Definitivamente, no tengo remedio. Me ha sobrado tiempo todo el fin de semana y heme aquí, de madrugada, robándole horas al sueño, para actualizar el blog porque, de pronto, no puedo esperar a mañana.
Mi relación con los fines de semana se está convirtiendo en una extraña dualidad amor-odio. Por un lado, estoy deseando que lleguen para no madrugar, si no están los niños aprovechar para no cocinar y, si me apuras, no hacer nada de nada. Sin embargo, salvo cuando tengo algún plan, me resultan soporíferos.
Siempre he sido muy independiente y me ha encantado tener tiempo para mí pero, últimamente, me doy cuenta de que, cuando se van los niños, empiezo a padecer el síndrome del nido vacío. Nunca lo había imaginado porque adoro a mis hijos pero el haberlos criado sola desde tan pequeñitos me dejaba exhausta con mucha frecuencia. Ahora, siendo más autosuficientes que nunca, con nuestras conversaciones tan amenas y dado mi actual sentimiento permanente de desubicación, cuando no están me aburro como una ostra.
Yo creo que mi peor problema es que detesto cocinar, si no, ni haría falta que se moviesen de casa. Y eso que he prosperado mucho porque tengo un robot que hace maravillas y me ha permitido mejorar mis escasas artes culinarias. El drama es que trabajar en hacer de comer a mí me parece una pérdida de tiempo. Me gusta alimentarme bien pero no complicarme la vida pensando qué hacer cada día, calculando tiempos y dejando de hacer otras cosas que me gustan para entregarme a una labor diaria, obligatoria y no remunerada. Yo me eduqué para trabajar fuera de casa y por dinero. Justo lo contrario de lo que me ocurre ahora.
En todo caso, mis hijos están en un momento dulce. Podemos charlar, compartir gustos o disgustos y aún no son lo bastante mayores como para empezar a discutir sobre si la adolescencia es un problema o no.
Mi hija está empezando su etapa de fenómeno fan. Tiene ya sus grupos de chicos guapos que le encantan, su preocupante afición al ordenador y sus nuevos gustos preadolescentes (que ella llama adolescentes). A mí me divierte y rejuvenece mucho. Recuerdo perfectamente aquellos tiempos de tener tus posters con el cantante que te traía por la calle de la amargura, estar todo el día enchufada a la música y buscar afines.
Nosotras lo llevamos bien. A mí me gusta mucho de lo que escucha, no tengo prejuicios con la música comercial, me encanta bailar y siempre he opinado en voz alta de lo bueno que está fulanito, así que, si acaso, la que se tiene que medir soy yo. No sé si las cosas cambiarán mucho pero siempre comento que me veo como la madre ye-ye que invita a las copas a los amigos de mis hijos antes de salir y, mientras mis herederos están pensando lo pelma que soy y las ganas que tienen de irse, sus compañeros estarán encantados de tomarse un vino con la chiflada y juerguista progenitora. No me imagino de otro modo.
El peque aún es un niño y, en parte, me gusta que crezca más despacio. Aún siendo avispado y maduro, haciendo comentarios que te dejan con la boca abierta, él conserva cierto candor infantil que le hacer echar de menos a su mamá cuando está fuera de casa más de una hora y reconozco que la incertidumbre sobre lo que puedan causar los cambios hormonales en él me preocupa un poco. En cualquier caso es encantador verlo tan emocionado cuando juega con su equipo del fútbol, del que es el mejor porque se la da bien, a pesar de que el grupo es el peor de la clasificación. Un desperdicio pero este año tenemos que conformarnos con continuar ahí.
Me preocupa sentirme sola sin ellos, no es bueno. Los hijos no son nuestros, están destinados a volar y siempre lo he sabido y fomentado. Pero es un hecho que en esta etapa de mi vida creía que las cosas y mis circunstancias serían muy diferentes. Antes disfrutaba cada minuto libre porque no los tenía. Ahora me sobran por falta de muchas cosas pero, sobre todo, por ausencia de compañía.
Quiero pensar que es temporal (todo en la vida lo es, de hecho). Así que sigo viéndome mucho más joven de lo que dice mi carnet de identidad -y sin entender cómo puedo continuar cumpliendo años sin mi aprobación-, deseando hacer cosas nuevas que me saquen de la monotonía y ser solvente. Es mucho en los tiempos que corren pero hay que conservar las ganas de que las cosas mejoren.
