Me encuentro en uno de esos días en que la ociosidad me está matando. No tengo ni ganas ni fuerzas para hacer nada. Es lo que llamaba un ex compañero de trabajo: festivo laboral. Uno de esos días en que te pones frente al ordenador y no trabajas. Él hacía chistes y hasta representaba el modo en que se quedaba traspuesto.
Pues en eso ando yo hoy. Que las horas se me pasan lentas mientras no hago nada de provecho o, al menos, mucho menos de lo que desearía. Precisamente, por aburrimiento y por dar la impresión de que estoy en algo me he puesto a escribir. Y porque hace mucho que no actualizo.
Estos días me ha dado por volver a hacer sociología en el metro. A mí me parece un lugar curioso. Ayer mismo, dos chavales mulatitos _de unos 14 y 12 años_ llevaban a rastras a uno de sus hermanos, que tendría como mucho cuatro. Muertos de la risa iban. Me hicieron pensar en mi hijo pequeño. Esa extraña fascinación que tienen por andar tirados todo el día. Les acompañaba una cuidadora _por llamarla de algún modo_ que no hacía absolutamente nada. Se dieron de patadas en el metro, se estiraron cuan largos eran en los asientos, se pegaron (menos mal que se llevaban bien y todo era de buen rollito que si no…) mientras el mayor nos atronaba con el “chunta-chunta” de su móvil a primera hora de la mañana. Y la cuidadora hacía el avión. Supongo que, visto lo “libres” que eran los chavales, no se podía meter mucha mano ahí pero en fin…
Veo con frecuencia preciosos perros guía con sus dueños. Qué bonitos y entrañables son los labradores, es una raza que me encanta. Tienen cierta popularidad entre la gente. Casi nadie se resiste a acariciarlos, con esa expresión bondadosa y ese aire de trabajadores permanentes. Algunas veces, las menos, nos acompaña algún borracho, o una chica y un señor discuten porque van apiñados. El resto guardamos silencio y hacemos como que no oímos nada pero estamos al quite. Ahí, esperando que la cosa dé más de sí para hacernos el viaje más entretenido.
Hace unos días me encontré a dos jovencitas andaluzas perdidas en los entresijos del tren subterráneo. Iban hacia mi línea así que las acompañé, les expliqué, les di conversación. Cuando subimos, no me dieron ni las gracias. En esos momentos me entra cierto complejo de gilipollas. Pero se me pasa enseguida. Las gilipollas son ellas.
A mi salida en la boca del Metro de Gran Vía una pareja de homosexuales se abraza y se besa como una pareja más. Yo todavía soy de provincias y me llama la atención aunque no me escandaliza. Me recuerdan más bien a las parejitas adolescentes, ésas que son tan bonitas como efímeras. No porque ellos lo vayan a ser, es el tipo de actitud. Me encanta Madrid por eso, porque las parejas, sean como sean, se abrazan, se besan y nadie se preocupa. Sí que “vemos” muchas veces, sí que tenemos opinión aunque nos hagamos los despistados. Pero no nos importa, unos pasos después hemos olvidado aquél con el que nos cruzamos. Hay quien detesta esto y, por ello, adora los lugares pequeños.A mí me chifla.
Me encanta ir por la ciudad en absoluto anonimato aún pasando por la misma calle cada día. Disfruto pensando en todas las cosas que se pueden hacer y visitar, aunque muchas veces no haga nada. Pero podría. Siempre digo _es probable que lo haya repetido ya en este blog_ que es casi una militancia decir que no te gustan las grandes ciudades y, en especial, Madrid. Sobre todo si eres de fuera y no has vivido nunca aquí.
A mí me agobian profundamente los sitios pequeños. Son cómodos pero limitados. Está todo visto, te cruzas con gente que te encantaría no volver a ver en tu vida y cuando llega el fin de semana, una vez utilizados los cuatro recursos, lo más divertido es largarse fuera. Igualito que se hace en Madrid.
