Si no fuera porque no tiene puñetera gracia, mi vida sería de chiste. Resulta que he puesto varios anuncios para alquilar la habitación que me sobra en casa en portales de esas características. Como soy tan espabilada y vi que la gente que busca piso ponía su foto, dado que mi condición de madre separada espanta un poco y la peña se cree que soy una maruja, a falta de fotos del piso, puse una mía. Un careto, ojo, nada más.
Pues desde entonces he asistido al penoso espectáculo de individuos que me agregan al msn para ligar, mails de gente que no necesita habitación pero quiere conocerme, un esclavo sumiso que me manda un sms para hacerme las tareas de casa _aquí tengo que reconocer que un tipo que limpiase y al que pudiese insultar y hasta atizar alguna coz en nombre de todos los mamelucos, léase hombres, que he conocido es muy tentador…_ y parejas que pretenden amontonarse en la habitación a precio de saldo.
En cualquier caso, el que se cubrió de gloria fue el que me agregó y me ofreció un dinerito considerable por “yacer” con él unas cuantas veces a la semana. Cuando le dije que ni de coña, me subió el precio y hasta recortó el número de polvos a sólo uno por semana Sin haberme visto, por una foto… ¡Y tiene 22 años!
No salgo de mi asombro, mira que hay putas _con perdón_ en internet, cobrando y gratis pero debe dar morbo lo de la separada muerta de hambre (cosa que tampoco es cierta). Teniendo en cuenta que entregándome gratis con toda el alma no cobro, si no fuese por mi educación católica, apostólica y romana… es para pensarlo, como lo de zapatear al sumiso.
Está claro que el amor se me da de pena pero llevo el pecado escrito en la cara.
Alucinante.
(Por cierto, he quitado la foto)
sábado, diciembre 27, 2008
sábado, diciembre 20, 2008
Uno más
Il dolce far niente. A esta dura tarea he decidido dedicar el día de hoy y una buena parte de los próximos hasta el día 24. Mis pequeños roedores están con papaíto y yo estoy muy cansada, en líneas generales.
Como ya no tengo compañera de piso, disfruto de mi casa en total soledad después de mucho tiempo, un placer que valoro mucho. No me disgusta compartir pero lo de estar uno solo consigo mismo, sin hacer la cama, sin vestir y tirada en el sofá agotada de rascarse la barriga tiene un innegable encanto.
Reconozco que me asusta un poco. Los niños y el colegio, buscar un trabajo imposible y el marujeo (que tanto me gusta…) me mantienen muy ocupada a diario pero me impiden pensar demasiado, si es que yo puedo dejar de pensar en algún momento.
Los seres humanos somos así: estoy deseando quedarme sola a sabiendas que es muy probable que en pocas horas esté quemadísima de estas carísimas paredes que me rodean. Aprovecharé para conocer gente nueva, algo a lo que siempre estoy abierta porque no dejo de ser una gata callejera por muy vaga que sea.
El Fin de Año pinta sesión de vino y pistachos a tutiplén. No iré a Galicia, demasiado caro ir y volver cuatro veces en época de restricciones económicas. En cualquier caso, aunque disfruto mis visitas, casi todos mis amigos comen con sus familias, sus hijos y todo ese mundo en el que yo no dejo de ser una rara avis.
Un nuevo amigo me dice que si voy a pasar la Nochevieja “sola y abandonada”. Yo replico que sola sí pero no abandonada porque no tengo nadie que me abandone, así que no hay mal que por bien no venga. Salir de noche ese día me disgusta: es caro, hace frío, está todo lleno de borrachos y hay que divertirse por narices. Y a mí las cosas por narices ni me gustan ni me salen. O sea, que haré lo que hacía cuando era pequeña: tragarme el programa musical completo porque ese día me dejaban acostarme cuando se acababa y yo soy noctámbula vocacional.
Tampoco creo que esa fecha cambie las cosas. Es un día más que sólo conserva un encanto para mí: la ocasión de ponerme ese modelito que se apolilla en mi armario y el que me muestra más yo misma y más ninfa que nunca. Claro que no tocará arreglarse para ver la tele, tampoco quiero pasarme de friky. Cumplo todas las puñeteras tradiciones porque, como buena gallega, “non creo nas meigas pero habelas, hailas”. De todos modos, os lo advierto, chatos: es todo un cuento. No he encontrado al hombre de mi vida, mi situación económica ha empeorado drásticamente y, bueno, salud sí conservo para mis roedores, pero la mía acusa el estrés y estoy regular tirando a mal.
