Pues no acabo de recolocarme. Ya sé que soy una pesada pero, ya se sabe, aquí cada uno habla de su libro.
Hace dos días que he retomado el estado de ansiedad que prácticamente tenía aparcado. No veo el futuro, no veo estabilidad laboral a corto plazo y sigo añorando desesperadamente mi Madrid y, claro está, al propietario de mi corazón que allí he tenido que dejar...
Los principios de semana siempre son fastidiados. Después de un fin de semana largamente esperado, intenso y, a qué negarlo, también complicado, llega el bajón a la cruda realidad, las dudas. ¿Habré tomado la decisión adecuada? ¿Estoy hipotecando un año de mi vida y la de mis hijos para nada? Hummm, qué difícil es sobrevivir a la incertidumbre...
Encima, hay que sumar que de las certezas absolutas paso a la preocupación, a las inseguridades estúpidas, al miedo a perder algo tan parecido a la perfección que me tiemblan las piernas. Ya sé que el ideal no existe ni yo lo espero pero... cuando se roza el cielo con las manos, pensar en volver a la terrenalidad es lo más parecido al infierno.
Un día si y otro también se me pasa por la cabeza la loca idea de volver a hacer las maletas en Navidad. No lo harè, claro, es imposible, no puedo, no debo, no... pero me resulta imposible no darle vueltas.
Necesito trabajar, yo soy así. El tiempo libre me atormenta, me permite elucubrar, desvariar, angustiarme. El hombro donde encuentro la paz no lo tengo a mano, el dinero que me trae calma no llega y me he levantado cruzada. Se me hacen largos y monótonos los días, no tengo madera de maruja, no tengo madera de residente en ciudades pequeñas -no es que reniegue pero tampoco es un pecado, soy urbanita de pro-,no tengo... un buen día.
Bueno, hacía tiempo que no os dedicaba una pataleta, ¿no?
Pues ahí queda eso.
martes, septiembre 29, 2009
viernes, septiembre 18, 2009
Llueve
Me lo había prometido, me lo había propuesto pero es imposible.
No quería desnudarme en este blog como sólo lo he hecho para ti, queria preservarnos de la curiosidad y el morbo pero...llueve y te echo terriblemente de menos.
Soy y transmito felicidad en este momento de mi vida y pretendía silenciarlo por si algo lo enturbiaba y tenía que escuchar las críticas del troll de turno si me partías el corazón pero... es imposible.
Es imposible no gritarlo, no desprenderlo. Se me ve de lejos, resplandezco, me has devuelto mi luz, incluso la que nunca he mostrado, la que yo sabía que estaba escondida a la espera de aquél que sabría descubrirla.
Me colmas, me desbordas, me tienes presa y me haces libre. Le das sentido a todo el cúmulo de despropósitos de una vida que se me ha hecho demasiadas veces incomprensible. No soy una quinceañera y me siento como tal pero con plena consciencia de lo que me pasa.
Me pasa que te he encontrado. Nos hemos encontrado, reconocido y hemos sufrido tanto antes... que nos merecemos todo este amor que casi me ahoga en una muerte tan dulce como lenta.
Hoy llueve y te siento lejos. Me cuentas los días que hace que no nos vemos y no lo podemos creer... ¿Realmente hace cuatro? ¿Seguro? Se diría que hace años luz y que faltan otros tantos para que vuelvas a acariciarme con tus ojos, con ese sentimiento profundo, real, inconfundible con el que me bañas y no puedes imaginar de qué modo te hace transparente.
Llueve y se me cae la casa encima, te necesito aquí, te siento aquí y estás tan lejos... como cerca, como dentro.
Por eso todas las críticas, los pronósticos, las envidias, las opiniones nos resbalan. Hasta las respetamos. ¿Cómo podríamos hacerles entender esto que nos pasa si nos ha arrollado, nos ha devastado, si no podemos hacer nada más que sentir, que darnos, que amarnos?
¿Cómo explicarles que habíamos elegido no elegirnos, ilusos, creyendo que podíamos decidir por encima del destino? ¿Cómo transmitir tanta energía, tanta ilusión, tanta irrefrenable fascinación que nos dio la vuelta del revés en un tiempo récord? ¿Cómo se describe el amor a primera vista?