A mí me choca mucho ese afán de los madrileños por salir corriendo todos los fines de semana con la oferta de ocio tan impresionante que hay aquí. Se van a gélidos y aburridos pueblos de Soria, Segovia, a Palencia, a Valladolid… Dios mío, esos sitios son como páramos sin vida. Alguien muy sabio dijo que Madrid es como la mujer de uno: “la quieres con toda el alma pero, a la mínima oportunidad, te escapas con la otra”.
Yo quiero querer a Madrid. En primer lugar, porque he de vivir aquí y procurar hacerlo del mejor modo posible. Porque es una ciudad acogedora, donde es fácil conocer gente. Porque es grande y porque me ha dado la oportunidad que mi tierra me negó. Porque tiene historia y es hermosa. También es horrible, claro. Como todas las cosas.
Son las luces y las sombras de la ciudad. Y no hay más que dos opciones: o la odias o la amas. Y a mí no me gusta odiar.
Pongamos que hablo de Madrid
Antonio me gusta mucho más que Sabina, aunque no esté de moda decirlo...
jueves, enero 24, 2008
martes, enero 15, 2008
Hoy vas a ser la mujer... que te dé la gana de ser
A pesar de las apariencias, no me gusta tener siempre la razón. Es más, en materia sentimental, no me gusta en absoluto. No me gusta confirmar que mis impresiones sobre la volubilidad de los sentimientos de aquellos que presumen de llevarlos a flor de piel es tan real como la brisa.
A mí me fastidia profundamente que me regalen los oídos con palabras que no son más que eso: palabras. Las palabras se las lleva el viento y, salvo las escritas, son tan irreales como intangibles. No quiero que me digan que soy la reina de los mares para ser destronada de un día para otro. No necesito halagos, ni mentiras. Yo siempre apuesto y apostaré por la verdad, por dura que ésta sea.
Hay quien asegura sentir mucho por alguien y sentirlo como alguien importante sólo porque le hace sentirse feliz . Para mí una persona es importante cuando lo es por sí misma, cuando empiezas a sentir y a hacer cosas porque son importantes y valiosas para el otro, no para uno mismo. Alguien es importante cuando das porque te nace, no porque recibas una contraprestación que compense. Amar no compensa nunca.
Hoy me decía uno de mis mejores amigos que no debía rendirme. Le pregunté si no se había dado cuenta de que yo me había rendido hace ya tiempo. No por derrotismo, ni siquiera por dolor. Por experiencia.
No he tenido una sola relación en la que no me hayan defraudado. Ahora diréis que es por mi nivel de exigencia. No, no es eso. Las personas me defraudan por ellas mismas. Por no estar a la altura de sus afirmaciones o por no ser coherentes. Por dejar de sentir con la misma velocidad con que comenzaron a hacerlo: de forma ficticia, pura ilusión cuasi juvenil que nada tiene que ver con el amor adulto.
Cuando uno es adulto _es, como siempre, mi propia visión del tema no necesariamente una verdad, sólo es “mi” verdad_ no se cree que está enamorado al mes, que lo daría todo al segundo y que se ha acabado el amor al tercero. Eso es infantil, es mentira, es una falacia.
Yo no le llamo afecto a la pasión. Tengo demasiadas horas de vuelo como para no diferenciar el que alguien me guste o me dé placer con quererle y más todavía amarle.
La pasión muere al menor revés, cuando no se siente satisfecha. El amor adulto es un corredor de fondo, la pasión es esprinter: veloz y poco duradera.
Yo soy una corredora de fondo en todo. A pesar de mi temperamento apasionado tengo una vida demasiado vivida como para creerme nada cuyo orígen tenga relación directa con la adrenalina o las hormonas. Tengo perfectamente claro que el tiempo pone a las personas y las cosas en su sitio. Por eso yo me mantengo en el mío. Y si nadie puede llegar adonde estoy y descubrirme, no me sirve.