Tampoco seré tan friky de comer uvas y beber champagne con oro dentro yo sola. Me daría la impresión de ser la Bella Otero en su decadencia y tampoco hay que exagerar.
De todos modos, reconozco que siempre acabo pensando que me alegro de que se largue y haya un modo de pasar página. Es todo mentira, pero el que no se consuela es porque no quiere.
Pues eso, que estos días vaguearé, en algún rato pondré orden en mi casa _no ahora, estoy podrida de marujear_, veré alguna amiga/o y… seguiré esperando milagros.
Hay que ver que soy tonta.
Como ya no tengo compañera de piso, disfruto de mi casa en total soledad después de mucho tiempo, un placer que valoro mucho. No me disgusta compartir pero lo de estar uno solo consigo mismo, sin hacer la cama, sin vestir y tirada en el sofá agotada de rascarse la barriga tiene un innegable encanto.
Reconozco que me asusta un poco. Los niños y el colegio, buscar un trabajo imposible y el marujeo (que tanto me gusta…) me mantienen muy ocupada a diario pero me impiden pensar demasiado, si es que yo puedo dejar de pensar en algún momento.
Los seres humanos somos así: estoy deseando quedarme sola a sabiendas que es muy probable que en pocas horas esté quemadísima de estas carísimas paredes que me rodean. Aprovecharé para conocer gente nueva, algo a lo que siempre estoy abierta porque no dejo de ser una gata callejera por muy vaga que sea.
El Fin de Año pinta sesión de vino y pistachos a tutiplén. No iré a Galicia, demasiado caro ir y volver cuatro veces en época de restricciones económicas. En cualquier caso, aunque disfruto mis visitas, casi todos mis amigos comen con sus familias, sus hijos y todo ese mundo en el que yo no dejo de ser una rara avis.
Un nuevo amigo me dice que si voy a pasar la Nochevieja “sola y abandonada”. Yo replico que sola sí pero no abandonada porque no tengo nadie que me abandone, así que no hay mal que por bien no venga. Salir de noche ese día me disgusta: es caro, hace frío, está todo lleno de borrachos y hay que divertirse por narices. Y a mí las cosas por narices ni me gustan ni me salen. O sea, que haré lo que hacía cuando era pequeña: tragarme el programa musical completo porque ese día me dejaban acostarme cuando se acababa y yo soy noctámbula vocacional.
Tampoco creo que esa fecha cambie las cosas. Es un día más que sólo conserva un encanto para mí: la ocasión de ponerme ese modelito que se apolilla en mi armario y el que me muestra más yo misma y más ninfa que nunca. Claro que no tocará arreglarse para ver la tele, tampoco quiero pasarme de friky. Cumplo todas las puñeteras tradiciones porque, como buena gallega, “non creo nas meigas pero habelas, hailas”. De todos modos, os lo advierto, chatos: es todo un cuento. No he encontrado al hombre de mi vida, mi situación económica ha empeorado drásticamente y, bueno, salud sí conservo para mis roedores, pero la mía acusa el estrés y estoy regular tirando a mal.
Tampoco seré tan friky de comer uvas y beber champagne con oro dentro yo sola. Me daría la impresión de ser la Bella Otero en su decadencia y tampoco hay que exagerar.
De todos modos, reconozco que siempre acabo pensando que me alegro de que se largue y haya un modo de pasar página. Es todo mentira, pero el que no se consuela es porque no quiere.
Pues eso, que estos días vaguearé, en algún rato pondré orden en mi casa _no ahora, estoy podrida de marujear_, veré alguna amiga/o y… seguiré esperando milagros.
Hay que ver que soy tonta.
martes, diciembre 16, 2008
Carta a los Reyes
Vacaciones de mí misma. Eso es lo que necesito. He estado mirando en el Corte Inglés (que mete unas clavadas de impresión pero parece que hasta escapar de un cerebro en permanente erupción ha de ser caro) pero no he visto nada adecuado a mis necesidades.
En definitiva, que no tengo ganas de buscar curro, no tengo ganas no trabajar, no tengo ganas de ser una luchadora, tengo ganas de dejarme ir unos días. Quizá por eso, cosa rara, tengo ganas de que lleguen las Navidades _aunque no quiero que sea utilizado en mi contra que me dé la venada de renegar dentro de una semana…_. Son una buena excusa para incidir en que el país está parado (si está parado todo el año…) y dejar de entrar infructuosamente en portales de empleo esperando milagros.
