miércoles, agosto 22, 2012

No quedan días de verano

Demasiadas veces siento el deseo de escribir y no sé sobre qué hacerlo. Hablar sobre mí es una redundancia tal como intentar evitarlo en este blog que hace tiempo se ha resignado a ser un lienzo de sentimientos (yo, que soy inmensamente torpe en el arte de pintar).

Pero los temas sesudos, aunque se me dan bien, y polemizar, que se me da mejor, no me apetecen en este momento de mi vida para el blog. Laboralmente sí me gustaría escribir sobre cosas de ese cariz pero aquí, no me nace. Y lo que me nace es demasiado personal, como siempre.

Me preocupa que se acabe el verano. Bueno, o lo que sea que hayamos tenido aquí. Galicia está hermosa, no se ha incendiado. Es la parte positiva de un estío penoso que hace que me desquicie cuando los telediarios -que, como sabéis, evito al igual que la peste- muestran una y otra vez las imágenes de los españolitos que, al parecer, han pasado tantísimo calor estos meses. Aquí no, señores, aquí hemos tenido dos días de calor y cinco nublados o con lluvia. Una auténtica pesadilla. Otro verano sin verano, que decimos por aquí. Es muy frustrante, hay que vivir un eterno invierno de lluvias para llegar y encontrarse con un semiveranillo de tres al cuarto para comprenderlo. Y ahora, hasta eso está a punto de acabar.

A mí el sol me da vida. Me siento y soy más feliz en estas fechas. Tengo más tiempo para mí, para salir, estoy más animada, hasta más guapa, se diría... Y temo que, cuando regrese el monzón, mis avances se pierdan. Espero que no, espero seguir adelante, que mis proyectos se hagan realidades pero temo al encierro, a la falta de luz. Los temo de un modo real, la oscuridad daña mi estado de ánimo, no salir me hace sentir cautiva. La rutina escolar, los días todos iguales... Cómo añoraré el verano que este año no quiso venir...

Iré a pasar unos días a mi querida capital en un par de semanas. Como sabéis, todos los años iba con la mayor frecuencia posible pero el pasado fue muy complicado por miles de motivos y no he estado nada. Y me hace tanta falta volver a mi segundo hogar... Esta vez con más emociones añadidas, emociones que pueden ser peligrosas pero de las que te resucitan, te recuerdan que estás viva y te compensan, incluso, aún cuando vienen con fecha de caducidad.

Necesito la luz castellana, el hongo contaminado de mi Madrid, el dulce abrazo de mis buenos amigos y sus niños. No tendré mucho tiempo, apenas disfrutaré las luces de neón, las tiendas y las grandes calles del centro pero no me importa. Iré a casa.

Aunque ya no tenga un hogar allí.


miércoles, agosto 15, 2012

Agosto otoñal

Estamos a 15 de agosto y desde mi salón escucho cómo ruge el viento y la lluvia golpea con furia los cristales del ventanal. En estos encantadores momentos es cuando pienso en todos los turistas que, amablemente nos visitan unos días al año y que, más amablemente todavía, ni se quejan si llueve o está nublado.

"¡Qué maravilla de clima!"," ¡Qué suerte estar tan fresquitos en verano!", "¡Pero qué bien vivís aquí!", exclaman al tiempo que recuerdan lo feliz que les hace ponerse una mantita para dormir por la noche, abrigarse en pleno verano y hasta comprarse alguno de esos infames chubasqueros de plástico para protegerse del vendaval improvisado que, a diferencia de los tropicales, puede durar días enteros y baja la temperatura hasta niveles otoñales.

Aquí es cuando a mí me llaman renegada y con razón. Verdaderamente, Galicia es una belleza sin par para ver, comer, beber y hasta fiestear. Pero para los gallegos, que nos pasamos todo el laaargo invierno padeciendo el diluvio universal con la vana esperanza de que el verano nos compense (bien sabemos que aquí no hay garantías), encontrarnos con que la mitad del estío no sólo llueve sino que, encima, ni siquiera hace calor, es una auténtica burla celestial.

Cierto es que mis paisanos lo llevan muchísimo mejor que yo. Incluso en esta estación en que todos despotricamos contra la porquería meteorológica que nos castiga igual que el año pasado y el anterior siempre hay una voz amnésica que gorjea: "¡Ah, pero hace tres años pasamos muchísimo calor! ¿Recuerdas?". ¿Quién tiene la osadía de decir que los gallegos no son positivos?

Pues yo estoy, como dirían los argentinos, repodrida. No especialmente amargada porque este año he decidido que no me da la gana de que me fastidien mi crecimiento personal pero, leches, me hace falta metabolizar la vitamina D. No voy a mejorar mi altura pero es pronto para la osteoporosis. Además, cuando hace buen tiempo no tengo jaquecas y en cuanto las nubes cubren el cielo, soy como los galos, tengo la clara sensación de que éste se va derrumbar sobre mi cabeza.

Eso por no hablar de que el ligero bronceado que he adquirido me abandonará y con él, el sex-appeal veraniego que hace que mi teléfono suene con más frecuencia y mi ego compense mi no muy elevada estatura.