Tengo la desagradable sensación de que mi vida y los años pasan sin darme cuenta mientras la desperdicio y me desperdicio en muchos sentidos. Lo dicho, espero que sea temporal.
Mientras, escucho las cosas geniales que dicen.
lunes, noviembre 26, 2012
El síndrome del nido vacío
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jueves, noviembre 22, 2012
Agrias rutinas
Llevo una vida tan monótona que, en realidad, no tengo nada que contar. Pero tengo que aprovechar que vuelvo a tener ganas de escribir así que, aún a riesgo de cargarme la calidad del texto, algo diré.
Se acerca otro apasionante fin de semana sin planes. A veces está bien estar en modo seta pero, habida cuenta de que no tengo dinero para ir de compras (eso es entretenido hasta sola) y que cuando me quedo en casa todo el día sufro un dolor de cabeza terrible, la cosa se complica.
Como vivo en una ciudad sin chicha ni limoná, ahí estoy, aguantando el tirón y soñando con ser económicamente libre para largarme a vivir a un clima amable, como el de Málaga, donde tengo una buena amiga, o algún lugar donde, al menos, brille el sol.
Siempre estoy pensando en emigrar. Me encantaría dar el portazo y olvidarme de la crisis y este país que me ha defraudado en todas sus esferas. No me gusta hablar de política, lo detesto, de hecho. No creo en ninguno de los partidos políticos que están a ver si sacar tajada de la situación, ni el que manda ni los demás, sé que todos harían lo mismo y me aburre profundamente.
Mis hijos crecen por días. La niña tiene casi mi estatura, que no es gran cosa pero tengo la esperanza de que me pase de largo y el peque se desespera porque el desarrollo no le ha llegado y sigue siendo un niño encantador. No tengo muchas ganas yo de que las hormonas le posean, hay tanta literatura sobre la adolescencia que temo que mi dulce pequeñeco se convierta en un muchachote contestón y desaliñado. Creo que tiene buena base pero... qué sé yo, todo eso es nuevo.
Los días pasan sin gracia ni emoción. Nada ilusionante o divertido espera con la llegada del fin de semana, aparte de dormir más. La falta de dinero genera una situación de ansiedad permanente que no me deja en paz y los deseos dormidos nunca duermen del todo.
No tengo anécdotas que contar porque mi vida se reduce a llevar a mis hjos al colegio, al fútbol, a casa de sus amigos, hacer la comida, la colada, trabajar en el ordenador mientras me formo con Social Media y casi nada más... Ya no me pasan cosas divertidas porque no me pasa nada. Supongo que es bueno porque para que ocurra algo malo, mejor nos quedamos como estamos.
Busco cursos gratuitos con la única intención de conocer gente nueva pero no es fácil tampoco y, además, no valgo para los que sean de manualidades y cosas por el estilo. Me conmueven pocas cosas aunque mis hijos me hacen reír, están en una edad dulce en que hacen compañía. Sé que pronto volarán y se distanciarán de mí pero, mientras, les disfruto. No dudo que volverán, son buenos chicos.
Sigo soñando con un futuro mejor, tratando de controlar mi tendencia a la desesperanza y falta de fe. No es sencillo, el malestar general es contagioso y yo llevo muchos años luchando contra lo mismo.
Con todo, es buena señal que haya regresado aquí, a Casa. Os deseo que mi vida se vuelva algo más animada para no escribir más naderías que me aburren hasta a mí.
A ver si vuelvo a despotricar, que soy mucho más amena aunque luego me llamen borde.
Agrias rutinas...
Se acerca otro apasionante fin de semana sin planes. A veces está bien estar en modo seta pero, habida cuenta de que no tengo dinero para ir de compras (eso es entretenido hasta sola) y que cuando me quedo en casa todo el día sufro un dolor de cabeza terrible, la cosa se complica.
Como vivo en una ciudad sin chicha ni limoná, ahí estoy, aguantando el tirón y soñando con ser económicamente libre para largarme a vivir a un clima amable, como el de Málaga, donde tengo una buena amiga, o algún lugar donde, al menos, brille el sol.
Siempre estoy pensando en emigrar. Me encantaría dar el portazo y olvidarme de la crisis y este país que me ha defraudado en todas sus esferas. No me gusta hablar de política, lo detesto, de hecho. No creo en ninguno de los partidos políticos que están a ver si sacar tajada de la situación, ni el que manda ni los demás, sé que todos harían lo mismo y me aburre profundamente.