A mí lo que me apetecería es marcharme de mí misma. O recuperar a la Ninfa originaria, ésa que, aunque parezca mentira, un día fue solvente, razonablemente feliz y con cierto grado de tranquilidad en su vida. Puestos a pedir, para el próximo año me pido un Amor Verdadero (como la Princesa Prometida) o algo semejante que me haga sentir querida _ya se me ha olvidado_, relajada y me permita olvidar al mundo exterior, aunque sólo sea a ratos. También me pido un trabajo digno pero casi no me atrevo. Me pido estabilidad, eso tan poco valorado cuando se tiene, y me pido dejar de sentir este nudo en el estómago, cruce de malestar personal por no salir de una maldita vez del bache y de estar cansada de intentarlo.
Me pido fuerza y valor, me queda poca.
Si existiesen los Reyes Magos me pediría… una vida un poco más vulgar, un amante completamente inusual _a ver si os creéis que soy tonta_, un enamorado valiente, un amigo para siempre, conservar a todos mis amigos (de aquí y de allá), que pase lo que pase y haga lo que haga, mis hijos no dejen de ser felices.
Me pediría amar y ser amada. Trabajar y ser respetada. Disfrutar de mi gente y de lo que sea. Me pediría viajar aunque fuese al pueblo de al lado. Viajar con el corazón al país de las ilusiones cumplidas. Creer en el futuro y recuperar la fe.
Pero, ahora mismo, si pudiese desconectar y ser yo misma, desnuda, sin pensamientos materiales, disfrutando de mis cosillas y sin pensar en cuánto tardaré en perderlas… hasta pagaría. Pero no tengo dinero.
Bueno, aquí está mi carta para los Reyes Magos o Papá Noel, por si los otros no se enrollan.
Anda que como sea verdad que no existen… La llevo clara.
En definitiva, que no tengo ganas de buscar curro, no tengo ganas no trabajar, no tengo ganas de ser una luchadora, tengo ganas de dejarme ir unos días. Quizá por eso, cosa rara, tengo ganas de que lleguen las Navidades _aunque no quiero que sea utilizado en mi contra que me dé la venada de renegar dentro de una semana…_. Son una buena excusa para incidir en que el país está parado (si está parado todo el año…) y dejar de entrar infructuosamente en portales de empleo esperando milagros.
A mí lo que me apetecería es marcharme de mí misma. O recuperar a la Ninfa originaria, ésa que, aunque parezca mentira, un día fue solvente, razonablemente feliz y con cierto grado de tranquilidad en su vida. Puestos a pedir, para el próximo año me pido un Amor Verdadero (como la Princesa Prometida) o algo semejante que me haga sentir querida _ya se me ha olvidado_, relajada y me permita olvidar al mundo exterior, aunque sólo sea a ratos. También me pido un trabajo digno pero casi no me atrevo. Me pido estabilidad, eso tan poco valorado cuando se tiene, y me pido dejar de sentir este nudo en el estómago, cruce de malestar personal por no salir de una maldita vez del bache y de estar cansada de intentarlo.
Me pido fuerza y valor, me queda poca.
Si existiesen los Reyes Magos me pediría… una vida un poco más vulgar, un amante completamente inusual _a ver si os creéis que soy tonta_, un enamorado valiente, un amigo para siempre, conservar a todos mis amigos (de aquí y de allá), que pase lo que pase y haga lo que haga, mis hijos no dejen de ser felices.
Me pediría amar y ser amada. Trabajar y ser respetada. Disfrutar de mi gente y de lo que sea. Me pediría viajar aunque fuese al pueblo de al lado. Viajar con el corazón al país de las ilusiones cumplidas. Creer en el futuro y recuperar la fe.
Pero, ahora mismo, si pudiese desconectar y ser yo misma, desnuda, sin pensamientos materiales, disfrutando de mis cosillas y sin pensar en cuánto tardaré en perderlas… hasta pagaría. Pero no tengo dinero.
Bueno, aquí está mi carta para los Reyes Magos o Papá Noel, por si los otros no se enrollan.
Anda que como sea verdad que no existen… La llevo clara.
viernes, diciembre 12, 2008
Tiempo de balances
Se acerca la Navidad y, entre mi situación laboral, vital (o no situación, más bien) y que sufro mi primera gripe de la temporada, he recordado que en estas “encantadoras” fechas me da siempre por hacer balance del año.
Se puede analizar el resultado anual desde varios puntos de vista. El mío ha sido, como siempre, un año muy vivido que no por ello estupendamente vivido. Pero es un hecho que con grandes subidas y bajadas.
