sábado, abril 17, 2010

Adiós, Cobardes

Siempre me ha apasionado este tema, algo que sabréis los pocos que hace mucho ya que me seguís. Estos días me ha dado por pensar en las diferentes variantes de este tipo de hombres-insecto que, por experiencia propia o ajena, he llegado a conocer.

Durante años ha sido tema recurrente en este blog mi visión de los hombres, unas veces de un modo más o menos juguetón, otras, sentimental, otras, dolorido. En este momento lo hago desapasionadamente, como una estudiosa del tema, habida cuenta de que -espero- no hay en mi vida espacio para nuevos individuos de esta especie.

Me gustaba repetir que lo que buscaba en mi vida era un Valiente, lo decía aquí y a quien quisiera oírme, dentro y fuera de la red. A la salud de esta declaración de principios me cansé de conocer sapos que juraban y perjuraban ser diferentes (lo cual me hacía reconocerles en su vulgaridad) y algunos que prometían un amor casi temerario, torrencial y se deshacían al menor contratiempo. Existen también los que viven muertos de miedo emocional pero les encanta pregonar que no, que van sobrados, que no hay mujer lo bastante buena para ellos. Todo esos falsos valientes que no son más que cobardes incluso para reconocer sus propias limitaciones.

Lo cierto es que nunca llegué a creer en la valentía de ninguno de todos ellos, excepto de uno. Él se autoproclamaba El Valiente y yo, mea culpa, quise creerle. El tiempo, como de costumbre, puso las cosas en su sitio y, sorprendentemente, mostró el modelo de cobardía más espantoso: el que incluye mentirse a los demás y a sí mismo, el que es egoísta y deja cadáveres por doquiera que va, el que está dispuesto a vivir una mentira permanente, una vida a medias, siendo y haciendo infeliz a quien realmente le ama. Personas que, para perdonarse a sí mismas, buscan el modo de pretender no ser un "malqueda" (expresión que aprendí en los madriles y me parece muy gráfica). Personas con doble faz, doble vertiente, doble cobardía y que, encima, buscan tu connivencia para no sentirse tan rastreros como son.

Hubo un tiempo en que sufrí terriblemente por haber sentido tanto por tan poca cosa. Un amor muy corto para tanta tristeza. Sin embargo, al descubrir que el Valiente que amaste es una gran mentira, te das cuenta que no puedes querer al paradigma de la cobardía en aquél al que un día creíste encontrar tu paladín del valor. Que lo que amaste, no existe y, por ello, no puedes seguir queriéndole.

Reencontrada la paz, la confianza y atenuado el dolor (aún continúo algo enfadada conmigo misma por dejarme dañar tras ser una experta en la autodefensa), miro atrás con la esperanza de que mi extensa experiencia en baches vitales me sirva para valorar todo lo bueno que la vida me ofrece, por pequeño que sea. Sinceramente, creo que lo que me da en la actualidad es enorme en su naturalidad, complicidad y normalidad. No niego que los golpes dejan señales pero nada que la constancia, el cariño y la sinceridad no puedan curar.

Entiendo que el tiempo de los cobardes ha pasado. A la más mínima sombra de duda o pega, salgo huyendo como en mis mejores tiempos, no doy oportunidades a indecisos y acercarse a mi piel es ya un privilegio exclusivo sólo para Caballeros Andantes. Por caballero no se entienda príncipe azul, que ya tenemos una edad, entiéndase Caballero, especie en extinción, como yo misma.

Hoy quiero cerrar el libro de mi accidentado camino entre bosques de cobardes, insulsos, estúpidos, egoístas, hipócritas y ranas varias. Hoy quiero soñar con que no me estoy equivocando, que mi corazón (a pesar de mis múltiples advertencias) acierta aunque, después de todo, siempre ha ido a su aire. La diferencia es que ahora no le dejo ir en caída libre... pero sí reconocer a un afín.

Es el momento de decir adiós al dolor, a los arrepentimientos (que son escasos en mi naturaleza pero he de admitir que me equivoqué, que al Cobarde por excelencia desearía no haberle conocido jamás). Hoy miro adelante, al futuro. Tiene el cabello níveo, ojos verdes y sonrientes. Ternura e inteligencia. Transparencia y pasión. Y es imperfecto, como yo. Me gusta mi futuro posible. Me gusta mucho.

Adiós, Cobarde, descansa en paz.

Si puedes.