Es imposible. Hay que vivirlo. Y os deseo de corazón que, independientemente de cómo acabe, podáis sentirla una sola vez en vuestra vida.
Yo he elegido el camino de la perdición, el camino sin retorno, el de la entrega, del riesgo, de la apuesta. Y tú también y no puedo más que soñar con el día en que ni un milímetro físico nos separe porque mi corazón, mi alma y mi razón ya me las robaste.
Sólo espero que vuelvas con ellas para raptarme.
Dios... Cómo llueve sobre "nuestros tejados"...
¿Los reconoces?
No quería desnudarme en este blog como sólo lo he hecho para ti, queria preservarnos de la curiosidad y el morbo pero...llueve y te echo terriblemente de menos.
Soy y transmito felicidad en este momento de mi vida y pretendía silenciarlo por si algo lo enturbiaba y tenía que escuchar las críticas del troll de turno si me partías el corazón pero... es imposible.
Es imposible no gritarlo, no desprenderlo. Se me ve de lejos, resplandezco, me has devuelto mi luz, incluso la que nunca he mostrado, la que yo sabía que estaba escondida a la espera de aquél que sabría descubrirla.
Me colmas, me desbordas, me tienes presa y me haces libre. Le das sentido a todo el cúmulo de despropósitos de una vida que se me ha hecho demasiadas veces incomprensible. No soy una quinceañera y me siento como tal pero con plena consciencia de lo que me pasa.
Me pasa que te he encontrado. Nos hemos encontrado, reconocido y hemos sufrido tanto antes... que nos merecemos todo este amor que casi me ahoga en una muerte tan dulce como lenta.
Hoy llueve y te siento lejos. Me cuentas los días que hace que no nos vemos y no lo podemos creer... ¿Realmente hace cuatro? ¿Seguro? Se diría que hace años luz y que faltan otros tantos para que vuelvas a acariciarme con tus ojos, con ese sentimiento profundo, real, inconfundible con el que me bañas y no puedes imaginar de qué modo te hace transparente.
Llueve y se me cae la casa encima, te necesito aquí, te siento aquí y estás tan lejos... como cerca, como dentro.
Por eso todas las críticas, los pronósticos, las envidias, las opiniones nos resbalan. Hasta las respetamos. ¿Cómo podríamos hacerles entender esto que nos pasa si nos ha arrollado, nos ha devastado, si no podemos hacer nada más que sentir, que darnos, que amarnos?
¿Cómo explicarles que habíamos elegido no elegirnos, ilusos, creyendo que podíamos decidir por encima del destino? ¿Cómo transmitir tanta energía, tanta ilusión, tanta irrefrenable fascinación que nos dio la vuelta del revés en un tiempo récord? ¿Cómo se describe el amor a primera vista?
Es imposible. Hay que vivirlo. Y os deseo de corazón que, independientemente de cómo acabe, podáis sentirla una sola vez en vuestra vida.
Yo he elegido el camino de la perdición, el camino sin retorno, el de la entrega, del riesgo, de la apuesta. Y tú también y no puedo más que soñar con el día en que ni un milímetro físico nos separe porque mi corazón, mi alma y mi razón ya me las robaste.
Sólo espero que vuelvas con ellas para raptarme.
Dios... Cómo llueve sobre "nuestros tejados"...
¿Los reconoces?
lunes, septiembre 14, 2009
La Ninfa busca su sitio
Estoy en una etapa francamente movida. Entre acomodar cachivaches sin poder hacerlo del todo porque mi mueble de salón está a medio montar, tratar de encontrar el cuarto de mi peque (que hay que comprar...) y renovar todo el papeleo -que es impresionante-, el tiempo de ocio ha sido más bien escaso.
Ahora me toca readaptarme a mi lugar de orígen en el que, por motivos muy personales, sigo considerando mi hogar temporal.
Cuando una regresa a una ciudad pequeña como la mía tras haber vivido casi tres años en una urbe de las características de Madrid, los contrastes se acentúan. Obviamente ambos sitios ofrecen sus ventajas y sus inconvenientes e, inevitablemente, yo lo tengo todo demasiado fresco para no comparar.