Mis hijos crecen por días. La niña tiene casi mi estatura, que no es gran cosa pero tengo la esperanza de que me pase de largo y el peque se desespera porque el desarrollo no le ha llegado y sigue siendo un niño encantador. No tengo muchas ganas yo de que las hormonas le posean, hay tanta literatura sobre la adolescencia que temo que mi dulce pequeñeco se convierta en un muchachote contestón y desaliñado. Creo que tiene buena base pero... qué sé yo, todo eso es nuevo.
Los días pasan sin gracia ni emoción. Nada ilusionante o divertido espera con la llegada del fin de semana, aparte de dormir más. La falta de dinero genera una situación de ansiedad permanente que no me deja en paz y los deseos dormidos nunca duermen del todo.
No tengo anécdotas que contar porque mi vida se reduce a llevar a mis hjos al colegio, al fútbol, a casa de sus amigos, hacer la comida, la colada, trabajar en el ordenador mientras me formo con Social Media y casi nada más... Ya no me pasan cosas divertidas porque no me pasa nada. Supongo que es bueno porque para que ocurra algo malo, mejor nos quedamos como estamos.
Busco cursos gratuitos con la única intención de conocer gente nueva pero no es fácil tampoco y, además, no valgo para los que sean de manualidades y cosas por el estilo. Me conmueven pocas cosas aunque mis hijos me hacen reír, están en una edad dulce en que hacen compañía. Sé que pronto volarán y se distanciarán de mí pero, mientras, les disfruto. No dudo que volverán, son buenos chicos.
Sigo soñando con un futuro mejor, tratando de controlar mi tendencia a la desesperanza y falta de fe. No es sencillo, el malestar general es contagioso y yo llevo muchos años luchando contra lo mismo.
Con todo, es buena señal que haya regresado aquí, a Casa. Os deseo que mi vida se vuelva algo más animada para no escribir más naderías que me aburren hasta a mí.
A ver si vuelvo a despotricar, que soy mucho más amena aunque luego me llamen borde.
Agrias rutinas...
miércoles, noviembre 21, 2012
Que os den
No hay nada como una buena dosis de adrenalina para sentirse vivo. De verdad, creo que me ha sentado hasta bien.
Hace un día hablaba de mi soledad, ésa que el que un día se llamó amigo mío ha dado a entender que me merezco por no comulgar con ruedas de molino como hacen otros con tal de tener a alguien en su cama. O por mi fea costumbre de elegir muy mucho de quién me rodeo. Incluso por mi negativa a agarrarme a ningún clavo ardiendo para no estar sola. Pues sí, estoy sola en muchos planos. En algunos a mi pesar pero en otros, sin duda alguna, por decisión propia.
Tiene gracia que, después de tres meses sin escribir para evitar que mi gusto por mostrar mis sentimientos sin pudor fuese utilizado contra mí, no hayan pasado ni 24 horas antes de la aparición de los inseguros, las chifladas y los cobardes de turno dispuestos a derribarme.
Me da lo mismo. No soy una persona que busque parecer buena o mala. Soy real. Ayer he tenido un día para olvidar en muchos sentidos pero, por otra parte, me he quedado la mar de a gusto poniendo a algunas personas en su lugar, ya que ellas desconocen cuál es.
Me importa un pepino que haya quien opine sobre mi estado emocional para atacarme. Ésta es mi casa, lo he dicho cientos de veces, y en mi casa hay que comportarse. El que no lo haga se expone a recibir de su propia medicina. Tratar de hacerme daño mediante la dialéctica es, simplemente, patético.
Espero que quien no sepa leer o se crea el ombligo del mundo recuerde que yo escribo para mí, no para enviar cartas envenenadas. Y que las personas sin sensibilidad ni cultura para entender lo que transmito a través de las teclas se abstengan de acercarse y vuelvan a leer cosas al nivel de su escasa altura intelectual.
Por lo demás, podría contar muchas cosas pero, salvo nuevas provocaciones, me voy a callar.
Ofrecí una amistad leal, honesta y blanca a alguien que no tiene arrestos para defenderla ni hacerse valer siquiera para evitar ser atacado por ello. El trofeo es un follón de la extraña pareja internáutica sin cerebro ni confianza que, sin siquiera conocerme, trata de convertirme en el centro de sus males. Que os den.
El que se cubra de mierda que haga el favor de no salpicarla a los demás para salvarse. Estoy hasta las narices de cobardes, histéricas y cazadores/as.
Y a los que no les guste... que se maten entre ellos. O se operen. Pero que me dejen en paz, que todavía hay clases.