Estaría la valoración económica y material. No hay mucho que desmenuzar aquí. Ha sido un desastre y punto. El amigo ZP me ha sumado a la larga lista de afectados por la desaceleración económica no preocupante y, para variar, me han puesto la vida patas arriba. Nada nuevo bajo el sol.
Luego está el apartado personal. Cada año conozco y desconozco a mucha gente. Conozco porque estoy abierta siempre a nuevas personas que puedan aportarme algo y desconozco porque también se repiten sorpresas desagradables, bien en personas que llevan tiempo en mi vida, bien con personajes que se autodestruyen a pesar de haber jurado y perjurado que nunca lo haríamos (ninguno de los dos) de ese modo.
Sería el año de decirle a A. (alias L.H.) que no tiene que dejar de saludarme en ningún lugar sólo porque yo no esté sexualmente disponible. Después de todo, hace años que nos conocemos, eso debería pesar… pero no. Supongo que ha sido una etapa de aclarar cualquier duda sobre mi pasado y futuro emocional, de lo que la gente puede o está dispuesta a dar y que, francamente, tengo claro que se me queda pequeño en demasiados casos. Al menos, es sin dolor ya que miro atrás. No se puede perder lo que nunca se tuvo. Quizá alguna persona me haya perdido a mí o la posibilidad de conocerme más pero imagino que les importa lo mismo que a mí en otros casos: un bledo.
También es el año de explicarle a la gente que puede haber amistad tras e incluso con el sexo y que nunca persigo objetivos imposibles. Que dar la cara no supone ser juzgado ni maltratado, es, simplemente, el modo de no maltratar a los demás. A mí no me da miedo la verdad, lo que temo es no saber qué terreno piso y que no me den la oportunidad de saberlo.
Como repito una y otra vez, no quiero a quien no me quiere, no me gustan aquéllos a los que no les gusto pero para mí no es un problema tomar un café, ir al cine y echar unas risas con alguien con quien, en algún momento ya pasado, hubo atracción física. Una lástima. Creo que hay gente que vale la pena tener en tu vida en el plano amistoso aunque no puedas funcionar como pareja. Pero eso tampoco lo entienden mucho los hombres.
Es año de reconocer, más si cabe, el valor y el apoyo de mis viejos amigos en tiempos oscuros. De asumir que la vida se me da tirando a regular pero conservo intactas las ganas de cambiarla aún cuando flaqueo muchas veces y las fuerzas fallan. No soy de piedra y tampoco lo deseo.
Tiempo de cambiar hábitos: nada de aventuras _me aburren profundamente_, nada de juegos del ratón y el gato y apertura de puertas a seres maduros y que sepan lo que quieren. ¿Qué no hay? Pues que no entre nadie.
De redescubrir al único ser que de verdad es capaz de mantener un sentimiento auténtico a pesar de las vicisitudes y las distancias y de encontrar nuevas amigas que, en caso de partir, sentiré muchísimo dejar atrás porque estoy convencida de que hay una base más que notable para convertirnos en hermanas del alma. Hablo de ti, querida C. (no doy tu nombre sin permiso).
Año de arriesgar hasta el último minuto, hasta el último euro, apostando por imposibles, como siempre. Y si hay que volver, con la frente marchita, no pensar que no lo he intentado aunque sea un pobre consuelo.
Han sido los 365 días de ver crecer emocionalmente a mis hijos, tan maduros a tan tierna edad. Agradecerles que me apoyen en las dificultades _que conocen_, que estén dispuestos a cualquier cambio con tal de seguir con “mami” y, como dice el hombre de mi casa, en un tono adulto y seguro: “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”. Tiene siete años. Buen trabajo, Ninfa.
No sé cómo terminaré el año. Sé que en el comienzo se impondrá un cambio radical. Aquí, en mi querido Madrid, o allá, en mi Galicia natal. No me atrevo a planificar nada y lo planifico todo. Quiero quedarme y quiero arrojar la toalla. Quiero ser independiente y quiero un hombro donde descansar. Quiero vivir tranquila. Y eso es, para alguien como yo, casi una utopía.
Eso sí, se puede decir que mi vida es de todo menos aburrida pero no estaría mal aburrirse un poquillo, al menos en el tema laboral. He de reconocer que no sería la misma persona si las cosas rodasen mejor pero también tengo claro que no me importaría ser esa otra persona.
Sigo, sin embargo, abierta a que alguien, con errores incluidos, me sorprenda positivamente. Que se acerque sin temor a quien soy y no a mi envoltura física. Que me enseñe a creer de nuevo en las personas y en el amor. Y, a pesar de que una sabia amiga me ha dejado clarito que mi momento de buscar ese tipo de sentimientos ha pasado y, por mis hijos, he de ser práctica, sigo abierta también a los milagros.
