Se acerca el momento. En realidad, quería posponer este tema para el día exacto en que me tocase despedirme de facto pero mi mala afición a trasnochar y mi pepita grisha particular me obligan a soltarme quizás antes de tiempo.
He visto hace un rato un programa de una cadena madrileña en que los extranjeros opinaban sobre Madrid. Yo llevo un tiempo masticando el hecho de tener que abandonarla. No es un secreto que amo esta ciudad como amo la mía pero son amores distintos aunque no por ello incompatibles. De todos modos, hay quien me tacha de apátrida por no preferir las preciosas y verdes montañas gallegas a la urbe multicolor y babélica que me eligió para vivir los casi tres últimos años.
Querida Madrid, no sabes cómo te voy a echar de menos. Echaré de menos tu cielo casi perennemente azul (con su pequeño gran hongo de contaminación pero... nadie es perfecto), tus calles llenas de vida, movimiento y juventud en el centro, tu ambiente de pueblo tranquilo en el barrio donde aún existen tiendas tradicionales que, paradójicamente, están en vías de extinción en mi pequeña y también amada Compostela.
Echaré de menos perderme de vez en cuando (¿Qué voy a decirle ahora a mi Tom-Tom?) y sorprenderme aprendiendo nuevos caminos para llegar a casa cuando estoy casi a punto de abandonarla. Echaré de menos ese Madrid cosmopolita donde los homosexuales caminan abrazados, donde todos los bares son nuevos porque nunca te reencuentras con nadie ni falta que hace, ese pasear despreocupada de aspecto y actitud porque a nadie le importa (como debe ser) quién soy ni qué hago mientras no les moleste, ese gusto por el piropo que aquí todavía no se ha perdido y tan bueno es para el ego en los días difíciles.
Me sigue emocionando la plaza que acoge a La Cibeles, el edificio Metropol iluminado de noche, la Gran Vía -mi segunda casa-, Alcalá, el Madrid de Los Austrias, El Palacio Real, El Retiro, las Vistillas (concierto y cañas castizas al aire libre), el Templo de Debod, Sol, La Latina, Santa Ana, su intensa vida nocturna, los mil conciertos, los musicales, las decenas de teatros, el tapeo, las tostas, los huevos rotos, el calor del verano, los cientos de chicos guapos que no volverás a ver en tu vida...
Añoraré ese Madrid abierto donde todo el mundo es de fuera y de dentro y todos intentan echarte una mano porque ellos también se han sentido perdidos en algún momento en su propia ciudad. Extrañaré mi primera relación vecinal en la vida -esos vinitos con Mamen en su terraza; las amables y comprensivas charlas con Claudia, Edu y Nonita, tíos (Edu casi padre)y abuelita adoptiva de mis pequeños roedores; a Hugo y Paula, los primos madrileños de los niños). Tantos favores, tanto afecto gratis y a raudales...
Madrid me demostró que podía hacer lo que me propusiese, incluso saliéndome mal. Que no tenía miedo a nada que no fuese a acobardarme. Me recordó que, en esta vida, caminamos siempre solos, muy solos, pero, como los peregrinos del Camino de Santiago, vas encontrando manos amigas que se tienden cuando ya crees que no podrás seguir adelante.
Podría decir muchas cosas -y lo haré- sobre mi segundo hogar pero un post no es suficiente. Me faltan muchos e importantísimos afectos por citar y transmitir pero no quiero hacerlo así. Así que me guardaré algo para mi despedida real (que espero compartir con personas muy queridas por mí y a ver cómo me las arreglo para no acabar gimoteando...).
Hoy sólo sé que aún no me he ido y ya te echo de menos. Siempre te llevaré conmigo y siempre regresaré. Como antes volvia a Galicia a la menor oportunidad, ahora haré el trayecto inverso. Un día vine y me traje mis piedras con alma en la mochila. Hoy regreso siendo mucho mayor, más fuerte, más abierta, más valiente, más cosmopolita -sin haber dejado de ser nunca de provincias porque para mí Madrid es siempre novedad- y que fui capaz de hacerme mi lugar en el mundo llegando absolutamente sola a una ciudad de casi seis millones de habitantes que me recibió con los brazos abiertos.
Seguimos fundidas en ese abrazo pero, hoy, me asaltan las lágrimas. Tengo que irme y no acabo de soltarme. Sólo me consuela pensar que el dicho popular se cumpla y que, de verdad, pueda irme...
De Madrid al cielo.
(Las imágenes son muy mejorables pero esta canción ya me encantaba antes de llegar...)
martes, julio 28, 2009
jueves, julio 23, 2009
Buscando nuevo hogar
Me he resistido y mucho. Es más, no iba a escribir nada hoy tampoco pero recibo amables presiones de aún más amables amigos y/o lectores que reclaman su cachito de Ninfa para desayunar.
Como bien he señalado ya, la Ninfa está hibernando, castigada hasta que su fragilidad deje de serlo y no se permita el lujo de ser vulnerable. Una diosa, por muy menor que sea, nunca debe olvidar que lo es y eso pasa por mantener la dignidad y el respeto propio y ajeno. No importa si el precio es alto, no haber nacido ninfa.