Por un lado, los trámites burocráticos. Hay que reconocer que Compostela es una maravilla. Pido una partida literal de nacimiento de mis hijos y la recibo en el acto. El traslado de cole de los niños se realizó rápida y felizmente (aunque tengo un considerable disgusto porque a la niña le ha tocado una profesora monja... me habían asegurado que el profesorado era laico cuando aborrezco a las religiosas metidas a docentes y a las otras) el sistema sanitario le da cien mil vueltas al de la capital y, en resumen, cualquier tipo de papeleo es bastante más llevadero, habida cuenta de que no hay que hacer ni grandes colas ni distancias.
Para alquilar el piso no me han reclamado tropecientos requisitos previos, avales bancarios y toda suerte de complicadas pegas para hacerse con un sitio donde vivir. Resido en un precioso piso rodeada de campos y montañas. Cuando miro desde mi sofá al gran ventanal, tengo la sensación de vivir en una casa: ni un sólo edificio a la vista que no sea el Palacio de Congresos o un par de hoteles de muchas estrellas pero sobre todo verde, el variopinto verde de mi antiquísima Galicia.
Luego está la otra cara de la moneda. Me está costando asumir que todo quisqui conduzca al ralentí, que haya atascos por todas partes en una ciudad con la mitad de habitantes del distrito en el que yo vivía en Madrid, donde todas las calles del centro de la ciudad son de dirección única y el Ayuntamiento no parece tener más que hacer que dedicarse a eliminar todas las plazas de aparcamiento posibles para lucrarse a través de los parkings privados. Obras por todas partes, sin orden ni concierto.
Por aquí nos gusta decir que ésta es una ciudad cómoda. Si, cómoda si vives en el centro y no haces ninguna distancia más allá de dos kilómetros a la redonda. Los 20 25 minutos mínimos que uno malgasta de semáforo en semáforo puesto sin ton ni son para recorrer distancias ridículas, permiten hacer 15 o 20 kilómetros en Madrid. Las opciones de ocio para niños y grandes son limitadísimas y hasta cuando te vas a un edificio nuevo como el mío, te encuentras con que eres vecina de la esteticienne a la que has acudido cuatro o cinco veces en tu vida. Cuando salgo a la calle esquivo ciertas zonas en que sé que me encontraré a mucha´más gente de la que me gustaría ver y, paradójicamente, todo es tan agradable como fastidiosamente conocido...
Aún no me he hecho del todo a la idea de que mi vida transcurrirá en los próximos tiempos de nuevo en "casa". Disfruto del sitio que he elegido pero añoro el estupendo colegio bilingüe de mis niños, añoro a Monny Penny, a los primos postizos de los niños, añoro la noche y el día de ese Madrid al que ya no pertenezco y, sobre todas las cosas, al corazón que me dejé allí.
A veces pienso que sería perfecto que Santiago, mi nuevo piso y este inigualable paisaje fuesen las afueras de mi Madrid para no tener que prescindir de ninguno de mis dos trozos de corazón.
Por de pronto, mi Galicia -que está muy hermosa porque este año no la han incendiado-me anima con temperaturas veraniegas y sol. Y yo disfruto embelesada de su belleza mientras, sin poder evitarlo, mi mirada sigue mirando hacia el centro...
del mapa y de mis sentimientos.
(Ésta es la canción que quería que escucharas, Valiente...)
Ahora me toca readaptarme a mi lugar de orígen en el que, por motivos muy personales, sigo considerando mi hogar temporal.
Cuando una regresa a una ciudad pequeña como la mía tras haber vivido casi tres años en una urbe de las características de Madrid, los contrastes se acentúan. Obviamente ambos sitios ofrecen sus ventajas y sus inconvenientes e, inevitablemente, yo lo tengo todo demasiado fresco para no comparar.
Por un lado, los trámites burocráticos. Hay que reconocer que Compostela es una maravilla. Pido una partida literal de nacimiento de mis hijos y la recibo en el acto. El traslado de cole de los niños se realizó rápida y felizmente (aunque tengo un considerable disgusto porque a la niña le ha tocado una profesora monja... me habían asegurado que el profesorado era laico cuando aborrezco a las religiosas metidas a docentes y a las otras) el sistema sanitario le da cien mil vueltas al de la capital y, en resumen, cualquier tipo de papeleo es bastante más llevadero, habida cuenta de que no hay que hacer ni grandes colas ni distancias.
