martes, febrero 02, 2010

Bricolaje heroico

Ha sido un pequeño paso para el mundo pero muy grande para las ninfas. Después de posponerlo, cuestionarlo, aparcarlo, olvidarlo y no hacerlo por pereza pura y dura, la Ninfa ha tomado la gran decisión, en la tarde de hoy, de colgar en la pared su precioso tapíz egipcio que llevaba cuatro meses al pie de su cama sin ser capaz de ascender a mis paredes.

Parece cosa simple y supongo que para vosotros, los mortales, es algo sencillo. Pero para mí, que odiaba la clase de pretecnológicas (así llamaban las monjas a las manualidades y nunca me he molestado en mirarlo en el diccionario), que era mala hasta con el dibujo técnico, que quise aprender a coser y me suspendieron... ha sido una gesta heroica. Para que podáis comprender la dimensión del acontecimiento, os pongo en antecedentes:

Desde niña he sido patosa. He dibujado de pena, en plástica hacía engrudos y carezco de toda habilidad artística. Tenía buen oído musical pero la voz no me acompaña, así que también la música es descarte. A mí se me caen las cosas constantemente. Hasta mis hijos están acostumbrados a oír que se caen rompen objetos sin inmutarse. Cualquier día de éstos aparezco tirada en el suelo con la loza en la cabeza y no me encontrarán hasta que tengan hambre. Así es mi vida.

Ayer me dio un arrebato y decidí -sólo cinco meses después de vivir en Santiago- que tenía que poner el tapiz de marras. Mi habitación está a medio decorar porque el tríptico que tenía cuando estaba casada ya no me gusta, entre otras cosas, porque ya no estoy casada. Me compré unas flores muy bonitas de Ikea para pegar en el cabecero de la cama pero la dichosa pared es rugosa y no se pega nada. Sigo pensando qué coño voy a poner ahí. Pero el tapiz... el tapiz es otra cosa.

Es parte de mí, me enamoré de él en Egipto y cuando entré tuve mucho cuidado de demostrarle al vendedor que me había fijado en él, bien al contrario, me centré en todas las horteradas que pude. Tras arduas negociaciones y regateos, conseguí un precio de lote para dos faldas largas tipo indio, una estatua de Ramsés II de granito, el tapiz y no sé qué más a precio de ganga.

Pues nada, que le tengo mucho cariño, que tiene mil colores positivos y que es objetivamente precioso. Y allá me fui. Como ya he mencionado, el arte no es lo mío, imaginad lo que puede pasar con el bricolaje. Y es que yo bricolaje no le llamo a usar un taladro (objeto terrorífico para mí, le tengo pavor y sólo verlo hacíendo ese ruído feroz, lo visualizo volviéndose contra mí y desangrándome tras horadar mi yugular. Lo juro, no es una coña, lo VEO), le llamo bricolaje a realizar cualquier cosa que se me dé fatal con las manos.

Pero quería ser autosuficiente otra vez por un rato. Así que me armé de valor, cogí el arma letal más conocida por martillo y un puñado de cuelgafáciles (no tenía chinchetas) para clavar el hermoso tejido en mi pared y poder así disfrutarlo nada más despertar.

Primer intento: no soy tan autosuficiente, el trapo tiene unas dimensiones y peso considerables y no era capaz de sostenerlo y atizar con el martillo al tiempo. Aviso a mis pequeños roedores que vienen protestando -sobre todo él y aún ni roza la adolescencia... la que me espera-. La cosa parece sencilla. los niños sujetan y clavo los tres primeros sucedáneos de clavos.

Primer paso, atizo con el martillo y el clavito se tuerce. Y no se clava. Y desconcha un trozo de pared que no es mía. ¿Pero no dicen que eso es para evitar agujeros en la pared? ¿Por qué le llaman cuelgafácil si es un clavadifícil? Destrozo unos cuatro o cinco de los diez que debe traer la cajita. Cuando ya estoy sola, intento clavar el puñetero clavito, el martillo se me escapa, me golpea la cabeza, me invade el pánico, me cago en todos mis muertos y, finalmente, me pongo a pensar en cuán patética se me vería pasando tantos trabajos intentando realizar un trabajito tan insignificante. Sin embargo, pude colgar el puñetero trapo casi solita. Soy una máquina.

Tanto me animé que colgué mi precioso cuadro con la foto en sepia de Frida Kalho y acabé orgullosísima de mí misma. No recuerdo la última vez que clavé algo pero hace mucho, evito ese tipo de tareítas como la peste. Mi heroicidad se quedó ahí porque ya eran las nueve y media de la noche, los vecinos se debían estar acordando de todos mis antepasados mientras aporreaba la pared y, sinceramente, no tenía mucha fe en mis capacidades y no cometer otro desaguisado.

Así, tras una sesión de masaje y osteopatía en la que me han recolocado la columna (¡Qué sensación tan extraña, ando diferente!), voy a ver si también me porto diferente y me siento diferente. No voy a negar que colgar el tapiz no cambiado mi vida pero...

¡Ha cambiado mi cuarto!

1 comentario:

Ana Malpica dijo...

Que por algo se empieza Chula y más si ese colgadijo te hará suspirar todas las mañanas.


Besos!