martes, diciembre 21, 2010

Es locura, no es tristeza

Me has reclamado justicia. Reconozco estar sorprendida tanto por tu petición como por el hecho de que sigas mi blog. Cuando alguien sale sentimentalmente de tu vida -aunque es cierto que en nuestro caso esto es relativo -, una piensa que es porque no le interesa lo que haces, lo que piensas o lo que sientes. En cualquier caso, intento (no siempre lo logro, no soy más que un pobre ser humano) ser justa así pues, obviaré la parte dolorosa por dos motivos: en primer lugar, considero que aún quedan cosas por resolver y/o aclarar y no aprecio interés alguno por tu parte en hacer lo necesario para que este capítulo se cierre de la mejor manera posible. Desconozco tus motivos como, probablemente, muchas otras cosas de ti. En segundo, porque pretendo aprender de mis errores y construir en lugar de destruir, incluso cuando las heridas sean, en algunos aspectos, terribles.

Pero tienes razón, no es justo que dé la impresión de que de tu paso por mi vida sólo he sacado dolor y traición. Rencor no siento, principalmente porque estoy inhabilitada para él con respecto a todo el mundo. Eso no supone que sea santa Teresita de Jesús y no me frustren y enfaden los daños que me causan los demás. Tengo una lengua afilada que procuro medir -antes no lo hacía y puedo ser temible- porque suele tener bastante más mala leche que yo. Soy consciente que desprendo una imagen que no es mi aliada: esa mujer mordaz, fuerte e imbatible dialécticamente tiene que cargar con la cruz de ser la primera candidata a ser lastimada con mayor despreocupación. Sin embargo, la fuerza no presupone que el dolor sea menor, sólo que se lleva con más elegancia.

Pero no es de mí de quien quiero hablar. Si fuese cien por cien justa en mi valoración, no saldrías muy bien parado en este momento por la parte que a me toca, pero es un hecho que sí has traído muchas cosas positivas a mi vida y, puesto que para ti es importante, es de ley que las reconozca. El problema no es si has sido bueno o malo, el problema es que no sé cómo ni por qué han sucedido muchas cosas y sigues sin informarme. No sé si porque no puedes enfrentarte a mí con la verdad desnuda (un error, prefiero una verdad cruel a la más piadosa de las mentiras) o porque entiendes que no hay nada que no esté claro ni nada por lo que hayas de sentirte mal. Ese enigma sólo puedes aclararlo tú.

Cuando llegaste a mí, mi corazón sangraba aún por el último golpe amoroso, sin lugar a dudas el más duro de mi existencia. No deseaba enamorarme de nuevo, me había preparado para un pequeño amor, uno de ésos en que el otro quiere mucho y uno poquito pero se está a gusto. Son los más duraderos y con cero posibilidades de sufrimiento. A eso aspiraba antes y ahora.

No fue un amor a primera vista, eso sólo me ha ocurrido una vez y dudo que se repita. Eres muy inteligente, sabías qué había que decir y cómo había que hacerlo para que me fuese entregando, casi sin darme cuenta. He de confesar que durante los primeros meses de nuestra relación seguía amando a J., no había mañana en que no despertase recordándole. Ahora no viene a mi mente a primera hora del día pero tampoco pasa un sólo día en que pueda decir que no le he pensado ni un minuto. Eso ocurre cuando has vivido un gran amor, ojalá pudieses comprenderlo.

A pesar de todo, poco a poco, me ganaste. Recuerdo perfectamente el momento en que me dijiste por primera vez que me querías. Me paré y te pregunté si eras consciente de lo que significaba decir eso y aseguraste que sí... Y yo te creí. Fuiste atento, tierno, te preocupabas por mis problemas, me dijiste que ya no estaba sola. Y yo volví a creer porque, ciertamente, me ayudaste, me escuchaste y, sobre todo, me diste tranquilidad, cariño y en ningún lugar estaba más segura que en tus brazos. Eras mi caballero andante, siempre dispuesto a resolver cualquiera de mis cuitas. Un tiempo feliz y hermoso del que no reniego. No sé tú.

