólo tú me comprendes bien en este plano.
Y qué es eso de que PRONTO tendrás un pie en Santiago??' Será que, al final, el milagro está en marcha???
Mantenme informada, porfaaa!!
Un millón de besos
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