Aunque ya no crea en ellos.
Se puede analizar el resultado anual desde varios puntos de vista. El mío ha sido, como siempre, un año muy vivido que no por ello estupendamente vivido. Pero es un hecho que con grandes subidas y bajadas.
Estaría la valoración económica y material. No hay mucho que desmenuzar aquí. Ha sido un desastre y punto. El amigo ZP me ha sumado a la larga lista de afectados por la desaceleración económica no preocupante y, para variar, me han puesto la vida patas arriba. Nada nuevo bajo el sol.
Luego está el apartado personal. Cada año conozco y desconozco a mucha gente. Conozco porque estoy abierta siempre a nuevas personas que puedan aportarme algo y desconozco porque también se repiten sorpresas desagradables, bien en personas que llevan tiempo en mi vida, bien con personajes que se autodestruyen a pesar de haber jurado y perjurado que nunca lo haríamos (ninguno de los dos) de ese modo.
Sería el año de decirle a A. (alias L.H.) que no tiene que dejar de saludarme en ningún lugar sólo porque yo no esté sexualmente disponible. Después de todo, hace años que nos conocemos, eso debería pesar… pero no. Supongo que ha sido una etapa de aclarar cualquier duda sobre mi pasado y futuro emocional, de lo que la gente puede o está dispuesta a dar y que, francamente, tengo claro que se me queda pequeño en demasiados casos. Al menos, es sin dolor ya que miro atrás. No se puede perder lo que nunca se tuvo. Quizá alguna persona me haya perdido a mí o la posibilidad de conocerme más pero imagino que les importa lo mismo que a mí en otros casos: un bledo.
También es el año de explicarle a la gente que puede haber amistad tras e incluso con el sexo y que nunca persigo objetivos imposibles. Que dar la cara no supone ser juzgado ni maltratado, es, simplemente, el modo de no maltratar a los demás. A mí no me da miedo la verdad, lo que temo es no saber qué terreno piso y que no me den la oportunidad de saberlo.
Como repito una y otra vez, no quiero a quien no me quiere, no me gustan aquéllos a los que no les gusto pero para mí no es un problema tomar un café, ir al cine y echar unas risas con alguien con quien, en algún momento ya pasado, hubo atracción física. Una lástima. Creo que hay gente que vale la pena tener en tu vida en el plano amistoso aunque no puedas funcionar como pareja. Pero eso tampoco lo entienden mucho los hombres.
Es año de reconocer, más si cabe, el valor y el apoyo de mis viejos amigos en tiempos oscuros. De asumir que la vida se me da tirando a regular pero conservo intactas las ganas de cambiarla aún cuando flaqueo muchas veces y las fuerzas fallan. No soy de piedra y tampoco lo deseo.
Tiempo de cambiar hábitos: nada de aventuras _me aburren profundamente_, nada de juegos del ratón y el gato y apertura de puertas a seres maduros y que sepan lo que quieren. ¿Qué no hay? Pues que no entre nadie.
De redescubrir al único ser que de verdad es capaz de mantener un sentimiento auténtico a pesar de las vicisitudes y las distancias y de encontrar nuevas amigas que, en caso de partir, sentiré muchísimo dejar atrás porque estoy convencida de que hay una base más que notable para convertirnos en hermanas del alma. Hablo de ti, querida C. (no doy tu nombre sin permiso).
Año de arriesgar hasta el último minuto, hasta el último euro, apostando por imposibles, como siempre. Y si hay que volver, con la frente marchita, no pensar que no lo he intentado aunque sea un pobre consuelo.
Han sido los 365 días de ver crecer emocionalmente a mis hijos, tan maduros a tan tierna edad. Agradecerles que me apoyen en las dificultades _que conocen_, que estén dispuestos a cualquier cambio con tal de seguir con “mami” y, como dice el hombre de mi casa, en un tono adulto y seguro: “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”. Tiene siete años. Buen trabajo, Ninfa.
No sé cómo terminaré el año. Sé que en el comienzo se impondrá un cambio radical. Aquí, en mi querido Madrid, o allá, en mi Galicia natal. No me atrevo a planificar nada y lo planifico todo. Quiero quedarme y quiero arrojar la toalla. Quiero ser independiente y quiero un hombro donde descansar. Quiero vivir tranquila. Y eso es, para alguien como yo, casi una utopía.
