Escribo poco y leo menos aún en la red. Sin embargo, de vez en cuando entro en blogs conocidos -el concepto de amigo me parece que, lamentablemente, queda grande en las bitacoras e incluso en la vida misma, en demasiados casos- buscando nuevas visiones, un buen texto o algo que refresque mi conciencia o mi afán de enriquecerme literariamente.
Salvo honrosísimas excepciones, encuentro que (probablemente al igual que yo) nos repetimos como el ajo. Supongo que soy una rebelde sin (o con) causa pero reconozco que me hastía un poco leer tanto tópico en el que lo mismo hacemos exaltación de la amistad teórica y de las cosas sencillas de la vida que, al día siguiente, nos rasgamos las vestiduras porque esa preciosa vida y las personas que la conforman no están diseñadas a nuestra medida. Nos falta autocrítica y utilizo el "nos" a conciencia.
Yo tengo un elevado concepto de la amistad, lo he reiterado mil veces. Poner en tan alto lugar ese tipo de relaciones humanas tiene un coste elevadísimo. Por una parte, porque las decepciones están servidas. Unas veces te decepcionan los demás y otras decepcionas tú. Y cada cual ve la amistad y lo que espera de ella de un modo diferente. Desde mi punto de vista, los verdaderos amigos se aceptan en la diferencia, se reconocen en la afinidad y, por encima de todas las cosas, se respetan y quieren al margen de pequeñas cosas que rayan lo infantil.
Me ha pasado más de una vez, supongo que a quien lee también. He conocido a personas a las que he querido mucho y hubiese hecho por ellas lo que fuese. Pensaba, cuando era más jovencita, que el sentimiento debía ser biunívoco aunque no por ello una obligación. El tiempo, la experiencia y la gente que ha pasado de largo por mi vida me han enseñado que los demás no han de amarte como tú a ellos -en en fondo y en la forma- y no por eso son peores que tú.
Me han enseñado que se puede ser amigo de alguien que no te dará lo mismo que ofreces, no porque no te quiera, sino porque, bien no tiene la capacidad, bien ese sentimiento de amor fraterno no tiene la misma dimensión para todos.
Yo tengo cierta a tendencia a ser muy tolerante con los amigos, en el mejor sentido de la palabra. Para mí sólo pesan e importan los grandes gestos. Los pequeños errores, la diferencia de opiniones o los detalles que a mí me pudieran molestar pero que soy consciente que no soy nada personal, los obvio. No compensa.
Siempre me quedo con las cosas grandes, grandes para mí. Yo soy una persona que lo da todo en las situaciones de gran crisis lo mismo que no me doy cuenta de que meto la pata en cosas que, para mí, no tienen la menor importancia. Y, aunque tengo claro que nadie ha de vivir la amistad del mismo modo, sí tiene que conocerme y valorarme por lo leal que puedo llegar a ser cuando las cosas se ponen feas para mí o para los demás.
A lo largo de mi vida he creído tener grandes amigas que, cuando sufrían, se apoyaron en mí (apoyo que les entregué y volvería a entregar de mil amores) y cuando no les haces falta, hacen de tonterías graves defectos o afrentas personales. No me ha importado descubrirlas, la verdad. Al sufrimiento inicial siempre le sigue la sensación de haber visto a tiempo que la gente que no me conoce o no quiere usarme más que como paño de lágrimas en la adversidad, no me interesa.
Tras muchos meses de oscuridad y un año extraño en el que me sentí fuera del mundo largo tiempo, comienzo a reencontrar mi lugar. Siguen decepcionándome los amigos de papel y los personajes con complejo de censor pero, como ya es costumbre hace muchos años, me importa un bledo.
El hecho es que los amigos que han permanecido, han creído en mí en la distancia y la imperfección. Son los de siempre, quizá porque me conocen, saben de mi despiste, de mis errores pero también de mi fondo. Que, lo mismo que me olvido del día de su cumpleaños, donaría un riñón para salvar sus vidas. Probablente no sea ideal pero soy tal y como me muestro. Y así me gusta que sean los que me rodean.
Por eso será que me rodeo de tan pocos.
Pero pocos son tan buenos.
2 comentarios:
Si me compro un coche nuevo siempre viene un imbécil a decirme que el suyo consume menos, o corre más, o sacó un mayor descuento gracias a un primo de su cuñado.
Si he disfrutado de una excelente comida, siempre aparece un idiota para anunciarme que el mejor cordero se toma en un bareto de mala de mala muerte que sólo él conoce.
Si he vuelto de mis vacaciones en Galicia, llega un tonto a contarme que se ha pasado 10 días en un hotel en el culo del mundo emborrachándose a diario porque era un "todo incluido".
Si consigo un alquiler razonable en una zona de mi gusto, aparece alguien: "¿porqué no me avisaste a mí?... precisamente conozco a uno que te hubiera podido alquilar algo mejor y más barato".
Pero, ¿sabes qué?. Que me dan igual el idiota, el imbécil y el tonto porque soy feliz con mi coche, mis días en Galicia, la comida que he disfrutado o el piso que voy a disfrutar. ¡Que les den!
¡Cómo te comprendo!, lo cierto es que hay muy pocos amigos de los de verdad y son los únicos que me interesan. Son muy pocos, pero cada uno de ellos vale por cien.
Conclusión, cuanto menos bulto, más claridad. Y más paz por cierto.
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