Mi pobre blog, qué abandonado te tengo... Es que no doy abasto porque mi vida laboral (la retribuida y la que no, esto es, la maternidad) y algo de espacio personal no me dejan tiempo para mucho. Pienso constantemente en ello, sin embargo, es una lástima que nunca vaya a tener tiempo material de hacerlo en serio pero soy algo fatalista, si esto ocurre así será que no es mi destino que mis letras vayan algo más allá de la red. Lo malo de las personas como yo es que siempre tenemos la sensación de estar desaprovechadas, como si algo dentro de nosotras se perdiese sin saber cómo ni por qué. Cosas de escritora frustrada.
He disfrutado de una maravillosa visita, esperada hace mucho tiempo. He tenido el placer y el honor de conocer una Orquídea cien por cien natural, nada de imitaciones. Como era de esperar, no sentí que acababa de conocerla, porque mentiría. En la distancia ha estado ahí siempre, desde hace años. Cuando perdí mi trabajo en Madrid o llegaron épocas emocionalmente muy oscuras, siempre había un correo privado ofreciendo apoyo, calor y amistad. En drecto mejora, como todo lo bueno. Parece muy joven, es y se ve tierna y dulce, frágil y fuerte al tiempo. Con ese aspecto sosegado que tienen las vidas muy vividas, acostumbradas a luchar con la adversidad y la mentira, los grandes retos de esta complicada existencia.
Nos hemos reído recordando el foro en el que nos conocimos, hace ya unos cuantos años y también hemos mirado al pasado reciente ya sin amargura, los ojos ya secos y brillando hacia otro lugar. Venía acompañada de su alter ego, ese romántico y abierto Rkincaid, que no hacía más que recordar que le había reñido en su primer comentario... Aún no sabía que la polémica me gusta más que a un tonto un lápiz.
Yo he compartido con ellos lo poco o mucho que tengo. A mi elfo impuntual, esa calamidad que me tiene cada día más atrapada con su inmenso corazón e irresistible simpatía. Siento que mis dos buenos amigos ya no virtuales serán para mucho tiempo por maduros, por auténticos, por buena gente, por honestos.
Gracias por habéroslas apañado para encontrar un lugar en vuestras agendas que confluyese en la ciudad del Apóstol. La próxima vez os venís sin hotel, que no os hará ninguna falta. Y ojalá que sea capaz de lograr que el Caballero encuentre 48 horas sólo para mí y poder escaparnos a conocer esas tierras del norte. O en punto intermedio, Santander, (que ya sabéis que decía C. "en medio, en medio... no sé yo"). En cualquier caso, ya sabéis que en mi corazón tenéis sitio ganado a pulso y en Compostela, casa, esté llena de gente o no.
Es una promesa
sábado, mayo 29, 2010
viernes, mayo 07, 2010
A flor de piel y alma
Ando con los sentimientos a flor de piel, para lo bueno y para lo malo. Para los que hemos sido, desde la infancia, maestros en el arte de resguardarnos del temporal (con la que caía constantemente...), dejar el alma al aire tiene una doble vertiente, un polo positivo y otro negativo.
El polo positivo viene de la mano de liberarse para sentir a todos los efectos (no sólo del amor romántico, de toda clase de cariño, que tampoco nos resulta fácil). Para las personas que han vivido en entornos "tradicionales" -familias razonablemente unidas, en las que se han sentido queridas y valiosas-, el amor forma parte inseparable de su ser. Pero hay otras realidades, no se sabe si mejores o peores (quizá la lección que venimos a aprender no es la misma para todos) que son partícipes innegables del ser humano que otros hemos de llegar a ser.
La verdad es que no reniego, a pesar de los pesares, de mis orígenes. Lo hice mientras era muy niña y muy joven. Sentía vergüenza y dolor, era una extraña en mi propio mundo, ese mundo que dejé atrás hace mucho y en el que siempre he sido el perro verde, un elemento discordante y fuera de lugar.