Para alquilar el piso no me han reclamado tropecientos requisitos previos, avales bancarios y toda suerte de complicadas pegas para hacerse con un sitio donde vivir. Resido en un precioso piso rodeada de campos y montañas. Cuando miro desde mi sofá al gran ventanal, tengo la sensación de vivir en una casa: ni un sólo edificio a la vista que no sea el Palacio de Congresos o un par de hoteles de muchas estrellas pero sobre todo verde, el variopinto verde de mi antiquísima Galicia.
Luego está la otra cara de la moneda. Me está costando asumir que todo quisqui conduzca al ralentí, que haya atascos por todas partes en una ciudad con la mitad de habitantes del distrito en el que yo vivía en Madrid, donde todas las calles del centro de la ciudad son de dirección única y el Ayuntamiento no parece tener más que hacer que dedicarse a eliminar todas las plazas de aparcamiento posibles para lucrarse a través de los parkings privados. Obras por todas partes, sin orden ni concierto.
Por aquí nos gusta decir que ésta es una ciudad cómoda. Si, cómoda si vives en el centro y no haces ninguna distancia más allá de dos kilómetros a la redonda. Los 20 25 minutos mínimos que uno malgasta de semáforo en semáforo puesto sin ton ni son para recorrer distancias ridículas, permiten hacer 15 o 20 kilómetros en Madrid. Las opciones de ocio para niños y grandes son limitadísimas y hasta cuando te vas a un edificio nuevo como el mío, te encuentras con que eres vecina de la esteticienne a la que has acudido cuatro o cinco veces en tu vida. Cuando salgo a la calle esquivo ciertas zonas en que sé que me encontraré a mucha´más gente de la que me gustaría ver y, paradójicamente, todo es tan agradable como fastidiosamente conocido...
Aún no me he hecho del todo a la idea de que mi vida transcurrirá en los próximos tiempos de nuevo en "casa". Disfruto del sitio que he elegido pero añoro el estupendo colegio bilingüe de mis niños, añoro a Monny Penny, a los primos postizos de los niños, añoro la noche y el día de ese Madrid al que ya no pertenezco y, sobre todas las cosas, al corazón que me dejé allí.
A veces pienso que sería perfecto que Santiago, mi nuevo piso y este inigualable paisaje fuesen las afueras de mi Madrid para no tener que prescindir de ninguno de mis dos trozos de corazón.
Por de pronto, mi Galicia -que está muy hermosa porque este año no la han incendiado-me anima con temperaturas veraniegas y sol. Y yo disfruto embelesada de su belleza mientras, sin poder evitarlo, mi mirada sigue mirando hacia el centro...
del mapa y de mis sentimientos.
(Ésta es la canción que quería que escucharas, Valiente...)
sábado, septiembre 05, 2009
Esta casa es una ruina
Pues ya estoy sentada en mi nueva casa dentro de esta dura e interminable mudanza. Digo que estoy sentada porque "instalada" es un término que no sé si se producirá en algún futuro posible...
Señores, esto es horripilante. He tenido que desmontar una casa, cargar un camión, ver que no cabía todo (menos mal que me rendí el día anterior y había dejado cosas sin empaquetar todavía...), descargar el camión, meterlo todo en el piso, volver a Madrid, seguir empacando, subirlo todo a otro camión, vaciar el piso del todo, recoger a mis hijos y llegar a casa... ayer. Todo ello para encontrarme una casa mucho peor que el desmadre que me había dejado y cajas por todas partes...
Ésta es la versión resumida porque, como no podía ser de otro modo, todo el proceso ha sido de traca. Vamos a ir por partes:
En primer lugar, visto que no podía enfrentar el gasto de una empresa de mudanzas que hiciese el trabajo sucio de recoger y llevarme todo a Santiago, emprendí mi odisea hacia un traslado "cutre". Hay que decir que ha sido una labor de fondo, con colaboradores estrella y ha salido todo lo bien que podía salir... que no era mucho.