He puesto la radio y suena una canción de Bebe que me encanta _y no es mi estilo de cantante_. Adoro el mensaje positivo y la fuerza que transmite para todas esas mujeres que hemos elegido salir adelante como podemos, queremos o nos ha tocado: solas.
Así que hoy, mi canción y mi grito de esperanza os lo transmito con voz de niña.
Esa niña que jamás he sido.
A mí me fastidia profundamente que me regalen los oídos con palabras que no son más que eso: palabras. Las palabras se las lleva el viento y, salvo las escritas, son tan irreales como intangibles. No quiero que me digan que soy la reina de los mares para ser destronada de un día para otro. No necesito halagos, ni mentiras. Yo siempre apuesto y apostaré por la verdad, por dura que ésta sea.
Hay quien asegura sentir mucho por alguien y sentirlo como alguien importante sólo porque le hace sentirse feliz . Para mí una persona es importante cuando lo es por sí misma, cuando empiezas a sentir y a hacer cosas porque son importantes y valiosas para el otro, no para uno mismo. Alguien es importante cuando das porque te nace, no porque recibas una contraprestación que compense. Amar no compensa nunca.
Hoy me decía uno de mis mejores amigos que no debía rendirme. Le pregunté si no se había dado cuenta de que yo me había rendido hace ya tiempo. No por derrotismo, ni siquiera por dolor. Por experiencia.
No he tenido una sola relación en la que no me hayan defraudado. Ahora diréis que es por mi nivel de exigencia. No, no es eso. Las personas me defraudan por ellas mismas. Por no estar a la altura de sus afirmaciones o por no ser coherentes. Por dejar de sentir con la misma velocidad con que comenzaron a hacerlo: de forma ficticia, pura ilusión cuasi juvenil que nada tiene que ver con el amor adulto.
Cuando uno es adulto _es, como siempre, mi propia visión del tema no necesariamente una verdad, sólo es “mi” verdad_ no se cree que está enamorado al mes, que lo daría todo al segundo y que se ha acabado el amor al tercero. Eso es infantil, es mentira, es una falacia.
Yo no le llamo afecto a la pasión. Tengo demasiadas horas de vuelo como para no diferenciar el que alguien me guste o me dé placer con quererle y más todavía amarle.
La pasión muere al menor revés, cuando no se siente satisfecha. El amor adulto es un corredor de fondo, la pasión es esprinter: veloz y poco duradera.
Yo soy una corredora de fondo en todo. A pesar de mi temperamento apasionado tengo una vida demasiado vivida como para creerme nada cuyo orígen tenga relación directa con la adrenalina o las hormonas. Tengo perfectamente claro que el tiempo pone a las personas y las cosas en su sitio. Por eso yo me mantengo en el mío. Y si nadie puede llegar adonde estoy y descubrirme, no me sirve.
He puesto la radio y suena una canción de Bebe que me encanta _y no es mi estilo de cantante_. Adoro el mensaje positivo y la fuerza que transmite para todas esas mujeres que hemos elegido salir adelante como podemos, queremos o nos ha tocado: solas.
Así que hoy, mi canción y mi grito de esperanza os lo transmito con voz de niña.
Esa niña que jamás he sido.
jueves, enero 10, 2008
Recuerdos de una Ninfa adolescente
Me pongo a escribir más imbuida por esa sensación de deuda con mis lectores que otra cosa. Cuando abandono un tiempo el blog me siento como si estuviese faltando a una cita importante. Ocurre que hay días, como el de ayer sin ir más lejos, en que no tengo nada que contar más allá de mi bajo estado de ánimo por esos problemas cotidianos que hacen de mi vida una permanente carrera de obstáculos.
Rebuscando en bolsas aparcadas de la mudanza encontré un viejo diario de mis doce tiernos años. Siempre he renegado bastante de él, por lo pueriles que resultan las cosas que se cuentan a esa edad. Ahora, con la altura _ENORME_ que dan los años me encontré releyendo los últimos capítulos. Mi diario terminaba con el final feliz de la penosa historia de mi primer amor, un atractivo acróbata de 17 años (yo tenía 14 al final del librito).