Eso sí, se puede decir que mi vida es de todo menos aburrida pero no estaría mal aburrirse un poquillo, al menos en el tema laboral. He de reconocer que no sería la misma persona si las cosas rodasen mejor pero también tengo claro que no me importaría ser esa otra persona.
Sigo, sin embargo, abierta a que alguien, con errores incluidos, me sorprenda positivamente. Que se acerque sin temor a quien soy y no a mi envoltura física. Que me enseñe a creer de nuevo en las personas y en el amor. Y, a pesar de que una sabia amiga me ha dejado clarito que mi momento de buscar ese tipo de sentimientos ha pasado y, por mis hijos, he de ser práctica, sigo abierta también a los milagros.
Aunque ya no crea en ellos.
jueves, diciembre 04, 2008
Mi reino no es de este mundo
He estado en una de mis tradicionales charlas “ninfapordentroysusproblemas” con mi ángel de la guarda. Hacía tiempo que no entrábamos en mis divagaciones y reconozco que echaba de menos sus teorías psicoanalíticas aplicadas a mi extraña existencia.
Hablábamos de mi corazón, para variar, porque él lo conoce a aquél y a mí muy bien, probablemente mejor que nadie. Y, por supuesto, retomamos un tema que ha sido siempre estrella en mi blog y que tengo abandonado. ¿Cuál? ¿Cuál va a ser? Los hombres y su extraño mundo.
Me hizo una serie de apreciaciones mi ángel que, como es habitual, me hicieron pensar. Opinaba que el motivo de mi dificultad para encontrar alguien con quien encajar tiene relación con que soy, usando sus palabras literalmente, “demasiado real”.
Ahí me quedé perdida. “¿Es porque la gente no es como parece y yo sí?” _pregunto_. “Sí y no”, me dice. Sí es cierto que soy quien parezco pero L. afirma que los hombres que no saben lo que quieren pueden dedicarse a andar por ahí “probando”… hasta que se topan conmigo. Sigo sin entender. “¿Qué pasa entonces?” Según L. soy demasiado real para ellos en el sentido en que me descubro más que otra gente pero, sobre todo, porque soy “mucho” y, en cuanto se meten un poco, se dan cuenta de que no pueden seguir contándose historias. Y me salen por peteneras.
No sé exactamente qué quiere decir L. con mucho pero sí es verdad que hay quien dice que una mujer “muy mujer” asusta, se teme no estar a la altura, engancharse menos que ella, sentirse descubierto. Así que ser ” real y mucho” no sólo no es ninguna ventaja sino que es un grave defecto. Ahí es cuando me replanteo el haber aparcado un poco mi armadura. Tal vez debería retomarla pero, como bien señaló mi ángel, hace mucho tiempo que no estoy cómoda con ella aunque nunca haya dejado de pensar que la necesito.
Y pienso que sin mi coraza ha ido peor. Que tendría que ser más fría, volver a ser distante, más inaccesible porque con mi armadura tenía la excusa de que lo que aterraba a los hombres de mí era que yo misma los alejaba. Pero ahora resulta que es lo que soy lo que les aleja. Y eso sí que es triste.
No hace mucho L. me dedicó un párrafo de un libro que, según sus palabras, le recordó a mí. Decía así: “También hay personas que sobrepasan las emociones de los demás, que por más de ser humanas, las emociones no se dan en todos por igual y hay quien anda toda la vida con las emociones desbordadas. A mí me han gustado siempre esas personas sensibles y emotivas, y mucho me enoja que otros les afeen que tanto y tan fuerte rían o que tanto y tan a menudo lloren… “.
¿Será eso? ¿Será que por llevar mis emociones a flor de piel, de modo tan intenso, vivo desbordada por ellas? ¿Será ese poso de frialdad y pragmatismo que me falta para ser ese tipo de mujer que un hombre elige…?
No lo sé. Lo único que tengo claro es que, aunque me he enfundado parte de mi armadura de nuevo, es a mi pesar y creo que soy mejor cuando mis emociones se dan por demás. Y si no hay nadie que pueda apreciarlo y disfrutarlo, tal vez es que…
…mi reino no es de este mundo.
Hablábamos de mi corazón, para variar, porque él lo conoce a aquél y a mí muy bien, probablemente mejor que nadie. Y, por supuesto, retomamos un tema que ha sido siempre estrella en mi blog y que tengo abandonado. ¿Cuál? ¿Cuál va a ser? Los hombres y su extraño mundo.