Para empezar, alquilo un camión -el que me habían indicado en todos los presupuestos "profesionales"- que se me queda pequeño. Mis queridos vecinos -tan valientes y solidarios como sólo nuestra familia madrileña podía ser- apechugan con el marrón de llevarlo a destino. El día anterior yo parto a Compostela para recoger las llaves del piso. El viajecito fue... cómo decirlo... accidentado y largo, muy largo.
Salgo con mi ya un poco veterano coche (tampoco llega a viejo por mucho que diga mi hijo y tira bastante bien) casi sin dormir, después de haber recogido lo posible en las primeras horas del día. De pronto, a la altura de Medina del Campo, escucho un sonido que no quiero creer, un "chas" suave que me recuerda a otro ya vivido antes... y el cacharro empieza a perder fuerza. Parada en medio de la autovía y llamada a la grúa. Apaño de tres al cuarto en un "taller" donde me aseguran que así llegaré a Santiago y, una hora después, nuevo "chas", nueva parada en medio de un pueblo perdido en la nada. Segunda grúa (sólo tardó una hora a treintatodos los grados), segunda chapuza, tercera caída en tierra... Y a pasar la noche en
Benavente.
En medio de todo el proceso, un viudo que había en el taller me propuso llevarle a Santiago a curar sus penas, entré en un bar de un pueblo de la Castilla profunda donde había algo así como 50 hombres que me miraron anonadados por entrar sin burka en sus dominios y tuve la curiosa experiencia de que la Guardia Civil se parase en medio de la A-6 camuflada en un mercedes de la pera con radar incluido.
Durante una semana me pego con mi casa y consigo despejarla un poco. Entonces, vuelta a Madrid, vuelta a cargar, vuelta a embalar, a limpiar... !Dios, me canso sólo de escribirlo!
El caso es que voy por la cuarta etapa y ya estoy requeteharta. Los niños y yo sorteamos las cajas, la ropa sucia porque no he tenido acceso al trastero donde está la lavadora hasta hoy y gracias que tenemos agua caliente. Por cuarta vez en esta historia, estoy desbordada. Tengo la sensación de que mi casa nunca lo parecerá y me pudre ponerme a ello.
Como comienzo rutilante de nuestra etapa, voy a comprar los uniformes de los niños. No son feos, son modernitos aunque no tan monos como los que tenían... aunque el precio es de eso... de uniforme de capitán de Marina. 670 eurazos me he dejado... sin tenerlos. Menos mal que los libros todavía se "heredan" en los cursos de mis hijos. Con la llegada del PP han eliminado este formato -les apasiona hacernos gastar- será como en Madrid: a comprarlo todo y una ayudita del tres al cuarto.
Pero tampoco la herencia es jauja: tres libros por niño y he tenido que aflojar más de cien euros... ¡España va bien!
Resumiendo, entre mudanza, nuevo colegio, libros y tal y cual, mis tarjetas de crédito (que tanto detesto usar) están encantadas de la vida. Mis números rojos durarán hasta marzo, con suerte. Así es la vida de la madre soltera y entera.
Menos mal que tengo el corazón a buen recaudo porque esto acaba con la moral de un santo. Ahora nos toca, a los tres, hacernos a la idea de que ya no vivimos en Madrid, hacer o recuperar amigos e integrarnos en este nuevo caminar... en el que no descarto nada, incluso que nos convirtamos en tres corazones con freno y marcha atrás...
Ah, también me he olvidado el móvil nuevo en la capital... y ahora no sé por qué no logro poner los acentos y demás símbolos en este teclado del demonio...
Viva el sindrome de Diógenes y perdonad la falta de expresividad gráfica en estas últimas lineas...
¿Alguien quiere echar una manita...?
Señores, esto es horripilante. He tenido que desmontar una casa, cargar un camión, ver que no cabía todo (menos mal que me rendí el día anterior y había dejado cosas sin empaquetar todavía...), descargar el camión, meterlo todo en el piso, volver a Madrid, seguir empacando, subirlo todo a otro camión, vaciar el piso del todo, recoger a mis hijos y llegar a casa... ayer. Todo ello para encontrarme una casa mucho peor que el desmadre que me había dejado y cajas por todas partes...