Aunque tengo una memoria prodigiosa para según qué, que no puede resultar más paradójica teniendo en cuenta lo extremadamente despistada que soy al mismo tiempo, no recordaba con tanto lujo de detalles aquel primer beso, aquel reencuentro, aquellas palabras románticas enunciadas por primera vez en alto. Terminé de leer con un regusto dulce y un poso de ternura por aquellos dos adolescentes cuya vida se proyectaba en una semana o un mes. Me encantó volver a sentir esa emoción, esa esperanza, esa fe en amar y ser amada. Esa inocencia y esa pureza de sentimientos.
No pasó de ahí. El muchacho se fue a vivir a Madrid y yo me pasé el resto de mi vida (unos cuatro años) deseando vivir en la gran ciudad para reencontrarle. Paradojas del destino, aquí estoy, siempre lejos del amor, esté donde esté.
Pero qué diablos… Qué bonito era tener esa creencia ciega en amar para siempre (aunque fuesen dos meses) a la ilusión de turno. Debo decir en mi defensa que a mí este chico me trajo por la calle de la amargura mucho tiempo.
Me encantaría ser capaz de perforar la chapa y entrar a reencontrar a esa tierna chiquilla que sueña y recrea durante años el sentimiento de ese beso que no volvió a revivir hasta los 20 años, momento en que apareció mi primer amor de verdad. Dejé de escribir diarios porque, tarde o temprano, alguien lee tus intimidades y mi sentido del ridículo padecía sólo con pensarlo.
Encontré más cosas. Fechas de comienzos y finales de relaciones, fechas de cumpleaños de mi chico preferido del momento, algún posavasos, un par de apasionados poemas de esos en los que juras que SIEMPRE querrás, siempre sufrirás y “nadie te amará como yo…”.
Miro ahora a mi niña, que sólo tiene siete años y aún conserva esa fe ciega en su madre, y espero para ella toda la ilusión que, en cierto sentido, a mí ya me falta. Precisamente hace dos días, tras solucionar un pequeño gran problema que la tenía sumida en un mar de lágrimas me preguntó: “Mami, ¿por qué cuando yo lloro por algo, tú siempre lo solucionas todo?”. Fue tan gratificante como un poco triste.
Le dije que porque era su mamá, la quería más que nadie en el mundo y las mamás estamos para solucionar todos los problemas de nuestros niños. Mientras, pensaba que no era capaz de estabilizar mi vida y, por ende, aunque no lo sepan, la de ellos.
Y, aunque sé que he conseguido mucho, siempre parece que no es suficiente. La pena es no poder soñar, como a los 14 años, con ese príncipe azul que me salvará, me ayudará y hará que todo vuelva a ser tan sencillo como dejar la vida correr…
Para mi niña-ninfa de catorce años… Por si vuelve o aún existe.
(Esto es un regalo de una lectora. Muchas gracias, Y sin embargo...)
Rebuscando en bolsas aparcadas de la mudanza encontré un viejo diario de mis doce tiernos años. Siempre he renegado bastante de él, por lo pueriles que resultan las cosas que se cuentan a esa edad. Ahora, con la altura _ENORME_ que dan los años me encontré releyendo los últimos capítulos. Mi diario terminaba con el final feliz de la penosa historia de mi primer amor, un atractivo acróbata de 17 años (yo tenía 14 al final del librito).
Aunque tengo una memoria prodigiosa para según qué, que no puede resultar más paradójica teniendo en cuenta lo extremadamente despistada que soy al mismo tiempo, no recordaba con tanto lujo de detalles aquel primer beso, aquel reencuentro, aquellas palabras románticas enunciadas por primera vez en alto. Terminé de leer con un regusto dulce y un poso de ternura por aquellos dos adolescentes cuya vida se proyectaba en una semana o un mes. Me encantó volver a sentir esa emoción, esa esperanza, esa fe en amar y ser amada. Esa inocencia y esa pureza de sentimientos.