He dicho.
Hace un día hablaba de mi soledad, ésa que el que un día se llamó amigo mío ha dado a entender que me merezco por no comulgar con ruedas de molino como hacen otros con tal de tener a alguien en su cama. O por mi fea costumbre de elegir muy mucho de quién me rodeo. Incluso por mi negativa a agarrarme a ningún clavo ardiendo para no estar sola. Pues sí, estoy sola en muchos planos. En algunos a mi pesar pero en otros, sin duda alguna, por decisión propia.
Tiene gracia que, después de tres meses sin escribir para evitar que mi gusto por mostrar mis sentimientos sin pudor fuese utilizado contra mí, no hayan pasado ni 24 horas antes de la aparición de los inseguros, las chifladas y los cobardes de turno dispuestos a derribarme.
Me da lo mismo. No soy una persona que busque parecer buena o mala. Soy real. Ayer he tenido un día para olvidar en muchos sentidos pero, por otra parte, me he quedado la mar de a gusto poniendo a algunas personas en su lugar, ya que ellas desconocen cuál es.
Me importa un pepino que haya quien opine sobre mi estado emocional para atacarme. Ésta es mi casa, lo he dicho cientos de veces, y en mi casa hay que comportarse. El que no lo haga se expone a recibir de su propia medicina. Tratar de hacerme daño mediante la dialéctica es, simplemente, patético.
Espero que quien no sepa leer o se crea el ombligo del mundo recuerde que yo escribo para mí, no para enviar cartas envenenadas. Y que las personas sin sensibilidad ni cultura para entender lo que transmito a través de las teclas se abstengan de acercarse y vuelvan a leer cosas al nivel de su escasa altura intelectual.
Por lo demás, podría contar muchas cosas pero, salvo nuevas provocaciones, me voy a callar.
Ofrecí una amistad leal, honesta y blanca a alguien que no tiene arrestos para defenderla ni hacerse valer siquiera para evitar ser atacado por ello. El trofeo es un follón de la extraña pareja internáutica sin cerebro ni confianza que, sin siquiera conocerme, trata de convertirme en el centro de sus males. Que os den.
El que se cubra de mierda que haga el favor de no salpicarla a los demás para salvarse. Estoy hasta las narices de cobardes, histéricas y cazadores/as.
Y a los que no les guste... que se maten entre ellos. O se operen. Pero que me dejen en paz, que todavía hay clases.
He dicho.
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martes, noviembre 20, 2012
La Soledad
Es mi tercer intento de regresar y espero que, esta vez, no sea saboteado por los demonios informáticos.
Había empezado dos o tres veces con un rollazo de cómo y por qué iba a escribir a partir de ahora pero visto que los hados han dejado claro que mis paranoias mentales no le interesan ni al Tato, voy a pasar.
Lo único que aclararé es que seguiré escribiendo con las vísceras, que me importa un pepino si resulto triste, alegre o me desnudo demasiado. Mi blog me hace bien aunque se convierta en una Canción Triste de Hill Street así que vuelvo por mis fueros, con mis días buenos y malos. Asumo las consecuencias, como siempre.
Llevo una buena temporada luchando activamente con mi actitud negativa. Una actitud muy dañina pero dificilísima de controlar cuando las cosas no ruedan y que, paradójicamente, colabora activamente en que no rueden. Me lo han explicado muy bien pero sigo sin asumir la práctica.
No es ningún secreto que me abruma la soledad, cada día más intensa en mi vida. Trato de hacer nuevas cosas, de aceptarla (si es que eso se puede aceptar) pero no se me da demasiado bien.
Echo de menos aquellos tiempos en que me sentía arropada por mis entonces amigos. Añoro los días de fiesta y los vinos y cervezas en casa. Desearía que no pasasen semanas enteras sin ver un adulto ni hablar con nadie que no sean mis hijos (¡Gracias a Dios que están ellos si no, esto sería un infierno!), pero así es mi realidad actual.
Ahora la soledad es mi compañera habitual. De mis viejos amigos apenas quedan un par, que son maravillosos pero que, como todo el mundo, tienen sus vidas. Puedo gritar socorro y ahí están (son dos apenas...). Lo peor es que a la que le falta vida es a mí y la he convertido en un mero pasar.
Estoy más vulnerable que nunca. No me preocupa confesarlo, creo que nadie me ve ni me escucha. He pasado la etapa de la autocompasíón y, ahora, intento hacer cosas para salir de ese estado. No lo parece pero estoy luchando.