Así pues, una amiga me ha pedido que le pida a alguna pariente de la Ninfa que no esté enjaulada que, por Dios, nos cuente algo. Y aquí estoy, la mujer atribulada en plena transición.
Mi actual gran aventura es encontrar piso. Parece fácil, una chorrada... ¿verdad? Pues no, a mí me resulta muy complicado.
En primer lugar, yo tengo que enamorarme del inmueble. Necesito sentir el deseo de acomodar allí a mis hijos (precisan ya habitaciones separadas), de sentarme en el salón y mirar cómo llueve (porque va a llover todo lo llovible, que lo sé yo) a través de un gran ventanal. En fin, que de todo lo que vi en casi dos semanas buscando como loca hogar en la capital de Galicia, sólo me enredó como una hidra un piso tan perfecto, que parecía un sueño. Pero los sueños, sueños son.
La culpa es del cretino del dueño, que se metió a diseñador de cocinas, y el cretino del fabricante que se lo permitió.
Veamos, la casa queda algo alejada del centro (del centro de Santiago, un concepto que, visto desde Madrid, es... insignificante). Cierto que tendría que llevar a los niños al cole en coche y que Santiago es una ciudad donde el tráfico es lo peor de lo peor (en ciertos aspectos, que matizaré otro día que tenga ganas de meterme con el Ayuntamiento, peor que Madrid. Ya destriparé este tema). Pero también me hará falta conducir para ir a trabajar así que el mal sería menor.
Sigamos. Tiene un salón como un campo de fútbol con tres grandes ventanales que dan a una zona de jardín primorosamente cuidada -ya de comer la lluvia, disfrutar del verde. El entorno es alucinante-, las tres habitaciones son exteriores, los baños nuevos, como toda la casa, el parqué hermoso, etc, etc, etc. Hasta lo que sería la pared de la cocina es un ventanal del techo al suelo. Impresionante.
Fui con mi ángel de la guarda y nos preguntábamos dónde estaba el fallo. Vi que no había tendedero, me extrañó un poco porque no había posibilidad de tender fuera puesto que es totalmente exterior. Aún así, seguía fascinada.
Volví a la cocina, que tenía un diseño hermoso, de esos "fashion", en color marrón oscuro, tan mona... Hasta que caí en un pequeño detalle. ¿Y la lavadora? ¿O el hueco de la lavadora? ¿El lavavajillas? ¿El hueco del lavavajillas? ¡Ahí estaba el quid!
El merluzo dice que pone la lavadora en el trastero. Un poco latoso pero, teniendo en cuenta que lograr que la ropa seque en el exterior en Galicia roza el milagro, tampoco me preocupó tanto. Pero... ¿dónde voy a poner mi maravilloso lavavajilas Míele, que lleva 13 años conmigo, que lava mejor que Ariel y sin el cual no puedo vivir? Pues en ninguna parte. Manda narices.
Única opción: comprar uno de 45 cm porque el merluzo diseñó él mismo la cocinita (evidentemente, éste es de los que lavan la ropa en casa de su madre y no usa platos porque para eso ya están las bandejas de cartón de Telepizza) y no deja opción a meter nada de 60 cm. Vaya por Dios.
Intento desestimar la casa. Pero me he enamorado y, como algunos sabréis, cuando me enamoro lo hago hasta las trancas. Así que pienso en ella día y noche. Veo otros pisos, ninguno me gusta y, para suerte del merluzo todos tienen la misma pega: no hay trastero. Y yo sin trastero no puedo vivir por razones obvias. Voy con la casa a cuestas como buena tortuga y, de tanto repartir cosas, me estoy quedando sin nada. Y no quiero seguir quedándome sin trocitos de mi hogar.
Encontré uno en el centro-centrísimo, con dos habitaciones interiores pero exterior en parte, con garaje y buen precio. Colegios y madre cerca. Tengo que cogerlo (me lo repito y me lo repito mientras reprimo mi deseo de llamar a la inmobiliaria para que me reserven mi pisazo de diseño). Pero no hay trastero -ya tengo la disculpa_ y además no lo he visto personalmente ni podré hacerlo antes del 15 de agosto. Después he recordado que la casa de mi madre es un gran trastero, que seguro que alguna cosa podría meter allí pero... sueño con el piso del merluzo.
Y aquí tengo al corazón y a la razón, como de costumbre, peleándose hasta con lo que no procede. DEBO alquilar el piso del centro aún cuando la falta de trastero es un grave problema. QUIERO alquilar el piso de mis sueños, lleno de luz y verdor pero alejado de todo lo que entretiene a los críos, colegios incluidos.
Y aquí estoy, esperando a que alguien intente convencerme de que haga lo que quiero y no lo que debo. Odio tomar estas decisiones sola. Así que os doy vela en este entierro y que sea lo que Dios quiera.
Si es que no han alquilado ya mi pisazo...