No pasó de ahí. El muchacho se fue a vivir a Madrid y yo me pasé el resto de mi vida (unos cuatro años) deseando vivir en la gran ciudad para reencontrarle. Paradojas del destino, aquí estoy, siempre lejos del amor, esté donde esté.
Pero qué diablos… Qué bonito era tener esa creencia ciega en amar para siempre (aunque fuesen dos meses) a la ilusión de turno. Debo decir en mi defensa que a mí este chico me trajo por la calle de la amargura mucho tiempo.
Me encantaría ser capaz de perforar la chapa y entrar a reencontrar a esa tierna chiquilla que sueña y recrea durante años el sentimiento de ese beso que no volvió a revivir hasta los 20 años, momento en que apareció mi primer amor de verdad. Dejé de escribir diarios porque, tarde o temprano, alguien lee tus intimidades y mi sentido del ridículo padecía sólo con pensarlo.
Encontré más cosas. Fechas de comienzos y finales de relaciones, fechas de cumpleaños de mi chico preferido del momento, algún posavasos, un par de apasionados poemas de esos en los que juras que SIEMPRE querrás, siempre sufrirás y “nadie te amará como yo…”.
Miro ahora a mi niña, que sólo tiene siete años y aún conserva esa fe ciega en su madre, y espero para ella toda la ilusión que, en cierto sentido, a mí ya me falta. Precisamente hace dos días, tras solucionar un pequeño gran problema que la tenía sumida en un mar de lágrimas me preguntó: “Mami, ¿por qué cuando yo lloro por algo, tú siempre lo solucionas todo?”. Fue tan gratificante como un poco triste.
Le dije que porque era su mamá, la quería más que nadie en el mundo y las mamás estamos para solucionar todos los problemas de nuestros niños. Mientras, pensaba que no era capaz de estabilizar mi vida y, por ende, aunque no lo sepan, la de ellos.
Y, aunque sé que he conseguido mucho, siempre parece que no es suficiente. La pena es no poder soñar, como a los 14 años, con ese príncipe azul que me salvará, me ayudará y hará que todo vuelva a ser tan sencillo como dejar la vida correr…
Para mi niña-ninfa de catorce años… Por si vuelve o aún existe.
(Esto es un regalo de una lectora. Muchas gracias, Y sin embargo...)
miércoles, enero 02, 2008
Que no cunda el pánico
Que no cunda el pánico. Veo que os ponéis muy dramáticos. No me voy a cargar Cordura para Locos (estoy demasiado loca) así que no os comportéis como si fuese a desaparecer para siempre. Sólo he dicho que hay pensamientos que por íntimos, por transgresores, provocadores o políticamente incorrectos ya no pueden tener cabida aquí debido a la tendencia de algunos a erigirse en jueces y parte de textos que sólo a mí me me pertenecen. A eso me refiero con mi blog paralelo.
Por de pronto, acabo de llegar de mis verdes tierras y no he tenido tiempo ni ganas de escribir en ningún sitio. En parte, porque estaba de vacaciones y, en otro aspecto, porque no he tenido ni oportunidad de crear el nuevo blog. Lo vestiré con una nueva personalidad, más alejada de la que algunos conocen y otros creen conocer. Volveré a ser libre para escribir lo que se me antoje, guste o no guste a propios y extraños, amantes y ex amantes, admiradores y detractores. No ha llegado ese momento aún, he de perfilar a mi nueva musa que será más valiente, más peligrosa, más desafiante, lista para cortarle el pico a quien ose cuestionar mi libertad de expresión.
La tentación de seguir escribiendo aquí lo que me venga en gana es grande pero ya son más de dos los que me miran con lupa y me tachan de incongruente y cosas por el estilo.