No es fácil. Intento conocer gente pero eso ya no funciona como antes. Al menos necesitaría una simple amiga para ir a dar una vuelta y socializar. No la tengo. O un buen amigo para tomar unos vinos. Tampoco lo tengo. Las novias de los hombres me odian. Me encantaría formar parte de un grupo aunque nunca he sido muy de pandillas pero ahora me vendría bien. No es factible. Estoy simplemente sola por dentro y por fuera.
Es bueno decir que puedo escribir esto con cierta distancia, desapasionadamente, porque me he sentido tan mal que no podía ni abrir el PC. Ahora me encantaría contar alguna cosa entretenida o no, lo que fuese. No tengo nada que contar.
Trabajo en casa, a nivel laboral, sin cobrar, y a nivel familiar, pagando. Eso me impide ver a casi nadie. El dinero sigue escaseando, así que tampoco me doy desestresantes caprichos del estilo de unas botas y un jersey para mi hijo, que los necesita hace tiempo.
Escribo y noto que mi texto está igual que yo: sin chispa, sin gracia, sin entusiasmo. Así que, por hoy, lo voy a dejar. Pero quiero volver, quiero seguir escribiendo y éste es un primer paso.
Lo siento si os he defraudado.
Había empezado dos o tres veces con un rollazo de cómo y por qué iba a escribir a partir de ahora pero visto que los hados han dejado claro que mis paranoias mentales no le interesan ni al Tato, voy a pasar.
Lo único que aclararé es que seguiré escribiendo con las vísceras, que me importa un pepino si resulto triste, alegre o me desnudo demasiado. Mi blog me hace bien aunque se convierta en una Canción Triste de Hill Street así que vuelvo por mis fueros, con mis días buenos y malos. Asumo las consecuencias, como siempre.
Llevo una buena temporada luchando activamente con mi actitud negativa. Una actitud muy dañina pero dificilísima de controlar cuando las cosas no ruedan y que, paradójicamente, colabora activamente en que no rueden. Me lo han explicado muy bien pero sigo sin asumir la práctica.
No es ningún secreto que me abruma la soledad, cada día más intensa en mi vida. Trato de hacer nuevas cosas, de aceptarla (si es que eso se puede aceptar) pero no se me da demasiado bien.
Echo de menos aquellos tiempos en que me sentía arropada por mis entonces amigos. Añoro los días de fiesta y los vinos y cervezas en casa. Desearía que no pasasen semanas enteras sin ver un adulto ni hablar con nadie que no sean mis hijos (¡Gracias a Dios que están ellos si no, esto sería un infierno!), pero así es mi realidad actual.
Ahora la soledad es mi compañera habitual. De mis viejos amigos apenas quedan un par, que son maravillosos pero que, como todo el mundo, tienen sus vidas. Puedo gritar socorro y ahí están (son dos apenas...). Lo peor es que a la que le falta vida es a mí y la he convertido en un mero pasar.
Estoy más vulnerable que nunca. No me preocupa confesarlo, creo que nadie me ve ni me escucha. He pasado la etapa de la autocompasíón y, ahora, intento hacer cosas para salir de ese estado. No lo parece pero estoy luchando.
No es fácil. Intento conocer gente pero eso ya no funciona como antes. Al menos necesitaría una simple amiga para ir a dar una vuelta y socializar. No la tengo. O un buen amigo para tomar unos vinos. Tampoco lo tengo. Las novias de los hombres me odian. Me encantaría formar parte de un grupo aunque nunca he sido muy de pandillas pero ahora me vendría bien. No es factible. Estoy simplemente sola por dentro y por fuera.
Es bueno decir que puedo escribir esto con cierta distancia, desapasionadamente, porque me he sentido tan mal que no podía ni abrir el PC. Ahora me encantaría contar alguna cosa entretenida o no, lo que fuese. No tengo nada que contar.
Trabajo en casa, a nivel laboral, sin cobrar, y a nivel familiar, pagando. Eso me impide ver a casi nadie. El dinero sigue escaseando, así que tampoco me doy desestresantes caprichos del estilo de unas botas y un jersey para mi hijo, que los necesita hace tiempo.
Escribo y noto que mi texto está igual que yo: sin chispa, sin gracia, sin entusiasmo. Así que, por hoy, lo voy a dejar. Pero quiero volver, quiero seguir escribiendo y éste es un primer paso.
Lo siento si os he defraudado.
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