Me hizo una serie de apreciaciones mi ángel que, como es habitual, me hicieron pensar. Opinaba que el motivo de mi dificultad para encontrar alguien con quien encajar tiene relación con que soy, usando sus palabras literalmente, “demasiado real”.
Ahí me quedé perdida. “¿Es porque la gente no es como parece y yo sí?” _pregunto_. “Sí y no”, me dice. Sí es cierto que soy quien parezco pero L. afirma que los hombres que no saben lo que quieren pueden dedicarse a andar por ahí “probando”… hasta que se topan conmigo. Sigo sin entender. “¿Qué pasa entonces?” Según L. soy demasiado real para ellos en el sentido en que me descubro más que otra gente pero, sobre todo, porque soy “mucho” y, en cuanto se meten un poco, se dan cuenta de que no pueden seguir contándose historias. Y me salen por peteneras.
No sé exactamente qué quiere decir L. con mucho pero sí es verdad que hay quien dice que una mujer “muy mujer” asusta, se teme no estar a la altura, engancharse menos que ella, sentirse descubierto. Así que ser ” real y mucho” no sólo no es ninguna ventaja sino que es un grave defecto. Ahí es cuando me replanteo el haber aparcado un poco mi armadura. Tal vez debería retomarla pero, como bien señaló mi ángel, hace mucho tiempo que no estoy cómoda con ella aunque nunca haya dejado de pensar que la necesito.
Y pienso que sin mi coraza ha ido peor. Que tendría que ser más fría, volver a ser distante, más inaccesible porque con mi armadura tenía la excusa de que lo que aterraba a los hombres de mí era que yo misma los alejaba. Pero ahora resulta que es lo que soy lo que les aleja. Y eso sí que es triste.
No hace mucho L. me dedicó un párrafo de un libro que, según sus palabras, le recordó a mí. Decía así: “También hay personas que sobrepasan las emociones de los demás, que por más de ser humanas, las emociones no se dan en todos por igual y hay quien anda toda la vida con las emociones desbordadas. A mí me han gustado siempre esas personas sensibles y emotivas, y mucho me enoja que otros les afeen que tanto y tan fuerte rían o que tanto y tan a menudo lloren… “.
¿Será eso? ¿Será que por llevar mis emociones a flor de piel, de modo tan intenso, vivo desbordada por ellas? ¿Será ese poso de frialdad y pragmatismo que me falta para ser ese tipo de mujer que un hombre elige…?
No lo sé. Lo único que tengo claro es que, aunque me he enfundado parte de mi armadura de nuevo, es a mi pesar y creo que soy mejor cuando mis emociones se dan por demás. Y si no hay nadie que pueda apreciarlo y disfrutarlo, tal vez es que…
…mi reino no es de este mundo.
lunes, diciembre 01, 2008
Una de kamikaces
¿Qué se hace cuando vives en un mar de dudas? ¿Cómo se sabe qué es lo mejor y lo peor? ¿Hasta cuánto se puede asumir un riesgo y que no asumir ese riesgo no se convierta en un arma de doble filo?
Estoy agotada de pensar. Necesito un poco de chispita en mi vida. La echo de menos, esa dulce inconsciencia de disfrutar de la vida. Ese embriagador elixir de una pasión que te haga olvidar todo lo que no sea estar vivo. Esa sensación de plenitud inexplicable que da el preocuparse de existir y sentir y nada más.
Pero como no tengo nada de eso y sí problemas empíricos, no sé a qué carta quedarme. Y, la verdad, ahora quisiera un poco de frivolidad para descansar, leches. Intento volverme asexuada porque mi natural apasionado no me trae más que disgustos o desilusiones. Pero cuando no me apasiono por nada soy una sombra de mí misma. Y, encima, me sobra tiempo para comerme la cabeza.
Quisiera sentir un abrazo fuerte, intenso, sincero. Uno de esos que he recibido tan pocas veces. Un amigo o una amiga que me asegure que todo irá bien y que pueda ayudarme a lograrlo porque yo sola no puedo. También quisiera un amor, claro, pero hace mucho que sé que ese don me está vedado aunque no acabe de comprender el por qué. Debí de ser muy mala pécora en mis anteriores vidas. O en ésta. De hecho, mi madre dice que reza por mí y le dice a Dios: “No es buena pero yo tampoco…”. Manda huevos, si es que ni mi propia madre ve en mi corazón ¿Cómo voy a esperar que lo haga un ser unicelular, léase hombre?
Os echo de menos a vosotros, queridos lectores. Por eso vengo una y otra vez. He tenido mi bronca semestral con el impresentable de mi ex, como si ya no tuviese bastante bajos los ánimos.