No reniego porque me parezca hermoso -casi nunca lo fue- pero me ha enseñado muchas cosas. Al igual que las numerosas vicisitudes que han acontecido en este curioso "pasar" que es la vida (muy especialmente en los complejos y accidentados últimos seis años, partiendo de que la enfermedad y fallecimiento de Pablo son un punto y aparte en toda mi existencia) han hecho de mí quien soy, me han forjado.
Hace unos días conversaba con una de mis mejores y más antiguas amigas. Me contaba que había hablado sobre mí con otra persona que decía verme bien y le preguntaba a A. si yo era así realmente. A. le explicó que, sí que estaba bien y ésa era la Ninfa auténtica. Lo sabe porque ella ha asistido, a lo largo de todos estos años, al espectáculo de mi trayecto en el que, como señaló, lo perdí todo. Como ella misma recuerda, todos hemos tenido malos y buenos momentos, pérdidas y baches, pero pocos hemos tenido la dudosa suerte de ver cómo todo lo construido, cotidiano y no, años de esfuerzo y dedicación, se derrumbaba como un castillo de naipes.
Es por esto que no es sencillo desde fuera entender mis inseguridades, mi omnipresente sensación de no-permanencia, de no-pertenencia. Para alguien como yo, una vida normal es extraordinaria. Un trabajo con un salario que garantice que mis hijos comerán todos los días, es un lujo. El cariño de mis amigos, una joya que cuido y riego porque ocupan el lugar de la familia que jamás tuve. El amor... un sueño por el que casi me asusta cerrar los ojos y descubrir que, una vez más, es, un espejismo.
Por eso pocos me comprenden cuando ni me atrevo a pensar en que el devenir rodará de un modo... "normal". Tal vez esté diseñada para las grandes pasiones, las grandes emociones, buenas y malas. El caso es que, ciertamente, una vez abierta la Caja de Pandora y desatada la Ninfa vulnerable y deseosa de dar y recibir, no en teoría, no en los sueños ni en los blogs sino en la vida real, con toda la crudeza que esto conlleva, no hay marcha atrás, así me empecine en negarlo.
He vivido enormes decepciones, grandes fracasos y aún mayores frustraciones. Todo ello me hace sentirme enormemente afortunada de lo que tengo y pueda llegar a alcanzar, en casi cualquier ámbito. El infortunio te hace más humilde, más abierto al cambio, más dispuesto a pelear aunque sólo sea por necesidad.
Hubo un tiempo en que, sinceramente, llegué a estar convencida de que una "vida normal" era inalcanzable para mí. Que ya no podía aprender cosas, que estaba agotada intelectualmente, que mi lucha títánica carecía de sentido, que no habría un día en que, simplemente, el tiempo y los acontemientos siguiesen su curso y me acompañasen sin excesivos sobresaltos.
Hubo un tiempo en que creí firmemente que mi oportunidad de amar con todo el corazón había pasado, que ya había conocido al hombre de mis sueños y no había podido ser, que ya no era una niña para seguir esperando futuros más halagüeños. Incluso aunque eso pueda ser así en el porvenir, me equivocaba.
Mi nueva aventura empieza hoy y tiene nombre propio. Tengo la firme sensación de que todo lo que ha acontecido antes era sólo la previa de lo que estaba por llegar, el aprendizaje para saber valorarle, descubrirle y amarle.
Y no tengo ganas de hacer ninguna otra cosa, Cavaliere.
El polo positivo viene de la mano de liberarse para sentir a todos los efectos (no sólo del amor romántico, de toda clase de cariño, que tampoco nos resulta fácil). Para las personas que han vivido en entornos "tradicionales" -familias razonablemente unidas, en las que se han sentido queridas y valiosas-, el amor forma parte inseparable de su ser. Pero hay otras realidades, no se sabe si mejores o peores (quizá la lección que venimos a aprender no es la misma para todos) que son partícipes innegables del ser humano que otros hemos de llegar a ser.