Como bien he señalado ya, la Ninfa está hibernando, castigada hasta que su fragilidad deje de serlo y no se permita el lujo de ser vulnerable. Una diosa, por muy menor que sea, nunca debe olvidar que lo es y eso pasa por mantener la dignidad y el respeto propio y ajeno. No importa si el precio es alto, no haber nacido ninfa.
Así pues, una amiga me ha pedido que le pida a alguna pariente de la Ninfa que no esté enjaulada que, por Dios, nos cuente algo. Y aquí estoy, la mujer atribulada en plena transición.
Mi actual gran aventura es encontrar piso. Parece fácil, una chorrada... ¿verdad? Pues no, a mí me resulta muy complicado.
En primer lugar, yo tengo que enamorarme del inmueble. Necesito sentir el deseo de acomodar allí a mis hijos (precisan ya habitaciones separadas), de sentarme en el salón y mirar cómo llueve (porque va a llover todo lo llovible, que lo sé yo) a través de un gran ventanal. En fin, que de todo lo que vi en casi dos semanas buscando como loca hogar en la capital de Galicia, sólo me enredó como una hidra un piso tan perfecto, que parecía un sueño. Pero los sueños, sueños son.
La culpa es del cretino del dueño, que se metió a diseñador de cocinas, y el cretino del fabricante que se lo permitió.
Veamos, la casa queda algo alejada del centro (del centro de Santiago, un concepto que, visto desde Madrid, es... insignificante). Cierto que tendría que llevar a los niños al cole en coche y que Santiago es una ciudad donde el tráfico es lo peor de lo peor (en ciertos aspectos, que matizaré otro día que tenga ganas de meterme con el Ayuntamiento, peor que Madrid. Ya destriparé este tema). Pero también me hará falta conducir para ir a trabajar así que el mal sería menor.
Sigamos. Tiene un salón como un campo de fútbol con tres grandes ventanales que dan a una zona de jardín primorosamente cuidada -ya de comer la lluvia, disfrutar del verde. El entorno es alucinante-, las tres habitaciones son exteriores, los baños nuevos, como toda la casa, el parqué hermoso, etc, etc, etc. Hasta lo que sería la pared de la cocina es un ventanal del techo al suelo. Impresionante.
Fui con mi ángel de la guarda y nos preguntábamos dónde estaba el fallo. Vi que no había tendedero, me extrañó un poco porque no había posibilidad de tender fuera puesto que es totalmente exterior. Aún así, seguía fascinada.
Volví a la cocina, que tenía un diseño hermoso, de esos "fashion", en color marrón oscuro, tan mona... Hasta que caí en un pequeño detalle. ¿Y la lavadora? ¿O el hueco de la lavadora? ¿El lavavajillas? ¿El hueco del lavavajillas? ¡Ahí estaba el quid!
El merluzo dice que pone la lavadora en el trastero. Un poco latoso pero, teniendo en cuenta que lograr que la ropa seque en el exterior en Galicia roza el milagro, tampoco me preocupó tanto. Pero... ¿dónde voy a poner mi maravilloso lavavajilas Míele, que lleva 13 años conmigo, que lava mejor que Ariel y sin el cual no puedo vivir? Pues en ninguna parte. Manda narices.
Única opción: comprar uno de 45 cm porque el merluzo diseñó él mismo la cocinita (evidentemente, éste es de los que lavan la ropa en casa de su madre y no usa platos porque para eso ya están las bandejas de cartón de Telepizza) y no deja opción a meter nada de 60 cm. Vaya por Dios.
Intento desestimar la casa. Pero me he enamorado y, como algunos sabréis, cuando me enamoro lo hago hasta las trancas. Así que pienso en ella día y noche. Veo otros pisos, ninguno me gusta y, para suerte del merluzo todos tienen la misma pega: no hay trastero. Y yo sin trastero no puedo vivir por razones obvias. Voy con la casa a cuestas como buena tortuga y, de tanto repartir cosas, me estoy quedando sin nada. Y no quiero seguir quedándome sin trocitos de mi hogar.
Encontré uno en el centro-centrísimo, con dos habitaciones interiores pero exterior en parte, con garaje y buen precio. Colegios y madre cerca. Tengo que cogerlo (me lo repito y me lo repito mientras reprimo mi deseo de llamar a la inmobiliaria para que me reserven mi pisazo de diseño). Pero no hay trastero -ya tengo la disculpa_ y además no lo he visto personalmente ni podré hacerlo antes del 15 de agosto. Después he recordado que la casa de mi madre es un gran trastero, que seguro que alguna cosa podría meter allí pero... sueño con el piso del merluzo.
Y aquí tengo al corazón y a la razón, como de costumbre, peleándose hasta con lo que no procede. DEBO alquilar el piso del centro aún cuando la falta de trastero es un grave problema. QUIERO alquilar el piso de mis sueños, lleno de luz y verdor pero alejado de todo lo que entretiene a los críos, colegios incluidos.
Y aquí estoy, esperando a que alguien intente convencerme de que haga lo que quiero y no lo que debo. Odio tomar estas decisiones sola. Así que os doy vela en este entierro y que sea lo que Dios quiera.
Si es que no han alquilado ya mi pisazo...
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