No parezco encontrar tiempo ni momento para nada. Sólo en mis escapadas a la que ya pronto dejará de ser "mi" casa compostelana_con las quejas de mi compañero de piso que no quiere que me lleve el sofá y alguna cosa más..._ tengo las noches y la conexión necesaria para volver a mi hogar virtual.
Heme aquí mirando por internet el famoso catálogo de Ikea por primera vez (me ha parecido que tenían cuatro cosas, seguro que no he navegado bien) y rebuscando por centésima pisos maravillosos a precios horrorosos pero accesibles.
La semana que viene mis niños llegan a Madrid. Me quitaré la presión de las despedidas y de las idas y venidas y, a cambio, tendré durante el primer mes al menos, la de ver dónde y con quién los dejo. He visto un piso que debería ser mío pero no puedo pillar antes de agosto porque no estoy para tirar dinero. Creo que le gusté al propietario. Es joven y yo parezco una persona decente. Me refiero a que no tengo aspecto de hacer fiestorros en casa, al menos delante de los caseros. La verdad es que "en casa" no los hago. Madrid tiene mucha fiesta para irme a armarla con mis pequeños roedores.
Vivo con cierto luto la posibilidad de separarme de mi compañera de fatigas desde que puse los pies en Madrid. No está en mi ánimo perder el contacto (soy muy pesada con la gente que me importa y no me largo de sus vidas así como así) pero no es lo mismo cenar juntas, rajar un rato y dormirse en el sofá, también juntas, cada una por su lado, eso sí, cada día.
Hemos sido y somos confidentes, compañeras de juergas, _junto con alguna espía hechicera que anda por aquí de cuyo paralelismo en nuestras vidas y hasta en nuestros signos algún día daré cuenta, cuando nos conozcamos mejor_ y un poco hermanas. Me ha "prestado" a alguna de sus primas (tan simpáticas, tan guapas y tan acogedoras que nunca me he sentido de sobra). Le digo que se busque otra compañera de piso porque le vendrá bien y porque le deseo lo mejor. Y en el fondo no tengo ni puñeteras ganas de ser sustituida tan pronto. Me da miedo que se cumplan esos presagios de que en Madrid la gente está muy lejos y no se ve. Yo no voy a colaborar pero, como mami de dos peques, los fines de semana conmigo no son el plan más alucinante para una chica soltera en edad de merecer.
Ha sido mucho más que un acuerdo económico. Me sentí en "casa" en cuanto crucé la puerta de la suya. Jamás estuve incómoda o cohibida y, aunque suene raro, yo en el ambiente de los demás son más bien retraída. Me ha reñido alguna vez, con ese genio noble de Castilla, para darme caña, yo también la necesito de vez en cuando. Quiero a mi compi y me pone triste que sea imposible que siga siéndolo por más tiempo. Me alegra tener a mis hijos al fin conmigo, intentar hacerme con una casa, vivir una vida normal y romper el cordón umbilical con papaíto. Para mí no es problema, combino mi faceta nínfica, trabajadora, amiga, traviesa y madre sin mucha dificultad. Pero me encantaría poder vivir cerca de M. Lo malo es que los pisos donde estoy ahora son caros y escasos, sería un milagro encontrar algo cerca. Ya he organizado el modo de salir los jueves y que regresar solas a casa no sea un problema. A veces, parece que, en vez de mudarme a algún barrio de Madrid, me voy a Alemania. Y no quiero que sea así. Es más, no me da la gana.
Yo soy así, un poco pánfila. Me encanta querer a la gente. No a toda la gente, no soy tan estúpida. Pero me parece tristísimo no darse a la amistad si ésta ofrece señales de ser verdadera. Me he equivocado algunas veces pero las cuatro o cinco que he acertado ha sido a lo grande.
Mi vida sigue siendo una improvisación (en realidad, lo es la de todo el mundo, lo que pasa es que lo mío "canta" más). Espero ordenarla en unos meses y poder empezar a pensar en echar raíces.
Mi casa espiritual está patas arriba. Sin tiempo para pensar en tonterías emocionales con los hombres (aunque siguen pareciéndome una diversión sin igual), pretendo crear un hogar sin saber dónde estará mi piso, qué muebles llevaré o venderé, cómo diablos me mudaré y cómo saldré parada de un julio laboral en llamas. No estoy asustada _el miedo paraliza, yo no me puedo permitir estas cosas_ sí preocupada. Razonablemente preocupada.
Me voy a ir con todas las consecuencias. Ya mi vida pertenece a otra ciudad y a otras gentes aunque sea imposible olvidar a los míos que ahora viven tan lejos de mí que no puedo verles ni cuando estoy en Galicia. Quiero una casa bonita para que mis hijos no tengan que cambiar de colegio más veces y un sueldo decente para poder mantenerlos sin vivir permanentemente al límite. Son muchos deseos, no se cumplirán todos, pero el que no llora no mama.
Quiero paz y estabilidad laboral. Quiero crear mi nueva familia madrileña _hasta tengo alguna lectora fiel y encantadora persona que me regaló mi compañera_. Temo sentirme perdida cuando estemos los niños y yo solos ante el peligro. Que nos pase como ahora, que lo hacemos todo los tres y nadie más, salvo excepciones.
No es el final de nada. Es el comienzo. Lo afronto con esperanza, con ilusión y esperando crecer. Me pongo como meta no dejar pasar a nadie que valga la pena, luchar para hacerme mi sitio en el trabajo, para que los niños estén contentos y se sientan seguros de una vez, tener amigos que me endulcen y a los que endulzar la vida.