La verdad es que no reniego, a pesar de los pesares, de mis orígenes. Lo hice mientras era muy niña y muy joven. Sentía vergüenza y dolor, era una extraña en mi propio mundo, ese mundo que dejé atrás hace mucho y en el que siempre he sido el perro verde, un elemento discordante y fuera de lugar.
No reniego porque me parezca hermoso -casi nunca lo fue- pero me ha enseñado muchas cosas. Al igual que las numerosas vicisitudes que han acontecido en este curioso "pasar" que es la vida (muy especialmente en los complejos y accidentados últimos seis años, partiendo de que la enfermedad y fallecimiento de Pablo son un punto y aparte en toda mi existencia) han hecho de mí quien soy, me han forjado.
Hace unos días conversaba con una de mis mejores y más antiguas amigas. Me contaba que había hablado sobre mí con otra persona que decía verme bien y le preguntaba a A. si yo era así realmente. A. le explicó que, sí que estaba bien y ésa era la Ninfa auténtica. Lo sabe porque ella ha asistido, a lo largo de todos estos años, al espectáculo de mi trayecto en el que, como señaló, lo perdí todo. Como ella misma recuerda, todos hemos tenido malos y buenos momentos, pérdidas y baches, pero pocos hemos tenido la dudosa suerte de ver cómo todo lo construido, cotidiano y no, años de esfuerzo y dedicación, se derrumbaba como un castillo de naipes.
Es por esto que no es sencillo desde fuera entender mis inseguridades, mi omnipresente sensación de no-permanencia, de no-pertenencia. Para alguien como yo, una vida normal es extraordinaria. Un trabajo con un salario que garantice que mis hijos comerán todos los días, es un lujo. El cariño de mis amigos, una joya que cuido y riego porque ocupan el lugar de la familia que jamás tuve. El amor... un sueño por el que casi me asusta cerrar los ojos y descubrir que, una vez más, es, un espejismo.
Por eso pocos me comprenden cuando ni me atrevo a pensar en que el devenir rodará de un modo... "normal". Tal vez esté diseñada para las grandes pasiones, las grandes emociones, buenas y malas. El caso es que, ciertamente, una vez abierta la Caja de Pandora y desatada la Ninfa vulnerable y deseosa de dar y recibir, no en teoría, no en los sueños ni en los blogs sino en la vida real, con toda la crudeza que esto conlleva, no hay marcha atrás, así me empecine en negarlo.
He vivido enormes decepciones, grandes fracasos y aún mayores frustraciones. Todo ello me hace sentirme enormemente afortunada de lo que tengo y pueda llegar a alcanzar, en casi cualquier ámbito. El infortunio te hace más humilde, más abierto al cambio, más dispuesto a pelear aunque sólo sea por necesidad.
Hubo un tiempo en que, sinceramente, llegué a estar convencida de que una "vida normal" era inalcanzable para mí. Que ya no podía aprender cosas, que estaba agotada intelectualmente, que mi lucha títánica carecía de sentido, que no habría un día en que, simplemente, el tiempo y los acontemientos siguiesen su curso y me acompañasen sin excesivos sobresaltos.
Hubo un tiempo en que creí firmemente que mi oportunidad de amar con todo el corazón había pasado, que ya había conocido al hombre de mis sueños y no había podido ser, que ya no era una niña para seguir esperando futuros más halagüeños. Incluso aunque eso pueda ser así en el porvenir, me equivocaba.
Mi nueva aventura empieza hoy y tiene nombre propio. Tengo la firme sensación de que todo lo que ha acontecido antes era sólo la previa de lo que estaba por llegar, el aprendizaje para saber valorarle, descubrirle y amarle.
Y no tengo ganas de hacer ninguna otra cosa, Cavaliere.
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