Yo no pretendo resultar congruente. Lo que pretendo es ser auténtica, aunque sea exponiendo ideas que yo no ponga en práctica. Mi autenticidad radica en no intentar agradar _me gusta como a todo el mundo pero no es el objetivos de estos textos_. Radica en no cerrar la boca pero ahora me siento menos de verdad precisamente porque me preocupa abrirla demasiado.
De todas maneras, a aquellos que no me conocéis personalmente y queráis la nueva dirección os la facilitaré pero tendréis que demostrar discreción puesto que si mi blog discurre por las manos equivocadas seré yo quien ponga punto y final a esto y perderemos todos.
Para más inri, llevo semanas peleándome con los desgraciados de Movistar que no saben de dónde sale mi conexión (por llamarla de alguna manera) a “intenné” móvil y encima se me ponen macarras. Por cuatro veces, CUATRO, se ha cortado la línea a las 12 menos cinco porque esa panda de vagos deciden que han terminado su horario. Yo no tengo la culpa de que sean analfabetos funcionales y se tiren dos horas sin hacer funcionar el maldito módem… Qué cruz, Dios mío, qué cruz.
Del Fin de Año y demás chorradas, poco que contar. Tranquilito, aburridito y sin pretensiones. Al menos, no hubo desilusión alguna, la verdad. Ahora me espera el puente de Reyes aburrida también porque no tengo peques ni amigas que se queden por estos pagos… Lástima de vuelo barato… En fin, si alguien tiene ganas de hacerme una visita, es el momento. Tengo muuucho sitio libre.
Happy new year, pequeños saltamontes
Por de pronto, acabo de llegar de mis verdes tierras y no he tenido tiempo ni ganas de escribir en ningún sitio. En parte, porque estaba de vacaciones y, en otro aspecto, porque no he tenido ni oportunidad de crear el nuevo blog. Lo vestiré con una nueva personalidad, más alejada de la que algunos conocen y otros creen conocer. Volveré a ser libre para escribir lo que se me antoje, guste o no guste a propios y extraños, amantes y ex amantes, admiradores y detractores. No ha llegado ese momento aún, he de perfilar a mi nueva musa que será más valiente, más peligrosa, más desafiante, lista para cortarle el pico a quien ose cuestionar mi libertad de expresión.
La tentación de seguir escribiendo aquí lo que me venga en gana es grande pero ya son más de dos los que me miran con lupa y me tachan de incongruente y cosas por el estilo.
Yo no pretendo resultar congruente. Lo que pretendo es ser auténtica, aunque sea exponiendo ideas que yo no ponga en práctica. Mi autenticidad radica en no intentar agradar _me gusta como a todo el mundo pero no es el objetivos de estos textos_. Radica en no cerrar la boca pero ahora me siento menos de verdad precisamente porque me preocupa abrirla demasiado.
De todas maneras, a aquellos que no me conocéis personalmente y queráis la nueva dirección os la facilitaré pero tendréis que demostrar discreción puesto que si mi blog discurre por las manos equivocadas seré yo quien ponga punto y final a esto y perderemos todos.
Para más inri, llevo semanas peleándome con los desgraciados de Movistar que no saben de dónde sale mi conexión (por llamarla de alguna manera) a “intenné” móvil y encima se me ponen macarras. Por cuatro veces, CUATRO, se ha cortado la línea a las 12 menos cinco porque esa panda de vagos deciden que han terminado su horario. Yo no tengo la culpa de que sean analfabetos funcionales y se tiren dos horas sin hacer funcionar el maldito módem… Qué cruz, Dios mío, qué cruz.
Del Fin de Año y demás chorradas, poco que contar. Tranquilito, aburridito y sin pretensiones. Al menos, no hubo desilusión alguna, la verdad. Ahora me espera el puente de Reyes aburrida también porque no tengo peques ni amigas que se queden por estos pagos… Lástima de vuelo barato… En fin, si alguien tiene ganas de hacerme una visita, es el momento. Tengo muuucho sitio libre.
Happy new year, pequeños saltamontes
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