Ésta es la versión resumida porque, como no podía ser de otro modo, todo el proceso ha sido de traca. Vamos a ir por partes:
En primer lugar, visto que no podía enfrentar el gasto de una empresa de mudanzas que hiciese el trabajo sucio de recoger y llevarme todo a Santiago, emprendí mi odisea hacia un traslado "cutre". Hay que decir que ha sido una labor de fondo, con colaboradores estrella y ha salido todo lo bien que podía salir... que no era mucho.
Para empezar, alquilo un camión -el que me habían indicado en todos los presupuestos "profesionales"- que se me queda pequeño. Mis queridos vecinos -tan valientes y solidarios como sólo nuestra familia madrileña podía ser- apechugan con el marrón de llevarlo a destino. El día anterior yo parto a Compostela para recoger las llaves del piso. El viajecito fue... cómo decirlo... accidentado y largo, muy largo.
Salgo con mi ya un poco veterano coche (tampoco llega a viejo por mucho que diga mi hijo y tira bastante bien) casi sin dormir, después de haber recogido lo posible en las primeras horas del día. De pronto, a la altura de Medina del Campo, escucho un sonido que no quiero creer, un "chas" suave que me recuerda a otro ya vivido antes... y el cacharro empieza a perder fuerza. Parada en medio de la autovía y llamada a la grúa. Apaño de tres al cuarto en un "taller" donde me aseguran que así llegaré a Santiago y, una hora después, nuevo "chas", nueva parada en medio de un pueblo perdido en la nada. Segunda grúa (sólo tardó una hora a treintatodos los grados), segunda chapuza, tercera caída en tierra... Y a pasar la noche en
Benavente.
En medio de todo el proceso, un viudo que había en el taller me propuso llevarle a Santiago a curar sus penas, entré en un bar de un pueblo de la Castilla profunda donde había algo así como 50 hombres que me miraron anonadados por entrar sin burka en sus dominios y tuve la curiosa experiencia de que la Guardia Civil se parase en medio de la A-6 camuflada en un mercedes de la pera con radar incluido.
Durante una semana me pego con mi casa y consigo despejarla un poco. Entonces, vuelta a Madrid, vuelta a cargar, vuelta a embalar, a limpiar... !Dios, me canso sólo de escribirlo!
El caso es que voy por la cuarta etapa y ya estoy requeteharta. Los niños y yo sorteamos las cajas, la ropa sucia porque no he tenido acceso al trastero donde está la lavadora hasta hoy y gracias que tenemos agua caliente. Por cuarta vez en esta historia, estoy desbordada. Tengo la sensación de que mi casa nunca lo parecerá y me pudre ponerme a ello.
Como comienzo rutilante de nuestra etapa, voy a comprar los uniformes de los niños. No son feos, son modernitos aunque no tan monos como los que tenían... aunque el precio es de eso... de uniforme de capitán de Marina. 670 eurazos me he dejado... sin tenerlos. Menos mal que los libros todavía se "heredan" en los cursos de mis hijos. Con la llegada del PP han eliminado este formato -les apasiona hacernos gastar- será como en Madrid: a comprarlo todo y una ayudita del tres al cuarto.
Pero tampoco la herencia es jauja: tres libros por niño y he tenido que aflojar más de cien euros... ¡España va bien!
Resumiendo, entre mudanza, nuevo colegio, libros y tal y cual, mis tarjetas de crédito (que tanto detesto usar) están encantadas de la vida. Mis números rojos durarán hasta marzo, con suerte. Así es la vida de la madre soltera y entera.
Menos mal que tengo el corazón a buen recaudo porque esto acaba con la moral de un santo. Ahora nos toca, a los tres, hacernos a la idea de que ya no vivimos en Madrid, hacer o recuperar amigos e integrarnos en este nuevo caminar... en el que no descarto nada, incluso que nos convirtamos en tres corazones con freno y marcha atrás...
Ah, también me he olvidado el móvil nuevo en la capital... y ahora no sé por qué no logro poner los acentos y demás símbolos en este teclado del demonio...
Viva el sindrome de Diógenes y perdonad la falta de expresividad gráfica en estas últimas lineas...
¿Alguien quiere echar una manita...?
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