Tengo ganas de retomar aquella ilusión y fuerza con la que llegué a esta ciudad, en un horizonte que pintaba mucho más halagüeño. Dar pasos atrás siempre ha sido algo que no acostumbro a hacer y, las contadas veces que he recaído, ha ido mal.
Soy una mujer esencialmente vital, hasta divertida, en general. Y no me gusta vivir obsesionada por problemas materiales que se me escapan de las manos y no disfrutar del hecho de estar sana, ser joven y aún atractiva. Del buen vino, del champagne en buena compañía (que no tengo ahora), de salir a bailar como en mis mejores tiempos, del buen comer, de una conversación plena y sincera, de hacer el amor con el alma y el cuerpo. De sentirme querida, como llevo esperando desde mi más tierna infancia, aunque se ve que eso se me da aún peor y no acabo de explicarme por qué.
Creo que, de algún modo, me sigo ocultado. Soy sólo un holograma exterior de quien podría llegar a ser y eso me entristece, sobre todo porque tenía el firme propósito de no esconderme más, de mostrar mi parte más luminosa y siempre se vuelve contra mí.
Bueno, no quiero quejarme más. Quiero celebrar la vida, quiero una sorpresa que me salve, un trabajito que me dé un poco de margen… En fin, nada del otro mundo.
Qué triste es la vida terrenal… Debería haberme quedado en mi arroyo nínfico.
¿No habrá un elfo como Dios manda por ahí que me endulce la vida?
Estoy agotada de pensar. Necesito un poco de chispita en mi vida. La echo de menos, esa dulce inconsciencia de disfrutar de la vida. Ese embriagador elixir de una pasión que te haga olvidar todo lo que no sea estar vivo. Esa sensación de plenitud inexplicable que da el preocuparse de existir y sentir y nada más.
Pero como no tengo nada de eso y sí problemas empíricos, no sé a qué carta quedarme. Y, la verdad, ahora quisiera un poco de frivolidad para descansar, leches. Intento volverme asexuada porque mi natural apasionado no me trae más que disgustos o desilusiones. Pero cuando no me apasiono por nada soy una sombra de mí misma. Y, encima, me sobra tiempo para comerme la cabeza.
Quisiera sentir un abrazo fuerte, intenso, sincero. Uno de esos que he recibido tan pocas veces. Un amigo o una amiga que me asegure que todo irá bien y que pueda ayudarme a lograrlo porque yo sola no puedo. También quisiera un amor, claro, pero hace mucho que sé que ese don me está vedado aunque no acabe de comprender el por qué. Debí de ser muy mala pécora en mis anteriores vidas. O en ésta. De hecho, mi madre dice que reza por mí y le dice a Dios: “No es buena pero yo tampoco…”. Manda huevos, si es que ni mi propia madre ve en mi corazón ¿Cómo voy a esperar que lo haga un ser unicelular, léase hombre?
Os echo de menos a vosotros, queridos lectores. Por eso vengo una y otra vez. He tenido mi bronca semestral con el impresentable de mi ex, como si ya no tuviese bastante bajos los ánimos.
Tengo ganas de retomar aquella ilusión y fuerza con la que llegué a esta ciudad, en un horizonte que pintaba mucho más halagüeño. Dar pasos atrás siempre ha sido algo que no acostumbro a hacer y, las contadas veces que he recaído, ha ido mal.
Soy una mujer esencialmente vital, hasta divertida, en general. Y no me gusta vivir obsesionada por problemas materiales que se me escapan de las manos y no disfrutar del hecho de estar sana, ser joven y aún atractiva. Del buen vino, del champagne en buena compañía (que no tengo ahora), de salir a bailar como en mis mejores tiempos, del buen comer, de una conversación plena y sincera, de hacer el amor con el alma y el cuerpo. De sentirme querida, como llevo esperando desde mi más tierna infancia, aunque se ve que eso se me da aún peor y no acabo de explicarme por qué.
Creo que, de algún modo, me sigo ocultado. Soy sólo un holograma exterior de quien podría llegar a ser y eso me entristece, sobre todo porque tenía el firme propósito de no esconderme más, de mostrar mi parte más luminosa y siempre se vuelve contra mí.
Bueno, no quiero quejarme más. Quiero celebrar la vida, quiero una sorpresa que me salve, un trabajito que me dé un poco de margen… En fin, nada del otro mundo.
Qué triste es la vida terrenal… Debería haberme quedado en mi arroyo nínfico.
¿No habrá un elfo como Dios manda por ahí que me endulce la vida?
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