Yo opino que en mi región tenemos tres estaciones: otoño, invierno, otoño y mi... Como dice mi amiga Pepa... "¡Mira como chove!". Claro, así tenemos un verde que te quiero verde que es la envidia del país. Sin embargo, ¿Alguien se hace una idea del altísimo precio que pagamos por este hermoso decorado? ¿Y lo poco que se puede disfrutar paraguas volador en mano?

Nada, sigo añorando el secano, la gran ciudad o los paraísos tropicales, y soy una incomprendida. ´Sé que he de aprender a aceptar lo que la vida me da, a vivir con el clima que me toca, con la ciudad que me toca y el entorno que me toca. Pero ser una inconformista, ambiciosa, inquieta, curiosa y poco amiga de resignarse tiene un precio.

Dicen que los creativos no somos organizados ni disciplinados. Es una gran verdad. Pero es hermoso ser creativo. Los creativos hacen que el mundo cambie, se emocione o conmocione, transmita, sea irredento y se rebele contra lo establecido. Siempre repito que quiero ser de ciencias para poder optar a puestos de trabajo más demandados pero... no sería yo. Lo único que me enorgullece de mí misma son mis hijos y mi don. Y un don es algo que se da. Así que ser muy bueno en algo que aporta algo a los demás, es bello.

Por ello prefiero ser indisciplinada, un poco torpe, trabajando siempre a golpe de inspiración, sin planificar ni mis textos ni mi vida. De hecho, cuando he planificado los futuros posibles no me ha ido bien, así que he presentado mi dimisión. Y tan feliz, oiga.

Me dedico a ser creativa con mi bienestar, mis sentimientos y mis impulsos. Quiero ser creativamente feliz, fluir, dejarme llevar aunque mi felicidad sólo sean retazos de luz...

¡Pero qué luz! ¡Una llamarada!


(Y aunque no tenga que ver con la lluvia tengo ganas de colgar y dedicar esta canción, sin pretensiones pero con toda su belleza y naturalidad).


jueves, agosto 09, 2012

El volcán vive

Creía que había dejado de existir, que había muerto.

Yo misma participé en su magnicidio. No fui la única ni, por supuesto, la más importante.

La hoguera de las vanidades de los sin alma trabajó activamente en su destrucción: los cobardes pusieron su bloque de granito. Los mentirosos la impulsaron al abismo. Los ineptos la apagaron a escobazos. Los necios le robaron la emoción. Los ingratos llamaron estupidez a su generosidad. Los lujuriosos no apreciaron su don. Los tibios no estuvieron a su altura. Los duros de corazón no supieron amarla. Los enamorados inexpertos no pudieron llegar hasta ella.

Era un Vesubio esperando una hermosa Pompeya sobre la que desbordarse, fundirse, derretirse. Un volcán en una Tierra fría, más cerca del Sol de Medianoche que del centro de las entrañas en las que se calcinaba. Un ser fuera de lugar que sentía tanto, vivía tanto, percibía tanto, que no encajaba en ninguna parte.

Ese rugido no compartido la estaba destruyendo. Me destrozaba verla así, por eso tuve que detenerla.

Pensaba que era lo mejor. Primero sedarla del dolor causado por los sentimientos no correspondidos, por el fuego que no encuentra otro fuego que lo mantenga y lo avive. Después, ir apagándola poco a poco, despacio, que el crepitar de las ramas y hojas yermas no resuenen a muerte. Al fin, el silencio hueco, helado de la negritud. Apagué sus ya débiles llamas. "Lo hago por su bien", quise creer.

Donde hubo lava sólo quedaron piedras y fósiles. Ya no sentía nada. Si acaso, la tenue calma de aquélla que sabe que hubo tiempos donde se sintió todo pero se sufrió más. Una lobotomía del corazón que la mantenía a salvo de nuevos daños.

Ahogué su esencia, esa locura de vivir, su sensualidad apta sólo para iniciados, esa fuerza que arrastraba con ella a quien la veía, la chispa electrizante que lo anegaba todo mientras se permitió ser piel y no pensar en las consecuencias. No dejé espacio a su alma libre y salvaje. Creí que había fenecido, que se había ido. Y ella también.

Sólo cuando se cruzaron todo volvió a su lugar. O mejor aún, el desorden tomó las rienda. Las chispas, la lava en forma de sangre, se adueñaron de nuevo de sus venas y de su alma, seca y dormida durante milenios. Sus salivas fueron una y el fuego anegó el valle, arrasó la cordura, las buenas costumbres, los convencionalismos y la Ninfa fue Vesubio y halló, casi sin rozarla, su Pompeya donde inflamarse, diluirse y SER.

Desde entonces es llama, antorcha viviente, fuego inextinguible. Es ella, decidida a inmolarse, a morir en su propio calor, sin miedo al dolor de las llagas que pueda causarle ese fuego abrasador que le muerde las entrañas y la tiene tan viva que no puede pensar en otra cosa que calcinarse en y con él.

Y no hay futuro para las hogueras y es muy probable que tampoco para las ninfas pero nadie, nadie volverá a quitarles el privilegio de sentir.

Aunque deba resucitar una y otra vez para probar el dulce dolor de morir abrasada por haber tenido el valor de vivir. Esta vez no habrá nadie que la entierre.

 Así tenga que acudir a enterrarlo yo misma primero.