Te arriesgaste de veras dándome un trabajo -temo que ahora te arrepientes y eso duele tanto a nivel laboral como personal-, me liberaste de deudas, disfruté mi única y fugaz luna de miel a tu lado en un París que conocí cuando hay que hacerlo y como hay que hacerlo: plenamente feliz y enamorada, con un hombre que me lo daba todo (así lo creía, si me equivocaba o no es duro analizarlo pero esos momentos no me los robará nadie ya). Íbamos a hacer muchos viajes juntos, preparamos uno a Dubrovnik... pero no era conmigo con quien querias ir. El caballero de París ya no me sentía y no quise o no pude darme cuenta.

Hemos compartido, desde mí al menos, una química personal perfecta: hemos llorado de risa, intercambiado preocupaciones, hemos apreciado y admirado el criterio del otro, nos hemos dado los abrazos más estremecedores del mundo y, por un tiempo, te amé sin barreras ni peros, con tus defectos (los que yo conocía) que suplías con mi firme creencia de que eras un hombre esencialmente bueno, el mejor, solía decir, No es que crea que eres malo, simplemente (y es una opinión) vista tu trayectoria con las mujeres, no estás capacitado para amar. Priorizas el edonismo, no sé si consciente o inconscientemente y, una vez pasada la novedad, saltas a tu nueva aventura... Decías que estabas cansado... Pero temo que no. Tengo la impresión de que no puedes empatizar con el dolor y los sentimientos ajenos y eso hace que, sin mala intención, no te preocupen, no te hagan sentir mal.

No te juzgo por elegir esa vida o por no poder evitarla. Sólo te pido por mí y por las que te acompañen ahora y en el futuro que seas sincero: todos tenemos derecho a conocer las reglas del juego.

Ahora pareces remoto y permanentemente enfadadado conmigo. Si antes no me regañabas ni cuando debías, ahora cualquier motivo es bueno para descalificarme. Tal vez crees realmente que no hago casi nada bien o, quién sabe, donde hay odio hay sentimiento... y no sabes cómo canalizarlo.

Pero sí, has sido positivo en mi vida. He descubierto que volver a enamorarse es posible (aunque no me queden ganas de repetir pero, conociéndome, eso también cambiará)y que soy bastante menos inteligente de lo que tú y yo pensábamos. Asimismo, me has dado la relación más larga tras mi divorcio (y no lo ha sido mucho, quizá porque lo que yo he venido a aprender en este mundo es que los hombres son agradables pero no deben ser necesarios para mi felicidad) y me has "regalado" -aunque no haya sido exactamente así- a Dharma, una gata que me alegra los días, me da el cariño que ya no busco fuera de casa, aparte del de mis niños, claro. Su nombre es todo un símbolo, parte de mi nuevo futuro posible, el que estoy creando.

Te he querido pura, total y desinteresadamente, sin condiciones. Los buenos recuerdos aún hacen latir mi corazón por ti de vez en cuando, pero ya no somos los mismos, especialmente tú. Tus ojos no brillan al verme, me rehuyen y los mios ya no esperan nada de ellos. Fue muy hermoso pero pudo serlo más. Pudo ser auténtico y duradero. Como dice la canción... "descubrirás tarde el secreto y entenderás cuánto te di".

Pero todavía no estás preparado para fundirte con una Ninfa. Por ello, aún sintiéndote dentro todavía, como dice la canción..., "perderte no me cuesta".

(Escúchala, merece la pena)

2 comentarios:

Chipsoni@ dijo...

A nadie le gusta que le enmienden la plana y todos quieren haber dejado cosas positivas en las vidas de los demás, pero de ahí a pedir algo que no te ha necido hacer... en fin, que si, que todas las relaciones nos dejan cosas bonitas, pero si lo has hecho mal te tienes que preparar para la pataleta del otro y no echarle tanta jeta a la vida.

Un besito y sigue con esa actitud, que sólo te traerá cosas buenas, ya lo verás.

angelos dijo...

A pesar de los pesares, si uno, al final, es capaz de quedarse con lo bueno de lo malo el viaje no habrá sido en balde.

Leyendote, parece que en este caso has sacado mas cosas positivas que negativas.

Solo gana quien apuesta.

Besos