Me pongo como meta una vida plena, sin estridencias, pero plena.
Seguramente pasaré toda mi existencia intentándolo pero...
¿A alguien se le ocurre algo mejor que hacer?
domingo, junio 24, 2007
miércoles, junio 13, 2007
Fantasmas con sabor a miel
Tengo mi espacio _cada vez menos privado- abandonado. No es por falta de ganas, escribir es una catarsis placentera para mí, lo que no me sobra es tiempo. Un tiempo, por demás, cambiante, curioso, sorprendente.
Es lo que tiene el verano. De pronto, vivo reencuentros insospechados, llamadas de números desaparecidos de mi listín (siempre había pensado que la gente miraba atrás en su agenda pasado el verano, época de renovación, faldas cortas y cachondeo fácil y… resulta que este año parece que no). Y no una ni dos, señores.
Una en concreto sí que ha sido el auténtico reaparecer de un fantasma del pasado. Siempre viví su marcha _obligada por motivos laborales_ como algo inevitable y con la resignación de quien recuerda un difunto: ese precioso ser que se ha muerto, guardas un recuerdo hermoso pero no sufres porque no ha vuelto porque sabes/crees que nunca volverá a cruzarse en tu camino.
Y de pronto, la tensión, sabores aparentemente olvidados que parecen no haberse ido nunca al volver a probarlos. Saben bien, no producen acidez, no guardas resquemores. Y empiezo a pensar en el destino y a preguntarme por qué le vuelve a traer a mi vida tan lejos, en otra ciudad, en otra vida. Sospecho que, como siempre, esa sinvergüenza _la vida_ me puteará un rato, me hará probar la miel y se la llevará de nuevo. Pero, ¡Qué diablos! Este paseo no se llena más que a base de momentos sabrosos, apasionados, tiernos, divertidos, emocionantes, curiosos, peligrosos. El resto es vegetar. Y yo no soy ningún vegetal.
Así que saborearé mis fantasmas del pasado, les daré alma por un tiempo y, como de costumbre, les dejaré ir sin mucha pena. Porque siempre sé que habrá otro y otro y otro… Nadie es imprescindible (especialmente yo) y el mar está lleno de peces.
Habrá quien considere esto disipación. Yo lo llamo pragmatismo. Por el momento, nunca tengo problemas para encontrar compañía de las características que me apetezcan. Así pues, aprovecharé todo lo que me dure ese momento y luego ya me meteré a monja carmelita. La experiencia me demuestra que, tras una ilusión, aparece un hombre-puente, una gran pasión o un entretenimiento. Lo que sea que me permite no añorar a nadie porque nadie lo merece. Tal vez encuentre algún día alguien que sí lo merezca _que lo dudo_ pero creo que ya estoy lo bastante blindada como para que el luto dure lo que me duran todos: una semana, más o menos…
Ahora, mis esfuerzos se concentran en encontrar un piso, lograr una mejora salarial y recibir algún mensaje que me haga latir el corazón…
Para no olvidar que lo conservo aunque sea con armadura.
Es lo que tiene el verano. De pronto, vivo reencuentros insospechados, llamadas de números desaparecidos de mi listín (siempre había pensado que la gente miraba atrás en su agenda pasado el verano, época de renovación, faldas cortas y cachondeo fácil y… resulta que este año parece que no). Y no una ni dos, señores.
Una en concreto sí que ha sido el auténtico reaparecer de un fantasma del pasado. Siempre viví su marcha _obligada por motivos laborales_ como algo inevitable y con la resignación de quien recuerda un difunto: ese precioso ser que se ha muerto, guardas un recuerdo hermoso pero no sufres porque no ha vuelto porque sabes/crees que nunca volverá a cruzarse en tu camino.
Y de pronto, la tensión, sabores aparentemente olvidados que parecen no haberse ido nunca al volver a probarlos. Saben bien, no producen acidez, no guardas resquemores. Y empiezo a pensar en el destino y a preguntarme por qué le vuelve a traer a mi vida tan lejos, en otra ciudad, en otra vida. Sospecho que, como siempre, esa sinvergüenza _la vida_ me puteará un rato, me hará probar la miel y se la llevará de nuevo. Pero, ¡Qué diablos! Este paseo no se llena más que a base de momentos sabrosos, apasionados, tiernos, divertidos, emocionantes, curiosos, peligrosos. El resto es vegetar. Y yo no soy ningún vegetal.
Así que saborearé mis fantasmas del pasado, les daré alma por un tiempo y, como de costumbre, les dejaré ir sin mucha pena. Porque siempre sé que habrá otro y otro y otro… Nadie es imprescindible (especialmente yo) y el mar está lleno de peces.
Habrá quien considere esto disipación. Yo lo llamo pragmatismo. Por el momento, nunca tengo problemas para encontrar compañía de las características que me apetezcan. Así pues, aprovecharé todo lo que me dure ese momento y luego ya me meteré a monja carmelita. La experiencia me demuestra que, tras una ilusión, aparece un hombre-puente, una gran pasión o un entretenimiento. Lo que sea que me permite no añorar a nadie porque nadie lo merece. Tal vez encuentre algún día alguien que sí lo merezca _que lo dudo_ pero creo que ya estoy lo bastante blindada como para que el luto dure lo que me duran todos: una semana, más o menos…
Ahora, mis esfuerzos se concentran en encontrar un piso, lograr una mejora salarial y recibir algún mensaje que me haga latir el corazón…
Para no olvidar que lo conservo aunque sea con armadura.
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